39

EL HOMBRE

Me permito disfrutar del abrazo de Ares por cinco segundos. Aunque sé que no puedo esperar que cambie de un día para otro, pero, por lo menos, debería intentarlo un poco más. Decirme que lucharía por mí, empezando desde cero, sí fue muy lindo. Sin embargo, ¿ignorarme toda una semana? Mala jugada. Es que pareciera que él tuviera problemas usando la lógica o tal vez nunca ha tenido que usarla con las chicas.

Experiencia...

Tal vez Ares nunca ha tenido que esforzarse de ninguna forma con las mujeres, una sola mirada de esos ojos hermosos, y esa sonrisa pícara que tiene tan sexy, es más que suficiente para bajarle la ropa interior a cualquier chica, lo sé, me incluyo, pero estoy intentando salirme de ese montón.

Ignorando las protestas de mi corazón, yendo en contra de mis estúpidas hormonas que sé que están regocijando en su cercanía, doy un paso atrás, empujándolo para alejarlo de mí. Cuando mi mirada se encuentra con el mar azul de sus ojos, puedo ver la confusión nadando en ellos. Esto es tan difícil.

Me aclaro la garganta.

—¿Qué estás haciendo aquí?

Él arruga sus cejas ante el tono tan helado de mi voz.

—Vine a verte.

Le sonrío.

—Bueno, ya me viste, debo irme. —Me giro sobre mis pies y comienzo a caminar de vuelta a mis amigos.

Ares me toma del brazo, girándome hacia él de nuevo.

—Ey, espera.

—¿Sí?

Sus ojos indagan mi rostro, como si estuviera analizando cada detalle.

—Estás enojada conmigo.

—No.

—Sí lo estás. —Me da esa sonrisa torcida que me gusta tanto—. Te ves tierna cuando estás enojada.

Dejo de respirar por un segundo. ¿Qué se supone que debo decir a eso?

Sé fuerte, Raquel. Piensa en aquella vez que decidiste renunciar al chocolate porque te causaba mucho acné; fue difícil, pero lo lograste.

Ares es el chocolate.

No quieres acné.

Pero es tan delicioso.

¡El acné duele!

Sin saber qué decir, vuelvo a darle otra simple sonrisa.

—Lo siento, bruja, fue una semana... —Su sonrisa se desvanece— bastante complicada.

Su semblante juguetón desaparece y es reemplazado por tristeza que él lucha por esconder. Quiero preguntarle si pasó algo, pero tengo el presentimiento de que no me lo dirá.

—Está bien, no me debes explicaciones, solo somos amigos después de todo.

En el momento que mis palabras salen de mi boca, y que veo el impacto que tienen sobre él, me arrepiento de haber dicho eso. Lo herí, y ese no era mi propósito, solo quería hacer una broma para calmar la tensión. Ares se moja los labios como tratando de pasar por alto lo que acabo de decir.

—Bueno, en realidad, vine a buscarte, quiero salir contigo hoy.

—Ya tengo planes, lo siento.

Ares echa un vistazo detrás de mí.

—¿Con ellos?

—Sí, vamos a celebrar que pasamos un examen.

Ares levanta una ceja.

—¿Y es que usualmente no los pasas?

No con una puntuación tan alta como la de hoy.

—Eh, no es eso, solo... Es viernes. Ya sabes, nos inventamos cualquier motivo para celebrar.

—¿No puedes inventarles una excusa y venir conmigo?

—No, deberías haberme avisado con tiempo.

—¡Raquel! —Carlos grita mi nombre con apuro.

Ares lo mira, de pies a cabeza.

—¿Quién es él?

—Un compañero de clases, de verdad debo irme. —Aferrándome a mi autocontrol le doy una última sonrisa y me alejo de él.

Estoy a punto de alcanzar a mis amigos cuando Ares aparece caminando a mi lado, y le doy una mirada extrañada.

—¿Qué estás haciendo?

—Voy con ustedes —me informa como si fuera un hecho—. Soy tu «amigo». —De nuevo hace esas comillas con sus dedos—. Así que también puedo ser parte de una celebración de amigos.

Entrecierro mis ojos y abro la boca para protestar, pero Ares se adelanta para saludar a Dani. Se presenta con Carlos, dándole un fuerte apretón de manos.

Dani me da una mirada de ¿qué diablos...? Y yo le respondo con una gran confusión en mi rostro.

—Bien, ¿y adónde vamos? —Ares pregunta, sonriendo con su carisma a todo volumen.

Dani le devuelve la sonrisa.

—Pensamos en ir al café de la calle principal.

Ares nos da una mirada confundida.

—¿Celebran con café?

Dani arquea una ceja.

—Sí. ¿Algún problema con eso?

Él alza sus manos pacíficamente.

—No, ninguno, pero yo tengo alcohol en mi casa. —Ares ofrece.

¡Ja! ¿Tratando de llevarme a tu territorio, dios griego?

Buen intento.

La cara de Carlos se ilumina.

—¿De verdad?

Ares asiente, encontrando un aliado.

—Sí, y de muy buena calidad.

Carlos nos mira.

—¿Vamos?

Dani y yo intercambiamos miradas, pero ella salva el día.

—No, gracias, preferimos café.

Carlos hace puchero.

—Pero... —Dani lo agarra del brazo hundiendo sus uñas en él—. ¡Au! ¡Café! Sí, café es mejor.

Ares actúa desilusionado.

—Bueno, supongo que me tocará beber solo con Apolo.

Dani lo mira de golpe.

—¿Apolo?

Él se mete las manos en los bolsillos de su chaqueta.

—Sí, debe estar tan solo en casa.

Dani vacila y puedo ver que ahora sí quiere ir a la casa de Ares.

¡Qué manipulador!

Compró a Carlos con alcohol y a Dani con Apolo. Sus jugadas son inteligentes, debo admitirlo. Dani no dice nada, mantiene su mirada en el suelo. Sé que ella no dirá que sí quiere ir en voz alta, porque ella siempre pondrá nuestra amistad primero, siempre lo ha hecho. Está dejando la decisión en mis manos y por eso la quiero tanto.

Carlos y Dani quieren ir y eso me hace sentir como la mala de la película, si digo que no, y Ares sabe eso. Para manipular sí es bien inteligente, pero para hacer las cosas bien conmigo no. Ahí sí le falla el cerebro.

—Está bien, vamos con él —informo, rindiéndome.

Solo asiento. Mi casa queda al fondo de la suya, solo tengo que ir con ellos, dejar que estén cómodos e irme. Suena como un plan fácil, pero cada vez que he ido a la casa de Ares, he terminado en la cama con él, o en el sofá. Hay algo dentro de mí que me dice que esta vez será diferente.

Velo como un reto, Raquel.

En el camino a la casa de Ares, llamo a mi madre diciéndole que voy a estudiar con Dani en un café. La tensión con ella ha bajado un poco, pero aún tengo que informarle de dónde estoy de vez en cuando.

La camioneta huele a él y, aunque intento ignorar lo que su cercanía me provoca, mi cuerpo no miente ni puede controlar sus reacciones. Su casa sigue siendo tan elegante como la recuerdo. Carlos no deja de hablar de todo lo que ve y Dani se arregla el cabello minuciosamente cuando cree que nadie la está mirando.

Un sonriente Apolo sale del pasillo y nos saluda con la mano, se ve tan lindo con su cabello desordenado, una camisa suelta de cuadros desabotonada que deja ver una camiseta blanca dentro y unos jeans.

—De verdad vinieron.

—Oh, enano —lo saluda Carlos—. ¿Vives aquí?

—Él es mi hermano —le explica Ares.

La sirvienta de cabello rojo baja las escaleras, cargando una cesta vacía.

—Buenas noches.

Todos le devolvemos el saludo cordialmente.

Ares le ordena en una voz amable.

—Claudia, prepara unas bebidas y llévalas al cuarto de juegos, por favor.

Oh, no, el cuarto de juegos no.

¿Lo está haciendo a propósito?

Lo miro por un segundo y su sonrisa pícara me dice que sí.

Dani y Apolo se saludan incómodamente y me pregunto qué habrá pasado entre esos dos últimamente. Necesito ponerme al día. Entramos todos al cuarto de juegos, y sigue estando tan igual como lo recuerdo: el gran televisor, las diferentes consolas de videojuegos, el sofá... El sofá donde perdí mi virginidad.

La pasión, el desenfreno, las sensaciones. Sus labios sobre los míos, sus manos por todo mi cuerpo, la fricción de nuestros cuerpos desnudos. Inconscientemente, mis dedos tocan mis labios. Lo extraño y es una tortura tenerlo tan cerca y tener que mantener la distancia entre nosotros.

—¿Recordando algo? —Su voz me trae a la realidad y bajo mi mano tan rápido como puedo para darme la vuelta frente a Ares.

—No. —Mis ojos buscan a los demás, que están encendiendo la consola y acomodando todo mientras se ríen de algo que Carlos dijo.

—No mientas. —Se acerca un poco más—. Yo también recuerdo esa noche cuando entro aquí.

—No sé de qué hablas. —Me hago la loca y doy un paso a un lado para pasarlo y dirigirme al grupo.

Cuando paso a su lado me toma del brazo deteniéndome.

—Cada vez que me siento en ese sofá, te recuerdo a ti, desnuda, virgen, mojada para mí.

Trago grueso, soltándome.

—Deja de decir esas cosas.

—¿Por qué? ¿Te da miedo mojarte y dejarme follarte de nuevo?

No digo nada y me alejo de él. De pronto hace calor aquí.

Virgen de los Abdominales, ¿por qué me lo pones tan difícil?

—Uh, ¿estás bien, princesa? —Carlos me pregunta cuando me uno al grupo—. Estás toda roja.

—¿Princesa? —Ares pregunta, llegando a nosotros.

Carlos sonríe como tonto.

—Sí, ella es mi princesa, la dueña de este humilde corazón.

Y así fue como se creó el minuto de silencio más incómodo del día. Ares cruza las manos sobre su pecho, dándole una mirada asesina a Carlos. Dani y yo nos miramos sin saber qué hacer. Carlos sigue sonriendo inocentemente.

Apolo nota la tensión.

—Ah, Carlos, tú siempre tan gracioso.

—Vamos a jugar. —Dani cambia la conversación.

Sorprendentemente, Ares le sigue la corriente.

—Claro, ¿qué les parece si el primer duelo lo tenemos Carlos y yo?

Carlos señala a Ares y luego a él mismo.

—¿Tú y yo?

—Sí, pero un duelo sin premio no es divertido.

Carlos se emociona.

—Bien. ¿Cuál es el premio?

Ares me mira y me espero lo peor.

—Si ganas, te puedes llevar tres juegos originales de mi colección.

La cara de Carlos se ilumina tan fácilmente.

—¿Y si pierdo?

—Llamas a Raquel por su nombre de ahora en adelante. Nada de princesa o lo que sea que estés acostumbrado a usar con ella.

La frialdad en su voz, en su petición, me recordó a lo helado que puede llegar a ser este chico. Carlos se ríe a grandes carcajadas sorprendiéndonos a todos. Nadie dice nada, creo que nadie se mueve. Yo abro mi boca para decirle que él no tiene ningún derecho a meterme en mi vida y en cómo me llaman los demás, pero Carlos se me adelanta.

—No.

—¿Cómo?

—Si es así, entonces no juego.

Ares baja sus manos.

—¿Te da miedo perder?

—No, soy una persona muy bromista, pero lo que siento por ella no es una broma para mí.

Ares aprieta su mandíbula.

—¿Lo que sientes por ella?

—Así es, y puede que no sea correspondido, pero por lo menos tengo el coraje de gritarlo a todo el mundo y no ando manipulando y creando estúpidos juegos para alcanzar lo que quiero.

Oh.

Los nudillos de Ares se ponen blancos de lo fuerte que está apretando sus puños.

Carlos le sonríe.

—Los hombres luchan por lo que quieren abiertamente, los niños actúan de esta forma —dice señalando a Ares.

Ares se contiene y parece ser tan difícil para él. Sin decir nada, se da la vuelta y sale del cuarto de juegos tirando la puerta detrás de él. Dejo salir un suspiro de alivio. Carlos me sonríe como siempre.

Dani se sienta en el sofá a nuestro lado.

—¡Estás loco! Pensé que iba a morir de un infarto.

Apolo tiene una expresión que no puedo entender. ¿Está enojado? Por primera vez no puedo leer su tierna cara.

—Tuviste suerte, no debiste provocarlo así.

Carlos se levanta.

—No le tengo miedo a tu hermano.

Apolo sonríe y no es dulce, es esa sonrisa tan descarada que portan los Hidalgo cuando algo no les gusta.

—Hablas mucho de madurez, pero acabas de provocar a alguien estando consciente de sus fuertes emociones para quedar como el maduro y la víctima. ¿Quién es el que anda en estúpidos juegos? Ya vuelvo.

Se va por la misma puerta por la que desapareció su hermano. Independientemente de quién tenga la razón, Apolo siempre va a estar del lado de Ares, pues son hermanos después de todo.

Los enigmáticos hermanos Hidalgo.