4
EL CEMENTERIO
Ares está ahí frente a mí, con su jersey azul oscuro del equipo de fútbol que esconde la camiseta verde con la que lo vi en la práctica, un paraguas sobre su cabeza y la mano libre en el bolsillo de sus shorts negros. Se ve como lo que es: un niño rico, deportista y con clase.
Él se ve tranquilo, como si no acabara de asustarme tanto que estuve a punto de desmayarme. Es la primera vez que lo tengo frente a mí de esta manera, su altura me intimida y su mirada me atraviesa, es intensa y congelante.
—Me asustaste —acuso, sosteniendo mi pecho. Él no dice nada, se queda ahí observándome en silencio.
Pasan segundos que se sienten como años hasta que una sonrisa burlona se despliega en sus carnosos labios.
—Te lo mereces.
—¿Por qué?
—Tú sabes por qué. —Me da la espalda y empieza a caminar de regreso a los mausoleos. Oh, no, de ninguna forma me voy a quedar aquí sola.
—¡Espera! —Lo sigo apurada, y él me ignora, pero tampoco parece molestarle el hecho de que lo siga como un perrito perdido.
Ares llega a un claro y se sienta sobre una tumba, poniendo su paraguas a un lado. Yo me quedo ahí parada viéndolo como una idiota. Él saca una caja de cigarrillos de su bolsillo y su encendedor. No me sorprende, sé que él tiene ese hábito. ¿Qué clase de acosadora sería si no supiera eso?
Enciende un cigarrillo y aspira para luego dejar el humo blanco salir de su boca lentamente. Sus ojos están sobre la vista, parece absorto en sus pensamientos. Así que vino aquí a fumar, es una larga caminata solo para eso. Aunque tiene sentido, sus padres no aprobarían que su hijo estrella y deportista fumara, sé que él lo hace con mucha cautela y a escondidas.
—¿Te vas a quedar ahí parada toda la noche?
¿Cómo es su voz tan fría cuando es tan joven?
Tomo asiento en una tumba frente a él, manteniendo mi distancia. Sus ojos se posan sobre mí mientras exhala el humo de su cigarro. Trago, no sé qué estoy haciendo, pero no hay forma de que me vaya sola por ese camino oscuro.
—Solo estoy esperándote para no volverme sola. —Siento la necesidad de aclararle por qué aún estoy aquí.
La luz de las pequeñas lámparas naranjas del cementerio se refleja sobre él, quien me da una sonrisa torcida.
—¿Qué estás haciendo aquí, Raquel? —Escucharlo decir mi nombre causa una extraña sensación oscilante en mi estómago.
—Vine a visitar a un familiar. —Mentirosa, mentirosa.
Ares enarca una ceja.
—¿Ah, sí? ¿A quién?
—Mi... Es un familiar lejano.
Ares asiente, lanzando su cigarro al suelo para luego pisarlo y apagarlo.
—Claro, ¿y decidiste venir a visitar a ese familiar sola, bajo la lluvia y de noche?
—Sí, no me di cuenta de que ya era tan tarde.
Ares se inclina hacia adelante poniendo los codos sobre sus rodillas, mirándome fijamente.
—Mentirosa.
—¿Disculpa?
—Ambos sabemos que estás mintiendo.
Juego con mis manos en mi regazo.
—Claro que no.
Se levanta y me siento indefensa sentada frente a él, así que yo también me levanto. Quedamos frente a frente y mi respiración se vuelve acelerada e inconstante.
—¿Por qué me estás siguiendo?
Me mojo los labios.
—No sé de qué hablas.
Ares se acerca a mí y yo retrocedo cobardemente hasta que mi espalda choca con un mausoleo detrás de mí. Él estampa su mano contra la pared al lado de mi cabeza, haciéndome brincar un poco.
—No tengo tiempo para tus estúpidos juegos, respóndeme.
Mi respiración es un desastre.
—De verdad, no sé de qué hablas, solo vine a visitar a mi... A alguien que...
—Mentirosa.
Él está muy cerca para la salud de mi pobre corazón.
—Es una ciudad libre, yo puedo caminar por donde quiera.
Ares toma mi mentón, y me obliga a levantar la cabeza y mirarlo. Su mano se siente cálida sobre mi fría piel. Dejo de respirar, su cabello medio mojado se pega a su hermosa cara pálida y perfecta, sus labios se ven naturalmente rojos y húmedos. Esto es mucho para mi pequeño ser. A duras penas he manejado verlo de lejos, tenerlo así de cerca es demasiado para mí.
Una sonrisa de suficiencia llena sus labios.
—¿Crees que no sé de tu pequeña obsesión infantil conmigo?
La vergüenza incendia mis mejillas y trato de bajar la mirada, pero él sostiene mi mentón con gentileza.
—Suéltame —exijo, tomando su muñeca para quitar su mano y lo logro. Sin embargo, él se mantiene frente a mí, sin retroceder, su mirada descontrolando mi corazón.
—No vas a ninguna parte hasta que me respondas. —Suena decidido.
—No sé de qué hablas —repito, tratando de ignorar el calor que emana de su cuerpo y calienta el mío.
—Vamos a refrescar tu memoria, ¿sí? —No me gusta nada a dónde va con esto—. Me acosas desde hace mucho tiempo, Raquel. —Escucharlo decir mi nombre me da escalofríos—. Tu fondo de escritorio en la PC son fotos mías que te has robado de mi Facebook y la clave de tu wifi incluye mi nombre.
Me quedo sin palabras, él lo sabe todo. Estar avergonzada me queda corto, ya esto es otro nivel de vergüenza.
—Yo... —No sé qué decir, sabía que existía la posibilidad de que Ares supiera sobre mi obsesión, él hackeó mi computadora después de todo.
Sentimientos encontrados me invaden. Se le ve tan victorioso, tan en completo control de la situación. Puedo ver la burla y la superioridad plasmada en su expresión. Él está disfrutando al acorralarme y avergonzarme de esta manera. Él está esperando que lo niegue, que baje la cabeza y lo deje reírse de mi vergüenza.
Y entonces algo en mí cambia y el desafío emerge, no quiero darle la satisfacción, estoy cansada de ser la chica tímida que se esconde detrás de chistes y frases sarcásticas. Siento la necesidad de probarle al hermoso chico enfrente que está equivocado sobre mí, que todo lo que cree que sabe es pura mentira, que soy una chica fuerte, independiente y extrovertida. Este lado desafiante suele salir a la superficie cuando me siento acorralada, es como un mecanismo de defensa. Ya basta con esconderme en las sombras, ya basta con no decirle a nadie lo que pienso y siento por miedo a ser rechazada y echada a un lado.
Así que levanto mi mirada y lo miro directamente a esos ojos azules infinitos.
—Sí, te acoso.
Decir que Ares está perplejo es poco. Su expresión de burla y victoria desaparece para ser reemplazada por confusión pura. Da un paso atrás, luciendo anonadado.
Yo le doy una sonrisa de medio lado, cruzando los brazos sobre mi pecho.
—¿Por qué tan sorprendido, niño bonito? —Él no dice nada.
Señoras y señores, yo, Raquel Mendoza, he dejado a mi crush de toda la vida sin palabras.
Ares se recupera, pasando su mano por su mandíbula como si estuviera asimilando todo.
—No me esperaba eso, debo admitirlo.
Me encojo de hombros.
—Lo sé. —No puedo quitarme la sonrisa estúpida causada por esa sensación de estar en control de la situación.
Ares se lame los labios.
—¿Y se puede saber por qué me acosas?
—¿No está claro eso? —le digo divertida—. Porque me gustas.
Los ojos de Ares amenazan con salirse de su cara.
–¿Desde cuando eres tan... directa?
Desde que me acorralaste y tenías toda la intención de avergonzarme.
Paso la mano por mi cabello húmedo y le guiño un ojo.
—Desde siempre.
Ares se ríe por lo bajo.
—Pensé que solo eras otra niña callada e introvertida que juega a ser la inocente, pero, al parecer, eres un poco interesante.
—¿Un poco? —bufo—. Soy la chica más interesante que has conocido en tu vida.
—Y, por lo que veo, también tienes una autoestima decente.
—Así es.
Ares se acerca a mí nuevamente, pero esta vez no retrocedo.
—Y ¿qué será lo que esta chica tan interesante quiere de mí?
—¿No puedes deducirlo? Pensé que tenías el coeficiente intelectual más alto del condado.
Ares se ríe abiertamente, su risa hace eco contra algunos mausoleos.
—Es increíble todo lo que sabes de mí, y sí, claro que puedo deducirlo, solo quiero que tú lo digas.
—Creo que ya he hablado lo suficiente, te toca a ti adivinar lo que quiero.
Ares se inclina hasta que nuestras caras están a simples centímetros de distancia, tenerlo tan cerca aún me afecta y trago grueso.
—¿Quieres conocer mi habitación? —La sugerencia en su voz no pasa desapercibida, así que lo empujo y meneo la cabeza.
—No, gracias.
Ares frunce el ceño.
—¿Y entonces qué quieres?
—Algo muy simple —le digo casualmente—, que te enamores de mí.
Por segunda vez en la noche, Ares se ríe abiertamente. No sé lo que le parece tan divertido porque no estoy bromeando, pero no me quejo, el sonido de su risa es maravilloso. Cuando para de reír, me da una mirada extrañada.
—Estás loca. ¿Por qué me enamoraría de ti? Ni siquiera eres mi tipo.
—Eso ya lo veremos. —Le guiño un ojo—. Y tal vez esté loca, pero mi determinación es impresionante.
—Eso puedo verlo. —Se da la vuelta y regresa a la tumba donde estaba sentado antes.
Tratando de calmar la tensión entre nosotros, hablo.
—¿Por qué viniste aquí a estas horas?
—Es tranquilo y solitario.
—¿Te gusta estar solo?
Ares me lanza una mirada, poniendo otro cigarrillo entre esos labios rojos que me gustaría probar.
—Digamos que sí.
Me doy cuenta de lo poco que sé de Ares, a pesar de haberlo acosado por tanto tiempo.
—¿Por qué sigues aquí? —Su pregunta me ofende. ¿Acaso quiere que me vaya?
—Me da miedo volver sola.
Ares exhala el humo del cigarro y toca un espacio a su lado antes de hablar.
—Ven, siéntate a mi lado. No me tengas miedo, porque según esta situación tan bizarra yo debería ser el que estuviera asustado, pequeña acosadora.
Trago grueso, sonrojándome, pero obedezco como una marioneta. Me siento a su lado, y él sigue fumando. Permanecemos en silencio un rato, no puedo creer que le haya dicho todas esas cosas a Ares. Un escalofrío me atraviesa y tiemblo un poco, ya es de noche, y a pesar de estar oscuro puedo ver claramente. La luna ya se abrió paso entre las nubes negras, iluminando el cementerio. No es la vista más romántica del mundo, pero estar al lado de Ares lo hace tolerable.
Echo un vistazo a su perfil y sus ojos están en el horizonte. Dios, es tan atractivo. Como si sintiera mi mirada, Ares se gira hacia mí.
—¿Qué?
—Nada. —Aparto la mirada.
—Te gusta leer, ¿no? —Su pregunta me toma desprevenida.
—Sí. ¿Cómo lo sabes?
—Tu computadora tenía mucha información, es como un diario electrónico.
—Aún no te has disculpado por hackear mi compu.
—Ni lo haré.
—Violaste leyes federales al hacer eso, lo sabes, ¿no?
—Y tú violaste como tres al acosarme, sabes eso también, ¿no?
—Buen punto.
Mi teléfono suena y contesto rápidamente, es Dani.
—Tu madre está preguntándome a qué hora llegas a casa.
—Dile que ya voy en camino.
—¿Dónde diablos estás? Sé que la práctica de fútbol terminó hace mucho rato.
—Estoy... —Le lanzo una mirada a Ares y él me da una sonrisa pícara— en la panadería, me antojé de un dónut.
Un dónut muy atractivo.
—¿Un dónut? Pero si odias los dónuts...
Muerdo mis labios.
—Solo dile a mamá que voy en camino. —Cuelgo antes de que me pueda hacer otra pregunta.
Ares mantiene esa sonrisa en sus ricos labios, y no puedo evitar querer preguntarme cómo se sentiría besarlo.
—Acabas de mentir, ¿acaso soy tu oscuro secreto?
—No, es solo... que explicarle por teléfono habría sido complicado. —Antes de que pregunte más sobre lo que podría decirle a Dani, hablo—: ¿Podrías... acompañarme? Por lo menos hasta la calle, de ahí en adelante puedo ir sola.
—Sí, claro, pero eso tiene un precio. —Se levanta.
—¿Un precio?
—Sí. —Toma su paraguas y lo apunta hacia mí, obligándome a retroceder para evitar que la punta del mismo toque mi pecho—. Que me dejes darte un beso donde yo quiera.
Mis mejillas queman.
—Es..., eso es un precio alto, ¿no crees?
—¿Tienes miedo? —dice en tono de burla—. ¿O es que lo de ser extrovertida y valiente era solo actuación?
Entrecierro mis ojos.
—No, solo me parece un precio excesivamente alto.
Él se encoge de hombros.
—Entonces, disfruta tu caminata en la oscuridad. —Se gira para irse a sentar de nuevo; sin embargo, me mira con el rabillo del ojo, asegurándose de que no me vaya sola. Aunque no le dé el beso, sé que no me dejará irme sola, y ¿a quién engaño? Yo también quiero ese beso, cada parte de mí se incendia con solo imaginarlo.
—Espera —digo, manteniendo mi actitud extrovertida—. Está bien.
Ares gira hacia mí de nuevo.
—¿De verdad?
—¡Sí!
Mi corazón va a colapsar en cualquier momento.
—¿Po-podemos irnos ya?
Ares se lame los labios lentamente.
—Necesito mi incentivo para empezar a caminar.
—Ya dije que pagaría el precio.
Su cara queda a solo centímetros de la mía.
—¿Me das tu palabra?
—Sí.
—Veamos si eso es cierto.
—¿Qué...? —Un jadeo escapa de mis labios cuando se inclina y mete su cara en mi cuello, su cabello roza mi mejilla—. Ares, ¿qué estás...? —Me falla la voz, me falla todo con su cercanía.
Su respiración caliente acaricia mi cuello, despertando mis hormonas e, instintivamente, me acerco a él.
—¿Ansiosa, Raquel? —dice mi nombre en mi oído, regando deliciosos escalofríos por todo mi cuerpo.
No puedo creer que esto esté pasando, tengo a Ares pegado a mí, su cálido aliento en mi cuello, su mano en mi cintura. ¿Acaso estoy soñando?
—No estás soñando.
¡Mierda! Lo dije en voz alta.
La vergüenza no me cabe en el cuerpo; sin embargo, en el momento en que los labios de Ares hacen contacto con la piel de mi cuello, me olvido de todo. Ares deja besos mojados a lo largo de mi piel, hasta que llega al lóbulo de mi oreja y lo chupa ligeramente. Mis piernas se debilitan y, si no es por Ares, que me sostiene firmemente, ya estaría en el suelo. ¿Qué me está haciendo?
Estoy temblando, pequeños hilos de placer cruzan mi cuerpo dejándome sin aliento. Una presión nace en lo bajo de mi vientre y no puedo creer todo lo que me está causando eso con solo besar mi cuello. Su respiración se acelera, al parecer no soy la única afectada por esto. Cuando termina su ataque en mi cuello, prosigue a besar un lado de mi cara y sigue moviéndose a través de mi mejilla, hasta que presiona sus labios en la esquina de los míos. Abro mi boca en anticipación, esperando el contacto, espero su beso, pero nunca llega.
Ares se separa y me brinda una sonrisa de suficiencia.
—Vámonos.
Quedo jadeante y bastante emocionada. ¿Me vas a dejar así? Quiero preguntarle, pero me detengo antes de que la súplica salga de mis labios. Ares recoge su paraguas y comienza a caminar sin lucir afectado por lo que acaba de pasar. Recobrando el control de cuerpo y a regañadientes, lo sigo.
Sé que esta noche solo ha sido el comienzo de algo que no sé si podré manejar, pero, por lo menos, lo voy a intentar.