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EL SENTIMIENTO

Lluvia...

La lluvia siempre me pone de un humor tan melancólico. Mi cuarto está semioscuro, solo mi pequeña lámpara ilumina la habitación dándole un tono amarillo a todo. Estoy acostada en mi cama, mis ojos en la ventana viendo las gotas caer, Rocky está a mi lado en el suelo con su hocico sobre sus patas frontales.

Desde que llegué de la casa de Ares, no me he movido de la cama. Ya han pasado unas cuantas horas, la noche cayó, oscureciendo todo. Una parte de mí se siente culpable y no sé por qué. Hicimos lo correcto al irnos, ellos nos dejaron solos. Además, no queríamos que otra pelea tomara lugar entre Carlos y Ares.

Estoy pensando demasiado.

La lluvia se vuelve más fuerte, así que me levanto a cerrar mi ventana, lo menos que quiero es que se moje todo mi cuarto. Cada vez que me acerco a esas cortinas, recuerdo las primeras veces que interactué con Ares.

Cuando, por fin, llego a la ventana, mi corazón se detiene.

Ares está sentado en aquella silla donde lo vi la primera vez, está inclinando hacia delante, sus manos sosteniendo la parte de atrás de su cabeza, sus ojos fijos en el suelo.

Parpadeo en caso de que me lo esté imaginando; sin embargo, no importa cuándo rectifique mis ojos. Ares está ahí, sentado, la lluvia cayendo sobre él. Está empapado, su camisa blanca se pega a su cuerpo como una segunda piel. ¿Qué mierda está haciendo? Estamos en otoño, por Dios, puede pescar un resfriado.

Me aclaro la garganta.

—¿Qué estás haciendo?

Tengo que alzar mi voz porque el ruido de la lluvia la ahoga, Ares levanta su cabeza para mirarme. La tristeza en sus ojos me deja sin aliento por un segundo, una sonrisa tierna se forma en sus labios.

—Bruja.

Trago grueso, cada vez que me llama así causa estragos en mi ser.

—¿Qué estás haciendo ahí? Te vas a enfermar.

—¿Te estás preocupando por mí?

¿Por qué parece tan sorprendido de que lo esté?

—Por supuesto. —Ni siquiera pienso para responder. De alguna me ofende que él crea que no me importa en lo absoluto.

Él no dice nada, solo aparta la mirada. ¿Se va a quedar ahí?

—¿Quieres subir? —Independientemente de nuestra situación actual no puedo dejarlo ahí, luciendo tan triste. Sé que algo le pasa.

—No quiero molestarte.

—No me estás molestando, solo pórtate bien mientras estés aquí y estaremos bien.

—¿Que me porte bien? ¿A qué te refieres?

—Nada de seducirme y esas cosas.

—Está bien. —Levanta su mano—. Palabra de dios griego.

Sube y tan pronto como pone sus pies en mi habitación, me doy cuenta de que tal vez no fue una buena idea decirle que viniera; uno, porque se ve jodidamente sexy todo empapado y, dos, porque está mojando toda mi alfombra.

—Tienes que quitarte esa ropa.

Él me da una mirada de sorpresa.

—Pensé que nada de seducción.

Giro la mirada.

—Está empapada, no te hagas ideas, quítatela en el baño. Veré qué puedo encontrar que te quede.

Obviamente, no encuentro nada que le quede a Ares, solo una bata de baño que le regalaron a mi madre hace tiempo y que nunca usó. Me paro frente a la puerta del baño.

—Solo encontré una bata.

Ares abre la puerta y esperaba que estuviera tapándose con la misma o algo así, pero no, la abre y sale en bóxers como si fuera la cosa más normal del mundo. Dios santo, pero qué bueno está.

Yo me sonrojo, y miro hacia otro lado, extendiéndole mi mano con la bata hacia él hasta que la agarra.

—¿Te estás sonrojando?

—No —digo actuando casual.

—Sí lo estás, aunque no entiendo por qué, si ya me has visto desnudo.

¡No me lo recuerdes!

—Ya vuelvo.

Él toma mi mano, con la desesperación clara en su voz.

—¿A dónde vas?

—Puse a hervir leche para hacer chocolate caliente.

De mala gana, suelta mi mano.

Cuando vuelvo, está sentando en el suelo frente a la cama con su espalda contra la misma, jugando con Rocky. Ni siquiera mi perro se puede resistir a él. Se ve tierno con esa bata blanca de baño, le paso su taza de chocolate caliente y me siento a su lado, Rocky viene a mí a lamerme el brazo.

Nos quedamos en silencio, tomando sorbos de nuestras tazas, observando la lluvia golpear el cristal de la ventana. A pesar de que tenemos suficiente distancia entre nuestros cuerpos como para que Rocky pase entre nosotros, aún siento esos nervios que me dan cuando él está cerca.

Me atrevo a mirarlo y sus ojos están ausentes, perdidos, observando la ventana.

—¿Estás bien?

Él baja la mirada a la taza de chocolate en sus manos.

—No lo sé.

—¿Qué pasó?

—Algunas cosas. —Pasa el dedo por la orilla de la taza—. Estaré bien, no te preocupes.

Dejo salir un suspiro.

—¿Sabes que puedes confiar en mí?

Él me mira y sonríe.

—Lo sé.

No quiero presionarlo, sé que cuando él se sienta listo para contarme lo que le está pasando lo hará. Ahí, admirando la lluvia y con una taza de chocolate, nos quedamos en silencio, simplemente disfrutando estar juntos.

 

***

 

ARES HIDALGO

 

Esto se siente bien.

Nunca pensé que estar en silencio con alguien podría llegar a ser tan reconfortante, especialmente con una chica. Lo único que había compartido con chicas hasta ahora habían sido silencios incómodos, miradas incómodas y muchas excusas para alejarlas. Pero con Raquel hasta el silencio es diferente, todo con ella ha sido tan jodidamente distinto.

Desde la primera vez que hablamos, Raquel ha sido tan impredecible, esa fue la primera característica de ella que capturó mi atención. Cuando esperaba una reacción de ella, hacía algo completamente diferente a lo que me había imaginado, y eso me intrigaba. Disfrutaba molestarla, hacerla sonrojar y ver esa arruga en sus cejas cuando se enojaba. Sin embargo, nunca planeé sentir algo más.

Solo es diversión.

Me dije tantas veces cuando me encontraba sonriendo como un idiota pensando en ella.

Solo sonrío así porque es divertido, es todo.

Engañarme a mí mismo había sido tan fácil, aunque no duró por mucho, y supe que estaba en problemas cuando empecé a rechazar chicas porque no sentía nada.

Era como si Raquel hubiera monopolizado todo lo que sentía, y eso me aterrorizaba. Yo siempre he tenido el poder, el control sobre mi vida, sobre lo que quiero, sobre otras personas. Ceder ese poder era imposible, no podía cedérselo a ella.

En toda esa lucha interna, le hice daño una y otra vez. Ella recibió cada golpe, cada palabra hiriente como una bala emocional que dolía aún más que la anterior. Quería creer que ella se daría por vencida y que mi vida volvería a la normalidad, pero en el fondo rezaba porque no se rindiera, que esperara un poco más hasta que resolviera mi desastre.

Ella esperó, pero también se cansó.

¿Quiere que comencemos desde cero? ¿Que luche por ella?

¿Por qué no?

Si alguien se merece mi esfuerzo, es ella.

Es lo mínimo que puedo hacer después de todas las heridas que le causé, estoy agradecido de que por lo menos me esté dando la oportunidad de ganármela. También le agradezco que me haya invitado a su habitación, necesitaba esto, necesitaba la tranquilidad y la paz que ella me brinda.

Terminando mi chocolate, pongo la taza a un lado y estiro mis piernas, poniendo mis manos a los costados. Me atrevo a mirarla, y ella todavía está soplando lo que queda de su chocolate. Supongo que para ella está más caliente que para mí, yo tenía mucho frío cuando me lo tomé.

Aprovechando su distracción, la observo lentamente. Sus pijamas son de esos completos que tienen un cierre en medio y una capucha con orejitas para poner sobre su cabeza. Debe verse adorable con la capucha cubriendo su cabeza. Su cabello está en un desordenado moño que luce alborotado como si hubiera dado muchas vueltas en la cama. No podía dormir, ¿eh?

Inevitablemente, mis ojos caen sobre su cara, y se quedan en sus labios, que están entreabiertos mientras sopla de nuevo su chocolate.

Quiero besarla.

Sentirla contra mí.

Siento que ha pasado una eternidad desde la última vez que probé sus labios y solo ha sido una semana.

Como sintiendo mi mirada, Raquel se vuelve hacia mí.

—¿Qué?

Tengo tantas ganas de tomar tu rostro entre mis manos y besarte, sentir tu cuerpo pegado al mío.

Meneo la cabeza ligeramente.

—Nada.

Aparta la mirada, con el rojo invadiendo sus mejillas. Me encanta el efecto que tengo sobre ella, porque ella tiene el mismo efecto sobre mí, incluso peor. Aprieto mis manos a los costados, no puedo tocarla, ella me dejó entrar aquí, no puedo ahuyentarla ahora.

Suspiro, escuchando las gotas de lluvia impactando la ventana, me siento mucho mejor ahora. Solo tenerla a mi lado me hace sentir mejor.

Estoy tan jodido.

Siento su mano sobre la mía en la alfombra, el calor de su piel me llena y me conforta. No me atrevo a mirarla porque sé que, si lo hago, estaré cerca de perder el control y rogarle por sus besos.

Con mis ojos en el mojado cristal de la ventana, lo digo.

—Mi abuelo está hospitalizado.

Por un segundo, ella no dice nada.

—Oh, ¿qué pasó?

—Sufrió un derrame cerebral y se desmayó en el baño. —Mis ojos siguen a una gota que se desliza por la ventana lentamente—. Los enfermeros del asilo tardaron dos horas en darse cuenta, en encontrarlo inconsciente, así que no sabemos si despertará o si tendrá secuelas muy fuertes.

Ella aprieta mi mano.

—Lo siento mucho, Ares.

—Dos horas... —murmuro, con un nudo formándose en mi garganta, pero trago grueso—. Nunca debimos permitir que se lo llevaran a ese asilo, el dinero nos sobra para pagarle una enfermera que lo cuide en casa. Él estaba bien en casa, y la enfermera siempre revisaba sus niveles de todo, estaba pendiente de él. Estoy seguro de que, si él hubiera estado en la casa, esta mierda no hubiera pasado.

—Ares...

—Debimos luchar contra esa decisión, fuimos unos putos cobardes. Por supuesto, mis tíos querían que él se fuera al asilo, estoy seguro de que cruzaban sus dedos para que muriera ahí y poder reclamar su herencia. Mis tíos, mis primos... —hago un gesto de disgusto— me dan asco. No tienes ni idea de lo que el dinero puede hacer a las personas. Mi padre fue el único que decidió no vivir del dinero de mi abuelo, él solo le prestó dinero para empezar su negocio y cuando se volvió exitoso se lo devolvió. Creo que por eso mi abuelo siempre fue más cercano a nosotros; de alguna forma, admiraba a mi padre.

Raquel acaricia mi mano en una forma tranquilizante mientras continúo.

—Mi abuelo nos ha querido tanto y permitimos que se lo llevaran a ese lugar. Y ahora está... —Respiro profundo—. Me siento tan culpable.

Bajo la mirada. Raquel se mueve y se sienta sobre mis muslos. El calor de su cuerpo acariciando el mío, sus manos sostienen mi cara, obligándome a mirarla.

—No es tu culpa, Ares. No fue tu decisión, no puedes culparte a ti mismo por las decisiones de otras personas.

—Debí luchar un poco más, no sé, hacer algo más.

—Te aseguro que, si hubieras encontrado algo más que hacer, lo habrías hecho. Nada logras atormentándote de esta forma, ahora solo queda esperar y tengamos fe de que todo va a salir bien, él va a estar bien.

La miro directamente a los ojos.

—¿Cómo puedes estar tan segura?

Ella me da una sonrisa sincera.

—Solo lo sé, has pasado por muchas cosas, creo que te mereces un descanso. Tu abuelo va a estar bien.

Sin poder controlarme, la llevo hacia mí y la abrazo, enterrando mi cara en su cuello. Su olor invade mi nariz, calmándome. Me quiero quedar así, con ella junto a mí. Ella me deja abrazarla y acaricia la parte de atrás de mi cabeza.

Es liberador contarle a alguien lo que sientes, dejarlo salir te quita un poco del peso de encima, como si estuvieras compartiendo el dolor. Aspiro su olor, tomando una respiración profunda, enterrando mi rostro aún más en su cuello.

No sé cuánto tiempo nos quedamos así y agradezco que ella no se separe de mí, que me deje tenerla así pegada a mi cuerpo.

Cuando finalmente se separa de mí, quiero protestar, pero no lo hago, mis dedos trazan su rostro con delicadeza.

—Eres tan hermosa —le digo, viendo cómo se sonroja.

La parte de atrás de su mano acaricia mi mejilla.

—Tú también eres lindo.

Una sensación agradable llena mi pecho...

Así que esto es ser feliz. Este momento es perfecto: la lluvia golpeando la ventana, ella sentada sobre mí, su mano sobre mi rostro, nuestros ojos teniendo una conversación tan profunda que las palabras jamás la igualarían.

Siempre pensé que yo nunca tendría algo como esto, que el amor era una excusa hecha para dejar que otra persona te hiciera daño, que dejar entrar a una chica te debilitaría. Sin embargo, aquí estoy, dejándola entrar, y el miedo ha disminuido, ha sido opacado por esta sensación cálida y maravillosa.

Lamo mis labios, observando cada detalle de su rostro, quiero memorizarlo, para cuando ella no esté poder recordarla bien. El sonido de la lluvia se mezcla con su suave respiración, y los latidos de mi corazón hacen eco en mis oídos.

Abro mi boca y lo digo incluso antes de terminar de pensarlo:

—Te amo.

Sus ojos se abren en sorpresa, su mano se detiene sobre mi rostro. Sé que ella no se lo esperaba porque yo tampoco, las palabras salieron de mi boca antes de que pudiera controlarlas. El silencio reina entre nosotros y ella baja su mano para sostener su pecho, dudando, la indecisión clara en su rostro.

—Está bien, no te sientas presionada a responderme —le aseguro, fingiendo una sonrisa—. Lo último que quiero es presionarte.

—Ares... Yo...

Tomo su rostro y me inclino hacia ella, dándole un beso en la mejilla y luego siguiendo a su oído.

—Dije que está bien, bruja. —Mi aliento sobre su piel la hace estremecer y lo disfruto.

Cuando me separo, ella parece aún indecisa, moviéndose sobre mí, y le doy mi mejor sonrisa, apretando sus caderas.

—No te muevas tanto, hay un límite para lo que puedo soportar.

La sangre se apresura a su rostro y baja la mirada.

—Pervertido.

—Preciosa.

Ella me mira de nuevo, roja como un tomate y se levanta, mis muslos se sienten fríos sin su cercanía. ¿Qué diablos me pasa? Es como si estuviera rogando por su atención, su cariño desesperadamente. ¿Quién lo hubiera dicho? Yo, rogándole a una chica, diciéndole que la amo sin obtener una respuesta.

Resoplo, sonriendo, burlándome de mí mismo.

Recuerdo las palabras de Raquel aquella noche en el bar de Artemis después de excitarme e irse: «El karma es una mierda, dios griego». Oh, sí que lo es. Raquel recoge ambas tazas del suelo y las pone sobre la mesa de la computadora para luego girarse y enviarme una mirada extrañada.

—¿De qué te estás riendo?

—De mí mismo —le digo abiertamente, levantándome.

—Es tarde —susurra, cruzando sus brazos sobre el pecho. La siento a la defensiva, cuidadosa, y no puedo culparla. Tiene miedo de que vuelva a hacerle daño.

—¿Quieres que me vaya? —Me sorprende el miedo que adorna mi voz. Ella solo me mira sin decir nada, aclaro mi garganta—. Está bien. —Camino hacia la ventana y veo que la lluvia ha cesado, pero aún está lloviznando.

—Ares... Espera.

Me giro hacia ella de nuevo, está recostada sobre la mesa de la computadora, con sus brazos aún cruzados sobre el pecho.

—¿Huh?

—Puedes... quedarte. —Su voz es suave—. Pero nada de...

—Sexo. —Termino por ella. Raquel abre su boca para decir algo, pero la cierra y solo asiente.

No puedo evitar el alivio que recorre mi cuerpo, no quiero irme, su compañía es más que suficiente para mí. Aunque estar con ella en una cama es una tentación que tal vez me cueste manejar, haré mi mayor esfuerzo.

Su perro se estira frente a la ventana mientras Raquel acomoda la cama, lanzando los cojines a un lado, haciendo espacio para ambos. Ella se acuesta, metiéndose debajo de las sábanas y yo solo puedo imitarla, y me acuesto sobre mi costado para mirarla. Su cama huele a ella y es tan reconfortante. Ella está acostada de espaldas, con su mirada en el techo.

Estamos lo suficientemente cerca para que pueda sentir su calor y mi mente viaja al recuerdo de aquella noche que la toqué en esta misma cama, y estuve a punto de hacerla mía.

No pienses en eso ahora, Ares.

¿Pero cómo no puedo hacerlo? La deseo tanto que aprieto mis manos para no intentar alcanzarla. Me giro hasta quedar sobre mi espalda, debo dejar de mirarla.

Cierro mis ojos, y me sorprende cuando la siento arrastrarse hacia mí. Ella pasa su brazo por mi cintura y descansa su cabeza sobre mi hombro, abrazándome de lado. Mi corazón se acelera y me avergüenza que ahora pueda escucharlo con su oído sobre el mismo.

Esto es lo que necesito.

—Todo va a estar bien —me susurra, dándome un beso en la mejilla—. Buenas noches, dios griego.

Sonrío como un idiota.

—Buenas noches, bruja.