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EL NUEVO DESPERTAR
RAQUEL
Una sensación de calidez y plenitud me invade cuando abro mis ojos para encontrarme a Ares dormido a mi lado. Algo tan simple como que él sea lo primero que veo cuando me despierto puede causar tantas emociones en mí, me hace suspirar y sonreír como una idiota.
Está acostado sobre su espalda, con su rostro ligeramente girado hacia mí. Su cabello negro está desordenado, sus largas pestañas acarician sus pómulos. Él es tan hermoso, pero siento que ya he traspasado más allá de su apariencia, y he visto el chico detrás de ese físico tan perfecto. El chico que no sabe manejar sus emociones, que trata de no mostrar debilidad ante nadie, que se muestra juguetón cuando no está seguro de qué hacer o frío cuando se siente propenso a ser herido.
Cualquiera que conozca a Ares por primera vez, diría que él es un chico perfecto. Cuando en realidad, para mí, él ha sido como una cebolla.
Lo sé, extraña elección de palabras y, sin embargo, muy apropiada. Ares tiene varias capas, justo como una cebolla, y yo con tiempo y paciencia las he ido pelando hasta llegar al chico dulce que anoche me dijo que me amaba.
No pude decirle que yo también lo amaba. ¿Por qué? Esa lucha interminable para llegar al corazón de Ares me causó muchas heridas. En cada capa que pelaba perdía un pedazo de mí, de mis creencias, de mi amor por mí misma. Aún tengo heridas que no han sanado. Y hay una parte de mí que está muy molesta, no con Ares, sino conmigo misma por todo lo que me permití perder con él.
No debería estar aquí, debería haberlo mandado a la mierda hace mucho. Sin embargo, no puedo mandar en mi corazón, no puedo mentir y decir que ya no siento nada por él, que no siento cosquillas en mi estómago y dejo de respirar cuando él me mira con esos ojos tan alucinantes que tiene. No puedo decir que no me siento completamente feliz despertando a su lado.
Estúpido amor.
El tatuaje del dragón se ve tan bien sobre su suave piel. Inquieta, levanto mi mano y trazo con mi dedo su tatuaje. Mis ojos bajan por su brazo y no puedo evitar observar sus abdominales. En algún momento de la noche, Ares se quitó la bata de baño quedando solo en bóxers y, la verdad, no me quejo. La sábana solo lo cubre de la cintura para abajo, y yo me siento como una pervertida lamiendo mis labios.
Mis hormonas están por los aires, y si no fuera por el hecho de que Ares parecía muy deprimido anoche, no lo habría dejado quedarse, porque esto es demasiada tentación para mi pobre ser. Me quedo mirando sus labios y recuerdo aquella noche que me hizo sexo oral en su cama, cómo apreté las sábanas a mis costados, cómo gemí, cómo se sintió.
¡Basta, Raquel! Vas a terminar violándolo.
1... 2... 3.
Vamos, autocontrol, necesito que te recargues.
Mentalmente abofeteando mis hormonas, retiro mi mano y suspiro. Esto va a ser mucho más difícil de lo que pensé. Ares es demasiado provocativo para mi gusto, hasta dormido, ni siquiera tiene que esforzarse. Me pongo cómoda, descansando mi cara sobre la mano para observarlo como la acosadora que soy.
Y entonces él abre sus ojos, sorprendiéndome. Madre mía, qué ojazos tiene, la luz del día se refleja en ellos y teniéndolo tan cerca puedo ver lo profundo y bonito que es el azul de sus ojos.
Me quedo quieta, esperando su reacción. Ares no ha sido el mejor en cuestiones de despertarnos juntos, ha huido ambas veces, nunca hemos estado así, literalmente despertando frente al otro. Así que me preparo para lo peor.
Mi madre dice que los pesimistas viven mejor la vida porque siempre están preparados para lo peor, y, cuando lo peor no pasa, la alegría es doble. Nunca he estado de acuerdo con ella, pero hoy podría decir que consideraría su punto. Estoy tan preparada para ver a Ares levantándose y dándome excusas para irse que, cuando no lo hace, mi corazón se acelera.
Y entonces el idiota dios griego hace lo que menos me espero.
Sonríe.
Como si él no fuera lo suficientemente hermoso recién levantándose con su cabello apuntando en diferentes direcciones, pareciendo vulnerable, el muy tonto me ofrece una sonrisa tan genuina que siento que me va a dar algo.
Doble alegría.
—Buenos días, bruja —me susurra, estirándose.
Me quedo mirando como una tonta cómo los músculos de sus brazos y pecho se flexionan.
Virgen de los Abdominales, creadora de este ser, apiádate de mí.
Ares se quita la sábana y se levanta; está solo en bóxers, así que puedo ver mucho más de lo que debería.
Él se gira hacia mí, alborotando su cabello.
—¿Puedo usar tu baño?
Puedes usarme a mí, guapo.
¡Raquel, control!
Solo asiento, mientras mis inquietos ojos bajan a sus bóxers y noto que está duro.
—Dios. —Me sonrojo, apartando la mirada.
Ares se ríe.
—Es solo el calambre de la mañana, tranquila.
Trago grueso.
—Está bien.
—¿Por qué te estás sonrojando?
—¿De verdad me estás preguntado eso? —Lo miro, pero mantengo mis ojos en su cara.
Se encoge de hombros.
—Sí, ya lo has visto antes, lo has sentido dentro de ti.
Me quedo sin saliva de tanto tragar.
—Ares, no empieces con eso.
Me da una sonrisa torcida.
—¿Por qué? ¿Te excita cuando te hablo así?
Sí.
—Claro que no, solo es... inapropiado.
Sus dedos juegan con la liga de sus bóxers en su cintura.
—¿Inapropiado? —Se lame el labio inferior—. Inapropiado es lo que quiero hacerte, extraño oírte gemir mi nombre.
—¡Ares!
Levanta sus manos en señal de paz.
—Está bien, me voy al baño.
Cuando por fin camina dentro del baño y cierra la puerta, yo finalmente respiro. Después de usar el baño del pasillo y tratar de acomodar el desastre que se volvió mi cabello durante la noche, vuelvo a mi habitación con la ropa seca de Ares en mis manos y lo encuentro sentado en mi cama. Le doy su ropa y trato de no mirarlo mientras se viste, pero cuando se pone sus pantalones veo ese culo que tiene y me muerdo el labio inferior.
—Me gusta hacerte sonrojar, te ves tierna cuando lo haces.
Me sonrojo aún más.
—Aún me sorprende lo inestable que eres.
—¿Inestable? Otra vez con eso.
—Sí.
—¿Y se puede saber qué he hecho hoy para que me llames así?
Lo enumero con mis dedos.
—Anoche: romántico. Esta mañana: sexual, burlón; y ahora: tierno.
Él se ríe y se sienta en la cama para ponerse sus zapatos.
—Veo tu punto, pero es tu culpa, tú me haces sentir demasiadas cosas a la vez. Así que reacciono diferente cada vez, tú me haces inestable.
Levanto una ceja, señalándome.
—Como siempre, echándome la culpa a mí.
Termina con sus zapatos y se levanta.
—¿Tienes planes hoy?
—Déjame revisar mi agenda.
—Claro.
—De verdad, soy una chica muy ocupada.
Él camina hacia mí y yo retrocedo.
—¿Ah, sí?
—Sí. —Él pasa su brazo por mi espalda y me aprieta hacia su cuerpo, su olor me envuelve—. No voy a tomar un no como respuesta; si me dices que no, te seduciré aquí mismo y terminaremos allá. —Señala la cama.
—Qué arrogante. Tienes demasiada confianza en tus habilidades de seducción.
—No, solo sé bien que tú me deseas tanto como yo te deseo.
Me mojo los labios.
—Lo que sea, suéltame, no tengo planes.
Él sonríe victorioso, y me suelta.
—Paso por ti en la noche. —Me da un beso en la frente y se da la vuelta.
Dejo salir un gran suspiro, viéndolo irse a través de mi ventana.
***
Una cita...
¿Cena romántica, cine y un beso de despedida?
Es lo típico, creo que es normal esperar eso de una primera cita. Así es como siempre son reflejadas en la televisión y lo que me ha contado Dani, mi primera fuente de citas.
Así que me sorprende cuando Ares para su auto en el estacionamiento del hospital. Lo observo quitarse el cinturón y yo hago lo mismo.
¿El hospital?
Mi primera cita será en un hospital, qué romántico, dios griego.
Me quedo quieta observando cómo Ares vacila sobre qué decir. Lleva puesta una camisa negra que hace contraste con su cabello oscuro desordenado. Me encanta cómo le queda el negro, o el blanco, o en realidad todos los colores. Siempre se ve tan apuesto, sin ni siquiera intentarlo. Ares se lame los labios, antes de posar esos ojos azules sobre mí.
—Yo... tenía reserva en un lindo restaurante, tickets de cine, y en mente un lugar de helados deliciosos.
Típica cita, ¿eh?
No digo nada, él continúa.
—Cuando salí de la casa, me llamaron: mi abuelo despertó. No quería dejarte esperando o cancelar la cita, no quería volver a cagarla, así que te traje aquí conmigo. Sé que no es perfecto, y es terriblemente antirromántico, pero...
Poso mi dedo sobre sus labios.
—Cállate. —Le doy una sonrisa honesta—. Nunca nada ha sido convencional entre nosotros, así que esto es perfecto.
Sus ojos se suavizan, cargados de emociones.
—¿Estás segura?
—Completamente.
No estaba mintiendo, esto de verdad es perfecto para nosotros; para ser honesta, la típica cita no era lo que yo esperaba con él, esperaba más... Quería más de él. Y esto era más. Ares me está dejando entrar, me está mostrando sus debilidades y el hecho de que me quiera con él en este momento tan vulnerable y tan importante para él significa mucho para mí.
Porque sé que para él no es fácil demostrar lo que siente, especialmente si es su lado vulnerable.
Bajo mi mano y abro la puerta de la camioneta, la caminata hacia la entrada del hospital es silenciosa, pero no incómoda, puedo sentir el miedo y la expectativa emanando de Ares. Él mete las manos en los bolsillos de sus pantalones, las saca y se pasa la mano por el cabello para volverlas a meter.
Está inquieto.
No me puedo imaginar lo que debe estar sintiendo. Cuando saca sus manos de nuevo, tomo una y él me mira.
—Todo estará bien.
Tomados de la mano, entramos al blanco mundo del hospital. La iluminación es tan fuerte que se puede ver cada detalle de las paredes, del suelo. Enfermeras, doctores en batas blancas pasan de un lado al otro. Unos llevan cafés, y otros, carpetas. A pesar de que mi mamá es enfermera, mis visitas al hospital han sido pocas; porque a ella no le gustaba exponerme a este lugar, esa era la razón que me daba siempre. Echo un vistazo a mi mano entrelazada con la de Ares, una sensación cálida me invade.
Algo tan simple como ir de la mano con él se siente tan bien. Después de darle su nombre a una especie de portero en el ascensor, subimos.
El cuarto piso luce silencioso, desolado, solo veo enfermeras en un puesto que pasamos para seguir a un largo pasillo donde ya la iluminación no es tan brillante, sino tenue. Me parece curioso cómo la parte de terapia intensiva no tiene la vibrante luz del piso de abajo, como si la iluminación se adaptara al lugar. Estoy segura de que este piso del hospital ha presenciado muchas cosas tristes, despedidas, dolor.
Al final del pasillo hay tres personas, y a medida que nos acercamos puedo ver quiénes son: Artemis, Apolo y el señor Juan Hidalgo, el padre de Ares. Los nervios me invaden, esto es algo muy íntimo de su familia... ¿Y si incomodo con mi presencia?
El señor Juan está apoyado contra la pared, con sus brazos cruzados sobre el pecho, la cabeza baja.
Artemis está sentado en una silla de metal, inclinado hacia atrás en la misma, con la corbata de su traje deshecha, los primeros botones de su camisa desabrochados. Su usual cabello, perfectamente peinado, está desordenado. Noto que tiene una venda alrededor de los nudillos de su mano derecha.
Apolo está sentado en el suelo, sus codos sobre sus rodillas mientras sostiene su cabeza con ambas manos. Tiene un morado reciente en su mejilla izquierda. ¿Se metió en una pelea?
Cuando escuchan nuestros pasos, sus ojos caen sobre nosotros. Trago grueso al observarlos cuestionar mi presencia en sus miradas, pero cuando notan nuestras manos entrelazadas algo cambia y parecen relajarse.
Ares se apresura a su padre y yo suelto su mano.
—¿Cómo está?
El señor Juan suspira.
—Despierto, el neurólogo está ahí evaluándolo, hablando con él, ya sabes, el chequeo antes de hacerle otros exámenes.
—¿Podremos verlo esta noche? —Ares no se molesta en ocultar la preocupación e incertidumbre en su voz, quiere saber cuánto ha afectado el derrame a su abuelo.
—Yo creo que sí —responde su padre, relajando sus hombros.
Yo me quedo ahí atrás sin saber qué decir o hacer. Ares gira su cuerpo hacia mí, los ojos de su padre siguiendo su moviendo y cayendo sobre mí.
—Papá, ella es Raquel, mi novia.
Novia...
La palabra deja sus labios naturalmente, y noto cómo recuerda lo de que estamos empezando como amigos, pero antes de que pueda retractarse le sonrío al señor Juan.
—Mucho gusto, señor. Espero que el abuelo Hidalgo se recupere pronto.
Él solo me devuelve la sonrisa.
—Mucho gusto. Tú eres la hija de Rosa, ¿no?
—Sí, señor.
—¿Señor? Me haces sentir viejo. —Aunque sonríe, la alegría no llega a sus ojos—. Llámame Juan.
—Claro. —Se ve que es un señor muy agradable, lo cual me desconcierta; me esperaba un viejo amargado y arrogante. Aunque creo que debí suponerlo cuando Ares me contó de él anoche.
Mi padre fue el único que decidió no vivir del dinero de mi abuelo, él solo le prestó dinero para empezar su negocio y cuando se volvió exitoso se lo devolvió. Creo que por eso mi abuelo siempre fue más cercano a nosotros; de alguna forma, admiraba a mi padre.
Juan ha luchado y trabajado duro por llegar a donde está ahora, creo que eso habla muy bien de él. Me pregunto qué pasará a puerta cerrada para que la mamá de Ares le fuera infiel y lo suficientemente descuidada como para dejar que Ares siendo un niño lo presenciara.
Siempre pensé que los hombres eran los que jodían los hogares, lo sé, es una generalización terrible, pero ahora me doy cuenta de que no es así, que cometer errores que marcan vidas es de ambos géneros.
Saludo con la mano a Artemis y a Apolo, quienes me sonríen. Artemis no se ve como el tipo de persona de pelearse con alguien, él siempre luce tan regio, maduro y frío. O tal vez estoy sacando conclusiones que no son.
Un doctor alto, mayor y de cabello blanco sale de la habitación, ajustando sus lentes. Doy un paso atrás, dejando que Apolo y Artemis se pongan al lado de Ares para escuchar lo que el doctor tiene que decir.
—Son buenas noticias. —Los suspiros hacen eco en el pasillo.
El doctor procede a explicar un montón de cosas en su jerga médica que no entiendo bien, pero lo poco que descifro es que, al parecer, aunque aún faltan algunos exámenes por hacer, las secuelas del derrame son mínimas en el abuelo y que va a estar bien. El doctor les dice que ya pueden pasar a verlo y se retira.
Me quedo observando cómo los tres hombres frente a mí vacilan, quieren darse un abrazo, pero sus formas de ser no se lo permiten, y eso me parece tan triste. ¿Por qué es tan difícil entender que está bien abrazarse cuando quieres llorar de alegría porque tu abuelo estará bien?
Las emociones cruzan sus rostros tan claras: alegría, alivio, culpabilidad.
Decidida, tomo el brazo de Ares y lo giro hacia mí y, antes de que pueda decir algo, le doy un fuerte abrazo. Puedo ver por encima del hombro de Ares cómo Apolo abraza a su padre y un dudoso Artemis se los une.
Cuando nos separamos, los tres se preparan para entrar y yo le doy unas últimas palabras de aliento a Ares antes de verlo desaparecer dentro de esa puerta. Es comprensible que yo no entre ahí, no creo que el abuelo quiera ver a una desconocida después de despertarse de algo así.
Me siento en la silla de metal donde antes estaba Artemis.
Estoy absorta en mis pensamientos, los pasos resuenan por todo el piso. Cuando levanto mi mirada, veo a una chica caminar hacia mí, aunque me toma unos segundos reconocerla sin su uniforme: Claudia.
Ella me saluda y charlamos un rato. Le pregunto unas cosas y ella está a punto de contestar cuando escuchamos el claro sonido de tacones dirigiéndose a nosotros. Claudia se gira y yo sigo su mirada.
Sofía Hidalgo camina perfectamente en sus tacones rojos de punta fina de cinco pulgadas, lleva puesta una falda blanca que cubre sus rodillas y una camisa del mismo color con estampados rojos. En sus manos trae una cartera discreta, pequeña, también de color carmesí. Su rostro luce impecable con un maquillaje que parece profesionalmente hecho, su cabello está en una apretada cola de caballo.
Esta señora estará en sus cuarenta, casi cincuenta, y se ve de treinta; la elegancia que porta es tan genuina que cualquiera diría que nació con ella. Es muy hermosa, pero esos ojos azules que mi dios griego heredó de ella caen sobre mí y una perfecta ceja se levanta.
—¿Y quién eres tú?