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EL NOVIO
Las personas no son lo que parecen.
Nunca juzgues un libro por su portada.
Todos aquellos dichos que se refieren a que jamás creas que sabes cómo es una persona con tan solo mirarla cobran sentido delante de mis ojos. ¿Por parte de quién? Claudia.
La primera vez que vi a Claudia, me dio un aire de sumisa y recatada, una chica de servicio que está acostumbrada a bajar la cabeza frente a sus jefes, que ha presenciado los mejores y peores momentos de la familia para la que trabaja, pero no dice nada al respecto.
¿Estaba equivocada?
Sí, y de manera abismal.
La madre de Ares espera por mi respuesta, sin molestarse en ocultar su mirada despectiva. No puedo articular palabra, no me da vergüenza admitir que estoy muy intimidada por esta señora.
Doña Sofía cruza los brazos sobre su pecho.
—Te hice una pregunta.
Me aclaro la garganta.
—Mi nombre es Ra-Raquel. —Le extiendo mi mano de manera amable.
Ella le da un vistazo a mi mano y luego vuelve a mirarme.
—Bien, Ra... Raquel. —Se burla de mi tartamudeo—. ¿Qué haces aquí?
Claudia se pone a mi lado y con la cabeza en alto y voz firme le responde.
—Vino con Ares.
A la mención de Ares, la señora alza una ceja.
—¿Estás bromeando? ¿Por qué traería Ares a una chica como ella?
Claudia desvía la mirada.
—¿Por qué no le pregunta usted misma? Oh, cierto, la comunicación con sus hijos no es su fuerte.
Doña Sofía aprieta sus labios.
—No empieces con tu tonito, Claudia. Lo menos que quieres es provocarme.
—Entonces deje de mirarla de esa forma, ni siquiera la conoce.
La señora nos da una mirada cansada.
—No tengo que perder mi tiempo con ustedes. ¿Dónde está mi marido?
Claudia no le responde, solo le señala la puerta, y la señora entra, dejándonos solas y, por fin, siento que puedo respirar.
Agarro mi pecho.
—Qué señora tan desagradable.
Claudia me sonríe.
—No tienes idea.
—Pero a ti no parece intimidarte.
—Crecí en esa casa, creo que desarrollé la habilidad de lidiar con personas intimidantes muy bien.
Tiene sentido, recordé lo intimidante que es Artemis, y hasta el mismo Ares antes de conocerlo bien, y ahora esta señora... Definitivamente, Claudia debe ser inmune a ese tipo de personalidades fuertes, después de crecer rodeada por ellos.
—Me imagino, solo pensé que como ella es tu jefa, tú...
—¿Le permitiría intimidarme y tratarme mal? —termina por mí—. Ella no es mi jefa, el señor Juan lo es, y él siempre me ha protegido de esa bruja, sobre todo después de... —Claudia se detiene—. Creo que he hablado demasiado de mí, cuéntame de ti.
Suspiro y nos sentamos.
—No hay mucho que contar, solo que he caído en el hechizo de los Hidalgo.
—Eso lo puedo ver, pero veo que ya lograste que ese idiota admitiera sus sentimientos.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque estás aquí —me responde—. El abuelo Hidalgo es una de las personas más importantes para ellos, el hecho de que estés aquí dice mucho.
—He escuchado tanto de ese señor que quisiera conocerlo.
—Espero que lo conozcas pronto, es una persona maravillosa.
Nos quedamos conversando un rato, y me doy cuenta de lo bien que me cae Claudia. Es una chica divertida y con un carácter fuerte. Creo que podríamos ser muy buenas amigas. Ella me da una muy buena sensación y me siento cómoda a su lado. Hay personas con las que simplemente tenemos buena química y hacemos una especie de clic, incluso después de hablar una vez.
Finalmente, después de hablar un rato con Claudia, Ares sale de la habitación seguido de Artemis y Apolo. Claudia y yo nos levantamos. Los ojos de Artemis encuentran los de Claudia y él aprieta sus labios antes de darse la vuelta y alejarse por el pasillo.
Apolo nos sonríe, evitando los ojos de Claudia a toda costa.
—Vamos por un café, el abuelo preguntó por ti, Claudia, y deberías entrar cuando salgan mis padres. —Y con eso el hermano menor de los Hidalgo siguió a Artemis.
Ares se acerca a mí, con sus ojos azules llenos de emoción, de alivio, de tranquilidad. No me imagino lo preocupado que ha estado todos estos días por su abuelo, que al parecer ya está bien.
El dios griego toma mi mano, y no puedo evitar notar que no saluda a Claudia.
—Vamos, bruja.
Le echo un vistazo a Claudia, quien tiene la cabeza baja, y un murmullo sale de sus labios.
—Lo siento.
Ares la mira.
—No fue tu culpa. —Él suena honesto—. La impulsividad de él jamás será tu culpa, Claudia.
Ella solo asiente, y yo no entiendo ni mierda.
Me despido de Claudia y sigo a Ares. Mis ojos caen sobre su mano fuerte sobre la mía y luego suben por su brazo, su hombro y el perfil de su lindo rostro. Caminar con él de la mano se siente tan irreal.
Papá, ella es Raquel, mi novia.
Su novia...
El título hace que mi corazón palpite de emoción, jamás pensé llegar a ser su novia; él es el chico que acosaba desde las sombras, fantaseando con estar a su lado algún día de esta forma, pero nunca pensé que eso se cumpliría.
Ares me mira, sus lindos labios forman una sonrisa, y juro que mi corazón amenaza con saltar de mi pecho y dejarme.
Quiero besarlo.
Aprieto mi mano libre para controlarme y no agarrarlo hacia mí y estampar mis labios contra los de él. Llegamos a la cafetería del hospital y Ares me deja en una mesa después de preguntarme qué quiero, para ir a pedir algo para los dos. Con mis manos sobre mi regazo, echo un vistazo alrededor.
Encuentro a Artemis y a Apolo, sentados en mesas diferentes. Arrugo mis cejas. ¿Qué les pasa a esos dos?
Lentamente, mi cabeza comienza a atar los cabos: la mano vendada de Artemis, el ojo morado de Apolo, la mirada y la tensión incómoda entre Artemis y Claudia cuando salió de la habitación. ¿Acaso... se pelearon por ella? No puede ser. Apolo está interesado en Dani, ¿o no? Y pensar que Artemis esté interesado en Claudia no suena propio de él, ¿o sí?
¿Qué mierda está pasando?
Ares vuelve, poniendo un Caramel Machiatto frente a mí, mi favorito.
—Gracias —le digo con una sonrisa.
Él se sienta, extendiendo sus largas piernas al frente y yo sé lo definido que están los músculos de sus muslos debajo de esos pantalones, también sé lo que hay en medio de esas piernas.
Raquel, por Dios, estás en un hospital.
Cuestionando mi moral, tomo un sorbo del café, cerrando los ojos, qué delicia. Cuando abro mis ojos, Ares tiene una ceja levantada. Yo me lamo los labios, sin querer perderme ni una gota de esta delicia.
—¿Qué?
—Nada.
Entrecierro mis ojos.
—¿Qué?
—La cara que acabas de hacer me recordó a la que pones cuando te hago tener un orgasmo.
Mis ojos se abren tanto que duelen, el calor invade mis mejillas.
—Ares, estamos en un hospital.
—Tú insististe en saber.
—No tienes vergüenza.
Su boca forma esa sonrisa torcida que lo caracteriza y que me hace dejar de respirar.
—No, lo que tengo es ganas de ti.
Me aclaro la garganta, tomando otro sorbo de mi café. Ares extiende su mano sobre la mesa, con la palma hacia arriba, ofreciéndomela. Yo no dudo al tomarla.
—Sé que no debí decir que eras mi novia allá arriba, no quiero presionarte. Sé que debo ganarme las cosas.
—Está bien, de verdad.
Su mano se separa de la mía y casi hago puchero; él bebe de su café también y me da curiosidad saber cuál es su favorito.
—¿Qué pediste?
Me responde en tono burlón.
—Un café.
—Eso ya lo sé, me refiero a qué tipo de café pediste.
Ares se inclina sobre la mesa, su cara muy cerca de la mía.
—¿Por qué no lo averiguas tú misma? —Señala sus labios.
Así de cerca, puedo ver lo mojados que están y lo suaves que parecen, pero lo empujo ligeramente, alejándolo.
—Buen intento.
—¿Hasta cuándo me vas a torturar, bruja?
—No te estoy torturando.
—Sí lo haces, pero está bien, me lo merezco.
Hablamos un rato, y me doy cuenta de que su humor ha cambiado drásticamente, está contento, aliviado, y me gusta verlo así. La curiosidad me gana.
—¿Qué está pasando con esos dos? —Le señalo a Artemis y a Apolo.
—Se pelearon.
—¿Por Claudia?
Ares me da una mirada sorprendida.
–¿Cómo sabes eso?
—Solo até cabos. ¿Qué pasó con ella?
—No me corresponde hablar de eso.
—Ash, qué aburrido.
Ares cruza sus brazos sobre su pecho.
—No soy una vieja chismosa, soy tu novio.
Le salió tan natural que ni siquiera se dio cuenta que lo dijo hasta que notó mi expresión de sorpresa. Ares se rasca la parte de atrás de la cabeza.
—Me has vuelto un tonto.
—Un tonto que me encanta.
Ares me da una sonrisa triunfal.
—¿Te encanto, amiga?
Me sonrojo, soltando una risita como una tonta.
—Solo un poco.
Después de pasar de nuevo por la habitación de su abuelo, Ares me trae a mi casa, estacionando su camioneta enfrente. Él solo apaga las luces de la camioneta, pero la deja encendida. La tensión sexual en el ambiente me dificulta la respiración. Él se quita el cinturón y gira su cuerpo hacia mí.
—Sé que no fue la cita más romántica del mundo, pero la pasé muy bien, gracias por estar a mi lado esta noche.
—Fue perfecta —le digo honestamente—. Me alegra mucho que tu abuelo esté bien.
Ares reposa su codo sobre el volante y pasa su pulgar por su labio inferior.
—Es el momento de la pregunta importante.
—¿Qué pregunta?
Él se inclina sobre mí, obligándome a enterrar mi espalda en mi asiento, su cara está tan cerca de la mía que su respiración acaricia mis labios.
—¿Besas en la primera cita?
No he pensado en eso, en absoluto, no tengo mucho conocimiento en el mundo de las citas, pero recuerdo a Dani diciéndome que ella era de las que besaba en la primera cita, que ella necesitaba saber si había química o no, para no perder el tiempo con otras citas.
Sin embargo, esta situación no es lo mismo, sé que hay química, demasiada diría yo, y que él besa deliciosamente, y ese es el problema. No sé si pueda controlarme si lo beso, mi autocontrol tiene un límite.
Ares se lame los labios.
—¿No me vas a responder?
Mi respiración ya está agitada, mi corazón al borde del colapso, no puedo hablar. Ares deja salir un suspiro de derrota, y vuelve a su asiento.
—Lo siento, te estoy presionando de nuevo.
Sin poder evitarlo, me quito el cinturón y lo agarro del cuello de su camisa para llevarlo hacia mí, sus labios encuentran los míos y gimo ante la sensación de sentirlos.
Ares gruñe, tomándome del cabello, moviendo sus labios agresivamente sobre los míos. El beso no es romántico y no quiero que lo sea, ambos nos hemos extrañado demasiado para que lo sea, es un beso carnal, apasionado, lleno de emociones volátiles y fuertes. Nuestras respiraciones calientes se mezclan mientras nuestros labios mojados se rozan, se aprietan, se chupan entre sí, encendiendo ese fuego incontrolable que fluye entre nosotros con tanta facilidad.
Su lengua traza mis labios, para después entrar en mi boca, intensificando el beso. No puedo evitar gemir contra sus labios. Ares pasa su brazo libre por mi cintura para pegarme más a él. Mi cuerpo está electrificado con sensaciones, cada nervio respondiendo a cada toque por mínimo que sea.
Ares se abalanza sobre mí, forzándome a retroceder en mi asiento, sin separar su boca de la mía. Él usa la palanca para echar mi asiento hacia atrás, y se pasa de su lugar al mío, quedando completamente sobre mí. Me sorprende la habilidad que tiene para hacer eso tan rápido. Sus piernas quedan entre las mías, separándolas, y me alegra tener leggings debajo de mi vestido de otoño, porque él mismo se sube hasta mis caderas, exponiéndome.
Él presiona su cuerpo contra el mío y puedo sentir lo duro que está a través de sus pantalones. Sus labios dejan los míos para atacar mi cuello. Observo el techo de la camioneta mientras él devora con sus labios la piel de mi cuello, y baja hasta mi pecho, sus manos torpes bajando las tiras de mi vestido.
Yendo en contra de todo lo que estoy sintiendo en estos momentos, pongo mis manos sobre sus hombros.
—Ares, no.
Él levanta su cabeza, sus ojos azules llenos de deseo encuentran los míos y mi autocontrol vacila. Su pecho sube y baja con su acelerada respiración. Por un momento, creo que se enojará por ponerlo así para después decirle que no, pero me sorprende con una cálida sonrisa.
—Está bien.
Su boca encuentra la mía nuevamente, pero esta vez de manera suave y tierna. Yo sonrío contra sus labios, y murmuro:
—Latte de Vainilla.
Él se separa un poco.
—¿Qué?
—El café que tomaste.
Ares me devuelve la sonrisa, y está tan jodidamente hermoso en la mezcla de semioscuridad de la camioneta, con el color de sus ojos resaltando. Él señala sus pantalones.
—¿Aún piensas que esto no es tortura?
—Solo un poco.
—Claro, aunque para mí está bien. —Pasa la parte de atrás de su mano por mi mejilla—. Solo hará mucho más intenso el momento en el que te entregues a mí otra vez.
—Suenas muy seguro de que eso pasará.
—Lo estoy. —Su seguridad siempre ha parecido sexy—. ¿Crees que no sé lo mojada que estás en estos momentos?
—Ares...
—¿Recuerdas lo rico que se siente cuando estoy dentro de ti? Ese roce, esa fricción que te lleva a la locura y te hace rogarme por más.
—Dios... —Pongo mis manos sobre su pecho—. Deja de hablar así.
—Estás toda roja. —Ares sonríe y vuelve a su asiento—. También tengo derecho a torturarte.
—Idiota —murmuro, recuperando mi compostura—. Debo irme. —Abro la puerta, y no me sorprende lo temblorosa que está mi mano. Me bajo. —Buenas noches. —Cierro la puerta detrás de mí.
Ares baja el vidrio, con su antebrazo sobre el volante.
—Ey, bruja. —Lo miro—. Cuando te toques esta noche, gime mi nombre con fuerza. —Dejo de respirar, él me guiña un ojo—. Yo haré lo mismo, pensando en ti.
Cierra el vidrio y se va, dejándome con la boca abierta.
¡Estúpido, pervertido, dios griego!