48
LOS HIDALGO
ARES HIDALGO
El imponente sol de Grecia quema mi piel, y me obliga a esconderme detrás de lentes de sol. El clima, contrario al de casa, no es frío, pero tampoco caliente, manteniéndose en un término medio que he disfrutado mucho desde que llegamos.
Estoy acostado en una silla frente a la piscina de aguas cristalinas del resort; la vista es relajante, se puede ver toda la costa y la playa más allá de la piscina. Para mí, Grecia siempre ha tenido un aire de antigüedad, de historia, que te brinda una sensación extraña, pero en el buen sentido.
A mi lado, está sentado mi abuelo, Claudia está de pie a su lado, recogiendo sus medicinas de una mesa bajo una sombrilla. Lleva puesto un vestido de baño rojo que combina con su cabello y un vestido transparente que apenas la cubre.
—Creo que ya he tenido suficiente. —El abuelo gruñe y comienza a levantarse. Yo lo ayudo con Claudia a ponerse de pie.
—Sí, es hora de descansar.
El abuelo se suelta de mi agarre gentilmente.
—Ares, hijo, aún puedo caminar solo.
Levanto mis manos en el aire.
—Me ha quedado claro.
Los observo cruzar las puertas de vidrio, y el sonido de una notificación llama mi atención; como loco, recojo mi teléfono, pero no hay nada.
Nada.
No he sabido nada de Raquel desde hace más de dos horas.
Y mierda, cómo me tiene de desconcentrado.
Hablé con ella para desearle feliz año nuevo cuando llegó la medianoche aquí, pero después de eso no supe más nada de ella, ni siquiera cuando la medianoche llegó allá. Le he enviado mensajes, la he llamado y no hay respuesta. ¿Estará dormida aún? A pesar de que aquí ya son las tres de la tarde, allá todavía es temprano en la mañana.
Otro sonido de notificación, pero con mi celular en la mano sé que no es mi teléfono, sino el de Apolo, que está sobre una silla.
Apolo está nadando en la piscina para variar, nadar siempre ha sido su hobby desde que era pequeño. Me quedo mirando la pantalla de su teléfono, sorprendido con la cantidad de notificaciones que ha recibido de... ¿Facebook?
Apolo nunca ha sido muy activo en Facebook, ¿o sí?
Pero las notificaciones no paran. Así que camino hasta la orilla de la piscina con una toalla y su celular en mano, me agacho cuando Apolo emerge del agua, sacudiendo su pelo.
—Tu celular va a explotar.
Apolo me da una mirada de confusión.
—¿Mi celular?
—¿Desde cuándo eres tan activo en Facebook?
—No lo soy.
Apolo se sienta en la orilla, se pone la toalla alrededor de sus hombros y sacude el agua de su mano para tomar su teléfono. Yo me siento a su lado porque no tengo nada mejor que hacer, ahora que la bruja me está ignorando.
Apolo desplaza su dedo sobre la pantalla de su teléfono, y veo su expresión de confusión creciendo.
—Oh, mierda.
—¿Qué pasa?
Como si mi celular quisiera responder, el bombardeo de notificaciones también comenzó a llegarme a mí. Estoy a punto de revisar cuando Artemis aparece en mi campo de visión y no se ve nada alegre, trae su celular en la mano.
—Apolo. —Artemis gruñe y veo a mi hermano menor bajar la cabeza—. ¿Por qué subiste esa foto sin permiso?
Yo los miro a los dos.
—¿Qué foto?
—No pensé que esto pasaría, solo tengo conocidos en mi Facebook. —Apolo explica y yo sigo sin entender.
—¿Alguien me puede explicar qué pasa?
Artemis pone la pantalla de su teléfono en mi cara, mostrándome una foto que nos tomamos esta mañana los tres en shorts, sin camisa, con lentes de sol al lado de la piscina. El parentesco es obvio, y no me da vergüenza decir que nos vemos muy bien.
Artemis suspira.
—Alguien se robó la foto del Facebook de Apolo y la puso en una página de Facebook que se llama «Chicos hermosos».
Apolo sigue sorprendido.
—La foto se volvió viral y tiene un montón de «me gusta» y los comentarios no paran.
Artemis le da una mirada asesina a Apolo.
—En los comentarios todas esas mujeres planearon encontrarnos, y de alguna manera lo hicieron porque tengo más de dos mil solicitudes de amistad y siguen creciendo.
Revisando mi teléfono, me doy cuenta de que yo también tengo un montón de solicitudes de amistad y mensajes al privado de desconocidas.
—Relájate, Artemis —trato de calmarlo—. Es una molestia, pero mira el lado positivo, publicidad gratuita para la compañía Hidalgo.
Artemis nos da una última mirada antes de irse, sigue sin verse feliz, pero, bueno, las expresiones de alegría tampoco son su fuerte.
—¿Leíste los comentarios? —Apolo me comenta, absorbido por su celular.
Lleno de curiosidad, me meto en la foto y me dispongo a leer algunos de los comentarios.
Me detengo porque los comentarios cada vez suben más y más de nivel. Guao, es increíble lo que la gente puede decir sin ni siquiera conocernos.
Me siento observado y levanto mi mirada para encontrarme con un par de ojos grises muy bonitos. Una chica de pelo negro y su amiga rubia acaban de meterse a la piscina al otro lado. No es la primera vez que las veo, desde que llegamos al resort hace dos semanas, siempre nos las hemos encontrado en las áreas comunes.
Apolo sigue mi mirada.
—La chica que te persigue, ¿eh?
—No me persigue.
—Sabes bien que sí, hasta yo me he dado cuenta. —Apolo le echa un vistazo—. Es muy exótica, tu tipo.
Me paso la mano por el cabello.
—¿Mi tipo? —Sí, él tiene razón, ese solía ser mi tipo, las chicas de cabello oscuro y ojos claros, y terminé enamorado de una chica que no tiene ninguna de esas características, qué irónica es la vida—. Ya yo no tengo un tipo, solo está ella.
Apolo me da una gran sonrisa.
—Estoy orgulloso de ti.
—Y yo de ti, hermano que ya no es virgen.
—No empieces.
—Ah, vamos, es normal tener curiosidad, mi primera vez fue un desastre.
—Mentira.
—Lo juro, me tardé como cinco minutos en ponerme el condón.
Apolo hace una mueca de incomodidad.
—Demasiada información, Ares.
—Tengo que preguntar. ¿Te pusiste condón, Apolo?
—Claro. ¿Por quién me tomas?
—Bien.
Cuando es hora de comer en familia, mi madre abre la boca, revisando algo en su teléfono.
—Somos trending topic en Twitter.
Artemis echa la cabeza hacia atrás, gruñendo.
—No me digas que esto es por la foto.
Mi madre nos muestra.
—Miren, el hashtag Hidalgo está en los primeros diez.
Las redes sociales nunca dejarán de sorprenderme.
Claudia arruga las cejas.
—¿Qué foto?
Apolo se sienta, tomando un pedazo de piña.
—¿Recuerdas la foto que nos tomaste esta mañana?
Claudia asiente, Apolo mastica y habla.
—Se volvió viral.
Mi madre le da una mueca de asco.
—No mastiques y hables, Apolo, qué maleducado.
Yo también me siento, y reviso mi teléfono de nuevo; aparte de la locura de la foto, no tengo ningún mensaje de la bruja.
¿Dónde estás, Raquel?
¿Acaso no me extrañas?
Porque yo me estoy muriendo por hablar contigo.
Abro la conversación de mensajes con ella y veo que aún no ha visto mis mensajes. Mi teléfono suena en mis manos, pero mi emoción se desvanece cuando veo que es Samantha.
Me alejo de la mesa para contestar.
—¿Aló?
—Oh, feliz Año Nuevo, Ares. —Su voz suena cohibida, algo no está bien.
—¿Qué pasa?
Ella duda al otro lado de la línea.
—Algo pasó, Ares.