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LOS REGALOS

RAQUEL

 

Medicación...

Sesiones de terapia...

Consultas psiquiátricas...

Y un montón de cosas más relacionadas con el estado de Joshua es todo lo que puedo escuchar en el hospital mientras pasa el día. No sé si es el cansancio o la falta de sueño, pero se me hace difícil prestar atención y entender bien de lo que están hablando.

Mi madre prácticamente me sacó del hospital cuando cayó la noche, argumentando que tenía que descansar, que ya había pasado demasiado tiempo ahí. Dani llegó para hacerle compañía a Joshua en mi lugar, ya que los padres de Joshua estarían descansando por la noche, estaban devastados.

Después de llorar un rato sobre el hombro de mi mejor amiga, me despido de Joshua y salgo de ahí. Llego a una casa vacía y silenciosa. Cierro la puerta detrás de mí y descanso mi espalda sobre la misma y juego con las llaves en mis manos, sin separarme de la puerta.

Así no es como imaginaba la primera noche del año nuevo; al parecer a la vida le gusta golpearnos cuando menos lo esperamos para ver cuánto podemos aguantar. Me siento como si hubiera sido golpeada en el estómago y me hubieran dejado sin aire aunque estoy respirando.

Mi mente sigue tratando de entender, de buscar razones, de señalar culpables, de culparme. Aún recuerdo mi conversación con Joshua antes de irme:

—Sé que quieres preguntar, así que solo hazlo. —Joshua me sonríe—. Está bien.

Froto mis brazos, en un intento de entrar en calor y ganar tiempo para escoger mis palabras cuidadosamente, mientras Joshua solo espera.

—¿Por qué? ¿Por qué lo hiciste?

Joshua aparta la mirada, suspirando.

—No lo entenderías.

Me siento en la cama de hospital a su lado.

—Intentaré entenderte.

Su mirada vuelve a caer sobre mí.

—Dame tiempo, prometo decírtelo, ahora no... puedo.

Pongo mi mano sobre su hombro, y le doy una gran sonrisa.

—Está bien, seré paciente.

Él pone su mano sobre la mía, sus ojos clavados en los míos.

—Te he extrañado tanto.

—Yo también, Yoshi. —Bajo mi cabeza—. Yo... lo siento.

—Shhhhh. —Él toma mi mejilla gentilmente, obligándome a mirarlo—. No tienes que disculparte, Rochi. —Su pulgar acaricia mi piel.

—Pero...

Su pulgar se mueve hasta quedar sobre mis labios.

—No, para.

El roce de su dedo contra mis labios me hace cosquillas.

—Está bien.

—Ahora ve a casa a descansar. —Él baja su mano y se acerca a mí, dándome un beso en la frente, para luego retroceder—. Ve, estaré bien con Medusa.

Me río un poco.

—No la llames así o vas a tener una noche muy larga.

Joshua se encoge de hombros.

—Vale la pena, es el sobrenombre más adecuado que se me ha ocurrido.

Dani entra, murmurando algo sobre la calidad del café del hospital, y nos encuentra sonriendo como idiotas. Ella alza una ceja.

—¿Qué? ¿Estaban hablando de mí?

—Nop —decimos al mismo tiempo.

Ahí los había dejado, peleando sobre sobrenombres y boberías como de costumbre.

Me ruedo en la puerta hasta quedarme sentada en el suelo, con las rodillas contra mi pecho. Sé que necesito bañarme y dormir, pero no encuentro la energía para hacerlo, solo me quiero quedar aquí.

Saco mi celular del bolsillo y veo la oscura pantalla. Se me descargó unas horas después de llegar al hospital, y me pregunto si Ares me ha enviado algún mensaje. Tal vez esté muy ocupado celebrando el Año Nuevo con su familia para darse cuenta de mi ausencia en los mensajes, y no lo culpo, no le he dicho lo que pasó con Joshua. Mi mente ha estado tan enfocada en tratar de entender y creer que esto de verdad le había pasado a mi mejor amigo que no tuve cabeza para enviarle a Ares. Luego mi celular murió y no quería despegarme de Joshua para ir a cargarlo.

Con pasos lentos, subo y me doy una ducha caliente. No puedo negar que el agua se siente bien sobre mi piel y relaja mis tensos músculos. Ahora que estoy un poco más relajada, dejo que el dios griego invada mis pensamientos.

Lo extraño tanto.

Estas semanas se han sentido como una eternidad, es tan desconcertante cuando te acostumbras a ver a una persona casi todos los días y, de pronto, ya no la ves. Aún faltan unos días para que vuelva y sé que será difícil, sobre todo ahora, que mataría por uno de sus abrazos, por sentirlo junto a mí, dándome seguridad.

En pijama, me siento en la cama y conecto mi celular para que se cargue, ansiosa; veo cómo se enciende, los sonidos de los mensajes comienzan a hacer eco por todo el cuarto. Rocky está durmiendo plácidamente en la esquina, los sonidos de las notificaciones no parecen molestarlo en lo absoluto.

Rápidamente, abro la conversación de Ares, tengo un montón de mensajes de él. Eso no me lo esperaba.

12:15 h

Te estaba llamando para desearte feliz año, y no contestaste.

12:37 h

¿Bruja?

01:45 h

¿Por qué no contestas el teléfono?

02:20 h

¿Te quedaste dormida?

09:05 h

Raquel, estoy comenzando a preocuparme. ¿Estás bien?

10:46 h

Mierda, Raquel, estoy muy preocupado ahora.

Ese fue su último mensaje.

Me muerdo el labio inferior mientras comienzo a escribir una respuesta; sin embargo, no puedo ni terminar de escribir bien la primera palabra cuando mi teléfono suena en mi mano.

Llamando dios griego <3

Mi corazón hace lo usual, amenazando con salirse de mi pecho, tomo una respiración profunda.

—¿Aló?

Hay un segundo de silencio, como si no esperara que contestara, como si estuviera acostumbrado a que no respondiera, pero la seriedad de su voz me sorprende.

—¿Dónde estás?

—En mi casa.

—Mira por la ventana.

Y cuelga, confundida, me quedo mirando el teléfono. Mi mirada cae sobre la ventana, está cerrada por el frío; allá afuera, está nevando de nuevo. Me levanto y camino a la ventana, moviendo las cortinas a un lado.

Ares...

Ahí, de pie, en su patio. Se ve un poco bronceado, en jeans y con una chaqueta negra sobre una camisa blanca. Su cabello negro en ese desorden que le queda perfecto, solo a él. Quisiera decir que me acostumbro a verlo, a la profundidad de esos ojos azules, a la confianza de su postura, a lo hermoso que es, pero mentiría, creo que jamás me acostumbraré y ahora menos que he pasado dos semanas sin verlo.

Mi cuerpo reacciona a él como de costumbre, mi corazón latiendo desesperado, mi estómago dando vueltas, y mis manos sudando un poco. Sin embargo, no son las reacciones físicas las que siempre me toman por sorpresa, sino las sensaciones, lo que me hace sentir, la emoción que llena mi pecho, cómo me hace olvidar que existe un mundo alrededor de mí.

Copos de nieve caen sobre él, aterrizando en su chaqueta y en su cabello. No puedo creer que de verdad esté aquí.

Él me da esa sonrisa que dejaría sin aliento a cualquiera.

—Hola, bruja.

No sé qué decir, estoy sin palabras, y él parece saberlo, porque silenciosamente se salta la cerca que divide nuestros patios y sube por las escaleras para llegar a mi habitación por la ventana.

Doy un paso atrás, enfrentándolo, sus ojos viendo a través de mí. Quiero hablar y decirle lo que pasó, pero por la forma en la que me mira sé que ya lo sabe. Sin previo aviso, me agarra de un brazo hasta que me estrello sobre su pecho y me abraza fuerte, su olor llenando mi nariz, haciéndome sentir segura. Y en ese momento, no sé por qué, lágrimas brotan de mis ojos sin control y me encuentro llorando desconsoladamente.

Ares solo me consuela, acariciando la parte de atrás de mi cabeza, y mis palabras apenas se entienden.

—Él... casi muere... Yo no sé qué hubiera hecho si... Me siento tan culpable.

Él solo me deja llorar y murmurar todas las cosas que quiero decir, apretándome fuerte contra su pecho. Dios, lo he extrañado tanto. Nos separamos y él toma mi rostro con ambas manos, sus pulgares limpiando mis lágrimas, y presiona sus labios ligeramente sobre los míos, dándome un beso suave y delicado como si tuviera miedo de que me rompiera si me besara profundamente.

Nos separamos y él descansa su frente sobre la mía, sus ojos traspasando mi alma.

—¿Por qué no me lo dijiste?

Doy un paso atrás, poniendo distancia entre nosotros, no puedo concentrarme teniéndolo tan cerca.

—Yo... No lo sé, todo pasó tan rápido. Mi cabeza estaba hecha un desastre. Además, tú estabas muy lejos, no quería incomodarte.

—¿Incomodarme? —La palabra parece molestarle—. Raquel, tú eres una de las personas más importantes en mi vida, si es que no eres la más importante; tú jamás me incomodarás, tus problemas son mis problemas, pensé que todo el asunto de ser una pareja era poder contar el uno con el otro. Me molesta que sientas que no puedes contar conmigo.

—Lo siento.

—No te disculpes, eso no es lo que quiero, solo quiero que si alguna vez estás en una situación difícil me lo digas, no te quedes callada solo por no querer incomodarme. ¿De acuerdo?

Le doy una sonrisa honesta.

—De acuerdo.

—¿Quieres hablar de lo que pasó?

Tomo una respiración profunda.

—No.

—Está bien.

Ares se quita una mochila oscura que no he notado que trae en su espalda y la pone sobre la mesa de la computadora. De la misma, saca una bolsa de regalo preciosa. ¿Qué?

Él se acerca a mí, extendiendo su mano con el regalo.

—Feliz Navidad, bruja.

Me quedo mirándolo, sorprendida.

—No tenías que darme nada.

Él se toma el mentón como si pensara.

—Creo que me dijiste que solo aceptabas regalos en ocasiones especiales, así que tengo que aprovechar este momento.

—¿Acaso recuerdas todo lo que te digo?

—Sí, todo lo que me importa se queda aquí. —Toca su frente—. Vamos, tómalo, ya no tienes excusa para rechazarlo.

Suspirando, agarro la bolsa. Ares me mira impaciente, parece más emocionado que yo porque lo abra y se me contagia un poco su emoción. Lo pongo sobre la cama y lo abro. Lo primero que saco es una caja dorada con bombones que no solo se ven costosos sino extranjeros.

—¿Chocolates?

—Lo sé, lo sé, soy cliché. —Levanta las manos—. Hay más.

Lo acuso.

—Pensé que era un solo regalo.

—Como dije, tengo que aprovechar esta oportunidad.

Lo siguiente que saco es una pequeña caja cuadrada que recuerdo muy bien: el iPhone. Le doy una mirada asesina.

—¿Me estás jodiendo?

—Es uno nuevo, no es el de aquella vez, lo juro —explica con apuro—. Sé que te gustan los iPhone y que no has podido comprarte otro, y ese teléfono que te prestó Dani está a una llamada de autodestruirse.

—Eres...

—¿Por favor? —Pone esos ojos de rogar que me recuerdan al gato de Shrek.

—Tú solo quieres un teléfono con el que pueda sacarme fotos sexys para enviarte.

Ares se hace el sorprendido.

—¿Cómo lo supiste?

Giro los ojos, sonriendo, y saco una caja pequeña pero alargada. Cuando la abro, mi corazón se derrite; es un collar de oro con un colgante con mi nombre, pero la R de Raquel está cruzada con el nombre de Ares. Parece una pequeña cruz de nuestros nombres. No sé por qué siento ganas de llorar de nuevo, nunca nadie me ha dado algo tan detallado y lindo.

—Es... —No tengo palabras—. Es hermoso, Ares.

Él me ayuda a ponérmelo y me da un corto beso en la parte de atrás de mi cuello para volver a alejarse, y recostarse contra la mesa de la computadora, cruzando los brazos sobre su pecho.

—Muchas gracias, dios griego, esto fue muy lindo de tu parte —le digo honestamente—. Jamás pensé que serías capaz de ser tan tierno.

—Tengo mis momentos.

—Yo también te compré algo. —Sus ojos se abren, no se lo esperaba—. No es mucho y no está envuelto porque no esperaba que llegaras tan pronto.

Nerviosa, busco debajo de mi cama y saco la bolsa plástica donde están los dos detalles que le compré y se la paso.

—Me siento terrible por dártelo así después de que tú me diste algo tan bonito.

Ares me da una mirada cansada.

—¿Podrías dejar de decir cosas así? A ver... Veamos... —Lo primero que saca es un libro y lee el título en voz alta—: Medicina para principiantes. —Su sonrisa se desvanece, pero su rostro se llena de tantos sentimientos que se me arruga el corazón, y él se me queda mirando en silencio por unos segundos—. Gracias.

—Sigue, hay más.

—Okay. Okay. —Saca con cuidado un estetoscopio.

—Quería darte tu primer instrumento de médico, para que siempre me lleves contigo cuando seas doctor.

Quisiera poder describir cómo está él en estos momentos, las emociones cruzando su rostro tan claras como el día, pero me faltarían palabras, sus ojos azules se humedecen mientras él se lame los labios lentamente.

—Tú de verdad crees que podré lograrlo.

Le doy una sonrisa llena de seguridad.

—No lo creo, sé que podrás lograrlo. —Pongo mi pulgar arriba—. Dr. Hidalgo.

Ares pone el estetoscopio en la mesa, y se apresura hacia mí.

—Mierda, cómo te amo. —Sus labios están sobre los míos antes de que pueda decirle que yo también lo amo y que sé que, aunque nadie lo apoye en sus sueños, yo siempre lo haré sin importar lo que pase.