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EL APOYO

3 MESES DESPUÉS

 

Los ojos son el espejo del alma...

¿Dónde he escuchado eso antes? No importa, solo sé lo verdadera que es esa frase, nunca imaginé poder ver tanto con tan solo mirar a los ojos a alguien, es como si estuviera leyendo su biografía.

Ares no dice nada, solo me mira, el profundo azul de sus ojos luciendo tan brillante con el sol de la mañana reflejándose en ellos. No sé cuánto tiempo ha pasado desde que nos despertamos, estamos acostados de lado, mirándonos a los ojos. Su mano descansa sobre el lado de mi cara, su pulgar acariciando mi mejilla.

Quisiera detener el tiempo.

Quedarme así para siempre, sin tener que enfrentar el mundo o preocuparme por nada más.

Me doy cuenta de que la felicidad no es un estado perpetuo, son solo pequeños momentos perfectos.

Ares cierra los ojos, y me da un beso en la frente. Cuando se separa, las emociones en sus ojos se ven tan claras como el agua: amor, pasión. Me hace recordar nuestro comienzo cuando no podía descifrarlo en lo absoluto.

Una nueva emoción se asienta en la boca de mi estómago: miedo. Cuando algo es tan perfecto, el pavor de que algo pueda arruinarlo puede ser muy agravante.

La alarma de su celular interrumpe nuestro momento, Ares se mueve para cogerlo de la mesita de noche y desactivar la alarma, y se gira hacia mí de nuevo.

—Tenemos que irnos.

—¡Arg! —gruño—. Recuérdame por qué tengo que estudiar.

Ares se levanta, y se estira.

—Porque quieres ser psicóloga y ayudar a las personas y para eso necesitas terminar la secundaria.

Eso me hace sonreír como una tonta.

—Buena motivación. —Yo también salgo de la cama, solo tengo puesta su camisa. —Te dejaré ser mi primer paciente si prometes que seré la tuya.

El buen humor se desvanece en el aire, Ares aparta la mirada sin responder, y comienza a caminar hacia su baño. Arrugo mis cejas, pero no digo nada; el tema de sus estudios universitarios se ha vuelto sensible desde hace un mes. Él tiene que hablar con sus padres, tomar la decisión de la universidad a la que va a aplicar, ya que las fechas límites de aplicaciones para muchas universidades están pasando.

Después de verlo desaparecer tras la puerta del baño, y escuchar la ducha, busco mi mochila que está al lado de una pequeña biblioteca que tiene Ares con libros de la escuela. Aprovecho los días que mamá está de guardia para venirme a quedar con él, así que me traigo mi mochila de la escuela con ropa para que no se me haga tarde irme a la escuela en la mañana.

Al principio, fue incómodo para mí, me daba vergüenza estar con los padres de Ares y con sus hermanos, pero con el paso del tiempo me di cuenta de que esta casa pasa más tiempo vacía que con personas, y cuando están en casa, tienden a estar encerrados en sus propios mundos o, en este caso, habitaciones.

Con la que sí he interactuado bastante ha sido Claudia. Ella y yo simplemente tenemos química, nos llevamos muy bien y, aunque a simple vista puede parecer una chica ruda y cerrada, en realidad, es muy dulce.

Estos tres meses han sido maravillosos. Ares se ha comportado como un príncipe, hemos salido, pasado tiempo con mis amigos y con los de él, hemos disfrutado de sexo maravilloso casi todos los días. No hemos tenido ninguna pelea hasta ahora y le agradezco a la Virgen de los Abdominales por eso. Creo que merezco este periodo de paz después de todo lo que pasé al principio.

Estoy sacando mi ropa de la mochila y la pongo encima de la mesa donde Ares coloca su laptop. Veo varios sobres al lado de la misma, los ordeno para ponerlos detrás de la laptop cuando un estampado en uno de ellos llama mi atención: Universidad de Carolina de Norte. Lo reconozco porque esa fue la universidad a la que yo apliqué.

Aprieto mis labios, confundida, Ares nunca se ha interesado por esa universidad, siempre me dijo que le gustaría estudiar en una de las Ivy League. Curiosa, saco el papel que está adentro porque el sobre ya ha sido abierto y mi corazón se detiene.

Gracias por su interés en nuestro programa de Gerencia para el semestre, estaremos revisando su información y calificaciones y le notificaremos de la decisión.

¿Pero qué demonios...?

¿Gerencia? ¿Universidad de Carolina del Norte?

En ese momento Ares sale del baño, con una toalla alrededor de su cintura mientras con la otra se está secando el cabello.

—Ya puedes entrar, yo... —Se detiene cuando me ve con el papel en mi mano.

—¿UCN? ¿Gerencia? —Le muestro el papel.

—Iba a decírtelo...

—¿Aplicaste a la UCN? ¿Y en Gerencia? ¿De qué me perdí?

—Raquel...

—¿Qué pasó con Medicina? ¿Con Princeton? ¿Yale? ¿Harvard? —No sé por qué estoy tan molesta. Ares tuerce sus labios, mirando hacia otro lado, no sé si porque estoy molesta, él se está rindiendo.

—Tengo que ser realista, Raquel.

—¿Realista?

Él lanza la toalla a un lado y se pasa la mano por la cara.

—Gerencia o Leyes, eso es lo que mi familia necesita.

No puedo creer que lo esté escuchando decir eso.

—¿Y qué hay de lo que tú necesitas?

Él ignora mi pregunta.

—Es la misma universidad a la que tú aplicaste. ¿No te alegra saber que estaremos juntos?

—No trates de volver esto sobre mí, esto se trata de ti, de lo que quieres para tu vida.

—Esto es lo que quiero para mi vida, ser alguien útil para mi familia y estar a tu lado, es todo lo que quiero.

—No.

Ares alza una ceja.

—¿No?

—Solo estás tomando el camino cómodo, te estás rindiendo sin ni siquiera intentarlo y te refugias en el pensamiento de que por lo menos estaremos juntos.

—¿Por lo menos? No sabía que estar juntos era tan poco importante para ti.

—De nuevo, no trates de que esto sea sobre mí o sobre nosotros.

—¿Cómo no puede ser sobre nosotros? Si aplico a esas otras universidades, ¿sabes lo lejos que estaremos? Tendré que mudarme a otro estado, Raquel.

Lo sé... Lo he pensado tantas veces...

Pero no puedo ser egoísta.

—Lo sé, pero estarás estudiando lo que tú quieres estudiar, siguiendo tu sueño, eso es suficiente para mí.

—No me vengas con esa mierda. —Se acerca a mí—. ¿Quieres que nos separemos?

—Solo quiero que hagas lo que tú quieres hacer.

—Esto es lo que quiero hacer, es lo que haré, es mi decisión.

Me paso las manos por el cabello.

—No lo es. ¿Por qué eres tan terco?

Lo veo vacilar, sus ojos sobre los míos.

—Porque te amo. —Dejo de respirar—. Y el solo hecho de imaginarme lejos de ti me destroza.

A mí también...

Me acerco a él, y tomo su rostro entre mis manos.

—Yo también te amo, y porque te amo es que quiero que seas feliz y alcances todo lo que quieres en esta vida.

Él pone su frente sobre la mía.

—No puedo ser feliz sin ti.

—Yo no me iré a ningún lado, encontraremos una manera, relación a distancia o yo qué sé. —Pauso—. Prefiero eso a verte todos los días en una universidad que nunca te ha llamado la atención, estudiando algo que odias. No quiero verte sufrir de esa forma, no puedo.

—Mi familia no va a apoyarme.

—¿Has hablado con ellos? Por lo menos, inténtalo. —Le doy un beso corto—. ¿Por favor?

—Está bien.

Sus labios encuentran los míos, en un beso suave pero lleno de tantas emociones que mi corazón se acelera. Le respondo, pasando mis manos alrededor de su cuello, besándolo profundamente. Mis hormonas se alborotan, al sentir su torso húmedo contra mí, y no ayuda que él solo tenga puesta una toalla. Nuestras bocas se mueven con más fuerza entre sí, rozando y lamiendo, así que presiono mis pechos contra él con deseo.

Ares me levanta, sentándome sobre la mesa de la computadora y metiéndose entre mis piernas, e interrumpo el beso sin aliento.

—Vamos a llegar tarde.

—Uno rapidito.

Vuelve a besarme, levantando la camisa de él que llevo puesta, sin ropa interior. La toalla cae al suelo y Ares me aprieta más contra él, obligándome a abrir mis piernas por completo, su erección rozando mi intimidad. Ya me he tomado la píldora, así que no usamos condón.

Antes de que pueda decirle algo, él me penetra, y un gemido de sorpresa sale de mí, pero se ahoga en sus labios. Sus movimientos son bruscos y profundos, pero se sienten jodidamente bien. Me agarro fuerte de su cuello mientras él arremete contra mí, la mesa chocando con la pared en cada estocada.

Nuestros besos se vuelven descontrolados y mojados, no pasa mucho tiempo para que ambos alcancemos el orgasmo. Con la respiración acelerada, nos abrazamos. Tener tanto sexo tiene sus ventajas, nos conocemos íntimamente, sabemos dónde tocar, lamer o cómo movernos para llegar al orgasmo.

—Ares, vamos a... —Oh, mierda... Apolo se da la vuelta al entrar sin avisar.

Rápidamente, Ares recoge la toalla y se tapa, poniéndose frente a mí para cubrirme. Apolo sigue mirando en la distancia.

—Vamos a llegar tarde, te espero abajo.

Apenas se va, yo me echo a reír, golpeando el hombro de Ares.

—Te he dicho que cierres esa puerta.

Lo sé, nos hemos vuelto descarados sin vergüenzas.

Ares me da un beso corto y me carga hacia el baño.

—Vamos, ahorraremos tiempo bañándonos juntos.

Suelto una risa, pero entierro mi cara en su cuello.

 

***

 

ARES HIDALGO

 

—¿Y bien? —Mi padre comienza, sosteniendo un vaso de whisky en su mano. Artemis está sentando a su lado, revisando una gráfica en su tablet. Mi madre al otro lado, mirándome con curiosidad. Apolo está a mi lado, y me da una que otra mirada preocupada.

Estamos en el estudio de la casa, en los pequeños muebles a un lado del gran escritorio de mi padre. Convoqué esta reunión familiar apenas llegué de la escuela. No voy a mentir, mis manos están sudadas y no sé a dónde diablos se fue toda mi saliva. Mi garganta está tan seca que duele.

—¿Ares? —Mi madre me llama, todos están esperando por mí.

No puedo rendirme sin luchar, la cara de decepción de Raquel llega a mi mente, motivándome.

—Como ya saben, es tiempo de aplicar a las universidades.

Artemis baja su tablet.

—¿Necesitas ayuda con eso? Puedo hacer unas llamadas.

—No, yo... —Mierda, no pensé que esto fuera tan difícil; en el momento que dejara salir esas palabras de mi boca, me expondría, mi vulnerabilidad saldría a la luz y no quiero salir herido.

—Ares, hijo. —Mi padre me anima—. Di lo que tengas que decir.

Armándome de valor, aprieto mis manos a los costados.

—Quiero estudiar Medicina.

Silencio sepulcral.

Siento que mi corazón ha sido expuesto, lanzado en medio de todos, rogando no ser lastimado.

Artemis se ríe.

—¿Estás bromeando?

Quiero acobardarme y decir que sí, pero no puedo hacer eso, no cuando he llegado tan lejos.

—No, no bromeo.

Mi padre pone su vaso de whisky a un lado.

—¿Medicina?

Mi madre se mete.

—Pensé que habíamos sido claros con lo que la familia necesita, Ares. Tu padre necesita otro gerente o jefe de legal en sus compañías.

Mi padre la apoya.

—Te dije que abriremos otra sucursal en unos años, nos estamos expandiendo y necesito que mis hijos sean parte de esto. Es nuestro legado familiar.

—Yo lo sé, y créanme que no ha sido fácil para mí decirles esto hoy; no quiero ser desagradecido. Ustedes me lo han dado todo, pero... —hablo con el corazón en la mano—. De verdad, quiero ser médico.

Mi madre chasquea la lengua.

—¿Tiene esto que ver con ese pensamiento de niño de que querías salvar a tu abuelo? Hijo, él siempre ha tenido los mejores médicos, no tienes que convertirte en uno por él.

Artemis pone sus manos sobre sus rodillas.

—Solo aplica a la escuela de Leyes o Gerencia que te mencioné el otro día.

—No. —Meneo la cabeza—. Esto no es un capricho o es por mi abuelo, de verdad quiero ser médico, no quiero estudiar Gerencia ni mucho menos Leyes.

Mi madre cruza los brazos sobre su pecho.

—¿Y solo vas a echar a un lado las necesidades de tu familia? No seas desagradecido.

—Solo quiero ser feliz —murmuro—. Quiero estudiar lo que deseo.

Artemis me da una mirada incrédula.

—¿Incluso si eso implica darle la espalda a tu familia?

—No estoy...

—No. —Mi padre responde—. Todos hemos hecho sacrificios en esta familia, Ares. ¿Crees que Artemis quería estudiar Gerencia? No, pero lo hizo por su familia, tenemos lo que tenemos porque hemos sabido poner a un lado lo que queremos por lo que necesitamos como familia.

Eso duele.

—¿De verdad? ¿Qué tan feliz eres, Artemis? —Mi hermano mayor me da una mirada fría, y miro a mi padre—. ¿O tú, papá? ¿De qué sirve tanto dinero si no podemos hacer lo que queremos?

Mi madre me reclama.

—No seas imprudente, tu padre ya te ha dado una respuesta.

—No voy a estudiar Gerencia.

Mi padre aprieta la mandíbula.

—Entonces, no estudiarás nada. —Su frialdad me sorprende—. De mi bolsillo no saldrá nada para tus estudios si no estudias lo que necesitamos. No voy a apoyar a un hijo que no apoya el bien de su familia.

Apolo habla por primera vez.

—Papá...

Un nudo se forma en mi garganta, pero no dejo que las lágrimas se formen en mis ojos. No quiero parecer más débil de lo que ya he mostrado.

—Papá, quiero ser feliz. —No me importa mi orgullo o que todos estén ahí viéndome. Sin su apoyo no podré lograrlo, sin dinero no hay nada que pueda hacer, las universidades son muy costosas—. Por favor, apóyame.

La expresión de mi padre no vacila.

—La respuesta es no, Ares.

«Papá, sabes que tú eres mi héroe...». Un niño pequeño corre a su alrededor para luego abrazarlo. Mi padre le sonríe al niño. «Siempre lo seré, te mantendré a salvo».

La traición de mi madre lo ha cambiado tanto, controlando el dolor en mi corazón, me levanto, y camino hacia la puerta. Puedo escuchar a Apolo hablando con mi padre al fondo, suplicándole, pero solo sigo caminando.

Cuando llego a mi habitación, Raquel se levanta de la cama, observándome con cautela y le doy gracias a la vida por tenerla a ella, quien me apoya incondicionalmente, quien no me da la espalda, con quien puedo derrumbarme sin avergonzarme.

Mis labios tiemblan, mi vista borrosa por las lágrimas, ya no tengo que aguantar más, o fingir más. Mierda, cómo me duele, ella tenía razón. Yo quiero estudiar Medicina con todo mi corazón y ahora ese sueño se ha desvanecido frente a mí.

Raquel camina hacia mí lentamente como si le preocupara que cualquier movimiento brusco me alejara. Su boca se abre, pero no dice nada.

Al llegar a mí me abraza, y entierro mi cara en su cuello, llorando, y no me avergüenza, no con ella, que conoce cada lado de mí, que ha creído en mí, aún más que mi propio padre.

—Shhhh —susurra, acariciando mi cabello—. Estarás bien, todo va a estar bien.

Escucho la puerta abrirse y de inmediato me separo de Raquel, limpiando mis lágrimas defensivamente. Apolo entra, sus ojos están rojos.

—Cuentas conmigo —me dice con determinación—. Quiero que sepas que no todos en esta familia te están dando la espalda, cuenta conmigo. —Me sonríe, pero la tristeza en sus ojos es obvia—. Buscaremos becas, trabajaremos medio tiempo estos meses, lo resolveremos... —Su voz se rompe—. Porque tú te mereces ser feliz, y no estás solo. ¿Entiendes?

Este idiota... Sonrío y asiento.

—Entiendo.

Él levanta su pulgar.

—Bien.

Raquel nos agarra de la mano a ambos, sonriéndonos.

—Lo resolveremos.

Sé que no va a ser fácil y las probabilidades están en contra, pero por alguna razón les creo a estos dos locos, así que sonrío.

—Lo resolveremos.