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EL OBSERVADOR
ARES HIDALGO
Nunca he sido de asistir a fiestas de cumpleaños.
En la casa de los Hidalgo no se hacen fiestas de cumpleaños desde hace mucho tiempo, ahora solo son cenas de cumpleaños que terminan en silencios y sonrisas incómodas. De alguna forma, mi hogar no ha sido el mismo después de todo lo que pasó, la vibra no es igual. Y con mis amigos siempre salimos a algún club para celebrar esos días especiales, así que tampoco son fiestas de cumpleaños.
A pesar de que no ha sido algo constante en mi vida, me encuentro disfrutando de esta fiesta de cumpleaños, el ambiente es familiar, cómodo. No es una larga mesa con una cena, ni un club ruidoso, así que está bien. Las personas charlan cómodamente alrededor. Daniel y Apolo conversan frente a mí sobre algo de la escuela.
Para ser honesto, la razón de que ahora me gusten las fiestas de cumpleaños no solo es este ambiente, sino ella: Raquel. Mis ojos caen sobre esa chica de cabello alborotado y ojos expresivos que se ha infiltrado en mi alma por completo. Ella sonríe abiertamente ante algo que Daniela dice y todo su rostro se ilumina, se ve preciosa. Si esta fiesta la hace sonreír de esa forma, asistiré a todas y hasta organizaré las que sea con gusto.
Jamás pensé que ella sería la que me haría sentir todo esto. En los recuerdos de mi niñez la vi varias veces a través de la cerca de nuestras casas, pero no fue hasta hace más de un año que la vi realmente. Aún recuerdo ese día que la noté mirándome desde su ventana. Por supuesto, me hice el desentendido, el que no se daba cuenta. De alguna forma, sus ojos curiosos sobre mí comenzaron a interesarme y comencé a querer saber más de ella, qué le gustaba, qué hacía, a qué escuela iba.
Su curiosidad sobre mí despertó la mía sobre ella.
Y entonces un día nuestros caminos se cruzaron y, aunque ella no se dio cuenta, aún lo recuerdo claramente.
—Salgamos de aquí. —Daniel bosteza mientras caminamos entre todas las exhibiciones y tiendas temporales de la feria escolar de la escuela de su hermana Daniela. Aún no entiendo porque ella dejó de asistir a la nuestra para venir a esta.
La escuela de Daniela ha organizado una feria para recaudar fondos para los proyectos escolares y personales de los alumnos. Daniel me ha arrastrado con él para darle su apoyo a su hermana, pero Daniela vendió todo lo que trajo para recaudar fondos y se ha ido. Así que ya no tenemos que quedarnos por aquí.
Sin embargo, cuando vamos pasando entre la gente, en la distancia puedo ver varias mesas con cosas para vender de varios alumnos. Una mesa en específico captó mi atención: Raquel, esa chica que me observa desde su ventana todo el tiempo.
Ella está a un lado de su mesa, ofreciendo sus pulseras hechas a mano a todo el que pasa, pero nadie le hace caso. Su mesa está llena de pulseras ordenadas sin tocar, dudo que haya vendido algo. Un aviso de «Fondos para pagar mis clases de ajedrez» está detrás de su mesa.
¿Ajedrez, eh?
Me detengo porque por alguna razón no quiero que me vea. Daniel se para extrañado a mi lado.
—¿Qué pasa?
—Puedes seguir sin mí al estacionamiento, ya te alcanzo.
Él me da una mirada extrañada, pero sigue su camino. Al pasar frente a la mesa de Raquel, la saluda y ella le sonríe.
Ella tiene una sonrisa muy bonita.
Uso a las personas caminando como escudo para observarla, su rostro es tan expresivo, es como si pudiera saber exactamente lo que piensa con solo mirarla.
¿Qué estás haciendo, Ares?
Mi consciencia me reprocha, pero es solo curiosidad.
Ella suspira y se sienta detrás de su mesa, derrotada. Sus labios hacen una mueca de frustración y finalmente su rostro se llena de tristeza y no me gusta. Me incomoda verla triste, ni siquiera he hablado con ella y ya me afecta de esta forma.
¿No has vendido nada, ojos curiosos?
Busco entre la gente a alguien conocido y encuentro a un chico que a veces va a nuestra cancha de fútbol a practicar con nosotros, y le doy dinero para que le compre todas las pulseras que tiene sobre la mesa. Me quedo a ver en la distancia cómo la expresión de Raquel cambia de tristeza pura a incredibilidad y luego felicidad y emoción. Le agradece un montón de veces al chico, y le pasa la bolsa con las pulseras.
El chico me trae las pulseras y se va y yo me quedo ahí, con la bolsa en una mano, observando a la chica curiosa cuya sonrisa me gusta observar.
—¿Ares?
Vuelvo al momento, Apolo arruga sus cejas esperando una respuesta a algo que no escuché. Sus ojos van de mí a Raquel y todo parece hacer clic en su mente.
—Te tiene mal.
No me molesto en negarlo y Daniel menea su cabeza al poner su mano sobre el hombro de Apolo.
—Lo hemos perdido.
—Lo sé, y aún tienes que agradecerme, gracias a mí.
—¡Shhh! —Lo silencio porque no quiero que le cuente a Daniel el comienzo de todo. Mi mente ya nostálgica viaja con facilidad a otro recuerdo:
—¿Que necesitas que yo qué? —Apolo arruga sus cejas, confundido.
Suspiro, incómodo.
—Ya te expliqué.
—Pero no entiendo para qué necesitas que haga eso.
—Solo hazlo.
—¿Y tú crees que ella va a creerme? Ares, ella sabe que somos adinerados. ¿Cómo va a creerse que no tenemos internet y que estamos robando el de ella?
—Sí, va a creerte.
—Si quieres hablarle, ¿por qué no lo haces y ya?
—No quiero hablarle.
Apolo levanta una ceja.
—¿En serio? ¿Y por qué no vas tú directamente y le dices que le estás robando el wifi?
—Porque quiero alargar esto lo más posible, que sufra un poco, se lo merece por acosarme.
Claudia entra con una canasta de ropa recién lavada.
—Oh, reunión de hermanos, esto es nuevo.
Apolo no duda en meterla en la conversación a pesar de que le hago señas de que se calle.
—Ares quiere utilizarme para hablarle a la chica de al lado.
Claudia se ríe un poco.
—¿Oh, de verdad? ¿Necesitas nuevas víctimas, Hidalgo?
Les doy una mirada de pocos amigos a ambos.
—No se trata de eso.
Claudia pone la canasta sobre la cama.
—¿Y entonces de qué se trata?
La ignoro, mirando a Apolo.
—¿Vas a ayudarme o no?
Apolo se levanta.
—Bien, lo haré esta noche. —Y sale de la habitación antes de que pueda decirle algo.
Claudia acomoda mi ropa en mis estanterías en silencio, con una sonrisa danzando en sus labios.
—¿Qué? —le pregunto—. Habla.
Ella sigue sonriendo.
—No tengo nada que decir.
—Di lo que tengas que decir.
Ella termina de acomodar y se gira hacia mí, sosteniendo la canasta vacía contra su cadera.
—Me alegra que por fin decidas hablarle.
—No sé de qué hablas.
Claudia se lame los labios, sonriendo, no entiendo qué le parece tan gracioso.
—Ambos sabemos que sí lo haces. Ha sido tan divertido verlos acosarse mutuamente, siempre pensé que sería ella la que te hablaría primero, pero al parecer no pudiste aguantar más.
—Estás diciendo puras tonterías. ¿Acoso mutuo? Como si yo necesitara acosar a alguien.
Claudia asiente, esa expresión de burla molestándome un poco.
—Lo que tú digas, Hidalgo, pero pedirle ayuda a Apolo ha demostrado lo mucho que te interesa esa chica.
—Estás loca, Claudia, no es lo que tú piensas, solo quiero darle una lección.
—¿Desde cuándo inviertes tu tiempo y energía en darle una lección a una chica? ¿Por qué planearlo tan cuidadosamente?
Aprieto mis labios.
—No voy a tener esta conversación contigo.
Claudia hace una reverencia en burla.
—Como diga, señor. —Y se va, aún sonriendo.
Sonrío ante ese recuerdo, mis ojos volviendo a caer sobre Raquel. Tal vez desde un principio me tardé tanto en hablarle, en enfrentarla, porque sabía que ella sería la que me haría sentir de esta forma, la que tendría mi corazón en sus manos. Tal vez lo supe desde el comienzo y por eso luché contra ello con tanta fuerza, y aun manteniendo mi distancia, la bolsa con sus pulseras hechas a mano siempre estuvo bajo mi cama como un recordatorio físico de que la chica que me veía a través de su ventana había sonreído gracias a mí aquella noche, y que esa sonrisa estaría grabada en mi memoria por siempre.