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EL BAILE

RAQUEL

 

Ares vuelve cuando se están preparando para cantarme el cumpleaños. Yo me pongo frente al pastel y él al otro lado de la mesa. Todos comienzan a cantar mientras yo solo me quedo mirando las velas sin saber adónde mirar.

Ese momento incómodo cuando te están cantando el cumpleaños y no sabes qué hacer o para dónde mirar.

Me enfoco en esos ojos azules que tanto amo, y las voces se desvanecen a mi alrededor. Se ve tan bello en la oscuridad, las luces de las velas de mi pastel iluminando su cara.

Te amo...

Quiero decirlo, pero sé que hay demasiadas miradas sobre mí.

Soplo las velas y todos aplauden felicitándome. Ares da un paso atrás, desapareciendo entre la gente. Recibo abrazos, besos y felicitaciones, pero mis ojos buscan al dios griego sin éxito. ¿A dónde se fue? La mayoría de mis tías sufren del mal del pastel, el que consiste en que, cuando se canta el cumpleaños y se tiene un pedazo de pastel, es su aviso para irse a dormir, que ya la fiesta se acaba para ellas.

Mis primas aprovechan esto para poner música diferente ahora que estamos solos y chiflando, animando, arman una especie de grupo de baile, que parece una improvisada pista de baile. Camila apaga las luces, dejándonos en semioscuridad, lo cual hace que sea más difícil encontrar a Ares.

Después de revisar este lado de la «pista de baile» sin encontrarlo, paso a través de los que están bailando, rozando hombros y espaldas. La vibra en este grupo de personas bailando se siente eléctrica, casi sexual. En medio de ellos me detengo, recordando aquella noche en el club, en la que Ares me miraba desde la zona VIP como un depredador. Recuerdo cómo lo busqué después de eso.

Siempre lo he perseguido, lo he buscado, y tal vez es hora de que él me busque a mí.

Comienzo a bailar entre el montón de adolescentes con las hormonas volando en el aire, sintiendo el ritmo de la música, que es suave pero tan sensual. La letra está llena de propuestas sexuales y normalmente no escucho este tipo de música, pero es jodidamente pegajosa y buena para bailar.

Lo siento antes de verlo.

Su calor corporal roza mi espalda mientras me sigo moviendo, con mis manos tomando el final de mi vestido y subiéndolo un poco meneándome lentamente. El olor característico de su colonia llegando a mí. Aunque sé que Ares está ahí detrás de mí, no me giro, solo sigo incitándolo. Su respiración acaricia la parte de atrás de mi cuello, haciéndome morder mi labio inferior.

Sus manos caen sobre las mías, subiendo mi vestido ligeramente para bajarlo de nuevo, acariciando mis muslos en el proceso, el roce de sus dedos con mi piel acelera mi respiración.

Él me presiona contra él, puedo sentir todo su cuerpo contra el mío. Él es quien siempre me tortura, y es hora de devolverle un poco de eso. Empujo mi trasero contra él, rozando, tentando, arriba y abajo, no me sorprende lo duro que está. Ares aprieta sus manos sobre las mías, gruñendo a un lado de mi cuello.

Él muerde mi oreja suavemente.

—Estás jugando con fuego, bruja.

Pues sí, y me quiero quemar.

Una de sus manos deja mi muslo para subir, acariciando mi abdomen, dejo de respirar cuando llega hasta mis pechos, pero no los toca, y muero porque lo haga. Él lo sabe.

Su respiración es pesada sobre mi oído, enviando una corriente de excitación por todo mi cuerpo. La mano que aún está sobre mi muslo se mueve hacia arriba, dentro de mi vestido, sus dedos rozan mi intimidad por encima de mi ropa interior y suelto un gemido.

—Ares...

El roce de nuestros cuerpos se ha vuelto más rudo y sexual, agradezco por el ruido y la oscuridad que nos rodea y que nos camufla del resto. Con su mano escondida dentro de mi vestido, Ares mueve mi ropa interior a un lado, y yo no respiro en anticipación, su dedo indaga, resbalando en mi humedad. Lo escucho gemir en el oído.

—Dios, estás matándome.

Su dedo me penetra, y siento mis piernas desmayar, pero él me presiona contra su erección.

Esto es demasiado.

Él lame mi cuello, sus dedos llevándome a la locura. Me quejo cuando él saca su mano de ahí, pero me agarra del cabello, llevándome hacia él, y me besa, nuestras bocas moviéndose agresivamente.

—Necesitamos salir de aquí —murmura en mis labios—. O juro que voy a follarte aquí mismo, delante de todos.

Me toma de la mano, y me arrastra a través de la gente. Entramos a la oscuridad de mi casa, ya que la mayoría de la gente adulta está dormida y agradezco a los cielos que Camila y Cecilia aún no se han ido a dormir porque dormirían en mi habitación. Llegamos a mi cuarto y a duras penas me las arreglo para cerrar la puerta con seguro. Ares me estampa contra la misma, besándome desesperadamente.

Sus manos viajan a mis pechos, y los acaricia, su pulgar rozando mis pezones por encima del vestido. Ahogo un quejido de placer en su boca. Sus labios dejan los míos para besar mi cuello, mis pechos. Sus manos se deslizan dentro de mi vestido para bajar mi ropa interior. Doy un paso fuera de la misma y, con la vista nublada por el deseo, observo a Ares arrodillarse frente a mí, levantando mi vestido.

—Ares... ¿Qué...? Ah... —Su boca encuentra mi intimidad y mi cabeza cae hacia atrás contra la puerta. Ares levanta una de mis piernas poniéndola sobre su hombro, continuando su ataque, chupando, lamiendo, y yo cubro mi boca para tratar de controlar mis gemidos.

No puedo aguantar mucho más.

—¡Ares! —gimo, a punto del orgasmo, y él continúa, implacable, llevándome al borde del abismo y caigo. Corrientes de placer desplazándose por todo mi cuerpo, haciéndome temblar, cerrar mis ojos y ahogar mis gemidos en la parte de atrás de mi mano. Las olas del orgasmo me dejan con el corazón acelerado y mi cuerpo sensible.

Ares se levanta y, antes de que pueda decirle algo, me lleva de la mano a la ventana, y me gira hacia ella, con él detrás de mí.

—Quítate el vestido.

Lo obedezco, me gusta cuando se pone mandón.

—Inclínate.

Descanso mis manos sobre el vidrio grueso de la ventana, ya que está cerrada, muerdo mi labio, inclinándome hacia delante, exponiéndome para él, lo cual me excita aún más.

Lo escucho descorchar sus pantalones y la anticipación me está volviendo loca.

—Por esta ventana empezó todo, ¿eh? —Le escucho decir, y mis ojos viajan a esa silla de plástico que está en el patio de su casa—. Desde aquí, discutiste conmigo esa noche y mírate ahora. —Su mano acaricia mi trasero—. Expuesta, mojada, esperando ansiosa que te folle. —Me da un azotito que me hace saltar porque no lo esperaba. Su mano agarra mi pelo, levantando mi cara, y veo mi reflejo en el vidrio de la ventana, desnuda, vulnerable.

Lo puedo ver detrás de mí, desnudo de la cintura para abajo, su camisa apenas cubriéndolo. Puedo ver su erección y me lamo los labios.

Ares se inclina sobre mí para murmurar en mi oído.

—Pídeme que te folle.

Estoy tan excitada que no me da vergüenza rogarle.

—Por favor, fóllame, Ares, quie... —No me deja terminar y me penetra de una sola estocada, robándome un pequeño grito.

Mis manos resbalan un poco por el vidrio mientras él me agarra de las caderas para darme más duro y llegar lo más profundo que puede.

—Oh, Dios, Ares.

Se siente tan bien que apenas puedo mantenerme de pie. Con una mano en mi cadera, usa la otra para acariciar mis senos, intensificando las sensaciones por todo mi cuerpo. Ser capaz de ver mi reflejo, y verlo ahí detrás de mí arremetiendo contra mí, es lo más sexy que he visto en mi vida, dentro, fuera, dentro, fuera. La sensación de piel con piel, de su miembro caliente dentro de mi humedad es maravillosa.

Sus dedos se clavan en mis caderas, sus movimientos volviéndose más desesperados y torpes. Y sé que está cerca de venirse, lo que alienta a mi segundo orgasmo.

Lo veo cerrar sus ojos, lo siento ponerse aún más duro dentro de mí y nos venimos juntos, gimiendo y temblando. Ahí donde comenzó todo, mi respiración fuera de control, mis ojos mirando a través de la ventana.