56
EL ABUELO
ARES HIDALGO
Observarla mientras duerme me relaja.
Me da una sensación de paz, de seguridad que nunca pensé alguien podría proveerme. Paso la parte de atrás de mis dedos por su mejilla con gentileza, no quiero despertarla, aunque sé que tomaría mucho más que un simple toque para eso. Raquel está agotada.
Yo la dejé exhausta. Una sonrisa arrogante se forma en mis labios y quisiera que ella pudiera verla para que bromeara o me molestara al respecto.
Sé que me diría algo como «arrogante dios griego».
Se ve tan vulnerable y hermosa dormida. Su transparencia, la facilidad con la que puedo leerla, es una de las cosas que me atrajo a ella. No tenía que preocuparme por motivos ocultos, mentiras o sentimientos falsos. Ella es de verdad, tan clara y obvia con todo lo que siente. Eso es exactamente lo que siempre he necesitado.
Claridad, honestidad.
Es la única forma en la que puedo confiar y exponerme de esta manera, la única forma en la que me podía permitir seguir mis sentimientos, liberarlos y abrirle mi corazón.
Me acerco a ella y beso su frente.
—Te amo.
Ella se mueve un poco, pero sigue dormida. Observarla dormir me hace sentir un poco acosador, recordándome nuestros inicios.
Mi pequeña bruja acosadora.
La que creía que yo no sabía que me acosaba, todas esas veces que actué como si no supiera que ella estaba mirando.
Un toque en la puerta me trae de vuelta a la realidad. Cubro a Raquel por completo con la sábana y me levanto, vistiéndome rápidamente, pero no encuentro mi camisa. Así que abro la puerta sin la misma.
Dos chicas, a quienes reconozco como primas de Raquel, pero de las que no recuerdo nombres, se quedan petrificadas cuando me ven. Sus ojos bajan y suben por mi torso desnudo descaradamente.
—Eh... —Una de ellas se sonroja, compartiendo una mirada con la otra—. Dios santo, cómo estás de bueno.
—¡Cecilia! —La otra chica la regaña.
Cecilia se muerde el labio.
—Solo estoy diciendo la verdad, Camila, él sabe que está bueno, así que para qué negar que estamos deslumbradas.
Ignoro su cumplido.
—Imagino que ustedes son las primas que dormirán en la habitación de Raquel.
Camila asiente.
—Sí, lamentamos interrumpir.
Le sonrío.
—Tranquilas, pasen. —Me hago a un lado—. Ya me iba, solo necesito encontrar mi camisa.
Cecilia me sigue dentro de la habitación.
—¿Para qué? Te ves perfecto sin camisa.
Camila la agarra.
—¡Cecilia! —Me da una mirada de disculpa—. Lo siento, Ceci ha bebido mucho.
—Tranquila.
Recojo mi camisa del suelo de la habitación y me inclino para darle un beso corto a Raquel en la mejilla, me pongo la camisa y las miro.
—No la despierten, está agotada y ha sido un día agitado para ella.
Camila asiente.
—Está bien.
—Buenas noches. —Salgo al pasillo, y me dirijo a las escaleras.
—Ares.
Me detengo y me giro para ver quién me llama.
Cecilia camina hacia mí lentamente, sonriendo.
—Yo...
Mi voz toma ese tono helado usual, defensivo.
—¿Qué?
—No lo entiendo... Tú y ella, no tiene sentido.
Esta chica no tiene idea de lo frío y brutalmente honesto que puedo llegar a ser, únicamente ha visto mi lado dulce, que solo sale con Raquel, con nadie más.
—No tienes que entenderlo, no tiene nada que ver contigo.
—Lo sé... —Da otro paso hacia mí—. Pero es que tú eres tan perfecto... y ella es tan...
—Para —la interrumpo—. Mucho cuidado con lo que vas a decir de ella.
—No iba a decir nada malo.
—La verdad, no me interesa en lo más mínimo lo que tengas que decir. Buenas noches.
La dejo con la palabra en la boca y me voy.
***
—¿Por qué no me lo dijiste? —Raquel tiene sus manos en la cintura, está molesta—. ¿Ares?
—No lo sé.
Las malas noticias habían llegado de varias formas: e-mails y cartas de rechazo. La razón principal que daban era que ya se había pasado el tiempo de aplicar para becas y que ya estaban ocupadas por otros estudiantes que hicieron el proceso a tiempo.
Raquel se había enterado por Apolo, porque yo no le había contado cuando empecé a recibir respuestas. No sabía cómo decírselo, yo ya había perdido la esperanza, pero ella no y no quería quitarle eso.
No puedo mentir, el rechazo me entristece enormemente, mi único consuelo es saber que por lo menos podré estar en la misma universidad que ella. Seré miserable estudiando algo que no quiero, pero por lo menos seré miserable a su lado.
—¿Estás molesta conmigo?
Raquel suspira y pone sus manos alrededor de mi cuello.
—No. —Me da un beso corto—. Lamento mucho que no haya funcionado, pero aún tenemos lo que hemos reunido estos meses, ya pensaremos en algo.
—Raquel...
Sus ojos encontraron los míos.
—No, ni siquiera pienses en darte por vencido.
—¿Crees que quiero darme por vencido? Pero tampoco podemos aferrarnos a esperanzas inexistentes.
—¿Intentaste hablar con tu abuelo?
—¿Para qué? Él ya me dijo que no se metería entre mi padre y yo.
—Vuelve a hablar con él.
Meneo la cabeza.
—No.
—Ares, él es tu último recurso, por favor, inténtalo de nuevo.
Suspiro.
—No quiero ser rechazado de nuevo —admito bajando la cabeza.
Raquel sostiene mi cara, forzándome a mirarla.
—Todo estará bien, un último intento.
La beso suavemente, con mis dedos trazando sus mejillas lentamente. Cuando me separo, le devuelvo una sonrisa.
—Un último intento.
Salgo de su casa y me dirijo a la mía.
***
El abuelo Hidalgo no parece para nada sorprendido de verme, está sentado en el estudio de mi padre, con un atuendo ligero pero clásico de él, pantalones y camisa bien planchada y abotonada.
Claudia está sentada a su lado, riéndose de algo que él dice.
—Hola —saludo un poco nervioso—. ¿Cómo estás, abuelo?
Él me sonríe.
—Unos días mejores que otros, así funciona la vejez.
Tomo asiento en la silla al otro lado de la mesa que divide la minisala del estudio, quedando frente a ellos.
—Claudia, hija. —El abuelo le habla dulcemente—. ¿Puedes decirles a mi hijo y a Artemis que vengan al estudio un momento?
¿Está llamando a mi padre y a Artemis? ¿Para qué? Esto no va a terminar bien.
Claudia sale, cerrando la puerta detrás de ella.
—Abuelo, yo...
Él levanta su mano.
—Sé por qué estás aquí.
Abro mi boca para hablar, pero mi padre entra, con su traje usual, probablemente acaba de llegar del trabajo, seguido de Artemis.
—¿Qué pasa, papá? Estamos ocupados. Tenemos una videoconferencia en diez minutos. —Mi padre me da una mirada rápida, pero no dice nada. Artemis parece confundido.
—Cancélala. —El abuelo ordena, sonriendo.
Mi padre protesta.
—Papá, es importante, estamos...
—¡Cancélala! —Mi abuelo levanta la voz, sorprendiéndonos.
Artemis y mi padre comparten una mirada y papá asiente, así que Artemis hace la llamada para cancelarla. Ambos se sientan a un lado, a la misma distancia del abuelo y de mí.
Mi padre suspira.
—¿Qué pasa ahora?
El abuelo recupera su compostura.
—¿Saben por qué Ares está aquí?
Mi padre me da una mirada fría.
—Imagino que para pedirte de nuevo ayuda.
El abuelo asiente.
—Así es.
Artemis habla.
—Lo cual imagino que te ha molestado porque ya le dijiste que no.
Me levanto.
—No hay necesidad de esto, abuelo, ya entendí.
—Siéntate. —No me atrevo a retarlo, y me siento.
Mi abuelo se gira ligeramente hacia mi padre y mi hermano.
—Esta conversación es mucho más importante que cualquier estúpido negocio que estén concluyendo, la familia es más importante que cualquier negocio, y ustedes parecen haberlo olvidado.
Nadie dice nada, el abuelo continúa.
—Pero no se preocupen, estoy aquí para recordárselo. Ares siempre lo ha tenido todo, nunca ha tenido que luchar por nada, nunca en su vida ha trabajado, vino a mí por ayuda, lo rechacé a ver si se daba por vencido a la primera, pero superó mis expectativas con creces. Este chico ha estado trabajando día y noche, rogando becas y aplicaciones por meses, luchando por lo que quiere.
Artemis y mi padre me miran, sorprendidos.
El abuelo vuelve a hablar.
—Ares no solo se ha ganado mi apoyo, se ha ganado mi respeto. —El abuelo me mira directamente a los ojos—. Estoy muy orgulloso de ti, Ares. —Mi pecho se aprieta—. Me siento orgulloso de que portes mi apellido y lleves mi sangre.
No sé qué decir, la sonrisa del abuelo se desvanece cuando su mirada cae sobre mi padre.
—Estoy muy decepcionado de ti, Juan. ¿Legado familiar? Que la muerte venga por mí si alguna vez he pensado que el legado familiar puede ser algo material. El legado familiar es lealtad, apoyo, cariño, pasar todas esas características positivas por todas las generaciones a venir. El legado familiar no es una maldita empresa.
El silencio es agonizante, pero mi abuelo no tiene problema para llenarlo.
—El hecho de que te hayas vuelto un adicto al trabajo para no lidiar con las infidelidades de tu esposa no te da derecho a hacer a tus hijos tan infelices como tú.
Mi padre aprieta sus puños.
—Papá.
El abuelo menea la cabeza.
—Qué vergüenza, Juan, que tu hijo te haya rogado por apoyo y aun así le hayas dado la espalda. Nunca pensé que me sentiría tan decepcionado de ti. —El abuelo mira a Artemis—. Hiciste que él estudiara algo que odiaba, has hecho todo lo posible para hacerlo como tú, y míralo. ¿Crees que es feliz?
Artemis abre la boca, pero el abuelo levanta la mano.
—Cállate, hijo, aunque solo eres el producto de la mala crianza de tu padre, también estoy molesto contigo por darle la espalda a tu hermano, por no pararte y apoyarlo. Me dan lástima los dos, y estos momentos son lo menos que quiero que alguien asocie con nuestro apellido.
Artemis y mi padre bajan la cabeza, la aceptación de mi abuelo es algo sumamente importante para ellos.
—Espero que puedan aprender algo de esto, y mejorar como personas, tengo fe en ustedes.
Me sorprende la tristeza en la expresión de mi padre y de Artemis, y no se atreven a levantar la mirada.
El abuelo vuelve a mirarme.
—Comencé tu proceso de inscripción para Medicina en la universidad que le comentaste a Apolo. —El abuelo me pasa un sobre blanco—. Es una cuenta bancaria a tu nombre, con los fondos suficientes para pagar tu carrera, gastos universitarios y dentro hay una llave del apartamento que compré cerca del campus para ti. Tienes todo mi apoyo, y lamento que hayas tenido que ver a tu propio padre darte la espalda. Lo bueno de todo esto es que pudiste experimentar no tenerlo todo, y trabajar por lo que quieres. Serás un gran doctor, Ares.
No puedo moverme, no sé qué decir. De todos los escenarios que me imaginé, este jamás se me había cruzado por la mente. El abuelo sacude sus manos y se levanta lentamente.
—Bueno, eso era todo, iré a descansar un poco.
Con la cabeza baja, mi padre sale detrás de él. Yo sigo ahí sentado con el sobre en mi mano, procesando todo.
Artemis se levanta.
—Lo siento.
Son contadas las veces que mi hermano mayor me ha dicho esas palabras.
Artemis se pasa la mano por la cara.
—De verdad lo siento y me alegra que por lo menos tú puedas alcanzar lo que quieres. —Una sonrisa triste llena su expresión—. Te lo mereces, Ares. Tienes una fortaleza que yo no tuve cuando se me impuso lo que debía hacer, el abuelo tiene mucha razón en admirarte.
—Nunca es tarde para cambiar tu vida, Artemis.
Su sonrisa triste es tan llena de melancolía.
—Es tarde para mí. Buena suerte, hermano.
Y con eso se va, dejándome solo.
No sé cómo sentirme, mis emociones están tan revueltas, pero reconozco la principal como felicidad pura.
Lo logré.
Voy a ser médico.
Voy a estudiar lo que quiero, salvaré vidas.
Lo único que opaca mi felicidad es pensar en la chica de ojos honestos que espera mi llamada para contarle qué pasó, la chica que amo, y la que estará a millas de distancia de mí una vez que empiece el semestre.
El abuelo está equivocado en una sola cosa, nunca lo he tenido todo y esta vez no parece ser la excepción.