8
EL SALÓN DE LAS VELAS
Con tanto alcohol en mis venas, es muy difícil enfocarme en ser sensual.
Tengo que intentarlo de todas formas, necesito vengarme de Ares. Él ha jugado conmigo dos veces ya, él no puede ir por la vida incitando a las almas inocentes como yo y dejarlas con las ganas.
Almas inocentes...
De verdad estoy borracha, mi alma acosadora no es inocente, no con las cosas que hago en la oscuridad de mi cuarto cuando nadie me ve. Me sonrojo al recordar las veces que me he tocado pensando en Ares. En mi defensa, Ares es la primera figura masculina a la que tenía acceso al llegar a mi pubertad. Es su culpa por estar en mi campo de visión cuando mis hormonas estaban por los aires.
Le doy la espalda para darle una buena vista de mi cuerpo; no tengo un cuerpo espectacular, pero tengo buena figura y un trasero decente. El sudor comienza a rodar por el escote de mi vestido, por mi frente y por los lados de mi cara. La sed aparece casi inmediatamente, haciéndome lamer mis labios secos más seguido.
No sé cuánto tiempo ha pasado, pero cuando me giro nuevamente para mirar a Ares, él ya no está. Mi corazón se acelera aún más mientras lo busco por todas partes. ¿A dónde se fue?
¿Acaso bajó las escaleras y viene por mí? ¿Qué se supone que haría en ese caso?
No he elaborado mi plan de seducción a tanto alcance. Estúpida, Raquel, siempre metiéndote en juegos que no sabes jugar. Esto no se va a quedar así. Decidida, vuelvo a caminar hacia la escalera donde está el guardia momia. Él me da una mirada de cansancio.
—Zona VIP.
—Ya lo sé —le respondo de mala gana—, pero un amigo está allá arriba y me dijo que subiera.
—¿Esperas que me crea eso?
—Es la verdad, se va a enojar si sabe que me tienes aquí esperando. —Pongo mis brazos sobre mi pecho.
—Si tu amigo te quiere allá arriba, él debería venir a buscarte, ¿no crees? Así son las reglas.
—Solo será un segundo —le ruego, pero no me hace caso. Así que intento pasarle por un lado, y él me detiene.
—Suéltame. —Peleo para zafarme, y él solo aprieta su agarre en mi muñeca.
—Creo que ha dicho que la sueltes. —Una dulce voz llena mis oídos desde atrás, y me giro para mirar sobre mi hombro y ver a Apolo Hidalgo serio y bien vestido.
—Esto no es asunto tuyo. —El guardia habla groseramente.
La expresión de Apolo es amable pero segura.
—Una demanda por agresión es bastante pesada, dudo que puedas salir ileso.
El guardia resopla en burla.
—Si intentas asustarme, solo estás haciendo el ridículo, mocoso.
Le doy una mirada al guardia. ¿Acaso no sabes quién es él? Tendrá cara de niño, pero es el hijo de una de las familias más poderosas del estado.
Apolo suelta una risa.
—¿Mocoso?
El guardia mantiene su postura, y yo trato de zafarme, pero me aprieta más.
—Sí, ¿por qué no te vas y dejas de meterte en donde no te llaman?
—Apolo, está bien; intenté subir a pesar de que él me dijo que no. —Miro al guardia—. ¿Podría soltarme?
El guardia parece culpable por unos segundos y me suelta.
—Lo siento.
Nos alejamos del guardia y Apolo levanta mi brazo y lo inspecciona; está rojo, pero no morado.
—¿Estás bien?
—Sí, gracias.
—Si no se hubiera disculpado, lo habría despedido.
—¿Despedirlo? ¿Este bar es tuyo?
—No. —Apolo menea su cabeza—. Es de mi hermano.
Es mi turno para que mis ojos se abran exageradamente.
—¿De Ares?
Apolo sacude la cabeza.
—¿Ares con un bar? No, mamá se moriría. Es de Artemis.
Oh, el hermano mayor.
—No te preocupes, ya le envié un texto a Artemis, me dijo que ya venía.
Una parte de mí siente tristeza por el guardia, pero luego recuerdo lo grosero que fue y se me pasa.
Espera un momento...
Artemis ya viene...
Y yo tengo más alcohol en mis venas que sangre en estos momentos.
La pequeña discusión con el guardia hizo que se me pasara un poco la cosa, pero aún tengo mucho camino por recorrer para llegar a la sobriedad. Me doy cuenta de mi ebriedad por lo difícil que se me hace subir unas simples escaleras. Un nudo sube a mi garganta ante la posibilidad de encontrarme a Ares aquí arriba. La zona VIP es hermosa, con mesas de vidrio y butacas cómodas, camareros atendiendo a los grupos de adinerados. Al final, veo unas cortinas carmesí y solo oscuridad más allá de eso.
Apolo me guía a sentarme en una de las butacas frente a una mesa vacía.
—Siéntate, ¿qué quieres tomar?
Rasco mi cerebro tratando de recordar lo que estaba bebiendo con Dani, pero ella ya me ha dado tantas bebidas diferentes que ni sé. Solo recuerdo una por su peculiar nombre: Orgasmo. Pero no hay forma en esta vida ni en la siguiente de que yo le diga a Apolo esa palabra.
—¿Qué me recomiendas?
Apolo me da una sonrisa inocente.
—Pues yo no bebo, pero a mis hermanos les encanta el whisky.
—Pues entonces un trago de whisky.
Apolo lo ordena a un camarero y luego se sienta a mi lado, yo junto mis manos en el regazo, nerviosa.
—Lamento mucho lo del guardia. —Apolo se disculpa mirándome con esos ojos tan tiernos que tiene—. A veces contratan a cualquiera.
—Está bien, tampoco debí intentar subir.
—Tranquila, le diré a Artemis que te dé un pase para que cuando vengas puedas subir cuando quieras.
—Gracias, pero no tienes que hacer eso.
—Oye, somos vecinos y básicamente crecimos jugando a través de la cerca que divide nuestras casas. —Eso es cierto, no somos amigos, pero recuerdo tantas veces que jugamos y hablamos a través de la cerca todos juntos. Eso fue hace tanto tiempo...
—No pensé que recordarías eso, eras tan pequeño.
—Claro que lo recuerdo, recuerdo todo de ti.
La forma en la que lo dice hace que algo en mi estómago se mueva con nervios. Apolo nota la expresión en mi cara y habla:
—Sin intención de sonar raro o nada por el estilo, solo tengo buena memoria.
Le sonrío para calmarlo.
—No te preocupes.
Soy la menos indicada para juzgarte en cuestiones de acoso. El camarero trae el whisky y tomo un sorbo, lucho para tragármelo. Esto sabe horrible.
Mis ojos curiosos viajan a las cortinas carmesí.
—¿Qué hay ahí?
Apolo se rasca la cabeza y, antes de que pueda responderme, su teléfono suena y él se levanta a contestar la llamada, alejándose. Mis ojos siguen en esas cortinas, mi curiosidad como siempre ganándome. ¿Qué habrá allí? Apolo sigue en su llamada, así que me pongo de pie para dirigirme al misterioso lugar.
Lo primero que me envuelve cuando cruzo esas cortinas es la oscuridad, les cuesta a mis ojos acostumbrarse a la pequeña iluminación proveniente de velas y nada más. Veo parejas besándose y manoseándose en los sofás distribuidos por todo el lugar. Algunos parece que estuvieran teniendo sexo con ropa, guao, esto es demasiado para mi pequeña alma. Al pasar tantas cortinas del mismo color, ya no sé cuál es la salida y me aterra abrir la cortina que no es e interrumpir a parejas que estén haciendo quién sabe qué. Sigo una pequeña luz que parece una puerta de vidrio transparente con la esperanza de que sea una salida. Sin embargo, mis ojos se encuentran con una vista inesperada.
Ares.
Está sentado en una silla con la cabeza recostada hacia atrás y los ojos cerrados. Con cuidado y en absoluto silencio, salgo al balcón.
Ares se ve tan hermoso con sus ojos cerrados, se ve casi inocente. Sus largas piernas están estiradas frente a él, en una mano sostiene su trago de whisky y utiliza la otra para darle una rápida acomodada a su eminente erección, aunque retira su mano pareciendo frustrado. Obviamente está tratando de calmar a su pequeño amigo tomando aire fresco, pero no parece estar funcionando. Una sonrisa de victoria invade mis labios.
Así que no eres inmune a mis intentos de seducción. Te tengo, dios griego.
Me aclaro la garganta y Ares abre sus ojos y endereza su cabeza para mirarme; no puedo quitarme esta estúpida sonrisa victoriosa de la cara y él parece notarlo.
—¿Por qué no me sorprende verte aquí? —Suena divertido mientras se endereza en su silla.
—¿Tomando aire fresco? —le pregunto, y me río un poco.
Ares se pasa la mano por la barbilla.
—¿Crees que estoy así por ti?
Cruzo mis brazos sobre mi pecho.
—Sé que sí.
—¿Por qué estás tan segura? Tal vez he estado besándome con una hermosa chica y ella me dejó así.
Su respuesta no afecta a mi sonrisa.
—Estoy segura por la forma en la que me estás mirando.
Ares se levanta y mi valentía se tambalea un poco, al tener ese gigante frente a mí.
—Y ¿cómo te estoy mirando?
—Como si estuvieras a un segundo de perder el control y besarme.
Ares se ríe con esa risa ronca que me parece tan sensual.
—Estás delirando, tal vez sea el alcohol.
—¿Tú crees? —Lo empujo y él se deja caer en la silla. Esos ojos profundos no se despegan de los míos mientras me acerco y con ambas piernas a los lados de las suyas me siento sobre él.
De inmediato, siento lo duro que está contra mi entrepierna y muerdo mi labio inferior. La cara de Ares está a centímetros de la mía, y tenerlo tan cerca hace que mi pobre corazón lata como desquiciado. Él sonríe, mostrando esa dentadura perfecta que tiene.
—¿Qué estás haciendo, bruja?
No le respondo, y entierro mi cara en su cuello. Él huele delicioso, una combinación de perfume caro con su olor. Mis labios hacen contacto con la delicada piel de su cuello y él se estremece. Mi respiración se acelera mientras dejo besos húmedos por todo su cuello, luego hago que ponga la copa en el suelo y guío sus manos para ponerlas en mi trasero y las dejo ahí. Ares suspira, yo sigo mi ataque en su cuello. Sus manos aprietan mi cuerpo con deseo, lo siento ponerse aún más duro contra mi entrepierna. Así que comienzo a moverme contra él suavemente, tentándolo, torturándolo.
Un leve gemido escapa de sus labios, sonrío contra su piel y muevo mi boca hasta alcanzar su oreja.
—Ares —gimo su nombre en su oído y él me aprieta más fuerte contra él.
Saco mi cara de su cuello y lo miro a los ojos: el deseo que encuentro en ellos me desarma. Su nariz toca la mía, nuestras aceleradas respiraciones se mezclan.
—¿Me deseas? —le pregunto, mojando mis labios.
—Sí, te deseo, bruja.
Me inclino para besarlo y, cuando nuestros labios están a punto de encontrarse, echo la cabeza hacia atrás y me levanto de un golpe. Ares me mira desconcertado, y yo le doy una sonrisa de suficiencia.
—El karma es una mierda, dios griego.
Y sintiéndome como la reina del universo, me alejo de él y camino dentro del club.