9

EL PLAN

—¿Estás bien? —Apolo pregunta tan pronto aparezco de nuevo a su lado—. Estás toda roja.

Me esfuerzo por fingir una ligera sonrisa.

—Estoy bien, solo tengo un poco de calor.

Las cejas de Apolo se estrechan casi tocándose.

—Viste algo desagradable, ¿no es así?

No, en realidad, acabo de dejar a tu hermano con una erección del tamaño de la torre Eiffel.

Apolo toma mi silencio como un sí y menea su cabeza.

—Le he dicho a Artemis que ese salón de las velas no es una buena idea, pero no me hace caso. ¿Por qué lo haría? Solo soy el niño de la familia.

Noto cierta amargura en su dulce voz cuando lo dice.

—No eres un niño.

—Para ellos lo soy.

—¿Ellos?

—Ares y Artemis. —Suspira y toma un sorbo de su gaseosa—. Incluso para mis padres, no me toman en cuenta para la toma de decisiones.

—Eso puede ser algo bueno, Apolo. No tienes responsabilidades, esta es una etapa de la vida que según mis tías hay que disfrutar, ya habrá tiempo para preocuparte por cosas cuando seas adulto.

—¿Disfrutar? —Suelta una risa triste—. Mi vida es aburrida, no tengo amigos, por lo menos no verdaderos, y en mi familia soy un cero a la izquierda.

—Guao, suenas muy triste para ser tan joven.

Él juega con el borde metálico de su gaseosa.

—Mi abuelo dice soy un viejo en cuerpo de niño.

Uh, el abuelo Hidalgo. Lo último que supe de él es que lo habían internado en un geriátrico. Habían tomado la decisión entre sus cuatro hijos, entre ellos el papá de Apolo. Por la tristeza en los ojos de este, puedo decir que esa fue una de las tantas decisiones en las que no lo tomaron en cuenta.

Esa cara tan inocente y tan bonita no debería tener tanta tristeza, así que me levanto y le ofrezco mi mano.

—¿Quieres divertirte?

Apolo me ofrece una mirada escéptica.

—Raquel, no creo que...

El alcohol aún circulando en mis venas me motiva todavía más.

—Levántate, Lolo, es hora de divertirnos.

Apolo se ríe y su risa me recuerda tanto a la de su hermano, con la diferencia de que la risa de Ares no suena inocente sino sexy.

—¿Lolo?

—Sí, ese eres tú ahora, olvídate de Apolo, el niño bueno y aburrido; ahora eres Lolo, un chico que vino a divertirse esta noche.

Apolo se levanta y me sigue nervioso.

—¿A dónde vamos?

Lo ignoro, y lo guío escaleras abajo. Me sorprende no caerme con estos tacones bajando esos escalones. Me dirijo al bar y ordeno cuatro copas de vodka y una limonada, y el bartender los sirve frente a nosotros.

—¿Estás listo?

Apolo sonríe de oreja a oreja.

—Estoy listo.

Antes de que pueda decir algo, Apolo se toma un trago tras otro con apenas segundos de diferencia. Dejando los cuatro vasos pequeños ahí vacíos, me mira y observo horrorizada cómo trata de sostenerse de la barra mientras su cuerpo asimila tanto alcohol a la vez.

—Oh, mierda, me siento muy extraño.

—¡Estás loco! ¡Esos eran para mí! ¡La limonada era para ti!

Apolo pone su mano en los labios.

—¡Ups! —Toma mi mano y me lleva a la pista de baile.

—¡Apolo, espera!

Ok, aquí es donde las cosas se empiezan a poner feas. Mi plan original era brindar con Apolo —él tomando limonada—, llevarlo a bailar, presentarle una chica para que hablara y luego dejarlo ir con una sonrisa en su cara tierna.

Es poco decir que mi plan se ha ido un poquito a la mierda.

Todo lo que comienza con alcohol en exceso termina mal.

Así fue como Dani, Apolo y yo terminamos en un taxi camino a mi casa, porque Apolo está tan borracho que no podemos abandonarlo en el club o llevarlo a su casa, donde su familia probablemente le diera el regaño del siglo.

Déjenme decirles algo: lidiar con un borracho es difícil, pero transportarlo es otro nivel de dificultad. Creo que nos salieron dos hernias a Dani y a mí, subiendo a Apolo por las escaleras de mi casa. ¿Por qué no lo dejamos en el piso de abajo? Porque ahí solamente está el cuarto de mi madre, y no hay manera en este mundo de que deje que Apolo pase su borrachera ahí. Si llega y vomita en el cuarto de mi madre, mis días en este mundo llegan a su fin.

Lo lanzamos en mi cama y él cae como un muñeco de trapo.

—¿Segura de que estarás bien?

—Sí, mi mamá está de guardia en el hospital y no llegará hasta mañana —le respondo—. Ya me has ayudado bastante, no quiero causarte problemas con tus padres, vete.

—Cualquier cosa me llamas, ¿sí?

—Tranquila, vete, que el taxi está esperando.

Dani me da un abrazo.

—Apenas se le pase la borrachera, envíalo a su casa.

—Lo haré.

Dani se va y yo suelto un largo suspiro, Rocky se para a mi lado moviendo la cola. Apolo Hidalgo está acostado boca arriba en mi cama murmurando cosas que no entiendo, su camisa abierta y su pelo hecho un desastre. Se ve lindo e inocente a pesar de tener una alta cantidad de alcohol en sus venas y algo de vómito en sus pantalones.

—Oh, Rocky. ¿Qué he hecho?

Rocky solo lame mi pierna como respuesta. Le quito los zapatos a Apolo y dudo al observar sus pantalones. ¿Debería quitárselos? Tienen vómito. ¿Me vería como una pervertida si se los quito? Es un niño, por Dios, no lo veo con ningún tipo de malicia. Decidida, le quito los pantalones y la camisa, que de alguna manera también se llenó de vómito, lo dejo en sus bóxers y lo arropo con mi sábana.

El sonido de un teléfono me hace saltar de un brinco, ese no es mi tono. Sigo el sonido y agarro los pantalones de Apolo, saco su teléfono y mis ojos se abren como platos al ver la pantalla.

Llamada entrante

Ares bro.

Lo silencio y dejo que repique hasta que se cae la llamada, y veo la cantidad de mensajes y llamadas perdidas que tiene de Ares y de Artemis. Oh, mierda, no he pensado en que sus hermanos y sus padres obviamente se preocuparían si él no llega a dormir.

Ares vuelve a llamar y le corto la llamada. No puedo contestarle, él reconocería mi voz. Puedo enviarle un mensaje de texto, pero ¿qué le digo?

Hey, bro, dormiré en la casa de un amigo.

Le doy a enviar, ya está, eso debe tranquilizarlo.

La respuesta de Ares llega rápido.

Contesta el maldito teléfono, ahora.

Ok, Ares no está para nada tranquilizado. Y vuelve a llamar, miro en pánico cómo su nombre me atormenta desde la pantalla del celular de Apolo.

Siento que pasan años y Ares deja de llamar, un suspiro de alivio deja mis labios y me siento en la orilla de mi cama a los pies de Apolo, quien duerme profundamente. Por lo menos no ha vomitado. La pantalla del celular se enciende y llama mi atención, la reviso para ver si Ares está llamando otra vez, pero es solo una notificación de una aplicación del celular que se llama Find my iPhone.

¡Encuentra mi iPhone!

Esa aplicación sirve para localizar los equipos Apple que tengas registrados en una cuenta. Si Ares la usa desde su Mac, puede obtener la información exacta de dónde está el teléfono que tengo en mis manos. En pánico, lanzo el teléfono a la cama.

¡Me encontró! Sé que me encontró. ¿Por qué Ares sabe tanto de tecnología? ¿Por qué? Va a matarme. Ares viene por mí y ni un milagro podrá salvarme.