SIETE

APOLO

«No puedo dejar de pensar en ella».

Y eso me hace sentir como un tonto porque solo la he visto una vez. Sí, soy un romántico, pero nunca he creído en el amor a primera vista. Siempre he pensado que se necesita un poco más de sustancia para enamorarse de alguien. Un solo vistazo no es suficiente. Y en todo caso, la primera vez que vi a Rain tampoco fue el mejor encuentro: lluvia, chico golpeado y moribundo. No debo de estar entre sus recuerdos favoritos de primeras impresiones.

Después de darle ese abrazo que me reinició la vida, Rain se despidió y me quedé con las ganas de pedirle que nos viéramos de nuevo. Sin embargo, parecer un intenso no estaba en mis planes, no quise asustarla. Ahora han pasado unos días y no sé cómo contactar con ella otra vez. No sé qué excusa inventarme porque no quiero pedirle una cita de la nada sin saber si ella está interesada en mí de esa forma.

Quizá solo quería recibir mi agradecimiento y ya está. Suspiro y tomo un sorbo de mi café, mi pulgar roza el borde de la taza. Estoy de nuevo en el Café Nora, en la misma mesa donde nos sentamos el otro día. Llevo unos cuantos días viniendo antes de clase.

Me siento observado y, cuando echo un vistazo al mostrador donde están los camareros, veo al compañero del chico de pelo azul que también trabaja aquí. Es un chico de pelo negro, muy alto y serio, pocas veces lo he visto hablar, él solo prepara cafés mientras el chico de pelo azul es el que apunta los pedidos. Aunque el moreno no interactúa con nadie, lo he pillado mirándome varias veces y no sé si son imaginaciones mías, pero parece... molesto. Quizá está cansado de verme aquí todos los días, no lo culpo.

También he visto a mucha gente quedársele mirando cuando vienen a la cafetería. El chico definitivamente practica algún deporte o algo así, porque sus brazos están definidos y las mangas de la camisa negra del uniforme casi se le aprietan alrededor de sus bíceps, a la misma altura donde, en el brazo derecho, se ve el inicio de un tatuaje. Vuelvo a centrarme en mi café y lo saboreo un buen rato.

—Quisiera saber qué tiene de especial esta mesa —susurra el chico de pelo azul.

A veces tenemos conversaciones breves porque ya básicamente vivo aquí cada mañana. Está de pie a mi lado, en las manos lleva un trapo con el que ha estado limpiando las mesas vacías. Al levantar la mirada, me encuentro con sus ojos marrón oscuro y le sonrío.

—No lo sé... —Señalo la silla vacía frente a mí—. Supongo que por las vistas.

Él alza una ceja y noto el diminuto piercing que tiene en ella.

—¿Las vistas de una silla vacía?

Eso me hace reír y, por alguna razón, no estoy tan nervioso a pesar de que socializar no es una de mis fortalezas. Él también se ríe un poco antes de señalar la silla.

—¿Te molesta si me siento?

—Claro que no.

Se sienta y así, de frente, noto que su pelo azul es llamativo y está despeinado, apunta a todos lados. Me recuerda a un personaje de anime. Sus mejillas siempre están un poco rojas, incluso cuando está detrás del mostrador, supongo que por el vapor de café o las máquinas, no lo sé.

—Déjame adivinar —empieza y se pasa la lengua por los labios antes de continuar—. Rain rompió contigo en esta mesa y no puedes superarlo.

—¿La conoces?

Él asiente.

—¿Quién no conoce a Rain en el campus? Es brillante y superagradable con todo el mundo. Debería llamarse Sol, si me permites dar mi opinión.

La sonrisa amable y el brillo de los ojos de Rain llegan a mi mente. Supongo que tiene razón.

—La acabo de conocer, ya quisiera haber tenido el privilegio de que rompiera conmigo.

—Ah, es tu crush. —Él sacude la cabeza—. Apúntate a la lista, amigo.

—¿Qué? ¿Tú también? —pregunto, sorprendido.

Él se ríe a carcajadas.

—No, Rain es guapa, pero me gustan los chicos.

—Oh.

Él enarca una ceja.

—¿«Oh»? ¿Te incomoda?

—Para nada.

Él se recuesta en la silla y cruza los brazos, parece divertido.

—Relájate, tampoco eres mi tipo.

Me pongo nervioso porque no quería que pensara que asumiría algo así.

—No estaba asumiendo que...

—Apolo —dice y me sorprende que sepa mi nombre—. Era una broma.

—¿Cómo sabes mi nombre?

—¿Sabes cuántos pedidos he apuntado con tu nombre durante todos estos días?

«Claro, claro, es que soy idiota».

Se pone de pie y se estira un poco antes de meterse la mano en el bolsillo de su delantal y ofrecerme un pedazo de papel.

—Hay fiesta en el campus esta noche, ahí está la dirección.

—¿Ah?

Él sonríe.

—Rain estará ahí —informa como si eso lo explicara todo—. Ya me he cansado de verte merodear por aquí como alma en pena. Haz algo.

Tomo el papel y luego veo que su mano sigue extendida frente a mí, vuelvo a mirarlo y él sigue sonriendo:

—Me llamo...

—Xan —lo interrumpo con una sonrisa y le estrecho la mano—. ¿Sabes cuántas veces te he visto apuntar mi pedido con tu etiqueta de identificación en el delantal? —Señalo la parte izquierda de su delantal.

Él se ríe de nuevo y me suelta la mano.

—Ok, me lo merecía.

—¡Xan!

La voz del chico moreno nos interrumpe y, cuando lo miro, definitivamente parece molesto.

—Perdón, es un amargado —susurra Xan mientras se gira para irse—. Te veo por ahí, Apolo.

Me limito a sonreírle con la boca cerrada. Lo veo volver detrás del mostrador y comenzar a organizar cosas. El otro chico no deja de mirarme y me intimida, así que bajo la mirada al papel. Me doy cuenta de que hoy es viernes, por supuesto que hay alguna fiesta universitaria en alguna parte. Copio la dirección en Google Maps y me guardo el papel en el bolsillo para levantarme y salir de ahí.

Después de ducharme y pasar un par de horas echado en el sofá, me doy cuenta de que últimamente el piso parece vacío. Kelly sigue sin volver por aquí desde mi borrachera y mi estúpida «confesión» y Gregory nunca está. Así que no he podido disculparme con Kelly y no quiero enviarle un mensaje. ¿Por qué no puedo simplemente enviar un mensaje de disculpa? Es que todo es más fácil en persona. Siento que no es lo mismo decir algo a la cara que dejarlo a la interpretación de la persona en palabras escritas que se pueden leer con el tono que cada uno le dé.

Me meto en Instagram para entretenerme un rato viendo las historias de los demás. Paso por la de Rain y es una foto borrosa de ella frente al espejo, poniéndose un pintalabios rosa como el que usó el día que nos vimos y con la etiqueta #ListaParaLaFiesta, así que sí irá a la fiesta que ha dicho Xan. Dejo el dedo presionado en la pantalla para mantener su historia y me quedo mirando la imagen. Parece alegre y entusiasmada, y eso me hace pensar que de verdad no tiene intenciones de contactarme otra vez o de que nos veamos.

«Ah, Apolo, deja de montarte películas tú solo».

Despego el dedo y la historia de la persona que sigue me hace sonreír.

Daniela.

Mi primer amor, mi primera vez, la chica que me rompió el corazón y lo reparó antes de irse a la universidad.

Recuerdo esa tarde de hace un año como si fuera ayer.

El viento de la playa enviaba su largo pelo negro volando a un lado y el atardecer tintaba de naranja todo el cielo. Estábamos sentados en la arena, frente al mar, las olas a veces llegaban a nuestros pies. Habíamos pasado el fin de semana juntos, solos en la casa de la playa de un amigo de Dani. Ni siquiera sabía qué estábamos haciendo, no estábamos en una relación, pero tampoco estábamos viendo a otras personas. Dani se iría a la universidad la semana siguiente.

—¿No amas lo infinito que es el mar? —Me quedé mirando su perfil—. Tan amplio, tan abierto... tan libre.

Suspiré y volví a mirar el océano.

—Supongo.

Me identifico con él. —Ella me tomó la mano sobre la arena—. Quiero ir a la universidad, quiero explorar, quiero conocer gente y quiero lo mismo para ti.

Auch, pero me recuperé para decir:

—Ares y Raquel van a intentar tener una relación a distancia, ¿por qué no podemos hacer lo mismo? —El ruego de mi tono era casi vergonzoso. Ella me apretó la mano y acercó su rostro al mío.

—Mírame a los ojos, Apolo —ordenó y lo hice, perdiéndome en la oscuridad de su mirada—. Y dime con sinceridad que eso es lo que quieres.

Abrí la boca y la volví a cerrar. Ella me acarició la mejilla.

Ambos sabemos que nos queda mucho por explorar de nosotros mismos. —Sabía a lo que se refería—. Quiero que dejemos las cosas así... bonitas, libres y aún con mucho cariño entre ambos.

No pude evitar ponerme emotivo.

—Te quiero, Daniela. —La besé porque sentía que eso que teníamos se estaba desvaneciendo con la brisa del mar que nos rodeaba—. Te quiero —repetí sobre sus labios.

—Yo también te quiero, Apolo dedos locos.

Eso nos hizo reír a ambos. Y volví a besarla, quería saborear hasta el último momento juntos.

Mi mente viajó a esa noche en el club de Artemis cuando la vi por primera vez, cuando ella apareció a mi lado, sonriendo y bailándome para distraerme. Recordaba pensar: «Mierda, qué guapa es». Todo su rostro se iluminaba cuando sonreía.

Pero Dani era mucho más que una sonrisa bonita. Ella me escuchó tantas veces, me conoció a fondo como nadie lo había hecho. Me empujó a explorar lados de mí que había mantenido guardados muy por dentro sin ningún tabú, sin interponer nunca sus intereses sobre los míos. Así que ella tenía razón.

Nos debíamos un final bonito como este, romántico en la playa, con amor aún de sobra para ambos. El amor verdadero no ata, no asfixia, ni pone limitaciones.

Así que, cuando veo su historia, sonrío abiertamente porque ella tenía razón. Para mí, Dani no es un recuerdo amargo ni doloroso, es libertad y cariño eterno. En su historia, está en una fiesta con muchas luces, saltando con un vaso rojo en la mano mientras grita como loca y sacude el pelo. Su felicidad es contagiosa.

En la siguiente historia, besa a una chica con el pelo rojo. Sonrío porque lleva meses saliendo con ella y parece feliz. Dani nunca se ha puesto etiqueta, solo dice que es fluida y que se enamora de las personas sin importar si son chicos o chicas, para ella las etiquetas son anticuadas.

Le comento la historia con un corazón y, casi de inmediato, me entra una videollamada.

—¡LOLOOO! —grita Daniela a todo pulmón. Hay mucho ruido, música y oscuridad, pero veo retazos de su rostro—. ¡No me digas que estás encerrado en casa un viernes por la noche!

Me río un poco porque sé que, aunque hable, no hay manera de que me escuche con ese jaleo.

—¡Sal de ahí, Apolo Hidalgo! —chilla y la videollamada se cuelga de golpe.

Con ese ánimo, tomo mis cosas y salgo en dirección a la fiesta.

La vida nocturna del centro de Raleigh es ruidosa y brillante. Mientras camino siguiendo las indicaciones de mi móvil, cruzo una calle y entro a un circuito cerrado de casas muy bonitas. Sigo andando hasta que me detengo frente a una casa de dos pisos que, según la aplicación, es la indicada. Por las vibraciones que salen de allí, sé que estoy en el lugar correcto.

Me sudan las manos, así que me las limpio en los vaqueros y me doy ánimo.

«Vamos, has llegado hasta aquí, Apolo. Tú entra».

La puerta está abierta y a nadie parece importarle quién entra o sale de ahí, hay demasiada gente para tener algún tipo de control. La música me retumba en los oídos y me deslizo entre un grupo de gente que no sé si está bailando o solo está ahí quieta; la verdad, creo que es una combinación de ambas.

Llego a una especie de salón con una estantería inmensa a un lado de la pared. Hay varios grupos charlando y ahí la veo: Rain. Se está riendo entre un grupo de varias personas y se me acelera el corazón como el idiota que soy.

Doy un paso vacilante y nervioso hacia ella cuando mis ojos captan algo azul a mi derecha. Al girarme, veo a Xan a unos cuantos metros, y no está solo. Detrás de él está el chico de pelo negro, Xan está de espaldas a él y el chico lo tiene abrazado desde atrás. El chico besa un lado de la cara de Xan antes de descansar la mandíbula sobre su hombro y mirarme directamente a los ojos.

Y, durante unos segundos, trago grueso sin moverme. Las palabras de Dani de aquella tarde vuelven a mí: «¿No amas lo infinito que es el mar?».

«Sí que es infinito, Dani».