TRECE
RAIN
«No puedo dejar de pensar en él».
Es ridículo y no debería estar pasando. ¿Cuántas veces nos hemos visto? ¿Cuatro, cinco? Eso no debería ser suficiente para que se mantenga en mi cabeza tan seguido. Ni en las novelas de mi madre se enamoran tan rápido. ¿Enamoran? Ah, Rain, necesitas un poco de autocontrol. Es su culpa, por estar tan bueno, por tener una mirada tan dulce y una sonrisa tan cálida. Solo soy una víctima más del envoltorio perfecto que es Apolo Hidalgo. Tengo un pequeño crush y ya está, no pasa nada. Es normal, normalísimo.
—¿Qué te ha hecho ese cuaderno para que lo tortures así? —me pregunta Gregory, señalando delante de mí.
Veo que mis apuntes son un desastre. He clavado el lápiz con tanta fuerza que el papel se ha roto en varias partes. Disimulo con una sonrisa angelical.
—Estoy explorando mi expresión artística.
Gregory levanta una ceja.
—¿Asesinando las hojas? No dejas de sorprenderme, Rain Adams.
—Cállate.
Él alza las manos, a modo de rendición.
—¿Has venido a repasar los apuntes o a atacar a tu cuaderno? —Gregory toma un sorbo de su bebida energética y la pone sobre la isla de la cocina. Su cocina.
Sí, porque tengo un crush tan normalísimo, que ahora mismo estoy en el piso de Gregory. El que sé que comparte con cierto chico que no se me va de la cabeza.
«Muy sutil, Rain».
—Vamos a repasar —propongo.
Paso la página que he destrozado y llego a los apuntes. Mis ojos inquietos viajan al pasillo de entrada y luego al pasillo que lleva a las habitaciones, aprieto los labios. Gregory sigue mi mirada.
—Apolo no está —responde como si yo hubiera preguntado.
—De acuerdo, gracias por esa información que no he pedido.
Gregory se echa hacia atrás en la silla y se cruza de brazos.
—Me recuerdas a alguien. Eres muy obvia, Rain.
—¿Obvia?
—Ambos sabemos que tu media supera la mía por mucho. No me necesitas para este examen, así que estás aquí por cierto Hidalgo.
Me río de forma fuerte y sonora, muy exagerada.
—¡Por favor, Gregory! —bufo, entornando los ojos—. Estás imaginando cosas.
Él solo me observa, divertido.
—Nunca te había visto así —comenta, sonriente—. Sueles ser tan calmada, nunca estás inquieta ni nerviosa. Te tiene mal, ¿eh?
Abro la boca para protestar, pero entonces escuchamos el sonido de la puerta principal. Me quedo fría y entro un poco en pánico. ¿Qué pensará Apolo al verme aquí? ¿Será raro? ¿Será obvio, como ha dicho Gregory? No, no tiene que serlo. Gregory y yo nos conocíamos antes de que Apolo llegara a la universidad; tampoco es la primera vez que lo visito. Todo está bien.
Apolo sale del pasillo de entrada y se detiene cuando me ve.
—Oh, Rain —dice, sorprendido y mira a Gregory—. No sabía que teníamos visita.
Me lo quedo mirando porque ha pasado más de una semana desde que lo vi por última vez en la universidad. No hemos hablado ni nos hemos enviado mensajes, nada. Maldigo por dentro porque sigue estando igual de guapo que siempre. Hoy lleva camiseta blanca y vaqueros, tiene el pelo más desordenado que nunca. También noto sus ojeras y el cansancio en su expresión. Por lo que parece, él sigue luchando por adaptarse a todo.
—Sí, he venido a repasar unos apuntes con Gregory —digo, ocultando los nervios en mi voz.
Apolo se acerca y me pasa por el lado para buscar una botella de agua en la nevera. Observo su perfil mientras echa la cabeza hacia atrás y bebe, hasta su cuello es sexy. Aparto la mirada y me encuentro a Gregory con una expresión de burla que me dan ganas de darle una bofetada. Apolo termina y se sienta al otro lado de la isla, junto a Gregory.
—¿Qué estudiáis?
Gregory me mira.
—Sí, Rain, ¿qué estudiamos hoy?
Le lanzo una mirada de pocos amigos porque no tengo ni idea de qué apuntes estamos repasando, o bueno, que se supone es lo que deberíamos estar haciendo.
—Creo que Anatomía, Apolo. Necesitamos voluntarios —agrega Gregory.
Estoy a punto de lanzarle algo cuando el rostro de Apolo se contrae, confundido.
—¿Anatomía? ¿En Ingeniería?
—Está bromeando. —Suelto una risita nerviosa—. Ya sabes cómo es.
—Y este bombón tropical se ha agotado. —Gregory se pone de pie, estirando los brazos—. Voy a echarme una siesta.
—Claro. —Me levanto porque esa es mi señal para irme, pero Gregory alza la mano y me apunta con el dedo—. No, no tienes que irte. De hecho, es jueves de películas y yo estoy un poco enfermo.
—Estabas bien esta mañana —le recuerda Apolo.
—Pero ya no, las cosas cambian, Apolo. La vida es un constante ciclo de movimiento y ganas —explica con una expresión solemne.
—¿Qué?
—El hecho es que, Rain, me debes un favor. Así que acompaña a Apolo a ver la peli de hoy, es de terror y le da miedo. —Y se da la vuelta como si nada—. Chao.
Nos deja solos, sin más. Gregory es muchas cosas, pero sutil jamás.
Nos quedamos en silencio. Me gustaría decir que no es un poco incómodo, pero sí lo es. Él no esperaba encontrarme aquí y yo no sé qué buscaba al venir. Apolo se rasca la nuca, tiene los ojos en todos lados menos en mí.
—¿Cómo has estado? —pregunto, intentando ahogar esta incomodidad—. Pareces estresado.
—Creo que es un poco de todo. Echo de menos a mi familia y las clases son duras, ya sabes.
Eso despierta mi curiosidad.
—¿Cómo es tu familia? Solo sé que son ricos y bastante conocidos.
Eso no es del todo cierto, porque sé mucho más que eso. He buscado información sobre su familia: tiene dos hermanos y sus padres están separados. Es muy fácil encontrar esas cosas cuando hay hasta artículos de prensa sobre los Hidalgo.
—Somos una familia normal, supongo. Mi hermano mayor, Artemis, está casado, y tengo una sobrina preciosa que se llama Hera. El mediano es Ares, estudia Medicina y tiene una novia desde hace años que es una de mis mejores amigas. Mi padre es..., ya sabes, como son todos los padres. Y mi madre... —Se detiene y aprieta los labios antes de volver a hablar—: También está mi abuelo, al que adoro, gracias a él soy un ser humano decente.
—¿Así es como te ves a ti mismo? ¿Como un ser humano decente?
—Eso me gusta creer.
—Creo que te minimizas. A mí me pareces un ser humano increíble —digo con sinceridad.
Apolo se ha portado muy bien desde que lo conocí. Lo que más me ha hablado de su carácter es la forma en la que ha estado ahí para Xan, aunque lo acaba de conocer y a pesar de lo testarudo que es ese «peliazul».
Apolo se sonroja como de costumbre, recibir cumplidos es algo que aún parece costarle y no lo entiendo. Hablando superficialmente, es muy atractivo, estoy segura de que ha recibido muchos cumplidos a lo largo de su vida. ¿Cómo es que aún no se acostumbra a ellos?
—¿Y tú cómo estás? —Su pregunta me hace suspirar.
—Cansada y... —«Pensando en ti a cada rato, revisando mi móvil y esperando un mensaje tuyo. Confundida porque pensé que éramos por lo menos amigos y has desaparecido»—. Y...
Apolo espera y, cuando no digo nada, habla él:
—¿Y?
Nos miramos a los ojos. Ese contacto directo me desarma un poco.
—Te he echado de menos. —Expulso las palabras sin querer y me cubro la boca. Apolo está igual de sorprendido que yo. Ambos nos ponemos rojos de inmediato—. Quiero decir, echaba de menos hablar contigo.
—Lo siento, la universidad me ha consumido.
—No tienes que darme explicaciones —aclaro—. Lo entiendo.
Ah, odio esto. No suelo estar en esta posición de vulnerabilidad con frecuencia. Las personas no me desestabilizan con facilidad. Supongo que he subestimado a este chico de ojos cálidos y el efecto que provoca en la gente que lo rodea, el efecto que provoca en mí.
Apolo llena el silencio y señala el sofá.
—¿Película?
Asiento y me relajo mientras camino al sofá para sentarme y ponerme cómoda. Mucho mejor: esta es la Rain que soy, nada de complicaciones. Apolo pone una bolsa de palomitas en el microondas y trae algunas bebidas que deja en la mesa frente al televisor.
—No sabía que Gregory y tú teníais esta tradición.
—Fue idea de Kelly —responde y luego se detiene como si recordara algo—. Nos acostumbramos.
—Kelly es la novia de Gregory, ¿no?
Apolo duda y asiente antes de volver a la cocina a por las palomitas. Ya estamos listos y él se sienta en la otra esquina del sofá, dejando un espacio bastante grande entre nosotros. Aprecio que no quiera hacerme sentir incómoda, pero creo que esto es un poco extremo. Sin embargo, no lo cuestiono.
—¿Qué veremos?
Apolo se encoge de hombros.
—Puedes escoger tú.
Alzo una ceja.
—¿Seguro?
Se me ocurren varios títulos, pero escoger una película romántica sería demasiado obvio, ¿no? Me muerdo el labio y echo un vistazo a la puerta corrediza de cristal que da al balcón, las luces de la ciudad se ven al otro lado.
—Rain —me llama y vuelvo a mirarlo—. De verdad, puede ser la película que tú quieras. No voy a juzgarte.
—De acuerdo —le digo.
Escojo ver Los imprevistos del amor. Es una película muy emotiva de mejores amigos a amor imposible, donde la vida siempre los pone en situaciones donde no pueden estar juntos hasta el final. Es una de mis favoritas.
Apolo apaga las luces y pone la película. Él se sienta, estirando el brazo en la parte de atrás del sofá. Su mano queda más cerca de mí y me doy cuenta de cómo se le sube un poco la camiseta blanca y se ve un destello de su abdomen. El reflejo de los colores del televisor le da diferentes tonos a su rostro, que veo de perfil. Dejo de mirarlo y me centro en la pantalla, con las manos juntas en mi regazo. Mi vestido holgado ha sido una buena elección para estudiar sentada a una mesa, no en un sofá donde se me sube un poco y lo bajo constantemente.
Apolo parece notar el movimiento y se gira hacia mí justo en el momento en el que lo estoy mirando. Sus ojos bajan a mis muslos, donde estoy tirando del borde del vestido, sus labios se abren ligeramente y le sonrío soltando la tela. No quiero que piense que lo he hecho a propósito para seducirlo o qué sé yo.
—Hay... —Se aclara la garganta y busca algo en su lado del sofá. Me pasa una manta—. Está limpia, lo juro.
La recibo sonriendo.
—Te creo.
Me cubro las piernas con la manta y seguimos viendo la película. Comentamos alguna cosa y nos reímos mucho en la escena en la que a la protagonista se le queda el condón dentro. Ya casi vamos por la mitad de la película cuando sucede: fuera resuena un trueno. Apolo se tensa y yo miro hacia el cristal del balcón, las gotas de lluvia comienzan a caer con fuerza, mojando el suelo del balcón y el cristal. Es difícil concentrarme en seguir viendo la pantalla cuando noto lo tenso que él está. Sus manos se han vuelto puños, las venas de su cuello y de sus brazos resaltan un poco y su mandíbula está tensa.
Mi mente viaja a ese recuerdo, al miedo que sentí al encontrarlo ahí bajo la lluvia, casi muerto. No me puedo ni imaginar lo que la lluvia le provoca a él. No sé qué hacer ni qué decir, estoy igual que aquella noche. Durante un par de minutos, dudo y pienso tantas cosas..., abro la boca para decirlas y no sale nada.
Así que me quito la manta y tiro de ella mientras me muevo hasta quedar junto a él. Nos arropo, pasando mi brazo por detrás de él para darle un abrazo de lado. Apolo descansa su cabeza en mi hombro, pero no me mira.
—Todo estará bien —le aseguro, mientras le acaricio el pelo.
Cada minuto que pasa, siento cómo la tensión de sus músculos disminuye, cómo se relaja poco a poco. Él descansa la mano sobre mi pierna y, aunque hay una manta de por medio, el gesto me hace ser muy consciente de cada parte de él que está presionada contra mí, de su olor y su calidez.
Apolo se mueve y gira su rostro. Su nariz me roza el cuello y dejo de respirar ahí mismo.
—Tu olor... me calma, Rain.
Su aliento me acaricia la piel y me paso la lengua por los labios, porque no sé qué decir a eso. Y porque cada nervio de mi ser ha sentido esas palabras. Estamos demasiado cerca, demasiado juntos.
Trago con dificultad y la película termina, la oscuridad de los créditos y el sonido de la lluvia convierte este momento en muchas cosas que no sé definir. Apolo se mueve de nuevo y esta vez no es su nariz lo que me roza la piel. Son sus labios, húmedos y suaves. Es un roce breve, pero me acelera todo. Apolo para, como si quisiera saber si voy a protestar o a negarme, pero en vez de hacer algo de eso, le expongo mi cuello aún más, esperando que esa sea respuesta suficiente para él.
Sus labios se abren y se cierran sobre la piel, entre mi hombro y mi cuello, besando, lamiendo. Lucho por no soltar un jadeo. ¿En qué momento he pasado de calmarlo a esto? ¿Por qué se siente tan bien? Su boca sube hasta mi oreja, escuchar y sentir su respiración agitada me debilita.
—Apolo... —murmuro.
Él se aparta un poco, lo suficiente para que podamos mirarnos a los ojos. Su expresión es una combinación de deseo y de necesidad que no me esperaba. Su mirada baja a mis labios y no necesitamos palabras, ambos sabemos lo que queremos ya mismo.
Así que ahí en el sofá, con la lluvia resonando afuera, Apolo Hidalgo me besó.