DIECISÉIS
APOLO
«Esto sabe fatal».
Escupo un pedazo de la hamburguesa que he decidido probar y me doy cuenta de que Gregory tiene razón: sabe a plástico. En mi defensa, la carne venía ya preparada, yo solo la he puesto en la parrilla. Me siento culpable por todos los que le dieron una oportunidad a esto, porque se llevaron una gran decepción al morderla.
Empiezo a recogerlo todo porque ya está oscureciendo. No es que se note mucho, ya que ha estado nublado todo el día, pero el frío se ha vuelto menos llevadero y la oscuridad ya se escabulle en los lugares donde no hay farolas en esta zona de la universidad. Suspiro y miro hacia la entrada del edificio donde estaban Xan, Rain y Vance hace un rato antes de entrar y desaparecer de mi vista. Necesito distraerme, así que limpiar la parrilla parece un buen plan.
Gregory, por su parte, se ha acostado sobre la mesa de pícnic y está usando su móvil, moviendo los dedos rápidamente.
—Podrías ayudarme.
Greg gira la cabeza para mirarme y me sonríe.
—No, te lo mereces por vender esas abominaciones culinarias.
—No he preparado la carne, solo la he asado.
—Claro, claro.
Le lanzo un trapo.
—Deberías ayudarme. Es tu culpa que Érica no esté aquí.
—¿Mi culpa? —Sacude la cabeza y se sienta—. De acuerdo, te ayudo con una condición.
Sé que no me va a gustar.
—¿Qué?
—¿Qué pasó con Rain?
—No sé de qué hablas.
Greg alza una ceja.
—Podría ayudarte y darte consejos. Soy un hombre muy sabio, Apolo.
Bufo.
—Claro, porque has llevado lo tuyo con Érica de una manera genial. Cinco estrellas, Cupido.
—Eso ha sido un golpe bajo. Hoy estás de malhumor, no es mi culpa que tus hamburguesas...
—Cállate, Greg. Si no vas a ayudar, por lo menos cierra la boca.
—Guau, te preparo una comida espectacular en casa y ¿así es como me lo pagas?
Él se vuelve a tumbar y, con el rabillo del ojo, veo movimiento en la entrada del edificio. Rain es la primera en salir, seguida de Xan y luego Vance. Para mi sorpresa, este es el que comienza a caminar hacia nosotros, con desdén y con las manos metidas en los bolsillos delanteros de sus vaqueros. Aprieto los utensilios que estoy limpiando.
—Ah, me he perdido las hamburguesas. —Hasta su voz es molesta. Greg se sienta al notarlo—. Party Monster. —Lo saluda Vance, sacudiendo la mano.
—Chico streamer —responde Gregory.
Rain y Xan llegan detrás de él, y ninguno me mira cuando me saludan. No hay rastro del Xan que ha pasado por aquí hace un rato. No hay sonrisa, no hay nada en sus ojos. Y Rain solo mantiene los ojos en todos lados, menos en mí, como si estuviera avergonzada, ¿por qué? No lo entiendo. Es como si la oscuridad de Vance los apagara y eso me hace odiarlo cada vez más.
Vance se sienta en la mesa de pícnic al lado de Gregory. El ambiente es pesado y asfixiante.
—¿Cómo va tu inicio en la universidad, Apolo? —pregunta Vance como si nada.
Este hijo de...
Mi mirada viaja a Rain y ella se pasa la lengua por los labios.
—Vance, es tarde, vámonos.
—¿Por qué? —Su hermano sonríe—. Te he hecho una pregunta, Apolo.
Miro a Xan y el corte en su labio, imagino a este idiota poniéndole las manos encima. El miedo que Xan debe de pasar a cada rato con él. La rabia comienza a hervirme en las venas, tensando cada músculo de mi cuerpo.
«¿Cómo eres tan descarado, Vance? ¿Cómo vienes aquí, sonríes y bromeas después de herir a Xan? ¿Quién coño te ha dado poder de salirte con la tuya?».
Vance ladea la cabeza, observándome.
—¿Te has quedado mudo, Hidalgo?
—Vete a la mierda, Vance.
Las palabras dejan mi boca de forma natural. Puede que Vance tenga control sobre Xan, incluso sobre Rain, pero nada en este mundo le daría poder sobre mí. Si creía que su actitud descarada me obligaría a fingir una conversación normal, está jodido. Gregory se me queda mirando, confundido.
—¿Qué mierdas acabas de decir? —Vance se levanta.
—Lo que has escuchado, cobarde de mierda.
Nunca he sido grosero ni violento, ni mucho menos una persona impulsiva, pero esta ira dentro de mí es incontrolable. Nació aquella noche que me atacaron y ha estado ahí palpitando, creciendo. La he ignorado, pero Vance definitivamente la detona y lo único que quiero hacer en estos momentos es quitarle esa maldita expresión arrogante de la cara de un puñetazo.
—¿Apolo? —Gregory se pone alerta, nota que he apretado los puños.
—¿Cobarde? —Vance da un paso hacia mí, y Rain se cruza en su camino.
—Vance, vámonos.
—¿Por qué? —Él no despega sus ojos de los míos—. Ven y repítelo a la cara, niñato.
Le doy la vuelta a la parrilla y, en ese momento, Gregory se pone delante de mí.
—Ey, ey, bro, cálmate.
—Quítate. —Mi voz es fría y determinada.
—¿Qué pasa? —pregunta Gregory.
—Me conoces, si hago esto, es porque lo merece —digo y Gregory se aparta.
Vance hace a un lado a Rain.
—A ver, muéstrame que...
Le doy un puñetazo que me deja ardiendo los nudillos. Vance se endereza y escupe sangre a un lado: no se lo esperaba. Antes de que pueda recuperarse, le doy otro y otro. La furia me envuelve, irradiando calor por todas mis extremidades. Termino encima de él, dándole golpe tras golpe. Mi mente intercambia la noche lluviosa del callejón con esto y no puedo parar.
—¡Maldito abusador de mierda! —exclamo.
Vance intenta zafarse sin éxito y alcanza a golpearme una vez, pero no me duele. No puedo sentir nada más que rabia.
Unos brazos me sostienen desde atrás. Me quitan de encima de Vance y me hacen dar unos cuantos pasos atrás. Él se queda ahí tendido, en el suelo.
—¡Ya es suficiente! Han llamado a la patrulla universitaria.
La voz de Gregory suena lejana. Mi pecho sube y baja rápidamente, mis ojos están clavados en Vance, que gime de dolor y se sienta, le gotea sangre de la nariz.
—¿Eso es lo peor que puedes hacer? —Vance sonríe con los dientes ensangrentados.
Me suelto de Gregory y voy a atacarlo de nuevo cuando el color azul invade mi visión. Xan está delante de mí, me agarra la camisa con fuerza, está temblando.
—Por favor, para —suplica. Cuando levanta la mirada, sus ojos están enrojecidos—. La violencia no es... Tú no eres como él, Apolo. Tú... no eres como él —repite.
Veo a Vance tapándose la nariz y siento el ardor en mis nudillos, la sangre que gotea de ellos. Es como si despertara de un trance de ira absoluta. Mis ojos viajan a Rain, quien no ha movido un músculo ni ha dicho nada. En ese momento, noto a los estudiantes en la distancia, observándolo todo.
—Apolo, tenemos que irnos antes de que llegue la patrulla universitaria —advierte Gregory.
Xan va a soltarme, así que pongo mi mano sobre la suya en mi pecho y aprieto.
—No te vayas con él, Xan.
Las palabras salen de mí sin que pueda controlarlas, lo visceral de todo este asunto me ha hecho más espontáneo. Xan observa nuestras manos y sus labios tiemblan, mientras se suelta de mi agarre.
—Lo siento, Apolo.
Se da la vuelta para ir hacia Vance, lo ayuda a levantarse y se van. Dejo caer los brazos derrotado. Miro a Rain, confundido. No sé qué esperaba de todo esto, sin embargo, estoy seguro de que no imaginaba que se iría con él.
—No podemos abrir los ojos por él, Apolo —dice con una sonrisa llena de tristeza—. Solo podemos estar aquí para él cuando nos necesite.
—Esto es una mierda.
—Será una mierda aún más hedionda si llega la patrulla, ¿podemos irnos? —Gregory comienza a caminar hacia el aparcamiento.
Rain se acerca y me toma de la mano.
—Vamos.
Observo nuestras manos unidas.
—Pensaba que me odiarías. Acabo de darle una paliza a tu hermano.
—La violencia no es la respuesta, pero... se lo merecía. —Ella suspira y la tristeza apaga su expresión—. Vance sí que se lo merecía.
XAN
—¡Maldito niñato de mierda!
Un vaso vuela y se estrella contra la pared del piso. Hago una mueca cuando el cristal se esparce por todo el suelo del salón. Aún estoy temblando después de lo que ha pasado.
—Lo voy a destruir, Xan. Voy a acabar con él.
Vance camina de un lado a otro y yo me mantengo a una distancia prudente. He aprendido a no acercarme cuando está así, nunca termina bien.
—Hay que curarte las heridas. —Intento desviar su atención, porque me aterra lo que pueda hacerle a Apolo.
—No, no. —Una sonrisa diabólica llena sus labios y mi miedo crece—. Voy a denunciarlo, Xan. Él me pegó primero y mira cómo me ha dejado. Esto es agresión. Él no tiene ni un rasguño, estoy seguro de que hay testigos en la universidad. —Se ríe abiertamente, el eco resonado por la amplitud del piso y me dan ganas de vomitar—. ¿Imaginas la humillación que supondrá para su reconocida familia? Me aseguraré de filtrarle todo esto a la prensa.
Mi estómago se revuelve ante sus ideas. No, no puede hacerle eso a Apolo. Vance va a la habitación y regresa con su móvil que se ha estado cargando desde que llegamos.
—Vamos, tenemos que ir a la comisaría, serás uno de mis testigos.
Lo veo caminar a la puerta y el miedo me paraliza, aun así me atrevo a decirlo casi en un murmullo:
—No.
Vance se gira, no estoy seguro de que me haya oído hasta que veo que su rostro se contrae y el enfado se extiende por él.
—¿Qué?
—No voy a ir contigo y no voy a ser tu testigo.
—Xan, no te estoy pidiendo que mientas por mí, solo dirás la verdad. Él me atacó primero. Di lo que viste y punto.
—No, tú tampoco vas a ir ni lo vas a denunciar.
Mi voz es temblorosa y poco determinada, pero encuentro la fuerza al recordar la rabia en los ojos de Apolo y su decepción cuando le di la espalda. Él estaba tratando de ayudarme, quizá no de la manera correcta porque la violencia nunca lo es, pero, de todos modos, intentó devolverle a Vance un poco del dolor que me ha causado.
—¿Qué mierda acabas de decir?
Vance se aproxima, la ira emana de sus poros. Sé a lo que me estoy exponiendo al hacer esto; sin embargo, una cosa es permitir lo que me hace y otra dejarle que le arruine la vida a alguien que lo único que ha hecho es preocuparse por mí.
—No vas a denunciarlo, Vance.
—Ah, ¿no? —Su tono cambia, se vuelve helado y amenazador—. ¿Y cómo piensas detenerme?
No puedo permitir que el miedo me haga retractarme ahora. Sé que Vance explotará de rabia. Sé que seré el centro de su enfado después de que lo diga. Sé que dolerá. Aun así, me armo de valor porque estoy cansado de que sean las personas que me rodean quienes den la cara por mí.
—Si lo denuncias, te denuncio yo a ti —digo con claridad.
Vance frunce las cejas, está completamente confundido, sé que no se esperaba que dijera algo así. Yo tampoco lo esperaba y decirlo en voz alta... libera algo dentro de mí. Es la primera vez que admito que hay algo que denunciar en nuestra relación, que hay algo que no está bien.
—¿Que tú qué? —Vance está tan sorprendido que no me ataca, no me grita, solo me observa.
—Me has escuchado. Te juro que, si denuncias a Apolo, si le haces algo... iré a la policía, Vance, y no me volverás a ver nunca más.
—Xan. —El tono de Vance se suaviza—. No hay nada que denunciar, lo sabes. Nuestras discusiones solo han sido cosas de pareja y las hemos superado juntos. Pensaba que había quedado claro.
—Mírate —digo—. Tú... me has dejado así muchas veces y tú mismo has dicho ahora que es agresión..., ¿no? ¿Solo es agresión cuando se trata de ti? ¿Y yo? —Señalo el corte que tengo en el labio.
—Xan. —Él me agarra la mejilla con suavidad—. Ha sido una noche difícil, y aunque Apolo me ha atacado, tienes razón, no vale la pena. —Él me sonríe—. Siento haberte puesto en una situación difícil.
No tengo la fuerza ni el valor para nada más, así que decido quedarme callado y ayudarlo a limpiarse las heridas.
Después de eso, Vance sigue como si nada. Bromea, me cocina mi plato favorito y suspende su directo para estar conmigo. Cuando nos vamos a dormir y me abraza desde atrás, lo dejo hacerlo porque estoy exhausto emocionalmente y un poco roto, más de lo usual. Una parte de mí acaba de darse cuenta de algo doloroso.
Cuando he amenazado a Vance con lo de ir a la policía, me esperaba gritos, incluso golpes. Pero él ha cedido por completo, luego me ha tratado bien, me ha consentido, me ha hecho percatarme de algo muy poderoso. Algo que me ha roto el corazón por completo:
Vance ha cedido porque sí hay algo que denunciar.
Porque algo sí está mal entre nosotros.
Porque él mismo ha explicado claramente hoy lo que es agresión. Me he visto en ese espejo, golpeado, con moretones. Eso no es algo que pase en todas las parejas, como él ha dicho. No es normal y no está bien.
Siento como si una grieta dolorosa se abriera en mi pecho, porque ahí, en sus brazos, cálidos y cómodos, dejo de sentirme seguro, y las lágrimas ruedan a un lado de mi cara.
Y casi puedo ver a mi madre preparando su café, sonriendo, hace años, cuando le conté que me gustaban los chicos.
—¿Estás segura de que te parece bien?
Mi madre me puso una taza de café delante.
—Lo único que me importa es que encuentres a alguien que te quiera y te valore. ¿Acaso no trata de eso el amor, Xan? ¿Qué importa si es un chico o una chica? Si te quiere y te hace feliz, eso es lo único que necesito.
Me paso la lengua por los labios, intento controlar las lágrimas.
«Lo siento, mamá. No sé cómo he llegado hasta aquí y tampoco sé cómo salir».