VEINTIDÓS
APOLO
Tenemos que hablar.
Le doy a enviar y me guardo el teléfono en el bolsillo delantero de los vaqueros. No puedo seguir evitándolo, tarde o temprano, tengo que hablar con Rain. Han pasado semanas y me ha enviado mensajes que no he respondido, estaba tomándome mi tiempo para asimilarlo todo. No quería conversar con ella cuando el sentimiento que me dominaba era la rabia, pero lo que pasó anoche con Xan ha acelerado ese proceso porque Vance tiene que parar.
Me dirijo al Café Nora, su gran aviso de neón blanco está encendido. He venido dos horas antes de que cierre porque tengo un mal presentimiento. Desde que Xan ha salido del piso esta tarde, una sensación desagradable me corroe el estómago. Vance no parece ser el tipo de persona que se rinde con facilidad, él sabe que Xan estará aquí. ¿Qué le impediría venir a buscarlo?
Me asomo por los ventanales transparentes de la cafetería y veo a Xan sonriéndole a un cliente mientras le pasa un latte. Noto que ahora lleva puesta una bufanda alrededor del cuello que no tenía cuando ha salido de casa, seguramente los moretones han empeorado. Suspiro porque me entristece verlo así, fingiendo que todo está bien, siguiendo adelante a pesar de lo que sea que le pasó anoche.
Empujo la puerta de cristal, la campanita suena y llama la atención de todos. Hay varias mesas llenas, Xan me mira y me saluda con la mano. Le devuelvo el gesto y camino hacia el mostrador.
—Un latte, por favor.
—Deberías darle una oportunidad al matcha —dice, sacudiendo la cabeza mientras lo prepara.
—Nope, nada verde, por favor.
Xan aprieta los labios fingiendo decepción.
—Creo que esta amistad ha llegado a su fin.
—Ah, ¿es que éramos amigos? —bromeo y él entrecierra los ojos.
—Compañeros de habitación, entonces.
Sonrío de oreja a oreja.
—¿Eso quiere decir que...?
—Que aceptaré quedarme contigo... —Se aclara la garganta—. Con vosotros, quiero decir. Será temporal mientras encuentro algo.
No puedo dejar de sonreír porque siento que es una victoria inmensa para Xan. Alejarse de Vance le dará el tiempo para ver todo con nuevos ojos y darse cuenta de muchas cosas. Que esté listo para dar este paso es increíble.
Me pasa mi latte y se limpia las manos en su delantal antes de rodear el mostrador.
—Te acompaño un rato.
Caminamos a una mesa cerca del mostrador y Xan se sacude el pelo. Las raíces negras de su pelo natural ya tienen un dedo de crecimiento. Me hace percatarme de que llevamos conociéndonos más tiempo del que pensaba.
—¿Recuerdas esta mesa? —comenta con un brillo en los ojos.
—Claro, aquí me hablaste por primera vez.
—Sí, estabas pilladísimo por... Rain.
Me tenso un poco.
—Solo era uno más de la lista, me lo dejaste claro ese día.
—Nah, tú nunca serás uno más en nada, Apolo.
La espontaneidad y facilidad con las que lo dice me pilla desprevenido. Lo miro a los ojos y el rojo constante en sus mejillas se acentúa y agrega:
—Quiero decir, eres un Hidalgo, siempre resaltarás.
—¿Por mi apellido o porque...? —Finjo pensar—. ¿Cómo fue que lo dijiste la noche de la fiesta...? ¿Parezco un dios griego?
Xan baja la mirada, riendo por lo bajo.
—Esperaba que no recordaras eso.
—No todos los días alguien me dice algo así.
Él bufa.
—No te creo.
—¿A ti te dicen todos los días que tus mejillas siempre están sonrojadas y que es adorable?
Xan se queda muy quieto. Y es mi turno de aclararme la garganta y tomar un sorbo de mi latte.
«¿Qué narices ha sido eso, Apolo?».
—¿Adorable? —Xan se ríe—. No es el adjetivo que quieres escuchar de alguien que... —Se detiene de golpe y aprieta los labios.
—¿Alguien que qué?
—Nada.
Ladeo la cabeza porque Xan evita mi mirada. Está nervioso.
—Xan.
—¿Qué llevo de cena hoy? Me toca, para devolveros un poco la amabilidad, ¿alitas de pollo?, ¿pizza?
—Pizza está bien. —Lo observo con atención y sonrío para tranquilizarlo—. Tu café es increíble, ya no me siento ofendido por tus comentarios sobre el mío esta mañana.
—Pues vivo de esto, sería muy malo que no lo hiciera bien, ¿no crees?
—¿Qué otras cosas haces bien? —tanteo y el rostro de Xan muestra sorpresa.
«Pero ¿qué me pasa?».
—Perdona —digo con rapidez—. Ya estoy cogiendo demasiada confianza, es por culpa de vivir con Gregory.
Xan se pasa la lengua por los labios.
—No pasa nada. —Parece pensar qué decir—. Pues la verdad, solo se me da bien hacer café.
—Y eso está bien porque te ves feliz detrás del mostrador —admito, desviando un poco el tema—. ¿Cuándo supiste que era lo tuyo?
Xan sonríe, nostálgico.
—Desde que era pequeño, el aroma a café siempre invadía mi hogar, a mi madre le apasionaba. Al principio, pensé que se trataba de algo que me interesaba porque era mi conexión con ella, luego me di cuenta de que disfrutaba preparándolo, y, sobre todo, de la expresión de disfrute que pone la gente cuando le da el primer sorbo a un buen café. Me volví adicto a eso y aquí estamos.
—¿Tu madre...?
—Murió el año pasado, pero llegó a disfrutar este lugar. —Usa su dedo para trazar un círculo en el aire refiriéndose a Nora—. Ella... estaba muy feliz, Vance le caía muy bien. Se fue creyendo que me dejaba en buenas manos, que estaría bien. Y lo estuve durante un tiempo, hasta que él empezó con sus... cosas.
—Lo siento.
—Eso me da paz, ¿sabes? Que ella se haya ido sin preocupaciones.
—Tiene sentido. —Observo su semblante decaído—. ¿La echas de menos?
Xan suelta una bocanada de aire.
—Todos los días. —Se sacude como si quisiera alejar la tristeza—. ¿Y tú? ¿Te llevas bien con tu madre?
Cada músculo de mi cuerpo se tensa y aprieto la mandíbula. Le di una oportunidad a mi madre después de todo, pensé que, estando soltera, podía disfrutar su vida sin herir a nadie. Y, aun así, terminó metiéndose con un hombre casado.
—Soy más cercano a mi abuelo. Mis padres no son... —No sé cómo explicarlo.
Xan me observa durante unos segundos hasta que plantea:
—Es complicado, ¿no? —Asiento—. Mi padre nunca estuvo presente, siempre fuimos mi madre y yo. Así que lo entiendo.
—Siempre son los padres... —bromeo, recordando una de mis clases en la universidad.
—¿Qué sería de nosotros sin los problemas parentales?
Nos reímos, nos miramos a los ojos y hay un silencio lleno de paz y compresión. Xan suspira y mira la cafetería.
—Creo que voy a cerrar ya.
—Aún falta una hora.
—Vance tiene cámaras aquí, Apolo. Probablemente ya sepa que estás aquí y venga de camino. No quiero verlo otra vez.
Alzo una ceja.
—¿Otra vez? ¿Ha estado aquí?
—Sí, él... sigue enfadado. Así que, si puedo evitar verlo, mejor.
—De acuerdo, te espero.
Xan se va a acomodar todo mientras permanezco sentado, ahí en la mesa. En ese momento, mi teléfono suena con la llegada de un mensaje.
Rain: Sí, tenemos que hablar.
Dime hora y lugar.
Me quedo mirando el mensaje fijamente, pero no le respondo. La recuerdo a ella, sentada en mi cama, contándomelo todo y me envuelve la decepción. Por lo menos ya no es rabia, ahora que mis emociones han tenido tiempo para equilibrarse, solo siento una gran decepción. Me he preguntado si debería contárselo a Xan. Lo miro y él está acomodando algunas cosas. Se quita el delantal por encima de la cabeza, cosa que le desordena el pelo azul, pero tiene cuidado de no desprenderse de la bufanda. Definitivamente, Xan ya lo está pasando mal, no necesita algo más, y decírselo no le ayudaría en nada. Por lo menos, al fin se ha alejado de Vance. No es el momento.
Lo espero y nos vamos juntos a casa.
—¡Deshonra! —chilla Gregory al vernos llegar con una caja de pizza.
Ah, lo había olvidado...
—¿Qué? —pregunta Xan, mientras pone la caja sobre la isla.
—¿Cómo te atreves a traer comida rápida a la casa de un chef, Xanahoria?
Me paso la lengua por los labios y los aprieto, aguantando la risa. Xan lo mira, confundido.
—¿Xanahoria?
—Ese eres tú, te has ganado un apodo por faltarme al respeto de esta manera.
Xan me mira, buscando apoyo y me encojo de hombros.
—¿Cómo te atreves, Xan? —incito y él me dirige una mirada asesina.
—Apolo no me dijo nada.
—Es sentido común. —Me hago el loco.
—¿Qué pasa? —Kelly sale del pasillo.
Me pilla desprevenido porque hacía semanas que no venía al piso. Sin embargo, noto que arrastra una maleta y tiene una mochila en el hombro. ¿Se va definitivamente? ¿Ella y Greg...?
—La Xanahoria ha traído pizza, ¿puedes creerlo? —informa Gregory, aún indignado.
Xan se aclara la garganta y se limpia la mano en los vaqueros antes de tendérsela a Kelly.
—Soy Xan.
—Kelly —dice ella después de soltarle la mano—. Ya me iba.
—¿Necesitas ayuda? —me ofrezco
Miro sus maletas y ella asiente, luego se despide de Greg y de Xan.
Bajamos y, cuando salimos del edificio, subo las cosas a su coche.
—¿Todo bien? —pregunto, observándola. Independientemente de lo que pasó entre nosotros, Kelly ha sido una buena compañía en el piso.
—Sí. —Cierra el maletero y se pone las manos en la cintura—. Era inevitable que todo terminara entre Greg y yo.
—Lo sé.
—Apolo..., siento haberte metido en mis desastres. No debí incitarte ni...
—Kelly. —La interrumpo—. No pasa nada, yo también quería, no me obligaste a nada.
Me ofrece su mano.
—¿Estamos bien?
La tomo.
—Perfecto.
Ella se gira y se sube en su coche, antes de arrancar y baja la ventanilla.
—Eres un buen chico, Apolo Hidalgo.
—Me lo dicen mucho.
Sonríe y se va.
Cuando vuelvo al piso, Gregory está sentado en una de las sillas altas y Xan está de pie al lado de la isla. Están comiéndose un trozo de pizza cada uno mientras hablan sobre lo que piensan hacer en las vacaciones de Acción de Gracias. Xan parece algo pálido, mi ropa le queda un poco grande y le hace ver más pequeño, casi frágil. O quizá solo me lo estoy imaginando porque ha pasado por mucho.
—Pensé que la pizza era una ofensa —molesto a Greg y camino hacia Xan para coger un trozo.
—¿Qué puedo decir? La Xanahoria tiene su encanto.
Giro el rostro para encontrarme con un sonriente Xan, que se encoge de hombros.
—Cuando hay hambre... —Él no termina porque yo paso el brazo por un lado de su cintura para tomar un trozo de pizza de la isla, Xan se quita enseguida. Lo miro extrañado—. Perdón, no me lo esperaba.
—Tranquilo. —Quiero disculparme porque entiendo que Xan esté más alerta de lo normal con todo lo que ha pasado.
Gregory me observa y una estúpida sonrisa se forma en sus labios. Le pregunto «¿Qué?» con un gesto y él se sella los labios con los dedos, como si cerrara una cremallera.
Nos vamos a dormir después de turnarnos para ducharnos. Xan se disculpa mil veces porque le presto ropa de nuevo y alega que irá por sus cosas pronto. Nadie le está metiendo prisa, pero él parece creer que es una molestia para nosotros. No puede estar más equivocado.
Me quedo en la puerta del baño mientras me seco el pelo con la toalla, solo llevo mis pantalones de pijama. Lo observo mientras levanta la sábana para meterse en la cama despacio. Parece relajado y... seguro. Se mueve un poco y, al hacerlo, me ve.
Sus ojos bajan de mi cara a mi abdomen y, de inmediato, aparta la mirada. No digo nada y lanzo la toalla a un lado para meterme en mi lado de la cama. Es inmensa, así que hay suficiente espacio entre los dos, aunque espero que no le moleste que duerma sin camisa. Ahora dudo, así que se lo pregunto:
—¿Te molesta que duerma sin camisa?
—No —susurra.
—Vaya día... —respondo. Suspiro y me pongo el antebrazo sobre los ojos cerrados.
Durante unos segundos, solo hay silencio. La voz de Xan vuelve en un murmullo:
—Apolo.
—¿Hum?
—Tengo miedo.
Esas dos palabras tienen mucho significado viniendo de Xan. Es la primera vez que lo escucho admitirlo en voz alta. Es natural que Vance le aterre, que toda esa jodida situación lo asuste, pero que pueda expresarlo es un avance. Que me haya escogido a mí para abrirse así hace que el calor se extienda por mi pecho.
—Estoy aquí para lo que necesites, Xan. Te prometo que pronto él no podrá hacerte daño ni a ti ni a nadie.
Me quito el antebrazo de la cara y lo estiro para llegar a él de alguna forma. En la oscuridad, mi mano acuna su mejilla, siento el calor en ella y su respiración en la parte baja de mi palma. El contacto es más íntimo de lo que pensaba, pero a él no parece molestarle.
—No sé qué voy a hacer, Apolo. —Cada vez que habla, su respiración me roza la piel; me paso la lengua por los labios y trago saliva con dificultad.
—Un día a la vez, Xan —susurro, intentando ignorar las sensaciones que me produce el ligero contacto entre nosotros—. Ya has hecho lo más difícil: ser consciente de las cosas y salir de esa situación.
—Debes de pensar que soy un tonto, ¿no? ¿Cómo no me he dado cuenta de nada?
—Xan, nada de esto es tu culpa. —Muevo mi pulgar en un intento de acariciarle la mejilla, pero se desliza más abajo de lo normal y le rozo los labios.
Un escalofrío me recorre y voy a retirar mi mano antes de que Xan piense que estoy intentando algo cuando él está abriéndose a contar cómo se siente. Sin embargo, él no me deja, me agarra de la muñeca y presiona su mejilla contra mi palma.
—Se siente bien —murmura—. He olvidado cómo se siente... un toque gentil... con cariño.
Siento las lágrimas que me caen en la mano y lo escucho sollozar por lo bajo. Sin pensarlo, me arrastro debajo de la sábana y lo abrazo de lado. Xan entierra la cara en mi pecho desnudo mientras llora desconsoladamente. Descanso mi mentón en su pelo, es suave y huele a mi champú.
—Todo estará bien, Xan —repito varias veces, teniéndolo entre mis brazos.
Y así nos dormimos esa noche.