VEINTICUATRO
XAN
¿Qué? ¿Apolo no es hetero?
Me quedo sin palabras frente a él porque no me lo esperaba para nada. Quizá ha estado mal por mi parte asumir su sexualidad, pero jamás pensé que él... Siempre lo he visto tan interesado en Rain y nunca ha hecho ningún comentario cuando le dije que me gustaban los chicos. Me falló el radar de forma abismal.
«¿Qué esperabas, Xan? ¿Desde cuándo las personas tienen que andar gritando su sexualidad por ahí?».
No sé qué decir, ni siquiera puedo mirarlo ahora mismo porque esto me ha sorprendido mucho. Así que huyo, me doy la vuelta y entro en la habitación.
—Deberíamos dormir —digo cuando lo siento seguirme, con el corazón palpitándome demasiado rápido—. Mañana será otro día.
Él se mantiene callado y rodea la cama para sentarse en su lado mientras se quita los zapatos. Observo que los músculos de su espalda se contraen con la acción y aparto la mirada. Intento no ilusionarme, no imaginarme cosas, sobre todo por lo que acaba de pasar en el pasillo. Uno de los grandes obstáculos que controlaba mi interés por Apolo era el hecho de que era imposible al ser hetero, pero ahora que eso ha salido por la ventana. Nada retiene mis esperanzas y siento que están tocando el techo en este momento.
Me meto dentro de las sábanas y me acuesto bocarriba. Él suspira y hace lo mismo. Después de un rato de silencio, durante el cual siento que puedo escuchar los latidos desesperados de mi corazón que ahora está ilusionado y es idiota, lo escucho susurrar:
—Lo siento, Xan, no quería hacerte sentir incómodo.
Suena... ¿arrepentido?
—No me has hecho sentir incómodo para nada.
—No tendría que haberte agarrado así, sin permiso. Solo necesitaba... un abrazo.
Me muevo hasta quedar de lado, con las manos juntas sobre la almohada debajo de mi mejilla. Lo miro.
—Apolo, no pasa nada, lo entiendo. Tú estuviste para mí la otra noche. Sé lo que es necesitar un abrazo.
Apolo se gira y en la semioscuridad de su habitación, sus ojos brillan con una intensidad que me hace tragar grueso. Su pelo está desordenado alrededor de su rostro, es increíblemente atractivo. No hay otra forma de describirlo, pero no es eso lo que me atrae de él. No, es su energía y esa forma de ser que siempre quiere dar algo a los demás, que no duda en ayudar. Me permito mirar sus labios. El recuerdo de hace unos minutos y lo cerca que él estuvo de mí en el pasillo me hace sentir muchas cosas que no debería.
Apolo estira la mano por encima de la sábana y yo quito una de las mías de mi mejilla para encontrar la suya. Nuestros dedos se rozan en un baile torpe y confuso. Nos miramos a los ojos y las emociones me carcomen. Lo recuerdo a él entrando en la cafetería el primer día que lo vi, sus sonrisas, la calidez de su mirada, nuestras conversaciones, su expresión cuando me defendía de Vance, su súplica cuando me pidió que no me fuera después de la pelea, cómo me ha recibido y ayudado estos días... Todo me hace darme cuenta de que he sido un idiota si creo que este chico que me sostiene la mano puede ser mi amigo. No, eso no será suficiente para mí.
Quiero más. Mucho más.
Quizá sea un error sentir todo esto porque acabo de salir de una relación larga, intensa y tóxica que aún ni sé cómo manejar. Es el peor momento para estar sintiendo todo esto. Sin embargo, controlar mis sentimientos parece imposible ahora que sé que hay una posibilidad, aunque sea mínima, de que yo le guste.
Apolo se acerca en la cama y dejo de respirar ahí mismo. Él se detiene justo frente a mí, el espacio entre nosotros es tan pequeño que puedo olerlo: a colonia cara y whisky.
—Eso no ha sido solo un abrazo, Xan. Lo sabes, ¿no?
No digo nada y él libera mi mano para acariciarme la mejilla con gentileza.
Los amigos no se tocan así, no se acercan tanto, no se miran de este modo. Su pulgar roza la comisura de mi boca e intento controlar la respiración. Su toque es tan gentil, tan diferente a todo lo que he estado viviendo estos últimos meses... Está mal que compare, está mal que piense que me merezco este respiro, este roce, esta cercanía. Aun así, con su rostro a escasos centímetros del mío, no puedo resistirlo más.
Acabo con el espacio que nos separa y presiono mi boca contra la suya. Jadeo ante la sensación y eso parece darle rienda suelta, porque Apolo mueve sus labios de una forma desesperada y demandante. Me besa como si hubiera estado deseando hacerlo desde hace mucho y sus ganas hubieran llegado a un punto explosivo. El roce es húmedo y el ritmo solo crece, es de esos besos que te dejan sin aliento en cuestión de segundos. No puedo parar y, cuando él mete su lengua en mi boca, disfruto la invasión y comienzo a imaginar que otras partes de mi cuerpo anhelan ser invadidas por él.
Se separa, nuestras respiraciones aceleradas se mezclan. Nos miramos a los ojos durante unos segundos y volvemos a besarnos, con más fuerza, más deseo. Es como si ambos decidiéramos en el silencio dejarnos llevar. Inconscientemente, me pego a él, y unos segundos más de esos besos hambrientos son suficientes para ponerme duro y sé que él también porque cuando nos presionamos contra el otro, lo siento. El roce nos hace gemir por lo bajo.
—Xan... —murmura contra mis labios, jadeante.
Lo sigo besando y, cuando sus dedos me rozan la cintura para ir a mi trasero, me estremezco. Su mano me aprieta las nalgas, mientras me presiona contra su erección y esto se está descontrolando. Apolo deja mis labios para besarme el cuello, con torpeza y desesperación. Lame y chupa, gimiendo al mover sus caderas y rozar nuestras erecciones por encima de la ropa.
No hay rastro del chico que duda o mantiene el control, y eso me excita mucho. Ser la causa de su descontrol, que lo único que esté en su mente en estos momentos sean las ganas que me tiene y yo. Me hace preguntarme si le ha pasado lo mismo que a mí: ¿acaso se ha sentido atraído desde el principio? Porque su deseo es arrollador y asfixiante, no parece ser algo que ha despertado hoy de la nada.
Inquieto, bajo mi mano para desabrocharle los vaqueros. Él me agarra la muñeca y me detiene, sacando su rostro de mi cuello para enfrentarme.
—Xan, si me tocas...
Sé lo que hay en sus ojos. Si lo toco, vamos a hacerlo. Una cosa es controlarnos cuando aún estamos muy vestidos, otra es hacerlo contacto piel con piel. Dudo que podamos parar y, la verdad, quiero sentirlo ahora mismo. Quiero dejarme llevar, pero también quiero olvidar. Quiero que estas sensaciones que envuelven mis sentidos tomen el control absoluto de mi mente y de mi cuerpo.
Sin abandonar su mirada, le desabrocho los vaqueros. Él me observa.
—¿Estás seguro? —pregunta sin aliento.
—Sí.
Escabullo la mano dentro de sus vaqueros. Apolo cierra los ojos y suelta un gemido gutural y controlado. Tomo su erección y lo toco despacio, arriba y abajo. Nos volvemos a besar, sus gemidos se ahogan en mi boca. Su mano en mis nalgas sube y agarra el borde de mis pantalones para bajarlos, en un movimiento abrupto que casi desgarra la tela. Mi ropa interior es la siguiente en desaparecer y, cuando libera mi miembro, no dudo en pegarlo al suyo para rozarnos y masturbarnos al mismo tiempo. La sensación es intensa, pero increíble.
Seguimos con esa tortura, el toqueteo, el roce y la danza de nuestras lenguas hasta que estamos tan consumidos por la lujuria que solo somos jadeos, gemidos y humedad. Apolo se separa después de morderme el labio.
—Date la vuelta.
La petición me estremece porque sé lo que va a pasar y lo deseo más que nada en el mundo. Obedezco y le doy la espalda, exponiéndome ante él. Sus dedos indagan y rozan ese punto de entrada que lo espera con ansias. Apolo se moja los dedos con saliva antes de penetrarme con uno, para prepararme. La intrusión es incómoda al principio, estoy acostumbrado, sé que pronto mi cuerpo se adaptará. Me sorprende su habilidad, no solo no es hetero, sino que tiene experiencia con otro chico. Y yo que pensaba que sería su primero, aunque no me importa mucho lo que haya hecho antes de mí. Me importa el ahora y lo bien que se siente todo esto. Apolo me lame la oreja, su mano se mueve sobre mi erección y con la otra usa un segundo dedo para penetrarme. Las sensaciones me dejan sin aliento, es mucha estimulación al mismo tiempo.
—Ah, no sabes cuánto deseaba esto... —se me escapa entre jadeos.
—¿Sí? ¿Me deseabas? —Su voz es lujuria pura y desenfrenada.
—Sí, mucho.
Su lengua rodea mi cuello.
—Yo también he fantaseado contigo, Xan —admite, moviendo los dedos—. Muchas veces me he imaginado que te inclinaba sobre el mostrador de la cafetería y te follaba ahí mismo.
Saca los dedos y escucho el ruido de plástico al romperse: el envoltorio del condón. Esto de verdad va a pasar. Luego, siento su erección, rozándome mientras se mueve con lujuria. Ya no quiero esperar más, así que abro mis nalgas para él, esperando. La punta roza la entrada y Apolo me agarra de la cadera para empujar, luchando con la resistencia que encuentra al inicio, poco a poco. Cada centímetro de él se adentra despacio, y entorno los ojos, gimiendo porque solo ha hecho eso y siento que voy a correrme.
Apolo se entierra en mí con un empujón final y empieza a moverse de una forma rápida y violenta que disfruto.
—Xan —gime mi nombre en mi oído una y otra vez, llevándome a la locura.
La mano que está en mi cadera baja y me masturba mientras sigue penetrándome con todas sus ganas. Me siento lleno, cada terminación nerviosa de mi cuerpo palpita y es como si me hubiera convertido en un desastre líquido de placer y lujuria.
Sus movimientos se vuelven torpes, incesantes y desesperados, sé que está al borde como yo, porque las ganas que nos teníamos parecen ser inmensas. Pongo mi mano sobre la suya y la muevo rápido, quiero que terminemos juntos. Todo se descontrola y nos volvemos gemidos y gruñidos cuando lo siento estremecerse dentro de mí, mientras se corre. Muevo la mano más rápido y me corro con él, ambos jadeamos como locos. Apolo se queda muy quieto, descansando su frente en mi nuca, su respiración agitada contra mi piel me hace cosquillas. Siento el corazón latir por todos lados.
Ha sido increíble.
Mi boca está seca de tanto gemir y me paso la lengua por los labios en un intento fallido de recuperar mi saliva.
Apolo sale de mí y en silencio se va al baño. No digo nada porque estoy igual de sorprendido, escucho la ducha y me tumbo bocarriba, con los ojos en el techo, asimilando lo que acaba de pasar. Mi abdomen bajo tiene las gotas de evidencia de lo que hemos hecho.
Ah, acabo de follar con Apolo Hidalgo y ahora ¿qué?