VEINTISIETE

XAN

Esto ha sido mala idea.

Estoy parado frente a la imponente mansión Hidalgo y ya no parece tan buen plan como me lo pareció cuando Apolo me invitó a pasar Acción de Gracias en la casa de su familia. Le digo que quiero que dejemos fluir las cosas y me trae a casa de sus padres. Creo que Apolo tiene un concepto muy diferente de llevar las cosas con calma y de que esto no es nada serio.

Por lo menos, ha prometido que me presentará como un amigo y que nos comportaremos durante estos días. En parte, acepté porque tampoco me quería quedar solo en el piso. Estas fechas siempre las pasaba con Vance haciendo cualquier tontería, pero nunca solo. Por lo menos, ahora podré distraerme.

Ya ha anochecido y me siento mal por llegar a la casa de su familia cuando ya es de noche. No sé por qué tengo esta imagen de que los Hidalgo son serios e intimidantes, quizá porque lo único que he oído de ellos en las noticias es que tienen muchísimo dinero y que su compañía se sigue expandiendo por todo el país.

—Vamos. —Apolo me guía, cargando su mochila de lado.

Entramos en la vivienda y el recibidor es amplio, da a un salón que tiene unas escaleras en un lateral. Todo está increíblemente iluminado y se ve impecable, debo decir que es una casa hermosa. Una figura sale de un pasillo y lo primero que veo es un pelo rojo desordenado que cae alrededor del rostro de una mujer muy guapa. Lleva unos leggings y un suéter oscuro, ancho y largo que le llega hasta más abajo de los muslos.

—Apolo. —Nos sonríe y me la quedo mirando—. Y tú debes de ser Xan, soy Claudia.

Me ofrece la mano y se la estrecho con gentileza.

—Mucho gusto.

Otra persona sale del pasillo: es un hombre joven alto con barba. Tiene una elegancia natural, lleva camisa y pantalones. Se para justo al lado de Claudia antes de tenderme la mano.

—Artemis Hidalgo.

—Xan... —No sé por qué dudo si debería decir mi apellido o no—. Xan a secas.

Él asiente y yo trago grueso porque este hombre a pesar de ser joven, es muy intimidante.

—Bienvenido —saluda Claudia.

—Es la primera vez que Apolo trae a un amigo a casa —dice Artemis, mirándome como si sospechara algo o quizá estoy paranoico.

Apolo y Artemis intercambian una mirada intensa que no sé qué significa. Cosas de hermanos, supongo.

—Ah, soy un afortunado —respondo, intentando sonar relajado.

—Me encanta tu pelo —agrega Claudia.

—Gracias.

—El abuelo y mi madre ya están en la mesa —explica Claudia a Apolo—. Los demás están a punto de llegar.

¿Los demás? Claudia continúa:

—Tenéis que estar hambrientos. Subid a dejar las cosas. —Señala a Apolo—. Os he puesto en tu habitación porque me contaste que compartís cuarto en el piso, así que pensé que no sería problema. Si lo es, puedo preparar el cuarto de invitados.

—No, estamos bien compartiendo —aseguro. Lo último que quiero es molestar más de lo necesario.

Artemis me mira de nuevo y juraría que algo hace clic en su cabeza.

—¿Compartís habitación? —Su pregunta suena curiosa.

—Artemis. —Ese tono serio de Apolo es uno que no he escuchado antes. Artemis sonríe.

—Subid, nos vemos en un rato.

Ellos se hacen a un lado para dejarnos subir por las escaleras.

En el pasillo del segundo piso, veo las fotos colgadas en la pared de la familia Hidalgo. Hay varios retratos de la que asumo que es la madre y, luego, el padre de Apolo. También hay uno donde están los tres hijos con los padres, bien vestidos, muy elegantes. Definitivamente, esta familia fue bendecida con buenos genes, porque todos son guapos. Me detengo frente a un retrato de la señora Hidalgo. Tiene unos ojos azules preciosos que me recuerdan a los de mi madre y que, por lo que veo, solo heredó el hijo mediano. Apolo me ha hablado mucho de él.

—Tu madre es guapísima —digo con honestidad.

Apolo se tensa, aprieta los labios y no me responde. ¿He dicho algo malo? Solo ha sido un cumplido.

La habitación de Apolo está igual de organizada que la del piso. Me sorprende, Vance es obsesivo con la limpieza a veces, pero ni siquiera su habitación estaba así de ordenada. Quisiera decir que no pienso en él, que no lo recuerdo porque sé que no se lo merece, pero mentiría. Estuvimos juntos muchos años, hay noches en las que aún lo echo de menos, en las que considero que quizá, esta vez sí cambiará, que ahora que me he ido de verdad él luchará realmente por cambiar. Sin embargo, Apolo me da fuerzas sin saberlo, solo tengo que mirar esos ojos color café y sentir su cariño para volver a la realidad de que hay mucho más en el mundo para mí, mucho más que Vance.

Además, estar con Apolo ha despertado cosas en mí que no creía posibles. Me siento seguro, cálido y protegido en sus brazos. Tal vez lo que estoy haciendo no es sano, saltar a los brazos de otra persona cuando apenas estoy procesando lo de Vance, pero siendo sincero, no me imagino manteniéndome alejado de Vance sin Apolo. Él es mi ancla y se merece mucho más, lo sé, no obstante, esto es lo único que puedo darle ahora.

Estoy indagando en un pequeño estante que tiene con unos libros cuando lo siento abrazarme desde atrás y besarme el cuello.

—Ey —le regaño, juguetón—. Dijiste que te comportarías.

—No cuando estemos solos.

Me giro en sus brazos y le agarro ese rostro que tanto me atrae.

—Tenemos que bajar.

Apolo cierra el espacio entre nosotros y me besa. Es un roce corto y gentil, pero que de igual forma me despierta todas las terminaciones nerviosas. Una parte de mí aún no se cree que esto esté pasando, que este chico por el que me sentí atraído desde el día uno esté besándome ahora mismo. Me despego y lo cojo de la mano para arrastrarlo conmigo.

—Vamos.

APOLO

A medida que avanza la noche Xan parece más relajado, y es un alivio.

No estaba seguro de que esto fuera una buena idea. Venir a casa de mi familia no es muy «dejarlo fluir» por mi parte, así que me alegra que se esté adaptando. En la mesa, él está sentado a mi lado mientras el abuelo le pregunta mil cosas y entonces escuchamos el timbre de la casa. Artemis va a abrir y, unos segundos después, se escucha un alboroto de voces femeninas cada vez más cerca.

Me pongo de pie, emocionado y doy un paso para alejarme de la mesa.

Ella cruza la esquina del pasillo y su rostro se ilumina por completo al verme.

—¡Lolo!

Corre hacia mí y salta hasta envolver sus brazos y piernas a mi alrededor. Damos vueltas durante unos segundos. Entierra su rostro en mi cuello, murmurando lo mucho que me ha echado de menos y, cuando la bajo, noto que se ha cortado el pelo.

—¿Crisis existencial? —Toco un mechón que le llega al mentón.

Dani sonríe de esa forma abierta y juguetona que recuerdo bien.

—Siempre. —Y me planta un beso en la boca a modo de saludo.

No tiene ningún significado porque ella y yo tenemos esa confianza y, en casa, están acostumbrados. Sin embargo, me he olvidado por completo a Xan y sé que eso me pasará factura luego.

Raquel aparece, seguida de Artemis. Cuando me ve, se apresura a apartar a Dani.

—Mi turno. —Raquel me abraza—. Qué gusto verte, Lolo.

—Igualmente, jamás pensé que extrañaría tanto a estas locas —admito ante todos.

El abuelo, Claudia y Artemis están sonriendo mientras ellas van a saludarlos. Vuelvo a sentarme y Xan no me mira, está centrado en tomar un sorbo de té.

—Raquel, ¿sabes algo de Ares? —pregunta Artemis, siempre preocupado.

—Sí. —Sacude su móvil en el aire—. Su vuelo se ha retrasado una hora, pero ya debe de estar a punto de aterrizar.

—Le dije que era mejor que volara ayer. —Artemis menea la cabeza—. Viajar un día antes de Acción de Gracias siempre es problemático.

—Le dije lo mismo. —Raquel se encoge de hombros—. Pero ya sabes cómo es.

Dani y Raquel se giran. Miran a Xan esperando y yo caigo en la cuenta.

—Oh, este es Xan, un amigo de la universidad —digo, haciendo el gesto de presentación—. Xan, ella es Raquel, la novia de Ares, y Dani, una amiga.

—Mucho gusto.

Las chicas se sientan. Dani lo hace justo a mi lado, sus ojos van de Xan, que está a mi otro lado, a mí. Sus labios húmedos y gruesos forman una sonrisa pícara.

—Dani... —murmuro por lo bajo en modo de advertencia.

—¿Qué? —responde, haciéndose la loca.

—No es lo que crees.

—No he dicho nada —susurra, pero la conozco demasiado y ella a mí.

Después de comer, Claudia y Artemis se despiden para llevarse a Hera a la cama, que se ha quedado dormida hace un rato en los brazos de la madre de Clau. El abuelo también se va y nos quedamos nosotros cuatro: Dani, Raquel, Xan y yo. Decidimos salir a la piscina y encender la fogata a un lado del patio para mantenernos cálidos. Xan se excusa para ir al baño y me preparo para estas dos.

—Ni siquiera...

—¡Qué mono es! —suelta Dani al instante.

—¿Este es el chico al que estabas esperando en la oscuridad? —pregunta Raquel, sus ojos brillan de la curiosidad.

Suspiro.

—Basta, las dos, no hagáis que se sienta incómodo.

Dani me observa y jadea como si hubiera descubierto algo increíble.

—Han follado.

Me sonrojo de golpe y no digo nada. Raquel abre la boca, sorprendida.

—¿De verdad? Guau, la última vez que hablamos no parecía que pasaría algo entre vosotros.

—No ha pasado nada.

—Apolo, intentas mentirnos a nosotras, ¿de verdad? —Dani menea la cabeza.

Suspiro.

—Bien, pero ni una sola palabra, ninguna de las dos.

Raquel se sella los labios con los dedos.

—Prometido.

Ambas esperan y juro que Raquel, en cierto punto, se empieza a comer las uñas.

—Sí... —admito—. Estamos dejándolo fluir.

Ambas fruncen las cejas.

—¿Apolo Hidalgo dejándolo fluir? —El rostro de Dani muestra sorpresa—. Eso sí que no me lo esperaba, pero bien por ti. Al fin has dejado de vivir como si tuvieras ochenta años.

—Dani. —Raquel le regaña antes de volver a mirarme—. ¿Cómo fue? ¿Alucinante? ¿Te gusta mucho?

—Fue... —Recuerdo esa noche y a él de rodillas frente a mí—. Fue genial.

—Estás loquito por él, ¿no? —dice Dani, burlona.

—No, es algo casual.

Dani se pasa la lengua por los labios.

—Déjame adivinar: lo de que sea algo casual fue idea suya, no tuya, ¿eh?

—No tiene importancia.

—Apolo.

—De verdad, estoy bien con este arreglo.

Raquel y Dani intercambian una mirada hasta que Raquel rompe el silencio:

—¿Estás seguro, Apolo?

—Sí.

—Bueno —dice Dani—, si va a ser algo casual, mantén tus sentimientos a raya, Apolo. No queremos que salgas herido.

Les lanzo una mirada cansina.

—Ya no soy el chico pequeño que necesita protección, ¿de acuerdo? Puedo follar sin complicarme.

Raquel hace una mueca.

—Claro, eso decía tu hermano y míralo ahora.

—No es lo mismo.

Xan regresa y nos quedamos callados, lo cual es un grave error porque es obvio que estábamos hablando de él.

—Entonces, Xan... —empieza Dani y la observo con cautela—. Apolo nos ha contado que tienes una cafetería en el campus.

—Así es, sois bienvenidas cuando queráis.

—Oh, gracias. Cuando vayamos a verlo, pasaremos por ahí —responde Raquel—. Y bueno, queremos aprovechar para sacarte información, porque Apolo no nos cuenta nada. ¿Cómo le va a Lolo en la universidad? ¿Tiene amigos?

—Raquel —protesto, avergonzado—. Hablas igual que mi madre.

Ella sonríe abiertamente y Xan parece unirse al humor de «molestemos a Apolo».

—Bueno, no lo he visto con ningún amigo aparte de Gregory, solo con... —Sus ojos buscan los míos y duda un segundo antes de decirlo—, solo con Rain.

—Oh, Rain. —Raquel reconoce el nombre y la miro con mucha intensidad esperando que eso le dé una pista de que no diga nada.

—¿La conoces? —pregunta Xan—. Supongo que Apolo os ha hablado de ella.

Raquel se atraganta con su bebida y tose.

—Ah, hace frío. —Es su respuesta.

Ella nunca se le ha dado muy bien mentir y no sé por qué tenía la esperanza de que diera una contestación normal. Sin embargo, Xan lo deja estar.

Pasamos el rato charlando y poniéndonos al día con todo lo de la universidad. Raquel compara las asignaturas que ella dio en su primer año de Psicología con las que estoy dando yo y me da algunos consejos. Dani y Xan hablan de los festivales que se celebran en el centro de la ciudad en diciembre.

A medianoche, las chicas se van a descansar, quieren estar rejuvenecidas para mañana.

Al volver a mi habitación, Xan está más callado de lo normal. Nos acostamos y él me da la espalda, arropándose hasta el cuello.

—¿Todo bien? —pregunto, porque siento que algo está mal.

—Todo bien.

—Xan.

Suspira y se gira, quedando sobre su espalda, sus ojos en el techo.

—Creo que esto no ha sido una buena idea.

—¿Esto?

—Venir contigo.

No puedo negar que eso duele, pero me mantengo neutral.

—¿Por qué?

—No lo sé, es demasiado... todo esto es... demasiado.

—No te entiendo.

—Lo sé y lo siento, Apolo. Sé que tenías buenas intenciones, que querías que no estuviera solo, pero me siento... extraño.

—¿Te sientes incómodo con mi familia?

—No, claro que no, son geniales. El problema soy yo. —Suspira—. Lo siento, soy un desastre.

—Claro que no.

Xan se gira hacia mí y se acerca poco a poco hasta que descansa su frente sobre la mía.

—Sé que prometimos no hacer nada —susurra sobre mis labios—, pero... necesito...

Lo beso antes de que pueda terminar esa frase. Sentirnos siempre nos ayuda a apartar los pensamientos y los malestares. Es una solución temporal, pero que ambos disfrutamos mucho. Lo aprieto contra mí, mientras nuestro beso se vuelve desesperado y lleno de ganas.

—Xan —digo sin aliento.

Él me da un beso corto.

—Seré silencioso, lo prometo.

La sonrisa pícara le queda tan bien que no protesto para nada y él se sube encima de mí para seguir besándonos.

Una vez más, nos perdemos en jadeos, gemidos y sensaciones que ahogan todo lo demás.

A la mañana siguiente, me despierto en una cama vacía.

Se me aprieta el pecho y me siento cuando veo una nota en la mesilla de noche. Con el corazón en el suelo, levanto el papel y lo leo:

Lo siento mucho, Apolo.

Creo que no quiero estar rodeado de gente, no quiero socializar, ni fingir sonrisas mientras estoy procesando todo lo que ha pasado.

Gracias por todo.

Xan