VEINTINUEVE
XAN
Tres días antes
Es el día de Acción de Gracias.
Después de dejarle a Apolo la nota en la mesilla de noche, salgo de la mansión Hidalgo.
Me siento terrible porque sé que Apolo quería que estuviera aquí con él, pero no estoy listo para esto. No quiero estar rodeado de tanta gente que no conozco cuando estoy pasando por esta situación... Ni siquiera sé cómo llamarlo ¿despecho?, ¿corazón roto? Darme cuenta de todo lo que Vance me ha hecho ha sido como si un cubo de agua helada me cayera encima. Siento este peso en los hombros, esta presión en el pecho que no me deja en paz.
La familia de Apolo no se merece mi humor decaído y mis sonrisas fingidas, no después de lo geniales que han sido al recibirme en su casa. Ellos se merecen pasar un buen día de Acción de Gracias.
No sé qué voy a hacer, pero cuando llego al piso de Apolo, me distraigo limpiando y organizando. Café Nora está cerrado hoy y mañana, quedan pocos clientes en el campus cuando todos están visitando a su familia o de compras. Me siento en el suelo de la habitación y doblo la ropa mientras escucho música. No es el plan ideal para pasar el día de Acción de Gracias, sin embargo, me da paz. Ya me pondré una película o algo luego. Necesitaba esto, esta soledad, tiempo para estar conmigo mismo. Nada de interactuar con otras personas, ni fingir sonrisas. Espero que Apolo lo entienda.
La melodía que proviene de mi móvil termina y empieza «Cry» de Middle Part. Es una de mis canciones favoritas, me enamoré de ella el día que la puse en la cafetería mientras probaba diferentes listas de reproducción de Spotify. Canto y me quedo mirando la cama. Casi puedo vernos a él y a mí, rodando por las sábanas, besándonos hasta que se nos hinchan los labios.
Apolo...
Aún no me creo todo lo que ha pasado entre nosotros. Cada vez me gusta más, siento más cuando me mira, cuando me besa o me toca. Incluso cuando hace algo tan simple como sonreír, todo se me acelera. Me pregunto si estoy cometiendo un error dejándome llevar.
«No, Xan, ya has sido claro con Apolo. Sabe en qué lugar estás ahora mismo en cuanto a relaciones».
Pongo la ropa doblada en las baldas del armario y al salir de ahí, escucho la lluvia impactar contra el cristal de la ventana. Por supuesto que tenía que llover, mi momento triste y de soledad necesita un tiempo acorde. Aunque el ruido es más pronunciado de lo que espero y, al acercarme, me doy cuenta de que es lluvia mezclada con pequeños pedazos de granizo, casi indetectables. Ah, las temperaturas están ridículamente bajas hoy. Me sorprende que no sea nieve y a la vez me alivia. Apolo y yo nos prometimos ver la primera nevada juntos, una tontería que cogimos de una película romántica coreana que vimos el jueves pasado con Gregory. Explicaban que, al pasar la primera nevada con tu pareja, el amor se volverá verdadero y estaréis juntos siempre.
La verdad, no sé qué hacemos prestándole atención a cosas como esas, si se supone que lo estamos dejando fluir... Ya ni sé qué estamos haciendo, la verdad.
Paso el resto de la tarde limpiando y organizando, el piso parece vacío sin él. No puedo evitar verlo por ahí en la cocina o en el sofá.
Lo echo de menos y es ridículo, no ha pasado ni un día.
Por la noche, me caliento un poco de jamón de pavo y me tomo una ensalada que Gregory dejó en la nevera. Me envuelvo en una manta en el sofá y pongo una de las películas de Piratas del Caribe. Eran las favoritas de mi madre, siempre pensé que ella hubiera deseado vivir en la costa o cerca del mar, su fascinación por películas relacionadas con el océano era inagotable.
Bueno, no es la mejor cena de Acción de Gracias, pero por sorprendente que pueda parecer, me siento bien en mi soledad. Me siento bien estando con Xan y con nadie más. Es la primera vez que estoy solo en estas fiestas. En estos momentos no soy el novio de Vance ni el no-sé-qué de Apolo, solo soy yo, envuelto en una manta, cenando mientras cae granizo fuera.
Esa noche, me voy a dormir con el corazón tranquilo y con mucha paz.
Al día siguiente, me preparo mentalmente para lo que tengo que hacer: buscar mis cosas en el piso de Vance.
He elegido el día de hoy porque lo más probable es que esté en casa de su familia y no me lo encuentre mientras voy a su piso a sacar mis cosas. No puedo mentir y decir que no me da miedo, pero sí es una combinación extraña de curiosidad: ¿qué sentiré cuando lo vea? ¿Rencor? ¿Amor? Sé que no puedo olvidarlo en un par de semanas, pero estoy seguro de que ya no lo quiero como antes y ya no estoy tan ciego.
Delante de su puerta, me armo de valor y entro con la llave que tengo, la misma que dejaré en la portería cuando me lleve todas mis cosas. El piso está en silencio absoluto y sumido en la semioscuridad, apenas entra luz desde afuera porque está nublado.
Todo está igual que siempre, limpio, y el olor dulce de esas velas aromáticas que le encantan a Vance aún persiste en el aire. Salgo del pasillo y me quedo paralizado cuando lo veo en el mueble, sentado, con las piernas abiertas y el móvil en las manos. Vance alza la mirada y trago saliva con dificultad cuando me mira como si analizara todo de mí en ese mismo instante.
«¿Qué hace aquí? ¿Por qué no está con su familia?».
Rompo el silencio:
—He venido a por mis cosas.
—De acuerdo —dice con simpleza y vuelve a mirar el móvil. Está enviando mensajes, asumo.
Paso por su lado, voy a la habitación y empiezo a meter lo que puedo en la mochila que traje. No es mucho lo que cabe, pero solo me hace falta lo necesario: mi ropa interior, mis calcetines, mis vaqueros y alguna que otra camisa. Ya quizá pueda ir de compras luego, porque me temo que toda la ropa que tengo es un recordatorio de Vance.
—Pensabas que estaría con mi familia, ¿no es así? —La voz de Vance me sorprende porque no lo he visto venir. Está parado en el marco de la puerta con los brazos cruzados.
—Sí, creía que sería mejor si no... nos viéramos.
—¿Por qué?
Mantengo los ojos en la ropa que estoy luchando por meter en la mochila.
—Porque se ha acabado y no hay necesidad de que nos veamos.
—¿Así como así, Xan? ¿Años de relación y ni siquiera podemos tener una conversación?
Cierro la cremallera de la mochila y me giro hacia él.
—No tenemos nada de que hablar, Vance.
—¿Sabes? —Da un paso dentro de la habitación—. He estado pensando de dónde viene este valor repentino que tienes y sé la razón: Apolo, ¿no es así?
Suspiro. Estoy cansado de esto, de sus acusaciones, de su paranoia.
—Él no tiene nada que ver.
—¿De verdad? ¿No tiene nada que ver que estés quedándote con él?
—Vance.
—¿Que te lo estés follando?
No digo nada y levanto la mochila para ponérmela en el hombro.
—Tengo que irme. —Me dirijo a la puerta y Vance pone su brazo contra el marco, bloqueándome el paso—. Vance.
—Una conversación, es lo mínimo que me merezco.
—¿Mereces? —Bufo porque de verdad no puedo creer lo descarado que es.
En ese momento, escucho el timbre. Frunzo las cejas.
—¿Esperas a alguien?
—Es Rain. —Vance se aparta y entramos juntos al salón—. Estoy esforzándome, Xan. Sé que no te creerás ni una palabra que salga de mi boca, así que he aprovechado que ella estaba visitando a una amiga que vive cerca y le he pedido que venga a hablar contigo.
Después de saludar a Rain, nos sentamos en el salón. Y espero que ellos hablen.
—Xan, sé que tienes todo tu derecho a irte y puedes hacerlo incluso después de lo que te diga. Lo sabes, yo misma te lo aconsejé hace algún tiempo. Mi único papel aquí es confirmarte que Vance sí lo está intentando.
Asiento y ella continúa. Rain describe todo lo que su hermano ha estado haciendo estas últimas semanas, que está yendo al psicólogo y a un tratamiento para controlar la ira. Ya no bebe ni fuma porque esas sustancias lo hacen más susceptible a la violencia. También explica que se ha estado quedando con sus padres, que si decido volver con él, tendré el piso para mí solo mientras Vance recibe el apoyo que necesita en casa. La escucho, tiene toda mi atención y, cuando termina, ella se pone de pie.
—Bueno, tenéis mucho de que hablar. Ya sabes, Xan, no importa lo que decidas, cuenta conmigo.
Se da la vuelta y se va.
Me quedo ahí sentado, asimilando lo que acabo de escuchar. Quisiera decir que no me hace dudar, pero lo hace. Vance está al otro lado, sus ojos ansiosos me miran, esperando. Sí, lo quise, una parte de mí quizá aún lo quiere. Sin embargo, el recuerdo del sonido que hacían sus puños al impactar contra mi cara y la falta de aire cuando me agarró del cuello siguen vívidos en mi memoria. Sin contar lo que pasó en la cafetería cuando me revisó para ver si tenía semen entre las nalgas. Creo que ese momento fue mi punto de inflexión.
Una parte de mí sabe que, si vuelvo con él, la próxima vez quizá no sobreviva.
—Vance, me alegro de que estés recibiendo la ayuda que necesitas. —Él me sonríe—. Pero no puedo volver contigo.
Su sonrisa se desvanece.
—¿Qué?
—No quiero volver contigo. Espero que podamos llevarnos bien por el Café Nora, pero tú y yo..., ya no hay vuelta atrás. —Me duele y me libera decirlo. Es agridulce.
—Xan, lo estoy intentando todo, ¿no lo ves? —La desesperación es clara en su rostro—. Por favor, después de tanto tiempo juntos, nos merecemos otra oportunidad.
—No. —Meneo la cabeza—. Supongamos que sigues con este proceso, que ojalá así sea, y cambias para bien. ¿Y si no? ¿Y si esa otra oportunidad que te doy termina conmigo en el hospital o, peor aún, muerto?
—Estás exagerando. Nunca te he pegado tanto y ya no volverá a suceder. Estoy haciendo todo para que no pase de nuevo.
—¿Y debo encender una vela y rezar para que así sea? —le pregunto con rabia—. ¿Por qué debo arriesgar mi vida para ver si tú cambias? No vale la pena. Ya no. Si hubieras hecho esto al principio, cuando me gritaste por primera vez en un ataque de rabia, tal vez habríamos tenido un futuro. Ahora no, Vance, es muy tarde.
Me pongo de pie y Vance hace lo mismo. Se acerca y toma mi rostro entre sus manos.
—Xan, por favor, haré lo que quieras. —Ruega—. Saldré del armario y le contaré al mundo y a mis seguidores que eres mi novio. Te presentaré en casa. Las cosas fluirán como tú decidas. No volveré al piso hasta que tú lo digas. Puedes traer a todos los amigos que quieras a casa.
Me quito sus manos de la cara.
—Se acabó, Vance.
Se me rompe la voz porque es difícil. Hemos estado juntos mucho tiempo y quiero creerlo, pero me centro en la paz que sentí anoche en mi soledad, en lo sana y buena que ha sido mi vida sin Vance.
Doy tres pasos hacia el pasillo. Cuando él habla de nuevo, todo rastro de agonía se ha ido de su tono de voz, ahora es fría:
—Quería hacer esto por las buenas, Xan.
Me giro, aterrado de que me ataque o algo, pero él sigue de pie donde estaba. Vance levanta el móvil. En él se reproduce un vídeo. Al principio me cuesta distinguir de qué se trata, pero luego me doy cuenta de que es un vídeo de Apolo pegándole en el festival de otoño. No recordaba esa situación de esa forma, en el vídeo todo parece más violento y sanguinario. Vance parece la víctima.
—¿Qué...?
—Si te vas, Xan, daré la orden de que publiquen el vídeo. Con mi plataforma puedo hacerlo viral en cuestión de minutos. Una buena descripción que diga cómo fui atacado por un hater que resulta ser nada más y nada menos que Apolo Hidalgo, el hijo de una de las familias más ricas del estado. Un chico con privilegios atacando a un pobre freelance y streamer como yo.
Me dan ganas de vomitar porque no lo puedo creer. Sé que él es capaz de hacerlo, de que las cosas saldrían exactamente como él las planea, los seguidores de Vance son apasionados. No sería la primera vez que hacen algo viral por él. Pienso en la familia de Apolo, en lo buena gente que son, en que no se merecen esa mancha en el apellido cuando no han hecho nada malo.
—Expulsarían a Apolo de la universidad, eso seguro —continúa Vance—. Su vida sería caótica por tu culpa, ¿puedes vivir con eso?
Me agarro el estómago porque de verdad creo que voy a vomitar.
—Todo era mierda, ¿no? —pregunté con asco—. Lo de que has cambiado. Todo era falso.
—No, pero no me dejas otra opción, Xan. No te puedes ir, así no puedo volver a ganarme tu corazón. Ve a por tus cosas al piso de ese niñato y vuelve a mí, aquí donde perteneces. Te dejaré el piso para ti solo como prometí.
Quiero gritarle, pegarle, salir corriendo, pero me contengo y me limito a salir de ahí porque no puedo seguir mirándolo a la cara. Lloro durante todo el camino al piso de Apolo y lloro un poco más cuando entro. Me invaden los recuerdos, lo que pudo ser, lo seguro que me sentí.
Me llevo todo y miro con tristeza la manta en el sofá. Anoche lo pasé bien y ahora debo dejarlo todo para volver a ese lugar frío y lleno de Vance. Dejo todo organizado, dejo la llave en la portería y me quedo un rato mirando el edificio de Apolo desde fuera, con la vista nublada por las lágrimas.
«Lo siento tanto, Apolo. Al parecer, nunca me podré librar de Vance».