UNO
APOLO
Echaba de menos salir a correr.
Tardé cuatro semanas en recuperarme por completo y en que el médico me autorizara a hacer ejercicio de nuevo. Por lo menos, la parte física ya ha sanado, la mental es otra cosa. Aún me despierto con pesadillas donde esos chicos me atacan y no paran de pegarme, sin mencionar que ahora la lluvia me pone de un humor de mierda.
Son las seis y media de la mañana cuando entro al piso, empujo la puerta para cerrarla. El pasillo de entrada se extiende frente a mí en la semioscuridad porque aún no ha amanecido. Al llegar a la amplia cocina, enciendo la luz. Un despelucado Gregory asoma la cabeza desde el pasillo de las habitaciones.
—¿Qué haces despierto a esta hora?
—He salido a correr.
—A las... —Tiene un ojo entrecerrado e intenta ver el reloj del microondas—. ¿Seis de la mañana?
—Seis y media.
—Ni siquiera mi abuelo se despertaba a esas horas para salir a correr.
—Tu abuelo no corría —le recuerdo y pongo las llaves sobre la isla de la cocina.
—Exacto.
—¿Qué haces tú despierto? —pregunto y abro la nevera para tomar una botella de agua.
—Eh...
—¡Buenos días! —Una energética chica morena con la que ya estoy familiarizado chilla con emoción al salir del pasillo y pasar por al lado de Gregory.
¿Su nombre? Kelly. Es la no-tengo-ni-puta-idea-de-qué-es de Gregory y pasa muchas noches en nuestro piso. A veces actúan como una pareja normal, a veces ni se miran cuando se ven. Siendo sincero, no lo entiendo y no soy tan entrometido como para preguntar. Lo mío es llevarme bien con Gregory, que, aunque lo conocí a través de mi hermano Ares, se convirtió en un buen amigo y ahora es mi compañero de piso.
Ha sido un alivio vivir con él durante estas primeras semanas de la universidad. No me he sentido tan solo y Gregory no me deja mucho tiempo libre para deprimirme o ponerme a echar de menos mi casa, siempre se le ocurre algo que hacer. Echo mucho de menos al abuelo, a mi hermano Artemis, a su esposa Claudia y a mis perritos. Pero sobre todo, lo que me ha sorprendido ha sido lo mucho que echo de menos a Hera, jamás pensé que podría llegar a extrañar tanto a mi sobrina.
—¿Apolo? —Kelly se para junto a mí y pasa su mano frente a mi cara—. ¿Aún estás dormido?
—Buenos días —respondo con una sonrisa amable.
Gregory bosteza y se nos une en la cocina.
—Bueno, ya que estamos despiertos, ¿desayuno?
Levanto el puño para chocarlo con el suyo. A Gregory se le da muy bien cocinar y esa es una cualidad muy poco valorada hasta que te toca mudarte solo. A mí no se me da nada bien, lo único que me queda aceptable son los postres y no se puede vivir de panecillos y pasteles todos los días.
—¿Qué os apetece hoy? ¿Desayuno continental? ¿Americano? —ofrece Gregory mientras se agacha para sacar las sartenes del cajón. Kelly aprovecha para colocarse detrás de él y agarrarlo de las caderas para hacer movimientos sexuales contra su trasero.
—¡Para! —le susurra Gregory, girándose y besándola con pasión contra la isla.
Hago una mueca y me muevo de un lado a otro mientras observo la interesante pintura de una pera que hay en la pared de la cocina. Ya debería estar acostumbrado.
Después de desayunar, me ducho y paso mucho más tiempo del necesario debajo del agua con los ojos cerrados. Bajo la cabeza, estiro los brazos y descanso las manos contra la pared frente a mí. El agua cae sobre mí y es como si en realidad no estuviera aquí. Mi cuerpo está aquí, pero mi mente se desconecta, alcanza un punto vacío donde no siento nada. La ironía se abre paso en mi vida porque he venido a estudiar Psicología en la universidad y en la primera semana sufro un suceso traumático como esa paliza. Sonrío con tristeza y cierro el grifo, me quedo quieto durante unos segundos antes de sacudir la cabeza, no solo para deshacerme del agua que tengo en el pelo, sino para traer mi mente a la realidad de nuevo.
Me seco un poco y salgo en toalla a mi habitación, el piso es inmenso y cada cuarto tiene su baño. Sin embargo, me doy cuenta de que mi ropa interior está en la secadora. Salgo a buscarla con una toalla cubriéndome de cintura para abajo y con la otra alrededor del cuello. Kelly está tumbada en el sofá del salón, jugando con su móvil. Al notarme, baja el teléfono y levanta una ceja.
—¿Escondes todo eso detrás de esa cara de niño bueno?
Hago una mueca ante la palabra «niño».
—¿Qué te hace pensar que soy un niño bueno?
—Ah, por favor, se te nota a leguas. —Se apoya en los codos para levantarse ligeramente—. Hasta diría que eres virgen.
Eso me hace reír y le doy la espalda para buscar mi ropa interior en la secadora. También para terminar la conversación, porque no sé si son imaginaciones mías o está coqueteando conmigo. Quizá sea la forma en la que sus ojos se posan en los músculos de mis brazos y abdomen, y lo último que quiero es tener problemas con Gregory. Cuando paso para regresar a la habitación, ella está sentada en el reposabrazos del sofá y me observa divertida.
—¿Te he asustado?
Me acuerdo de las palabras de Ares cuando le daba por explicarme el tipo de coqueteo que aplicaban algunas personas: «A ese tipo de coqueteo lo llamo “retador”, te confrontan y usan preguntas que siempre te llevarán a demostrarles lo contrario, a tener que probarles algo que generalmente es su objetivo». No puedo creerme que a veces las generalizaciones de ese idiota tengan sentido. Supongo que ser un exrompecorazones le dio experiencia porque eso sí, no he conocido a nadie que haya roto tantos corazones como el idiota de mi hermano. Sin embargo, nunca he sido el tipo de persona que asume algo de los demás, así que le doy el beneficio de la duda a Kelly y le sonrío.
—Para nada. —Me encojo de hombros.
Ella me devuelve la sonrisa, se pone de pie y se queda frente a mí. Presiona su puño contra mi abdomen desnudo y ladea la cabeza.
—Tienes mucho que aprender, niño bueno.
Ahí está esa palabra de nuevo. Tenso la mandíbula y envuelvo la mano alrededor de su muñeca para despegarla de mi abdomen.
—No soy un niño —le digo manteniendo la calma—, pero puedes pensar que lo soy. No tengo intención de demostrarte lo contrario.
Le suelto la muñeca y me alejo de ella para volver a mi cuarto.
Mi clase de la mañana es Orientación, así que no es muy pesada, solo nos dan consejos e indicaciones para guiarnos en nuestro comienzo universitario. El salón está repleto de estudiantes, la profesora está explicando algo sobre la cafetería y los horarios de descanso entre clases. Tengo el cuaderno abierto frente a mí y mi mano, inquieta, comienza a dibujar sobre el papel con mi lápiz. Hasta que no he terminado, no me doy cuenta de lo que he escrito: «Rain».
«Ese es su nombre».
Rain Adams es la chica que me salvó aquella noche de lluvia. Eso es lo único que tengo de ella: su nombre y que asiste a esta universidad. Esa fue toda la información que me dieron los médicos cuando desperté al día siguiente. Por lo que escuché, ella también colaboró con la policía y declaró en el caso. Aún están investigando porque no parecía un simple atraco, la policía dijo que fue un ataque demasiado violento teniendo en cuenta que entregué todo lo que llevaba encima voluntariamente.
Sin embargo, nunca he visto a Rain. Lo único que tengo es su recuerdo de esa fría noche, su voz, su silueta, ese olor a perfume cítrico, pero nada más. Y debo admitir que tengo muchas ganas de encontrarla y darle las gracias, de saber cómo es, de conocerla. He intentado buscarla en las redes sociales, pero cuando escribo «Rain», lo único que encuentro son días lluviosos. Quizá pienso demasiado en ella y puede que ella ni siquiera me recuerde.
Sonrío para mí mismo.
«Vamos, Apolo, acabas de empezar la universidad y ya te andas obsesionando con una chica».
—¿Rain? —Una voz femenina me saca de mis pensamientos y busco con la mirada la fuente de esa voz. Me encuentro con una chica de gafas y pelo ondulado en el asiento que hay a mi lado. Es guapa, sus ojos color café brillan ligeramente mientras me habla—. ¿Te gusta la lluvia?
Entiendo a qué se refiere, «rain» es lluvia en inglés, lo cual me parece muy irónico dadas las circunstancias en las que conocí a Rain. Tardo unos segundos en responderle porque nadie me ha hablado en clase hasta ahora y me pilla por sorpresa.
—En realidad, ya no me gusta la lluvia.
Ella asiente.
—Pensé que me darías el discurso de que te encanta el sonido de la lluvia, que te relaja, y que es nostálgico. —No sé qué decir y ella me sonríe para ofrecerme su mano—. Soy Érica y repito esta asignatura. —Le estrecho la mano y abro la boca para decir mi nombre, pero ella sigue—: Mucho gusto, Apolo.
—¿Cómo sabes mi nombre?
Ella arquea una ceja.
—En este campus, todo el mundo sabe tu nombre, Apolo Hidalgo.
—¿De qué estás hablando?
—Has salido en las noticias de la universidad durante semanas. Siento mucho lo que te pasó, ¿estás bien? —La lástima en su semblante me resulta incómoda.
—Estoy bien —le digo y me pongo de pie. Le pido permiso a la profesora para ir al baño y salgo disparado del aula. Camino hacia el tablón de anuncios de la facultad y me encuentro con muchos artículos sobre mí ahí, con mi cara y mi nombre. Me doy cuenta de que, sí, he estado en las noticias de la universidad todo este tiempo. Rain ha tenido que verme en algún lado, así que ella sabe dónde encontrarme, sabe mi nombre, mi carrera, y, aun así, no me ha buscado. Hago una mueca al percatarme de que quizá Rain no tiene ninguna intención de encontrarse conmigo, ¿por qué la tendría? Ella me salvó, no me debe nada. Me paso la mano por la cara y me doy la vuelta.
El móvil vibra en el bolsillo de mis pantalones y lo saco para ver los mensajes de Gregory:
Cucaracha: ¡Fiesta de inauguración del piso!
Nos vemos esta noche, loseeer. Y guarda mi teléfono con otro nombre o te daré una patada en el culo.
Bufo y escribo una respuesta.
Yo: Sigue soñando, cucaracha. ¿A quién has invitado?
Cucaracha: A unos amigos de mi facultad. Tengo que presentarte en la sociedad, ponte tu mejor traje.
Acabo de llegar y Gregory ya lleva un año en esta universidad, así que ya tiene un círculo social y muchos amigos, mientras que yo solo lo tengo a él. Me he perdido las dos primeras semanas de clase mientras me recuperaba, así que la mayoría de las personas de mi carrera han hecho sus grupos, y de nuevo, me he quedado fuera. Nunca se me ha dado bien hacer amigos. En el instituto, conocí a todo el mundo a través de mis hermanos. Sus amigos terminaron siendo los míos porque yo estaba ahí. No me quejo, mis mejores amistades fueron el resultado de eso, pero nunca he tenido amigos que haya hecho por mí mismo. Supongo que ha llegado el momento de que eso cambie.
Yo: ¿A cuántas personas has invitado?
Gregory: Los números son solo figuras plasmadas en el espacio.
A veces me pregunto si todo está bien en la cabeza de Gregory. No he conseguido descifrar cómo funciona su cerebro.
Suspiro y lo llamo. Se escucha un barullo que me hace preguntarme si de verdad ha ido a clase o solo anda por ahí con sus amigos.
—¿A cuántas personas?
—¿Doce y media? —Se ríe y eso solo me hace entrecerrar los ojos.
—¿Y media?
—Una de las chicas trae a su perrita.
Eso lo hace más llevadero, me encantan los perritos.
—¿Cómo se llama la perrita?
—Cookie.
—Está bien.
Él me dice algo más y cuelga. Me doy cuenta muy tarde de que ha usado mi debilidad por los perritos para distraerme, seguro que llena el piso de gente. Supongo que será mi oportunidad para socializar.
En el camino de vuelta a la clase, el pasillo está lleno de gente. Algunos me miran con curiosidad, otros con pena. Aunque los moretones han desaparecido, aún quedan los puntos que me han tenido que dar en el lado izquierdo de la mandíbula y cerca del ojo derecho. Así que bajo la mirada y finjo revisar mi teléfono.
Cítrico...
Levanto la mirada al sentir un aroma a perfume cítrico. Me lleva de inmediato a esa noche, al frío, al dolor, a ese suave susurro entre todo:
«Estarás bien».
Cuando me giro, veo a un grupo de chicos y chicas que acaban de dejarme atrás y se han mezclado con la multitud. Me quedo mirándolos, parado en medio de todos, pero solo alcanzo a verlos alejarse.
«Basta, Apolo».
Sigo mi camino, pero mi mente vuelve a quedarse estancada en ella.
«¿Te encontraré algún día, Rain?».