CUATRO

APOLO

Sexo.

¿Simple? ¿O complicado?

Depende de qué tipo de chico seas, es lo que siempre dicen. Para algunos chicos, que parece que vinieran de la Edad de Piedra, es un número, una competencia: «Cuantas más chicas te folles, mejor hombre eres». Neandertales. Para otros, es una zona de exploración o la única forma de encontrar a alguien significativo, «Si me folla lo suficientemente bien, saldré con ella». Luego están los que lo ven como un simple acto de placer, no hay necesidad de explicaciones, de lazos: «Follo porque lo disfruto. Punto». Y también existen los chicos que lo consideran un acto sagrado o algo que solo hacen con alguien que de verdad les importa y quieren.

Bueno, y ¿yo? Siendo sincero, no me entiendo ni sé qué es el sexo para mí. Perdí la virginidad con una chica de la que ya me había enamorado, había sentimientos de por medio y eso hizo que fuera mucho mejor. Luego, ella salió de mi vida e intenté acostarme con la gente sin sentimientos, sin nombres, sin lazos y fallé de manera abismal. Lo intenté con varias personas y me fue muy mal, me di cuenta de que no era para mí y paré.

Así que, ¿qué hago aquí con Charlotte? La acabo de conocer, así que no me planteo acostarme con ella, pero sí hacerla terminar para devolverle el favor. Y recurro a mis dedos, he recibido muchos cumplidos respecto a mis habilidades con los dedos. Y a Charlotte parece sorprenderle lo rápido que la hago correrse con ellos. Ella intenta tocarme de nuevo cuando alcanza el orgasmo, pero sacudo la cabeza, no quiero ir más lejos.

Al terminar, Charlotte se va al baño unos minutos mientras yo me abrocho los pantalones. Me siento en el sofá y me sostengo la cabeza, inclinado hacia delante. Bueno, ella ha parecido disfrutarlo, no la he cagado del todo hoy, ¿quizá deba invitarla a comer o algo? ¿Sería demasiado? Así nos conocemos mejor y podemos avanzar más.

Me enderezo y suelto mi cabeza para pasarme la mano por la cara. Mi mirada cae sobre el inmenso televisor frente a mí y la mesa en la que está puesto. Frunzo las cejas al notar en los pequeños compartimientos de la mesa un montón de portarretratos, todos tienen fotos de Charlotte con un hombre rubio y alto de barba. De inmediato, sé que no es familia, porque en una de ellas se están dando un beso frente a la estatua de la Libertad en Nueva York. En unas fotos ella parece más joven, así que llevan juntos unos años.

Mierda, mierda, ¿me he metido con una mujer casada?

Ese es territorio que jamás cruzaría de haberlo sabido. Después de todo lo que pasamos con la infidelidad de mi madre, lo que eso destruyó, lo que nos ha costado sanar como familia, jamás me pondría en esa posición de meterme en una familia. ¿Qué carajos estoy haciendo aquí, de todas formas? Solo he visto a Charlotte dos veces y ya la he hecho tener un orgasmo en el piso que ella comparte con su... ¿esposo?, ¿novio? No me reconozco. Me he dejado llevar por el ritmo de todo. Charlotte sale del baño, se ha puesto un vestido que la cubre hasta las rodillas. Su rostro se ilumina con una sonrisa y yo tengo tantas preguntas que se atoran en mi garganta... Ella debe de ver algo en mi expresión, porque su sonrisa se desvanece, sus ojos siguen mi mirada a las fotos.

—Oh —suspira—. No te preocupes por él.

No sé qué decir y ella sonríe de nuevo, antes de sentarse a mi lado en el sofá. Se echa el pelo negro por encima del hombro.

—Tenemos una relación abierta.

—¿Una relación abierta? —Y justo cuando pienso que lo he visto todo...

—Así es, y deja de estar tan tenso, Apolo. —Me da un golpe en el muslo de forma juguetona—. Él sabe lo que hago y yo sé lo que él hace, no somos monógamos.

¿Existe algo así?

—¿Y ambos estáis de acuerdo con eso? —Ahora tengo más curiosidad.

Ella asiente.

—La honestidad es clave entre los dos —me dice—, y no nos metemos con la misma persona más de una vez para evitar complicaciones.

—¿Quieres decir que no nos veremos de nuevo?

—Exacto.

Y yo creyendo que estaba empezando algo con ella, pensando en invitarla a una cita normal cuando esto solo era un escape fugaz para Charlotte. Me pongo de pie.

—Debo irme.

—Apolo.

—Tengo que volver antes de que se haga de noche. —Es la verdad, desde la paliza, no me gusta estar de noche en la calle—. Muchas gracias por todo. —Mis ojos caen de nuevo sobre los retratos, parecen muy felices—. Nos vemos por ahí, o no, bueno, me voy.

Camino hasta la puerta y Charlotte me sigue, toma mi brazo y me gira hacia ella.

—Ey, no te vayas así. —Me sonríe—. Vamos a hablar, ¿vale?

¿De qué vamos a hablar? ¿De que siempre termino entendiendo todo mal?

—No pasa nada. —Me suelto y salgo de ahí.

«El whisky sabe a tierra».

Siempre lo he dicho. He tenido discusiones divertidas con mis hermanos sobre eso y, sin embargo, aquí me encuentro, en el gran sofá en forma de L del salón de mi piso con un vaso de whisky en las manos. Quizá me estoy castigando a mí mismo por meterme con la chica de otro. Técnicamente, él está de acuerdo, pero eso no me hace sentir menos incómodo. ¿Por qué siempre me meto en estas situaciones sin querer?

Me he tomado casi la mitad de una botella de whisky de dieciocho años que Gregory tiene en uno de los armarios de su barra. Por supuesto que este piso tiene una pequeña área con barra donde Gregory juega a ser el barman cada vez que hace una fiesta. Hay de todo y he elegido la bebida que menos me gusta porque soy un idiota y porque el whisky es lo que menos dolor de cabeza me da al día siguiente. No bebo seguido, tengo poquísima tolerancia, le doy unos cuantos tragos a la copa y ya estoy mal.

Me entierro aún más en el sofá y giro la cabeza a un lado para observar los ventanales que dan al balcón. El atardecer pinta de naranja el cielo, la luz del sol se desvanece y recuerdo a mis hermanos y a mis amigos aquel día en la playa donde estuvimos todos antes de que la mayoría de ellos se fuera a la universidad. Es uno de los recuerdos más bonitos que tengo. En ese momento, solo fue una locura más, otra fogata, otro día de playa. Ahora, en retrospectiva, me doy cuenta de lo mágico que fue. Y hoy estoy en esta ciudad, adaptándome a todo esto y no creo que me esté yendo muy bien. Por lo menos, tengo a Gregory a mi lado.

Escucho la puerta del piso, asumo que es Gregory y sigo bebiendo. Sin embargo, del pasillo de entrada sale Kelly. Su cara refleja la sorpresa al ver el vaso en mi mano y mi aura en general, supongo.

—¿Bebiendo un jueves? —me pregunta mientras pone sobre la isla de la cocina dos cajas de pizza y una bolsa con dos botellas de Pepsi de dos litros—. ¿Semana difícil?

Ah, es jueves, jueves de películas. Lo había olvidado.

—Vida difícil —susurro.

—¿Qué? No te he escuchado.

Se recoge el pelo negro en un moño, luego saca las botellas de Pepsi de la bolsa y las mete en la nevera. Me la quedo mirando como un tonto borracho. Lleva unos vaqueros ajustados y un top sin mangas ni tirantes, que deja ver las dos líneas ligeramente más claras que el resto de su piel que tiene en la clavícula; han quedado como marcas de un bronceado intenso con traje de baño. Al terminar, camina hacia mí y se deja caer en la otra punta del sofá.

—¿Estás bien?

—¿Por qué no debería estarlo?

Ella hace una mueca.

—No lo sé, no eres de beber y mucho menos entre semana.

—No sabes nada de mí.

Ella no se espera esa respuesta, su expresión decae y tampoco sé de dónde viene esta molestia, esta rabia.

—Vale, estás de mal humor, pero beber no va a resolver tus problemas, Apolo.

La miro durante unos segundos. «¿Por qué ella?», me pregunto. Kelly es guapa, pero Charlotte también lo es. Entonces ¿por qué Kelly invadió mi mente cuando estaba con ella? ¿La deseo porque no puedo tenerla? ¿Es eso?

Entonces, recuerdo las veces que nos hemos reído por estupideces mientras cocinábamos o mientras veíamos una película con Gregory. Pienso en lo mucho que ella se esfuerza para contar un chiste y nadie nunca se ríe o la extraña fascinación que tiene con las galletas saladas con atún. Me doy cuenta de lo obvio: me gusta. Me gusta y esa es la diferencia entre Charlotte y ella. Charlotte me parece muy atractiva, pero no la conozco, no como conozco a Kelly. Y lo que conozco de Kelly me gusta.

«Bien, Apolo, te gusta la novia de tu mejor amigo. Vas de mal en peor, primero una mujer casi casada y ahora la chica de tu amigo».

Me termino el vaso de whisky de un solo trago El alcohol me quema la garganta al pasar y, por un segundo, no pienso en nada más. Abro la botella para servirme otro vaso y una mano toma la mía.

—Apolo. —Su voz se ha vuelto más suave, más gentil—. Es suficiente.

Levanto la mirada para verla de pie inclinada sobre mí, su mano está sobre la mía en el cuello de la botella. Unos cuantos mechones rebeldes se han escapado de su moño desordenado y sus ojos emiten paz y compresión. Sus labios están entreabiertos y aparto la mirada.

—Esta no es forma de lidiar con las cosas —dice e intenta coger la botella, pero se la quito y me sirvo otra copa.

—¿Y cómo debo lidiar con las cosas? —pregunto.

No sé qué me pasa. Me doy cuenta de que esto no solo se trata de Charlotte o Kelly, es más profundo que eso. Hay una parte de mí que está herida y que no sabe sanarse o cómo lidiar con lo que la hirió. Y es algo que sigue ahí, lo que me pasó en ese callejón tiene orígenes dentro de mí que asoman sus feas caras cuando me pasa algo o cuando bebo, ¿por qué? He pensado que estoy bien, que estaré bien, que solo necesito tiempo. Mi familia quería que fuera a terapia, pero les juré que estaba bien. ¿Debería haber ido? ¿Debo ir? Una de las cosas que más desconozco en mí es toda esta rabia, esta molestia. Nunca he sido una persona violenta, la violencia nunca ha sido la respuesta para mí. Entonces ¿por qué me enojo tan fácilmente ahora? ¿De dónde viene todo esto?

—¡Habéis empezado la fiesta sin mí! —Gregory entra, y deja sus libros sobre la isla, al lado de las pizzas. Kelly da un paso atrás y vuelve a sentarse en la otra punta del sofá—. Guau, ¿whisky? ¡Qué elegante, Apolo! —Va a la nevera y saca una cerveza—. Me apetece una cerveza, así que perdón por unirme con alcohol de tan poca calidad, señor Hidalgo.

—Gregory. —Kelly lo llama y le hace algún tipo de gesto—. No es el momento.

—¿Desde cuándo eres tan aburrida, nena?

Gregory le da un trago a su cerveza y se sienta a mi lado.

—¿Alguna ocasión especial?

—La vida es una mierda.

Gregory asiente.

—Salud. —Levanta la cerveza y la choca con mi vaso. Mi motricidad está alcoholizada, así que con el impacto casi se me cae el vaso. Gregory lo sostiene antes de que yo lo agarre correctamente de nuevo—. ¿Todo bien, bro?

—Perfecto.

—No te veía borracho desde mi graduación.

Él me observa. Yo sonrío y sacudo la cabeza.

—¿Quieres saber la razón? —Levanto el vaso de whisky hacia Kelly. Gregory frunce las cejas y gira la cara para mirarla—. Vamos, razón, levántate.

Kelly se tensa, pero no dice nada. Yo bebo un trago sin despegar los ojos de ella y, cuando bajo el vaso, le digo:

—¿Qué pasa? ¿Ya no eres tan valiente?

Gregory vuelve a mirarme.

—¿Pasa algo que yo no sepa?

Kelly aprieta los labios.

—Solo está borracho, Greg.

—Los borrachos suelen decir la verdad, Kels —replica mi compañero de piso. Por supuesto que tienen sobrenombres el uno para el otro—. ¿Algo que quieras decirme? —me pregunta a mí.

Yo observo a Kelly, está tan pálida que no creo que esté respirando. Por desgracia, mi cerebro intoxicado no piensa con claridad y se va al recuerdo de Ares explicándome por qué él siempre decía la verdad: «Ser sincero no es fácil, Apolo, pero la verdad es importante incluso si es incómoda o si es dolorosa. Al final se sabrá, y que venga de ti y no de otra fuente marca la diferencia a la hora de reparar amistades, situaciones o relaciones».

He escogido el peor momento para seguir las palabras de mi hermano.

—Me gusta Kelly.

Silencio absoluto.

Durante unos segundos, lo único que puedo escuchar es el ruido que hace el hielo en mi vaso al chocar con el cristal mientras muevo la mano para darle otro trago. Kelly tiene la mano sobre su boca y Gregory baja la mirada a su cerveza. Si no estuviera tan mareado, me habría preocupado más por lo incómodo de la situación. Pongo el vaso en la mesa y me levanto, tambaleándome de un lado al otro.

—Creo que... voy al... baño...

Gregory se pone de pie y se pasa mi brazo por encima del hombro para sostenerme.

—Vamos, te llevo.

Vomito hasta el alma y ahora todo es borroso. Gregory me lleva a mi habitación y aterrizo de espaldas en la cama. Me ayuda a quitarme los zapatos, y antes de que pueda irse, lo agarro de la camisa para detenerlo.

—Yo... nunca haría nada que te hiciera daño. —Mis palabras se atropellan un poco las unas a las otras, pero Gregory parece entenderme, porque suspira y se sienta a mi lado—. Es solo que... tenía que ser sincero contigo.

—Eres adorable, bro. —Me dice con una sonrisa—. No tenemos nada serio, pero aprecio tu sinceridad. Aunque hubiera preferido que me lo dijeras a solas.

—Lo siento —murmuro—, soy un idiota. Las cosas nunca salen como yo espero.

Gregory suelta una risita.

—Necesitas dejar de tomarte la vida tan en serio, Apolo. —Menea la cabeza—. Tienes dieciocho años, estás en la universidad y te llueven las chicas. Tú disfruta.

—Ese no soy yo —admito, mirando el techo—. Pienso todo demasiado, me preocupa todo, quiero... salir con alguien, darle toda mi atención y mi cariño a una sola persona a la vez. No quiero dar migajas de atención pasajera a un montón de personas por diversión. —Bufo—. Estoy mal, ¿no? No soy normal.

Gregory se ríe de nuevo y toma mi rostro entre sus manos y lo aprieta.

—Eres jodidamente adorable, Apolo Hidalgo. —Me suelta—. Eres como eres, bro, nunca sientas que tienes que ser como los demás. Si quieres salir con Kelly, por mí no hay problema, siempre respetaré lo que ella quiera.

Recuerdo a Charlotte.

—Deberíamos tener una relación abierta los tres. —Me río como tonto.

Gregory se ríe conmigo.

—¿Dónde estás aprendiendo esas cosas, Apolito? —Él continúa riendo un poco—. ¿Quién le ha llenado la cabeza a mi inocente Apolo con esas cosas? ¡Han deshonrado al hijo de este hogar! —dice dramáticamente.

—Cállate.

—Intenta descansar, borracho. —Se pone de pie y camina a la puerta.

—¿Gregory? —Se gira una última vez—. No voy a intentar nada con ella, solo quería que lo supieras.

—Respetaré lo que ella quiera. —Se encoge de hombros—. De verdad, necesitas relajarte, yo estoy bien.

Y con eso se va. Yo cierro los ojos. Estoy a punto de quedarme dormido cuando el sonido de la lluvia golpeando mi ventana me alerta. Me recuerda a aquella noche y me niego a revivirlo, a sentir el miedo y el dolor de nuevo, así que me tapo la cara con la almohada, pero las imágenes siguen llegando.

Por alguna razón, fue el primer golpe el que más me dolió, el que me desorientó, el que me hizo darme cuenta de que el mundo que yo creía que existía no es como yo pensaba. Hay maldad sin razón, hay personas que hieren a otras sin motivos, sin provocación. No me resistí, entregué lo que llevaba de valor y, aun así, había mucha rabia en sus golpes y en sus patadas, ¿por qué? Supongo que la falta de respuesta también forma parte del porqué me siento así.

Ya no quiero escuchar la lluvia. Torpemente, busco mis auriculares y me saco el móvil del bolsillo para conectarlos y ponérmelos. Escojo música relajante y cierro los ojos otra vez. Como siempre, ella viene a mi mente.

Rain.

En mis recuerdos borrosos, ella se inclina sobre mí. Su pelo se mueve a un lado cuando lo hace, el paraguas la protege. Casi puedo olfatear ese aroma cítrico con exactitud. Es increíble cómo se intensifican el resto de los sentidos cuando no puedes ver bien. Su presencia trajo una paz y una esperanza que necesitaba, porque yo ya estaba listo para morir ahí, porque estaba aterrado y nunca habría imaginado terminar así. Nadie me había herido de esta forma. Nunca había pensado que me mereciera algo así. Siempre he sido bueno, siempre he dado lo mejor de mí al mundo. Entonces ¿por qué me estaba desangrando en medio de un callejón? ¿Por qué?

«Estarás bien».

Mi obsesión con Rain no viene de un lugar romántico, sino de la apreciación, del agradecimiento. Quiero poder mirarla a los ojos y darle las gracias de corazón. Porque en el momento más oscuro, en el que perdí toda esperanza, en el que el mundo bueno que yo había fabricado en mi mente se desmoronó, ella dio un paso, recogió los pedazos y, con sus acciones, me dijo: «No dejes de creer, aún hay bondad en este mundo».

Y tal vez era sentido común ayudar a alguien en mi estado, pero esa acción para mí lo significó todo. El simple hecho de sentir su calor en medio de tanto frío mientras esperábamos la ambulancia marcó la diferencia. No hay palabras que puedan explicar el miedo que sientes al creer que vas a morir solo sin nadie a tu lado. Un abrazo puede ser lo único que necesitas para seguir luchando un poco más, mantenerte despierto un poco más.

Abro Instagram y escribo un post sin razón ni motivo. Quizá Rain ni siquiera tenga Instagram y las posibilidades de que lo vea son mínimas, pero tengo que hacer algo.

El post es una imagen en la que pone «RAIN» en mayúsculas en todo el medio, nada más.

Bajo el móvil sin esperar nada y observo las gotas de lluvia que ruedan por la ventana lentamente. Ya me he calmado un poco, así que parpadeo con sueño. Creer de nuevo es algo difícil.

Mientras yo he estado durmiendo y pasaba la borrachera, el universo conspiraba. Rain ha visto mi post. Quizá ha sentido la desesperación o lo mucho que necesitaba saber de ella, porque parece que eso la ha motivado a aparecer por fin. Y no solo me ha dejado un like en el post, sino también un comentario. Esta mañana me he despertado con una sorpresa en los comentarios:

Sigo sin dejar que los chicos me abracen en la primera cita, sigue considerándote afortunado.

La sonrisa que me ha invadido al ver ese comentario ha sido como si el mundo quisiera decirme que está bien creer de nuevo, que aunque nos pasen cosas malas, también vendrán casualidades divertidas y sonrisas inesperadas. Y que ese podría ser el comienzo, la base, de mi camino a la normalidad.