VIII

«Eres muy fácil de complacer»

CLAUDIA

Necesito mantenerme alejada de Artemis.

Eso me ha quedado claro con nuestros últimos encuentros, esa distancia que he puesto entre nosotros no parece ser suficiente. ¿Qué fue todo eso? ¿Por qué se aceleró mi corazón de esa forma? Supongo que aún me estoy adaptando a lo mucho que ha crecido y cambiado, eso es todo.

Sin embargo, no puedo sacar de mi mente el recuerdo de su cara, tan cerca de la mía que podía verlo con detalle y perderme en sus ojos, el recuerdo de su ligera barba bien cuidada y su varonil cuerpo. Ni siquiera quiero pensar en eso de nuevo; cuando lo vi entrar en la cocina, luché con todo mi ser para no demostrarle lo mucho que me afectaba verlo sin camisa. Él es sumamente atractivo y lo sabe, no puedo darle la satisfacción de verme deslumbrada por eso.

«Entonces ¿por qué siempre huyes de mí? ¿A qué es a lo que le temes tanto?».

La profundidad de su voz, su aliento rozando mis labios, aún me atormenta. Meneo la cabeza, tal vez solo me siento atraída hacia él físicamente, es un hombre muy atractivo, es normal, eso es lo que pasa, por eso se me aceleró el corazón. Admitir que me siento atraída hacia él no es algo que me emocione hacer, pero por lo menos puedo identificar lo que me pasa y por qué mi cuerpo reacciona de la manera en la que lo hace cuando él está cerca. Debo olvidarme de esa mañana, ya han pasado varios días, no sé por qué aún pienso en eso. Artemis ha mantenido la distancia después de eso, no lo he visto más; creo que me está evitando y se lo agradezco, es lo mejor para los dos. Estoy sacudiendo el polvo de las cortinas de la sala cuando escucho los ruidos provenientes del cuarto de juegos. Arrugo las cejas.

Oh, así que Raquel, la vecina, cayó por fin.

Aún recuerdo lo tímida que fue cuando preguntó por Ares hace un rato y la dejé pasar. Así que ella y Ares están... debo admitir que me sorprende que ella se haya resistido a sus encantos hasta ahora. No puedo decir lo mismo de las otras chicas que han pasado por la cama de Ares; una sola mirada, unas cuantas palabras, y las ha tenido en un abrir y cerrar de ojos. Camino hacia el pasillo para poner un poco de música que pueda enmascarar ese ruido; aunque sé que los señores de la casa no están y Artemis aún no ha llegado, me da un poco de pena ajena. Sin embargo, mis intentos son en vano porque me encuentro a Apolo paralizado frente a la puerta.

—No sabía que Samy había venido.

Le sonrío.

—No es Samy.

Apolo alza una ceja.

—Y entonces ¿quién es?

Dejo salir un largo suspiro.

—Creo que es la hija de la vecina de atrás.

Apolo no puede ocultar su sorpresa.

—¿Raquel?

—Sí, esa misma.

—Oh, mierda... esto no me lo esperaba, pensé que se odiaban.

Me encojo de hombros.

—A veces la atracción se disfraza de odio.

Me dirijo hacia la cocina, Apolo me sigue y lo agradezco porque dentro de la cocina ya no podemos oírlos.

—¿Quieres un sándwich de jamón de pavo?

Él me da el puño para chocarlo con el mío.

—Ya sabes lo que me gusta.

No puedo evitar reírme.

—Eres muy fácil de complacer.

—Apuesto a que sí. —Artemis aparece en la puerta de la cocina. Lleva puesto su típico traje, probablemente acaba de llegar del trabajo. Su sola presencia mata cualquier tipo de buena vibración que tengamos Apolo y yo—. ¿Te pagamos para hablar o para trabajar, Claudia?

Veo que está en modo «Humor-de-idiota-frustrado» de nuevo.

Apolo se pone entre nosotros.

—Déjala tranquila, Artemis, no empieces.

Él solo se queda parado ahí observándonos, yo preparo el sándwich y lo pongo sobre la mesa para salir de la cocina rápidamente. No he terminado de cruzar la sala cuando escucho a Artemis y Apolo hablarse fuerte. ¿Están discutiendo?

Artemis sale de la cocina, seguido por Apolo, quien parece abrir la boca para decir algo, pero en ese momento Raquel sale del pasillo del cuarto de juegos, y choca contra mí. Su pelo está hecho un desastre y las lágrimas cubren sus ojos. Está tan absorta en su propio mundo que ni siquiera nos ve, a ninguno de los tres, y sale de la casa dando un portazo. Artemis, Apolo y yo compartimos una mirada de confusión.

—¿Esa no es Raquel? —pregunta Artemis, sorprendiéndonos a Apolo y a mí porque sabemos que él solo recuerda cosas que le parecen relevantes.

Apolo aprieta los puños y se dirige al cuarto de juegos, probablemente a darle un sermón a Ares. Lo cual me parece bien hasta que me doy cuenta de que Artemis y yo nos quedamos solos. Es la primera vez que lo veo desde aquella mañana. A pesar de que acaba de llegar del trabajo y el cansancio es notable en su rostro, su traje y su cabello están impecables como si la elegancia fuera algo natural en él.

Sin decir nada, me voy a la cocina y, para mi sorpresa, Artemis me sigue en silencio. ¿Y ahora qué quiere? ¿No puede ver que el ambiente entre nosotros aún es incómodo? Artemis se queda en el marco de la puerta de la cocina mientras yo organizo unos papeles que tengo sobre la mesa, me los traje aquí temprano con la esperanza de tener tiempo para adelantar un trabajo para la universidad que tengo que entregar pronto.

—Claudia.

Su voz ha recuperado esa frialdad, esa insensibilidad de aquella vez que me humilló.

Suspiro, dejando los papeles en paz y me giro hacia él.

—¿Sí, señor?

«El juego de la frialdad puede tener dos jugadores, Artemis Hidalgo».

Su expresión está vacía, no encuentro rastro de la diversión de aquella mañana o la calidez de la noche en la que me ayudó con la pesadilla, no hay nada.

—Quiero ofrecerte una disculpa por mi comportamiento la otra mañana, fue inapropiado por mi parte, no volverá a ocurrir. —No hay duda en su voz, suena seguro y muy frío—. Me gustaría mantener una relación estrictamente profesional contigo.

Me cruzo de brazos.

—Estoy de acuerdo, nunca he querido nada más que eso con usted, señor. Creo que el que ha confundido eso es usted.

«Y puedo patearte el puto trasero en este juego, Artemis».

Su helada expresión se rompe ligeramente, se muestra... ¿herido? Pero se recupera rápidamente.

—De acuerdo, eso era todo.

Me dedica una última mirada antes de irse y yo por fin suelto una larga respiración que no sabía que estaba aguantando. Me parece bien que se haya disculpado y haya dejado claro que solo tendremos una relación profesional, eso es todo lo que quiero.

Entonces ¿por qué no me siento bien?

Me siento como si hubiera roto conmigo cuando ni siquiera tenemos una relación. Me acomodo frente a la mesa para seguir repasando el trabajo de la universidad. Necesito recordar mis prioridades: mi madre, mi carrera y mantener mi trabajo. Involucrarme con Artemis puede poner en peligro esas tres cosas. Su fría mirada vuelve a mi mente, verlo parado ahí con su traje y esa inexpresiva pose, ¡menudo iceberg!

—¡Es viernes, bitches! —exclama Gin y lanza las manos al aire.

Ya casi son las diez de la noche y acabamos de salir de la universidad. Nos ha ido bien con la presentación del trabajo y no puedo negar lo aliviada que estoy. Una sonrisa se forma en mis labios. Gin lo nota y se tapa la boca, sorprendida.

—¿Eso es una sonrisa? ¡Oh, mi Dios! Ella es capaz de sonreír.

Le golpeo el brazo.

—No empieces.

Gin sonríe abiertamente.

—Te ves tan linda cuando sonríes, no sé por qué no lo haces más a menudo.

Entrelazo mi brazo con el de ella para caminar hacia la parada de bus; la pequeña universidad está retirada de donde vivimos, pero afortunadamente los buses funcionan hasta tarde.

—No pensé que nos iría tan bien.

—Por supuesto que nos ha ido bien, el profesor quedó impactado con nuestro trabajo. —Al llegar a la parada, Gin descansa su cabeza sobre mi hombro—. Tenemos que celebrarlo.

—Ya estás con tus ideas locas.

Ella se separa de mí.

—Necesitas un descanso, dijiste que dejaste a tu madre durmiendo antes de venir a la uni, así que... ¿por qué no vamos a tomarnos algo? Yo invito.

—Sabes que no soy amante del alcohol.

—Porque te descontrola y hace que actúes como la chica joven que eres.

—No, de hecho...

Ella me tapa la boca.

—No quiero escuchar tus excusas, tengo dos entradas gratis para ir hoy a un local nocturno con barra libre. Vendrás conmigo, Clau.

Derrotada, quito su mano de mi boca.

—Bien, pero solo una bebida.

La sonrisa que se expande por su pequeño rostro es contagiosa.

—¡Vamos!

Nos subimos a un bus que va al centro de la ciudad, donde están la mayoría de los clubes nocturnos, hay una calle entera llena de ellos. Sentadas en nuestros asientos, Gin me cuenta cómo encontró esas entradas, al parecer se tropezó con un hombre muy apuesto en una cafetería y este derramó un poco de café sobre ella, así que para disculparse le dio las entradas.

—Era atractivo —suspiró—. Tenía ese aire de hombre educado y seguro de sí mismo, y su sonrisa...

Eso me hace reír un poco.

—La semana pasada era el chico que entregaba pizzas y ahora es este, ¿cómo es que te enamoras tan rápido?

—Es mi especialidad. —Me guiña un ojo—. No, en serio, el hombre del café está en otro nivel, así, al estilo Artemis.

La mención de ese nombre acaba con mi sonrisa. Gin, que no se pierde una, lo nota enseguida.

—¿Algo que deba saber?

Meneo la cabeza.

—No.

Ella voltea los ojos.

—Qué misterio con ese hombre, a este paso acabaré escribiendo un libro al estilo Harry Potter, se llamará: Claudia y el misterio de los Hidalgo.

—Estás loca, pero ¿los Hidalgo? Pensé que solo querías saber acerca de Artemis.

Ella levanta su dedo mientras explica.

—No, porque he notado que ahora cuando menciono a Apolo también tienes esa reacción de «algo pasa pero si no lo digo en voz alta no es verdad».

—Sabes que Apolo tiene dieciséis años, ¿no?

—¿Y? Sigue teniendo pene.

Le golpeo la parte de atrás de la cabeza.

—¡Gin!

Ella se echa a reír.

—Además, en este estado, dieciséis ya es la edad de consentimiento.

Me guiña el ojo y yo la golpeo de nuevo.

—Solo bromeo, me gusta molestarte. Ahora déjame maquillarte un poco, pareces una universitaria que acaba de salir de clases.

—¿Oh, en serio?

La dejo maquillarme, e incluso no protesto cuando escoge un labial rojo fuego para mí, alegando que pega con mi color de cabello. Finalmente, nos bajamos del bus.

—No creo que estemos vestidas para ir a un club. —Llevamos tejanos, botas y un suéter de manga larga; la brisa fría del otoño nos obliga a vestirnos así para ir a la universidad.

Gin me acomoda el pelo.

—Nos vemos hermosas. —Me toma la mano y tira de mí para adentrarnos en la calle de clubes.

La calle de las rosas, como la llaman, está llena de gente, algunos afuera de los clubes fumando, otros simplemente caminando. La mayoría de las personas van muy bien vestidas: las chicas con vestidos cortos o tejanos pero con camisas y zapatos muy bonitos. Los chicos no se quedan atrás.

—De verdad, creo que no estamos arregladas para la ocasión.

—Para con eso —dice Gin, guiándome al final de la calle, donde parece estar el club más grande y por lo que veo más prestigioso del lugar. No hay filas para entrar, solo un cartel en el que pone solo personas con entrada.

Cuando levanto la mirada y veo el nombre del club, abro la boca de la sorpresa.

—Me tienes que estar jodiendo.

Insomnia...

La voz de Apolo hace eco en mi mente:

Fui al bar de Artemis, Insomnia, y accidentalmente me emborraché.

Gin tiene entradas para el bar de Artemis, por supuesto, ¿qué puede salir mal?