IX

«Creando un espacio»

CLAUDIA

Insomnia es un club de mucha clase, con grandes decoraciones, muebles modernos y una barra inmensa que se extiende alrededor de todo el primer piso. Muy sofisticado, como el idiota de su dueño. Aunque está lleno, hay suficiente espacio para moverse sin rozar a nadie, lo que me parece maravilloso; a todos los clubes a los que he ido siempre termino aplastada entre la gente.

Gin grita en mi oído.

—¡Esto es genial! ¡Es el club más exclusivo de la ciudad! No puedo creerlo.

Su alegría es contagiosa, así que le sonrío mientras caminamos hacia la barra. Al mostrarle la entrada al barman, Gin ordena dos bebidas para nosotras.

«Está bien, Claudia, él no está aquí».

Artemis tiene este local desde hace tiempo, fue su regalo cuando cumplió veintiún años, sé que lo dejó a la administración de alguien de confianza mientras él terminaba la carrera y luego trabajaba en la empresa, eso fue lo que me dijo Apolo. De modo que no creo que Artemis venga a este lugar. Cuando nos dan nuestras bebidas, Gin me hace brindar con ella antes de probarla. Es un combinado frutal, el sabor del alcohol es fuerte pero tolerable.

—¿Qué es esto?

—Se llama Orgasmo.

—¡Me estás jodiendo!

Nope —dice Gin, sus ojos se enfocan en algo detrás de mí—. Oh, por Dios.

Ay, no, por favor, que diga que es Artemis.

—¡Es él!

Me giro para ver a quién se refiere y veo a un hombre alto, rubio, de cara infantil y un par de ojos verdes. Es atractivo, aunque no es para nada mi tipo. Él camina un poco más y veo que viene otro hombre detrás de él, oh, es aún más alto, de cabello oscuro y unos ojos negros que pueden intimidar a cualquiera fácilmente. Tiene un rostro fuerte y varonil, y lleva el cabello desordenado de forma sexy. Él sí es mi tipo.

—Gin. —Tengo que aclararlo—. ¿Cuál es el que te gusta?

«Que sea el rubio, que sea el rubio». Gin se muerde el labio.

—El rubio, él fue el que me dio las entradas.

¡Qué alivio!

El rubio parece reconocer a Gin y se acerca a nosotras, saludando con la mano. Gin me lo presenta.

—Claudia, este es Víctor; Víctor, esta es Claudia.

Estrecho su mano.

—Mucho gusto.

Gin y Víctor comienzan a hablar, mis ojos siguen al hombre de cabello negro cuando pasa a nuestro lado para adentrarse en el club. Ni siquiera nota mi presencia. No sé qué esperaba, parece un modelo. Con esta pinta no creo que se fije en mí. Conversando con Víctor nos enteramos de que él es el administrador de este lugar contratado por Artemis, así que nos lleva a la zona vip, que se encuentra escaleras arribas; es una zona más privada y aunque se escucha la música, no tienes que gritar para comunicarte y te sirven las copas en la mesa. Víctor está tratando de impresionar a Gin y por lo sonrojada que se ve mi amiga, está funcionando. Con la excusa de que voy al baño, me levanto para darles un poco de privacidad y paso a través de las mesas vip hasta que llego a lo que se ve una puerta solo cubierta con cortinas. ¿Qué es esto?

Curiosa, entro y al pasar por cada cubículo me doy cuenta de que este es un lugar donde la gente viene a hacer quién sabe qué a la luz de las velas. Juro que escucho gemidos, así que me doy la vuelta para regresar por donde vine, pero frente a mi esta él: Ojos negros.

—¿Perdida?

De cerca se ve aún más atractivo.

—No.

Sus ojos me indagan de arriba abajo descaradamente antes de terminar en mi cara.

—Tienes un don.

Arrugo mis cejas.

—¿Disculpa?

—¿Cómo es que te ves tan bien con una ropa tan simple?

Pero ¿qué mierda...? ¿Eso es un cumplido o no?

—¿Gracias?

—Disculpa, no quise insultar tu ropa solo... quería decir que eres muy bonita.

«Tú eres más que bonito, estás como quieres».

Por eso no me gusta beber alcohol... saca a relucir mi lado hormonal-sexual-desinhibido y eso que solo he tomado tres tragos. Ojos negros me dedica una sonrisa torcida sexy que apuesto que le ha conseguido muchas chicas.

—¿Te puedo invitar a un trago?

Odio que el rostro de Artemis venga a mi mente en este momento. Él no me importa, y estoy segura de que yo tampoco le importo a él; además, tiene novia. Ahora mismo debe de estar disfrutando su tiempo con su chica, así que, ¿por qué debo permitirle que afecte mi vida personal? Solo tenemos una relación profesional, tal y como ha dicho él.

—Claro —le digo, y le sigo fuera del salón lleno de gente haciendo de las suyas.

Cuando volvemos a la mesa, Gin está demasiado ocupada para notarlo, básicamente, porque tiene la lengua de Víctor en su garganta. Ojos negros me mira divertido y yo solo me encojo de hombros. Él me ofrece su mano.

—Vamos, estaremos bien en otra mesa por ahora.

Las copas vienen y vienen una tras otra y, a pesar de que Ojos negros me dice que me calme y las tome más despacio, no lo escucho porque después de tanto tiempo el alcohol le sienta bien a mi sistema. Cuanto más bebo, más pienso en el idiota dueño de este club.

«¿A qué está jugando?».

«¿Un día casi me besa y al otro me dice que quiere algo estrictamente profesional?».

«¿Quién se cree que es? ¿Quién le dijo que yo que quería algo más que una relación profesional? Qué engreído».

«Basta, Claudia. Tienes a un tipo que parece un modelo frente a ti, deja de pensar en ese iceberg. Pero es que es... tan... ¡Arg!».

Estoy a punto de tomar otro trago de tequila, pero Ojos negros detiene mi mano en el aire.

—Eh, espera, espera, calma.

Bajo el trago.

—Estoy bien.

—No lo creo, te ves algo inquieta. No tengo nada en contra de beber rabiosamente, pero creo que debes ir más despacio.

—¿Beber rabiosamente?

—Sí, ya sabes, beber con rabia, un amigo mío lo hace todo el tiempo.

—Quisiera conocer a tu amigo, tendríamos muchas cosas en común.

—No creo que quieras conocerlo, no tiene buen temperamento. —Él toma mi mano gentilmente, acercándose a mí en el sofá en forma de L en el que estamos sentados—. Si quieres distraer tu mente, hay otros métodos.

Él logra captar toda mi atención, me muerdo el labio inferior y sonrío.

—¿Como cuáles?

Su mano libre acaricia mi mejilla, su rostro está tan cerca del mío que puedo sentir su respiración sobre mis labios. ¡Es tan atractivo!

—Creo que tú sabes cuáles.

Estoy a punto de besarlo cuando escucho la voz de Gin.

—¡Claudia!

Ojos negros y yo giramos el rostro para verla a un lado de nosotros, sus manos en la cintura.

—¿Puedo hablar contigo un segundo?

Ojos negros me obliga a mirarlo de nuevo.

—¿Te llamas Claudia?

Gin bufa.

—Ni siquiera se han preguntado sus nombres. Claudia, él es Alex; Alex, ella es Claudia.

Alex me mira horrorizado, soltándome como si yo fuera algo intocable.

—Mierda...

—¿Qué pasa?

Alex se agarra la cabeza.

—No me digas que trabajas en la casa de los Hidalgo. ¿Eres esa Claudia?

—¿Nos conocemos?

—¡Mierda! —Se levanta—. Necesito ir al baño, ya vuelvo.

Se va sin explicarme nada. Gin aprovecha para sentarse a mi lado.

—No quería interrumpir, pero Víctor quiere llevarme a su apartamento. Y no pienso dejarte tirada, así que podemos dejarte en tu casa o darte dinero para el taxi.

—Estaré bien, puedes irte tranquila —le aseguro. Yo sabía que esta era una posibilidad al venir aquí.

Gin pone el dinero en mi mano y la aprieta.

—No bebas más y avísame cuando llegues a casa. —Me besa un lado de mi cabeza y se va.

Me quedo sola en el sofá frente a la mesita sobre la cual yacen una variedad de copas y una botella de tequila por la mitad. Estoy sola... como siempre.

¿Eso no es lo que siempre he querido?

¡He luchado tanto para mantener esta soledad, este aislamiento de los demás! Es mucho más seguro, ser vulnerable es algo que nunca he podido manejar, tal vez por todo lo que pasé de pequeña o porque sencillamente no quiero, no voy a ser de esas personas que le echan la culpa a sus padres por cómo son. Sí, la infancia afecta mucho en la construcción de la personalidad de alguien pero, al final, somos seres humanos que podemos decidir qué hacer al respecto. Tal vez simplemente soy así, sin ninguna razón.

Admiro a las personas que son tan abiertas con sus emociones, tan dispuestas a arriesgarlo todo que exponen su vulnerabilidad sin pensarlo dos veces. Mi mente viaja hasta Raquel, nuestra vecina, la chica que tiene algo con Ares, la forma en la que las emociones se reflejan fácilmente sobre su rostro, sus acciones. El recuerdo de hace unos días, cuando Ares me pidió que la sacara de su habitación después de que ella pasará la noche con él, aún me atormenta. Cuando subí las escaleras, ella estaba ahí de pie, al final, las lágrimas rodando por sus mejillas. Ni siquiera tuve que decirle nada, ella solo asintió, como si hubiera escuchado todo lo que Ares dijo, el dolor en sus ojos hizo que mi estómago se apretara en ese momento.

¿Cómo podía ser herida y levantarse cada vez?

A mis ojos, ella es mucho más valiente que yo. No se esconde detrás de paredes de protección, ella vive cada emoción a flor de piel. Pero resulta herida...

Salir herido es parte de la vida, ¿no? Siento que a esta vida que llevo, en la que estoy a salvo, le falta algo. ¿Acaso quiero ser herida? ¿O es que solo quiero algo diferente? Tal vez me esté cansando de la monotonía de mi día a día, de lo vacío de mis interacciones amorosas, las cuales son meramente relaciones físicas.

Me sirvo otro trago de tequila y me lo bebo de un solo golpe, poniendo el pequeño vaso sobre la mesa frente a mí. ¿Adónde se ha ido Alex? Creo que necesito una dosis de interacción sin sentimientos, sin compromisos, sin promesas de futuro o cursilerías, solo química entre dos personas que se gustan físicamente. Guao, sueno tan vacía, a veces mis pensamientos me sorprenden hasta a mí. Ya voy por el tercer trago cuando comienzo a preguntarme si Alex volverá. Pensé que estábamos llevándonos bien. ¿Qué pasó? ¿Cómo supo que yo trabajaba en la casa de los Hidalgo?

Echo mi cabeza hacia atrás para tomar otro trago, el alcohol quema mi garganta y mi estómago. Cuando bajo la cara, apenas veo la sombra de alguien sentándose en el sofá frente al mío. Con la cabeza baja, pongo el vaso sobre la mesa, lista para enfrentarme a Alex. Sin embargo, cuando levanto la mirada no es Alex quien está frente a mí, sino Artemis Hidalgo. Casi me ahogo con mi propia saliva.

Artemis está sentado cómodamente con ambos brazos extendidos sobre el respaldo del sofá, lo cual hace que su traje negro se abra, mostrando la camisa azul oscura que lleva debajo y la corbata negra. Su cabello luce negro bajo esta iluminación a pesar de que es castaño, al igual que sus ojos. Como de costumbre, ese rostro hecho por los dioses no tiene ninguna expresión. Su incipiente barba le queda tan sexy que es injusto.

¿Qué estás haciendo aquí?

Quiero preguntar, pero no quiero sonar estúpida; este club es suyo, él puede estar aquí cuando quiera. Un camarero se acerca.

—Señor, ya hemos vaciado el lugar, ¿qué le gustaría tomar?

La voz de Artemis es ronca y hace que mi corazón se acelere.

—Lo de siempre y otra de esas. —Señala la botella de tequila frente a mí, que ya está vacía.

—Enseguida.

¿Vaciar el lugar? En ese momento me digno a mirar a mi alrededor, no hay nadie, la música sigue sonando, el DJ está en su lugar, pero el club está vacío. ¿En qué momento...? He estado demasiado enfocada en beber rabiosamente, como diría Alex. Artemis me mira directamente sin ningún escrúpulo, sus ojos son tan bonitos, siempre me han parecido dulces a pesar de sus expresiones faciales frías. El camarero vuelve, le da un whisky a Artemis y la botella de tequila.

—Que nadie suba aquí a menos que yo lo llame —ordena y yo trago con dificultad.

—Sí, señor. —El camarero desaparece tan rápido como puede.

Artemis se inclina para poner la botella frente a mí.

—Aquí tienes, sigue bebiendo.

—¿Qué estás haciendo?

Artemis toma un sorbo de whisky antes de volver a estirar sus manos sobre el respaldo del sofá.

—Creando un espacio.

Eso me hace dejar de respirar. Mi mente viaja a esos recuerdos.

—¡Déjame tranquila! —grito, sacudiendo la mano de Artemis mientras me sigue a través de los pasillos del instituto. Artemis tira de mí dentro de un salón vacío, y cierra la puerta detrás de él. Me giro furiosa hacia él—. Te dije que me... —Artemis me abraza, callando mis reclamos contra su pecho.

—Está bien —me susurra, acariciando la parte de atrás de mi cabeza—. No les prestes atención a esos idiotas, no se merecen tu rabia.

Se separa de mí, y pone dos sillas, una frente a la otra. Tras sentarse en una de ellas, me ofrece la otra.

—Vamos, siéntate.

—Ya no somos unos niños, Artemis. —Mi rabia aún habla por mí—. Esto...

Él solo me sonríe y se ve tan dulce que solo puedo sentarme frente a él.

—Estoy creando un espacio. —Lo sabía, no era la primera vez que lo hacía. Cuando estaba pasando un mal momento él hacía esto, se sentaba frente a mí y me escuchaba despotricar, quejarme, maldecir de lo que me diera la gana—. Soy todo oídos, este es tu espacio.

Miro al hombre sentado frente a mí y, aunque esa sonrisa dulce ya no está, puedo ver en sus ojos la disposición a escuchar.

—Pensé que querías una relación estrictamente profesional —le recuerdo, sirviendo otro trago.

—Quiero muchas cosas, pero no siempre podemos tener lo que queremos. —Sus ojos no abandonan los míos ni un segundo.

No digo nada, y acabo con otro trago.

—No necesito un espacio, ya no somos adolescentes.

Eso lo hace sonreír ligeramente.

—Ambos sabemos que siempre es bueno tener un espacio para desahogarse.

—¿Y por qué estarías tú en mi espacio? —lo cuestiono—. Tú, que cambias de parecer de un día para otro.

—Un reclamo muy justo —admite—, pero sé que lo necesitas, el club está vacío, tienes todo el alcohol que quieras a tu disposición, ¿qué más necesitas? Imagina que solo soy un extraño que acabas de conocer y que no recordará mañana lo que digas esta noche.

Como si pudiera hacer eso.

Artemis parece leer mi silencio y levanta una ceja.

—A menos que sea de mí de lo que quieras desahogarte; en ese caso, entendería que no quieras decírmelo.

Bingo.

—Déjalo ya.

Artemis baja los brazos del respaldo del sofá, entrelazando sus manos entre sus piernas mientras sus codos descansan sobre sus rodillas.

—Que deje ¿qué?

—Esto... —Hago un gesto entre él y yo—. No seas bueno conmigo.

—¿Por qué? —La intensidad de su mirada es demasiado—. ¿Te da miedo que derrumbe esas paredes defensivas que has construido a tu alrededor? Ya las he tumbado antes, Claudia, y si me lo propongo puedo volver a hacerlo.

—Ya sabemos cómo terminó eso la última vez —le recuerdo, pensando en aquel 4 de Julio.

Artemis no parece molesto.

—Ya no soy un adolescente inseguro que se rendirá al primer rechazo. Soy un hombre que sabe lo que quiere y que no descansará hasta conseguirlo.

¿Qué quiere decir con eso?

Aprieto las manos en mi regazo.

—También eres un hombre con novia —le recuerdo, sintiendo los latidos de mi corazón en mi garganta.

El ambiente entre nosotros es pesado, de una manera que no puedo descifrar: ¿Tensión sexual? Porque se ve magníficamente follable con ese traje abierto de esa forma. Meneo la cabeza, no puedo verlo de esa manera, es solo el alcohol. Me pongo de pie, decidida a salir de aquí. No estoy en mi mejor momento para estar sola con él, no después de que me ha debilitado ese recuerdo sobre darme un espacio. Me doy la vuelta para dar el primer paso cuando él habla.

—¿El hecho de que tenga novia es lo único que evita que seas mía?

Mi corazón amenaza con salirse de mi pecho. No me atrevo a mirarlo, puedo sentir el calor en toda mi cara, probablemente estoy roja, ¿qué clase de pregunta es esa? Me giro hacia él, quien sigue sentado con toda la tranquilidad del mundo después de preguntar eso.

—No soy un objeto para ser tuya o de nadie.

Él se levanta, rodeando la mesita para estar frente a mí.

—No he querido ofenderte, déjame preguntarlo de otro modo. —Hace una pausa y yo me echo hacia atrás—. La razón por la que no me dejas acercarme a ti, por la que no me dejas... —extiende su mano para acariciar mi rostro pero retrocedo— tocarte o mostrarte lo bien que puedo follarte, es ¿que tengo novia?

Lo crudo de sus palabras es exasperante.

—Tal vez simplemente no esté interesada en ti de esa forma.

—Estás mintiendo.

No digo nada y él me agarra de la cintura pegándome a su cuerpo, sus ojos sobre los míos.

—Ya no tengo novia, Claudia.