XI

«¿Y si me estoy equivocando?»

CLAUDIA

Ares no es de muchas palabras cuando está sobrio, pero cuando bebe, Dios mío, nadie puede callarlo.

—¿Me estás escuchando, Clauuu? —aúlla, señalándome.

—Sí, me has dicho lo mismo cuatro veces.

Él resopla, como si se desinflara.

—No sé qué me pasa, me estoy volviendo loco.

Ay, Ares.

—Ares, ya son las cuatro de la mañana, ¿podrías dormirte?

Él menea la cabeza.

—Tengo que verla.

—Que son las cuatro de la mañana —repito—. Debe de estar durmiendo, así que duérmete ya.

No he podido irme y dejarlo porque está empeñado en ir a la casa de Raquel y si va a estas horas quién sabe qué desastre puede causar.

—Solo quiero verla un segundo, Clau, por favor.

—Espera que amanezca y te prometo que yo misma te acompaño, pero ahora, por favor, duérmete.

Ares cae de espaldas en la cama y se tapa los ojos con el antebrazo.

—No sé cómo manejar todo esto que siento, Clau.

—Estás enamorado, idiota —murmuro para mí misma.

Pasan unos minutos en silencio y Ares, ya dormido, se quita el antebrazo de la cara para acomodarse en la cama. Procedo a quitarle los zapatos y desabrochar su camisa para que duerma cómodo. Después de cubrirlo con la sábana, lo observo dormir por un momento. Se ve tan vulnerable e inocente con su cabello negro todo desordenado alrededor de su cara. Me alegra que por fin haya encontrado a alguien que lo haga sentir y lo saque de ese círculo vicioso de relaciones físicas sin emociones. De puntillas, salgo de su habitación. No quiero pensar en lo que pasó con Artemis, mi mente aún lo está procesando. Me voy a dormir con el recuerdo de sus labios sobre los míos, sus manos en mis pechos, y en mi... me muerdo el labio recordando ese delicioso orgasmo.

Estoy nerviosa.

Aunque no quiera admitirlo y luche contra la sensación, no puedo evitarlo. Estoy muy nerviosa de volver a ver a Artemis después de lo que pasó anoche. Por alguna razón, no lamento que no solo nos besáramos sino que también me tocara y me hiciera llegar al cielo con sus dedos. Solo que no sé cómo reaccionar ante él. He decidido dejarme llevar; sea lo que sea lo que esté pasando entre nosotros, lo dejaré fluir. Estoy cansada de batallar cada segundo y evitar lo inevitable. Tal vez él y yo solo necesitamos tenernos una noche para pasar página y dejar atrás la atracción que sentimos.

¿Y qué pasa si tenemos esa noche y siento aún más?

Este es un territorio desconocido y peligroso. Y no me atrevería a intentarlo si fuera alguien más, pero es él. Artemis siempre me ha transmitido mucha seguridad y paz, quiero confiar en que él no me haría daño.

«¿Y si me estoy equivocando?».

Pues lidiaré con eso, no puedo vivir en mi zona segura toda la vida. Ah, ya ni sé qué estoy pensando; lo que pasó está confundiendo mi cabeza. Me recojo el cabello en un moño desordenado mientras entro en la cocina para preparar el desayuno y casi muero de un infarto cuando me encuentro a Ares sentado a la mesa. Da la impresión de que no ha dormido ni un segundo, lleva puesta la misma ropa y luce unas enormes ojeras.

—¿Buenos días? —pregunto, porque parece que esté dormido con los ojos abiertos.

Él solo me echa un vistazo rápido para volver a mirar a la nada.

—Necesito comer algo para poder dormir.

—¿Has estado despierto toda la noche? Pensé que te había dejado durmiendo hace unas horas.

—Me desperté al amanecer —confiesa—. Cuando salió el sol fui a verla.

Oh...

Por su expresión, creo que no le fue muy bien.

—¿Todo bien?

Él suspira.

—No la entiendo, de verdad, Clau —admite—. Ella... simplemente no la entiendo.

—¿Le dijiste lo que sientes?

Él asiente.

—Sí.

—¿Y? —Me siento mal por interrogarlo, pero quiero saber qué pasó, la curiosidad me mata.

Él me sonríe.

—Ella se echó a reír.

Ayyy.

No le pregunto nada más porque no creo que quiera hablar al respecto. Lo conozco bien y sé que cuando él quiere hablar lo hace. Le sirvo el desayuno y lo veo comer como si estuviera ausente, su mente está en otro lado. Antes de irse a la cama, me da un abrazo y me besa un lado de la cabeza.

—Gracias, Clau, por lidiar conmigo.

—De nada —le sonrío mientras lo veo salir—, descansa, Ares.

Después de llevarle el desayuno a mi madre, sigo en lo mío en la cocina. No hay mucho que hacer salvo unos cuantos platos para desayunar por si alguno de los señores de la casa quiere comer aquí, ya que es domingo. Mis ojos buscan la puerta de vez en cuando, esperando ver a Artemis entrar, él es uno de los primeros en bajar a desayunar los fines de semana, quiero verlo de una vez por todas para acabar con estos estúpidos nervios. Pongo la cafetera en marcha para preparar un expreso y, cuando menos lo espero, Artemis Hidalgo entra en la cocina. Él está sin camisa, en shorts, ligeramente sudado, estoy segura de que viene de su rutina del gimnasio. Me paralizo frente a la máquina de café, mirándolo con el rabillo del ojo. Artemis se sienta frente a la mesa, sus ojos sobre mí.

—Buenos días, Sexy.

Una sonrisa amenaza con escapar de mis labios, pero me contengo y me giro hacia él.

—Buenos días, señor.

Le digo «señor» solo por molestarlo, Artemis me dedica una sonrisa encantadora que hace que mi corazón se acelere. Sus ojos tienen un brillo juguetón que no he visto antes.

—¿Qué quiere para desayunar? —pregunto amablemente.

Él alza una ceja.

—¿Eres parte del menú?

Eso acorta mi respiración y esa tensión que ha crecido entre nosotros se intensifica.

—No lo creo.

Él suspira.

—Qué lástima.

Artemis se pone de pie y rodea la mesa. Solo puedo observar sus movimientos, se mueve como un depredador listo para cazar su presa. Frente a mí, puedo ver cada músculo definido de sus brazos, de su pecho y de su abdomen con claridad. ¡Dios, qué hombre tan atractivo!

—Anoche me dejaste muy mal, Claudia.

—¿Oh, de verdad? —Me hago la loca.

Él se lame los labios.

—Estuviste en mi mente toda la jodida noche.

Él da otro paso hacia mí, arrinconándome, y pasa sus brazos alrededor de mi cintura para poner sus manos sobre la mesa, atrapándome entre ellos. A pesar de que he pensado dejarme llevar por la situación, el hecho de tenerlo frente a mí de esta forma me acobarda un poco y batallo con la necesidad de huir.

—Te perdono que me dejes así, con una condición —me ofrece mientras su dedo roza mi labio inferior—. Bésame.

Lo dudo por un segundo, pero esos ojos me miran tan intensamente que es suficiente para acabar con cualquier duda. Me agarro de su cuello y tiro de él hacia mí para besarlo. Nuestros labios se encuentran y la deliciosa explosión de sensaciones se extiende entre nosotros de nuevo. Empieza como un beso lento, con los labios rozándose ligeramente, hasta convertirse en un beso apasionado, presionando nuestros labios juntos con fuerza y sincronía. Podría perderme en sus besos con facilidad, él sabe lo que hace, definitivamente tiene mucha experiencia, ninguno de los chicos con los que he estado besaban tan bien. Artemis sabe cómo mover sus labios, su lengua, hasta cuándo morder mis labios suavemente para volverme loca. Bajo mis manos de su cuello para acariciar su pecho, su abdomen, sintiendo cada uno de sus músculos en las puntas de mis dedos.

Tengo que separarme de él antes de que esto se salga de control, una cosa es hacer esto en mitad de la noche, pero estamos en plena luz del día, si entran sus padres o algunos de los chicos sería un gran problema. Nuestras respiraciones están aceleradas, así que escapo de sus brazos.

—Necesito aire.

Él sonríe arrogantemente, agarrando mi muñeca.

—¿Quieres venir a mi habitación?

La implicación en su propuesta es clara como el día, no me ofende, los dos somos adultos con una atracción sexual mutua muy obvia.

Me suelto de su agarre.

—Alguien está impaciente.

Él se ríe y levanta sus manos en el aire. Parece un modelo de anuncio.

—La oferta seguirá en pie hasta que tú quieras.

—Hummm, Artemis Hidalgo poniendo las cosas tan fáciles... Esto es malo para tu reputación de iceberg inalcanzable.

Él levanta una ceja.

—¿Iceberg?

—Sí, tan helado como un iceberg.

—Anoche me dejaste duro como un iceberg.

El calor se apresura a mis mejillas y le doy la espalda para actuar como si buscara algo en la nevera.

—¿Qué quieres para desayunar?

—Ya que no estás en el menú —comienza—, lo de siempre, frutas.

Saco las frutas y comienzo a cortarlas en la mesa. Artemis se pone detrás de mí, su aliento rozando la parte de atrás de mi cuello. Pasa sus manos por mi cintura para ponerlas sobre las mías en la mesa.

—¿Cómo es que estás tan sexy haciendo algo tan simple?

Puedo sentir todo su cuerpo contra mi espalda, esos shorts no son mucha barrera para sentirlo... todo.

Sus labios encuentran el lóbulo de mi oreja.

—Ven a mi habitación, Sexy.

Sus manos dejan las mías para subir a mis pechos y acariciarlos lentamente sobre mi uniforme. Mi pecho sube y baja porque él sabe dónde tocar, dónde lamer para hacer que una chica se derrita.

—Sabes que no te arrepentirás, lo de anoche fue solo una muestra de lo bien que puedo hacerte sentir.

Aclaro mi garganta.

—Alguien puede venir, para. —Mi voz sale más ronca de lo normal.

Él baja para pasar su lengua por mi cuello y mis piernas tiemblan. Artemis sube a mi oído para susurrar:

—Apuesto a que ya estás mojada.

Este hombre va a matarme con sus toques, su lengua y sus palabras. No quiero perder el control y estoy a una lamida de correr con él a su habitación y dejarle hacer conmigo lo que quiera. Quito sus manos de mi pecho y me giro para enfrentarlo y alejarlo un poco.

—Ya es suficiente —digo sin aliento.

Artemis me dedica una sonrisa maliciosa, levantando las manos, rindiéndose.

—Está bien —dice antes de sentarse al otro lado de la mesa.

Termino de preparar las frutas mientras mi respiración vuelve a la normalidad y le paso el plato.

—Solías odiar las frutas.

Él toma un pedazo de plátano.

—Son saludables, en la universidad no tenía mucho tiempo de cocinar comidas completas.

—No creo que cocinaras aunque tuvieras tiempo.

Él arruga las cejas.

—¿Qué se supone que quieres decir con eso?

—Que no podrías cocinar ni aunque tu vida dependiera de ello.

Él se ríe.

—¿Eso crees?

Cruzo los brazos sobre mi pecho.

—Lo sé.

—Para tu información, tomé una clase de cocina en una de las optativas de la universidad y saqué la nota más alta. No hay nada que este cerebro mío no pueda lograr.

Su arrogancia no me molesta, es una característica de los Hidalgo a la que me he acostumbrado.

—¿Ah, sí? Nunca pudiste ganarme a los videojuegos.

La sonrisa arrogante desaparece de su rostro.

—Los videojuegos son algo trivial, de poca importancia.

—Claro, claro —sigo divertida—. Tampoco pudiste ganarme en juegos de mesa.

Artemis entorna sus ojos.

—De nuevo, juegos, algo trivial.

—Tuve que ayudarte en clase de biología, en el instituto, porque odiabas las leyes de Mendel. —Él abre la boca para decir algo—. Oh, la herencia genética también es algo trivial, ¿no?

Artemis se come otro pedazo de fruta sin decir nada y yo sonrío victoriosamente. La señora Hidalgo entra en la cocina y mi sonrisa se apaga rápidamente.

—Buenos días, hijo. —Pasa al lado de Artemis, que sigue comiendo en silencio.

Me apresuro a servirle el desayuno tal y como le gusta y le paso el periódico.

—Gracias —me dice antes de observar a Artemis—. Te he dicho que no me gusta que andes sin camisa por la casa, es inapropiado.

—Solo lo hago los fines de semana después de hacer ejercicio.

—Sé que tú y tus hermanos ven a Claudia como una hermana, pero ella sigue siendo una chica, no puedes andar así alrededor de una chica, la puedes incomodar.

Aprieto mi boca para no reírme.

«Oh señora, si usted supiera.»

—Está bien, tendré más cuidado, madre —accede Artemis, terminando de comer—. Iré a ducharme.

Antes de salir de la cocina, me dedica una última mirada juguetona.