XV

«¡Dios, lo siento tanto!»

CLAUDIA

El abuelo está estable.

Y por lo que muestran los resultados de la resonancia magnética, el daño fue mínimo, lo cual es un alivio. Sin embargo, el abuelo sigue sedado, descansando para darle tiempo a su cerebro a desinflamarse o algo así explicó el doctor. Nos enviaron a todos a casa después de pasar unos días en el hospital prometiéndonos informarnos cuando él despertara. Siento que por fin puedo respirar, aunque no estaré tranquila hasta hablar con el abuelo. Pero por lo menos ya sé que estará bien. Las cosas han vuelto a la normalidad ligeramente en casa. Después de atender a los invitados de Ares, entre ellos Raquel, un chico de sonrisa contagiosa, y una chica que se parece mucho a Daniel, le llevo la cena a mi madre. Sin embargo, cuando vuelvo a la sala de juegos para llevarles las cosas que Ares pidió, la encuentro vacía. ¿Se fueron?

Subo a la habitación de Ares y toco su puerta.

—Adelante.

Entro, no está solo, Apolo está con él, y puedo leer las expresiones de estos chicos claramente. Algo pasa y no es bueno, también puedo ver que no quieren hablar al respecto.

—Llevé las bebidas como me pediste, pero tus invitados se han ido.

La decepción en la expresión de Ares es clara como el día.

—¿Se han ido todos?

Sé que quiere saber si Raquel se ha ido.

—Sí, todos —asiento con un suspiro.

Un destello de tristeza cruza los ojos de Ares y aunque se esfuerza en ocultarlo rápidamente, Apolo y yo lo notamos. Les dirijo una última sonrisa y me voy. Acariciando mis hombros tensos, bajo las escaleras. Solo tengo una cosa más por hacer antes de irme a descansar. Necesito sacar las toallas del gimnasio y lavarlas. Ahora que Artemis está en casa, debo hacerlo más a menudo ya que él visita el gimnasio todos los días.

Empujo la puerta corrediza del gimnasio y paso a través de las máquinas de hacer ejercicio para llegar a la entrada de la ducha al final del pasillo. Bostezo, recogiendo las toallas usadas que están en la cesta, fuera del baño. Decido entrar en el baño para asegurarme de que no quedan más ahí. Él baño es inmenso, bastante alargado con una ducha al final. Me imagino a Artemis ahí desnudo tomando una ducha y de pronto, hace calor. Ni siquiera quiero pensar en ese idiota. Salgo de ahí para dirigirme a la lavandería. Meto la mitad de las toallas en la lavadora y pongo el resto en el suelo, agotada me deslizo hasta quedar sentada sobre el montón de ropa y toallas. Sin darme cuenta, me quedo dormida. Para mi desgracia, me despierto después de tener un sueño muy ardiente, no alcancé a verle el rostro al hombre en el sueño, pero me estaba dando la follada de mi vida.

Mi frustración crece cuando me doy cuenta de lo mojada que estoy. ¡Ah, benditos sueños húmedos!

Ahora que lo pienso, ¿cuándo fue la última vez que tuve sexo? Ni siquiera lo recuerdo. Con razón mis hormonas están por los aires, ni siquiera recuerdo cuándo fue la última vez que me toqué para liberar un poco de tensión sexual, mi mano inquieta se desliza dentro de mis medias cuando abro mis piernas, no debería hacer esto aquí pero no puedo hacerlo en mi habitación, no con mi madre ahí.

Estoy tan mojada que mis dedos se deslizan fácilmente dentro de mi intimidad. Un gemido escapa de mis labios, olvidé lo bien que me hace sentir esto. Muevo mis medias a un lado para tener mejor acceso, mis dedos conocedores de lo que me gusta se mueven perfectamente dentro de mí, cierro los ojos ahogándome en las sensaciones. Muerdo mi labio inferior, soltando pequeños gemidos que se vuelven más fuertes al aumentar la rapidez de mis dedos. Abro los ojos y en vez de encontrarme con la puerta cerrada, veo a Apolo parado ahí.

Me levanto de un brinco, bajando mi falda con piernas temblorosas.

—¡Dios, lo siento tanto!

Bajo la mirada al suelo, la vergüenza recorre todo mi ser. Espero que él se vaya, pero oigo cómo entra en ese pequeño espacio y cierra la puerta detrás de sí. Levanto la mirada para observarlo, pero no puedo decir nada, mi respiración es un desastre. Jamás había visto esa expresión de Apolo en todo el tiempo que hace que lo conozco. No es inocente, no es infantil, es lujuria pura. En sus ojos brilla la determinación de un hombre. Se acerca a mí lentamente, como si supiera que moverse bruscamente podría asustarme. Frente a mí, él levanta la mano para sostener mi rostro, pasa su pulgar por mis labios.

Abro la boca temblando.

—¿Qué... estás haciendo? —susurro, mi voz apenas audible.

Apolo no me responde, sin despegar su mirada de la mía, baja su mano y la desliza dentro de mi falda. Agarro su muñeca deteniendo su avance.

—No.

—Solo quiero ayudarte a terminar —me dice con voz ronca. Está excitado y su respiración es tan desastrosa como la mía.

Mi mente está tan nublada con toda esta tensión entre nosotros.

Él se moja los labios antes de besarme, mueve sus labios sobre los míos en un ritmo de deseo lento pero que me hace sentir muy bien. Él acelera el beso y yo libero su muñeca, su mano sube entre mis piernas para acariciarme por encima de mi ropa interior. Despego mi boca de la suya para soltar un gemido.

No puedo evitar aferrarme a él, mis manos agarran su camisa con fuerza, mientras mis piernas tiemblan. Cuando él mueve mi ropa interior a un lado para tocarme directamente, cierro los ojos de puro placer, no me avergüenza cómo sus dedos resbalan en mi intimidad, estoy extremadamente mojada.

Entierro mi rostro en su pecho.

—Más rápido, por favor.

Apolo gruñe obedeciendo, acelerando sus dedos, moviéndolos en círculos. Una de mis manos suelta su camisa y baja para acariciarlo por encima de sus pantalones, no me sorprende lo duro que está. Cuando siento uno de sus dedos dentro de mí, echo la cabeza hacia atrás, gimiendo desesperada. El placer se apodera de mí, sus movimientos se vuelve más rápidos, así que hago lo mismo con mi mano sobre sus pantalones. Ambos alcanzamos el orgasmo al mismo tiempo. Nuestras aceleradas respiraciones hacen eco por todo el pequeño cuarto, estamos jadeando, cuanto más tiempo pasa, más se aclara mi mente y me doy cuenta de lo que he hecho. Doy un paso atrás para luego pasar por su lado y salir disparada de allí. Por desgracia, cuando entro en la sala, me encuentro con Artemis de frente.

—¡Ah, mierda!

Él lleva puesto su traje, acaba de llegar del trabajo. Artemis me observa con atención sin decir nada, probablemente estoy roja como un tomate.

—Permiso. —Me alejo de él antes de que pueda leer en mi cara lo que acaba de pasar.

Quisiera decir que me siento culpable o algo por el estilo, pero no lo hago. Artemis y yo no tenemos absolutamente nada y después de la forma en la que me mintió para poder besarme, no le guardo ningún respeto, especialmente ahora que sé que tiene prometida, no novia, sino prometida. Sin embargo, me preocupa Apolo, lo menos que quiero que es nuestra relación se arruine o se vuelva incómoda. Ni siquiera sé qué es lo que está pasando entre nosotros. ¿En qué momento pasamos de cariño fraternal a atracción sexual? Nunca lo he visto como algo más que un hermano, hasta hoy. Recuerdo su mirada, sus gruñidos, cómo las venas de su antebrazo se volvían más notables mientras me tocaba, el deseo vibrante en sus ojos. Sacudo la cabeza.

«No puedes desearlo, Claudia, no puedes complicar las cosas de esta forma. Vuelve a verlo como el chico que es; un hermano menor para ti, no lo veas como un hombre».

No me doy cuenta de que estoy frente a la puerta de Ares hasta que él mismo la abre y me encuentra ahí parada.

—¿Claudia?

No sé qué hago aquí, supongo que estoy huyendo, aunque no sé de quién exactamente. Apolo suele ser mi refugio pero no puedo ir a verle a él ahora, no después de lo que acaba de pasar. Él debe de estar tan confundido como yo.

—¿Puedo pasar? —Ares se hace a un lado y me deja entrar, su habitación esta semioscura, la única luz proviene de las lámparas a ambos lados de su cama. Un relámpago se refleja en su ventana seguido de un fuerte trueno; comienza a llover.

—¿Pasó algo con el abuelo? —Ares no se molesta es esconder la preocupación en su voz.

Meneo la cabeza.

—No.

Ares lleva puesta una camisa blanca y tejanos, me sorprende que no esté en pijama, se está haciendo tarde. ¿Va a algún lado? Él toma asiento en el sofá reclinable en una esquina del cuarto.

—¿Qué pasa?

Dudo, no puedo contarle, me avergüenza mucho. ¿Cómo puedo decirlo? «Eh, Ares, hace unas semanas me lie con Artemis, pero él resultó ser un idiota que estaba comprometido así que hoy me he liado con Apolo, ¿qué te parece?».

—Solo necesito distraerme un poco, ¿puedo quedarme aquí un rato?

Él solo asiente, suspirando y pasándose la mano por la cara. No tiene buen aspecto, algo le pasa. Enfocarme en los problemas de los demás siempre me ayuda a olvidarme de los míos.

—¿Estás bien?

—Sí.

Hago una mueca.

—No lo parece.

Noto que aún tiene los zapatos puestos.

—¿Vas a algún lado? —Él menea la cabeza, pero algo cruza su expresión—. ¿Quieres ir a algún lado?

No dice nada. Recuerdo cómo Raquel y sus amigos se fueron temprano esta tarde, lo triste que Ares parecía después de eso, sé que Ares está bastante deprimido con lo del abuelo, sé que necesita desahogarse, apoyarse en alguien, y yo podría ser esa persona. Pero no soy la indicada porque él ya tiene a alguien que lo quiere, así que solo puedo empujarlo a recurrir a la persona que necesita.

—Deberías ir con ella.

Ares levanta la mirada, él sabe que me refiero a Raquel.

—No puedo.

—¿Por qué no?

—Ella está enojada conmigo.

Suspiro.

—¿Le contaste lo que pasó con el abuelo? —De nuevo, menea la cabeza—. ¿Por qué no?

—No quiero que me vea así.

—¿Así cómo? ¿Como un ser humano que siente, que está triste por su abuelo?

—No quiero ser débil.

Eso me molesta.

—Por todos los santos, ¿por qué piensas que querer a alguien, apoyarte en esa persona, es una debilidad?

—Porque lo es.

—No, no lo es, Ares —replico, apretando los labios—. ¿Cómo puede ser una debilidad abrir tu corazón a alguien? Eso es lo más valiente que puede haber.

—No empieces con sermones como Apolo.

—Solo trato de hacerte entender que estar enamorado no es una debilidad, idiota.

Ares levanta su tono de voz.

—Sí lo es, tú y yo lo sabemos mejor que nadie.

Sé que se refiere a mi madre.

—No puedes escudarte detrás de lo pasó toda la vida.

—¡No quiero ser como él!

—¡Tú no eres como él! —respondo, poniéndome de pie—. Tú no eres como tu padre y estoy completamente segura de que Raquel no es como tu madre.

Él bufa.

—¿Cómo puedes saber eso?

—Porque te conozco, y jamás habrías puesto tus ojos en una chica que se asemejara a tu madre de alguna forma. Además, he visto a Raquel, la transparencia en esa chica es increíble y apuesto a que eso fue lo primero que te atrajo de ella.

Ares parece enojarse más, suele hacerlo cuando no tiene argumentos.

—Defiendes todo esto, tú... —Sé que está buscando herirme de algún modo, lo hace cuando se siente acorralado—. Tú, que aún cuidas a tu madre que te hizo pasar por un infierno en tu niñez, me dices que el amor no es una debilidad.

—Lo que mi madre hizo, todos sus errores y malas decisiones, todo lo malo que me hizo pasar es su culpa, es su carga. —Hago una pausa—. Si yo dejo que eso me defina, o afecte a mi personalidad, es culpa mía, es convertir su carga en la mía.

Ares se queda sin palabras.

—Ve con ella, Ares —repito—. La necesitas, y eso no te hace débil sino todo lo contrario, admitir que necesitas a alguien es la mayor prueba de valentía. Así que, ve con ella.

Lo veo dudar hasta que finalmente se pone de pie y sale de la habitación.

Buen chico.