Prólogo
4 de Julio
Los fuegos artificiales retumban por toda la plaza, iluminan el cielo nocturno y lo dotan de coloridos círculos que se expanden hasta desaparecer. La gente celebra, grita y aplaude mientras yo me paso las manos sudadas por mis pantalones para intentar secarlas.
«¿Por qué estoy tan nervioso?».
«Por ella...».
Echo un vistazo a mi lado y la observo, pensándolo todo de nuevo, calculando, repasando en mi mente lo que debo decir, cómo debo decirlo si es que puedo decirlo. Estamos sentados en la hierba, ella está sonriendo, su mirada perdida en el espectáculo, los fuegos artificiales se reflejan en su cara, que va adquiriendo tonos rojos, azules y de muchos más colores.
Ella siempre ha estado a mi lado desde que éramos unos críos y a medida que hemos ido creciendo una parte de mí siempre ha sabido que lo que siento por ella no es solo cariño o amistad. Quiero mucho más que eso y después de semanas armándome de valor he decidido dejarle claro eso hoy.
«Vamos, tú puedes».
Vuelvo a mirar el cielo colorido y lentamente desplazo mi mano sobre la hierba y la pongo sobre la suya. Mi corazón se acelera y me siento como un idiota por no poder controlarlo. No me gusta sentirme vulnerable, jamás pensé que llegaría a tener sentimientos por alguien, no era algo que buscaba. Ella no dice nada, pero tampoco quita su mano.
Puedo sentir sus ojos sobre mí, pero no me atrevo a mirarla, no soy bueno con las palabras, nunca lo he sido. Así que cuando finalmente decido hacer frente a la situación, actúo tan rápido que me sorprendo a mí mismo. Con mi mano libre, la tomo del cuello y estampo mis labios contra los suyos. Sin embargo, el roce de nuestros labios es tan fugaz como los fuegos artificiales desapareciendo en el cielo. Ella me empuja con fuerza, alejándome de su cuerpo en cuestión de segundos. Su reacción me deja sin aliento, sin palabras.
La amarga sensación del rechazo se asienta en mi estómago, mi pecho apretándose. Ella abre la boca para decir algo, pero la vuelve a cerrar, no sabe qué decir para no herirme, lo puedo ver claramente en sus ojos, pero ya es muy tarde. Aprieto la mandíbula, me levanto y le doy la espalda, no quiero su lástima.
—Artemis... —la escucho susurrar a mi espalda, pero ya estoy alejándome, dejándola atrás.
Esa noche decido dejarla atrás y cerrarme de nuevo por completo a las emociones. Nadie volverá a herirme de esta forma, no volveré a ser vulnerable de nuevo, no vale la pena.