XVIII
«Es por él, ¿no es así?»
CLAUDIA
Los días pasan y no puedo esperar a que el abuelo vuelva a casa. ¡Tenerlo aquí me alegra tanto! Puedo cuidar de él y también quiero que tenga más contacto con sus nietos, sé que le hace mucha falta aunque no lo diga. El sol del atardecer se cuela por la ventana de la cocina, dándole un tono naranja a los utensilios y a las mesas. Me asomo por la ventana para echarle un vistazo al patio, los perritos de Apolo están ahí jugando entre ellos. ¡Son tan adorables! No he vuelto a ver a Artemis, creo que llega tarde del trabajo y se va temprano, está haciendo un buen trabajo evitándome y se lo agradezco; después de lo ocurrido con Apolo, todos necesitamos esa distancia.
Paso mi mano por la mesa. No puedo negar que mi mente a veces se traslada a aquella noche con Artemis en este mismo lugar; recuerdo con gran detalle sus ojos sobre los míos, su respiración sobre mis labios, lo bien que me sentí al besarlo, al notar cómo su ligera barba me rozaba, sus manos ágiles por todo mi cuerpo...
«¿Por qué tenías que joderlo todo, Artemis?».
La parte que más me duele de todo es que le haya sido infiel a su novia, eso no parece propio de él. Especialmente después de lo que pasó con su madre, nunca lo consideré capaz de ser infiel. Me decepcionó mucho.
¿El hecho de que tenga novia es lo único que evita que seas mía?
Ya no tengo novia, Claudia.
Mentiroso.
Alguien se aclara la garganta, interrumpiendo mis pensamientos. Apolo aparece en el marco de la puerta y se queda ahí, recostando su hombro. Lleva puestos unos tejanos y una chaqueta roja que hace juego con sus deportivas. Su cabello castaño es un desastre, como si alguien lo hubiera desordenado con las manos a propósito.
—Hola —me susurra con los ojos puestos sobre mí.
—Hola —le saludo yo, apoyando la parte baja de la espalda contra la mesa.
Él despega el hombro del marco de la puerta y se mete las manos en los bolsillos de los tejanos.
—Tarde o temprano tenemos que hablar sobre lo que pasó, Claudia.
—Apolo...
Él da un paso dentro de la cocina.
—Claudia, yo...
Levanto mi mano.
—Para, no.
Apolo arruga las cejas.
—¿No vas a dejarme hablar?
—No. —Sacudo la cabeza—. Sé lo que vas a decir y no quiero que lo digas, porque una vez que lo hagas, no habrá vuelta atrás y no quiero eso.
Deja caer los hombros como si se rindiera.
—Y entonces ¿qué es lo que quieres?
—Quiero a Apolo, el chico dulce que es como un hermano para mí. —Su rostro se contrae mostrando confusión—. Tú eres una de las personas más importantes en mi vida, no arriesguemos eso, por favor.
—Es por él, ¿no es así?
Sé que refiere a Artemis.
Lamo mis labios, incómoda.
—No.
—No me mientas, Claudia.
Me paso los dedos por el pelo, sin saber qué decir. Él se acerca a mí en largos pasos y me toma de la cintura con un brazo y usa su mano libre para sostener mi rostro.
—Yo no soy tu hermano, Claudia.
Está tan cerca que puedo ver lo claros que son sus ojos de color café y lo carnosos que son sus labios. Me gustaría decir que no me recuerda a Artemis cuando tenía su edad, pero no es así.
Me aclaro la garganta.
—Lo sé, pero...
Él me envuelve en un abrazo, con ese olor que me resulta tan familiar.
—Pero está bien, respetaré tu decisión. —Besa un lado de mi cabeza—. No voy a imponerme ni a presionarte, no soy ese tipo de chico.
Lo sé. Cuando él se separa me mira directamente a los ojos.
—Siempre voy a estar aquí para ti. —Me besa la frente y da un paso atrás.
Le dedico una sonrisa sincera.
—Y yo para ti.
Él retrocede paso a paso sin despegar sus ojos de los míos hasta que se da la vuelta y se va. Aunque no tiene muy buen aspecto, sé que estará bien. Lo conozco, sé lo que él cree que siente por mí, pero yo sé que solo está confundiendo el cariño que ha desarrollado por mí todos estos años. Su madre nunca ha estado pendiente de él, soy la primera figura femenina positiva que ha tenido en su vida, y él piensa que esa sensación de seguridad y bienestar que siente al estar conmigo es amor, pero no lo es. No debí permitir que pasara lo de la lavandería, pero lo hecho hecho está y lo único que puedo hacer ahora es tomar la mejor decisión: dejarlo ir para que encuentre una persona que le muestre lo que el amor es de verdad.
«Buena suerte, Apolo».
Resoplo y me voy a mi cuarto. Mi madre está sentada junto a la ventana, agarrando una taza de té con ambas manos. Su cabello es una combinación de rojo y blanco debido a sus canas; me he ofrecido para teñírselo pero no quiere, dice que llevará sus canas con orgullo.
—¿No vas a la universidad hoy? —me pregunta, mientras me acuesto en la cama y me pongo el antebrazo sobre mis ojos. Mi madre se queda en silencio unos segundos—: ¿Estás cansada, hija?
«Sí».
Finjo una sonrisa y actúo enérgica, sentándome.
—Claro que no, solo quería ser dramática, mamá.
Ella me devuelve la sonrisa.
—¿Cómo te fue en la presentación de ayer?
Levanto mi dedo pulgar hacia ella.
—Espectacular, tu hija es muy inteligente.
Eso parece alegrarla, verla sonreír me llena de una forma muy especial. Sí, ella cometió muchos errores y debido a eso tuve una infancia muy difícil, pero jamás le daría la espalda. Es muy fácil enfocarse en ver solo lo malo de los demás; cuando la miro, no veo lo malo, veo a esa mujer que escogió al hombre equivocado para tener una hija, al hombre que la golpeaba y la dejó en la calle con un bebé en brazos, una mujer que dejó de comer muchas veces para alimentarme a mí, que vendió su cuerpo para poder tener un techo sobre nosotras, que cayó en las drogas para evitar enfrentarse a la realidad de tener que vender su cuerpo cada noche. Veo a la mujer que enderezó su camino en el momento que se le presentó esta oportunidad de trabajo, veo a la mujer que tembló, lloró y sufrió con los síntomas de abstinencia después de dejar las drogas pero que nunca volvió a ellas. En el momento que tuvo una oportunidad, lo dio todo para enderezar su camino y, por eso, siempre tendrá mi respeto.
Hay mucha más fuerza y voluntad en enderezar tu camino en la vida que haberlo tenido derecho desde el principio. Así que no tengo ningún problema en ser fuerte por ella ahora. Me inclino y le doy un beso en la frente.
—Voy a prepararme para ir a la universidad.
—Cuídate mucho, hija. Dios te bendiga.
—Amén, mami.
—Odio mi vida.
Gin está con la cabeza sobre la mesa, mientras yo tomo un sorbo de mi vaso con agua. Ella se endereza en su silla y me dirige una mirada triste.
—No me vuelvo a enamorar.
A Gin no le ha ido bien con el hombre apuesto que nos invitó al club de Artemis la otra noche. Al parecer, después de estar con ella varias noches, ha comenzado a actuar fríamente y hace dos días tuvieron una conversación en la que él le dijo que no quería nada serio por ahora. Mi amiga hace un puchero.
—Dime la verdad, ¿crees que fui muy fácil? ¿Que le abrí las piernas muy pronto?
—Gin.
—Es que yo lo sabía, tenía que hacerme la dura.
—Gin —le digo seria—. ¿Por qué haces esto? ¿Por qué siempre tienes que buscar la manera de echarte la culpa? Ese tipo es un jodido idiota, tú eres perfecta, él se lo pierde, punto, fin del tema.
—Es que creía haber encontrado al hombre de mi vida.
—Eso dijiste del último chico.
—Lo sé, lo sé —me explica—. Pero, Clau... —baja su tono hasta que se vuelve un susurro—, es un Dios en la cama. —Pongo los ojos en blanco—. El mejor sexo que he tenido en mi triste vida.
—¿Y eso lo vuelve automáticamente el amor de tu vida?
—¡Por supuesto!
—El amor es más que sexo, idiota.
—Claro, ha hablado Claudia, la experta en el amor. Si tú eres como él en versión femenina, te los tiras y los botas.
—Yo soy clara con ellos, además, no veo a ninguno quejándose.
Ella alza una ceja.
—¿Y Daniel?
—Él es la excepción. —No puedo creer que Daniel todavía me llame.
—Quiero ser como tú, yo no puedo tener sexo sin involucrarme emocionalmente, me enamoro, Clau, me enamoro.
Me encojo de hombros.
—Na, no te has enamorado, Gin. No has pasado suficiente tiempo con alguno de esos chicos para saber si es amor o solo atracción física.
—Podría ser amor a primera vista.
—En tu caso, follada a primera vista.
—Muy graciosa. —Ella suspira—. De igual forma, creo que aceptaré tener sexo con él de vez en cuando.
—¿En serio, Gin?
—Clau, es el mejor que he tenido, en serio. Hace un movimiento con sus caderas mientras lo hacemos que... ¡Guao, llega justo a mi punto G!
Hago una mueca.
—Demasiada información.
Los ojos de Gin miran detrás de mí y pone una expresión de sorpresa.
—Hablando del rey de Roma.
Me giro para ver a quién se refiere y, efectivamente, Daniel viene hacia nosotras.
—Oh, no.
—Tengo curiosidad, Clau. ¿Qué le hiciste a ese chico para que esté así de obsesionado?
Imágenes de Daniel, de nuestros cuerpos sudados, en una variedad de posiciones en aquel cuarto de hotel, llegan a mí. «La pregunta, Gin, es ¿qué no hicimos?».
—Tengo que irme.
—Clau, no.
Me levanto y corro como si mi vida dependiera de ello, dejando a Gin sola en la cafetería de la universidad. Oigo a Daniel llamarme, pero huyo a través de esos pasillos que conozco tan bien. ¿Qué hace aquí? Él todavía va al instituto, no a la uni. Ese chico es intenso nivel Dios.
Bostezo, y me cubro la boca con la mano para subirme al bus que me llevará a casa. Ha sido un largo día. Veo las tiendas, los árboles pasar a través de la ventana del bus y mi mente inquieta viaja al idiota de traje elegante que llevo días sin ver. Ha crecido tanto, ha madurado tanto físicamente. Ya no queda nada de ese chico con rostro infantil con el que me crie. Cierro los ojos y veo el rostro de Artemis cerca del mío. Necesito dejar de pensar en él, no vale la pena. Me quedo dormida para soñar con él: besos apasionados y palabras dulces adornando mis sueños, pero son solo eso: sueños. Porque entre Artemis y yo todo se ha acabado antes de comenzar.