XIX
«Más tonto eres tú»
CLAUDIA
De regreso de la universidad, me quedo dormida en el bus. Creo que he subestimado mi cansancio. Todo es culpa de la señora Hidalgo, me ha hecho limpiar de nuevo unas partes de la casa que ya están más que limpias; creo que es su forma de vengarse de la manera como la traté en el hospital. El chófer me despierta cuando llega a su última parada, que es donde dejan los buses por la noche.
«Tengo problemas».
Este es el último bus y la última parada, estoy a unas cuantas calles de la casa. El chófer se despide, y me deja sola. Debato en decirle que no tengo cómo volver a mi casa, pero él sale del lugar caminando, así que probablemente vive tan cerca de aquí que puede llegar a pie. Dejo mi mochila colgar de un solo brazo para sacar mi monedero, no tengo mucho dinero, el salario que recibo en la casa Hidalgo siempre va para las medicinas de mamá, la compra de mis libros en la universidad y los pasajes del bus. Aunque soy muy buena manejando mi dinero, todos esos gastos no me han permitido ahorrar. Me muerdo el labio inferior, contando los billetes en mi monedero; si pago un taxi, no tendré para el bus el resto de la semana, así que vuelvo a guardar el monedero en la mochila junto a los libros. Supongo que tendré que aventurarme en las calles, no puedo negar que me asusta pero tengo mi gas pimienta y lo poco que aprendí en la clase optativa de defensa personal en la universidad. Pongo un pie fuera del estacionamiento de buses y echo un vistazo a ambos lados de la calle, ¡qué solitaria está! Tomo una respiración profunda para comenzar a caminar. Las luces naranjas, la oscuridad y lo sola que está la calle me recuerda aquella a noche:
—¡Mírale el pelo! ¡Qué asco! —Unos adolescentes se burlan de mí en lo que para muchos era el parque y para mí en ese momento era mi hogar. Aprieto mi oso de peluche, arrinconada contra la cerca.
—Sin embargo, tiene una cara tierna —comenta uno—. Bueno, detrás de toda esa suciedad.
Uno que lleva el cabello en trenzas pone sus manos sobre sus rodillas para inclinarse hacia mí.
—¿Dónde está tu mami, mocosa?
A pesar de ser una niña, me había criado en un ambiente que me había forzado a saber defenderme.
—Si no me dejan en paz, voy a gritar.
El de trenzas se ríe.
—¿Vas a gritar? Hazlo, mocosa apestosa. —Estira sus brazos señalando el solitario parque nocturno—. Creo que no tendrás audiencia.
Mis deditos tiemblan sobre mi osito.
—Ahora, dinos, ¿dónde está tu mami? Nos debe una mercancía y si no tiene dinero para pagar... existen otras maneras y ella lo sabe.
Aunque no entendía qué era lo que le hacían a mi mamá, sabía que no era bueno, ella siempre lloraba después de eso. Cuando no respondo, otro de ellos me agarra de la cara con tanta fuerza que sus dedos se clavan en mi piel. Hago una mueca de dolor.
—No tengo toda la noche.
Con toda la fuerza que puedo, cierro mi puño y lo golpeo entre las piernas como me enseñó mamá. No fue difícil debido a mi baja estatura y el hecho que él no se lo esperaba. Él suelta un quejido y cae al suelo, y yo salgo corriendo. Corro lo más rápido que puedo, pasando por entre columpios y toboganes, y me adentro entre los árboles pequeños que rodean el parque. Sin darme cuenta, ya estoy en la calle, y cuando miro sobre mi hombro, nadie me sigue. Disminuyo el paso hasta caminar, mi pecho aún subiendo y bajando por la carrera. El olor a comida caliente llega a mi nariz y cierro los ojos para inhalarlo mejor.
Ay no, he salido a la calle de los restaurantes. Mamá siempre dice que no venga aquí, ver la comida es una tortura. Aunque a veces me escapo, pensando que el olor será suficiente. Me paro frente a restaurantes con letras extrañas y puedo ver todo a través de las ventanas transparentes. Casi puedo probar todo lo que sirven allí: sopas, carne, pan, jugos. Me lamo los labios, mi boca se hace agua. Un señor muy elegante de traje está a la cabeza de una mesa, sonriendo abiertamente hacia las personas que están con él. Me doy cuenta de que es una familia, una señora está a su lado, ella tiene un bebé sentado en las piernas y a un niño que parece de mi edad al otro lado de ella. Frente a ellos, hay otro niño que se ve más mayor.
Una familia feliz. Me pregunto qué se sentirá al tener un papá.
Sin pensarlo, pongo la mano sobre el vidrio. El niño que parece de mi edad, pero que cuando se pone de pie noto que es más pequeño que yo, se levanta sin que su mamá se dé cuenta y viene hacia la ventana para poner su mano sobre la mía contra el vidrio. Tiene el cabello negro y unos ojos azules muy bonitos.
Le sonrío y él me devuelve la sonrisa.
No puedo evitar querer preguntarle si compartiría un poco de su comida conmigo, solo un poco, pero sé que a través de ese vidrio no podría escucharme, así que con la mano le hago señas de comer y me sobo la barriga. Él parece entender pero antes de que pueda decir algo, una mano toma la de él y lo aparta de la ventana: es la señora, que me dedica una mirada fría y se lo lleva. Mis esperanzas de una comida caliente se van junto con él. Con la cabeza baja, suspiro y me giro para seguir mi camino.
—¡Eh! —Alguien me llama, y me doy la vuelta con miedo de que sean esos hombres molestos de hace un rato.
Es el señor elegante. Su familia está detrás de él y, cuando un auto negro estaciona, la señora comienza a montar a los niños. El de ojos azules se despide de mí con la mano. El niño mayor se queda parado ahí mirándome, esperando a su padre probablemente.
—¡Eh, hola! —me saluda amablemente el señor, tiene una sonrisa cálida, se arrodilla frente a mí—. ¿Tienes hambre?
Le miro con cautela, nadie hace nunca nada amable sin pedir algo a cambio; eso es lo que mamá siempre dice. Pero tengo tanta hambre. Asiento levemente.
—¿Estás sola? —Meneo la cabeza—. ¿Dónde está tu mamá?
Inconsciente detrás de la zona de columpios, unos arbustos rodean una esquina en el césped que se ha convertido en nuestra casa.
—No voy a hacerte daño. —Me extiende su mano—. Me llamo Juan. ¿Cuál es tu nombre?
Ojeo su mano, pero no la tomo.
—Claudia.
Su sonrisa se ensancha.
—Qué bonito nombre. Bien, Claudia, solo quiero ayudarte, ¿sí? ¿Me puedes llevar con tu mamá?
Las alarmas se encienden. ¿Acaso él es uno de esos hombres que buscan a mi mamá para dejarla llorando? No lo creo, él no se ve como esos hombres. Insegura, mis ojos caen sobre el niño mayor que espera a su padre, ahí parado. Ellos se veían bien cuando estaban cenando como una familia, si el señor fuera malo, el niño no lo esperaría así, yo sé que yo no lo haría. Tomo la mano del señor para guiarlo hasta mi madre, cuando pasamos por el lado del niño mayor, el señor le dice:
—Artemis, entra en el coche y dile a tu madre que pueden irse a casa. Albert puede quedarse conmigo, me iré en un taxi más tarde.
—Papá...
Lo dejamos atrás rápidamente y antes de que el auto se vaya, noto que un hombre alto vestido de negro se baja y nos sigue unos pasos por detrás. Me tenso, el señor aprieta mi mano.
—Tranquila, él solo está aquí para cuidarnos, ¿de acuerdo?
Asiento de nuevo, cuando llegamos a mi hogar en el parque, mamá ya se ha despertado y nos mira con precaución. El señor suelta mi mano y se gira hacia mí.
—Voy a hablar con tu mamá un segundo. ¿Puedes ir a hacerle compañía a Albert?
Miro a mamá y ella asiente, así que obedezco. No sé de qué hablan o qué pasa, pero salimos de ahí para irnos en un taxi mientras el señor y Albert se van en otro.
—Mami, ¿adónde vamos?
Ella tiene los ojos rojos, no ha parado de llorar desde que habló con ese señor.
—Vamos a... las cosas van a cambiar, mi niña. —Me agarra la cara con ambas manos—. Por ti, voy a cambiar. Ese señor le va a dar un trabajo decente a mamá.
—¿Vamos a tener comida?
Ella asiente, sonriendo a través de sus lágrimas.
—Mucha comida.
—¿Y una cama?
—Sí, y nos vamos a dar una larga ducha.
No puedo creerlo, cuando llegamos a la casa, me quedo con la boca abierta observándola. Es muy bonita, me recuerda a las casas que salen en las revistas que a veces usamos como sábanas mamá y yo. Al entrar, el señor Juan nos presenta a su familia: Sofía, Artemis, Ares y Apolo. Mi mamá, con la cabeza baja agradecida. Después de mostrarnos la habitación y despedirse, mamá y yo corremos al baño, no queremos ensuciar nuestra cama, es la primera cama que vemos en mucho tiempo.
El señor Juan nos trajo ropa de la señora para mamá y del niño mayor, que ahora sé que se llama Artemis, para mí. Los shorts y la camiseta me quedan grandes pero no me importa, huelen a limpio. Mamá está agotada y sin darse cuenta se queda dormida. No la culpo, es una cama, sentirla es como un sueño, pero tengo mucha hambre. El señor Juan dijo que podíamos comer lo que quisiéramos. En la cocina, abro la nevera y no puedo creer todo lo que hay. Sin pensarlo, empiezo a agarrar de todo un poco: pan, queso, jamón, mermelada.
—Te va a doler la barriga.
Me quedo quieta cuando escucho una voz en la cocina, con un pan en la mano me giro y veo a Artemis.
—Come despacio.
Trago el pedazo de pan que tengo en la boca.
—Lo siento, yo...
Él me dedica una sonrisa amable.
—No te estoy regañando, tonta, pero debes comer despacio. Si comes tantas cosas a la vez, te dolerá la barriga.
—No me llames tonta. —Él parece sorprendido por mi reclamo pero aun así sigo—. Más tonto eres tú. —Cuando lo digo, me arrepiento de inmediato, debo portarme bien o nos echarán, mamá lo dijo—. Lo siento.
—Está bien. —Él no parece molesto—. Déjame prepararte algo.
Esa noche, Artemis me preparó mi primera cena de verdad en mucho tiempo, y me fui a dormir a una cama que no era césped y periódico, con la barriga llena de comida y no de aire. Fue la mejor noche de mi niñez.
Cuando llego a la casa, estoy agotada, la caminata fue más larga de lo que esperaba. Y la sensación de nostalgia al recordar aquella noche me invade. Abro la puerta principal y recuesto mi espalda contra la misma. La sala está a oscuras con la excepción de la luz proveniente de la chimenea, el sonido de la madera quemándose y ardiendo hace eco por el silencioso lugar.
Y antes de verlo, sé que él está ahí.
Mi mirada se encuentra con la de Artemis, la luz del fuego de la chimenea se refleja en sus ojos. Lleva puesto un traje como de costumbre, sin embargo, la chaqueta descansa a un lado del sofá, su camisa blanca entreabierta, dejando ver parte de su pecho. Y su corbata está deshecha, ¿acaba de llegar del trabajo? Pero es casi medianoche. Él no dice nada, solo se me queda mirando y no sé por qué nunca puedo ver la frialdad de la que tanto se quejan Ares y Apolo. ¿Soy la única que puede verlo de esa forma?
«¿Acaso soy la única a la que le dejas ver a través de ti, Artemis?».
La sensación de que lo conozco bien me invade. Siento que él no sería infiel como su madre, que hay más detrás de todo ese engaño de su prometida. ¿Estoy siendo estúpida por considerar eso? ¿Me niego a ver la realidad? Han pasado cinco años, tal vez, él ha cambiado por completo y ya no es ese chico dulce del que me enamoré hace años. Entonces ¿por qué tengo esta sensación de que sigue siendo el mismo conmigo? Él baja la cabeza y se pone de pie. Toma su chaqueta del sofá y me da la espalda para dirigirse a las escaleras.
—Artemis.
Mi propia voz me sorprende. ¿Qué estoy haciendo? Él se gira hacia mí, pero no se me acerca, se queda ahí parado. Despego mi espalda de la puerta y camino hacia él. Él observa cada uno de mis pasos con cautela, así que me detengo, manteniendo una distancia prudente entre los dos.
—Dime la verdad, Artemis. —Él arruga las cejas—. Te daré esta oportunidad para que seas honesto conmigo.
Su voz es neutra.
—¿De qué estás hablando?
—Tú sabes de que estoy hablando. —Cuando él no dice nada, lanzo mis brazos al aire de manera exasperada—. Olvídalo, no sé en qué estaba pensando.
Me alejo de él sintiéndome como una idiota por ver algo donde no lo hay. Estoy a punto de entrar en el pasillo que me lleva a mi habitación cuando un par de brazos me abrazan desde atrás, deteniéndome. Artemis me aprieta contra él, su pecho contra mi espalda. Él descansa su frente sobre mi hombro, su voz es un murmullo:
—No te mentí, no jugué contigo, nunca jugaría contigo, Claudia. —Me quedo callada porque sé que él se explicará solo, no puede estar frente a mí para hacerlo—. Sí, había terminado con ella cuando te busqué aquella noche en el bar, cuando te besé no estaba con nadie, no fuiste la otra, jamás te pondría en esa situación.
—Pero volviste con ella.
Él no responde.
—¿Por qué me besaste si querías volver con ella?
—Porque no quería volver con ella. Quería...
Me giro en sus brazos para quedar frente a él, tomo su rostro con ambas manos para obligarlo a mirarme, lo cual es una mala idea, tenerlo frente a mí así de cerca es una tentación.
—¿Qué querías?
La sinceridad en sus ojos es alucinante.
—Quería estar contigo.
—No te entiendo, Artemis.
Él presiona su frente sobre la mía, su respiración rozando mis labios.
—Solo quiero que sepas que no jugué contigo, esa no fue mi intención.
Lo miro directamente a los ojos.
—Y ahora, ¿qué es lo que quieres?
Él cierra los ojos, mordiendo sus labios como si dudara. Suelto su rostro y doy un paso atrás.
—Quieres seguir con ella.
Artemis se queda en silencio y para mí, esa es su respuesta. Me obligo a sonreír.
—Está bien, lo entiendo, agradezco que hayas aclarado lo que pasó, así podemos volver a tener una relación civilizada sin que quiera asesinarte cada vez que te veo. —Me despido con las manos—. Buenas noches, Artemis.
Lo dejo ahí solo en la sala, con los hombros decaídos como si algo superior a él lo hubiera derrotado antes tan siquiera de comenzar la batalla.