XX
«Esto ha sido una mala idea»
ARTEMIS
No puedo dejar de mirarla.
He intentado distraerme, hablar sobre negocios con mi padre o sobre relaciones públicas con mi madre, hasta he intentado iniciar una conversación con Ares pero apenas Claudia entra en el lugar, no puedo apartar mis ojos por más que lo intento. Y no me gusta, me desagrada esta sensación de descontrol.
Estamos de vacaciones navideñas en Grecia, el destino favorito y de tradición de mi familia. Claudia y su madre han venido con nosotros como siempre, pero ahora especialmente porque Claudia es la encargada de cuidar al abuelo, se la ve tan cómoda con él, parecen tener una relación muy cercana. Nunca he podido tener ese tipo de relación con él, lo respeto mucho y es un modelo para seguir, pero nunca hemos profundizado. Estamos en la terraza del hotel, sentados a una larga mesa. El sol del atardecer le da un tono naranja al lugar, mi madre está tomando su vino favorito, mi padre ocupado en su tableta dibujando gráficas, Ares y Apolo están en sus teléfonos comentando una foto que nos tomamos antes y al parecer se ha vuelto viral.
El abuelo se ha ido a descansar y Claudia está sentada al otro lado de la mesa frente a mí. Tiene puesto un traje de baño rojo que hace juego con su cabello y un vestido playero casi transparente que la cubre muy poco. Sin embargo, puedo ver su escote claramente, su piel luce tan suave que no puedo evitar imaginarme pasando mi lengua por su cuello hasta bajar al valle de sus pechos. Meneo la cabeza, apartando la mirada. «No seas un pervertido, Artemis». Esta mujer va a matarme. Mi mente se ha vuelto aún más pervertida después de esos besos en la cocina, de haberla probado, sentido... haber escuchado sus gemidos me ha hecho querer más y más de ella.
«Pero no puedes, así que deja de fantasear con ello».
Claudia toma un pedazo de sandía con las manos, envolviéndolo con los labios antes de darle un mordisco. Esos labios tan suaves se tornan ligeramente rojos mientras se come la fruta. Quiero levantarme, tomarla del cuello y besarla, chupar sus labios adulzados por la sandía. Como he dicho, he tenido problemas severos de concentración cuando ella está con nosotros. Claudia parece notar mi mirada y cuando sus ojos encuentran los míos, arruga las cejas y me susurra:
—¿Qué?
«Solo fantaseando las mil formas en las que quiero follarte».
—Nada.
Ella está ligeramente bronceada y eso hace que las pecas sobre sus pómulos y su nariz sean más visibles. Claudia me mira extrañada antes de seguir comiendo, así que me levanto, necesito aire, antes de que mi imaginación me haga tener una erección en la mesa con mi familia de testigo. Subo a nuestra suite en el ascensor, con las manos en los bolsillos de los shorts. Varias mujeres con el uniforme del resort se meten en el ascensor y las puedo oír murmurar y soltar risitas después de echarme unos cuantos vistazos. Ya me he acostumbrado a llamar la atención de las mujeres, pero no soy de esos hombres que tienen un gran ego, después de todo, ser atractivo físicamente no me hace mejor o peor que nadie. Y aunque me facilita las cosas con las mujeres, no me ha servido de nada cuando no puedo luchar por la atención de la chica que me importa.
Entro en la suite y el abuelo está en el sofá, con una taza de palomitas entre las piernas viendo una película. Le dedico una sonrisa como saludo antes de dirigirme a mi habitación, es una suite inmensa.
—Artemis. —La voz del abuelo me hace detenerme y girarme hacia él.
—¿Sí? ¿Necesitas algo?
Sin mirarme, lo dice:
—La cobardía es un defecto que no es propio de los Hidalgo.
La confusión se dibuja en mi rostro.
—¿De qué estás hablando?
El abuelo suspira.
—Supongo que cada cosa tiene su tiempo, espero que no sea muy tarde cuando puedas hacerlo.
—¿Hacer qué?
Él me mira y me sonríe.
—Luchar por lo que quieres. —Hace una pausa—. O por quien quieres. —Abro la boca para decir algo y él levanta la mano—. Chist, esta es la mejor parte de la película, hasta luego.
Me voy a la habitación y caigo de espaldas en la cama, cerrando los ojos. Imágenes de Claudia en ese lindo traje de baño, su cuerpo, sus curvas, su sonrisa ante las bromas de Ares, su fingido enfado con el abuelo cuando él no le hace caso a lo que dice, la manera como presiona sus labios cuando quiere decir algo que no debe, el hábito de pasarse la mano por la boca antes de decir una mentira o cuando está nerviosa.
¿Cómo puedo sacarte de mi mente si estás en todos los lados, Claudia?
De verdad quiero dejarte en paz, no quiero complicarte la vida ni hacerte daño de nuevo, pero ¿cómo lo hago si todo mi ser se siente atraído por ti con una fuerza que ni yo puedo controlar?
Pero la realidad es que la presión que siento de no defraudar a mi padre tiene unas raíces muy profundas. Mi padre no siempre fue de carácter calculador y frío como ahora, él fue el mejor padre del mundo hasta que mi madre lo engañó. Mi padre levantó su imperio con trabajo duro, y aunque apenas lo veía durante mi niñez, él siempre se las ingeniaba para estar con nosotros todo lo posible. Aún recuerdo claramente aquella noche después de que él se enterara de lo de mi madre, la devastación que le causó era clara en sus ojos rojos y en el montón de vasos de whisky rotos por el suelo de su estudio.
—Papá —le llamé, pisando con cuidado de no cortarme con los vidrios rotos en el suelo.
Mi padre estaba sentado detrás de su escritorio.
—Sal de aquí, Artemis.
Yo era un adolescente lleno de rabia y dolor. En ese momento necesitaba a mi padre.
—No voy a dejarte solo.
Él se puso de pie, levantando las manos en el aire.
—Tu padre es un desastre, un fracaso como esposo.
—Eso no es cierto.
Él se echó a reír como si solo pudiera hacer eso o llorar.
—Puedo levantar un imperio millonario, pero no puedo mantener un matrimonio al parecer.
—Esto no es tu culpa, papá, es de ella, ella es una...
—Cuidado, ella sigue siendo tu madre, Artemis. Lo que pase entre ella y yo no cambia eso.
—No tienes que estar con ella, papá, nosotros entenderemos que ya no quieras estar con ella.
Mi padre apretó los labios, sus ojos se enrojecieron.
—La amo, hijo. —Dos lágrimas escaparon de sus ojos y las limpió con rapidez—. No quiero estar solo.
—Nos tienes a nosotros.
—Ustedes crecerán y harán su vida y me dejarán atrás —explicó—. Terminaré solo en un geriátrico.
—Yo no —di un paso hacia delante—, yo nunca te dejaré solo, papá. Te lo prometo.
—Apenas eres un adolescente, no sabes lo que dices.
—Sí sé lo que digo, yo siempre estaré a tu lado, para lo que necesites, en esta casa, en la compañía, te lo prometo, ¿de acuerdo?
Él sonrió con tristeza.
—De acuerdo.
Me quedo dormido con el recuerdo de esa promesa en mi mente.
Cuando despierto son más de las diez de la noche, me doy una ducha y llamo a Alex, quien no ha parado de llamarme toda la tarde. Quiere contarme algo que pasó con su familia paterna. Alex sigue hablando sin parar al otro lado del teléfono y yo me limito a darle respuestas cortas, sé que necesita desahogarse, así que le cedo todo el protagonismo de la llamada. Bajo al primer piso y paso las puertas corredizas que abren paso al área de la piscina. A primera vista, parece vacía, hasta que veo a una persona sentada en el borde con los pies en el agua: Claudia. Alex continúa desahogándose, mientras yo me quedo observando a la pelirroja que ha invadido mi mente desde que era una niña respondona.
Claudia lleva puesto un vestido floreado playero muy sencillo pero cuyo color rojo hace juego con su cabello, recogido en un moño alto. Pequeños mechones rebeldes se escapan y caen sobre su piel. Ese color también contrasta con su piel, ahora bronceada por los días de playa. Parece distraída, sus pies moviéndose hacia delante y hacia atrás en el agua. «¿Qué pasa por tu cabeza, tonta?». Recuerdo lo mucho que le molesta que la llame tonta desde que era muy pequeña. Cuando me despido de Alex dejo el teléfono móvil en una de las sillas de plástico y camino hacia ella. Me paro a su lado y la observo girar la cabeza y levantar la mirada para verme. Puedo ver cómo se tensa un poco, así que sonrío amablemente.
—Hola.
Ella vuelve a mirar el agua frente a ella.
—Hola.
—¿Te molesta si te acompaño?
—No.
Me siento a su lado dejando un espacio prudente entre los dos, sé que aún hay tensión entre nosotros, sobre todo después de aquella noche cuando le dije que no le había mentido sobre mi novia, pero pasó lo que me temía, la confundí aún más porque no pude explicarle la situación real entre Cristina y yo. El agua iluminada por las luces internas de la piscina se refleja en sus ojos, dotándolos de un brillo bonito. Me recuerda a aquella noche del 4 de Julio, con los fuegos artificiales reflejándose en sus ojos de igual forma. Una parte de mí siempre ha querido preguntarle el porqué de su rechazo, pensé que estábamos en la misma onda hasta esa noche, pensé que yo le gustaba tanto como ella a mí, pero al parecer lo malinterpreté todo. Aunque quiero preguntarle, sé que no lo haré porque no quiero lidiar con una respuesta directa de que no sentía lo mismo que yo. Siento la necesidad de romper el silencio entre nosotros.
—¿Sigues siendo buena aguantando tu respiración bajo el agua?
Ella hace una mueca con sus labios que no puedo descifrar. ¿Molestia?
—Sigo siendo mejor que tú.
Alzo una ceja.
—He mejorado mucho.
—Tienes los pulmones débiles.
—Guao, me estás atacando con todo.
—Te lo mereces.
Asiento.
—Tienes razón, pero de verdad he mejorado.
Ella suelta una risita de burla.
—¿Qué? ¿No me crees?
Ella me mira, y cruza los brazos sobre su pecho.
—Pruébalo.
—¿Cómo? —Ella ladea su cabeza a un lado, señalando la piscina—. ¿Ahora?
—¿Qué pasa? ¿Tienes miedo de volver a perder?
—Bien. —Me quito la camisa por encima de la cabeza y Claudia se sonroja y aparta la mirada. Una sonrisa de suficiencia invade mis labios. Aunque no lo admita, sé que se siente atraída por mí. Me meto en el agua, que me llega hasta la cintura, no estamos en la parte profunda de la piscina. Claudia me mira con malicia.
—Tienes que ir de un lado al otro, cruzando la piscina dos veces, bajo el agua, sin salir a tomar aire.
—¿Qué?
—¿No puedes? Lo he hecho varias veces desde que llegamos aquí.
No es una piscina pequeña, pero creo que puedo lograrlo.
—¿Y qué gano si lo hago?
—Tal vez vuelva a verte como un ser humano.
—Ayyy.
Ella me sonríe, sus manos están sobre el borde de la piscina mientras se inclina hacia mí.
—Buena suerte, Iceberg.
—Gracias, tonta.
Claudia me lanza una mirada asesina.
—Más tonto serás tú.
Sonriendo ante su típica respuesta, me dirijo a un lado de la piscina para aceptar el reto. Le doy una última mirada y me sumerjo para nadar tan rápido como puedo debajo del agua, cruzando la piscina por primera vez. Puedo hacerlo. Estoy dando la segunda vuelta y mis pulmones arden, pidiendo aire, pero no voy a darme por vencido, solo un recorrido más. Cuando llego a la meta, emerjo del agua, respirando agitadamente. Busco a Claudia con la mirada y la veo caminando hacia la salida.
—¡Eh! ¡Claudia!
Ella se gira hacia mí y me saca el dedo. Esto no se va a quedar así, salgo tan rápido de la piscina como puedo y corro hacia ella. Claudia ya ha pasado las puertas corredizas y está en el lobby del hotel en dirección al ascensor.
—Señor, está mojado, debería... —Alguien del personal del hotel me habla, pero yo no lo escucho, y no me detengo hasta que agarro a Claudia del brazo.
Ella parece sorprendida de verme, así que lo aprovecho para inclinarme, levantarla y cargarla sobre mi hombro. La gente nos mira y murmuran, pero salgo con ella al área de la piscina.
—¡Artemis Hidalgo! ¡Bájame ahora!
La bajo cuando estamos en el borde de la piscina.
—¿Me retas, me dejas solo cuando pierdes y me sacas el dedo?
Ella se cruza de brazos.
—No pensé que lo lograrías.
—Pero lo hice, así que admite que ya no tengo los pulmones débiles.
—No.
Dios, ¡qué terca es! Ella saca mi lado infantil muy fácilmente.
La agarro con una mano por el vestido, retorciéndoselo a la altura del pecho, y la giro hasta que queda ligeramente colgando del borde de la piscina.
—Admítelo.
—No.
Hago el gesto de soltarla y ella se agarra de mi muñeca soltando un chillido.
—Última oportunidad, Claudia.
Ella me saca la lengua.
—No le temo al agua, no estoy hecha de azúcar.
Y entonces la suelto, dejándola caer en la piscina de espaldas. Cuando sale a la superficie, se quita el cabello de la cara, el cual se ha soltado de su moño.
—Eres un idiota.
—Y tú no sabes perder.
Ella se me queda mirando sin intención alguna de salir del agua o admitir que gané.
«No entres en el agua, Artemis. Tenerla cerca de ti, mojada y a solas es demasiada tentación».
Ignorando la parte racional de mi mente, me lanzo al agua, salpicándola y haciéndola retroceder. Como soy más alto que ella, el agua me llega un poco más arriba de la mitad del abdomen y a ella, al pecho; mis ojos recorren la piel de su cuello adornada con gotas de agua hasta su cuerpo, su vestido flota a su alrededor y la observo luchar para cubrir sus piernas. Esto ha sido una mala idea.
—No mires, pervertido —me regaña, sosteniendo su vestido.
Por caballerosidad, obedezco, enfocándome en su cara. Ella chupa su labio inferior dentro de su boca, y mi mente se va al caño de nuevo, necesito distraer mi mente.
—¿Por qué eres tan mala perdedora?
—Porque no me gusta darte la satisfacción de ganar.
—Pero ya he ganado.
—No hasta que yo lo admita.
Entorno mis ojos.
—Sigues siendo igual de terca.
—Y tú igual de necesitado por una victoria.
Sabiendo que no llegaré a ninguna parte con esto, cambio de tema.
—A pesar de que le han hecho remodelaciones, la piscina sigue siendo igual, aquí te enseñé a nadar.
Ella alza una ceja.
—¿Me enseñaste? Aprendí sola.
—¿Tengo que recordarte cómo te aferrabas a mí la primera vez que fuimos a la parte profunda? Tus uñas quedaron marcadas en mi cuello.
Ella se encoge de hombros.
—No sé de qué hablas.
Le doy una sonrisa victoriosa.
—Sí lo sabes.
—Solo te recuerdo a ti corriendo y gritando cuando te persiguió una abeja por toda la piscina. —Ella se ríe abiertamente.
—Soy alérgico, tenía derecho a asustarme.
—¡Auxilio! —me imita recordando aquel día—. ¡Voy a morir! —Se sigue riendo—. La abeja ya se había ido y tú seguías corriendo.
No puedo evitar reírme un poco, sí, ahora que lo recuerdo fue un poco gracioso. Paramos de reír y nos quedamos mirándonos a los ojos. Esa corriente entre nosotros se intensifica.
«¿Sientes lo que yo siento, Claudia?».
Doy un paso hacia ella, y ella retrocede, aclarándose la garganta.
—Debería irme.
Pero no me detengo. Apretando mis manos a mis costados para aguantar la necesidad de tocarla, sigo avanzando. Ella continúa retrocediendo hasta que su espalda choca con la pared de la piscina.
—Artemis. —No la escucho, y sigo arrinconándola. Ella suelta su vestido para poner sus manos sobre mi pecho y detenerme—. Artemis.
Mis ojos bajan a su cuerpo, su vestido flotando, revelando sus piernas y parte de su ropa interior y me muerdo el labio inferior, la respiración de Claudia es tan inestable como la mía, su pecho subiendo y bajando. Levanto mi mano y uso mi pulgar para acariciar sus labios entreabiertos. Claudia traga visiblemente, pero aparta mi mano.
—Debo irme. —Escapa de mí, pero antes de que pueda alejarse, la tomo de la mano, obligándola a mirarme de frente.
—Sé que sientes lo mismo que yo.
Ella libera su mano de la mía.
—No he dicho lo contrario. —Me regala una sonrisa triste—. Yo no soy la que tiene que tomar una decisión, Artemis. Yo sé lo que siento, pero también sé lo que valgo, y no voy a rebajarme a ser la otra mientras tú descifras qué es lo que de verdad quieres.
Y con eso, se va, y no hago nada para detenerla, porque sé que tiene toda la razón, aquí el cobarde soy yo, el que no se atreve a luchar por lo que quiere soy yo. Recuerdo las palabras del abuelo: «La cobardía es un defecto que no es propio de los Hidalgo».
Abuelo, creo que no soy un Hidalgo después de todo.