XXIV
«Nunca es tarde para cambiar tu vida»
ARTEMIS
—El abuelo los espera en el estudio.
Mi padre y yo compartimos una mirada ante las palabras de Claudia, quien me dedica una mirada fría antes de irse. Acabamos de llegar de la empresa. Mi padre se afloja la corbata.
—¿Sabes de qué se trata esto?
—No.
Entramos en el estudio y cuando veo a Ares, sentado en el sofá frente al abuelo, comienzo a tener una idea de qué se trata esto, porque Ares le pidió ayuda a mi padre para estudiar medicina y mi padre lo rechazó, y cuando le pidió ayuda al abuelo, él también le dijo que no, así que probablemente ese sea el tema de la reunión.
—¿Qué pasa, papá? Estamos ocupados. Tenemos una videoconferencia en diez minutos —explica mi padre.
—Cancélala —ordena el abuelo, sonriendo.
Mi padre protesta.
—Papá, es importante, estamos...
—¡Cancélala! —El abuelo levanta la voz, sorprendiéndonos.
Mi padre y yo compartimos una mirada y papá asiente, de modo que hago la llamada para cancelarla y tomamos asiento. Mi padre suspira.
—¿Qué pasa ahora?
El abuelo recupera su compostura.
—¿Saben por qué Ares está aquí?
Mi padre le echa una mirada fría a Ares.
—Imagino que para pedirte de nuevo ayuda.
El abuelo asiente.
—Así es.
Trato de adivinar lo que pasa, así que hablo.
—Lo cual imagino que te ha molestado porque antes ya le dijiste que no.
Ares se pone de pie.
—No hay necesidad de esto, abuelo, ya lo he entendido.
—Siéntate. —Ares le obedece.
El abuelo se gira ligeramente hacia mi padre y hacia mí.
—Esta conversación es mucho más importante que cualquier estúpido negocio que estén concluyendo; la familia es más importante que cualquier negocio y ustedes parecen haberlo olvidado. —Nadie dice nada, el abuelo continúa—. Pero no se preocupen, estoy aquí para recordárselo. Ares siempre lo ha tenido todo, nunca ha tenido que luchar por nada, nunca en su vida ha trabajado. Vino a mí a pedirme ayuda, lo rechacé para ver si se daba por vencido a la primera, pero superó mis expectativas con creces. Este chico ha estado trabajando día y noche, pidiendo becas y solicitando ayudas durante meses, luchando por lo que quiere. Eso no me lo esperaba, ¿Ares trabajando? ¿No se ha rendido? —El abuelo vuelve a hablar—. Ares no solo se ha ganado mi apoyo, se ha ganado mi respeto. —El abuelo mira a Ares con orgullo—. Estoy muy orgulloso de ti, Ares. Me siento orgulloso de que portes mi apellido y lleves mi sangre.
El abuelo nunca me ha mirado de esa forma ni me ha dicho algo así. La sonrisa del abuelo se desvanece cuando su mirada cae sobre mi padre.
—Me has decepcionado mucho, Juan. ¿Legado familiar? Que la muerte venga por mí si alguna vez he pensado que el legado familiar puede ser algo material. El legado familiar es lealtad, apoyo, cariño, pasar todas esas características positivas a todas las generaciones que están por venir. El legado familiar no es una maldita empresa. —El silencio es agonizante, pero el abuelo no tiene problema para llenarlo—. El hecho de que te hayas vuelto un adicto al trabajo para no lidiar con las infidelidades de tu esposa no te da derecho a hacer a tus hijos tan infelices como tú.
Mi padre aprieta los puños.
—Papá.
El abuelo menea la cabeza.
—Qué vergüenza, Juan, que tu hijo te haya rogado apoyo y aun así le hayas dado la espalda. Nunca pensé que me decepcionarías tanto. —Los ojos del abuelo caen sobre mí—. Hiciste que él estudiara algo que odiaba, has hecho todo lo posible para hacerlo como tú, y míralo, ¿crees que es feliz? —Abro la boca para protestar pero el abuelo levanta la mano—. Cállate, hijo, aunque solo eres el producto de la mala crianza de tu padre, también estoy molesto contigo por darle la espalda a tu hermano, por no pararte y apoyarlo. Me dan lástima los dos, y en estos momentos, lo último que quiero es que alguien los asocie con nuestro apellido.
No puedo mantener la cabeza en alto así que la bajo avergonzado.
—Espero que puedan aprender algo de esto, y mejorar como personas, tengo fe en ustedes. —El abuelo se enfoca en Ares de nuevo—. Comencé tu proceso de inscripción para medicina en la universidad que le comentaste a Apolo. —El abuelo le pasa un sobre blanco—. Es una cuenta bancaria a tu nombre, con los fondos suficientes para pagar tu carrera y los gastos universitarios. Dentro hay una llave del apartamento que compré cerca del campus para ti. Tienes todo mi apoyo, y lamento que hayas tenido que ver a tu propio padre darte la espalda. Lo bueno de todo esto es que pudiste experimentar no tenerlo todo y trabajar por lo que quieres. Serás un gran doctor, Ares. —El abuelo sacude sus manos y se levanta lentamente—. Bueno, eso era todo, iré a descansar un poco.
Con la cabeza baja, mi padre sale detrás de él. Quedamos solo Ares y yo, y puedo ver que aún está procesando lo que acaba de pasar. Las palabras del abuelo fueron dolorosas, fueron honestas, y no haber apoyado a Ares será algo que siempre pesará en mi consciencia. Aún no sé la razón de por qué lo hice, quizá por no querer llevar la contraria a mi padre o quizá celos de que él sí pudiera estudiar lo que quiere. Independientemente de la razón, nada me justifica, fui una mala persona, un mal hermano. Me pongo de pie.
—Lo siento. —Me paso la mano por la cara—. De verdad, lo siento y me alegra que por lo menos tú puedas alcanzar lo que quieres. —Me esfuerzo por sonreír—. Te lo mereces, Ares. Tienes una fortaleza que yo no tuve cuando se me impuso lo que debía hacer, el abuelo tiene mucha razón en admirarte.
Quisiera decir que hay algún tipo de regocijo en la cara de Ares por la reprimenda que acabamos de recibir mi padre y yo, que lo ha disfrutado, pero no es así. Él parece aceptar mis disculpas, entender mis acciones y eso lo hace mejor persona que yo.
—Nunca es tarde para cambiar tu vida, Artemis.
—Es tarde para mí, buena suerte, hermano.
Cundo salgo de allí, me encuentro a Claudia en el pasillo. Con la mirada en el suelo nos cruzamos como si nada. Subo las escaleras, y me dirijo a la terraza de la casa, desde aquí puedo ver la entrada, el jardín, la fuente y los autos estacionados. Me siento en una de las sillas de metal y me inclino hacia atrás, cerrando los ojos. Masajeo mi frente con mis dedos, las palabras del abuelo dando vueltas en mi cabeza. Cuando abro los ojos, veo a mi padre de pie de espaldas a mí, con sus manos sobre la baranda de la terraza, observando el cielo. Él me echa un vistazo por encima de su hombro y por primera vez en mucho tiempo, su rostro no es inexpresivo, se le ve... muy triste.
—¿Por qué?
Arrugo las cejas.
—¿Por qué que?
—¿Por qué rompiste tu compromiso con Cristina hace unos meses?
Recuerdo la conversación que tuvimos cuando él se enteró de que había roto con Cristina.
Una sonrisa sarcástica se forma en mis labios.
—Ni siquiera me has preguntado por qué.
Mi padre frunce el ceño.
—¿De qué hablas?
—Ni siquiera me has preguntado por qué cambié de parecer. ¿Eso es irrelevante, no?
La frialdad que adorna su voz es increíble.
—Es completamente irrelevante, la compañía es lo que importa.
¿Acaso esta es tu manera de comenzar a cambiar, papá?
—Porque me interesaba otra persona.
Él no dice nada por un buen rato, y yo tampoco. Después de un largo suspiro, mi padre habla de nuevo.
—Ya no tienes que preocuparte por el compromiso con Cristina.
Dejo de respirar ahí mismo. ¿Qué? No sé qué decir. Mi padre agarra la baranda con fuerza, puedo notar lo tensos que están sus hombros y aunque no me mira, sé que su expresión debe de estar llena de emociones en este momento.
—No creo en las disculpas, Artemis, creo en acciones que puedan enmendar errores cometidos.
—Papá...
—No sé en qué momento me he convertido en un mal padre, supongo que las heridas me han endurecido el corazón, y no puedo prometer que cambiaré de la noche a la mañana, pero sí puedo comenzar a hacer las cosas de forma diferente. Así que ten paciencia conmigo.
Mi pecho se encoge porque este hombre frente a mí no es el frío ser que ha estado a mi lado todos estos años; este hombre es el padre que quise tanto mientras crecía, antes de que lo que pasó con mi madre lo cambiara. Él, que jugaba con pistolas de agua conmigo o a las carreras en bicicleta; él, que me llevaba al cine o a comprarme mi primera pelota de fútbol aunque no jugara una mierda; él, que colgaba mis dibujos de Pokémon en su oficina sin importarle que sus clientes o asociados los vieran. Mi padre. Él se gira y camina hacia la puerta, pero cuando pasa a mi lado se detiene y pone su mano sobre mi hombro.
—A pesar de todo lo que te he hecho pasar, nunca has dejado de estar a mi lado, has cumplido una promesa cuyo peso no debiste cargar todos estos años. Ya no más, hijo, has hecho un buen trabajo.
Él entra en la casa, sus palabras se quedan en el aire, apretando mi pecho. Siento como si me hubieran quitado un gran peso de los hombros, como si pudiera respirar de nuevo. Me siento libre, aun cuando no sabía lo atrapado que me he sentido todos estos años. Y lo primero que viene a mi mente es ella: Claudia. Tomo mi teléfono y llamo a Cristina, sé que ya debe de estar de vuelta de su viaje. Ella me responde con tono adormilado.
—¿Artemis? Si esto es una llamada de sexo repentino, no...
—Se ha acabado.
—Espera, ¿qué?
¿Eso es emoción en su voz? Creo que no he sido el único miserable en este arreglo.
—Somos libres, Cristina.
Ella deja salir un largo suspiro de alivio.
—¿De verdad? Dios santo, no sabes lo mucho que me alegra escuchar eso, sin ofender.
—No te preocupes.
—Igualmente seguiremos siendo amigos, ¿no?
—Por supuesto. Buena suerte, Cristina.
—Buena suerte, Artemis.
Entro en la casa y bajo las escaleras apresurado, buscando a Claudia pero no está en la sala ni en la cocina, así que debe de estar en su habitación. Toco la puerta, impaciente, me he vuelto un jodido adolescente de nuevo. Martha abre la puerta con una sonrisa.
—Artemis.
—Hola, lamento molestarla pero necesito hablar con Claudia. —Echo un vistazo en la habitación pero está vacía. Sin embargo, mis ojos recaen sobre el peluche en la mesita de noche al lado de la cama, es el cerdito de peluche que le regalé aquel 4 de Julio. ¿Todavía lo tiene? Mi pecho se llena de esperanza, pero la confusión nubla mi mente, ella me rechazó esa noche, ¿por qué lo conservaría?
—Claudia salió, dijo que volvía en unas horas.
—¿Sabe adónde fue?
Ella menea la cabeza.
—No.
—De acuerdo. Buenas noches, Martha.
Me siento en la sala a esperarla, me quito la chaqueta de mi traje y me quedo solo con la camisa blanca debajo un buen rato. Cuando el reloj marca la medianoche, salgo de la casa y me siento en los pequeños escalones frente a la puerta como si eso fuera a hacer que ella llegue más rápido. Finalmente, un auto entra y se estaciona frente a la casa. Alcanzo a ver cómo Claudia dentro del auto se despide de ¿Daniel? ¿Está saliendo con el compañero de equipo de Ares? Me controlo porque sé que mis celos pueden arruinar lo que quiero decirle esta noche. Claudia se baja del coche y se despide con la mano, cuando se gira y me ve, se paraliza. Lleva puesto un vestido informal floreado muy corto, pero que le queda precioso. Tenerla frente a mí me hace dudar y desordena mis pensamientos como de costumbre. Sus ojos están sobre mí, las preguntas claras en su expresión «¿Qué haces aquí? ¿Qué quieres ahora?».
—¿La pasaste bien? —No disimulo mi tono.
—Eso no te incumbe.
—Te estaba esperando.
Ella camina hacia mí y cruza los brazos sobre su pecho.
—¿Por qué?
Me paso la mano por detrás del cuello escogiendo mis palabras con mucho cuidado.
—Cristina y yo hemos terminado. —Si eso le afecta de alguna forma, lo oculta muy bien—. Soy un hombre soltero ahora.
—¿Y eso qué tiene que ver conmigo?
—Tiene mucho que ver contigo. —Doy un paso hacia ella—. Quiero... estar contigo, Claudia.
¿Por qué no desaparece la frialdad en su mirada?
—Esta noche —comienza ella—, quieres estar conmigo esta noche y así mañana puedes volver con tu prometida como si nada. Estoy cansada de tus juegos, Artemis.
—No estoy jugando —le aseguro—. No voy a volver con ella.
—¿Por qué debería creerte?
Me acerco a ella hasta que se ve forzada a levantar su cara para mirarme a los ojos.
—Porque eres tú, porque tú eres la única que puede ver a través de mí.
Sus labios se abren ligeramente, y lucho con todo mi ser para no besarla, no quiero asustarla: además, ella me ha dicho que tiene novio y aunque no quiero creerlo, no quiero ponerla en una situación incómoda, ya lo he hecho bastante. Sé que ella no sabe qué decir, así que hablo.
—No te pido que me aceptes ahora mismo. Tengo la intención de ganarme tu confianza. —Sostengo su rostro con ambas manos, la suavidad de su piel bajo mis dedos—. Ya no quiero ser un cobarde, Claudia, ya no hay nada que me impida luchar por ti.
Ella se lame los labios.
—Te he dicho que estoy saliendo con alguien.
—Ambos sabemos que nadie te hace sentir como yo.
Una sonrisa danza en sus labios.
—Eres un engreído.
—Y tú eres una tonta por salir con alguien más.
Ella pone sus manos sobre las mías en su cara.
—Más tonto serás tú.
El silencio pasa entre nosotros y me pierdo en esos ojos negros tan bonitos que tiene. ¿Cómo pueden ser tan profundos? ¿Tan hipnotizantes? Paso mi pulgar por sus labios, imaginándome sentirlos contra los míos. Ella da un paso atrás rompiendo todo contacto entre nosotros.
—Bien, si quieres luchar por mí, hazlo, pero no te prometo nada. —Me pasa por el lado para dirigirse a la puerta. Cuando está a punto de cruzarla se gira hacia mí—. Por cierto, no tengo novio, no lo he dicho en serio, solo quería molestarte.
Abro la boca para protestar, pero ya se ha ido. Voy a luchar por ella y no descansaré hasta tenerla entre mis brazos. Puedo imaginarme miles de formas de seducirla, de enamorarla.
«Caerás, Claudia, esto será divertido».