XXV

«Artemis, no me gusta la oscuridad»

CLAUDIA

«No soy buena con las despedidas».

Supongo que es normal considerando el hecho de que no he tenido que lidiar con muchas en mi vida. El día que Artemis se fue a la universidad ni siquiera nos despedimos, no podía mirarlo a la cara después de haberlo rechazado. Así que es una situación fuera de lo normal para mí, en la que no tengo mucha experiencia y que no sé cómo manejar ni cómo reaccionaré pero que tendré que enfrentar ahora. Ares se va a la universidad de otro estado, su vuelo sale dentro de unas horas según lo que me contó Raquel, la cual dejé en la cocina comiendo algo hace unos minutos con los padres de Ares, y también con Artemis y Apolo. Veo su puerta entreabierta y me asomo en su cuarto, el cual está organizado y limpio pero de una manera que lo hace parecer vacío, no sé cómo explicarlo. Ares está sin camisa, en tejanos, con el cabello mojado, tratando de meter algo en una de sus maletas que no parece caber.

Y aunque sabía que este día llegaría, me sorprende lo doloroso que es llegar a este momento, verlo hacer maletas, saber que se va a ir, que ya no me lo encontraré en el pasillo haciéndome muecas locas o jugando a videojuegos en su cuarto de juegos, o simplemente tener conversaciones sobre cualquier estupidez en cualquier parte de la casa. He subestimado lo acostumbrada que estoy a su presencia y la falta que me hará. Cuando él me ve, me sonríe con tristeza, sus ojos azules iluminándose ligeramente.

—¿Todo listo?

Él asiente, suspirando.

—Supongo.

No sé qué decir o cómo decirlo, me he mostrado tan fuerte frente a él que no sé cómo reaccionaría si me viera llorar. El recuerdo de Ares de pequeño en el restaurante, poniendo su mano sobre el vidrio sobre la silueta de la mía viene a mi mente. Su sonrisa fue tan cálida e inocente. Siempre ha sido de buen corazón, estos chicos de verdad han sido mi familia.

—¿En qué piensas?

—Nada, solo recuerdos. —Tengo un nudo en la garganta—. No voy a ir al aeropuerto.

Él no pregunta por qué o luce desilusionado al respecto, solo asiente como si entendiera que algunas personas no somos buenas manejando despedidas en los aeropuertos.

—Supongo que has venido a despedirte entonces —me dice, caminando hacia mí y cuanto más se acerca, más lucho para evitar las lágrimas que se están formando en mis ojos.

—Eh, yo... —Mi voz se rompe, así que me aclaro la garganta—. Te deseo lo mejor del mundo y sé que te va a ir muy bien, eres un chico superinteligente. —Dejo de hablar un momento con la vista borrosa—. Y vas a ser un doctor maravilloso, estoy muy orgullosa de ti, Ares.

Su expresión refleja tristeza, y sus ojos se enrojecen. Antes de que pueda decir algo, él tira de mí y me abraza con fuerza.

—Gracias, Claudia —susurra contra mi hombro—. Gracias por todo, por ser una buena mujer y enseñarme todo lo que mi madre no quiso. —Besa un lado de mi cabello—. Te quiero mucho.

Al oír eso, no puedo evitar las lágrimas que caen por mis mejillas.

—Yo también te quiero, idiota.

Cuando nos separamos, Ares limpia mis lágrimas con sus pulgares.

—¿Idiota?

Los dos nos reímos con lágrimas en nuestros ojos.

—No te preocupes, vendré algún que otro fin de semana, en Acción de Gracias, Navidad..., no podrás deshacerte de mí tan fácilmente.

—Más te vale, bueno, te dejo que termines de hacer la maleta —le digo, aspirando con mi congestionada nariz por haber llorado.

—De acuerdo. —Ares me da un beso en la frente—. Y recuerda que no importa lo que pase con Iceberg.

—Tú siempre serás mi favorito.

Me guiña el ojo.

—Buena chica.

Lo dejo terminar de empaquetar y bajo las escaleras. Todos están esperándolo en la sala. Artemis y yo intercambiamos una mirada rápida, antes de que me meta en el pasillo para ir a mi cuarto. Ni siquiera quiero estar cuando Ares salga con las maletas, al parecer las despedidas son una debilidad mía recién descubierta. Me encuentro a mi madre en el pasillo.

—¿Ya se va? —Mi madre pregunta con una sonrisa triste.

—Sí, está a punto de bajar.

—Iré a despedirme. —Solo asiento y me hago un lado para que ella siga su camino.

Mamá quiere mucho a los tres chicos Hidalgo, ella pasó más tiempo con ellos que su propia madre. Suspiro al entrar en mi habitación. Aún es de madrugada, ya que el vuelo de Ares sale temprano, así que me quedan unas horas de sueño. Necesito toda mi energía para cuando amanezca dentro de tres horas.

«Quiero... estar contigo, Claudia».

Me giro hacia un lado en mi cama, descansado un lado de mi cara sobre mis manos. Las palabras de Artemis se repitan una y otra vez en mi mente; a pesar de que ya han pasado varios días y no lo he visto, no puedo dejar de pensar en él.

«Porque eres tú, porque tú eres la única que puede ver a través de mí».

¿Cómo me dice esas cosas y después desaparece así?

Me volteo de nuevo en la cama, esta vez quedo sobre mi espalda con las manos estiradas a mi lado.

«Estúpido Iceberg».

Cierro los ojos, tomando una respiración profunda, de verdad necesito estas tres horas de sueño, funcionaré fatal durante el día si no duermo nada. En la oscuridad de mi habitación, la luz de la luna entra por la ventana y los árboles de afuera hacen figuras en el techo. Una sonrisa llena de nostalgia se forma en mis labios.

—¿Qué estás haciendo?—había preguntado yo con inquietud cuando tenía ocho años al ver a Artemis poner las sábanas en el piso de su habitación y apagar las luces. Mi miedo a la oscuridad aún me atormentaba después de esos años en las calles, así que cerré los ojos asustada. Artemis me tomó de la mano y me guio a las sábanas, nos acostamos sobre nuestras espaldas. Mantuve los ojos cerrados, no quería ver los monstruos a mi alrededor.

—Artemis, no me gusta la oscuridad.

—Lo sé —susurró él—. Mira el techo, abre los ojos.

Lentamente, abrí los ojos, el techo estaba lleno de stickers que brillaban en la oscuridad: estrellas, planetas, constelaciones... de diferentes colores. La vista era hermosa.

—Guao.

—No tienes que tener miedo, Claudia, también hay belleza en la oscuridad.

Él me expuso tantas veces a la oscuridad, mostrándome tantas cosas bonitas después de eso que, eventualmente, asocié cosas positivas con la oscuridad y perdí ese miedo. Creo que nadie sabe lo bueno que es el corazón de Artemis, me pregunto si él le ha mostrado ese lado de él a alguien más.

«¿Por qué quieres parecer inalcanzable y frío cuando tienes un cálido corazón, Artemis?».

Con esa pregunta rondando en mi mente, mi cansancio me vence y me quedo dormida.

—Esta es la lista de tus tareas diarias. —La Sra. Marks termina, pasándome un papel—. Y lo repito, Claudia, estamos muy felices de que hayas aplicado a las pasantías, tu currículum y tu trabajo de ejemplo son increíbles.

—Muchas gracias, viniendo de usted es un gran cumplido, Sra. Marks.

—Oh, por favor, llámame Paula. Lo de «Sra. Marks» me hace sentir anciana.

—De acuerdo, Paula.

Paula es la gerente de marketing de la empresa Hidalgo, ella me presenta al resto del equipo de trabajo y a la otra pasante: Kelly. Tomo asiento en un lado de un gran escritorio que compartimos Kelly y yo. Aunque es un espacio compartido, no me lo puedo creer, es mi primer día de pasantías, la primera vez que podré desempeñarme en lo que he estado estudiando todos estos años, en lo que me gusta. Por supuesto que aprecio que el señor Juan me haya dejado tomar el puesto de mi madre cuando enfermó, pero trabajar como servicio en la casa Hidalgo para siempre no es mi sueño, tengo aspiraciones y muchas metas y esta es una de ellas. Tampoco escogí esta empresa por mi relación con la familia Hidalgo, fui muy objetiva al respecto. Es una de las empresas más exitosas del estado, su equipo de marketing tiene mucho reconocimiento y han lanzado las campañas de publicidad más creativas y bien estructuras que he visto. Cada vez que veía una o leía artículos sobre este equipo, sentía que quería trabajar aquí.

Sé que Artemis no lo sabrá, este edificio es inmenso y solo soy una pasante más que trabajará tres días a la semana en el horario de la tarde. Tampoco puedo abandonar completamente mi trabajo en la casa Hidalgo, me alegra que las pasantías no sean de horario completo o todos los días.

—¿Estás emocionada? —me pregunta Kelly, sentada a unos cuantos pasos de mí.

—Sí, ¿y tú?

—Muchísimo, he oído que tuvieron más de cien aplicaciones, ¡Cien! Y aquí estamos tú y yo, somos muy afortunadas.

Le sonrío.

—Sí, lo somos.

Paso las primeras horas de la tarde, acomodando mi parte del escritorio y personalizando todo en el ordenador de la empresa para trabajar cómodamente a mi gusto. En el descanso de media tarde, Kelly y yo vamos por café para todo el equipo al otro lado de la calle. Paula nos pasa la tarjeta de la empresa, esta es una de nuestras tareas y no me molesta, la cafeína suele ser la gasolina de los trabajadores de oficina y somos las más nuevas aquí. Cuando regresamos y pasamos las puertas giratorias transparentes de la empresa, me detengo tan abruptamente que casi mando volando la bandeja de cafés en mis manos hacia delante.

Artemis.

Él está saliendo de los ascensores, con un perfecto traje azul oscuro con una corbata azul cielo. Su atractivo rostro tiene esa expresión fría que le muestra a todo el mundo, lleva su teléfono pegado a su oído mientras revisa los papeles de su otra mano. Lo siguen dos hombres, también trajeados. Antes de que pueda verme, reacciono y troto hacia un lado para esconderme detrás de una maceta que tiene una planta un poco más alta que yo. No sé cómo lo hice para no derramar una gota de café, no tengo ni idea, debí poner esa habilidad en mi currículum. Echo un vistazo, sacando mi cabeza de la planta para ver a Kelly paralizada, echándome una mirada de «Pero qué mierda...». Sin embargo, sus ojos recaen sobre Artemis, quien pasa por su lado sin ni siquiera mirarla y sale por las puertas giratorias.

Dejo salir una larga respiración. Eso estuvo cerca. Kelly se acerca a mí, esperando una explicación.

—¿Claudia?

—Es... complicado.

—¿Por qué te escondes del gerente de esta empresa?

—¿Cómo sabes que es el gerente?

—Él es la imagen de la empresa, está en un montón de cosas de publicidad, y cómo no, si está buenísimo.

«Y besa de maravilla».

—Solo... ya sabes, me sentí intimidada, es el gran jefe así que, cosas del primer día de trabajo.

—Te entiendo, además, me dio hasta frío, tiene un aura aterrorizante.

—Exacto.

Volvemos a nuestro lugar de trabajo después de entregarle su café a todo el mundo, cosa que nos agradecieron mucho. Aún no puedo creer lo cerca que estuve de que Artemis me viera, la verdad no sé por qué no quiero que sepa que estoy aquí, supongo que no quiero trato preferencial, ni crear incomodidad en mi ambiente de trabajo si saben que él y yo nos conocemos. Quiero que me conozcan y valoren mi trabajo por quién soy no por quién conozco. Aunque digan que no, sé que todo será diferente en el equipo de trabajo si saben que tengo una relación cercana con el gerente.

Cuando llego a la casa, estoy agotada, fui a la universidad después del trabajo, y creo que he subestimado esto de las pasantías, es increíble cómo unas cuantas horas pueden dejarte exhausta. No me sorprende la soledad de la sala cuando entro, me dirijo a la cocina porque me estoy muriendo de hambre, bostezo, palmeando mi boca abierta cuando entro en la cocina y casi me ahogo con el aire.

Artemis está aquí.

Es la primera vez que nos vemos a solas desde aquella noche cuando me dijo esas palabras que aún me rondan por la cabeza. Sin embargo, no es su presencia lo que me sorprende, sino verlo con un delantal encima de la camisa blanca, que supongo era lo que había debajo de su traje porque la chaqueta y la corbata están a un lado en una silla y está cocinando algo que huele delicioso. Está de espaldas a mí, así que no me ha visto. Me recuesto contra el marco de la puerta observándolo. Es una buena vista.

—¿Cuánto tiempo vas a quedarte ahí mirándome?

Su voz me toma desprevenida, ¿cómo? Como si él supiera la pregunta que estaba a punto de hacerle, con la cuchara que tiene en su mano señala mi sombra que se forma en la pared a su lado. Mierda.

—Es una vista inusual, es todo.

Él se gira hacia mí y mi corazón se calienta en mi pecho. Ese rostro... esa ligera barba, todo en él es tan varonil, tan sexy, incluso con ese delantal se ve tan jodidamente atractivo. Pero es su expresión lo que hace que sienta de todo, la calidez de su mirada, no puedo evitar compararla a lo que vi esta tarde en la empresa, él es una persona tan diferente conmigo.

—Ya casi termino, toma asiento. —Señala la mesa de la cocina.

Yo levanto una ceja.

—¿Estás cocinando para mí?

—¿Por qué te muestras tan sorprendida? ¿Quién te hizo tus primeros sándwiches cuando viniste a vivir con nosotros? ¿Quién te enseñó a hacer panqueques? ¿Quién...

—Sí, sí, ya lo he entendido.

Él sonríe y me provoca ganas de tomar su rostro entre mis manos y besar esos labios.

«Cálmate, Claudia».

Tomo asiento, observándolo cocinar y luego servir la comida en platos.

—Pareces exhausta —comenta.

—Lo estoy, ha sido un largo día. —Quiero contarle lo de mis pasantías, no estoy acostumbrada a ocultarle cosas a Artemis, con la excepción de lo que me hizo la bruja de su madre. Él pone los platos en la mesa y todo se ve delicioso.

—Guao. —La estética de los platos luce como las de un chef.

—Y espera a probarlo.

Él se sienta a mi lado y toma mi mano para besar mis nudillos, sentir sus labios sobre mi piel me produce escalofríos por todo mi cuerpo. Me mira directamente a los ojos, su mano aún sosteniendo la mía.

—Lamento haber estado ausente estos días, un nuevo proyecto en la empresa me ha tenido ocupado, hasta he dormido varias veces allí.

—No te preocupes, no tienes que explicarme nada.

—Sí, tengo que hacerlo, no puedo decir que voy a conquistarte, desaparecer y volver como si nada, te mereces mucho más que eso.

Tenerlo tan cerca no es lo mejor para controlar estas ganas que tengo de besarlo, han sido meses de deseo acumulado, de fantasear con él. Me aclaro la garganta y libero mi mano de la suya.

—Es hora de probar tu famosa comida, a ver.

Artemis me observa expectante cuando tomo el primer bocado. Solo para molestarlo hago una mueca de disgusto.

—¿Qué pasa? —pregunta alarmado.

Mastico, sonriendo, y cuando trago hablo.

—Está delicioso, solo te molestaba.

Él entorna los ojos y en un movimiento rápido me da un beso rápido en la mejilla.

—¡Eh!

El idiota me sonríe abiertamente.

—Solo te molestaba.

El calor que invade mis mejillas me hace apartar la mirada para seguir comiendo. Al terminar la comida, la cual ha estado divina, me pongo a lavar los platos. Artemis está al otro lado de la mesa, frente a mí. Estamos hablando de trabajo, pero por supuesto no le menciono que hoy empecé mis pasantías en su empresa.

—Debe de ser difícil manejar una empresa tan grande —le digo, enjabonando un vaso.

—Eres una de las pocas personas que me ha dicho eso —responde, pasando la mano por su cara—. La mayoría piensa que es fácil ser el gerente, que solo estoy sentado en una gran oficina mirando por la ventana.

—Apuesto a que te debes ver sexy en tu oficina.

Él se muerde el labio inferior.

—¿Estás coqueteando conmigo, Claudia?

Me encojo de hombros.

—Tal vez.

—Sabes lo que dicen de los que juegan con fuego, ¿no?

Termino y me seco las manos con un trapo.

—¿Por qué habría de temerle a ese dicho cuando yo soy fuego? —Señalo mi cabello.

Artemis se ríe, levantándose, sus ojos sobre los míos mientras rodea la mesa de la cocina pasando sus dedos por la misma.

—Eres fuego... —murmura, y yo trago con dificultad.

Cuando esta frente a mí, y tengo que levantar mi cara para mirarlo, mi corazón se desata en su cabalgata desesperada en mi pecho y tengo que controlar mi respiración. Dios mío, ¿qué es esta tensión en el aire? Nunca he sentido nada igual. Artemis se lame los labios, observándome con detalle. Él extiende su mano hacia mí y acuna mi mejilla.

—Te extrañé.

Quiero decirle que yo también pero las palabras se ahogan en mi garganta, así que solo levanto la mano y tomo su mejilla, sintiendo su ligera barba contra mi palma y le sonrío como respuesta. Sus ojos de color café lucen negros en la iluminación nocturna de la cocina. Es increíble cómo han madurado sus facciones, lo maduro que luce ahora. Una parte de mí desconfía y no quiere ser vulnerable de nuevo; aún recuerdo el daño que me hizo hace meses con lo de su prometida, pero sé que ahora está siendo sincero. Los ojos de Artemis bajan a mis labios y puedo ver el deseo en ellos; sé que quiere besarme, pero no sabe si es algo que yo también quiero después de todo lo que hemos pasado.

—Eres tan hermosa —susurra, su pulgar acaricia mi mejilla.

—Lo sé.

Él alza una ceja.

—Muy bien.

Él baja su mano, y da un paso atrás rompiendo todo contacto entre nosotros.

—Mañana después de tus clases, pasaré a buscarte por la universidad para llevarte a cenar.

—Hummm, lo pensaré.

—¿Lo pensarás?

—De acuerdo, acepto pero solo porque la comida te quedó deliciosa.

—Bien, y no sé si tengo que aclarar esto pero es una cita, ¿de acuerdo?

—De acuerdo.

Él se despide con la mano.

—Buenas noches, Claudia.

—Buenas noches, Artemis.

Él me da la espalda para irse después de sonreírme y yo camino hacia él con rapidez, lo tomo del brazo, le doy la vuelta y me agarro del cuello de su camisa para besarlo. Él me responde de inmediato, tan hambriento de mis besos como yo de los suyos, nuestros labios se rozan, mojados de manera apasionada. Todo mi cuerpo se calienta con este simple beso, y sé que el de él también cuando gime contra mi boca. Muevo mi cabeza a un lado, profundizando el beso, disfrutando cada segundo.

«Suficiente, Claudia, si no quieres terminar follando en la mesa».

Me separo de él, pero él me toma de la cintura para presionarme contra su cuerpo e intenta besarme de nuevo. Le pongo mi pulgar sobre sus labios deteniéndolo y meneo la cabeza.

—Tú no tienes el control —le digo, liberándome de sus brazos—. El control lo tengo yo.

Y dejo a Artemis en la cocina, respirando pesadamente, deseándome. Después de todo lo que él ha hecho, sea lo que sea que pase entre él y yo de aquí en adelante será porque yo lo he decidido así.

Soy fuego después de todo.