I
«¿Por qué nunca quieres hablar de él?»
4 de Julio
Cinco años después
CLAUDIA
«¿Qué se siente al vivir con tres chicos atractivos?».
«Eres tan afortunada».
«¡Qué envidia!».
«Vivir con esos dioses, qué privilegio».
«¿Cómo puedes vivir con ellos?».
«¿Te has tirado a alguno?».
«¿Podrías conseguirme su número de teléfono?».
Esos son solo algunos de los comentarios con los que he tenido que lidiar desde que los hermanos Hidalgo crecieron y se convirtieron en el sueño húmedo de las chicas y chicos por igual de este lugar. Artemis, Ares y Apolo Hidalgo, con los que crecí, aunque no seamos familia, son los responsables de muchos suspiros femeninos en las calles. ¿Cómo llegué a vivir con ellos? Bueno, mi madre ha trabajado como empleada de servicio para los Hidalgo desde que yo era una niña. El señor Juan Hidalgo nos abrió las puertas de su casa y nos dejó vivir aquí, por lo que le estaré eternamente agradecida. Él se ha portado siempre muy bien con nosotras; cuando mi madre enfermó hace un año y no pudo seguir trabajando, él dejó que yo ocupara su lugar de trabajo en la casa.
Muchas personas me envidian, creen que mi vida es perfecta solo porque vivo con chicos atractivos, pero están muy alejados de la realidad; la vida no se trata solo de relaciones, sexo, chicos, etc. Es mucho más que eso para mí. Las relaciones solo traen complicaciones, problemas, discusiones y, sí, tal vez traigan felicidad temporal, pero ¿vale la pena arriesgarse por destellos de felicidad? No lo creo, prefiero la estabilidad y la tranquilidad mil veces a lo que pueda ofrecer una relación, por eso me mantengo alejada de eso, ya tengo suficiente con lo que tengo que lidiar ahora.
Y no solamente me refiero al amor. Me resulta muy difícil establecer amistades porque no tengo tiempo para eso. Trabajo en la casa Hidalgo durante el día, cuido y alimento a mi madre cuando tengo descansos, y voy a la universidad a clases nocturnas. Mi día comienza a las cuatro de la mañana y termina casi a medianoche, apenas tengo tiempo para dormir. Con veinte años debería tener muchas amistades, pero tengo una sola amiga y eso es porque vamos a las mismas clases en la universidad. Claro que considero a los chicos mis amigos, sobre todo a Ares y Apolo. Artemis es otra historia.
En realidad, Artemis y yo solíamos tener una relación muy estrecha mientras crecíamos. Pero todo cambió hace cinco años, aquella noche del 4 de Julio en que lo rechacé después de que me besara. A partir de entonces, la relación entre nosotros dejó de ser cómoda y relajada y pasó a ser distante. Él solo me hablaba cuando era necesario. Ares y Apolo lo notaron, pero nunca hicieron preguntas al respecto y lo aprecié porque hubiera sido muy incómodo tener que explicarles lo ocurrido.
Tampoco a él le resultó difícil evitarme, ya que al final de ese verano empezó la universidad. Dejó la casa y se fue a vivir al campus universitario durante los cinco años de carrera. Sin embargo, se graduó hace un mes y va a volver a casa.
Hoy.
La vida puede ser muy irónica cuando se lo propone. Tenía que volver hoy, precisamente cuando se cumplen cinco años de aquella noche. Su familia ha organizado una fiesta sorpresa para él. No puedo negar que estoy nerviosa, la última vez que lo vi fue hace seis meses y solo fue un segundo cuando vino a buscar unas cosas a la casa. Ni siquiera me saludó. Honestamente, espero que esta vez podamos tener una relación más civilizada, ya han pasado cinco años desde aquella noche, no creo que aún la recuerde. No digo que volvamos a ser tan cercanos como antes, pero espero que por lo menos podamos hablar distendidamente sin que resulte incómodo.
—¿La comida está preparada? —Martha, mi madre, pregunta por tercera vez mientras me ayuda a subir el cierre de la parte de atrás de mi vestido negro. Sofía, la señora de la casa, me ha ordenado que lleve este vestido, quiere que todo el personal que ha contratado para atender a sus invitados luzca elegante, y yo no puedo ser la excepción—. Claudia, ¿me estás escuchando?
Me giro hacia ella con una sonrisa.
—Todo está en orden, mamá, no te preocupes, duerme, ¿vale? —La obligo a acostarse y la arropo para darle un beso en la frente—. Volveré pronto.
—No te metas en problemas, ya sabes, quedarte callada es...
—Mejor que ser honesta —termino por ella—. Lo sé.
Ella acaricia mi rostro.
—No lo sabes, la gente que viene hoy puede ser muy grosera.
—No causaré problemas, mamá, ya soy mayor.
Le doy otro beso en la frente y me alejo de ella. Reviso en el espejo que el moño que me hice esté perfectamente recogido, sin un solo mechón rojo fuera de lugar. No puedo llevar el cabello suelto ya que estaré cerca de la comida. Apago la luz y salgo de la habitación, caminando rápidamente. Los tacones negros que llevo puestos suenan con cada paso. A pesar de que no uso tacones con frecuencia, soy muy buena caminando con ellos.
Al llegar a la cocina, me encuentro con cuatro personas, dos chicos con uniforme de camareros y dos chicas vestidas con el mismo vestido que llevo yo; los conozco porque forman parte de la empresa de organización de fiestas que la señora de la casa siempre contrata. A ella le gusta que sean los mismos porque trabajan bien y tienen experiencia con eventos celebrados aquí, sin mencionar que una de las chicas es mi amiga de la universidad. Lo sé, yo la ayudé a conseguir el trabajo.
—¿Cómo va todo?
Gin, mi amiga, suspira.
—Todo bien —dice y señala a la chica de cabello negro—. Anellie ha preparado algunos cócteles, y ha puesto el champán y el vino en el minibar.
—Bien, ¿quién estará en el minibar preparando las copas? —pregunto, y acomodo una bandeja de aperitivos—. ¿Jon?
Jon asiente.
—Sí, lo usual, el mejor bartender del mundo. —Me guiña el ojo.
Gin pone los ojos en blanco.
—¿Disculpa? Yo preparo las mejores margaritas del mundo.
Miguel, que se ha mantenido callado hasta ahora, habla.
—Lo certifico.
Jon les saca el dedo a ambos y yo reviso la hora.
—Hora de salir, los invitados deben de estar a punto de llegar.
Los observo salir y Gin se queda atrás a propósito para caminar a mi lado.
—¿Cómo te sientes?
Me encojo de hombros.
—Normal, ¿cómo debería sentirme?
Ella gruñe.
—No tienes que fingir conmigo, no lo has visto en meses, debes de estar muy nerviosa.
—Estoy bien —repito.
—Te dije que lo vi en una revista de negocios hace días —comienza—. ¿Sabes que es uno de los gerentes más jóvenes del estado?
Lo sé, Gin sigue hablando.
—Ni siquiera había terminado la carrera de la universidad cuando empezó como gerente de la empresa Hidalgo; le hicieron una pequeña reseña en el artículo, es un jodido genio, se graduó con honores.
—Gin. —Me giro hacia ella, tomándola por los hombros—. Te adoro, pero ¿podrías callarte?
Gin bufa.
—¿Por qué nunca quieres hablar de él?
—Porque no hay razón para hacerlo.
—A mí nadie me saca de la cabeza que algo pasó entre ustedes, es el único de los Hidalgo del que nunca quieres hablar.
—No pasó nada —digo mientras nos adelantamos a la sala donde todo está decorado y los muebles han sido reemplazados por adornos y pequeñas mesas muy altas con bebidas y aperitivos. Sofía y Juan están en la puerta, listos para recibir a sus invitados y veo a Apolo, su hijo menor, a un lado con un traje muy bonito. Arrugo las cejas, ¿dónde está Ares?
Me apresuro escaleras arriba porque conozco muy bien a estos chicos. Ares estuvo de fiesta anoche, llegó casi por la mañana, así que lo más probable es que esté durmiendo a pesar de que ya son casi las seis de la tarde. Sin llamar a la puerta, entro en su habitación, que no me sorprende encontrar a oscuras. El olor a alcohol y a cigarro me hace arrugar la nariz. Abro las cortinas de las ventanas, la luz del atardecer ilumina al chico de dieciocho años que conozco tan bien, acostado, sin camisa, con la cara enterrada en la almohada, las sábanas cubriendo más arriba de su cintura. Tampoco me sorprende ver a la chica rubia que está durmiendo a su lado, aunque no la conozco, sé que debe de ser una de sus chicas de una noche.
—¡Ares! —Golpeo su hombro ligeramente y él solo gime molesto—. ¡Ares! —Esta vez aprieto su hombro y logro que abra esos ojos azules que tiene, tan parecidos a los de su madre.
—¡Ah, luz! —Se queja, poniendo la mano sobre sus ojos.
—La luz es el menor de tus problemas. —Enderezo mi cuerpo con las manos en mi cintura.
—¿Qué pasa? —Se sienta y masajea su cara.
Digo la única palabra que sé que le dirá todo lo que tiene que saber.
—Artemis.
Observo cómo todo hace clic en su cerebro y se levanta. Lleva solo unos bóxers y si no lo hubiera visto tantas veces así, me habría deslumbrado.
—¡Mierda! ¡Es hoy!
—Corre, dúchate —le ordeno—. Tu traje está colgado en la puerta del baño.
Ares está a punto de correr al baño cuando ve a la chica durmiendo en su cama.
—Oh, mierda.
Levanto una ceja.
—Pensé que estabas tomando un descanso de las aventuras sexuales de una noche.
—Estaba..., ah, maldito alcohol. —Se rasca la parte de atrás de la cabeza—. No tengo tiempo para lidiar con todo el drama que va a suponer sacarla de aquí. —Se acerca a mí—. Tú me quieres, ¿verdad, Clau?
—No voy a sacarla, tienes que ser responsable de tus actos.
—Pero no tengo tiempo, por favor —suplica—. No podré bajar a tiempo para recibir a mi hermano si me tengo que ocupar de esto.
—Está bien, esta es la última vez, de verdad. —Lo empujo al baño—. Corre.
Suspirando, procedo a despertar a la chica. Ella se viste en silencio y le doy tanta privacidad como puedo. Es incómodo, y es horrible decir que estoy acostumbrada a estas situaciones, pero lo estoy. Vivir con un chico de dieciocho años en pleno apogeo sexual me ha obligado a acostumbrarme. Apolo aún es muy inocente y doy gracias por ello. Debo admitir que la rubia es muy bonita y siento mucha pena por ella.
—Vamos, te pediré un taxi y te acompañaré a la puerta de atrás.
Ella se muestra ofendida.
—¿La puerta de atrás? ¿Quién crees que soy? Y aún no me has dicho quién eres tú...
Entiendo su pregunta, ya que con este vestido elegante no hay nada que indique que solo soy el servicio de la casa.
—Eso no es importante, se celebra una fiesta abajo y a menos que quieras que una docena de personas te vean salir con este aspecto, te sugiero que uses la puerta de atrás.
Ella me lanza una mirada asesina.
—Lo que sea.
Qué poco agradecida.
Sé que estoy haciendo el trabajo sucio y de ninguna forma apoyo esto, pero conozco bien al chico, sé que él es dolorosamente honesto, que siempre les deja claro a las chicas lo que quiere. Y si aun así ellas se lo dan y esperan más de él, pues ya es responsabilidad suya.
Después de despedir a la chica y verla irse en un taxi, vuelvo a la fiesta. Ya han llegado varias personas con sus elegantes vestidos y trajes de marca. Preparo mi mejor sonrisa y comienzo a servir amablemente, riéndome de bromas que no me parecen graciosas y dándole cumplidos a todo el mundo, aunque no sean sinceros.
A medida que pasa el tiempo y que se va llenando la sala, me pongo más nerviosa. Esta es una fiesta sorpresa, Artemis no tiene idea de que cuando vuelva a casa esta noche después de tanto tiempo, lo recibirá toda esta gente y cada vez se acerca más la hora de que llegue. Ni siquiera sé por qué estoy nerviosa. La señora Sofía pide la atención de todo el mundo y nos hace callar. Jon apaga las luces y todos esperan en un silencio absoluto mientras escuchamos abrirse la puerta.
Artemis está aquí.