XXVIII

«Pensé que ya me habías derretido»

ARTEMIS

No quise despertarte, estabas durmiendo muy profundamente. Lamento irme así, pero tengo que ayudar a mi madre a comenzar el día. Te veo luego, Iceberg.

CLAU.

Sonrío ante la nota en la mesita de noche y me levanto, estirándome, completamente desnudo. Mis ojos se posan sobre mi cama y lo desordenada que está, el recuerdo de Claudia agarrándose de las sábanas mientras la follaba con locura calentando mi cuerpo. ¡Cómo me gusta esa mujer! Me vuelve loco y tenerla sobrepasó mis expectativas. Nunca he sentido tanto teniendo sexo; las sensaciones, las miradas, ese calor en mi pecho cuando la besé... fueron una combinación perfecta para el mejor sexo de mi vida. Después de una ducha, estoy poniéndome un traje para ir a trabajar y cuando estoy arreglando la corbata en mi cuello, noto una marca roja en la parte de abajo a un lado de mi cuello. Me acerco al espejo, estirando un poco el cuello de mi camisa para investigar la marca. Al tocarla, duele un poco. Mi mente trata de ubicar el momento en el que esa marca sucedió.

Claudia encima de mí, gimiendo, moviéndose de arriba abajo y luego inclinándose hacia mí para besarme, dejando mi boca para ir a mi cuello y chupándolo con fuerza mientras aceleraba sus movimientos sobre mí. Solté un quejido de dolor porque estaba chupando muy fuerte y ella se despegó de mi cuello para mirarme.

—Lo siento, me emocioné.

—Jamás te disculpes por moverte así, jamás.

Valió la pena. Bajo las escaleras listo para ir a trabajar. Mi buen humor me hace sonreír para mí mismo sin ninguna razón. ¿Cuándo fue la última vez que me desperté de tan buen humor? Creo que no puedo recordarlo. Entro en la cocina, disimulando mi sonrisa al ver a Claudia preparando mi café mañanero. Llego hasta ella abrazándola desde atrás y ella salta de la sorpresa.

—Eh —se queja, girándose en mis brazos.

—Hola, Fuego —le digo antes de darle un beso rápido. Sus suaves labios reciben los míos fugazmente. Ahora que finalmente puedo besarla y tenerla entre mis brazos, es todo lo que quiero hacer.

—Buenos días, Iceberg.

—Pensé que ya me habías derretido.

Sus labios se curvan hacia arriba en una sonrisa.

—Pensé que hacía lo contrario, que te ponía duro.

Eso me hace alzar una ceja.

—Creo que tenemos que comprobar eso.

Ella finge inocencia.

—No sé de qué hablas.

—Por cierto. —Acaricio su rostro con delicadeza—. ¿Te pondrías el uniforme para mí en privado?

—Lo pensaré.

—¿De verdad?

—¿Crees que no sé cuántas veces fantaseaste con follarme vestida con ese uniforme?

Rozo mi nariz con la suya.

—¿Fui tan obvio?

Ella asiente y la pego más a mí para besarla, sintiendo cada centímetro de sus labios contra los míos en un roce delicado pero lleno de sentimientos. El beso se acelera, y ella pone sus manos alrededor de mi cuello, mientras profundizamos el contacto de nuestros labios. Mi corazón se acelera y siento tanto con solo un beso. Ella fue la primera chica que me gustó, la primera que me puso nervioso y torpe al hablar, a la primera a la que me declaré, con la que he sido vulnerable y cálido tantas veces. Así que la fuerza de estas emociones al tenerla en mis brazos no me sorprende.

Para mí, siempre ha sido ella. Claudia termina el beso y se escapa de mis brazos, pasándome por el lado para buscar las tazas y poder servir el café.

—Tus padres o Apolo pueden bajar en cualquier momento —me recuerda—. El abuelo y su enfermera viven aquí ahora, así que tenemos que ser prudentes.

Suspiro y me hago a un lado para verla servir las dos tazas de café y pasarme una.

—¿No tienes que ir a trabajar hoy? —le pregunto y cuando Claudia arruga las cejas, casi me golpeo a mí mismo al instante; ella no sabe que yo sé que trabaja en mi empresa. ¡Mierda!—. Quiero decir, ¿tienes planes hoy? —Me escondo detrás de mi taza de café para darle un sorbo.

—No hasta más tarde.

Le echo un vistazo al reloj de la pared. Necesito irme ahora, tengo una reunión en media hora. He dormido más de lo habitual.

—Tengo que irme. —Le doy otro beso rápido y pongo la taza sobre la mesa. Ella me pasa una taza tapada con frutas dentro.

—Ensalada de frutas, el desayuno es importante.

Eso me hace sonreír como un idiota.

—¿Te estás preocupando por mí?

—¿Por qué te sorprende tanto?

—No me sorprende.

—¿Entonces?

La miro directamente a los ojos.

—Me gusta.

Ella se sonroja y aparta la mirada. Y lucho para no besarla de nuevo, así que en vez de eso, le pregunto:

—¿Hacemos algo esta noche?

—Tengo planes, nos vemos en casa cuando llegues.

—¿Planes?

—Sí.

—¿Qué tipo de planes? —Ella alza una ceja—. Solo curiosidad.

—No son planes con un hombre, relájate.

—Yo estoy relajado. —Sonrío abiertamente—. ¿No lo ves?

—Bien, Sr. Relajado, vete, que vas a llegar tarde. —Me da la vuelta y me empuja hacia la salida de la cocina.

—¿Es una salida con chicas? ¿A un bar? Pueden ir a mi bar, yo prometo no molestar si...

—Adiós, Artemis.

Salgo de la casa a regañadientes.

Después de una extensa reunión de dos horas, me estoy muriendo de hambre y agradezco a Claudia la taza de frutas que me espera en mi oficina. Para mi desgracia, cuando entro, mi oficina ha sido invadida por la misma persona de siempre.

—¿Es que no tienes tu propia oficina? —le pregunto, pasando por su lado.

Alex está acostado en mi sofá con dos de esas bolsas de hielo sobre su cabeza, sus ojos cerrados con una mueca de dolor.

—Estoy en mi lecho de muerte, así que ten compasión —me responde por lo bajini. Tal vez si lo ignoro, desaparecerá solo.

Recostado contra mi escritorio, destapo la taza de frutas y tomo el tenedor para comenzar a comer. La vista de Alex estirado en mi sofá como un muñeco de trapo no es la mejor, pero por lo menos si se siente mal, no empezará a hablar como siempre.

Alex gira su cabeza hacia mí, abriendo los ojos. Me observa por unos segundos antes de hablar.

—No puedo sentir tu aura usual de mal humor.

—Alex.

Él entorna los ojos, evaluándome.

—¿Dónde está la tensión en tu pose? ¿O en tu expresión? Ya no siento frío al estar en el mismo lugar que tú. —Él se sienta, poniendo las bolsas de hielo a un lado—. ¿Qué ha pasado? ¿Cómo es que has vuelto a ser humano?

—Muy gracioso, Alex.

Él me sonríe, pero hace una mueca de dolor.

—Au, este dolor de cabeza va a matarme.

—¿Debería preocuparme por tu consumo de alcohol?

—Na, sigue siendo una vez por semana, así que estoy bien, pero siéntete libre de preocuparte por mí. —Me hace ojitos.

Le doy una mirada cansada.

—Alex, ¿no tienes tu propia oficina, donde tienes un sofá igual que el mío porque siempre has sido un envidioso?

—Pero en la soledad de mi oficina no te tengo a ti.

Ni siquiera voy a responder a eso y sigo comiendo. Alex se levanta, ladeando la cabeza, observándome como si tuviera tres cabezas.

—¿Qué?

—He bromeado y no me has gruñido ni una vez. ¿Qué...? —Se para en seco cuando sus ojos caen sobre mi cuello y me cubro con la camisa—. ¡Artemis! ¿Eso es un chupetón?

Me aclaro la garganta.

—No, fue un mosquito.

—Un mosquito muy sensual, estoy seguro. —Él se para frente a mí—. ¿Qué es lo que no me cuentas? Si terminaste con Cristina —camina hacia un lado con la mano en el mentón como si pensara—, entonces ¿Claudia?

Aparto la mirada, haciéndome el desinteresado.

—¡Bingo! —exclama—. Guao, si hubiera sabido que Claudia cambiaría tu eterno mal humor, hubiera hecho de Cupido hace mucho tiempo.

—¿No te dolía la cabeza?

—Sí, pero no todos los días mi mejor amigo por fin está con la chica que quiere. Nunca pudiste superar tu primer amor, ¿eh? Es que eres todo un romántico.

—Alex, voy a golpearte.

Él me da una palmada en el hombro, su voz pierde ese tono juguetón y me dedica una sonrisa honesta.

—Estoy feliz por ti, Artemis.

—Gracias —le respondo—. Ahora vete a trabajar.

—Como lo ordene, gerente ejecutivo. Por cierto, trata de no salir mucho de la oficina hoy. La picada de mosquito llamará mucho la atención.

Me guiña el ojo, recoge sus bolsas de hielo y se va.

En estos momentos, desearía que mi rostro no apareciera en tanta publicidad de la compañía. Me hace imposible pasar desapercibido entre mis trabajadores, todo el mundo sabe que soy el director ejecutivo de este lugar y huyen despavoridos o se esfuerzan en lucir perfectos, trabajando al cien por cien, creo que ni respiran cuando me ven. Mi idea al salir de la oficina por la tarde era ir al departamento de marketing donde Claudia está haciendo las pasantías y observarla un rato desde la distancia. Ahora sé que es imposible, ni siquiera he llegado a su piso y ya he dejado un camino de trabajadores petrificados y silenciosos.

Yo no parezco aterrador, ¿o sí? Soy menor que muchos de ellos, ¿por qué me temerían? Sé que soy la máxima autoridad en la empresa, pero he reducido el índice de despidos a casi el ochenta por ciento desde que me la entregó mi padre. Su estabilidad laboral está en su mejor momento, entonces ¿qué es? ¿Me perciben como Iceberg? Pienso en esa palabra usada por Claudia, la cual no tiene sentido, ella es una de las pocas personas que sabe lo cálido que puedo ser. Me doy por vencido y ya que estoy en el departamento de finanzas, decido pasar a ver a Alex. Tal vez a él se le ocurra una idea.

Sin embargo, me detengo cuando veo a su secretaria, una joven de rostro aniñado, cabello ondulado y figura rellenita, aplicándose labial y acomodando su cabello antes de entrar en la oficina de Alex. Creo que mi mejor amigo es el amor platónico de su secretaria. Qué cliché eres, Alex. Sigo en mi caminata de la derrota de vuelta a mi oficina.

Me despierta el sonido de mi móvil, me aprieto los ojos con mi pulgar y mi índice antes de abrirlos, la oscuridad ya ha invadido mi oficina. ¿Cuánto rato me quedé dormido? Estiro mi mano y alcanzo mi teléfono, el cual sigue repicando insistente. Termino de despertarme cuando veo el nombre de Claudia en la pantalla, es la primera vez que me llama.

—¿Aló?

—¡Iceberrrrrg! —grita contra mi oído, obligándome a apartar el teléfono un poco.

—¿Claudia?

Risas femeninas, susurros y música extraña de fondo.

—Iceberg, creo... —susurra como si fuera un secreto de Estado— que estoy borracha. —Suelta una risita.

—Claudia, ¿dónde estás?

—Relájate un poco, suéltate, Artemis, ¿no te cansas de estar tenso tooodooo el tiempo?

—Claudia —digo su nombre con dureza—. ¿Dónde estás?

—En... —tarda en completar la oración— la calle.

—¿En qué calle?

—La calle de los bares de la ciudad. —Otra chica comenta algo de las luces en el fondo y Claudia se ríe—. Intenté entrar en tu bar, pero me dijeron que solo personas vip. Te odio, ¿para qué tienes un bar si no dejas entrar a la gente? Artemis malo.

Me pongo de pie, recogiendo la chaqueta de mi traje de un lado de mi escritorio.

—Voy para allá, no te muevas de ahí.

Ella bufa exageradamente.

—Incluso si me quedo quieta, todo se mueve.

Nunca la he visto borracha, ella siempre se ha controlado mucho.

—Quédate ahí. Claudia, que... —Ella me cuelga y nunca en mi vida he salido tan rápido del edificio de la compañía.

Llamo de inmediato al jefe de seguridad del bar.

—¿Señor?

—El portero de esta noche, ponlo al teléfono.

—De inmediato.

—Habla Peter, señor —me dice el portero unos segundos después.

—Peter, una chica pelirroja intentó entrar en el bar hace unos minutos. ¿La viste?

Me subo en el auto.

—Sí, señor, pero no tenían entrada, por eso...

—Lo sé. ¿La ves en estos momentos? Sigue en la calle de los bares. ¿Puedes buscarla y llevarla al bar, por favor? Voy en camino.

—Lo intentaré, señor, hay mucha gente en la calle ahora.

—De acuerdo, gracias.

Manejo tan rápido como puedo dentro de los límites de velocidad permitidos, la calle de los bares no está tan lejos pero el tráfico es increíble a esta hora. Sé que puede que esté exagerando, yo sé que Claudia es una mujer que sabe cuidarse, pero no puedo evitarlo. ¿Cómo no preocuparme cuando ella me importa tanto? Estaciono frente al bar y de inmediato veo a Peter, quien sabe la pregunta que voy a hacerle y me responde al instante.

—Están dentro, señor, sala vip.

Dejo salir un suspiro de alivio. Me adentro en el bar que está lleno como de costumbre y subo las escaleras para llegar a la zona vip. Cuando la veo, el alivio me hace relajar los hombros, está bien, está a salvo. Claudia está en medio de dos chicos que me parecen conocidos y hay una chica a un lado de ellos. ¿Dónde los he visto antes?

—¡Iceberg! —me grita Claudia cuando me ve. Me acerco a ellos, que intentan ponerse serios—. Viniste.

«Siempre, tonta».

Los ojos de Claudia brillan y me dedica una sonrisa tan adorable que quiero secuestrarla y apartarla del mundo, que sonría así solo para mí. La chica se pone de pie y se tambalea hacia mí.

—Creo que Claudia ha bebido un poco de más.

—¿Eso es lo que crees?

Los chicos también se ponen de pie.

—Bueno, ya ha llegado tu príncipe frío del que has estado hablando toda la noche, nosotros nos vamos. —Ellos toman de la mano a la chica—. Vamos, Gin. Claudia estará bien.

—¿La cuidarás? —me pregunta Gin, y yo asiento.

Me da una palmada en la espalda.

—Buen chico.

Se van y mi atención vuelve a la pelirroja borracha sentada a unos pasos de mí. Claudia está cubriendo su boca, soltando risitas.

—¿Estoy en problemas?

Me siento a su lado.

—No tienes ni idea.

—¿Me merezco unos azotes? —pregunta, sonrojándose.

—¿Quieres unos azotes?

—De ti, lo quiero todo.

El calor invade mi cuello, baja por mi pecho hasta mi abdomen al oír sus palabras. Sacudo la cabeza, está borracha.

—Vámonos a casa.

Ella toma mi rostro entre sus manos.

—Eres tan guapo.

No puedo aguantar una sonrisa.

—Gracias.

Ella libera mi rostro para pasar su dedo índice por el contorno de mi cara, luego por mis labios y mi nariz.

—Solo tenerte así a mi lado es suficiente para excitarme.

Ella se inclina para besarme y yo me pongo de pie, levantándola conmigo.

—Vamos —le digo antes de que me cause una erección en pleno bar.

La agarro de la cintura, y bajo las escaleras con ella. Se tropieza varias veces, pero la sostengo, manteniéndola a mi lado en todo momento. En el coche, le pongo el cinturón antes de sentarme y comenzar a conducir. Claudia suspira.

—Estoy feliz.

Le echo un vistazo rápido. ¡Cómo me llena escuchar eso! Ella mueve sus manos en el aire mientras habla.

—Siempre tengo todo estructurado, bajo control, nunca bebo más allá de sentirme un poco feliz, nunca me he emborrachado. Pero hoy... dije... a la mierda todo. Hoy desperté al lado del hombre que he querido toda mi vida, tuve un buen día en el trabajo, mi jefa me felicitó delante de todos, así que, ¿por qué no emborracharme? Yo también tengo derecho a perder el control.

Lo sé.

—Es agotador —admite en un susurro—, tener todo controlado es tan... agotador. Tengo veinte años, no cuarenta, y siempre he vivido con tanta precaución, pero estoy... —su voz se rompe— tan cansada. —Suelta una risa triste—. Así que hoy me emborraché y no me importa hacer el ridículo, nunca he hecho el ridículo así que una vez en la vida no es nada, ¿no?

—No es nada —le digo y extiendo mi mano para tomar la suya—. Puedes hacer lo que quieras, yo me ocuparé de cuidarte, ya no estás sola, Claudia, estoy aquí, puedes dejar un poco de ese peso sobre mí.

—Eres tan adorable. —Me agarra las mejillas, apretándolas antes de enderezarse en su asiento.

Al llegar a la casa, dudo que ella pueda caminar sin hacer mucho ruido y podría despertar a todos, en especial, a su madre y esa no es una buena idea. Así que la cargo en mis brazos y ella sigue riendo por lo bajini.

—Todo un caballero. —Entierra su cara en mi pecho—. Hueles tan bien.

Cruzo la sala para dirigirme al pasillo del cuarto de huéspedes, porque no creo que quiera dormir con su madre así.

—No. —Ella se agarra de mi camisa—. Quiero dormir contigo, por favor, me gusta despertarme junto a ti.

Mierda, esta mujer me va a derretir el corazón.

—Prometo no seducirte —murmura y no puedo evitar sonreír.

La llevo a mi habitación y la acuesto en mi cama, cubriéndola con las sábanas. Ella se sienta, inquieta, y sé que será difícil hacer que se duerma. Me quito la chaqueta, la camisa y los pantalones, quedando solo en bóxers y rodeo la cama para sentarme a su lado bajo las sábanas. Claudia observa mis abdominales descaradamente.

—Mis ojos están aquí arriba, Claudia.

Ella se muerde el labio inferior.

—¿Te puedo contar un secreto?

—Claro.

—Me encanta tu pene.

Me ahogo con mi propia saliva, tosiendo y golpeando mi pecho. No sé qué decir y Claudia se tapa la cara con la almohada. Le quito la almohada de la cara.

—Cuéntame más.

Ella menea la cabeza. Esto es más divertido de lo que pensé, es como si el alcohol le quitara todos esos filtros y ese autocontrol tan fuerte que tiene. Ella se acerca a mí, abrazándome de lado, su cara en mi cuello.

—Siempre has sido tú, Artemis, siempre —susurra ella, su voz sobre mi piel haciéndome cosquillas—. Si no fuera por ella habríamos estado juntos hace mucho tiempo.

Arrugo las cejas confundido. ¿Por ella? ¿Cristina?

—Ese 4 de Julio fui tan feliz a tu lado, quería que ese fuera el primer 4 de Julio de muchos que pasáramos juntos.

Pero me rechazó ese día, ¿de qué está hablando? Eso me recuerda algo sobre lo que siempre he tenido curiosidad.

—Todavía tienes al cerdito que ganamos en la feria ese día —digo, recordando que lo vi en su mesita de noche—. ¿Por qué?

—Porque quería estar contigo, idiota, siempre he querido estar contigo.

—Pero ese día tú... me rechazaste. —Me duele decirlo.

Ella bosteza y yo espero una explicación.

—¿Claudia?

—No te rechacé porque quisiera, tenía que hacerlo.

Me inclino hacia delante, sentándome derecho y tomo su rostro con ambas manos, forzándola a mirarme.

—¿De qué estás hablando?

Sus ojos están ligeramente cerrados.

—Tu madre... —comienza ella, en un susurro—. Ella me amenazó, me dijo que si no te rechazaba y me alejaba de ti, nos echaría a mi madre y a mí de la casa.

Mi sangre hierve en mis venas y aprieto la mandíbula.

—No podía permitir eso, Artemis, mamá y yo no podíamos terminar en la calle de nuevo. Tú lo entiendes, ¿verdad?

Estiro de ella hacia mí y la abrazo. Por supuesto que la entiendo, su madre lo es todo para ella, jamás me enojaría porque la escogiera por encima de mí. Estoy furioso, pero no con ella, sino con el hecho de que ella tuviera que elegir, y que mi madre la haya puesto en esa situación me revuelve el estómago. Y todo cobra sentido, siempre sentí que le gustaba tanto a Claudia como ella a mí, por eso ese rechazo aquella noche me impactó tanto, no entendía cómo pude equivocarme cuando se había hecho tan obvio que yo le gustaba. Yo de verdad le gustaba, pero fue la intervención de mi madre lo que lo arruinó todo.

«¿Cuántas cosas más tienes que arruinarnos, madre? ¿Te importamos lo más mínimo? Mañana, vas a escucharme».

Claudia suspira, quedándose dormida en mis brazos y beso un lado de su cabeza. Supongo que estamos destinados a estar juntos, porque a pesar de los obstáculos, ella está aquí en mis brazos, como debe ser.