XXX

«¿Enamorada yo? ¿De ese Iceberg?»

CLAUDIA

—Quiero estar solo.

La petición no me sorprende lo más mínimo, esa suele ser la reacción de Artemis cuando pasa por algo emocionalmente difícil. Fue lo mismo aquel día que descubrió lo de su madre con el otro hombre, después de que curé sus heridas, me pidió lo mismo.

Déjame solo.

Supongo que hay cosas que no cambian. Una parte de mí quiere quedarse, quiere abrazarlo y susurrarle cosas positivas al oído, pero lo conozco. Él necesita tiempo a solas para asimilar todo lo que acaba de pasar, todo lo que le ha dicho a su madre frente a toda su familia. Sé que cuando ya lo haya procesado todo, vendrá a mí, fue así hace mucho tiempo y no será diferente ahora. Sin embargo, le debo un intento, solo por si acaso él ha cambiado durante estos pasados años. Estamos en el estudio de su padre, así que me siento a su lado en el sofá.

—Artemis.

—No. —Él sacude la cabeza, sin mirarme.

Y esa es mi respuesta. Él necesita su tiempo a solas y no me molesta que así sea, yo también he tenido momentos en la vida donde necesito el silencio de la soledad para asimilar muchas cosas.

—De acuerdo —le digo, poniéndome de pie—. Estaré en mi habitación.

Él sabe que puede venir a mí cuando esté listo.

—Me iré al trabajo en unos minutos —me informa—, nos vemos por la noche.

La frialdad de su tono no es algo que me sorprenda, pero tampoco me agrada. Cuando se siente vulnerable de algún modo, sus helados muros defensivos salen a la luz. Y no creo que sea algo que él sepa que hace, le sale muy natural. No digo nada, y camino hacia la puerta, le echo un último vistazo por encima de mi hombro: él sigue sentado, con su traje perfecto, inclinado hacia delante ligeramente, sus codos sobre las rodillas, sus manos masajeando su cara, su expresión es una mezcla de frialdad y dolor. Por un segundo, debato entre volver ahí y abrazarlo pero decido respetar su petición. Al salir de allí, me encuentro a Apolo en la sala, sentado en uno de los sofás de la misma forma que su hermano, incluso masajeando su rostro de manera similar. Supongo que son hermanos después de todo. Me parte el alma ver lo rojos que están sus ojos, y la tristeza que contrae su tierno rostro. Él me ve, pero no dice nada. Suspirando, me siento a su lado y su reacción inmediata es girarse hacia mí y abrazarme.

—No tenía ni idea —susurra contra mi cuello—, no sabía... de verdad, yo...

Nos separamos y el color café de sus ojos se intensifica por sus recientes lágrimas.

—¿De qué estás hablando?

Él tuerce los labios antes de lamerlos como si intentara calmar sus ganas de llorar.

—No sabía que él había sufrido tanto.

Sé que se refiere a Artemis.

—Apolo...

—No, yo siempre... pensé que él era un idiota frío porque sí, que de verdad quería todo el poder sobre la empresa de mi padre. Solo asumí... —Él aparta la mirada—. No sabía el dolor de mi propio hermano, Claudia.

Abro la boca para decirle algo, pero él sigue.

—¿Qué clase de hermano soy? Él ha vivido con toda esa frustración, apoyando a mi padre al ciento por ciento, le ayudó a levantarse y, ¿qué hice yo? Juzgarlo y verlo de mala manera.

—Apolo. —Tomo su rostro entre mis manos—. No has hecho nada malo, por favor, no te culpes de nada. Toda esta situación fue muy jodida y, sí, hirió de muchas formas a tu hermano, pero eso no es tu culpa. Las malas decisiones de los demás —le digo, pensando en su madre— y lo que resulte de ellas no son ni serán jamás tu culpa.

—¿Crees que él me guarda rencor?

—Todo lo contrario, creo que él los quiere tanto que esa ha sido su mayor motivación para aguantar todo el peso de la promesa a su padre, solo para que ni tú ni Ares tuvieran que cargar con eso.

—¿Quién le dijo a ese idiota que tenía que sacrificarse por nosotros? —pregunta y yo suelto su rostro. Apolo se limpia las lágrimas.

—No lo sé —bromeo, tratando de aliviar el ambiente de tristeza—, nos ha engañado a todos con su fachada de iceberg cuando, en realidad, es tan considerado que raya en lo absurdo.

Eso hace sonreír a Apolo e ilumina ese pequeño rostro enrojecido por las lágrimas.

—No nos ha engañado a todos. —Apolo mantiene su sonrisa—. A ti no te ha engañado, siempre lo has visto claramente, ¿es por eso... te has enamorado de él?

—¿Enamorada yo? ¿De ese Iceberg?

—Supongo que ahora lo entiendo. —Se pasa las manos por el cabello—. Antes te creía loca por quererlo cuando en realidad eras la única que podía ver a través de él.

No digo nada, sus palabras dan vueltas en mi mente. Y sé que tiene razón, mientras crecíamos noté lo diferente que Artemis era conmigo en comparación con otras personas. Incluso antes de que pasara lo de su madre, él era muy cerrado, no hablaba con casi nadie y siempre me sorprendía ver la diferencia entre cómo se comportaba conmigo y cómo lo hacía con los demás. Tal vez el hecho de que yo fuera una niña de la calle despertó su lado tierno y protector cuando llegué a esta casa. Aún recuerdo el día que él descubrió mis pesadillas y cómo caminaba dormida.

Apenas llevaba dos semanas viviendo en la casa Hidalgo cuando tuve mi primera pesadilla y caminé dormida. Temblaba, lágrimas resbaladizas en mis mejillas, estaba descalza, de pie, en medio de la cocina. Había intentado salir de la casa pero Artemis, que había venido por un vaso de leche, me había detenido y despertado.

Él estaba de pie frente a mí, los mechones de su cabello apuntando en diferentes direcciones porque se había levantado en medio de la noche, sus pequeños ojos hinchados lo delataban. Su pijama era de una sola pieza y azul con un cierre en medio. Artemis se me quedó mirando, luciendo tan confundido como yo con lo que acababa de pasar. Éramos unos niños sin mucho conocimiento sobre caminar dormidos o pesadillas tan reales. Sin embargo, por alguna razón, él sabía lo que necesitaba, así que me mostró una gran sonrisa.

—No llores. —Dio un paso hacia mí—. Ya estás a salvo.

Él no sabía lo mucho que esas palabras significaban para mí. Incluso siendo una niña, siempre fue muy difícil sentirme a salvo, sin peligros, sin hombres malos atacando a mi mamá, amenazándome o golpeándome cuando no la encontraban. Me limpié las lágrimas rápidamente. Artemis agarró la capucha de su pijama y tiró de ella hasta que quedó sobre su cabeza. Eran dos orejitas de gato.

—Yo te protegeré —me prometió—, soy Supergato.

Eso me hizo sonreír porque no era algo que me esperara de él, en los días que había estado en la casa, siempre lo veía solo, sin interactuar mucho con los demás. Esta versión sonriente y alegre de él era algo nuevo, quizá él solo sabía que eso era lo que necesitaba.

—¿Supergato?

Él asintió.

—Sí, y te protegeré, así que ya no llores más, ¿ok?

—No quiero cerrar los ojos de nuevo, tengo miedo.

—¿Quieres que te lea un cuento?

Asentí tímidamente. Cualquier cosa era mejor que volver a dormirme y soñar cosas feas. Fuimos a la sala y nos sentamos en el sofá. Artemis encendió una lámpara al lado y trajo sábanas y almohadas de un armario del pasillo. Envueltos en sábanas, Artemis se sentó a mi lado y comenzó a leerme. Él sonaba tan entusiasmado con la historia, haciendo todas las voces, que no me quedó más remedio que olvidarme de mis pesadillas. Y me quedé dormida, ahí, con mi cabeza sobre su hombro. Él siempre estuvo ahí para ayudarme con mis pesadillas, mi superhéroe personal: Supergato.

La nostalgia y el agradecimiento que me invaden me dejan sin aliento. Creo que el apoyo que Artemis me dio desde que éramos solo un par de niños ha sido una parte crucial de mi vida. Y siento la necesidad de devolverle algo de eso. Le doy otro abrazo a Apolo y beso su mejilla.

—Eres un chico increíble, ¿de acuerdo?

Él asiente. Me levanto y vuelvo al estudio. Artemis no me mira cuando entro y cierro la puerta detrás de mí. Recojo una silla a un lado del estudio y la pongo frente a él, sentándome de forma que estamos frente a frente. Él tiene sus manos sobre su cara y pongo las mías sobre ellas, bajándolas. Su rostro aún porta ese semblante herido y me sorprende lo atractivo que se ve a pesar de eso.

—Claudia, te dije que...

—Chist —le interrumpo.

—¿Qué estás haciendo?

Mi mente viaja a todas esas veces que él hizo esto mismo por mí.

—Creando un espacio.

Sus ojos se abren ligeramente.

—Este es tu espacio, Artemis.

Él no dice nada, así que continúo.

—Si quieres que me quede callada y solo sostenga tu mano, lo haré. Si quieres contármelo todo, también puedes hacerlo. Pero estoy aquí para ti, como tú lo has estado tantas veces para mí. Deja de creer que tienes que lidiar con todo tú solo, que todo el peso está sobre tus hombros. Yo —aprieto sus manos entre las mías— estoy aquí.

Él deja salir una larga respiración como si algo muy pesado estuviera sobre él.

—Yo... nunca he sentido que tengo derecho a esto —sus ojos sobre nuestras manos entrelazadas—, a sentirme mal, a decir lo que siento. No me preguntes la razón, no la sé. Tal vez, callar es el camino más fácil cuando no quieres lastimar a las personas que te importan.

—No es el mejor camino cuando esas personas te hacen daño a ti.

—Sí lo es, y tú lo sabes —me dice con una sonrisa triste—. Ella es mi madre, Claudia. Quisiera decir que la odio porque sé que no es una buena persona, pero no puedo. Incluso después de decirle todas esas cosas en la cocina, aunque sé que son ciertas, me siento mal por herirla con mis palabras porque la quiero mucho.

—Y eso está bien, Artemis, tienes un alma muy noble y no hay nada de malo en eso, pero no puedes guardarte todo siempre, no es saludable para ti. Recuerda que este es tu espacio, puedes decirme lo que quieras y no lo mencionaré de nuevo, haremos como que nunca pasó, ¿qué sientes, Artemis?

Y es como si esa pregunta lo quebrara, rajara la superficie de ese lugar en el que guarda todas las cosas. Sus ojos se enrojecen y él respira profundamente.

—Estoy tan cansado, Claudia. —Sus labios tiemblan—. Ha sido muy difícil, estudiar cinco años algo que no me interesaba, levantarme para ir a clase, sacar buenas notas, y luego asumir semejante responsabilidad en la empresa. —Hace una pausa, sus manos apretando las mías—. No sabes lo difícil que es levantarme cada día y tener que trabajar en algo que jamás quise. ¡Me siento tan frustrado! Y luego me siento mal por sentirme así porque mi padre me necesitaba y no quiero arrepentirme de las decisiones que tomé por él, porque es mi padre y también lo quiero.

—Yo entiendo que los quieras, pero ¿qué hay de ti? Tu amor por ellos no puede estar por encima de ti.

—Lo hago inconscientemente, las personas que quiero son mi prioridad.

—Si no puedes hacer de ti mismo tu prioridad entonces serás la mía. Tu bienestar es lo más importante para mí. Ya no más, Artemis. Tu padre ya te ha liberado de muchas cosas de la empresa, solo forma a la persona que estará al mando cuando te vayas y serás libre —le digo con una sonrisa—. Podrás hacer lo que te dé la real gana y yo estaré ahí para ver que es así, ¿de acuerdo?

Artemis suelta mis manos para acariciar mi mejilla, sus ojos se encuentran con los míos. Él se acerca lentamente y me besa con delicadeza. Es un beso lento pero lleno de tanta emoción que mi corazón se desboca y aprieto las manos sobre mi regazo. Su ligera barba roza mi piel mientras sus labios rozan los míos con suavidad. Cuando nos separamos, él descansa su frente sobre la mía y abro los ojos lentamente para ahogarme en la intensidad de los suyos. Su voz es un susurro.

—Para mí, siempre has sido tú. —Sus palabras calientan mi corazón—. Te amo, Claudia.

Y ahí en su espacio, Artemis Hidalgo me corta la respiración.