XXXI
«¿Estás coqueteando conmigo, Artemis?»
ARTEMIS
Claudia no me respondió. Ella no me dijo que también me amaba cuando yo lo dije y no me di cuenta de lo mucho que esperaba que lo dijera y de lo mucho que me importaba eso hasta que no lo dijo. Con increíble exactitud, recuerdo cómo su pequeño rostro se estiró de la sorpresa, cómo sus labios se abrieron ligeramente, pero aun así nada salió de su boca y en ese preciso momento, Apolo tocó la puerta para decirle que su madre estaba preguntando por ella. Y de esta manera se fue, desapareciendo de mi vista después de haberle dicho que la amaba. Le doy vueltas al lapicero en mis manos, estoy en mi oficina pero mi mente sigue repitiendo esa escena en mi cabeza una y otra vez. Una parte de mí se alegra de que mis pensamientos estén enfocados en eso y no en la discusión que tuve con mi madre.
Me paso la mano por la cara, acariciando mi ligera barba y suspiro, echándole un ojo a los papeles frente a mí. ¡Tengo que dejar tantas cosas preparadas antes de irme de la empresa! Quisiera que fuera tan fácil como dejar de venir un día y ya está, pero siendo el gerente, muchas cosas están bajo mi responsabilidad y para que la empresa no se vea afectada tengo que hacerlo de manera lenta y apropiada.
Aunque esta empresa no haya sido mi elección, aun así no causaré daños a mi padre y de alguna forma, después de estar este tiempo aquí, también tengo un sentido de pertenencia y de respeto. Este lugar fue uno de los primeros que mi padre levantó con su esfuerzo, sacrificio y dedicación. Gracias a este lugar, a mis hermanos y a mí nunca nos faltó nada y pudimos vivir una vida cómoda. Así que lo respeto, y lo respetaré hasta el final. Tomo mi teléfono y presiono el botón para conectarme con mi secretario. John responde con rapidez.
—¿Señor?
—Llama al gerente de finanzas, que venga a mi oficina.
—Sí, señor, enseguida.
No puedo creer que esté llamando a Alex, con lo molesto que es y lo que me costará que se vaya de mi oficina, pero él y yo tenemos que hablar y ponernos al día con las cosas de la empresa. Unos diez minutos después, estoy pasando una hoja del montón que tengo en mis manos para leer la siguiente cuando Alex entra, ajustando su corbata roja como si estuviera muy apretada.
—Señor Hidalgo —me dice en tono burlón.
—No me llames así.
—¿Por qué? ¿Porque suena como si fueras un anciano? —Alex se sienta al otro lado del escritorio, aflojando su corbata finalmente—. ¿Para qué me has llamado?
—¿Cómo te preparas?
Alex suspira.
—Artemis.
Bajo mis papeles y pongo los codos sobre el escritorio para mirarlo.
—¿Qué pasa?
—Mira —Alex aprieta sus labios—, aprecio que me propusieras a mí ante tu padre para ascender al puesto de gerente, pero la verdad, no creo que pueda hacerlo.
—¿Por qué? ¿No es un puesto que te interese?
—No es eso, sabes mejor que nadie que es el último escalón laboral en esta empresa y sería un honor, pero yo... no sé si cumplo los requisitos para ese puesto.
Noto la indecisión en sus palabras, su inseguridad. Alex provenía de una familia de pocos recursos cuando entró en la universidad donde coincidimos, él con una beca que le obligó a mantener unas notas perfectas. Luego hizo varias pasantías donde hizo un trabajo fenomenal, sus cartas de recomendaciones no paraban de llegar. Él hizo pasantías aquí antes de convertirse en un empleo de tiempo completo y escalar hasta ser el jefe de finanzas. Ahora tiene estabilidad económica y ayuda a su familia, aún recuerdo cómo lloró de felicidad cuando pudo comprarle un auto a su madre, que toda la vida trabajó muy duro pero nunca pudo comprarse uno. Siempre lo he admirado pero creo que nunca se lo he dejado saber, creo que nadie le ha dejado saber lo inspirador que es y por eso en este momento está dudando.
—Alex —le digo seriamente—. ¿Crees que te he recomendado a mi padre porque eres mi amigo? ¿Crees que no puedo separar las relaciones personales de las laborales? ¿O que pondría en riesgo la empresa de mi padre solo porque eres mi amigo?
Alex no dice nada.
—Si te he recomendado es porque sobrepasas los requerimientos, porque no he conocido a nadie más trabajador y dedicado que tú. Porque has luchado para escalar laboralmente en esta empresa, dejando un camino impecable de trabajo bien hecho. Porque te lo mereces, Alex. Este no es un ascenso por amistad, es un ascenso bien merecido.
Sus ojos se enrojecen ligeramente, pero él me sonríe para ocultarlo con sus bromas como siempre.
—¿Estás coqueteando conmigo, Artemis?
Le devuelvo la sonrisa.
—No más dudar de ti mismo, ¿de acuerdo? Serás el jodido gerente de esta empresa. Empieza a celebrarlo.
—Sí, señor.
—Ahora, a trabajar.
Comenzamos a repasar los papeles que hay sobre mi mesa: adquisiciones, posibles proyectos, contratos, contrataciones de empresas externas, etc. Se nos va el día con todo esto, hasta el punto de que ya no estamos en el escritorio, nos hemos movido al sofá, con todo nuestro desorden de papeles en la mesita frente al mismo. Ya nos hemos quitado las corbatas y las chaquetas, nos quedamos solo con nuestras camisas blancas y pantalones negros. Un toque en la puerta nos interrumpe y le digo que pase. Es la secretaria de Alex, viéndola de frente me doy cuenta de lo joven que parece, aunque lleva puesto un traje rosado de falda que le llega a las rodillas, una camisa blanca y una chaqueta rosada. Su cabello cae ondulado alrededor de su rostro. Tiene una bolsa en la mano.
Ella se aclara la garganta.
—Di-disculpen —empieza, nerviosa—, señor —me saluda con respeto, y yo le sonrío en un intento de calmarla, he olvidado lo mucho que me teme todo el mundo.
Alex sigue revisando sus papeles sin mirarla.
—¿Qué pasa?
Las pequeñas manos de la chica aprietan la bolsa frente a ella.
—Yo... salí al almorzar, y... pensé, bueno, les he traído almuerzo —dice, lamiendo sus labios—. Cuando llamé al secretario del Sr. Hidalgo me dijo que no habían comido, así que pensé... espero no molestar.
Me enderezo en el sofá.
—¿Cómo te llamas?
—Chimmy, quiero decir Chantal, es que mis amigos me llaman... es Chantal, señor.
Es adorable, me recuerda a la novia de Ares.
—Mucho gusto, Chantal.
Alex sigue sin mirarla cuando le responde.
—Pon el almuerzo sobre la mesa, Chantal, y puedes irte.
Puedo ver la decepción en la cara de la chica.
—Sí, señor.
Le doy una mirada fría a mi mejor amigo, pero sonrío a Chantal cuando la veo poner el almuerzo sobre la mesita.
—Muchas gracias, Chantal, gracias por pensar en nosotros, es muy amable de tu parte —le digo honestamente.
La decepción que había visto antes se desvanece y su pequeño rostro se ilumina.
—De nada, señor, que lo disfruten.
Y se va. Apenas deja la puerta, le golpeo el hombro a Alex.
—¡Ah! —se queja—. ¿Qué?
—Pensé que el frío de este dúo era yo.
—¿Qué he hecho ahora?
—¿Por qué la tratas así?
Oh, la ironía, yo interrogando a Alex, preguntándole por qué es frío con una chica, creo que me estoy viendo a mí mismo reflejado en él cuando volví a la casa y traté mal a Claudia. Aún me arrepiento de eso.
—¿Así cómo? —Alex parece no darse cuenta de nada.
—Nos ha traído el almuerzo cuando no tenía que hacerlo, y ni siquiera la has mirado ni se lo has agradecido.
—Está saliendo con alguien.
—¿Ah?
Alex suspira, poniendo los papeles sobre la mesa con fuerza.
—Chimmy está saliendo con alguien.
—¿Chimmy? Pensé que solo sus amigos la llamaban así.
—Éramos amigos.
—¿Eran? Alex, no entiendo.
—O somos amigos, ya ni lo sé. Pero, no sé, desde que ella comenzó a salir con ese idiota, cada vez que la veo, me enojo.
Oh.
—Te gusta.
—No.
—Oh, estás loco por ella.
—No, Artemis, es solo que... —Él abre la bolsa del almuerzo, y saca el suyo— ella siempre ha estado enamorada de mí, desde que comenzó a trabajar como mi secretaria, muchas veces la escuché por accidente hablar con otras empleadas y se conformaba con eso, nunca le di alas ni nada por el estilo, sabes que no soy así.
Arrugo las cejas mientras escucho.
—Ella siempre estuvo ahí para mí, incluso cuando pasó lo de... —No es necesario que lo diga, lo de la infidelidad de su prometida—. Supongo que me acostumbré a ser su «todo».
—Y, ¿qué pasó?
—Ella se me declaró, la rechacé, seguimos siendo amigos, y todo estaba bien hasta que...
—Hasta que empezó a salir con alguien y dejaste de ser su «todo».
—Exacto, no es que me guste, tal vez solo soy egoísta.
—Alex.
—¿Qué?
—Creo que por primera vez me toca a mí darte consejos de amor —digo incrédulo—, ¡quién lo diría!, puedes engañarte a ti mismo, pero creo que Chimmy te gusta, de hecho creo que va más allá de eso, pero tienes miedo porque sabes que ella tiene el potencial de enamorarte, de volverte vulnerable de nuevo.
—Estás loco.
—De cualquier forma, es injusto que la trates así por tu falta de control. No seas como yo, te arrepentirás a la larga cuando recuerdes haberla tratado así y aunque te disculpes, no puedes volver atrás en el tiempo.
Alex me ojea, serio.
—Suenas como si te hubiera pasado.
Suspiro, sacando el otro almuerzo de la bolsa y destapándolo.
—¿Todo bien?
No sé si es el tono de la conversación que acabamos de tener, pero le cuento lo de Claudia.
—Eso debe doler —comenta Alex, tomando un bocado de su comida—, pero mírale el lado positivo, por lo menos ella fue honesta, Artemis. Es muy fácil mentir y decir «te amo» sin sentirlo solo por no incomodar a la otra persona, ella no hizo eso.
—Pensé que ella y yo sentíamos lo mismo.
—Oh, vamos, después de todo lo que ustedes dos han pasado, no dudes de sus sentimientos solo porque no te dijo que también te amaba. Todos somos diferentes, nuestros sentimientos se desarrollan a un paso propio, inigualable. Ya llegará el momento en el que ella lo sienta y te lo diga.
—Eso espero. —Hago una pausa—. Bueno, almorcemos y sigamos trabajando.
El silencio y el vacío me reciben al llegar a la casa y me alegro. No quiero enfrentarme a mis padres ni a Apolo y, honestamente, ver a Claudia después de la declaración de amor no correspondida no suena como la mejor opción. Sin embargo, me sorprende ver las luces apagadas de la cocina y del pasillo que lleva a su cuarto. ¿Estará en la universidad? Aflojando mi corbata, subo las escaleras hacia mi habitación. Al abrir la puerta de mi cuarto, no me recibe la oscuridad, sino una ligera iluminación de velas por todo el lugar. Frunzo las cejas cuando entro y mi pecho se aprieta al ver a Claudia sentada en mi cama.
Mi cuerpo se enciende de inmediato al verla: lleva puesto su informe de sirvienta, su cabello en trenzas a los lados de su hermosa cara. La parte de arriba de su uniforme está ligeramente abierta, permitiéndome ver la curva entre sus pechos, se ha subido la falda un poco revelando sus muslos cremosos, esos muslos que me rodearon la otra noche y que el solo recuerdo empeora el calor bajando de mi estómago a mi ya endurecido miembro. Ni siquiera la he tocado y ya siento que me voy a correr en mis pantalones como un adolescente primerizo. Trago con dificultad, cerrando la puerta con seguro detrás de mí y cuando me giro hacia ella, me sonríe con picardía.
—Bienvenido, señor.