XXXIII
«Hice algo estúpido»
CLAUDIA
Nunca he sido de sueño profundo.
Lo culpa es de todas esas noches inquietas de mi niñez, donde siempre estuve alerta por si algo pasaba. Ahora el sonido más simple puede despertarme, como la notificación de un mensaje en mi teléfono. Ignoro el primer mensaje porque estoy envuelta en los brazos de Artemis, que duerme profundamente detrás de mí. No quiero moverme, pero cuando suena una segunda vez, luego una tercera y hasta una cuarta, abro los ojos para echarle un vistazo a mi teléfono sobre la mesilla de noche. El reloj despertador de al lado marca las 3:45.
¿Quién me envía mensajes a esta hora?
Extiendo la mano con cuidado y tomo mi teléfono, veo la pantalla encendida, los mensajes en la barra de notificaciones visibles: Daniel. Arrugo las cejas al leer sus mensajes.
3:40
«Claudia, te extraño».
3:41
«Estoy borracho y no puedo dejar de pensar en ti».
«Hice algo estúpido».
3:42
«Necesito verte, por favor».
«Solo una vez».
Y el último mensaje que me hizo dejar de respirar ahí mismo:
3:44
«Estoy frente a tu casa».
«No me iré hasta verte».
¡Mierda!
Artemis se retuerce detrás de mí y bajo el teléfono enterrándolo en la almohada para que la luz no lo despierte.
«Ok, Claudia, necesitas manejar esto de la mejor forma porque puede salir mal de muchas maneras».
Dudo que exista una manera correcta, considero no salir y apagar mi teléfono, tiene que cansarse de estar afuera, pero conozco a Daniel, cuando está borracho suele quedarse dormido en cualquier lado. Además, no soy tan inhumana como para dejarlo afuera a su suerte cuando ni siquiera sé cómo llegó aquí. ¿Y si vino conduciendo su auto? De ningún modo puede irse por sí solo. ¡Arg! Sabía que liarme con él la última vez fue una mala idea, un error, yo sabía que el chico tenía sentimientos por mí, no debí aprovecharme de él así.
Con cuidado, desenredo los brazos de Artemis de mi cintura y salgo de la cama. Por un segundo lo veo ahí desnudo, los músculos de su espalda claros bajo la luz de la luna que entra por la ventana, su mano extendida hacia mi lado como si me buscara dormido.
Artemis Hidalgo.
Mi Iceberg.
No quiero que nada arruine esto, que nada lo tiña de malentendidos y sé que si lo despierto para que me ayude con lo de Daniel, no lo entenderá, se pondrá celoso y quién sabe qué hará, lo conozco, puede ser muy impulsivo, golpeó a su propio hermano cuando supo lo que pasó, no sé qué le haría a Daniel aunque sea una historia del pasado. Maldigo en un susurro cuando me doy cuenta de que el uniforme de sirvienta es lo único que tengo para ponerme. Me amarro el cabello en una cola rápida y me pongo el uniforme para salir silenciosamente de la habitación.
Bajo las escaleras con cuidado y me apresuro a la puerta de la casa en medio de la oscuridad. Desactivo la alarma al lado de la puerta antes de abrirla y dar un paso afuera. La brisa nocturna me produce escalofríos pero me aguanto, y, efectivamente, Daniel está sentado en las escaleras cortas frente a la casa, descansando su cabeza contra un pilar. Su auto está mal estacionado justo frente a la casa, la puerta abierta. Dios, ¿cómo llegó a salvo?
—Daniel —digo con firmeza.
Él levanta la cabeza y se gira para verme, puedo ver lo rojos que están sus ojos, su nariz y sus mejillas. Él está muy borracho y ha estado llorando. Eso me hace sentir muy mal, nunca fue mi intención herir a alguien hasta este punto.
—Hola, nena —me dice con una sonrisa triste.
—¿Qué estás haciendo aquí? Son casi las cuatro de la mañana, Daniel. —Bajo las escaleras para quedar frente a él, quien sigue sentado. Dudo que pueda estar de pie.
—Necesitaba verte —habla con suavidad—. Te extraño. ¿Qué fue lo que me hiciste? ¿Por qué no puedo sacarte de mi cabeza?
—Daniel...
—Nunca había sentido esto por nadie, Claudia, por nadie, por favor, dame una oportunidad.
—Daniel, desde el principio fui clara contigo, yo...
—Sí, sí, solo era follar, sin compromisos, lo sé. Pero las chicas que me han dicho eso antes, siempre han querido más, pensé... que tú también querrías más.
Meneo la cabeza.
—Solo era sexo, Daniel, siempre fue solo eso para mí.
Sus ojos se humedecen y él se lame los labios.
—Vaya mierda que es mi suerte, irme a enamorar de la única chica que cumple el trato de cero sentimientos. —Suelta una risita sarcástica.
—No puedes hacer esto, aparecer en mi casa de esta forma no está bien. Tienes que irte.
Él se pone de pie, tambaleándose hacia mí.
—Te amo, Claudia —me dice con lágrimas en los ojos.
Eso saca mi lado defensivo, hay algo con esa frase, con esas dos palabras que no se lleva bien conmigo.
—No, solo estás obsesionado conmigo porque no puedes tenerme, porque no me he enamorado como todas esas chicas que has tenido. Tú aún no sabes lo que es el amor verdadero.
—¿Y tú sí?
Me quedo callada.
—¿Estás con alguien? ¿Quién es? ¿Es mejor que yo?
—Daniel.
—¡Respóndeme! —grita en mi cara y doy un paso atrás.
—Daniel, baja la voz.
—No, dime quién es.
—Eso no es tu problema.
—Entonces, sí hay alguien.
No quiero decirle cosas que le harán aún más daño, pero se me está agotando la paciencia. Él extiende su mano hacia mi rostro, pero retrocedo de nuevo.
—Eres tan hermosa.
—Daniel, llamaré un taxi, no puedes conducir en este estado.
—¿Te estás preocupando por mí?
Busco mi teléfono móvil en los bolsillos de mi traje de sirvienta y cuando no lo encuentro las alarmas suenan en mi cabeza, lo he dejado en la habitación.
—Daniel, dime que no me enviaste más mensajes después de ese donde me dijiste estabas frente a mi casa.
Él arruga las cejas como si pensara.
—Te envié uno más y te llamé pero no contestaste.
«Dios, que no haya despertado a Artemis».
—Daniel, tienes que irte de aquí, dame tu teléfono, llamaré un taxi. —De mala gana me da su teléfono y llamo a un taxi, que llegará en quince minutos.
Le devuelvo el teléfono a Daniel y le echo un vistazo a la puerta principal de la casa, que aún está cerrada. Bien, no se ha despertado, si lo hubiera hecho ya habría salido por esa puerta endemoniado después de ver los mensajes. Daniel aprovecha mi distracción para acercarse a mí y tomarme de ambos brazos; para estar borracho aún tiene fuerza. Inclina su rostro para besarme y yo aparto la cara y lo empujo.
—¡Es que no me escuchas en absoluto! —le digo con rabia—. No quiero nada contigo, nada, Daniel, por favor, sigue con tu vida y déjame en paz.
—Solo un beso, de despedida —me suplica.
Y yo me río.
—Has perdido la cabeza, de ninguna manera.
El taxi llega y le ayudo a entrar en el mismo.
—Guardaré las llaves de tu auto, mañana puedes venir por él y que sea la última vez que haces esto, Daniel. La próxima vez, llamaré a la policía.
Él asiente antes de que cierre la puerta del taxi y lo vea desaparecer en el camino que lleva a la calle. Vuelvo al silencio de la oscuridad de la casa y subo las escaleras. Bien, no ha salido tan mal como esperaba. Pude manejarlo apropiadamente. Abro la puerta de la habitación de Artemis y lo primero que me sorprende es la luz tenue encendida en una esquina de la habitación. Mi corazón comienza a desbocarse cuando veo la cama de Artemis vacía.
Con la espalda contra la puerta cerrada detrás de mí, mis ojos se encuentran con los de Artemis y dejo de respirar. Él está sentado en un mueble a un lado de la ventana, sin camisa, solo con los pantalones sueltos de pijama, su cabello desordenado, pero con una expresión tan neutra que me da escalofríos. En sus manos puedo ver su tableta y la gira hacia mí.
Imágenes en blanco y negro de la cámara de seguridad del frente de la casa. Lo ha visto todo y lo peor es que sé que esas cámaras graban sin sonido, así que solo me vio hablando con Daniel a las cuatro de la mañana después de esos mensajes tan comprometedores. «Solo es un malentendido, Claudia, pero escoge bien tus palabras». Mi garganta se aprieta ante la mirada de sus ojos, esperando una explicación. Sus hombros y brazos están tan tensos que puedo ver los músculos en ellos con más claridad de lo normal.
—¿Vas a hablar? —me pregunta, lanzando la tableta sobre la mesita frente al sillón donde está sentado.
—No es lo que parece. —Odio decir esa frase tan común, usada por mentirosos y honestos por igual—. Él estaba borracho y no quería que manejara a su casa en ese estado.
—¿Te lo has follado?
—¿Qué tiene que ver eso con...
—¿Te lo has follado? —Él se pone de pie—. Creo que sí, te leo su último mensaje: «Aún puedo recordar cómo se siente al estar dentro de ti». —La rabia en su expresión corporal se intensifica.
—Mi pasada vida sexual no tiene nada que ver contigo.
—Sí tiene mucho que ver cuando mi novia se escabulle en medio de la noche para encontrarse con un chico que se ha follado. ¿Te has seguido viendo con él?
—No, de ninguna manera, fue algo que pasó antes de que tú y yo empezáramos algo.
—No quiero que vuelvas a verlo y quiero que lo bloquees en tu teléfono.
Eso me hace alzar una ceja.
—¿Y quién eres tú para decirme qué tengo que hacer?
—¿Quieres seguir viéndote con él?
—No, pero la única que decide qué hacer con las personas en mi vida soy yo.
Eso lo hace enojar aún más, él sabe que no puede controlarme, siempre he sido independiente y siempre lo seré.
—Escucha, lo siento, no manejé de la mejor manera la situación esta noche, pero sabía que te enojarías y quería evitarte la molestia. Solo quería enviarlo a casa a salvo.
Artemis me da la espalda y se pasa la mano por la cabeza y no sé qué carajos está mal conmigo pero verlo enojado y celoso me está calentando. La forma en la que aprieta sus músculos, la molestia en sus ojos, la tensión en su mandíbula y cuello. Quiero que use esa rabia para follarme con todo. Meneo la cabeza, reaccionando. Haber tenido sexo con él me ha afectado. Sin embargo, me acerco a él, que aún está de espaldas a mí y envuelvo mis brazos alrededor de su cintura, presionando mi mejilla contra su espalda. Puedo escuchar lo fuerte que late su corazón y como él deja salir una larga respiración de frustración.
—¿Sabes lo cerca que estuve de salir y molerlo a golpes? —me confiesa, y eso ya lo sabía—. Me contuve, sé cuánto odias la violencia. Aun viéndote hablar con otro hombre frente a la casa, pensé en ti, es que estoy enamorado hasta los huesos.
Beso su espalda, mis manos bajando por su firme abdomen hasta escabullirse dentro de los pantalones de su pijama. Artemis se tensa por la sorpresa.
—He sido una chica mala —susurro contra su espalda—. ¿Por qué no desahogas tu rabia follándome? —Muevo mi mano arriba y abajo, y él suspira.
—Si crees que el sexo resolverá esto... —Él se gira hacia mí, sacando mis manos de sus pantalones pero el deseo en sus ojos es claro— tienes toda la razón.
Y me besa con desesperación, estrujando mi cuerpo contra el suyo con pasión. Me obliga a retroceder hasta que mi espalda choca con la mesa, donde tiene un montón de papeles, me levanta de los muslos y me sube sobre la misma.
Él se mete en medio de mis piernas, una mano agarrándome de la cintura mientras la otra desgarra mi ropa interior. Sus labios se mueven con agresividad, casi con rabia sobre los míos y me encanta, todo en este hombre me encanta. Nos besamos como locos, deslizo mis dedos en el borde sus pantalones de pijama y tiro de ellos, bajándolos de un tirón. Lo siento por completo rozando contra mi entrepierna y ahogo un gemido y aún ni siquiera ha hecho nada. Él para de besarme, sus ojos buscando los míos, sus labios rojos por nuestros besos.
—Te amo —me dice y vuelve a besarme antes de que pueda decir algo, y de una estocada está dentro de mí.
Ahí mismo, contra esa mesa, nos reconciliamos con una sesión de sexo, usando su rabia para desatar nuestros lados más salvajes y más pervertidos. Y aunque no haya respondido esa pregunta antes, yo sí sé lo que es el amor de verdad, lo he tenido a mi lado toda mi vida.