XXXIV

«Ya nos conocemos, ¿no es así, Claudia?»

CLAUDIA

«Te amo».

Dos simples palabras, ¿por qué no puedo decirlas? ¿Por qué se atragantan en mi garganta cada vez que intento pronunciarlas? ¿Qué es lo que me detiene? Indago en mi mente, en mi corazón, buscando una razón, algo lógico que le dé sentido a eso. ¿Acaso no lo amo? No, no es eso, Artemis ha sido el amor de mi vida, siempre ha ocupado un lugar en mi corazón, aunque me negara a admitirlo todos esos años, entonces ¿qué es?

Te amo, por favor, perdonarme, Martha, estaba borracho, no volveré a hacerlo, lo prometo por nuestro amor, te amo.

Las palabras de mi padre después de pegarle a mi madre cuando era niña siempre iban acompañadas de incesantes «Te amo». A mi corta edad, con el paso del tiempo y el regreso de los golpes aprendí que esos «Te amo» eran puras mentiras. No herimos a quien amamos. Cuando huimos de mi padre y terminamos en la calle, en casas rodantes abandonadas, en lugares desolados, mi madre conocía algún que otro tipo que le prometía un mundo mejor o cosas a cambio de que ella trabajara en las esquinas y le diera un porcentaje. Ahí escuché de nuevo esa frase: «Te amo, Martha». Otra vez, puras mentiras. Esa frase parecía ser una herramienta que la gente usaba para justificar, manipular y mantener a la persona ahí, lista para el siguiente golpe.

Tal vez en mi subconsciente esa frase aún tiene un sabor amargo para mí. Aunque sean solo palabras, parecen desatar una sensación desagradable en mí cuando quiero decirlas. Lo cual es muy contradictorio porque cuando él lo dice, cuando Artemis me mira con esos ojos de color café llenos de sentimientos y me dice que me ama, solo puedo sentir un calor en mi pecho muy agradable.

¿Acaso creo que estoy jodida y no puedo pronunciar un «Te amo» honesto como él? ¿Un «Te amo» sin pensamientos negativos del pasado, un «Te amo» puro? No quiero decir las palabras solo por decirlas. Supongo que necesito tiempo.

—¿Claudia? —Kelly, la otra pasante en la empresa me llama—. ¿Me estás escuchando?

—Claro, claro. —Ella arruga las cejas pero lo deja pasar.

—Te estaba diciendo que a André le encantó tu propuesta de marketing para el próximo proyecto.

—¿De verdad? —le digo, sosteniendo mi pecho. André es la mano derecha de la Sra. Marks, mi jefa. Pasé varias noches investigando el mercado y pensando en la estrategia perfecta para promocionar un nuevo conjunto de apartamentos que la compañía comenzará a construir en los próximos meses.

—Sí, estoy celosa, seguro que lo escogerán en la junta de esta tarde. Nos dejarán entrar para escuchar y aprender.

—Tengo que prepararme —le digo, poniéndome de pie para ir al baño y retocarme un poco. Si escogen mi propuesta seguro que me preguntarán cosas, así que tengo que estar lo más presentable posible y tengo una ojeras tremendas. Pero valieron la pena si logro que me escojan, sería el primer proyecto bajo mi responsabilidad. Me miro en el espejo y me doy ánimos.

—¡Tú puedes! —El trabajo duro sí da resultados.

Salgo del baño y me detengo en seco cuando lo veo. Me tienes que estar jodiendo: Alex. El hombre que casi besé aquella noche en el bar de Artemis y que desapareció antes de que pudiera pasar algo. Él viste un traje azul claro y no lleva identificación de la empresa como todos los demás, lo que quiere decir solo una cosa: es el jefe de alguna área aquí. Esto es demasiada casualidad. Me giro para volverme a meter en el baño cuando la voz de André, la mano derecha de la Sra. Marks, lo arruina todo.

—¡Claudia! —Aprieto mis labios y contra todo mi ser me giro hacia él, hacia Alex, quien no parece para nada sorprendido con mi presencia y me saluda con la mano. Yo le sonrío, acercándome a ellos—. El jefe de finanzas ha decidido visitarnos hoy, señor, ella es...

—Ya nos conocemos, ¿no es así, Claudia? —El tono juguetón de su voz no pasa desapercibido. André nos mira con extrañeza.

—¿De qué se conocen? —André no puede evitar preguntar y yo suspiro, incómoda.

«Bueno, verás, André, casi nos besamos pero él desapareció antes de que pasara algo».

—De por ahí —responde Alex.

—¡André! —La Sra. Marks le llama desde su oficina, así que André se disculpa y se va corriendo, dejándonos solos. Antes de que esto pueda ser incómodo, abro la boca para dejarle las cosas claras, pero él me gana.

—No estés tan tensa, Artemis es mi mejor amigo.

Ok, eso no me lo esperaba.

—¿Qué?

Él me sonríe.

—Esa noche en el bar, cuando me di cuenta de que eras la chica de la que mi mejor amigo ha estado enganchado toda la vida, desaparecí y lo llamé para que fuera a buscarte.

Me quedo en silencio, asimilando esto. Con razón... Artemis llegó de la nada, ahora todo tiene sentido.

—Debo decir que me alegro de que tu amiga nos interrumpiera y me dijera tu nombre. No creo que Artemis pudiera perdonarme si me hubiera liado contigo.

Vaya, que el mundo es pequeño y le encanta ponerme en situaciones extrañas. Aunque, bueno, siendo el bar de Artemis no es tan descabellado que su mejor amigo esté ahí.

—Empecemos de nuevo. Mucho gusto, Claudia, soy Alex.

—Mucho gusto —le sonrío, pero mi sonrisa se desvanece de inmediato al darme cuenta de algo.

Si Alex sabe que trabajo aquí y él es el mejor amigo de Artemis... ¿Acaso Artemis lo sabe? Espero de todo corazón que no.

—¿Pasa algo? Te has puesto pálida.

—¿Artemis sabe que trabajo aquí?

Alex parece sorprendido por la pregunta durante un segundo, pero la culpabilidad en sus ojos me da la respuesta.

—Él no va a intervenir de ninguna forma —me asegura con una sonrisa simple—, lo prometió.

Ese pequeño mentiroso, lo ha sabido todo este tiempo y se ha hecho el loco. Ay, Artemis Hidalgo.

—Bueno, te dejo trabajar. Un placer conocerte, Claudia. —Él se despide con la mano y yo dejo salir un largo suspiro.

—¡Excelente propuesta, André! —exclama la Sra. Marks después de que André explicara mi idea. Me lamo los labios nerviosa porque sé que pronto dirá mi nombre. Todos la aplauden y yo me quedo mirándolo a la expectativa. André no dice nada y se pone de pie.

—Gracias, gracias, fue una idea que se me ocurrió de la nada.

Mi boca se abre y mi corazón cae al suelo. Él está hablando como si la idea fuera toda suya, obteniendo el crédito, como si yo no me hubiera desvelado todas esas noches, o no hubiera hecho todo el trabajo.

—Guao, me has impresionado esta vez, André —agrega la Sra. Marks, y a mí se me olvida cómo respirar, es que no me lo puedo creer. Kelly se tensa a mi lado. La reunión finaliza y la gente comienza a levantarse para irse. No me esperaba esto en absoluto. La incredulidad me deja paralizada unos segundos, pero reaccionó antes de que todos dejen la sala y me pongo de pie.

—Disculpen, tengo algo que decir. —Todos se detienen sorprendidos de que la nueva pasante tenga voz, después de todo solo nos dejaron entrar a observar—. Esa idea...

—Claudia —me corta André—, solo han estado como observadoras, por favor, absténganse de emitir opiniones. 

—No es una opinión, yo...

Kelly toma mi mano y la aprieta con fuerza para susurrarme.

—No lo hagas, si te enfrentas a él delante de todos te puede echar.

Me muerdo la lengua porque sé que tiene razón. André es la mano derecha de la Sra. Marks y yo solo soy una pasante recién llegada. Cuando ven que no digo nada, todos desalojan el lugar. André me dedica una sonrisa cuando pasa por mi lado al irse.

—¡Aprovechado de mierda! —Golpeo mi frente contra el escritorio—. ¿Cómo pudo hacer eso? ¿Cómo pudo usar mi idea como si nada? Es que ni siquiera lo dudó. 

—Lo sé —admite Kelly—. Supongo que así funcionan las cosas aquí, los altos cargos se aprovechan de los nuevos para escalar aún más y quedar bien con todos. 

—Así no es como debería ser. 

—Dímelo a mí. André robó mi idea sobre la campaña del centro comercial que construirán el año que viene y la presentó como suya la semana pasada. —Kelly toma un sorbo de café—. No me enteré hasta que me asignaron unas copias y vi mi idea ahí, preparándola. Me dolió más que nada en el mundo, así que sé cómo te sientes.

—¿No hay nada que podamos hacer?

—¿Quejarnos? ¿A la jefa? André es su favorito.

—Ella tiene que tener un jefe, ¿no?

—Ella es jefa de departamento, su jefe directo es el gerente. —Ella bufa—. Como si pudiéramos hablar con el gerente de la empresa.

Artemis. Me muerdo el labio inferior pensando, pero sacudo la cabeza. Intentaré resolverlo por mí misma primero, así que me pongo de pie y me dirijo a la oficina de André. Toco la puerta y entro después de escuchar «Pase». André está sentado detrás de su escritorio, una expresión de molestia cruza su rostro cuando me ve.

—¿Sí?

—¿Por qué te has adueñado de mi idea? Es injusto y...

—Eres una pasante, Claudia, entre tus deberes no está desarrollar campañas completas para la empresa, decidí tomar tu idea y desarrollarla, deberías tomarlo como un cumplido.

—Es mi idea.

—Nadie está diciendo lo contrario.

—Entonces ¿por qué no lo dijiste en la reunión?

Él suspira, se pone de pie y mete las manos en los bolsillos de sus pantalones.

—¿Qué querías? ¿Aumentar tu ego? Si yo no hubiera presentado tu idea, se habría quedado en tu escritorio tragando polvo, porque, como dije, no está en tus deberes presentar proyectos. Nadie la habría visto.

La rabia circula por mis venas porque, sin importar cómo lo adorne, lo que ha hecho está mal.

—Quiero que le digas la verdad a la Sra. Marks y me dejen desarrollar a mí el proyecto.

Él bufa y se ríe.

—¿Y si no lo hago?

—Se lo diré yo misma.

—Ok, hazlo. —Se encoge de hombros—. La palabra de una nueva pasante contra la mía, que llevo años en esta empresa. Vamos, corre a decírselo, pero eso sí, me aseguraré de que cuando terminen tus pasantías no te contraten.

—Eres un idiota —le digo antes de salir de su oficina y caminar directo a la de la Sra. Marks, quien me recibe con el teléfono en su oído y me hace esperar unos minutos antes de atenderme. Cuando se desocupa, le cuento todo y ella me sonríe.

—Oh, Claudia, no tenía ni idea —me dice—, lamentablemente, aunque haya sido idea tuya, André tiene razón. Como pasante no puedo darte la responsabilidad de un proyecto de esa magnitud, él es el que tiene la experiencia para desarrollar una idea así. Me aseguraré de que recibas reconocimiento en la próxima reunión por la idea, ¿de acuerdo?

—Yo...

—Estoy un poco ocupada, así que regresa a tu puesto.

Eso no termina como esperaba pero, por lo menos, no me he quedado callada.

Cuando llega la hora de almorzar, Kelly saca su bolsa de almuerzo y cuando la abre, el olor de tocino y carne llega a mi nariz. No puedo evitar hacer una mueca de asco cuando ella no me ve, nunca he sido sensible a los olores de esta forma. Me cubro la boca con disimulo y me levanto de la silla, rodeando mi escritorio para ir al baño. Tengo ganas de vomitar.

—¿Clau? —la escucho llamarme desde atrás.

—Baño —murmuro antes de desaparecer por el pasillo y entrar en el baño. Me apresuro en uno de los cubículos y me inclino para vomitar el desayuno rápido que he tomado esta mañana. Qué desagradable. Me giro para descansar mi espalda contra el cubículo, respirando agitadamente. ¿Qué es lo que me está pasando? Esta semana he vomitado unas dos o tres veces, ya me estoy asustando. Aunque cuando tiene que venirme la menstruación, mi estómago se altera un poco y a veces me siento mal, nunca he vomitado por eso.

Y no puedo estar embarazada, estoy tomando la píldora desde hace seis meses para controlar mis hormonas, de ninguna forma le habría permitido a Artemis terminar dentro de mí si no tomara la píldora, no soy idiota.

Entonces ¿qué me pasa?

¿Será el estrés del nuevo trabajo? Tal vez mi cuerpo me está pasando factura por todos estos años de trabajo y estudio simultáneo. Salgo del baño un poco mareada y para mi desgracia me encuentro con André de frente. Lo menos que quiero es verlo en este momento.

—Oh, Claudia, estás pálida, ¿te encuentras bien?

—Sí, no te preocupes. —Paso por su lado para volver al escritorio que comparto con Kelly, pero al verla devorar su comida y sentir nuevamente las náuseas, paso de largo.

—Voy a tomar un poco de aire —digo y Kelly me mira extrañada.

Cruzo los pasillos y paso la recepción de la empresa hasta que doy un paso afuera del edificio. El aire fresco golpea mi rostro haciéndome sentir mejor al instante. Tal vez sea el ambiente pesado del trabajo, de la oficina. Busco una banqueta y me siento. Estiro mis brazos y me recuesto, levantando la mirada para intentar ver el final del alto edificio que ocupa la compañía Hidalgo.

«Allá arriba debes de estar, Artemis, ocupado, con tu traje perfecto y esa pose helada que portas que le hace creer al mundo que no eres cálido, que no tienes un corazón gigantesco».

Mis ojos están allá arriba hasta que una sombra me cubre y bajo la mirada para ver a alguien de pie frente a mí, con las manos en los bolsillos de los pantalones.

Artemis. El señor gerente de esta empresa gigante. Mi corazón se acelera, una sonrisa instantánea se forma en mis labios. A pesar de lo mal que me siento, él me hace sentir segura con mucha facilidad. Sin embargo, él no me sonríe, su rostro está serio y la preocupación nubla el color café de sus ojos.

—¿Te encuentras bien? —Su voz me da tanta paz.

—Sí, solo necesito un poco de aire.

—Estás muy pálida. —Extiende la mano y acaricia mi mejilla con gentileza y a mí se me olvida por un segundo dónde estamos—. Estás helada, ¿quieres que te lleve a casa?

Tomo su mano entre las mías, separándola de mi rostro.

—Estaré bien.

—Claudia.

—Artemis —le digo juguetona, pero él no me sigue el juego, está preocupado—, que estoy bien, además, me faltan unas horas para terminar mi horario.

—No te preocupes por eso, no tienes que trabajar así, te...

—Artemis, estoy bien.

Tuerce los labios y se sienta a mi lado, nuestras manos entrelazadas. Recuerdo que estamos frente a la empresa y las separo. Él alza una ceja.

—¿Te molesta que te vean conmigo?

—No. —Sacudo la cabeza—. Pero este es mi lugar de trabajo y creo que si nos ven juntos sería un problema, ¿has oído hablar del acoso laboral?

Él se señala a sí mismo.

—¿Me estás acusando de algo?

—Solo bromeo, igual no es bueno que nos vean juntos —le digo honestamente—. Cuando estemos fuera del trabajo, es otra historia.

—Deja de seducirme, Claudia. Me he acercado inocentemente para asegurarme de que estés bien y me sales con esto.

—¿Tú? ¿Inocente?

Él entorna los ojos.

—Lo soy. —Él se reclina hacia atrás a mi lado—. Era un solitario iceberg hasta que llegó una chica fuego y me derritió un poco, llevándose mi inocencia.

Me río y golpeo su hombro ligeramente.

—Extrañaba tus momentos dramáticos.

La nostalgia me golpea, recordando todas esas veces que Artemis se inventaba unas frases dramáticas mientras crecíamos para quedar como la víctima. Me lo quedo mirando como una tonta. Ahí, a plena luz del día, puedo ver cada detalle de su rostro, de su ligera barba, la pequeña arruga que se forma entre sus cejas cuando me atrapa mirándolo.

—¿Qué?

—Nada.

Me doy cuenta de que el momento en el que pueda decirle lo que siento llegará solo y que no nos afecta en nada el que yo no lo haya dicho aún. Él y yo somos más que dos palabras, esto que nos une es más resistente y fuerte de lo que cualquiera podría pensar.

A pesar de lo que ha pasado esta mañana con André, la Sra. Marks y el malestar que siento, estoy tan contenta ahora mismo, en este preciso instante, con el hombre que solía llamar Supergato de niña porque me protegería de todo mal... Me gustaría quedarme así todo el día. Sin embargo, la vida tiene una manera jodida de complicar las cosas porque justo después de eso, después de levantarme, me mareo y me desmayo, y acabo en el hospital.