XXXV
«¡Cómo me has preocupado!»
CLAUDIA
Luz muy blanca...
Eso es lo primero que veo al despertar, mis ojos parpadean incómodos al intentar acostumbrarme a la intensidad de esa luz, que pasa de ser borrosa a una vista clara de una lámpara blanca en un techo que no reconozco. ¿Qué pasó? ¿Dónde estoy? Una ola de mareo me recorre al tratar de organizar mis pensamientos. Recuerdo que estaba en la empresa, la reunión, André robándome la idea, luego Alex, vomité y salí a tomar aire fresco y me encontré con Artemis. Luego me puse de pie y... ¿Y? Oscuridad, ¿me desmayé? Toso un poco y echo un vistazo a un lado. Estoy acostada en una camilla de hospital, una vía intravenosa en mi brazo izquierdo.
—¿Claudia? —La voz de Gin viene del lado contrario que estoy mirando, así que giro la cabeza hacia su voz—. Oh, Dios, te has despertado.
Ella se levanta de un sofá que está a un lado de la habitación, la preocupación contrae su pequeño rostro.
—¡Cómo me has preocupado!
Camina hacia mí y toma mi mano.
—¿Cómo te sientes?
Mojo mis labios resecos para hablar.
—Estoy bien.
—Ah no, por favor, no me vengas con esa mierda de que estás bien, que no pasa nada. Por eso has terminado en el hospital de esta forma.
—Gin...
—No, Gin nada, debo avisar al doctor que has despertado y más te vale seguir todas sus recomendaciones para que te mejores.
Gin parece leer la pregunta en mis ojos: ¿y Artemis?
—Artemis ha ido a por comida, el doctor recomendó darte algo saludable de comer cuando despertaras.
—¿Está bien? —pregunto porque lo conozco, Artemis nunca ha sido bueno en los hospitales o manejando situaciones en las que he estado enferma. Él se preocupa demasiado.
—¿En serio te estás preocupando por él? —Gin alza una ceja—. ¿Quién es la que está en una camilla de hospital ahora?
—Solo sé que se preocupa excesivamente.
—Y con razón, que te has desmayado en sus brazos, mujer, ¿qué esperas?
Hago una mueca al mover el brazo izquierdo, la intravenosa me arde un poco.
—Por favor, dime que no han llamado a mi madre, no quiero preocuparla.
Gin bufa.
—Es que te preocupas por todo el mundo. —Suspira—. Tranquila, no hemos avisado a tu madre, sabemos que le puede causar una crisis de nervios.
—¿Qué me ha pasado? ¿Qué ha dicho el médico?
—Pues no mucho, te han mandado hacer un montón de pruebas de sangre, pero él sospecha que es anemia, alguna deficiencia nutricional o algo así, ha dicho, ¿es que no estás comiendo?
—Por supuesto que estoy comiendo, he tenido un par de semanas estresantes, eso es todo.
—Claudia, puedes mentirme a mí todo lo que quieras, pero al doctor tienes que decirle la verdad; si no estás comiendo a las horas o si te estás saltando comidas o si comes cualquier cosa para ahorrar tiempo en tu día a día, debes decírselo.
No le digo nada y ella va a buscar al médico. El Dr. Brooks es un señor bastante mayor, con cabello blanco, cejas gruesas del mismo color y una sonrisa muy al estilo de médico que quiere tranquilizarte.
—Hola, Claudia, soy el Dr. Brooks, ¿cómo te sientes?
—Un poco débil y confundida —confieso.
—Tengo los resultados de tus exámenes. —Él revisa los papeles sobre un tablero que tiene en las manos—. Lo siento, tengo que preguntar por cuestiones legales de privacidad, ¿estás de acuerdo con que te informe de los resultados y tu diagnóstico delante de tu amiga?
—Sí.
Gin se para a mi lado y toma mi mano, lo agradezco porque el miedo ha comenzado a fluir en mis venas, ¿y si es algo serio?, ¿y si estoy realmente enferma?
—De acuerdo. —El doctor ojea sus papeles—. Bueno, Claudia, al parecer yo tenía razón, tu hierro está muy bajo e indica un cuadro de anemia. No es nada del otro mundo, se puede tratar una vez que encontremos lo que la ha causado. —Un suspiro de alivio deja mis labios—. Y lo hemos encontrado.
—¿Qué lo ha causado? —En mi mente he repasado todas mis escenas comiendo apresurada, o saltándome una comida. De verdad, debí prestarle más atención a mi cuerpo. El doctor me sonríe.
—Estás embarazada.
Mi mundo se detiene por completo ahí mismo, me quedo mirando al doctor sin ser capaz de decir nada, de emitir cualquier tipo de respuesta.
—Felicidades. —El doctor habla de nuevo, como si quisiera sacarme del trance en el que estoy.
—Yo no... eso... —mis murmullos son incoherentes—, yo estoy tomando la píldora, eso es imposible.
Gin está petrificada a mi lado, el doctor suspira.
—Quisiera decirte que la píldora no falla, pero lamentablemente sí existe la posibilidad de un embarazo si te saltas una dosis o no eres constante.
Intento recordar si me he saltado alguna pastilla, estas pasadas semanas han sido un desastre.
—Yo...
Y en ese momento, Artemis abre la puerta y yo ni sé cómo respirar. Artemis se queda ahí parado, una mano en la manilla, la otra con una bolsa de comida. Se ha quitado la corbata y la chaqueta del traje, ahora solo va en camisa blanca y pantalones. Sus ojos color café buscan los míos, y él arruga las cejas al ver mi expresión que, honestamente, no tengo ni idea de cuál puede ser.
—¿Todo bien? —Artemis termina de entrar, y deja la bolsa sobre la mesita al lado del sofá. El doctor le sonríe y vuelve a mirarme como si preguntara si debe seguir hablando y yo meneo la cabeza.
—Bueno, te dejaré para que descanses —agrega el doctor—, recomendé que pasaras la noche aquí para darte algunos nutrientes por vía intravenosa y poder monitorearte. Si mañana te sientes mejor, podrás irte a casa.
—Muchas gracias, doctor.
Artemis se acerca y se inclina sobre mí, besando mi frente.
—No tienes idea de lo mucho que me asusté —susurra antes de separarse. Y yo aún estoy sin palabras.
No puedo estar embarazada. Yo he tenido cuidado, siempre he sido muy responsable, siempre he tenido claro lo que quiero para mi vida, cuándo lo quiero. Un embarazo no planeado no es algo que pudiera imaginarme, nunca se me habría cruzado por la mente. No sé qué siento, ni qué pienso, ni qué hacer. Me he quedado congelada. No sé por qué siento ganas de llorar, mis emociones son un desastre en este momento.
—¿Claudia? —La voz preocupada de Artemis a mi lado me hace levantar la mirada y verlo ahí, tan apuesto, con su ligera barba alrededor de su definida línea de la mandíbula y sus ojos preciosos que son tan cálidos cuando me mira.
Gin sale en mi rescate.
—Está un poco atontada desde que se ha despertado. —Miente porque sabe que estoy asimilando todo.
—Oh. —Artemis vuelve a la mesita para sacar la comida, organizando las cajas.
Gin y yo nos miramos y ella me mueve su boca para decirme algo sin producir sonido alguno.
«¿Pero qué ha pasado, Clau?», puedo leerle sus labios.
«Yo he tenido cuidado», le respondo.
Artemis vuelve a nosotras y yo le sonrío encontrando mi voz.
—Gracias. —Él pone frente a mí una caja de arroz blanco con un pollo que se ve jugoso. Todo va bien hasta que veo los pedazos de tocino a un lado.
Oh no, no, tocino. Aprieto los labios antes de cubrir mi boca con la mano, meneando la cabeza. Gin parece entender y aparta la caja de mi vista lo más rápido que puede. Artemis me mira confundido.
—Estoy muy sensible a los olores —explico, cuando ya no siento náuseas—, es por el...
—La anemia —termina Gin por mí—, el doctor nos ha dicho que Claudia tiene anemia.
Gin le explica lo que dijo el doctor sin decirle lo del embarazo, obviamente sé que debo decírselo, pero necesito asimilarlo primero, necesito mi tiempo para poder contárselo, es que aún no me lo creo. Al caer la noche, Gin se despide después de darme un abrazo con fuerza asegurándome que todo irá bien. Yo ya me he acostado de lado en mi camilla, Artemis está sentado en el sofá a unos pasos de mí.
—Descansa. —Su voz es tan suave en el silencio de la habitación—. Te cuidaré toda la noche.
—Estoy bien.
—Claro —murmura—, tan bien que has terminado en el hospital.
No digo nada y solo lo observo, él está sentado, inclinado hacia delante con los codos sobre sus rodillas, las manos unidas frente a él, siempre apuesto. Y entonces pasa... me lo imagino con un bebé, cargando un niño o una niña y se me aprieta el corazón porque es una vista preciosa en mi mente.
«Vas a ser papá, Artemis».
¿Cómo puedo decirlo cuando no sé cómo va a reaccionar? No es algo que planeamos, acabamos de empezar nuestra relación, no somos adolescentes pero aún somos jóvenes, él tiene sus responsabilidades, yo las mías, ¿y si su reacción no es la que espero? Me aterra que reaccione de mala manera o que me culpe de algún modo, los dos tuvimos sexo pero yo le dejé terminar dentro con la seguridad de que estaba todo controlado, él confió en mí de alguna forma, ah, ya no sé ni qué pienso, mi cabeza es un desastre.
—¿Qué piensas? —La curiosidad en sus ojos es obvia.
—Muchas cosas —suspiro—, gracias por estar aquí.
—No tienes que agradecerme nada; Supergato siempre será tu héroe personal. —Me guiña el ojo y eso me hace sonreír.
—Últimamente has estado supercursi —bromeo—, ya no quedan rastros de Iceberg.
—Es lo que pasa cuando te acercas mucho al fuego, supongo —me responde, juguetón.
—Artemis...
—¿Sí?
Aprieto los labios y los relajo, escogiendo mis palabras, sin saber si es el momento o no, pero me doy cuenta de que nunca será el momento perfecto, que tengo que decírselo ya.
—Hay algo que debo decirte. —La seriedad en mi voz hace que se tense. Separa las manos.
—¿Qué pasa?
—Yo... eh —lamo mis labios—, estoy embarazada.