XXXVI

«No juegues con algo así, Claudia»

ARTEMIS

¿Qué?

Esa palabra monosílaba da vueltas en mi cabeza sin parar mientras sonrío porque lo primero que se me ocurre pensar es que Claudia está bromeando.

—Muy gracioso, no voy a caer —le respondo, sacudiendo la cabeza—, pensaste que caería como aquella vez que te operaron de apendicitis y me dijiste que te habían recetado comer cantidades obscenas de helado. Recuerdo que te di helado todos los días durante una semana antes de darme cuenta de tu mentira.

Ella sonríe ligeramente ante el recuerdo, pero su rostro no expresa esa alegría en absoluto. Se lame los labios, se pone un mechón de cabello detrás de la oreja y baja la mirada a su regazo, donde ha entrelazado sus manos.

—No, no hagas eso —le digo, riendo un poco—, tu actuación es increíble.

—Artemis... —Su voz es apenas un susurro.

—No juegues con algo así, Claudia.

Ella levanta la vista para mirarme directamente a los ojos, la seriedad de los suyos ahoga cualquier duda de broma. Mi sonrisa se esfuma lentamente, mi pecho se aprieta.

—No estoy jugando. —Su voz es seca, defensiva.

Abro la boca para decir algo, pero la cierro sin saber qué decir. Mi mente vuelve a ese monosílabo, a esa rueda interminable de incredulidad, de sorpresa, porque esto no lo vi venir en absoluto. Quiero hablar, quiero tranquilizar su expresión llena de expectativa y de miedo, pero no sé qué decir.

«Ella está embarazada...».

Sé que es una posibilidad porque tuvimos sexo sin protección, no soy idiota, pero pensé que ella estaba tomando la píldora. Claudia siempre ha sido tan meticulosa y cuidadosa en cada cosa que hace que un embarazo no planeado no parece propio de ella y me toma completamente desprevenido.

«Di algo, Artemis».

Claudia muerde su labio superior y lo libera lentamente; la tensión en sus hombros, en su lenguaje corporal, es muy obvia.

—Lo siento —me dice con una sonrisa triste—, debí saltarme una dosis de la píldora o qué sé yo, esto es mi culpa, tú confiaste en mí, no tienes...

—Para.

Ella me mira extrañada.

—Solo deja de hablar, porque sé que no me va a gustar lo que vas a decir, porque te conozco y sé lo que estás pensando.

Ella se queda callada, sus ojos me observan con cautela. Me pongo de pie, lentamente paso mi mano por la parte de atrás de mi cuello.

—Ambos somos adultos que sabemos lo que hacemos. Incluso si estás tomando la píldora, sabemos que existe un riesgo de embarazo al tener sexo sin protección. No hay culpas aquí.

De nuevo, ella no dice nada y aparta la mirada. Es la primera vez que la veo tan decaída, tan vulnerable.

«Tiene miedo», esta situación probablemente sea tan inesperada para ella como lo es para mí. Mis ojos bajan a su estómago y de pronto, mi pecho se calienta, cualquier sensación de sorpresa está siendo reemplazada por calidez.

«Claudia está embarazada, mi hijo o hija está creciendo dentro de ella, voy a ser papá». ¿Yo? ¿Ser el padre de alguien? Pero si soy un desastre. Apenas he restaurado la relación con mi propio padre después de años. Tener un bebé no estaba en mis planes cercanos, pero si es con ella, a quien siempre he amado solo puede ser algo bueno porque para mí, siempre ha sido ella.

—Claudia.

Ella me mira y le brindo una sonrisa honesta.

—Todo va a ir bien —le prometo acercándome a ella, la calidez en mi pecho extendiéndose, las emociones agitadas y descontroladas al asimilar esta noticia por completo—. Sé que no es algo que hayamos planeado, pero... mentiría si no dijera lo mucho que me alegra saber que voy a ser papá. —Tomo su rostro entre mis manos—. Para mí siempre has sido y siempre serás tú, Claudia.

Sus ojos se llenan de lágrimas, aunque ella lucha contra ellas porque sé que no le gusta llorar, siempre luchando por mantener esa fortaleza que la caracteriza. Pero tiene que entender que está bien ser vulnerable, que está bien estar asustada.

—Yo... —su voz se rompe—, tenía tantos planes, quería superarme, quería ser alguien antes de tener un bebé —me confiesa—, porque... jamás quiero que un niño pase por lo que yo tuve que pasar.

Eso me parte el corazón.

—Y no va a pasar por eso, Claudia, no estás sola. —Ella cierra los ojos, dos gruesas lágrimas ruedan por sus mejillas—. Eh, mírame. —Abre sus ojos enrojecidos—. No estás sola, estoy aquí, a tu lado, como siempre.

—Tengo mucho miedo, Artemis. —Sus labios tiemblan al llorar mientras lo dice—. Yo no me esperaba algo así, es un bebé, es una vida, alguien que puedo arruinar si no lo hago bien... y dar a luz es algo que siempre me ha aterrado y...

—Eh, eh —la calmo—, paso a paso, ¿ok? Una cosa detrás de otra —le digo, limpiando sus lágrimas con mis pulgares—. Estoy aquí y todo va a ir bien. Voy a cuidar de ti y de nuestro bebé, Claudia, ¿confías en mí?

Ella asiente.

—Entonces confía en mí cuando te digo que todo va a ir bien y que estaré en cada etapa del camino porque te amo como nunca pensé que podía amar a alguien y estoy seguro de que amaré a este bebé aún más.

—¿Y si lo hacemos mal? ¿Y si no somos buenos padres? —Ella está expresando todos sus miedos y es agradable saber que puede abrirse conmigo de esta forma—. ¿Y si algo sale mal? Yo, que tengo tantos traumas, tantos miedos, ¿cómo puedo ser responsable de otro ser humano? Yo, que ni siquiera puedo decir «te amo» sin que se me revuelva el estómago al recordar todos esos hombres que se lo dijeron a mi madre.

Me inclino y la beso con suavidad, probando las lágrimas saladas sobre sus labios. Al separarme, le sonrío.

—Yo puedo decirlo por los dos, te amo, Claudia. —La miro a los ojos—. Y sé que tú también me amas, tonta.

Una ligera sonrisa curva sus labios entre sus lágrimas.

—Más tonto serás tú.

Le devuelvo la sonrisa y beso su frente antes de envolver mis brazos a su alrededor, ella entierra su cara en mi pecho.

—Todo va a ir bien, Claudia —le prometo de nuevo porque sin importar cuántas veces lo diga sé lo mucho que ella lo necesita.

—Aún no puedo creerlo —susurra contra mi pecho.

—Yo tampoco —admito.

—Prométeme que no vamos a cagarla, que independientemente de lo que pase con nuestra relación, este bebé siempre será nuestra prioridad. Prométeme que su bienestar estará por encima de todo.

Entiendo su preocupación, ambos tenemos malas experiencias respecto a la paternidad, ella con su padre abusivo, que las dejó en la calle y yo con mi madre, que no paraba de engañar a mi padre, y con mi padre, que nunca tuvo el valor de dejarla a pesar de todo. Descanso mi mentón sobre su cabeza.

—Tú eres tú y yo soy yo, Claudia. Nosotros no somos nuestros padres.

Ella suspira y yo sigo.

—Pensemos en los errores de nuestros padres como un ejemplo de lo que no debemos hacer. No digo que vayamos a ser perfectos, pero seremos la mejor versión de nosotros mismos por este bebé.

—Supongo que te derretí tanto que accidentalmente creamos un mini Iceberg.

La ocurrencia me hace sonreír, bien, por fin, está gastando una broma.

—O una mini Fuego.

Nos separamos y ella limpia sus lágrimas, dejando salir una gran bocanada de aire.

—Te odio.

Alzo una ceja.

—¿Por qué?

Ella golpea mi brazo ligeramente.

—Por supuesto que tenías que embarazarme.

—¿Disculpa? No te vi quejándote cuando pasó, bueno, por lo menos no quejándote de mala manera.

Ella se deja caer hacia atrás en la cama, su mirada en el techo y yo me siento a su lado en la camilla.

—Descansa, mañana será otro día.

—Mañana seguiré estando embarazada.

—Lo sé.

Ella gira su cara para verme, su mano buscando la mía.

—No estoy sola.

—No estás sola —le repito, y levanto su mano para besarle la parte de atrás—. Descansa.

Ella cierra los ojos y me quedo cuidándola hasta que su pecho sube y baja en un ritmo constante indicándome que se ha dormido. Beso su mano de nuevo y salgo de la habitación, masajeando mi cuello. Para mi sorpresa, en la distancia del pasillo del hospital puedo ver a Apolo revisando los números en las puertas de otras habitaciones, probablemente buscando la de Claudia. ¿Cómo se ha enterado? Cuando me ve se apresura hacia mí, la preocupación clara en su rostro y mi cerebro aún está un poco desorientado.

—¡Artemis! —me llama—. ¿Cómo está? ¿Qué ha pasado?

—Vas a ser tío.

Las palabras dejan mi boca sin ningún tipo de filtro o control, pero ¿qué me ha pasado? ¿Qué mierdas me ha pasado? Claudia va a matarme. Apolo se congela y abre la boca de la sorpresa.

—¿Qué?

Me aclaro la garganta, pero no puedo decir nada más. El pequeño rostro de Apolo se ilumina.

—¿Voy a ser tío? —La sonrisa que se extiende en sus labios es genuina—. ¿No me estás jodiendo, verdad? No, tú no eres de gastar bromas. —Se agarra el rostro, sorprendido—. ¿De verdad?

—Ah, mierda. —Me paso los dedos por el cabello—. Si Claudia te pregunta yo no te he dicho nada.

—No puedo creerlo, felicidades, Artemis. —Él me envuelve en un abrazo, su emoción es contagiosa, cuando nos separamos, su sonrisa crece aún más—. Honestamente pensé que Ares sería el primero en hacerme tío.

Arrugo las cejas.

—Oh, vamos, ambos sabemos cuánto sexo ha tenido ese salvaje —agrega antes de ojear la puerta de la habitación—. ¿Cómo está ella?

—Sorprendida y un poco asustada. Y no la culpo, no era algo planeado.

—Las mejores cosas no son planeadas.

—Concuerdo con eso en este caso, pero tú apenas vas a terminar el instituto, así que nada de embarazos no planeados para ti por ahora.

—Como si yo tuviera sexo —murmura; no le creo nada—, en fin, ¿puedo verla?

—Está descansando, ha sido un día complicado.

—Me lo imagino. —Apolo se agarra la cabeza—. Es que no me lo creo, voy a ser tío, apuesto a que seré el tío favorito.

—Tengo unas llamadas perdidas de la casa, ¿llamaste tú?

—No, fue el abuelo, está muy preocupado, le llamaré para decirle que está bien.

—Apolo, no le puedes decir a nadie que Claudia está embarazada, debo consultarlo con ella para ver cómo quiere dar la noticia, te lo dije a ti por accidente.

—Muchos accidentes últimamente, ¿no? —bromea y yo le lanzo una mirada asesina—. Ah, ¿muy pronto para bromas?

No le digo nada y vuelvo a la habitación para cuidar a Claudia mientras duerme. Nunca he sentido un miedo tan puro, tan profundo, como el que sentí cuando se desmayó en mis brazos frente a la empresa. Así que no me despegaré de ella en un tiempo y ahora que sé que está embarazada, mi sentido de protección se ha duplicado.

—Artemis, estás exagerando.

Claudia cruza los brazos sobre su pecho, negándose a que la sostenga para ayudarla a caminar cuando baja del auto al llegar a la casa del hospital. El sol mañanero se posa sobre su desordenado cabello rojo, resaltando las pequeñas pecas sobre sus pómulos.

—Puedo caminar perfectamente —me informa al pasar por mi lado y yo suspiro, cerrando la puerta del coche para seguirla.

Al entrar en la casa, su madre y el abuelo la reciben con un abrazo. Ella les asegura que está bien. Sin embargo, mis ojos recaen sobre mi padre, que está de pie en el pasillo que lleva al estudio. Apolo está a su lado, sus expresiones son serias y preocupantes.

¿Qué pasa?

—Claudia —la saluda papá—, me alegra mucho de que estés bien, nos diste un buen susto.

Ella le sonríe.

—Soy más fuerte de lo que parezco.

Y, de pronto, veo a alguien inesperado bajar por las escaleras de la casa. Su cabello negro está más largo desde la última vez que lo vi. Me alegra verlo, pero ¿qué está haciendo aquí? Y entonces recuerdo que este fin de semana es festivo porque es 4 de Julio, y me doy cuenta de que ha pasado un año desde que volví a casa, desde que volví a ella. Mi hermano nos sonríe y se apresura a abrazar a Claudia.

Ares.

—Sé que te emocionaba saber que venía pero desmayarte es un poco exagerado, ¿no te parece? —le dice Ares, juguetón.

—Idiota. —Claudia le golpea el hombro antes de volverlo a abrazar—. No ha pasado mucho tiempo, pero me has hecho mucha falta.

Cuando se separan, Ares viene hacia a mí y yo alzo una ceja.

—No voy a abrazarte.

Él pone la mano sobre su pecho.

—Siempre tan frío.

—No ha sido mucho tiempo, Ares, no. —Me abraza igualmente y yo hago una mueca.

—Deja ya ese semblante frío —me dice al oído—, tú y Claudia, ¿eh? Finalmente, te tomó bastante tiempo, idiota.

Apolo no puede guardarse nada, ya le ha contado lo mío con Claudia, solo espero que no le haya contado lo del bebé porque, definitivamente, lo mataré, después de que Claudia me mate a mí. Me separo de él.

—Ares y Artemis, los necesitamos en el estudio un momento. —La voz de papá me recuerda la inquietud que tuve al ver sus expresiones cuando entré. Busco la mirada de Ares y él parece tan perdido como yo. Papá se gira y se adentra en el pasillo. Apolo me sonríe antes de seguirlo. Claudia arruga las cejas, mirándome. Y yo me encojo de hombros porque no tengo ni idea de qué pasa, así que me limito a dirigirme al pasillo.

Ares y yo entramos en el estudio cerrando la puerta detrás de nosotros. Me confundo aún más al ver a mamá sentada en uno de los sofás. Tiene los ojos hinchados y rojos, pero sin lágrimas, es como si las hubiera llorado todas. Apolo y papá se sientan al otro lado de ella y Ares y yo compartimos una mirada antes de sentarnos en el sofá a un lado.

—¿Qué pasa? —pregunto, buscando respuestas en los rostros de mi familia.

—Los hemos reunido aquí, aprovechando que Ares está de visita, para que los tres escuchen esto. Pensábamos hacerlo anoche cuando él llegó, pero Artemis pasó la noche en el hospital... así que... —comienza a decir papá—, bueno, su madre y yo hemos tomado la decisión de separarnos.

¿Qué?

—Ya hemos comenzado los trámites de divorcio. —Mi madre habla por primera vez—. Después del 4 de Julio, me iré a vivir a la casa vacacional que compré hace tiempo, la que está al lado de donde pasa tu río favorito, Apolo. —Ella le sonríe y los ojos de Apolo se enrojecen, Ares tiene las manos tan empuñadas en su regazo que sus nudillos están blancos.

Y este sentimiento doloroso me toma por sorpresa. Pensé que sentiría alivio; esto es lo que siempre quisimos, que se separaran porque ya se habían hecho mucho daño, pero ahora que está pasando, mi pecho arde y puedo ver el dolor disimulado en las expresiones de mis hermanos. Independientemente de sus errores, son nuestros padres, siempre juntos, supongo que como sus hijos siempre tuvimos la oculta esperanza de que se arreglaran, de que siguieran juntos, con nosotros. Nuestros padres esperan que alguno de nosotros diga algo, pero cuando ven que eso no pasa, mamá aprieta los labios recobrando fuerza.

—Sé que... he cometido muchos errores —sus ojos caen sobre mí—, que les hice mucho daño con mi egoísmo y no tengo excusa ni espero que me entiendan. Solo quiero que sepan que siempre los he amado y siempre los amaré, y que las puertas de mi casa estarán abiertas para ustedes, que... —su voz se rompe— ustedes siempre serán mis hijos y yo siempre seré su madre.

Ares bufa, tiene los ojos rojos.

—¿Ahora quiere ser nuestra madre?

Apolo baja la mirada, las lágrimas resbalan por sus mejillas y caen en su mentón.

—Ares... —le digo para calmarlo.

—No. —Él sacude la cabeza—. Después de años de toda esta mierda es cuando te das cuenta de esto —le dice, pero puedo sentir el dolor en su voz porque eso es lo que él hace, enmascarar sus emociones con palabras crudas. Los ojos ya rojos de mamá se llenan de lágrimas.

—No llores —le exige Ares—, no tienes derecho a llorar, no tienes... —Su voz se ahoga con las emociones que quiere reprimir—. ¿Por qué mierda te tomó tanto tiempo? Si te hubieras dado cuenta de todo esto antes, si...

—No podemos vivir de los «Si hubiera», Ares —le digo, haciendo que enfoque su atención en mí—, errores cometidos, personas que salieron heridas... todo eso es algo que ya pasó, no podemos cambiar el pasado.

Mi voz es más fría de lo que espero, supongo que eso es lo que yo hago, enmascarar mis sentimientos con frialdad. Una sonrisa triste se dibuja en mis labios porque Ares y yo somos más parecidos de lo que esperaba.

—Está bien, Artemis —dice mamá limpiando sus lágrimas—. Él tiene todo el derecho de desahogarse. Ares, hijo, puedes insultarme, decirme lo que quieras, lo merezco.

Ares no dice nada y oculta su cara con ambas manos. Mi padre vuelve a hablar.

—Podrán visitarla cuando ustedes quieran y ella podrá venir a verlos aquí cuando ella quiera también. Su madre y yo esperamos mantener una relación civilizada a pesar de que tomemos caminos diferentes.

—Entendemos —digo por mis hermanos que no pueden ni hablar—, me parece bien que estén manejando esto de una manera tan madura y poco problemática.

Mamá se pone de pie.

—Debo comenzar a empaquetar mis cosas. —Mi pecho se aprieta, pero me esfuerzo por sonreírle—. Lo siento mucho, hijos, de verdad, ojalá encuentren algún día en su corazón la fuerza para perdonarme.

Ella sale del estudio y todos nos quedamos ahí, sin decir nada. Ares, frustrado, masajea su cara; Apolo intenta detener sus lágrimas y papá solo nos dedica una sonrisa triste.

—Supongo que yo también les debo una disculpa, no todo es culpa de su madre, yo decidí seguir con ella a pesar de todo. Soy tan culpable por todo como ella por no separarme cuando debí.

—Está bien, papá —le tranquilizo.

Ares se pone de pie y sale del estudio sin decir una palabra. Papá se sienta al lado de Apolo para consolarlo y yo necesito salir de aquí. Salgo del estudio y subo las escaleras a mi habitación, sintiendo las miradas de las personas en la sala sobre mí, pero no los miro. Dentro de mi cuarto, me siento en la cama, me paso la mano por la cara, por el pelo, la imagen de la cara enrojecida de mamá me atormenta. Alguien abre la puerta y Claudia entra, sus ojos preocupados evaluándome mientras cierra la puerta detrás de ella. Yo relajo mis hombros, rindiéndome porque con ella no hay necesidad de enmascarar nada. Ella se acerca lentamente y se detiene frente a mí.

—¿Estás bien? —La tomo de las caderas y la abrazo, apoyando mi cara contra sobre su estómago. Su olor me calma.

—Voy a ser un buen papá —le prometo, porque lo seré—, voy a intentar lo mejor de mí, Claudia, te lo prometo.

Para que mi bebé no tenga que pasar por nada de lo que yo pasé, o de lo que su madre pasó. Claudia acaricia mi cabeza suavemente.

—Por supuesto que lo serás, Artemis.

Amar a esta mujer y dar lo mejor de mí para criar a mi bebé son mis metas ahora y siempre porque no puedo cambiar el pasado ni borrar sus heridas, pero puedo contribuir a lograr un futuro diferente para nosotros.