Capítulo final

CLAUDIA

Artemis y yo enfrentamos nuestra primera pelea en el tercer mes de embarazo.

—Claudia.

—No.

—Ni siquiera me estás escuchando —me dice y agita sus manos en el aire. Estamos en su habitación, el sol mañanero se cuela por su ventana. Estoy terminando de vestirme para ir a la empresa después de pasar la noche con él.

—Ya te escuché y la respuesta es no.

Artemis quiere que deje mis pasantías en la empresa y que me quede en casa todo el día. Estoy embarazada, pero eso no me hace menos capaz de cumplir con mi trabajo. Además, el contrato es de seis meses y ya solo me faltan dos, creo que podré manejarlo dos meses más, aún ni siquiera se me nota la barriga.

—No entiendo lo que quieres probar haciendo esto, Claudia.

—No estoy tratando de probar nada, solo quiero ser responsable, firmé un contrato de seis meses y ya solo me faltan dos.

—Un contrato en mi compañía, no tienes que terminarlo, yo puedo darlo por cumplido.

—No.

—¡Ah! —Él se da la vuelta y se pone las manos en la cabeza. Cuando se gira hacia mí, yo cruzo mis manos sobre mi pecho—. ¿Sabes cuántas personas matarían por poder quedarse en casa sin trabajar?

—Oh, lamento no ser del montón.

—Claudia... —él aprieta los labios—, eres tan terca, debí saberlo, quizá solo debí ordenar que te despidieran.

Ah, este hijo de...

—Vete a la mierda.

Me doy la vuelta para irme pero las náuseas matutinas me llegan de nuevo y con arcadas corro al baño de la habitación y me inclino sobre el inodoro para vomitar. Artemis se para en el marco de la puerta del baño con los brazos cruzados sobre el pecho. Puedo verlo por el reflejo del espejo del baño cuando me enderezo y voy al lavamanos a lavarme la boca. Le echo una mirada fría.

—Claudia...

—No —me giro hacia él—, escucha, Artemis, entiendo tu preocupación y no es que esté siendo desagradecida con lo de poder quedarme en casa, pero esta es mi vida, y mi decisión es terminar el contrato, mantener mi historial limpio y responsable. Quiero seguir con mi trabajo y punto.

Él tuerce los labios.

—¿Quieres montar tu propia empresa de publicidad? Yo podría...

—¡Dios! —Me agarro la cara—. Es como hablar con una pared.

Camino hacia él para pasar y él bloquea la puerta.

—Espera, espera, no te vayas así.

Yo tomo una respiración profunda.

—¿Tienes idea de lo idiota que estás siendo esta mañana? ¿Ordenar que me despidan? ¿En serio?

Él se pasa la mano por la cara.

—Lo siento, lo siento, no sé qué me pasa, solo quiero... es que... —Hace una pausa y da un paso hacia mí—, solo quiero que estés a salvo, si algo te pasa...

—Artemis, estoy bien —le aseguro—, ¿crees que haría algo que pusiera en riesgo a nuestro bebé?

—No es eso. —Suspira y sostiene mi rostro con las manos—. Soy idiota, lo siento.

Yo le muestro una sonrisa fingida.

—Aprecio la disculpa, pero te has quedado sin mi compañía nocturna por una semana —le digo mientras le aprieto la nariz—, disfruta de dormir solo, idiota.

Paso por su lado y salgo de ahí.

—Claudia...

Le escucho decir mi nombre, pero sigo mi camino.

Al quinto mes, ya se me nota la barriga y he terminado las pasantías en la empresa. Artemis ha dejado su puesto de gerente y se lo ha delegado a su mejor amigo, Alex. Es libre de la empresa y puede hacer lo que quiera, supervisa los negocios que él ha montado por su cuenta y le convencí para que tomara un curso de dibujo, que recuperara esa pasión. También es el mes en el que podemos ir a la consulta para saber el sexo del bebé. La Dra. Díaz estaba muy emocionada y cuando volvemos a la casa de la consulta, todos están esperándonos en la sala. El abuelo, mamá, el señor Hidalgo, Apolo y Ares en una videollamada desde la tableta en medio de la sala.

—¿Y bien? —pregunta mamá y yo me lamo los labios.

—¡Es una niña! —les digo con emoción porque sé que aunque no lo han dicho en voz alta, todos estaban cruzando los dedos para que fuera una niña.

—¡Lo sabía! —El abuelo sonríe y choca los cinco con Apolo—. ¡Una niña Hidalgo!

—¡Yuuujuuuuu! —se escucha el grito de Ares desde la tableta sobre la mesa de la sala—, Apolo, me debes veinte dólares.

—¿Apostaron? ¿En serio? —le reclamo a Apolo. Él se encoge de hombros.

—Fue idea de Ares.

Me acerco a la pantalla de la tableta para decirle:

—Idiota.

Ares me sonríe.

—Me amas y lo sabes. —Me guiña el ojo y yo volteo los míos y me enderezo.

Mamá me abraza de lado y el señor Juan se acerca a mí con las manos en los bolsillos de sus elegantes pantalones.

—Estás haciendo historia en la familia Hidalgo —me comenta—, es la primera niña en toda la familia, mis hermanos solo han tenido niños.

—Mi primera bisnieta —interviene el abuelo—. ¿Ya han comenzado a preparar su habitación?

—¿Usarán uno de los cuartos de arriba? —comienza a decir el señor Hidalgo—. Ah, pero las escaleras serán un problema, ¿no?

—No... no hemos... —Artemis y yo compartimos una mirada.

—¿Vivirán aquí, cierto? —El abuelo pregunta, la preocupación clara en su rostro—. Esta casa es inmensa, además, creo que a los abuelos —señala a mamá y al señor Juan— les gustaría estar cerca de su nieta.

—No lo hemos hablado, abuelo —le responde Artemis y yo lamo mis labios un poco incómoda. ¿Cómo es que no hemos pensado en eso?

Charlamos otro rato con todos antes de subir a la habitación de Artemis. Bostezo y estiro mis brazos en el aire antes de sentarme sobre la cama. Estoy muy cansada últimamente y eso que ya no hago nada. Terminé las pasantías y han contratado a una chica de servicio para la casa porque, por supuesto, Artemis no me dejaría hacer nada. Ya no me quejo de su sobreprotección, con lo cansada que quedo cada día sin hacer nada, no me quiero imaginar cómo sería si aún estuviera a cargo de la casa.

Artemis se desabrocha la camisa y se la quita, yo me quedo embobada mirándolo. Las hormonas me han vuelto insaciable últimamente. Él se inclina, me da un beso suave y acaricia mi rostro con gentileza. Lo agarro del cuello y tiro de él hasta que queda sobre mí en la cama.

—¿Otra vez? —murmura contra mis labios.

—¿Te estás quejando?

—En absoluto.

Para el noveno mes ya no puedo ni caminar mucho sin que se me hinchen los tobillos y me quedo sin aire haciendo las actividades más básicas. Sin mencionar mi espalda y lo difícil que es encontrar una posición para dormir. Artemis y yo hemos decidido quedarnos a vivir en la casa Hidalgo por lo menos durante el primer año de nuestra hija. Queremos que el abuelo, el señor Juan y mamá disfruten de ella todo lo que puedan. Luego ya veremos si nos quedamos o nos vamos. No hemos sabido nada de la señora Sofía y no me sorprende, probablemente no quiere saber nada de mí y de mi bebé y eso está bien. No quiero a alguien con tanta mala vibra cerca de mi hija.

Artemis está mucho más tranquilo ahora que ya no está en la empresa Hidalgo y que solo tiene que estar pendiente de sus negocios de vez en cuando. Está disfrutando con el dibujo como nunca desde que comenzó ese curso hace meses. A pesar de que no ha pasado mucho tiempo, sus dibujos cada vez son mejores y muy artísticos, supongo que cuando se nace con el talento, no importa cuánto tiempo pase.

Ya hemos preparado el cuarto de nuestra hija con mucho cariño. Estamos en las vacaciones de primavera, así que todos están en casa. Gin y Alex han venido hoy a ayudar con los últimos detalles del cuarto. Apolo y Ares están en la sala armando un mueble que vino con instrucciones complicadas. Puedo escucharlos desde aquí en el cuarto peleando sobre qué hacer. Gin está colgando el nombre de mi hija al lado de la cuna con la ayuda de un estresado Alex.

—¡Más a la derecha! ¡Está torcido! —le reclama Alex.

—Eso mismo me decías anoche —le replica Gin.

—¡Gin! —Le dirijo una mirada de reproche.

—Bromeo, además, Alex no es un santo —se defiende ella. Alex y Gin viven para discutir bromeando, pero se han hecho buenos amigos gracias a Artemis y a mí. Supongo que siendo nuestros mejores amigos no les quedó otra opción.

—Alex —le llamo—, ¿qué ha pasado con Chimmy?

—¿Chimmy? —pregunta Gin—. Oh, la secretaria, ¿no?

—No ha pasado nada, ¿por qué habría de pasar algo? —Alex intenta sonar extrañado.

Artemis tose en su mano.

—Cobarde.

—Te he oído y ya no eres mi jefe, así que puedo golpearte.

—Disculpe, Sr. Gerente de la empresa Hidalgo —bromeo.

—No le apoyes, Claudia, necesito a alguien en mi equipo.

Yo me pongo de pie usando los brazos de la silla como impulso. Sin embargo, cuando me enderezo siento un líquido caliente bajar por mi entrepierna y caer al suelo. Todos se me quedan mirando con cara de sorpresa.

—Oh —es todo lo que puedo decir—, creo que he roto aguas.

Y todo se vuelve un caos, Artemis no para de preguntarme si estoy bien una y otra vez. Gin y Alex caminan de un lado a otro. Sostengo mi barriga con una mano y con la otra uso a Artemis de apoyo para salir de la habitación y bajar las escaleras. Ares y Apolo levantan sus miradas, y Gin, como histérica que es, les grita:

—¡El bebé! ¡Ya viene!

Más caos. Mamá, el abuelo y el señor Juan salen de la cocina, donde han estado preparando la carne para hacer un asado de primavera. Todos quieren hablarme y calmarme a la vez cuando los que están como locos son ellos.

—Estoy bien —les repito una y otra vez.

El camino al hospital es mucho más rápido de lo que espero y, al llegar, me registran en el papeleo y me sientan en una silla de ruedas, aunque puedo caminar. Quisiera decir que todo el proceso de dar a luz fue maravilloso, pero la verdad es que duele demasiado. Pensé que me importaría tener un montón de doctores viéndome ahí, pero el pudor es en lo último que piensas en esa situación, solo quieres acabar con el dolor y traer a tu hijo al mundo, lo demás es irrelevante. Artemis sostiene mi mano en todo momento y está tan pálido que cualquiera pensaría que el que está dando a luz es él.

—Vamos, Claudia, vamos, otro empujón —me anima la Dra. Díaz. Yo me esfuerzo en pujar sin respirar—. Aguanta, aguanta, eso, bien, bien.

Con mis últimas fuerzas, lo doy todo para que la bebé salga esta vez. Me quedo sin fuerzas, sin aire, hasta me mareo un poco, pero todo eso no importa cuando escucho el llanto de mi hija. La Dra. Díaz la limpia un poco antes de ponerla en mis brazos y no puedo contener las lágrimas. Nunca he amado a alguien de esta forma tan instantánea, tan profunda. Artemis se inclina sobre nosotros, sus ojos enrojecidos y acaricia la pequeña cabeza del bebé con cuidado como si fuera algo tan preciado que le da miedo tocarla.

—Hola, hola, mi amor —le susurro entre sollozos—, bienvenida al mundo, Hera Hidalgo.

Artemis besa su frente antes de darme un beso corto. Al separarse, me mira a los ojos, su mirada refleja tanta emoción, tanto amor, que por primera vez puedo decirlo sin dudarlo.

—Te amo, Artemis.

Ya no tengo miedo, esa frase que he escuchado de sus labios todos estos meses, que le he escuchado susurrar a mi barriga ya no está relacionada con esos malos hombres que engañaban a mamá. Ahora todo lo que pienso cuando la escucho es en el cálido chico con el que crecí, y en esta hermosa bebé en mis brazos. Artemis me sonríe.

—Lo sé, preciosa. —No lo dice de una forma arrogante, sino como que él lo ha sabido todo este tiempo, como si no necesitara que lo dijera porque sabía lo difícil que era para mí—. Yo también te amo, Claudia.

Al tercer día nos dan el alta y Hera es el centro de atención de la casa Hidalgo. Todos se pelean por quién la carga, quién le cambia el pañal y quién la duerme. Creo que ser la primera niña Hidalgo es todo un acontecimiento. Lo bueno es que nos ayudan mucho y así Artemis y yo podemos descansar de vez en cuando. Hera es una bebé preciosa, tiene un poco de cabello de color café sobre su pequeña cabeza. Las facciones de su rostro son adorables y sus ojos por ahora son azules, aunque me han dicho que el color de los ojos de los bebés cambia con el tiempo.

No esperaba que los tuviera de ese color, supongo que es algo que heredó de otras generaciones. Según mamá, mi padre tenía los ojos azules, al igual que la madre de Artemis y también Ares. Por supuesto, Ares no ha perdido la oportunidad de molestar a Artemis con eso de que él es el verdadero padre.

—Lo siento, hermano —le dice Ares a Artemis dramáticamente—, traté de resistirme pero Claudia tiene una determinación, ella...

Artemis le abofetea la parte de atrás de la cabeza.

—Un poco de respeto, Ares.

Ares nos muestra una gran sonrisa.

—Siempre tan serio. —Ares sacude la cabeza antes de inclinarse sobre la cuna para cargar a Hera—. Hola de nuevo, preciosa, ¿quién va a ser una rompecorazones como su tío?, ¿quién?

Apolo voltea los ojos.

—¿Rompecorazones como su tío?, ¿en serio? ¿No se te ocurre decirle que será inteligente o qué sé yo?

Artemis suspira y se sienta a mi lado en la cama. Yo aún estoy un poco dolorida.

—¿Necesitas algo? —Sacudo la cabeza y nos sentamos a observar a todos pelearse por cargar a Hera.

4 de julio

Por primera vez en meses, Artemis y yo estamos solos.

Hera se quedó en casa con sus abuelos, quienes estaban más que contentos con cuidarla. Creo que es el primer 4 de Julio que pasamos él y yo juntos así, solos, desde aquel que pasamos cuando éramos adolescentes, cuando tuve que rechazarlo por culpa de su madre. Hemos venido a una playa preciosa y solitaria a unas horas de casa. Estamos sentados en la arena, la luna preciosa en el oscuro cielo se refleja sobre el mar. Hay un malecón a un lado que se adentra en la playa y donde se ven algunas personas. El viento mueve mi cabello hacia atrás. Le echo un vistazo al hombre a mi lado.

—Es precioso esto —le digo honestamente. Reposo mi cabeza de lado sobre su hombro y me doy cuenta de que está temblando. Me enderezo—. ¿Tienes frío?

Artemis menea la cabeza.

—No.

Yo arrugo las cejas.

—Estás temblando.

Él no me mira y señala el malecón. De pronto, unos fuegos artificiales comienzan a salir de allí, volando sobre el mar hasta explotar en miles de colores. Abro mi boca de la sorpresa porque es absolutamente impresionante. Me pongo de pie para acercarme más a la orilla y disfrutar del espectáculo. Por supuesto que Artemis prepararía algo como esto. Noto que me sigue.

—Es precioso —le digo al girarme para verlo—. Me encanta, es... —Dejo de hablar al verlo inclinado con una rodilla en la arena frente a mí. Me cubro la boca sorprendida porque esto no me lo esperaba para nada.

—Claudia —comienza—, no soy bueno con las palabras, pero hoy bajo estos fuegos artificiales haré mi mayor esfuerzo. Crecí contigo, fuiste mi amiga, mi apoyo y mi primer amor.

El recuerdo de él sacándome la lengua cuando se peleaba conmigo de niño viene a mi mente.

—Superamos muchas cosas juntos —continúa él.

Recuerdo todas las veces que me ayudó cuando caminaba sonámbula y con mi miedo a la oscuridad, las veces que limpié las heridas de sus nudillos cuando se metía en peleas, cómo me defendía cuando se metían conmigo en la escuela. La tranquilidad de sus ojos color café mientras me decía «Estoy creando un espacio para ti».

—Nuestro camino no fue fácil y los obstáculos fueron muchos, pero hemos estado juntos durante algo más de un año y hemos recibido a nuestra preciosa Hera —dice él emocionado—. Y no tengo duda de que eres la persona con la que quiero pasar el resto de mi vida, la mujer con la que quiero formar un hogar. Para mí, siempre has sido tú.

Gruesas lágrimas ruedan por mis mejillas.

—Así que este Iceberg, Supergato y hombre enamorado hasta los huesos, te hace una pregunta hoy, 4 de Julio: ¿Te casarías conmigo?

Él levanta la mano con la cajita del anillo. Yo bajo la mano de mi boca y sonrío a través de las lágrimas.

—Sí, por supuesto que sí.

Me inclino sobre él y lo abrazo. Los fuegos artificiales siguen resonando en el cielo nocturno, iluminándonos. Cuando me separo, él desliza el anillo en mi dedo y me besa. Es un beso lleno de emoción, de amor, de promesas. Él se detiene y descansa su frente sobre la mía. Sus ojos indagan en los míos.

—¿No me rechazarás esta vez, eh? —bromea.

Yo acaricio su rostro, rozando su ligera barba y lo beso con todas las ganas como respuesta.