III

«¡Sorpresa!»

ARTEMIS

—Vamos, sonríe un poco —me ruega Cristina y me lanza una de sus miradas de reproche.

No le respondo, mis ojos están fijos en el camino que tengo delante, mientras conduzco a través de esta carretera que conozco tan bien. Volver a casa no me emociona en absoluto, ese lugar está lleno de muchos recuerdos amargos que preferiría olvidar. Cristina, por su parte, está radiante de alegría. Le encantan este tipo de eventos.

—¿Por qué estás tan serio? —Su pregunta se queda en el aire, no tengo ánimos de explicarle nada y ella al parecer lo nota—. Odio cuando te pones en modo silencio extremo, es irritante.

Después de eso me deja en paz y repasa su maquillaje, aunque no lo necesita. Se ve hermosa con su vestido rojo que se ajusta a sus curvas perfectamente; su cabello rojo está suelto, con ondas en las puntas. Estoy seguro de que mi madre la adorará, tiene clase y viene de una familia de prestigio, eso es todo lo que mi madre siempre ha querido para mí. Mi teléfono vibra en mi bolsillo y me pongo el bluetooth en el oído, encendiéndolo para contestar.

—Dime.

—Señor. —La voz de David, mi mano derecha, resuena al otro lado de la línea—. Lamento molestarlo hoy, sé que...

—Al grano, David.

—Sí, señor. —Hay una pausa—. Tenemos un problema, el departamento de maquinarias reportó un accidente con uno de los buldóceres.

La corporación Hidalgo es una de las constructoras más grandes del país, con sedes en diferentes estados, yo manejo la sede principal y tenemos muchos proyectos en proceso. Los buldóceres son una de las máquinas más costosas para el desplazamiento de tierras. Así que suspiro antes de murmurar:

—Esto tiene que ser bueno, ¿qué pasó?

—En la obra del nuevo canal, al parecer, hubo un declive durante el trabajo y el buldócer cayó en el canal. Las grúas ya lo han sacado, pero no funciona.

—Mierda. —Cristina me mira preocupada—. ¿El operador de la máquina está bien?

—Sí, señor. —Eso me alivia—. ¿Adónde quiere que mandemos la máquina? ¿A sus fabricantes o a nuestro taller?

—A nuestro taller, confío en nuestros mecánicos, mantenme informado. —Cuelgo después de escuchar su afirmación. Puedo sentir los ojos de Cristina sobre mí.

—¿Todo bien?

—Sí, problema de maquinarias.

Estaciono el auto y me quito el cinturón de seguridad.

—No puedo negar que estoy nerviosa —admite ella y suelta una risa nerviosa.

Me bajo del auto y paso por delante para abrirle la puerta a Cristina. Ella sale, toma mi mano y nos dirigimos a la puerta principal.

Mi casa...

Aunque no he vivido aquí en los últimos cinco años, solo he venido de visita, la sensación de familiaridad me invade y a mi mente llegan un par de ojos negros que me molestan cada vez que los recuerdo.

—No se escucha nada, dijiste que habría una fiesta —murmura Cristina, y acerca su oído a la puerta.

—La hay, pero mi madre espera que sea una sorpresa. —Tomo el pomo de la puerta—. Actúa como si estuvieras sorprendida.

—¡Sorpresa! —Todos gritan al unísono cuando abro la puerta. Me esfuerzo por sonreír con amabilidad, solo he visto a estas personas un par de veces en las reuniones o fiestas de mi madre. Al fin, me encuentro con mis padres. Las arrugas en el rosto de papá se han acentuado, las ojeras bajo sus ojos son evidentes. El estrés y la vida han pasado factura. Mi madre me sonríe abiertamente, papá solo estrecha mi mano y Apolo, mi hermano menor, me saluda con un abrazo corto. Yo meto las manos en los bolsillos de mis pantalones y les presento a Cristina.

—Esta es mi novia, Cristina.

—Mucho gusto. —Cristina pone su mejor sonrisa al estrechar la mano de mis padres y de Apolo—. Es una casa preciosa.

—Muchas gracias. —Mamá la ojea y se muestra complacida con lo que ve.

Mamá comienza a hacerle un montón de preguntas a Cristina y mis ojos merodean por la sala hasta encontrarse con esos ojos negros: Claudia. Aprieto las manos dentro de los bolsillos de los pantalones. Me sorprende lo bonita que se ve y me deja sin aire unos segundos. Estos años le han sentado de maravilla, de eso no cabe duda. Me siento victorioso al verla apartar la mirada primero, ¿no puedes mirarme, eh?

El resto de la velada transcurre en un borrón, hablo con los amigos de mi madre, asiento a sus historias aburridas e intervengo de vez en cuando. Inevitablemente, mis ojos buscan de vez en cuando a una pelirroja diferente de la que tengo a mi lado. Claudia está sirviendo y atendiendo a los invitados, pero cada vez que me acerco a un grupo de gente donde ella está, huye como si yo fuera la plaga, ¿tampoco puedes enfrentarte a mí?

Después de despedir a todos los invitados, mis padres, Cristina y yo nos sentamos en la sala.

—Eres una mujer muy interesante, Cristina, estoy complacida... —La voz de mi madre sigue lanzándole cumplidos mientras yo tomo un sorbo de whisky.

Los ojos de mi madre brillan al hablar con ella. Es obvio que cumple las expectativas que tiene para mí. Mi padre comenta que está cansado y se retira.

—Es hora de dormir. —Mamá se gira hacia Cristina—. Le diré a Claudia que te prepare una habitación de huéspedes. —Mi madre se levanta, pero yo tomo su muñeca con delicadeza.

—No es necesario, Cristina dormirá conmigo. —Veo cómo Cristina se sonroja y baja la mirada. Una sonrisa burlona llena mis labios, considerando todas las cosas que ella me ha dejado hacerle, no es nada inocente.

Una expresión de desaprobación cruza el rostro de mi madre.

—Artemis...

—Ya somos adultos, madre, no estás cuidando la castidad de nadie. —Suelto su muñeca y me levanto—. Yo iré a decirle a Claudia que suba toallas extras y algunos bocadillos a mi habitación.

Mi madre quiere protestar, pero con Cristina ahí, sé que no se atreverá. Pongo el vaso de whisky en la mesa al lado del mueble y deslizo las manos en los bolsillos de mis pantalones para caminar hacia la cocina. Cuando llego al marco de la puerta de la cocina, la veo y me detengo. Claudia está terminando de limpiar y organizar todo, está de espaldas a mí y me permito observarla con detalle por primera vez en la noche. Su cuerpo se ve mucho más maduro, sus curvas aún más pronunciadas. Ese vestido se pega a su cuerpo como una segunda piel y su flamante cabello rojo está recogido en una cola alta. Ella ya no es aquella chica de quince años a la que me declaré inocentemente; es una mujer que se vería muy bien desnuda en mi cama, una mujer a la que follaría duro. Meneo la cabeza, sacudiendo esos estúpidos pensamientos lujuriosos y me decido a hablar.

—¿Cansada?

Ella se tensa visiblemente antes de girarse hacia mí. Por un momento solo me mira con esos ojos llenos de fuego y algo más... ¿Miedo? ¿Deseo? No lo sé, el aire cambia, y una tensión que jamás he sentido antes crece entre nosotros.

Su voz es suave pero cortante.

—No.

Una parte de mí quiere preguntarle cómo está su madre, cómo le va en la universidad, pero no me importa, ella ya no es mi amiga de infancia, es solo una empleada de servicio, y quiero que eso le quede claro.

—¿No? Creo que deberías decir «No, señor». ¿O es que has olvidado cómo dirigirte a los señores de esta casa?

Su mirada se endurece y noto las ganas que tiene de decirme algo, pero no lo hace.

—No, señor. —Alarga la última palabra con rabia. Claudia siempre ha sido tan feroz e intensa como el color rojo de su cabello, no es fácil para ella doblegarse y eso solo me hace querer doblegarla.

—Trae toallas y bocadillos a mi habitación —le ordeno fríamente. Ella solo asiente y yo salgo de ahí.