CAPÍTULO

15

El Sistema a juicio:

complicidad de los mandos

El patriótico alegato final del fiscal militar, el comandante Michael Holley, en el juicio al sargento primero Ivan Frederick nos ayuda a preparar el terreno para nuestro análisis del empleo de la tortura contra «combatientes ilegales» y detenidos encarcelados en prisiones militares de Irak, Afganistán y Cuba:

Y permítame recordarle, señoría ilustrísima, que el enemigo lucha, al igual que nosotros, en el terreno de la moral, y que esto puede dar argumentos a nuestros enemigos de hoy y del mañana. Y también le ruego que piense en los enemigos que puedan entregarse en el futuro. En el plano de lo ideal, eso es lo que queremos. Queremos que ante el poder militar del ejército de los Estados Unidos se sientan tan intimidados que se acaben entregando. Pero si un prisionero, o más bien un enemigo, cree que será humillado y sometido a un trato degradante, ¿por qué va a dejar de luchar hasta su último aliento? Y en ésta su lucha, ¿no va a cobrarse vidas de soldados, unas vidas que en caso contrario se podrían salvar? Esta clase de conducta [de los policías militares acusados] tiene un gran impacto a largo plazo, un impacto que, en última instancia, repercutirá en los soldados, en nuestros soldados de tierra, mar y aire que puedan ser capturados y en el trato que reciban; y mejor será que lo deje aquí.

El fiscal continúa dejando claro que lo que está en juego en este juicio, y en los juicios de los otros «siete de Abu Ghraib», no es otra cosa que la Honra del Ejército:

Finalmente, señoría ilustrísima, la honra de nuestro ejército de los Estados Unidos es a la vez preciosa y vulnerable. De entre todos los ejércitos, nuestro ejército, el ejército de los Estados Unidos, tiene un deber sagrado derivado de su gran responsabilidad y de su poder, el poder de imponerse por la fuerza a los demás. Y lo único que nos impide imponer este poder de una forma injusta y convertirnos en una turba, en una banda de matones, es que tenemos este sentido del honor, de que hacemos lo correcto, de que seguimos las órdenes que nos dan y actuamos con honra, y esa conducta [los maltratos y torturas de la prisión de Abu Ghraib] envilece todo esto. Y también nosotros, como cualquier otro ejército, necesitamos una autoridad moral en torno a la cual unirnos.1

Mis palabras finales en el juicio de Frederick fueron espontáneas e improvisadas. Prefiguraban algunos argumentos fundamentales que se desarrollan en este capítulo y que proporcionan más amplitud a la tesis de que, en la raíz de los maltratos de Abu Ghraib, se encuentra la acción de unas fuerzas situacionales y sistémicas muy poderosas. Además, desde que se celebró el juicio (octubre de 2004), se han obtenido más pruebas que demuestran claramente la complicidad de muchos mandos militares en los maltratos y las torturas de la galería 1A de la prisión de Abu Ghraib. Mis palabras fueron éstas:

El informe Fay y el informe Taguba indican que [estos maltratos] se podrían haber evitado, que si el ejército hubiera dedicado una parte de los recursos o del interés que ha dedicado a estos juicios, Abu Ghraib no habría sucedido. Pero Abu Ghraib se trató con indiferencia. No tenía ninguna prioridad; su seguridad tenía una prioridad tan baja como la del museo arqueológico de Bagdad [cuyos tesoros fueron saqueados cuando Bagdad fue «liberado» mientras los soldados observaban con los brazos cruzados]. Eran dos asuntos [militares] de baja prioridad y ocurrió que éste acabó estallando en estas infaustas circunstancias. Creo, por lo tanto, que es el ejército quien se somete a juicio, especialmente todos los oficiales que estaban por encima del sargento Frederick y que deberían haber sabido lo que ocurría, deberían haberlo impedido, deberían haberlo detenido. Son ellos a los que habría que enjuiciar. O, si el sargento primero Frederick es responsable en cierta medida, creo que su condena, sea cual sea, debería estar atenuada por la responsabilidad de toda la cadena de mando.2

En este capítulo, nuestro camino seguirá varias direcciones distintas que nos permitirán sacar de detrás de una oscura pantalla encubridora el papel fundamental de muchos protagonistas clave del drama de Abu Ghraib: los directores y los guionistas que hicieron posible esta trágica producción. En cierto sentido, los policías militares sólo eran actores secundarios, «siete personajes en busca de autor» o de director.

Nuestra tarea es determinar cuáles fueron las presiones sistémicas externas a la situación que había en el centro de interrogación de Abu Ghraib. Debemos identificar las partes implicadas en todos los niveles de la cadena de mando responsables de crear las condiciones responsables de la implosión de la humanidad de aquellos policías militares. Al presentar la cronología de esas fuerzas entrelazadas, cambiaré mi papel y en lugar de actuar como perito para la defensa actuaré como fiscal. En calidad de tal, presento una clase nueva de maldad moderna, la maldad «administrativa», que constituye la base de la complicidad de la cadena de mando política y militar en esos maltratos y esas torturas.3 Puesto que las organizaciones públicas y privadas actúan en un marco legal y no en un marco ético, pueden provocar sufrimiento, e incluso la muerte, siguiendo una racionalidad fría para alcanzar los objetivos de una ideología, un plan general, una ecuación coste-beneficio o un balance final positivo. En esas circunstancias, sus fines siempre justifican cualquier medio eficiente.

LAS INVESTIGACIONES DE LOS MALTRATOS DE ABU GHRAIB REVELAN LOS FALLOS DEL SISTEMA

En respuesta a numerosos informes de maltratos, no sólo en Abu Ghraib, sino también en cárceles militares por todo Irak, Afganistán y Cuba, el Pentágono ha realizado por lo menos una docena de investigaciones oficiales. Al preparar la defensa del sargento primero Ivan Frederick examiné a fondo media docena de ellas. En este apartado, resumiré cronológicamente algunos de estos informes y destacaré sus conclusiones presentando citas literales de las mismas. Ello nos dará una idea de cómo evaluaron las causas de la tortura y los maltratos los oficiales de alta graduación y los funcionarios del gobierno encargados de las investigaciones. Dado que todas menos una fueron encargadas por el ejército con instrucciones expresas de centrarse en los autores de los maltratos, en la mayoría de ellas no se acusa a los mandos militares y políticos por su contribución a la creación de condiciones que alimentaron esos maltratos. La única excepción fue el informe Schlesinger, que fue encargado por el secretario de Defensa Donald Rumsfeld.

Puesto que estos informes contemplan la cadena de mando hacia abajo y no hacia arriba, su alcance es limitado y no son tan independientes como deberían. Pero nos ofrecen un punto de partida para nuestra acusación contra las cadenas de mando del ejército y de la administración, que luego complementaremos con informes de diversas organizaciones y de medios de comunicación y con testimonios de primera mano de soldados implicados en las torturas. (Se puede consultar una cronología completa de los maltratos de Abu Ghraib y de los informes de investigación en el sitio web mencionado en las notas.)4

El informe Ryder fue el primero en dar la voz de alarma

Donald Ryder, general de división y jefe de policía del ejército, preparó el primer informe (6 de noviembre de 2003) por orden del general Sánchez. Ryder fue nombrado en agosto para dirigir un equipo de evaluación a petición de la unidad de investigación criminal del ejército, que está formada por personal del Departamento de Defensa y de las cuatro ramas del ejército.

El documento examinaba todo el sistema penitenciario de Irak y recomendaba formas de mejorarlo. Al final, Ryder concluía que se habían producido graves violaciones de los derechos humanos y señalaba deficiencias en la formación y la cantidad de personal que afectaban «a todo el sistema». Su informe también planteaba interrogantes sobre los confusos límites entre los policías militares, cuya misión era la custodia de los prisioneros, y los equipos de la inteligencia militar encargados de interrogarlos. Hacía constar que el personal de la inteligencia militar intentaba que los policías militares realizaran actividades destinadas a «preparar» a los detenidos para los interrogatorios.

El conflicto entre el personal de inteligencia y la policía militar ya venía de la guerra de Afganistán, en la que la policía militar colaboraba con la inteligencia «creando unas condiciones favorables para las entrevistas», un eufemismo para referirse al hecho de quebrantar la voluntad de los prisioneros. Ryder exigía el establecimiento de procedimientos «para definir las funciones de la policía militar [...] separando claramente las actividades de los guardias y las del personal de inteligencia». Su informe debería haber puesto sobre aviso a los responsables del sistema penitenciario militar.

Según el periodista Seymour Hersh, a pesar de su valiosa contribución «Ryder rebajó su advertencia al llegar a la conclusión de que la situación aún no había alcanzado unos niveles críticos. Aunque algunos procedimientos fallaban, dijo, no había hallado “ninguna unidad de policía militar que aplicara intencionadamente prácticas de reclusión inadecuadas”». Recordemos que este informe apareció en el momento culminante de los maltratos más flagrantes llevados a cabo en la galería 1A, en el otoño de 2003, aunque antes de que el soldado especialista Joe Darby denunciara los hechos (13 de enero de 2004). En su artículo publicado en la revista New Yorker (5 de mayo de 2004), que hizo público el escándalo, Hersch llegaba a esta conclusión sobre el informe Ryder: «En el mejor de los casos esta investigación fue un fracaso y, en el peor, una tapadera».5

El informe Taguba es riguroso y duro6

Cuando las infames fotografías llegaron a manos de los mandos militares y del equipo de investigación criminal en enero de 2004, el general Sánchez se vio obligado a ir más allá de la obra de maquillaje de Ryder. Encargó al general de división Antonio M. Taguba que investigara más a fondo las acusaciones de maltratos a detenidos, fugas de detenidos sin documentar y fallos generales en relación con la disciplina y la responsabilidad. Taguba realizó un trabajo admirable en una investigación muy extensa y detallada que se publicó en marzo de 2004. Aunque se iba a mantener en secreto porque acusaba directamente de negligencia y de otros delitos graves a oficiales con graduación y presentaba como pruebas algunas de «las fotos», era tan jugoso que se acabó filtrando a los medios de comunicación (seguramente a cambio de muchos dólares).

El informe Taguba se filtró a The New Yorker y sus principales conclusiones y fotografías se publicaron en el artículo de Hersh, aunque las fotografías ya se habían filtrado antes a los productores de 60 Minutes II y aparecieron en la emisión del 28 de abril de 2004. (Como el lector recordará, éste fue el programa que me embarcó en esta aventura.)

Lo primero que hace Taguba es refutar el informe del general Ryder. «Por desgracia, muchos de los problemas sistémicos que salieron a la superficie durante aquella investigación [de Ryder] son los mismos de los que se ocupa ésta», escribió (la cursiva es mía). «En realidad, muchos de los maltratos a detenidos se produjeron durante aquella investigación.» El informe continúa: «En contra de las conclusiones del informe del general de división Ryder, al personal asignado a la compañía 372 de la brigada 800 de la policía militar se le ordenó cambiar los procedimientos de las instalaciones para “preparar las condiciones” de los interrogatorios por parte del personal de inteligencia militar.» Su informe dejaba claro que oficiales de la inteligencia militar, agentes de la CIA, civiles contratados y personal de otras agencias gubernamentales «exigieron a los guardias de la policía militar que establecieran unas condiciones físicas y mentales favorables al interrogatorio de testigos».

En apoyo de esta afirmación, Taguba citaba declaraciones bajo juramento de varios guardias que dejaban clara la complicidad del personal de inteligencia militar y de los interrogadores.

La soldado especialista Sabrina Harman, de la compañía 372 de la policía militar, afirma en su declaración jurada sobre el incidente en el que un detenido fue colocado sobre una caja con cables conectados a los dedos de las manos, de los pies, y al pene, «que su trabajo era mantener despiertos a los detenidos». Dijo que la inteligencia militar hablaba con [el cabo] Grainer [sic] y que «la inteligencia militar quería obligarles a hablar. El trabajo de Grainer [sic] y de Frederick era hacer cosas para que la inteligencia militar y el personal de otras agencias del gobierno hicieran hablar a esas personas».

Taguba presentaba el testimonio del sargento Javal Davis, en el que hablaba de lo que había observado en relación con la influencia que ejercía el personal de la inteligencia militar y de otras agencias del gobierno en los guardias de la policía militar:

«Pude ver cómo se obligaba a prisioneros del área de detención de la inteligencia militar, la galería 1A, a hacer varias cosas muy discutibles para mí desde el punto de vista moral. Nos dijeron que en la galería 1A había unas normas y unos procedimientos de actuación diferentes. Estas normas y procedimientos de actuación nunca las he visto escritas, sólo eran de palabra. El soldado al mando de 1A era el cabo Granier [sic]. Decía que los agentes y soldados de la inteligencia militar le pedían que hiciera cosas, pero se quejaba de que no hubiera nada por escrito». Al preguntarle por qué las normas de 1A/1B eran diferentes a las de las otras galerías, el sargento Davis declaró: «Las otras galerías son para prisioneros normales y las galerías 1A y 1B son para prisioneros de la inteligencia militar». Al preguntarle por qué no informó de estos maltratos a sus mandos, el sargento Davis dijo: «Porque supuse que si hacían algo fuera de lo normal o que contraviniera las normas, alguien habría dicho algo [obsérvese de nuevo cómo actúa la maldad por inacción]. Además, la galería pertenece a la inteligencia militar y parece que el personal de inteligencia aprobaba los maltratos». El sargento Davis también manifestó que había oído al personal de la inteligencia militar insinuar a los guardias que maltrataran a los internos. Al preguntarle qué les había oído decir, contestó: «Ablandadnos a ese tío». «Haced que pase mala noche.» «Aseguraos de que recibe el tratamiento.» Dijo que hicieron estos comentarios al cabo Granier [sic] y al sargento primero Frederick. Por último, el sargento Davis dijo: «Por lo que sé, el personal de la inteligencia militar ha felicitado varias veces a Granier [sic] por el trato que daba a los detenidos. Por ejemplo, le han dicho: “Buen trabajo, se derrumban enseguida. Responden a todo lo que les preguntamos. Por fin nos están dando buena información” y “Sigue trabajando así de bien”, cosas así».

La declaración hecha a Taguba por el soldado especialista Jason Kennel, de la compañía 372 de la policía militar, me recuerda a los carceleros del EPS cuando les quitaban los colchones, las sábanas, la ropa y las almohadas a los reclusos por haber incumplido alguna norma:

«Los vi desnudos, pero los de inteligencia militar nos dijeron que les quitáramos los colchones, las sábanas y la ropa.» No podía recordar quién les había dicho que lo hicieran, pero comentó: «Si querían que lo hiciera me lo tendrían que haber dicho por escrito». Más tarde se le comunicó que «no podíamos hacer cualquier cosa para que los prisioneros pasaran vergüenza».

Esto es sólo un ejemplo de las continuas incongruencias entre la realidad de la situación de maltrato y el aliento extraoficial que la inteligencia militar y el personal de otras agencias daban a los policías militares para que maltrataran a sus detenidos en aquella galería. Mientras por un lado ordenaban de palabra que se les maltratara, por otro insistían, en una declaración pública oficial, en que «no aprobamos los maltratos a prisioneros ni nada que no sea un trato humanitario». De este modo se cubrían las espaldas para después poder decir que no sabían nada.

El informe Taguba especifica que los altos mandos militares a los que se había avisado de la existencia de aquellos maltratos a detenidos habían recomendado un consejo de guerra, pero luego se echaron atrás. Su pasividad, dado su conocimiento de los maltratos, reforzaba la impresión de que se podía maltratar a los prisioneros con impunidad:

Lo que vemos aquí es una falta de comunicación, de formación

y de mando

Taguba ofrece muchos ejemplos de que los soldados y los policías militares de la reserva no habían recibido una formación adecuada y no contaban con la información o los recursos necesarios para desempeñar su difícil función como guardias en la prisión de Abu Ghraib. Según el informe:

En general, no se conocen, ni se aplican, ni se insiste lo suficiente en los requisitos básicos de carácter legal, normativo, doctrinal y de mando en la brigada 800 de la policía militar y en sus unidades subordinadas [...]

El trato a los detenidos y a los presos comunes tras su ingreso era desigual de un centro de detención a otro, de un recinto a otro, de una galería a otra e incluso de un turno a otro en toda el área de responsabilidad de la brigada 800 de la policía militar. [Cursivas añadidas para destacar las diferencias entre los turnos de día y de noche en la galería 1A.]

El informe también señala:

Los centros de detención de Abu Ghraib y de Camp Bucca han superado con creces su capacidad máxima, mientras que el personal para custodiar a los reclusos y sus recursos son insuficientes. Este desequilibrio ha provocado unas malas condiciones de vida, fugas y una falta de responsabilidad en diversas instalaciones. El hacinamiento que se da en las instalaciones también limita la capacidad de identificar y separar de la población de detenidos a los líderes que puedan organizar fugas y motines.

Taguba documenta muchos casos de motines y fugas de prisioneros y describe enfrentamientos con muertos entre policías militares y detenidos. En cada caso, el informe repite su conclusión: «Este equipo de investigación no ha recibido ninguna información sobre resultados o conclusiones, factores coadyuvantes o medidas correctivas».

A Taguba le preocupaba especialmente que la formación manifiestamente inadecuada de la brigada de la policía militar, de la que el mando militar estaba bien enterado, nunca se llegara a corregir:

Descubro que la brigada 800 de la policía militar no había recibido una formación adecuada para una misión que incluía hacerse cargo de una prisión o institución penitenciaria en el complejo de la prisión de Abu Ghraib. Concuerdo con la conclusión del informe Ryder de que las unidades de la brigada 800 de la policía militar no recibieron una formación penitenciaria específica durante su período de movilización. Las unidades de la policía militar no recibieron unas asignaciones precisas antes de su movilización ni durante la formación posterior a la misma y, en consecuencia, no se pudieron preparar para unas misiones concretas.

Además de esta acusada falta de personal, la calidad de vida de los soldados destinados a Abu Ghraib era pésima. No había comedor, ni barbería, ni oficina postal, ni instalaciones de asueto y recreo. Se producían numerosos ataques con morteros, fusiles y lanzagranadas que constituían una seria amenaza para los soldados y los detenidos. El complejo de la prisión también estaba superpoblado y la brigada carecía de los recursos y el personal necesarios para solucionar sus graves problemas logísticos. Por último, parece que las relaciones de confianza y de amistad entre los soldados de la brigada iban en detrimento de las relaciones que deben existir entre los mandos y sus subordinados.

Taguba destaca la negligencia y los fallos de los mandos

En comparación con las otras investigaciones sobre los maltratos de Abu Ghraib, una de las características más destacadas del informe del general Taguba es su voluntad de identificar a los mandos militares que no ejercieron sus funciones y que por ello merecen alguna forma de castigo. Vale la pena examinar algunas de las razones por las que el general señaló a muchos mandos militares por su papel en la creación de una estructura que era una parodia de una cadena de mando. Eran los mandos quienes debían proporcionar una estructura disciplinaria a aquellos desafortunados policías militares:

En cuanto a la misión de la brigada 800 de la policía militar en Abu Ghraib (complejo de reclusión central de Bagdad), he averiguado que había claras desavenencias y una falta de comunicación eficaz entre el comandante de la brigada 205 de la inteligencia militar, que controlaba la base de operaciones de Abu Ghraib después del 19 de noviembre de 2003, y el comandante de la brigada 800 de la policía militar, que controlaba las operaciones de detención dentro de la base de operaciones. No había una delimitación clara de las responsabilidades entre los mandos, en el nivel del mando había poca coordinación y no existía integración entre las dos funciones. La coordinación se da en los niveles más bajos con una escasa supervisión de los mandos [...]

De mi lectura del análisis de Taguba debo deducir que Abu Ghraib también era un «desmadre a la americana» para los oficiales, no sólo para los policías militares del turno de noche de la galería 1A. Doce oficiales y suboficiales fueron amonestados o sancionados (levemente) por mala conducta, falta de autoridad, negligencia en el cumplimiento del deber y alcoholismo. Un ejemplo palmario es el del capitán Leo Merck, comandante de la compañía 870 de la policía militar, que presuntamente tomó fotografías a hurtadillas de sus mujeres soldados desnudas. Otro caso es el de unos suboficiales acusados de negligencia por confraternizar con oficiales y disparar sin motivo sus fusiles M-16 al salir de sus coches, ¡haciendo estallar sin querer un tanque de combustible!

Taguba recomendaba que una docena de personas que ocupaban puestos de mando y que deberían haber actuado como modelos para los soldados y reservistas que estaban a sus órdenes merecían ser relevados del mando y recibir una amonestación oficial.

Pero la culpa no era sólo del ejército. La investigación también revela que varios interrogadores e intérpretes civiles hicieron colaborar a los policías militares en sus interrogatorios a prisioneros de la galería 1A y habían participado personalmente en los maltratos. Entre ellos, el informe Taguba cita a Steven Stephanowicz, interrogador, y a John Israel, intérprete, ambos civiles estadounidenses contratados a la empresa CACI International Inc. y adscritos a la brigada 205 de la inteligencia militar.

Se acusa a Stephanowicz de haber «permitido y/o instruido a unos policías militares que no habían recibido formación en técnicas de interrogación para que facilitaran los interrogatorios “creando condiciones” que no estaban autorizadas y [sic] eran conformes a regulaciones/políticas pertinentes. Sin ningún genero de dudas, sabía que sus instrucciones equivalían a maltratos físicos» (la cursiva es mía). Eso es precisamente lo que, según Frederick y Graner, estos civiles que parecían estar al frente de lo que sucedía en la galería 1A les habían instado a hacer: obtener «información útil» interrogando a los detenidos mediante el uso de todos los medios necesarios.

El efecto del modelo negativo que supone la «maldad por inacción» también se manifiesta en la amonestación de Taguba al sargento Snider por «no haber dado parte de que un soldado bajo su mando directo había maltratado a detenidos pisándoles los pies y las manos en su presencia».

Antes de dejar el informe Taguba para pasar a examinar los resultados de otras investigaciones independientes, será oportuno citar su rotunda conclusión sobre la culpabilidad de algunos militares y civiles que no han sido encausados, o no siquiera acusados, por los maltratos de Abu Ghraib:

Varios soldados del ejército de los Estados Unidos han cometido unos actos atroces y han quebrantado la ley internacional en Abu Ghraib (complejo de reclusión central de Bagdad o CRCB) y en Camp Bucca, Irak. Además, oficiales de alta graduación de la brigada 800 de la policía militar y de la brigada 205 de la inteligencia militar han incumplido las directrices, las normas y las políticas establecidas para impedir los maltratos a detenidos en Abu Ghraib (CRCB) y en Camp Bucca durante el período comprendido entre agosto de 2003 y febrero de 2004 [...]

Concretando más, sospecho que el coronel Thomas M. Pappas y el teniente coronel Steve L. Jordan, así como los civiles Steven Stephanowicz y John Israel, fueron directamente o indirectamente responsables de los maltratos de Abu Ghraib (CRCB) y recomiendo encarecidamente que se tomen de inmediato las medidas disciplinarias descritas en los párrafos anteriores, así como que se inicie una investigación según el Procedimiento 15 para determinar la medida de su culpabilidad [la cursiva es mía].

Quisiera añadir algunos datos a modo de epílogo. Ningún oficial fue hallado culpable de complicidad en estos maltratos. Sólo la general de brigada Karpinski fue amonestada y se le rebajó la graduación a coronel; luego dimitió. El teniente coronel Steven Jordan fue el único que llegó a ir a juicio, pero sólo fue amonestado por cualquier relación que hubiera podido tener con los maltratos. Sin embargo, el caso más palmario de injusticia militar y administrativa estaba reservado para el general de división Antonio Taguba. Puesto que su informe documentaba de una manera tan exhaustiva y detallada la complicidad de tantos oficiales, del ejército en general y de los interrogadores civiles, se le comunicó que nunca sería ascendido. Como militar filipino de más alta graduación, esta afrenta a la integridad de Taguba por haber llevado a cabo su tarea como debía, y no como esperaban los altos mandos militares, le obligó a retirarse antes de tiempo poniendo fin a una distinguida carrera militar.

El informe Fay/Jones amplía la culpa hacia arriba y hacia afuera7

El general de división George R. Fay, asistido por el teniente general Anthony R. Jones, investigó las acusaciones de que la brigada 205 de la inteligencia militar había participado en una serie de maltratos a detenidos en Abu Ghraib. También investigaron si alguna organización o algún mando superior al de la brigada había tenido alguna relación con esos maltratos.8 Aunque su informe propone la atribución disposicional habitual de culpar personalmente a los autores de los maltratos —de nuevo esos «grupos pequeños de soldados y civiles carentes de moral»—, también extiende la causalidad a los factores situacionales y sistémicos de una manera muy reveladora.

«Los sucesos de Abu Ghraib no se pueden entender por sí solos»: así reza la introducción del informe Fay/Jones antes de describir cómo había contribuido el «entorno operativo» a aquellos maltratos. Coincidiendo con el análisis psicológico social que he venido proponiendo, el informe detalla las poderosas fuerzas situacionales y sistémicas que actuaban dentro del entorno conductual y a su alrededor. Consideremos la importancia de los tres párrafos siguientes del informe final:

El teniente general Jones ha hallado que, si bien los oficiales de alta graduación no cometieron los maltratos de Abu Ghraib, sí que eran responsables de no haber supervisado el centro, de no haber respondido oportunamente a los informes del Comité Internacional de Cruz Roja y de no haber establecido unas directrices claras y coherentes para la actuación en el nivel táctico.

El general de división Fay ha hallado que, entre el 25 julio de 2003 y el 6 febrero de 2004, veintisiete miembros de la brigada 205 de la inteligencia militar presuntamente solicitaron, alentaron y aprobaron que personal de la policía militar maltratara a detenidos, y/o participaron en maltratos a detenidos, y/o violaron los procedimientos de interrogación establecidos, así como las leyes y normas aplicables durante operaciones de interrogación en Abu Ghraib [la cursiva es mía].

Los mandos de unidades con sede en Abu Ghraib o con funciones de supervisión de los soldados y las unidades de Abu Ghraib no ejercieron una supervisión directa de sus subordinados ni de esta importante misión. No sancionaron debidamente a sus soldados. No aprendieron de sus errores y no proporcionaron una formación continua relacionada con la misión [...] La ausencia de un mando eficaz fue uno de los factores que impidieron descubrir antes los incidentes relacionados con maltratos físicos y sexuales y los casos de malentendidos y de confusión, y tomar medidas para impedirlos [...] Esos maltratos no se habrían producido si se hubieran seguido las directrices y se hubiera ofrecido formación sobre la misión [la cursiva es mía].

En el informe conjunto de estos generales se resumen múltiples factores que, según su investigación, habían contribuido a los maltratos de Abu Ghraib. Siete de estos factores contribuyeron a los maltratos de una forma directa; sólo uno es disposicional y todos los restantes son situacionales o sistémicos:

«Propensión individual al delito» (las supuestas disposiciones de los policías militares).

«Falta de mando» (factor sistémico).

«Relaciones de mando deficientes en el nivel de la brigada y en escalones superiores» (factor sistémico).

«Participación de múltiples agencias/organizaciones en las operaciones de interrogación de Abu Ghraib» (factor sistémico).

«Deficiencias en la selección, la capacitación y la integración de interrogadores, analistas y lingüistas contratados» (factor sistémico).

«Falta de una comprensión clara de los roles de la policía militar y de la inteligencia militar y de sus responsabilidades en las operaciones de interrogación» (factor situacional y sistémico).

«Falta de seguridad en Abu Ghraib» (factor situacional y sistémico).

Así pues, seis de los siete factores para los maltratos que especifica el informe Fay/Jones son factores sistémicos o situacionales, y sólo uno es disposicional. Luego, el informe amplía este resumen destacando numerosos fallos sistémicos cuyo papel fue crucial, porque facilitaron los maltratos:

Más allá de la responsabilidad personal y de los mandos, también hubo problemas de carácter sistémico que contribuyeron a la inestabilidad del entorno en el que se produjeron los maltratos. El informe detalla varias decenas de fallos sistémicos, que van desde los relativos a las directrices y las políticas hasta los relacionados con el mando y el control o con los recursos y la formación.

Cooperación en actividades ilegales de la CIA

Me sorprendió ver que en este informe se criticara de una manera tan pública y abierta el papel de la CIA en los interrogatorios acompañados de maltratos, un papel que en principio debía ser clandestino:

La falta sistemática de responsabilidad sobre los detenidos y sobre la actuación de los interrogadores impregnaba las operaciones de detención de Abu Ghraib. No está claro cómo y con qué autoridad la CIA podía traer a Abu Ghraib prisioneros como el Detenido 28,* porque no hay constancia de la existencia de ningún acuerdo sobre esta cuestión entre la CIA y el CJTF-7 (el mando general de la operación militar en Irak). Los mandos locales de la CIA convencieron al coronel Pappas y al teniente coronel Jordan de que se les debía permitir actuar al margen de las normas y los procedimientos locales [la cursiva es mía].

Crear un entorno de trabajo malsano

El informe Fay/Jones explica mediante un análisis psicológico cómo contribuyó a crear un entorno malsano este trabajo secreto y «al margen de la ley» por parte de agentes de la CIA:

La muerte del Detenido 28 y otros incidentes, como la presencia del arma cargada en la sala de interrogatorios, eran del dominio público en la comunidad estadounidense (inteligencia militar y policía militar) de Abu Ghraib. La falta de responsabilidad personal y el hecho de que algunas personas estuvieran por encima de la ley y las normas generaron especulaciones y resentimiento. Este resentimiento contribuyó al ambiente malsano que había en Abu Ghraib. La muerte del Detenido 28 aún está por resolver.

El uso del anonimato como escudo protector para asesinar con impunidad se comenta de pasada: «Los agentes de la CIA que actuaban en Abu Ghraib usaban alias y nunca revelaron sus nombres verdaderos».

Cuando las afirmaciones de los policías militares

acaban siendo ciertas

La investigación Fay/Jones confirma lo que dijeron Chip Frederick y otros policías militares del turno de noche: que diversas personas que trabajaban para la inteligencia militar en la galería habían alentado y apoyado muchos de los maltratos que habían cometido.

Los policías militares imputados afirman que actuaron siguiendo instrucciones de la inteligencia militar. Aunque estas afirmaciones son interesadas, hay hechos que las confirman. El entorno creado en Abu Ghraib contribuyó a que se produjeran esos maltratos y a que las autoridades tardaran tanto tiempo en descubrirlos. Lo que empezó con detenidos desnudos, humillaciones y estrés, acabó degenerando en una serie de maltratos físicos y sexuales cometidos por un pequeño grupo de soldados y civiles faltos de escrúpulos y de supervisión [la cursiva es mía].

Los generales Fay y Jones dejan claro una y otra vez que los factores sistémicos y situacionales desempeñaron un papel fundamental en los maltratos. Sin embargo, no pueden evitar hacer una atribución disposicional y echar la culpa a un pequeño grupo de individuos «sin escrúpulos», unas manzanas podridas en un cesto por lo demás impoluto y lleno hasta rebosar de «la noble conducta de la inmensa mayoría de nuestros soldados».

Los malos actos de unos perros buenos

El informe Fay/Jones fue uno de los primeros en detallar y censurar algunos de los métodos «aceptados» para facilitar los interrogatorios. Por ejemplo, señala que el empleo de perros fue importado de la prisión de Guantánamo por el general de división Geoffrey Miller, pero añade: «El uso de perros en los interrogatorios para “atemorizar” a los detenidos se llevó a cabo sin la debida autorización».

Cuando se permitió oficialmente el uso de perros con bozal para atemorizar a los prisioneros, no pasó mucho tiempo antes de que se les quitara el bozal de una manera extraoficial para aterrorizarlos más. El informe Fay/Jones identifica a un interrogador civil [civil 21, empleado de CACI] que usó un perro sin bozal durante un interrogatorio y que en una ocasión, cuando otros azuzaban a un perro contra un detenido, gritó a unos policías militares: «¡Dejad que lo muerda!». Para demostrar que los perros sabían morder, el perro en cuestión acababa de hacer trizas el colchón del detenido. A otro interrogador (soldado 17, segundo batallón de la inteligencia militar) se le acusa de no denunciar el uso inadecuado de perros tras observar que un cuidador dejaba que su perro «enloqueciera» asustando a dos menores detenidos después de hacerlo entrar en su celda sin bozal. Este mismo interrogador tampoco denunció que unos cuidadores hablaban de organizar una competición para ver quién conseguía antes que un detenido se asustara hasta el punto de «cagarse encima». Se jactaban de haber conseguido ya que varios detenidos «se mearan encima» amenazándolos con los perros.

Un prisionero desnudo es un prisionero deshumanizado

El empleo de la desnudez para hacer que los detenidos cooperaran se había importado de Guantánamo y de prisiones de Afganistán. Según el informe Fay/Jones, cuando este método se empezó a emplear en Abu Ghraib, «las líneas de autoridad y los límites legales se difuminaron. Simplemente aplicaron el uso de la desnudez en el teatro de operaciones iraquí. El uso de la ropa como incentivo [desnudez] tiene importancia porque seguramente hizo que la “deshumanización” de los detenidos aumentara y preparó el terreno para que se cometieran maltratos más graves [por parte de los policías militares]».

Culpables: oficiales, inteligencia militar, interrogadores, analistas,

intérpretes, traductores y médicos

El informe Fay/Jones concluye declarando culpables a todos los que su investigación señala como responsables de los maltratos de Abu Ghraib: veintisiete personas citadas por su nombre o su código de identidad. Lo que para mí tiene importancia es el número de personas que sabían de los maltratos, que los habían presenciado y que incluso habían participado en ellos y que no hicieron nada para impedirlos, detenerlos o denunciarlos. Ofrecieron a los policías militares la «prueba social» de que era aceptable seguir haciendo cualquier cosa que les viniera en gana. Sus rostros callados y sonrientes ofrecían el apoyo social de la red formada por el equipo general de interrogación que daba su aprobación a unos maltratos que debería haber evitado. De nuevo vemos que la maldad por inacción facilita la maldad por acción.

Los médicos y el personal de enfermería también fueron culpables de no ayudar a las víctimas que sufrían, de ver la brutalidad y mirar hacia otro lado, y de cosas aún peores. Firmaron certificados de defunción falsos y mintieron sobre heridas y miembros rotos. Faltaron al juramento hipocrático y, como dice el profesor de medicina y bioética Steven H. Miles en su libro Oath Betrayed, «vendieron su alma por escoria».9

Esta meticulosa investigación de los dos generales debería acallar cualquier afirmación de que los policías militares del turno de noche de la galería 1A abusaron y torturaron a prisioneros únicamente por unas motivaciones personales aberrantes o por impulsos sádicos. En lugar de esto, aparece una causalidad múltiple y compleja. En este proceso de torturas y maltratos hay muchos otros soldados y civiles implicados de diversas maneras. Algunos fueron autores, otros facilitadores y otros observadores que no denunciaron los maltratos. Además, vemos que también se señala a muchos oficiales como responsables de estos maltratos por su negligencia en el mando y por haber creado la situación caótica e imposible en la que se hallaron atrapados Chip Frederick y quienes trabajaban a sus órdenes.

Por otro lado, esta investigación no hacía ninguna acusación directa contra el general Sánchez. Sin embargo, como dijo el general Paul J. Kern a la prensa, no estaba totalmente libre de responsabilidad: «No hallamos al general Sánchez culpable, pero sí responsable de lo que ocurrió».10 Será difícil encontrar un juego de palabras más elegante: ¡el general Sánchez no es «culpable» de nada, sino simplemente «responsable» de todo! Nosotros no seremos tan benévolos con este general cuando lo sometamos a juicio.

A continuación examinaremos una investigación especial ordenada por Rumsfeld que no estuvo encabezada por otro general, sino por un ex secretario de Defensa, James Schlesinger. La comisión Schlesinger no realizó una nueva investigación independiente; lo que hizo fue entrevistar a altos mandos militares y del Pentágono y su informe nos ofrece muchos datos relevantes para nuestro caso.

El informe Schlesinger señala a los culpables11

Éste es el último informe que vamos a examinar. Presenta pruebas valiosas en apoyo de nuestro argumento de que las influencias situacionales y sistémicas contribuyeron a los maltratos de Abu Ghraib. De especial interés es su exposición de múltiples deficiencias en el funcionamiento del centro de detención, la culpabilidad que atribuye a los mandos y la constatación de que el ejército ocultó las fotografías de los maltratos cuando Joe Darby entregó el CD a un investigador del ejército.

Lo que más me sorprendió por inesperado y porque el informe lo valoraba mucho, es la sección destinada a detallar la relevancia de los estudios realizados en el ámbito de la psicología social para entender los maltratos de Abu Ghraib. Por desgracia, esta sección se encuentra arrinconada en un apéndice (G) y no es probable que haya sido muy leída. En este apéndice también se exponen las similitudes existentes entre la situación de Abu Ghraib y los maltratos que se produjeron durante el experimento de la prisión de Stanford.

Maltratos generalizados por parte de los militares

En primer lugar, el informe destaca el carácter generalizado de los «maltratos» en los centros militares de los Estados Unidos (el término «tortura» no se llega a utilizar). En aquellos momentos, noviembre de 2004, había trescientos casos de presuntos maltratos a detenidos en áreas de operación conjunta, con sesenta y seis casos confirmados de «maltratos» por parte de las fuerzas de Guantánamo y de Afganistán, y cincuenta y cinco casos más en Irak. La tercera parte de estos incidentes estaban relacionados con interrogatorios y se informó de que había habido por lo menos cinco detenidos muertos durante los mismos. Por aquel entonces se estaban investigando otras dos docenas de muertes de detenidos. Este lúgubre recuento parece rellenar el «vacío» que Fay y Jones mencionaban en su informe de los maltratos de la galería 1A. Aunque se convirtieron en el caso más visible de los maltratos cometidos por soldados, quizá fueran menos horrendos que los asesinatos y el caos total de otros centros militares de detención que visitaremos más adelante.

Principales problemas y circunstancias agravantes

El informe Schlesinger identificaba cinco problemas principales que alimentaban el contexto de los maltratos:

• Formación inadecuada para la misión de los policías militares y los soldados de la inteligencia militar.

• Equipo y recursos insuficientes.

• Presión a los interrogadores para obtener «información útil» (personal sin experiencia y sin la formación necesaria y prisioneros detenidos hasta noventa días antes de ser interrogados).

• Mando «débil» e inexperto en el seno de una estructura confusa y demasiado compleja.

• Actuación de la CIA siguiendo sus propias normas, sin tener que dar cuentas a la estructura de mando militar.

De nuevo nos hallamos ante una falta de mando

Una y otra vez, el informe deja clara la negligencia de los mandos en cada nivel y su contribución a los maltratos cometidos por los policías militares:

La conducta aberrante del turno de noche del bloque de celdas 1 de Abu Ghraib se podría haber evitado con una formación, una supervisión y un mando adecuados. Estos maltratos [...] constituyen una conducta aberrante y son consecuencia de una falta de mando y de disciplina.

En interrogatorios realizados en Abu Ghraib y en otros lugares hubo otros maltratos que no se fotografiaron.

Con todo, los maltratos no se debieron simplemente a que algunos individuos no siguieron las normas. Y son consecuencia de algo más que la incapacidad de algunos mandos para imponer la disciplina. Hay una responsabilidad institucional y personal en niveles superiores [la cursiva es mía].

Puesto que el general Richard Myers, presidente de la Junta de Jefes del Estado Mayor, trató de retrasar la divulgación de las fotografías por parte de la CBS en abril de 2004, debía ser consciente de su «trascendencia». No obstante, y como he mencionado antes, esta alta autoridad militar no tuvo ningún problema en decir públicamente que sabía que aquellos sucesos no era «sistemáticos» y que se debían a la actuación delictiva de «unas pocas manzanas podridas».

La psicología social del trato inhumano a otras personas

De la docena larga de investigaciones realizadas sobre los maltratos cometidos en centros militares de detención, el informe Schlesinger es el único que ofrece un estudio detallado de los aspectos éticos y un resumen de las fuerzas situacionales y los factores psicológicos que actuaban en la prisión de Abu Ghraib. Por desgracia, esta información, en lugar de ocupar un lugar destacado, fue relegada al final del informe, en los apéndices H, «Ética», y G, «Factores estresantes y psicología social».

De especial importancia en el plano personal es el hecho de que la comisión identificara paralelismos y similitudes entre los maltratos de Abu Ghraib y el experimento de la prisión de Stanford. Veamos brevemente las principales cuestiones que plantea el informe Schlesinger en este apartado:

La posibilidad de un trato inhumano a los detenidos durante la «guerra global contra el terrorismo» era totalmente previsible a partir de una comprensión básica de los principios de la psicología social, unida a la conciencia de numerosos factores de riesgo del entorno ya conocidos [...] Las conclusiones del campo de la psicología social indican que las condiciones de la guerra y la dinámica de las operaciones de detención conllevan unos riesgos inherentes de que se pueda maltratar a seres humanos y que, en consecuencia, se deben abordar con gran cautela y con una cuidadosa planificación y formación.

Sin embargo, el informe destacaba que la mayoría de los mandos militares desconocen estos importantes factores de riesgo. Además, y como he señalado repetidamente a lo largo del libro, el informe deja claro que comprender las bases psicológicas de las torturas y de los maltratos no excusa a sus autores: «Estas condiciones no excusan ni eximen de culpa a las personas que se comportaron deliberadamente de una manera inmoral o ilegal [aunque] ciertas condiciones aumentaban la posibilidad de que se produjeran malos tratos».

Las lecciones del experimento de la prisión de Stanford

El informe Schlesinger afirma con rotundidad que «el clásico estudio de Stanford constituye una advertencia para todas las operaciones militares de detención». Al comparar el entorno de Abu Ghraib con el entorno relativamente benigno del experimento de la prisión de Stanford, el informe deja claro que «en las operaciones militares de detención, los soldados trabajan en unas condiciones de combate estresantes que tienen muy poco de benignas». Lo que cabe esperar es que esas condiciones de combate ocasionen unos abusos de autoridad por parte de la policía militar más extremos que los observados en nuestro experimento de la prisión simulada. Luego, el informe Schlesinger aborda el tema central de El efecto Lucifer.

«Los psicólogos han intentado entender cómo y por qué unas personas y unos grupos que normalmente actúan de una manera humanitaria pueden actuar de la manera contraria en determinadas circunstancias.» Los conceptos que presenta el informe para ayudar a explicar por qué se produce este fenómeno son la desindividuación, la deshumanización, la imagen del enemigo, el groupthink, la desconexión moral, la facilitación social y otros factores del entorno.

Uno de estos factores del entorno era la práctica muy extendida de desnudar a los detenidos. «La técnica de interrogación consistente en quitar la ropa a los detenidos evolucionó en Abu Ghraib hasta desembocar en la práctica de mantener desnudos a grupos de detenidos durante largos períodos de tiempo.» En su detallado análisis de las razones por las que esta práctica de obligar a los detenidos a desnudarse había sido un factor causal de los maltratos en la galería 1A por parte de policías militares y de otras personas, el informe Schlesinger señala que el propósito inicial era hacer que los detenidos se sintieran más vulnerables y cedieran ante los interrogadores, pero que, más adelante, acabó alimentando las condiciones deshumanizadoras de aquella galería.

«Es probable que, con el tiempo, esta práctica acabara teniendo un impacto psicológico en los guardias y en los interrogadores. Llevar ropa es una práctica intrínsecamente social, por lo que desnudar a los detenidos pudo haber tenido la consecuencia involuntaria de deshumanizarlos a los ojos de quienes interaccionaban continuamente con ellos [...] La deshumanización rebaja las barreras morales y culturales que habitualmente impiden [...] maltratar a otras personas.»

Todos los informes que hemos examinado y otros que no hemos visto tienen en común dos elementos básicos: por un lado especifican diversos factores situacionales y del entorno que contribuyeron a los maltratos de Abu Ghraib, y por otro también identifican muchos factores sistémicos y estructurales que propiciaron esos maltratos. Sin embargo, dado que estos informes fueron encargados por los mandamases militares o por el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, sus autores no llegan a atribuir ninguna culpa a los niveles más altos de la cadena de mando.

Para obtener una perspectiva más clara de esta cuestión, dejaremos estos fundamentos probatorios de nuestra acusación y pasaremos a examinar un informe reciente de Human Rights Watch, la mayor organización dedicada a la defensa de los derechos humanos en todo el mundo (www.hrw.org).

INFORME DE HUMAN RIGHTS WATCH: «¿TORTURAR CON IMPUNIDAD12

«Getting Away with Torture?» (¿Torturar con impunidad?) es el provocador título del informe publicado por Human Rights Watch (HRW) en abril de 2005, en el que se destaca la necesidad de una investigación verdaderamente independiente de los muchos maltratos, torturas y asesinatos de prisioneros por parte de militares y civiles estadounidenses. Sobre todo exige investigar a los artífices de las políticas que han desembocado en estas violaciones gratuitas de los derechos humanos.

Los «artífices» supremos de los antros de tortura de Abu Ghraib y de otras instalaciones similares en Guantánamo, en Afganistán y en Irak son Bush, Cheney, Rumsfeld y Tenet. Por debajo de ellos se encuentran los «justificadores», los juristas que idearon un nuevo lenguaje y unos conceptos nuevos para legalizar nuevos métodos y medios de tortura; son los asesores legales del presidente: Alberto Gonzales, John Yoo, Jay Bybee, William Taft y John Ashcroft. Los «capataces» encargados de ejecutar la obra fueron altos mandos militares, como los generales Miller, Karpinski, Sánchez y sus adláteres. Por último están los técnicos, los «machacas» encargados de llevar a cabo la tarea cotidiana de interrogar con coacciones, de maltratar y de torturar: son soldados de la inteligencia militar, agentes de la CIA, interrogadores militares y civiles contratados, traductores, médicos y policías militares, incluyendo a Chip Frederick y sus camaradas del turno de noche.

Poco después de que salieran a la luz las fotografías de los maltratos de Abu Ghraib, el presidente Bush juró «llevar a esos malhechores ante la justicia».13 Pero el informe de HRW señala que sólo han sido llevados ante la justicia unos policías militares de baja graduación, algo que no ha sucedido con ninguna de las personas que crearon las políticas y ofrecieron la ideología y la autorización para esos maltratos. Según el informe de HRW «En los meses transcurridos»:

Ha quedado claro que no sólo hubo torturas y maltratos en Abu Ghraib, sino en docenas de centros de detención de todo el mundo, que en muchos casos los maltratos provocaron la muerte o secuelas muy graves, y que muchas de las víctimas eran civiles sin ninguna relación con Al Qaeda ni con el terrorismo. También hay pruebas de que se han producido maltratos en «cárceles secretas» situadas en países extranjeros y que las autoridades han enviado sospechosos a cárceles de otros países donde es probable que sean objeto de tortura. Sin embargo, a día de hoy los únicos malhechores que han sido llevados ante la justicia son los últimos eslabones de la cadena de mando. Las pruebas exigen ir más allá. Pero existe un muro de impunidad que protege a los artífices de las políticas responsables de estos maltratos y torturas.

Como se demuestra en este informe, cada vez hay más pruebas de que altos mandos civiles y militares —incluyendo al secretario de Defensa Donald Rumsfeld, al ex director de la CIA George Tenet, al teniente general y ex comandante en jefe en Irak Ricardo Sánchez, y al general de división y ex comandante del campo de prisioneros de Guantánamo Geoffrey Miller— tomaron decisiones y dictaron políticas que dieron lugar a infracciones graves y generalizadas de la ley. Todo parece indicar que sabían, o deberían haber sabido, que se estaban produciendo estas infracciones a causa de sus actos. También existen abundantes indicios de que cuando se les presentaron pruebas de que se producían maltratos no hicieron nada para atajarlos.

Los métodos coactivos aprobados por los altos mandos y que han sido muy usados durante los últimos tres años incluyen técnicas que los Estados Unidos han condenado reiteradamente, calificándolos de tortura y brutalidad, cuando han sido puestas en práctica por otros países. Incluso el manual del ejército condena algunos de estos métodos por considerarlos una forma de tortura.

Por muy horribles que puedan ser las imágenes de los maltratos y las torturas que cometieron los policías militares del turno de noche de la galería 1A, parecen insignificantes si se las compara con los muchos asesinatos de detenidos cometidos por soldados, personal de la CIA y otro personal civil. Según Reed Brody, asesor legal de Human Rights Watch, «si los Estados Unidos quiere borrar la mancha de Abu Ghraib, deberá investigar qué altos cargos ordenaron o aprobaron los maltratos y revelar qué autorizó el presidente». Y añade: «Washington debe condenar de una vez por todas el maltrato a detenidos en nombre de la guerra contra el terrorismo».14

Muchos maltratadores, pocos castigados, mandos impunes

Dejemos las cosas claras y veamos la extensión de los maltratos a detenidos en Irak, Afganistán y Guantánamo. En un comunicado reciente, el ejército señala que desde octubre de 2001 se han formulado más de 600 acusaciones de maltratos a detenidos. De ellas, hay 190 que nunca se han investigado o por lo menos no se sabe que así haya sido: son los llamados «maltratos fantasma». Se han investigado por lo menos otras 410 con estos resultados: 150 acusados han sido objeto de medidas disciplinarias, 79 han sido juzgados en consejo de guerra, 54 han sido declarados culpables, 10 han sido sentenciados a más de un año de prisión, 30 a menos de un año, 14 no fueron condenados a prisión, 10 fueron declarados inocentes, 15 están pendientes de juicio o se les han retirado los cargos y 71 han recibido una sanción administrativa o no penal. Si hacemos cálculos, nos salen por lo menos 260 investigaciones cerradas o en una situación poco clara en abril de 2006, cuando se publicó el informe.15 Uno de los adiestradores de perros, el sargento Michael Smith, fue sentenciado a seis meses de prisión por intimidar a detenidos con un perro sin bozal. El sargento sostenía que había «seguido órdenes de ablandar a los prisioneros para interrogarlos». Al parecer también había dicho que «un soldado no debe ser blando ni amable», y es evidente que él no lo era.16

Hasta el 10 de abril de 2006, no hay indicio alguno de que el ejército haya siquiera intentado encausar a un solo oficial bajo el principio militar de la responsabilidad de los mandos por haber ordenado personalmente maltratos o por los maltratos cometidos por sus subordinados. En el informe detallado de todos los maltratos investigados sólo cinco oficiales han sido acusados de delitos, y ninguno bajo el principio militar de la responsabilidad de los mandos. El mando militar tiene muy poca mano dura con los oficiales que se descarrían: lo solucionan con audiencias no judiciales y con sanciones administrativas pensadas para infracciones leves que conllevan condenas leves. Y esto ha sucedido en más de 70 casos de maltratos criminales graves, incluyendo 10 casos de homicidio y 20 de agresión. Esta lenidad también se ha aplicado a por lo menos 10 casos de maltratos por parte de agentes de la CIA y a 20 civiles contratados que trabajaban para la CIA o para el ejército. Así pues, es evidente que los maltratos a detenidos han ido mucho más allá de Abu Ghraib y que en ninguno de esos casos de maltratos y torturas se ha aludido a la responsabilidad de los mandos (véase en las notas cómo acceder al informe completo de los maltratos y del trato judicial dispensado a los oficiales culpables)17.

HRW sube por la cadena de mando

Después de la detallada documentación sobre la extensión de los maltratos cometidos por soldados de la policía militar y de la inteligencia militar, por agentes de la CIA y por civiles contratados como interrogadores, HRW llega casi hasta la cima de la cadena de mando en su acusación de responsabilidad criminal por crímenes de guerra y torturas:

Aunque la labor de investigar a un secretario de Defensa y a otros altos funcionarios se enfrenta a unos obstáculos políticos muy claros, el carácter de los delitos es tan grave y las pruebas acumuladas son tan voluminosas que el hecho de no subir hasta el siguiente nivel significaría que los Estados Unidos renuncian al principio de responsabilidad. Si no se responsabiliza a quienes diseñaron o autorizaron estas políticas ilegales, todas las expresiones de «repugnancia» del presidente Bush y de otros altos cargos en relación con las fotografías de Abu Ghraib carecen de sentido. Si no se exige una verdadera responsabilidad por estos crímenes, quienes cometan atrocidades por todo el mundo las podrán justificar señalando el trato que los Estados Unidos han dado a sus prisioneros. Cuando un gobierno tan dominante e influyente como el de los Estados Unidos conculca abiertamente la legislación contra la tortura, lo que hace es invitar a otros a hacer lo mismo. La muy necesaria credibilidad de Washington como defensor de los derechos humanos se ha visto perjudicada por la revelación de estas torturas y aún lo será más si la tortura conlleva la total impunidad para quienes la introducen en sus políticas.18

Retirar la inmunidad a los artífices de políticas ilegales

Tanto la legislación estadounidense como las leyes internacionales reconocen el principio de «responsabilidad de mando» o «responsabilidad superior» por el que cabe imputar responsabilidad criminal a personas con autoridad civil o militar por delitos cometidos por otras personas que se encuentren bajo su mando. Para establecer esta responsabilidad se deben cumplir tres condiciones. En primer lugar, que exista una relación clara entre subordinado y superior. En segundo término, que el superior haya sabido o haya tenido razones para saber que el subordinado iba a cometer un delito o lo había cometido. En tercer lugar, que el superior no haya tomado unas medidas necesarias y razonables para impedir el delito o castigar a su autor.

Los crímenes de guerra y las torturas están penados de acuerdo con la ley de crímenes de guerra de 1996, la ley contra la tortura de 1996 y el código de justicia militar. Human Rights Watch ha manifestado públicamente que existen motivos suficientes para iniciar una investigación criminal en relación con cuatro altos cargos: el secretario de Defensa Donald Rumsfeld, el ex director de la CIA George Tenet, el teniente general Ricardo Sánchez y el general de división Geoffrey Miller.

Aquí sólo podré resumir algunas de las justificaciones para considerar a cada uno de estos altos dignatarios responsables de los actos de tortura y de maltrato cometidos bajo su mando; en el informe de HRW consta la descripción completa y una relación de las pruebas pertinentes.

El secretario de Defensa Donald Rumsfeld a juicio

Rumsfeld declaró lo siguiente a la comisión de servicios armados del Senado estadounidense: «Estos sucesos se han producido bajo mi mandato. Como secretario de Defensa soy responsable de ellos. Asumo toda la responsabilidad».19

HRW afirma que «se debería investigar al secretario Rumsfeld bajo el principio de “responsabilidad superior” por los crímenes de guerra y los actos de tortura cometidos por soldados de los Estados Unidos en Afganistán, Irak y Guantánamo. El secretario Rumsfeld creó las condiciones para que los soldados cometieran crímenes de guerra y actos de tortura menospreciando y dejando sin efecto la Convención de Ginebra.20 Lo hizo aprobando técnicas de interrogación que violan la Convención de Ginebra y la Convención contra la Tortura y permitiendo que se ocultaran detenidos al Comité Internacional de Cruz Roja». HRW sigue diciendo:

Desde los primeros días de la guerra en Afganistán, el secretario Rumsfeld ha estado al corriente de que las tropas estadounidenses cometían crímenes de guerra, incluyendo actos de tortura, mediante sesiones informativas, informes del Comité Internacional de Cruz Roja, informes sobre los derechos humanos e informes de la prensa. Sin embargo, no hay ninguna prueba de que llegara a ejercer su autoridad y declarara que el maltrato a prisioneros debía cesar. De haberlo hecho se habrían evitado muchos de los crímenes cometidos por las fuerzas estadounidenses.

Una investigación permitiría determinar si los métodos ilegales de interrogación que autorizó el secretario Rumsfeld para Guantánamo se utilizaron para infligir un trato inhumano a detenidos en aquel lugar antes de que revocara esa autorización. También permitiría determinar si el secretario Rumsfeld aprobó un programa secreto que alentaba la coacción física y la humillación sexual de prisioneros iraquíes, como afirma el periodista Seymour Hersh. Si esto se confirmara, el secretario Rumsfeld, además de incurrir en responsabilidad superior, también podría ser acusado de instigar crímenes contra detenidos.

Rumsfeld autorizó una lista de métodos de interrogación para los detenidos en Guantánamo que violaba la Convención de Ginebra y la Convención contra la Tortura. Más adelante, estos métodos también se aplicaron en otras prisiones militares de Afganistán y de Irak. Entre las directrices autorizadas por Rumsfeld para preparar a los detenidos para los interrogatorios se encontraban las siguientes:

• Empleo de posturas forzadas (como estar de pie) durante un máximo de cuatro horas.

• Hasta 30 días de reclusión en aislamiento.

• El detenido puede ir encapuchado durante el traslado y el interrogatorio.

• Privación de luz y de estímulos auditivos.

• Retirada de todos los elementos de comodidad (incluyendo elementos religiosos).

• Arreglo personal forzado (afeitado de la cara, etc.).

• Retirada de las prendas de vestir.

• Aprovechar las fobias individuales de los detenidos (como el miedo a los perros) para inducirles estrés.

Otros procedimientos de actuación incluían exponer a los detenidos a unos niveles extremos de calor, frío, luz o ruido.

En reiteradas ocasiones, el Comité Internacional de Cruz Roja puso en conocimiento del Departamento de Defensa la existencia de torturas y maltratos a detenidos (en mayo y julio de 2003, antes de que los hechos de Abu Ghraib salieran a la luz, y en febrero de 2004).21

El Comité Internacional de Cruz Roja también informó de centenares de casos de maltratos a detenidos en diversos centros militares y solicitó en repetidas ocasiones que se tomaran medidas para que cesaran de inmediato. Pero sus peticiones fueron desoídas, los maltratos empeoraron y se pusieron trabas a sus inspecciones. En el informe que el Comité presentó de una manera confidencial a los mandos de la coalición en febrero de 2004, se destacaban las siguientes violaciones contra «personas bajo custodia y privadas de su libertad» durante su internamiento por parte de las fuerzas de la coalición:

• Brutalidad durante la captura y la custodia inicial, a veces con resultado de muerte o heridas graves.

• Coacción física o psicológica para obtener información durante los interrogatorios.

• Reclusión prolongada en celdas de aislamiento desprovistas de iluminación.

• Empleo de fuerza excesiva y desproporcionada durante el período de internamiento con resultado de muerte o heridas graves.

Mark Danner, profesor de periodismo de la Universidad de Berkeley, ha estudiado todos los documentos pertinentes para su libro Torture and Truth: America, Abu Ghraib and the War on Terror. Basándose en su detallada investigación, Danner llega a la conclusión de que «cuando leemos los documentos, vemos que el secretario de Defensa Donald Rumsfeld está muy implicado personalmente en la aprobación de unos métodos para el trato a prisioneros que van mucho más allá de lo que permiten la ley militar y la ley civil».22

El ex director de la CIA George Tenet a juicio

HRW acusa al ex director de la CIA George Tenet de varios delitos. Se informa que bajo la dirección de Tenet, y con su autorización expresa, la CIA torturaba a detenidos usando la técnica del «submarino» (sumergirlos en agua hasta que empezaban a ahogarse) y quitándoles sus medicamentos. Otros métodos usados por la CIA incluyen amenazar a los detenidos con asfixiarlos, hacerles adoptar «posturas forzadas», bombardearlos con luz y ruido, privarles de sueño y hacerles creer que se hallan en manos de gobiernos extranjeros que practican la tortura. Bajo la dirección de Tenet, la CIA «entregaba» detenidos a otros gobiernos que los torturaban. También bajo su dirección, la CIA ha privado a muchos detenidos de la protección de la ley enviándolos a lugares secretos donde se hallan totalmente indefensos, sin recursos, sin ningún contacto con el mundo exterior y totalmente a merced de sus captores. A todos los efectos, estos detenidos, que llevan mucho tiempo incomunicados, se pueden dar por «desaparecidos».

Recordemos que en el informe Fay/Jones se dice que «las prácticas de detención e interrogación de la CIA dieron origen a maltratos, pérdida de responsabilidad, cooperación deficiente entre agencias y un aire malsano que envenenó aún más la atmósfera de Abu Ghraib». En efecto, la CIA actuaba siguiendo sus propias normas y al margen de la ley.

Bajo la dirección de Tenet, la CIA también fomentó la extendida práctica de usar «detenidos fantasma». ¿Cuántos? Nunca lo sabremos de cierto, pero el general Paul Kern, el alto mando que supervisó la investigación del informe Fay/Jones, dijo a la comisión de servicios armados del Senado que «hay decenas [de detenidos fantasma], puede que hasta un centenar». La CIA mantuvo ocultos a muchos detenidos de Abu Ghraib para que no los vieran los inspectores del Comité Internacional de Cruz Roja.

El «hombre de hielo»: asesinado y tirado

El informe Fay/Jones menciona el caso de uno de estos «detenidos fantasma»: en noviembre de 2003, un detenido iraquí de nombre Manadel Al-Jamadi fue traído a la prisión por un equipo SEAL e interrogado por un agente de la CIA sin que se le inscribiera en ningún registro oficial. Jamadi fue «torturado hasta la muerte», pero la causa de esta muerte se ocultó de la manera más inusitada.

La periodista de investigación Jane Mayer ha arrojado luz sobre el papel siniestro que desempeñó la CIA en este homicidio y sobre su horripilante encubrimiento. En su impresionante reportaje titulado «Interrogatorio mortal» y publicado en la revista The New Yorker (14 de noviembre de 2005) se pregunta: «¿Puede la CIA asesinar legalmente a un detenido?».

El caso de al-Jamadi es especialmente importante para nuestro intento de entender el contexto conductual en el que trabajaban Frederick y los otros «soldados sin escrúpulos» de Abu Ghraib. Se encontraron atrapados en un entorno donde veían cómo se maltrataba, torturaba e incluso asesinaba de una manera rutinaria a detenidos fantasma. Y veían que los autores, literalmente, asesinaban con impunidad.

En contraste con lo que le había sucedido al «detenido fantasma» Manadel Al-Jamadi, el llamado «hombre de hielo», lo que ellos hacían a los detenidos comunes y corrientes debía parecerse bastante más a una «pura diversión». Sabían que le habían apaleado y asfixiado hasta matarlo, y que luego lo habían recubierto de hielo.

Al-Jamadi era uno de los llamados «sujetos de interrogación de alto valor» porque, supuestamente, había suministrado explosivos a la insurgencia. Un equipo SEAL lo capturó en su casa a las afueras de Bagdad el 4 de noviembre de 2003, a las dos de la madrugada. Tras una violenta refriega acabó con un ojo morado, un corte en la cara y quizá media docena de costillas fracturadas. Los SEAL entregaron a Al-Jamadi a los hombres de la CIA en Abu Ghraib para que lo interrogara Mark Swanner. Este agente de la CIA, acompañado de un traductor, metió a Al-Jamadi en una celda, lo dejó desnudo y empezó a gritarle para que le dijera dónde estaban las armas.

Según el reportaje de Mayer en The New Yorker, Swanner dijo a los policías militares que llevaran al prisionero a las duchas de la galería 1A para interrogarlo. Este civil, anónimo para ellos, ordenó a dos de los policías militares que encadenaran al prisionero a la pared aunque a estas alturas su actitud era totalmente pasiva. Les dijo que lo colgaran de los brazos previamente atados a la espalda, una posición de tortura llamada el «colgado palestino» (practicada por primera vez por la Inquisición, que le daba el nombre de strappado). Un policía militar recuerda que, cuando salieron de las duchas, «oímos muchos gritos». Menos de una hora después, Manadel Al-Jamadi estaba muerto.

Walter Díaz, el policía militar que estaba de guardia, dijo que no había necesidad de colgarlo de aquella manera porque iba esposado y no oponía resistencia. Según Díaz, cuando Swanner dijo a los policías militares que descolgaran al hombre ya muerto de la pared, «le salió sangre a borbotones por la nariz y la boca, como si se hubiera abierto un grifo».

El problema para la CIA era qué hacer con el cuerpo de la víctima. Al capitán Donald Reese, comandante de la policía militar, y al coronel Thomas Pappas, comandante de la inteligencia militar, se les notificó que se había producido este «incidente desafortunado». Pero no tenían por qué preocuparse, porque la misma CIA se encargó del problema. Dejaron a Al-Jamadi en las duchas hasta la mañana siguiente, recubierto de hielo y envuelto con cinta transparente para retrasar la descomposición del cadáver. Al día siguiente, un médico le puso una infusión endovenosa en el brazo y lo sacó de la prisión en una camilla como si sólo estuviera enfermo y, para no inquietar a los otros detenidos, se les dijo que había sufrido un ataque al corazón. Un taxista local trasladó el cadáver a un lugar desconocido. Se destruyeron todas las pruebas y, puesto que la presencia de Al-Jamadi no se había registrado oficialmente, no había ningún documento al respecto. Los miembros del equipo SEAL fueron exonerados de sus maltratos a Al-Jamadi, el médico no se pudo identificar y, varios años después, ¡Mark Swanner sigue trabajando para la CIA sin que se haya instruido contra él ninguna causa! Caso casi cerrado.

Entre las horrorosas imágenes que el cabo Graner guardaba en su cámara digital había varias fotografías del «hombre de hielo» que han quedado para la posteridad. Primero estaba la fotografía de una soldado especialista atractiva y sonriente, Sabrina Harman, inclinándose sobre el cuerpo maltrecho de Al-Jamadi haciendo un gesto de aprobación. Luego, Graner suma su sonrisa de aprobación a la de ella antes de que el «hombre de hielo» se derrita. No hay duda de que Chip y los otros policías militares del turno de noche sabían lo que acababa de ocurrir. Si podían pasar cosas así, y si se podían manejar con tanta habilidad, es que en la mazmorra de la galería 1A todo valía. Si no hubieran sacado esas fotografías y Darby no hubiera dado la voz de alarma, puede que el mundo nunca hubiera sabido lo que había sucedido en aquel lugar antes secreto.

Con todo, la CIA sigue obrando con toda libertad al margen de cualquier ley que pueda impedir a sus agentes torturar y asesinar aunque sea en su «guerra global contra el terrorismo». Lo irónico es que Swanner ha admitido que no obtuvo ninguna información útil de aquel «detenido fantasma» al que asesinó.

El teniente general Ricardo Sánchez a juicio

Como hizo Rumsfeld, el teniente general Ricardo Sánchez también ha admitido públicamente su responsabilidad: «Como comandante en jefe de las operaciones en Irak, asumo la responsabilidad por lo sucedido en Abu Ghraib».23 Pero esta asunción de responsabilidad no debe quedarse en un mero gesto de cara a la galería y debería tener consecuencias. Human Rights Watch incluye a este alto mando entre los «cuatro grandes» a los que habría que encausar por crímenes de guerra y torturas:

Se debería encausar al teniente general Sánchez por los delitos de tortura y de crímenes de guerra, bien como autor de los mismos, bien bajo el principio de «responsabilidad superior». El general Sánchez autorizó métodos de interrogación que violan las Convenciones de Ginebra y la Convención contra la Tortura. Según HRW, él sabía, o debía saber, que la tortura y los crímenes de guerra eran cometidos por tropas bajo su mando directo, pero no impidió tales actos.

Someto a juicio al teniente general Sánchez en este libro porque, según el informe de HRW, «autorizó unos métodos y técnicas de interrogación que violaban la Convención de Ginebra y la Convención contra la Tortura, porque sabía o debería haber sabido que tropas bajo su mando directo habían cometido actos de tortura y crímenes de guerra, y porque no tomó ninguna medida para que estos actos cesaran».

Dado que en la prisión de Guantánamo no se había obtenido «información útil» tras meses de interrogatorios, todo el mundo estaba presionado para obtener pruebas contra los terroristas y para obtenerlas de inmediato, por cualquier medio que se creyera necesario. Mark Danner dio a conocer un correo electrónico enviado por el capitán de la inteligencia militar William Ponce a sus colegas en el que les insta a elaborar una «lista de recomendaciones para los interrogatorios» hacia mediados de agosto de 2003. El mensaje del capitán ya presagia lo que iba a pasar en Abu Ghraib: «Caballeros, se están acabando las contemplaciones con estos detenidos». El mensaje prosigue: «el coronel Boltz [el segundo al mando de la inteligencia militar en Irak] ha dejado claro que hay que doblegarlos. Las bajas crecen y tenemos que empezar a obtener información para proteger a nuestros soldados de más ataques».24

El general Geoffrey Miller, que acababa de tomar el mando del centro de detención de Guantánamo, encabezó la visita de un equipo de especialistas a Irak entre agosto y septiembre de 2003. Su misión era comunicar las nuevas políticas de mano dura para los interrogatorios a los generales Sánchez y Karpinski y a otros oficiales. Según Karpinski, «el general Miller decía a Sánchez que quería información mientras le daba golpecitos en el pecho con el dedo».25 Miller sólo podía intimidar a estos oficiales si contaba con el apoyo de Rumsfeld y de otros altos mandos militares por sus supuestos éxitos en Guantánamo.

Sánchez formalizó las normas para los interrogatorios en un memorándum fechado el 14 de septiembre de 2003, en el que introdujo unas medidas más extremas que las practicadas hasta entonces por sus policías militares y su personal de inteligencia.26 Algunos de los objetivos formulados eran: «Crear miedo y desorientación en los detenidos y prolongar su estado de shock por la captura». Estas técnicas recién aprobadas que venían de Rumsfeld por medio de Miller incluían:

Presencia de perros del ejército: aprovecha el miedo que los árabes tienen a los perros al tiempo que mantiene la seguridad durante los interrogatorios. Los perros llevarán bozal y en todo momento estarán bajo el control de [...] sus cuidadores para impedir que entren en contacto con los detenidos.

Gestión del sueño: el detenido podrá dormir un máximo de 4 horas cada 24 horas sin sobrepasar las 72 horas seguidas.

Gritos, música fuerte y control de la iluminación: su objetivo es crear miedo y desorientación en los detenidos y prolongar su estado de shock por la captura. Controlar el volumen para evitar lesiones.

Posturas forzadas: uso de posturas corporales (sentados, de pie, de rodillas, boca abajo, etc.) durante 1 hora como máximo por postura. El uso de esta(s) técnica(s) no sobrepasará las 4 horas y habrá un descanso adecuado entre cada postura.

Bandera falsa: hacer creer al detenido que le están interrogando individuos de un país distinto de los Estados Unidos.

El informe Schlesinger señala que una docena de las técnicas de Sánchez iban más allá de lo que se considera aceptable en el manual de campo del ejército 34-52 y que incluso eran más extremas que las que habían sido aprobadas para Guantánamo. El memorándum de Sánchez se dio a conocer públicamente en marzo de 2005 en respuesta a una demanda de la FDIA, cerca de un año después de que el general Sánchez hubiera mentido al Congreso bajo juramento (en mayo de 2004) diciendo que nunca había ordenado ni autorizado el uso de perros para intimidar a los detenidos, ni el privarlos de sueño, ni someterlos a un ruido excesivo ni aterrorizarlos. Debería ser encausado por todas las razones acabadas de exponer.

Joe Darby, nuestro heroico denunciante, nos ofrece el punto de vista de un soldado sobre si hubo o no una participación directa del mando militar en los maltratos a detenidos: «Ningún mando sabía de los maltratos porque a ninguno le importaba lo suficiente para enterarse. Ése era el verdadero problema. Toda la estructura de mando estaba en la inopia, sin enterarse de lo que pasaba. Así que nada de conspiración: era pura y simple negligencia. No tenían ni puta idea».27 Los mandamases militares han obligado al general Sánchez a retirarse (1 de noviembre de 2006) por su papel en el escándalo de Abu Ghraib. El mismo general admite que «ésta es la razón principal, la única razón, de que me hayan obligado a retirarme» (Guardian Unlimited, 2 de noviembre de 2006, «U.S. General Says Abu Ghraib Forced Him Out»).

El general de división Geoffrey Miller a juicio

Según Human Rights Watch, «el general de división Geoffrey Miller, como comandante del campo de prisioneros de alta seguridad de Guantánamo, Cuba, debería ser encausado por su presunta responsabilidad en los crímenes de guerra y los actos de tortura cometidos contra detenidos en aquel lugar». Además, «sabía o debería haber sabido que las tropas bajo su mando cometían crímenes de guerra y actos de tortura contra detenidos en Guantánamo» y «el general Miller pudo haber propuesto para Irak unos métodos de interrogación que fueron la causa inmediata de los actos de tortura y los crímenes de guerra cometidos en Abu Ghraib».

El general Miller fue comandante de Guantánamo entre noviembre de 2002 y abril de 2004, cuando pasó a encargarse del sistema de prisiones de Irak hasta 2006. Fue destinado a Guantánamo para sustituir al general Rick Baccus, al que los de arriba consideraban «demasiado blando» con los prisioneros porque insistía en respetar estrictamente las directrices de la Convención de Ginebra. En muy poco tiempo, «Camp X-Ray» se transformó en «Camp Delta», con 625 internos, 1.400 soldados de la policía militar y la inteligencia militar, y muchísima tensión.

Miller fue muy innovador y creó unos equipos de interrogación especializados que por primera vez integraban a personal de la inteligencia militar junto con guardias de la policía militar, desdibujando una línea que para el ejército siempre había sido impermeable. Para meterse en la cabeza de los prisioneros, Miller recurrió a expertos. «Hizo venir a varios científicos de la conducta, un grupo de psicólogos y psiquiatras [tanto civiles como militares]. Y se pusieron a buscar vulnerabilidades psicológicas, puntos débiles, formas de manipular a los detenidos para obligarlos a cooperar: buscaban vulnerabilidades psíquicas y culturales.»28

Basándose en el historial médico de los prisioneros, los interrogadores de Miller intentaban provocarles depresión, desorientarlos y doblegarlos. Los prisioneros resistieron: hubo huelgas de hambre, al principio se suicidaron por lo menos catorce prisioneros y, en los años siguientes, varios centenares también lo intentaron.29 Hace poco, tres detenidos en Guantánamo se suicidaron ahorcándose con sábanas en sus celdas; ninguno de ellos había sido acusado formalmente después de haber estado cautivos allí muchos años. En lugar de reconocer estos suicidios como los actos de desesperación que son, un portavoz del gobierno los ha ridiculizado tildándolos de «maniobra de relaciones públicas para llamar la atención».30 Y un contraalmirante de la marina ha llegado a decir que no habían sido un acto de desesperación, sino «un acto asimétrico de guerra en nuestra contra».

La autorización oficial por parte del secretario Rumsfeld de las técnicas más duras jamás usadas por soldados estadounidenses hizo que los nuevos equipos de interrogación de Miller fueran más agresivos. Abu Ghraib iba a ser el nuevo laboratorio experimental de Miller para comprobar sus hipótesis sobre las maneras de obtener «información útil» de prisioneros que se resistieran. Rumsfeld viajó a Guantánamo con su ayudante Stephen Cambone para reunirse con Miller y confirmar que todos tenían el mismo objetivo.

Recordemos que, según la general Karpinski, Miller le había dicho: «Hay que tratar a los prisioneros como perros. Si [...] les dejas creer que son más que perros, habrás perdido el control del interrogatorio antes de empezar [...] Y funciona. Eso es lo que hacemos en Guantánamo».31

Karpinski también ha declarado públicamente que Miller «me dijo que iba a “guantanamizar” el centro de detención (de Abu Ghraib)».32 Según el coronel Pappas, Miller le dijo que el uso de perros en Guantánamo había sido eficaz para crear una atmósfera que facilitaba obtener información de los prisioneros y que el uso de perros «con o sin bozal» estaba bien.33

Para asegurarse de que sus órdenes se cumplían, Miller redactó un informe y dejó un disco compacto con unas instrucciones detalladas. Fue entonces cuando el general Sánchez autorizó las nuevas normas «de mano dura» basadas en muchas de las técnicas que se usaban en Guantánamo. El general retirado Paul Kern dejó claros los problemas creados por la aplicación en Abu Ghraib de unos métodos pensados para Guantánamo: «Creo que estaba todo muy confuso. Quiero decir que en los ordenadores de Abu Ghraib encontramos memorándums del secretario de Defensa Rumsfeld escritos para Guantánamo, no para Abu Ghraib. Y aquello provocó confusión».34 Por todas las razones acabadas de exponer, añadimos al general Geoffrey Miller a nuestra lista de acusados de crímenes contra la humanidad.35

En sus acusaciones por los maltratos y las torturas de Abu Ghraib, Human Rights Watch se queda a un paso de la cumbre del sistema: el vicepresidente Dick Cheney y el presidente George W. Bush. Pero yo no voy a vacilar. Dentro de poco los añadiré a nuestra lista de acusados. Se les acusará por el papel que han desempeñado al redefinir la tortura, suspender las garantías que la ley internacional otorga a los prisioneros y alentar a la CIA a emplear una serie de métodos ilegales y criminales por su obsesión con la llamada «guerra contra el terrorismo».

Pero antes debemos ahondar más en la pregunta de si los maltratos de la galería 1A fueron un incidente aislado imputable a esas pocas manzanas podridas o si su execrable conducta formaba parte de un patrón más generalizado de maltratos aprobados tácitamente y practicados por muchos militares y civiles dedicados a capturar, encarcelar e interrogar a sospechosos de actividades de insurgencia. Mi argumentación señalará que el cesto de manzanas empezó a pudrirse por arriba.

TORTURA POR TODAS PARTES, Y ADEMÁS CAOS

Como hizo el día después de que las fotografías de los maltratos salieran a la luz por primera vez, el general Richard Myers, presidente de la Junta de Jefes del Estado Mayor, sigue negando que los maltratos fueran una práctica extendida por todo el sistema y continúa echando toda la culpa a «los siete policías militares de Abu Ghraib». El 25 de agosto de 2005 manifestó públicamente: «Creo que se han hecho por lo menos quince investigaciones sobre Abu Ghraib y ya nos hemos ocupado del tema. Por decirlo así, si sólo fue el turno de noche de Abu Ghraib, que es lo que fue, es que sólo participaron en esto una pequeña parte de los guardias, y esto deja bastante claro que no se trata de un problema más general».36

¿Llegó a leer alguno de esos informes? Los fragmentos de las investigaciones independientes que he resumido aquí bastan para dejar más que claro que los maltratos habían ido mucho más allá de esos pocos policías militares que salían en las fotografías de la galería 1A. Estas investigaciones implican a mandos militares, a interrogadores civiles, a la inteligencia militar y a la CIA en la creación de las condiciones que alimentaron los maltratos. Peor aún: participaron en otros maltratos mucho más graves.

Recordemos que en el informe Schlesinger se detallaban cincuenta y cinco casos de maltratos a detenidos en todo Irak, así como veinte casos de muertes de detenidos cuya lenta investigación aún no ha concluido. El informe Taguba encontró numerosos casos de maltratos criminales gratuitos que representaban «un maltrato a detenidos sistemático e ilegal» en Abu Ghraib (la cursiva es mía). Otro informe del Pentágono documentaba cuarenta y cuatro acusaciones de crímenes de guerra en Abu Ghraib. El Comité Internacional de Cruz Roja dijo al gobierno que el trato a los detenidos de muchas prisiones militares implicaba una serie de coacciones psicológicas y físicas que «equivalen a la tortura». Más aún, afirmaba que el uso de estos métodos por parte de interrogadores de Abu Ghraib «parecía formar parte de los procedimientos de actuación del personal de la inteligencia militar para obtener confesiones e información». Y acabamos de ver los datos estadísticos más recientes que hablan de más de 600 casos de maltratos en prisiones militares de los Estados Unidos en Irak, Afganistán y Cuba. ¿Se reduce todo esto a «unas cuantas manzanas podridas» en una sola galería de una sola prisión?

Revelaciones de maltratos generalizados a prisioneros

antes de Abu Ghraib

Aunque las autoridades militares y civiles han intentado hacer ver que los maltratos y las torturas de Irak se reducen a unos actos aislados cometidos por soldados sin escrúpulos del turno de noche de la galería 1A en otoño de 2003, nuevos documentos del ejército desmienten esta versión de los hechos. El 2 de mayo de 2006, la American Civil Liberties Union hizo públicos unos documentos del ejército en los que se revelaba que altos cargos del gobierno habían tenido noticia de casos extremos de maltratos a detenidos en Irak y en Afganistán dos semanas antes de que el escándalo de Abu Ghraib saliera a la luz. Según consta en un documento interno titulado «Denuncias de maltratos a detenidos en Irak y Afganistán», con fecha de 2 de abril de 2004, en aquellos momentos se estaban realizando sesenta y dos investigaciones de homicidios y maltratos a detenidos por parte de soldados estadounidenses.

Los casos incluyen agresiones, palizas, ejecuciones simuladas, agresión sexual a una detenida, amenaza de matar a un niño iraquí para «enviar un mensaje a otros iraquíes», desnudar a detenidos, apalearlos y conmocionarlos con detonadores, apedrear a niños iraquíes esposados, asfixiar a detenidos mediante pañuelos con nudos y llevar a cabo interrogatorios a punta de pistola. Por lo menos veintiséis casos acabaron con la muerte del detenido. Algunos de estos casos ya se habían sometido a consejo de guerra. Los maltratos iban más allá de Abu Ghraib y se habían cometido en Camp Cropper, Camp Bucca y otros centros de detención en suelo iraquí como Mosul, Samarra, Bagdad y Tikrit, así como en la base afgana de Orgun-E (para consultar el informe completo de la ACLU, véanse las notas).37

En un informe del Pentágono sobre la investigación de maltratos por parte de militares realizada por el general de brigada Richard Formica se dice que las tropas estadounidenses de operaciones especiales siguieron interrogando a detenidos con métodos crueles y no autorizados durante un período de cuatro meses a principios de 2004. Esto fue mucho después de los maltratos de Abu Ghraib (2003) y una vez que su uso se había prohibido. Algunos maltratos a los prisioneros consistían en hacerles pasar hasta diecisiete días a pan y agua, obligarles a ir desnudos, encerrarlos una semana en unas celdas tan pequeñas que no podían estar de pie ni echados, dejar que se helaran de frío, privarles de sueño y ponerles música a todo volumen. Sin embargo, ninguno de estos soldados recibió ni una simple amonestación. Para Formica, los maltratos no eran «deliberados» ni se debían a «faltas personales», sino que eran consecuencia de «una política inadecuada». Para completar la operación de maquillaje añadía que, según sus observaciones, «ningún detenido parecía desmejorado a causa de aquel trato».38 ¡Impresionante!

Unos marines asesinan a civiles iraquíes a sangre fría

Hasta ahora me he centrado en entender el cesto podrido de las prisiones que puede corromper a los buenos carceleros, pero hay un cesto aún mayor y más mortífero: la guerra. Todas las guerras habidas y por haber, en todas las épocas y en todos los países, transforman en asesinos a hombres normales e incluso buenos. Para eso se adiestra a los soldados, para que maten a quienes han sido calificados de enemigos. Sin embargo, bajo las condiciones extremas del combate, con la fatiga, el miedo, la ira, el odio y la venganza a todo gas, el hombre puede perder el norte moral e ir más allá de matar a combatientes enemigos. Si no se mantiene una disciplina militar estricta, si el soldado no es consciente de que es responsable de sus actos, de que está bajo la vigilancia de sus superiores, la furia se desata en una orgía inconcebible de violaciones y asesinatos de civiles, además de soldados enemigos. Sabemos que así ocurrió en My Lai y en otras matanzas militares no tan conocidas, como las de la «Tiger Force» en Vietnam. Durante siete meses, esta unidad de élite dejó tras de sí un reguero de sangre con más de mil civiles brutalmente asesinados.39 Por desgracia, también en Irak la brutalidad de la guerra ha desbordado el campo de batalla para inundar pueblos y ciudades.40

Según los expertos militares, cuando los soldados deben enfrentarse a unos enemigos escurridizos en lo que se llama una «guerra asimétrica», cada vez les será más difícil mantener la disciplina en estas condiciones de estrés. En todas las guerras se producen atrocidades y las cometen la mayoría de las fuerzas de ocupación, incluso las más tecnificadas. Según un destacado miembro de un grupo de expertos militares de Washington, «decir combate es decir estrés, y los actos criminales contra civiles son un síntoma clásico del estrés del combate. Si tenemos a un número suficiente de soldados en una situación de combate el tiempo suficiente, algunos acabarán asesinando a civiles».41

Tenemos que admitir que los soldados son unos asesinos bien adiestrados, que han pasado con éxito por una intensa experiencia de aprendizaje en campamentos de instrucción y con el campo de batalla como terreno de pruebas. Deben aprender a reprimir su anterior formación moral, regida por el «no matarás». La nueva formación militar destinada a «recablear» o reacondicionar su cerebro para que consideren el hecho de matar en tiempos de guerra como una respuesta natural se conoce con el nombre de «asesinología» o «ciencia de crear asesinos» (killology). Este término fue acuñado por el teniente coronel retirado Dave Grossman, actualmente profesor de ciencia militar en West Point, y se explica con más detalle en su libro On Killing y en su sitio web.42

Pero, a veces, la «ciencia de crear asesinos» se puede descontrolar hasta el punto de convertir el asesinato en algo ordinario. Veamos a modo de ejemplo la reacción de un soldado de 21 años de edad que acababa de matar a un civil iraquí que no se había detenido en un control. «No es nada especial. Aquí, matar a la gente es como aplastar a una hormiga. Vamos, que matas a alguien y es, no sé, como “Venga, vamos a por una pizza”. En resumen, que yo pensaba que matar a alguien sería una experiencia de ésas que te cambian para siempre, ¿no? Y resulta que cuando lo haces no pasa nada y piensas: “Bueno, pues vale”».43

El 19 de noviembre de 2005, estalló una bomba junto a una carretera de entrada a la ciudad iraquí de Haditha, y mató a un marine e hirió a otros dos. Unas horas después, y según una investigación realizada por los mandos del cuerpo de marines, quince civiles iraquíes murieron por la explosión de un artefacto. Caso cerrado, porque muchos iraquíes mueren así prácticamente cada día. Sin embargo, un vecino de la ciudad (Taher Thabet) grabó en vídeo los cuerpos acribillados de los civiles muertos y pasó la cinta a la oficina de la revista Time en Bagdad. Esto dio origen a una verdadera investigación del asesinato de veinticuatro civiles por parte de aquel batallón de marines. Parece que los marines habían entrado en tres casas y habían asesinado metódicamente a todos sus ocupantes, incluyendo siete niños y cuatro mujeres, con disparos y granadas. También mataron a un taxista y a cuatro estudiantes que habían parado el taxi en la calle de al lado.

Es evidente que los mandos de los marines intentaron ocultar los hechos cuando supieron que sus hombres no habían respetado las reglas de combate y habían asesinado sin motivo a aquellos civiles. En marzo de 2006 el comandante del batallón y dos comandantes de compañía fueron relevados del mando; uno de ellos dijo ser una «víctima política». En el momento de redactar estas líneas aún hay varias investigaciones en marcha y puede que resulte culpable algún oficial de mayor graduación. Un dato importante que añadir a esta terrible historia es que esos marines del tercer pelotón de la compañía Kilo eran soldados con experiencia y cumplían su segundo y tercer período de servicio. Ya habían participado en unos combates muy violentos en Faluya y casi la mitad de sus camaradas habían caído muertos o heridos de gravedad. Por lo tanto, antes de la matanza de Haditha ya habían acumulado mucha furia y sed de venganza.44

La guerra es un infierno para los soldados, pero siempre es mucho peor para los civiles de las zonas de batalla, y sobre todo para los niños, cuando los soldados pierden el norte moral y actúan contra ellos con crueldad. En otro incidente reciente que se halla en proceso de investigación, unos soldados estadounidenses asesinaron a trece civiles en la aldea iraquí de Ishaqi. Algunos, incluyendo varios niños, fueron hallados atados y con un tiro en la cabeza. Tras reconocer que las víctimas «no eran combatientes», los mandos militares estadounidenses las calificaron de «muertes colaterales» (en otro ejemplo de eufemismo asociado a la desconexión moral).45

Imaginemos lo que ocurre cuando un oficial superior da permiso a sus soldados para matar civiles. Cuatro soldados acusados de matar a tres hombres iraquíes desarmados durante el registro de una vivienda en la ciudad iraquí de Tikrit habían recibido de su comandante, el coronel Michael Steele, la orden de «matar a todos los varones en edad militar». El soldado que dio a conocer esta nueva regla de combate había sido amenazado por sus compañeros para que no hablara a nadie de aquellos asesinatos.46

Uno de los peores horrores de la guerra es la violación de mujeres civiles inocentes a manos de soldados, como ocurrió en Ruanda en la matanza de mujeres tutsi por parte de la milicia hutu que se describe en el capítulo 1. Ahora se sabe que en Irak se han cometido unas brutalidades similares: un grupo de soldados estadounidenses (pertenecientes a la división aerotransportada 101) han sido acusados por un tribunal federal de violar a una niña de 14 años de edad después de haber matado a sus padres y a su hermana de 4 años; después de abusar de ella la mataron de un tiro en la cabeza y quemaron todos los cuerpos. Las pruebas indican claramente que este acto sanguinario había sido premeditado: habían visto a la niña en su puesto de control y antes de irrumpir en su casa se quitaron los uniformes (para no ser identificados) y la violaron después de asesinar a su familia. Inicialmente, el ejército había atribuido estos asesinatos a la insurgencia.47

Y ha llegado ya el momento de dejar las generalizaciones abstractas, los datos estadísticos y las investigaciones del ejército para pasar a escuchar las confesiones de varios interrogadores del ejército estadounidense sobre lo que vieron y lo que hicieron en relación con los maltratos a detenidos. Como vamos a ver, han revelado públicamente el alcance de los maltratos y las torturas que han presenciado y que han cometido personalmente.

También examinaremos brevemente el programa de Guantánamo que ha sido revelado hace poco y que facultaba a unas jóvenes interrogadoras, apodadas «las nenas de la tortura» por los medios de comunicación, a emplear diversas técnicas de carácter sexual en su repertorio de métodos de interrogación. Su presencia y sus métodos han tenido que recibir el visto bueno de los mandos; está claro que no decidieron «sexualizar» Cuba por iniciativa propia. Veremos que no sólo cometieron actos despreciables los modestos policías militares de la galería 1A, sino que también hubo soldados de élite y oficiales que cometieron actos de violencia aún más brutales contra prisioneros.

Por último, veremos que el alcance de la tortura supera prácticamente todas las fronteras, porque los Estados Unidos «subcontratan» torturas a otros países en unos programas conocidos como «entregas», «entregas extraordinarias» e incluso «entregas inversas». Descubriremos que no sólo Saddam torturaba al pueblo iraquí: también lo han hecho los Estados Unidos, y ni siquiera el nuevo régimen iraquí se ha reprimido a la hora de torturar a sus hombres y mujeres en prisiones secretas esparcidas por todo Irak. No podemos sino sentir una profunda lástima por los iraquíes cuando vemos que sus torturadores adoptan tantas formas diferentes.

Los testigos de la acusación

El soldado especialista Anthony Lagouranis (jubilado) fue interrogador del ejército durante cinco años (de 2001 a 2005), con un período de servicio en Irak en 2004. Aunque primero fue destinado a Abu Ghraib, Lagouranis fue trasladado después a una unidad especial de inteligencia que actuaba en distintos centros de detención distribuidos por todo Irak. Cuando habla de la «cultura del maltrato» que impregnaba los interrogatorios en todo Irak, sus datos se refieren a todo el país, y no sólo a la galería 1A.48

Luego está el sargento Roger Brokaw (jubilado), que desde la primavera de 2003 trabajó seis meses en Abu Ghraib como interrogador. Según Brokaw, muy pocos de los detenidos con los que había hablado, puede que sólo un 2 %, eran peligrosos o miembros de la insurgencia; la mayoría de ellos habían sido traídos o señalados por policías iraquíes porque les guardaban rencor por algo o porque, simplemente, no les caían bien. Los dos dicen que una de las razones de que la información («inteligencia») obtenida fuera tan poca era que los centros de detención estaban llenos a rebosar de personas que no tenían información que dar. Muchos habían caído en redadas cuyo objetivo era capturar a todos los varones de las familias que vivían en una zona de actividad de la insurgencia. Al haber tan pocos interrogadores con experiencia y tan pocos intérpretes, cuando los detenidos acababan siendo entrevistados la información que pudieran tener ya era inservible por anticuada.

Dedicar tanto esfuerzo para obtener unos resultados tan pobres causaba mucha frustración. Y, como predeciría la ya vieja hipótesis de la frustración-agresividad, esta frustración creciente provocaba más y más agresividad. El tiempo volaba; la insurgencia iba en aumento; los mandos militares, que sentían la presión de los gerifaltes civiles de la cadena de mando, cada vez apretaban más. La obtención de información era vital.

Brokaw: «Pillaban a gente por cualquier cosa, en cualquier momento. Había que cumplir unos objetivos, había que interrogar a tantas personas por semana y enviar los informes para que subieran por la cadena de mando».

Lagouranis: «Rara vez sacábamos algo que valiera la pena de los interrogatorios y para mí que era porque nos traían gente inocente que no sabía nada».

Brokaw: «Y el 98 % de la gente con la que hablé no tenía por qué estar allí. Los habían pillado sin más ni más; hacían una redada, entraban en su casa, los sacaban de allí y los metían en un campo de detención. El coronel Pappas nos apretaba para que sacáramos información. “Vamos a sacar esa información, a salvar la vida a otros soldados. Si encontramos esas armas, si encontramos a esos rebeldes, salvaremos la vida a muchos soldados.” Y para mí que esto llevó a la idea de que los interrogadores o los policías militares podían hacer lo que les viniera en gana para ablandar a esa gente».

Brokaw también dijo que el mensaje de «quitarse los guantes» (dejarse de contemplaciones) fue bajando por la cadena de mando hasta que esa metáfora boxística adquirió un significado literal.49

Brokaw: «Oí decir: “Vamos a quitarnos los guantes”. Lo dijo el coronel Jordan una noche, en una de las reuniones. “Nos vamos a quitar los guantes. Vamos a enseñar a esa gente quién manda aquí.” Y, claro, hablaba de los detenidos».

Cuanto más se extendía la insurgencia contra las fuerzas de la coalición y más bajas causaba, más aumentaba la presión sobre la inteligencia militar y la policía militar para que obtuviera aquella información tan escurridiza.

Lagouranis añadía algunos detalles: «Ahora pasa por todo Irak. Es, bueno, como decía, torturan a la gente en su casa. La infantería tortura a la gente en su propia casa. Bueno, ya lo he dicho antes, hasta llegaban a quemarlos. Machacaban los pies a la gente a culatazos. Les rompían los huesos, las costillas. Bueno, todo eso, cosas muy fuertes». Y añadía: «Cuando las unidades hacían redadas y entraban en una casa se quedaban allí torturando a la gente».

¿Hasta dónde podían llegar los policías militares y el personal de inteligencia militar en sus intentos de obtener información?

Lagouranis: «Por un lado trataban de sacar información, pero por otro era puro sadismo. Sigues y sigues y sigues para ver hasta dónde puedes llegar. Es natural que la gente se acabe frustrando a tope cuando estás ahí sentado con alguien sobre el que tienes todo el control y todo el poder, y ves que no puedes hacer que haga lo que quieres. Y así todo el día y cada día, uno tras otro. Y llega un momento que empiezas a dar más caña».

¿Qué ocurre cuando añadimos unos niveles elevados de miedo y de venganza como catalizadores psicológicos de esta mezcla tan volátil?

Lagouranis: «Estás que no puedes más porque te machacan sin parar con morteros, bueno, con cohetes, porque nos tiran lanzagranadas, y no puedes hacer nada, y ves que ese enemigo que no puedes ver va matando gente a tu alrededor. Y entonces, cuando entras en la celda de interrogación con este tío que piensas que puede tener que ver con todo eso, pues bueno, quieres llegar lo más lejos que puedas».

¿Y hasta dónde acabaron llegando?

Lagouranis: «Recuerdo al suboficial que estaba al mando del centro de interrogación. Dijo haber oído que los SEAL echaron agua helada a un prisionero para que le bajara la temperatura. Y le daban, bueno, le metían un termómetro en el recto para vigilar que no se muriera. Lo tenían al borde de la hipotermia». ¡La recompensa por revelar la información exigida era deshelar al prisionero antes de que muriera!

En una muestra de otra potente técnica psicológica, el modelado social, este interrogador aplicó una estrategia similar a lo largo de toda una noche dentro de un frío contenedor de metal que servía de celda de interrogación.

Lagouranis: «Pues eso, que los teníamos al borde de la hipotermia, es lo que llaman “manipulación del entorno”, con música a tope y luces estroboscópicas. Y luego traíamos a los perros para que los asustaran. Pero estaba controlado, porque los perros llevaban bozal y los cuidadores los sujetaban. Pero el detenido no lo sabía porque llevaba los ojos vendados. Eran unos pastores alemanes muy grandes. Bueno, pues cuando le hacía una pregunta al prisionero y la respuesta no me gustaba, le hacía una seña al cuidador, y el perro empezaba a ladrar y se echaba sobre el prisionero, pero no podía morderlo [...] A veces se meaban encima del miedo ¿no? Sobre todo porque iban con los ojos vendados. No podían saberlo; total, que era una experiencia muy aterradora. A mí me mandaban hacerlo, pero yo siempre hacía que el suboficial que estaba al mando me lo confirmara por escrito».

La desconexión moral facilita que la gente se comporte de una manera que normalmente no superaría la barrera de su propia autocensura.

Lagouranis: «Es que tienes la sensación de que estás fuera de la sociedad normal, ¿no? La familia, los amigos, no están allí para ver lo que sucede. Y todo el mundo participa en esa, no sé como llamarlo, psicosis, a falta de una palabra mejor, en esa ilusión de lo que haces allí. Y cuando miras a tu alrededor, lo que antes estaba bien se viene abajo, ¿no? Yo mismo lo acabé sintiendo. Recuerdo que estaba en aquel contenedor, en Mosul. Había estado con un tío [un prisionero al que debía interrogar] toda la noche. Y te sientes tan aislado, aislado moralmente, que tienes la sensación de que puedes hacerle a ese tío lo que quieras, y a lo mejor hasta quieres hacérselo».

Este joven interrogador, que deberá pasarse el resto de su vida consciente del mal que hizo mientras servía a su país, describe cómo se intensifica la violencia, cómo se alimenta a sí misma.

Lagouranis: «Sigues y sigues y sigues para ver hasta dónde puedes llegar. Y parece que eso forme parte de la naturaleza humana. Bueno, mucha gente habrá leído lo de unos estudios hechos en unas cárceles norteamericanas donde haces que un grupo de gente se encargue de otro grupo y les das todo el poder y la cosa enseguida acaba con maltratos y torturas, ¿no? O sea que es algo muy normal». [¿Quizá se refiere al experimento de la prisión de Stanford? De ser así, parece que nuestra prisión ha alcanzado la condición de leyenda urbana y ha acabado por convertirse en una prisión «de verdad».]

Un mando firme y estricto es esencial para atajar los maltratos:

Lagouranis: «Y pude verlo [crueldades y maltratos] en todos los centros de detención en los que estuve. En los centros donde no había un mando fuerte, fuerte de verdad, que dijera: “No vamos a tolerar maltratos” [...] se producían maltratos. Y lo hacían hasta los policías militares, que no intentan obtener información: lo hacen porque es algo que hace la gente de allí si no están controlados desde dentro o desde arriba».

Después de ver casos aún peores de maltratos «por parte de los marines de North Babel», Lagouranis no pudo aguantar más. Empezó a redactar informes sobre los maltratos, documentándolos con fotografías de las heridas y con declaraciones juradas de los prisioneros, y luego envió toda esta información a la cadena de mando del cuerpo de marines. ¿Cómo fue recibida esa información? Pues de la misma forma en que lo fueron las quejas que Chip Frederick planteó a sus superiores sobre las malas condiciones de Abu Ghraib: ningún mando de los marines respondió a las denuncias de este interrogador.50

Lagouranis: «Nunca vino nadie a ver todo aquello; nunca se presentó nadie para hablar conmigo. Tenía la sensación de estar enviando todos aquellos informes para nada. Nadie los investigaba: o no tenían manera de investigarlos o no lo querían hacer». [Este silencio oficial debería acallar cualquier discrepancia.]

Un caso especial que indica hasta dónde podía llegar un equipo de interrogación de Guantánamo es el caso documentado del «Prisionero 063». Su nombre era Mohammed Al-Qahtani y se creía que era «el vigésimo secuestrador de aviones» de los ataques terroristas del 11-S. Prácticamente no se libró de ningún maltrato imaginable. Se le obligaba a orinarse encima, se le privaba durante días de sueño y de comida y lo aterrorizaban con un feroz perro de ataque. Su capacidad de resistencia sólo sirvió para que le maltrataran más. Le hacían llevar sostenes y le ponían un tanga en la cabeza. Los interrogadores se burlaban de él diciendo que era homosexual. Incluso le colocaron un collar y una correa de perro y le obligaron a hacer «gracias» como si fuera un perro de verdad. Una interrogadora se montó a horcajadas sobre él con la intención de excitarlo sexualmente y luego lo castigó por haber violado sus creencias religiosas. Los periodistas de investigación de la revista Time han revelado con todo detalle y casi minuto a minuto el mes entero que se pasó AlQahtani sometido a un interrogatorio secreto.51 Vemos una mezcla de métodos toscos y brutales con algunos muy sofisticados y con otros que son, simple y llanamente, una estupidez. Cualquier detective de policía con experiencia podría haber sacado más de aquel prisionero en mucho menos tiempo y sin necesidad de recurrir a métodos tan inmorales.

Al tener conocimiento de este interrogatorio, Alberto Mora, asesor jurídico de la armada de los Estados Unidos, se quedó horrorizado ante aquellas prácticas totalmente ilícitas que sólo un ejército o un gobierno despreciables podían haber aprobado. En una elocuente declaración que proporciona el marco esencial para apreciar lo que significa dar el visto bueno a estos atroces interrogatorios, Mora dijo:

Si la crueldad ya no se declara ilegal y pasa a formar parte de la política establecida, la relación fundamental entre hombre y gobierno se desvirtúa. La noción entera de los derechos humanos se destruye. La constitución reconoce que todo hombre tiene un derecho intrínseco, que no otorgan ni el Estado ni las leyes, a la dignidad personal, incluyendo el derecho a no ser objeto de crueldad. Esto se aplica a todos los seres humanos y no sólo a los de Norteamérica: también a los calificados de «combatientes enemigos ilegales». Si hacemos esta excepción, la constitución se viene abajo. Es una cuestión de principios.52

Lo que pido al estimado lector ahora, en su calidad de miembro del jurado, es que compare algunos de estos métodos pensados de antemano con los que presuntamente salieron de la mente «pervertida» de los policías militares de la galería 1A y que aparecen en las fotografías. Además de las muchas fotografías de detenidos con bragas en la cabeza, está la horrenda imagen de Lynndie England llevando a rastras por el suelo a un prisionero que lleva puesto un collar y una correa de perro. Ahora parece razonable concluir que las bragas en la cabeza, la correa al cuello y aquel entorno deshumanizador se tomaron prestados de la CIA y de los equipos especiales de interrogación de Guantánamo del general Miller, y que se habían convertido en métodos de interrogación aceptados que se aplicaban en todas las zonas de guerra, aunque, eso sí, ¡sin fotografías de por medio!

Los soldados de élite de la 82 división aerotransportada rompen

huesos y queman fotos

Puede que el testigo más impresionante y al mismo tiempo más admirable de la acusación contra toda la estructura de mando sea el capitán Ian Fishback, graduado con honores en West Point y capitán de una unidad de élite aerotransportada destacada en Irak. Su reciente carta al senador John McCain denunciando la proliferación de los maltratos a prisioneros empieza así:

Soy un graduado de West Point que actualmente sirve como capitán de infantería. He sido destinado en dos ocasiones a la 82 división aerotransportada, una en Afganistán y otra en Irak. Mientras prestaba servicio en la guerra global contra el terrorismo, los actos y las declaraciones de mis mandos me han llevado a creer que la política de los Estados Unidos no ha exigido la aplicación de la Convención de Ginebra ni en Afganistán ni en Irak.

Durante varias entrevistas que mantuvo con Human Rights Watch, el capitán Fishback reveló con todo detalle las consecuencias alarmantes de aquella confusión sobre los límites legales impuestos a los interrogadores. Su relato de los hechos lo confirman y lo complementan dos sargentos de su unidad de la base de operaciones de Camp Mercury, cerca de Faluya.53 (Aunque ya se han mencionado en el capítulo anterior, aquí ofreceré una versión más completa de las revelaciones del capitán Fishback, así como de su contexto.)

En su carta al senador McCain, Fishback daba testimonio de diferentes prácticas habituales antes de los interrogatorios y durante los mismos, como golpear a los prisioneros en el cuerpo y en la cara, echarles a la cara productos químicos cáusticos, encadenarlos por sistema en posturas que los colocaban al borde del colapso y obligarles a hacer ejercicio hasta que perdían el sentido. También apilaban a los prisioneros formando pirámides, al estilo de Abu Ghraib. Estos maltratos se cometieron antes, durante y después del escándalo de los maltratos de Abu Ghraib.

Cuando estábamos en la base de operaciones Mercury se obligaba a los prisioneros a amontonarse formando pirámides, aunque sin desnudarlos. A otros se les obligaba a hacer ejercicio sin parar durante dos horas por lo menos [...] A un prisionero le echaron un cubo de agua helada encima y luego lo dejaron a la intemperie toda la noche [un ejemplo más de la técnica consistente en exponer a los prisioneros a unos elementos extremos comunicada por Lagouranis]. En otra ocasión, un soldado golpeó con todas sus fuerzas la pierna de un detenido con un bate de béisbol. Todas estas cosas me las han comunicado mis suboficiales.

Según Fishback, los mandos dirigían y aprobaban los maltratos: «Me decían: “Estos tíos montaron atentados con bombas la semana pasada”, y se lo hacíamos pagar, los jodíamos a base de bien [...] Pero es que las cosas eran así, eso era lo habitual» (antes hemos hablado de las normas nuevas que surgen en situaciones donde una práctica nueva se convierte con rapidez en algo habitual que se debe cumplir).

Sorprendentemente, Fishback dice que sus soldados también documentaron digitalmente maltratos a prisioneros.

[En la base de operaciones Mercury] dijeron que tenían fotografías parecidas a las de Abu Ghraib y, como se parecían tanto a lo que sucedió allí, los soldados las destruyeron. Las quemaron. Sus palabras exactas fueron: «[A los soldados de Abu Ghraib] les van a meter un puro por lo mismo que nos han hecho hacer a nosotros y hemos destruido las fotos».

Durante diecisiete meses, el capitán Fishback intentó poner en conocimiento de sus superiores sus inquietudes y sus protestas, pero obtuvo los mismos resultados —nulos— que el interrogador Anthony Lagouranis y el sargento Frederick. Al final decidió exponer públicamente los hechos con su carta al senador McCain, lo que ayudó a fortalecer la oposición de McCain a la suspensión de la Convención de Ginebra por parte de la administración Bush.

«Las nenas de la tortura» hacen lap dance para calentar a los prisioneros

del confesionario de Guantánamo

Nuestro siguiente testigo revela un nuevo giro en la perversión que desplegaban los militares (probablemente en alianza con la CIA) en la prisión de Guantánamo. Según Erik Saar, un traductor militar que trabajaba en ese campo de prisioneros, «se usaba el sexo como arma para abrir una brecha entre el detenido y su fe islámica». Este joven soldado llegó a Guantánamo rebosante de fervor patriótico, creyendo que podría contribuir a la guerra contra el terrorismo. Pero pronto se dio cuenta de que no contribuía en nada, que todo lo que ocurría allí era «un error». En una entrevista concedida al programa de radio Democracy Now, de Amy Goodman, el 4 de abril de 2005, Saar describió vívidamente los métodos sexuales usados contra prisioneros, unos métodos que presenció personalmente. Más adelante amplió lo que había revelado en esta entrevista en un escrito titulado Inside the Wire: A Military Intelligence Soldier’s Eyewitness Account of Life at Guantánamo.54

Durante los seis meses que estuvo destinado allí, Saar, que habla el árabe con soltura, tenía que traducir a los prisioneros lo que les preguntaban los interrogadores oficiales y luego traducir al inglés las respuestas de los prisioneros. Cual un Cyrano moderno, tenía que elegir con precisión las palabras para transmitir con la mayor fidelidad posible lo que se decían interrogadores y prisioneros. La nueva técnica introducida en Guantánamo suponía hacer uso de una interrogadora seductora. Según Saar, «la interrogadora seducía sexualmente a los detenidos para que se sintieran impuros [...] Les restregaba los pechos por la espalda, les hablaba de sus partes íntimas [...] Los prisioneros se escandalizaban y se ponían furiosos».

Saar dimitió de su puesto porque creía firmemente que esta técnica de interrogación «era totalmente ineficaz y contradecía los valores de nuestra democracia».55 La columnista de The New York Times Maureen Dowd acuñó la expresión «las nenas de la tortura» para designar a las interrogadoras de Guantánamo que usaban su atractivo sexual para obtener información y confesiones de los detenidos.56 Vamos a entrar en una de esas salas de interrogación para ver con mayor detalle lo que sucedía en su interior.

Saar describe un interrogatorio especialmente dramático que se podría clasificar bajo el epígrafe militar de «invasión del espacio personal por parte de una mujer». La víctima era un saudí de 21 años de edad y considerado de «valor muy alto» que se pasaba la mayor parte del día rezando en su celda. Antes de que empezara el interrogatorio, Saar y la interrogadora, «Brooke», se taparon con cinta los nombres que llevaban en el uniforme para mantenerse en el anonimato. Luego, Brooke le dijo: «El detenido con el que vamos a hablar es una mierda y puede que tengamos que animar un poco la cosa» porque, como dejó muy claro, «los de arriba ya me están empezando a joder porque el tío no canta. Esta noche tendremos que probar algo nuevo». Este detenido saudí era de «valor muy alto» porque se creía que había recibido lecciones de vuelo junto con los secuestradores del 11-S. Saar comenta que «cuando los interrogadores del ejército interrogaban a un detenido que no quería cooperar, enseguida le apretaban las clavijas: le gritaban, le acosaban, hacían de “polis malos” y pasaban por completo de establecer una buena relación de comunicación».

La interrogadora Brooke añadió: «Tengo que hacerle creer que debe cooperar conmigo y que no tiene otra salida. Vamos a hacer que el tío se sienta tan asqueroso, tan sucio, que cuando vuelva a su puta celda se pase la noche rezando. Vamos a meter una barrera entre él y su Dios».57 Al ver que el prisionero no respondía a sus preguntas, la interrogadora decidió desmelenarse.

«Para mi sorpresa», dice Saar, «empieza a desabrocharse la camisa por arriba, lentamente, de manera provocativa, como si hiciera un striptease, descubriendo una camiseta de color caqui muy ceñida que llevaba debajo [...] Caminando lentamente se pone detrás de él y empieza a restregarle los pechos contra la espalda mientras le dice: “¿Te gustan las buenas tetas, Farik? Veo que ya se te pone dura. ¿Qué va a pensar Alá cuando lo vea?”. Luego se sienta delante del prisionero y se pone las manos sobre los pechos diciéndole: “¿No te gustan estas tetazas?”». Cuando el prisionero aparta la mirada hacia Saar, Brooke pone en duda su masculinidad: «¿A ver si resulta que eres maricón? ¿Por qué lo miras a él? [...] Él también piensa que tengo unas buenas tetas, ¿verdad?» (Saar asiente con la cabeza).

El prisionero resiste y escupe a Brooke. Sin inmutarse, Brooke da una vuelta de tuerca más. Mientras se desabrocha los pantalones, le dice al prisionero:

«¿Sabes que tengo la regla, Farik? [...] ¿Qué te parece si te toco ahora?» [Se mete la mano bajo las bragas y cuando la saca parece que esté cubierta de sangre. Le pregunta por última vez quién le había dicho que aprendiera a volar, quién le había enviado a la escuela de vuelo.] «Hijo de la gran puta», le dice entre dientes, y entonces le pasa la mano por la cara embadurnándosela con lo que Farik cree que es sangre menstrual [...] «¿Qué van a pensar de ti tus hermanos cuando vean que llevas en la cara la sangre menstrual de una mujer norteamericana?» Poniéndose de pie, y mientras salimos de la sala, Brooke añade: «Por cierto, esta noche te hemos cerrado el agua de la celda, así que esa sangre aún estará ahí por la mañana» [...] Brooke había hecho lo que creía adecuado para obtener la información que reclamaban sus jefes [...] Pero, ¿y yo, qué coño hacía yo allí? ¿Qué coño hacíamos todos en aquel lugar?

Pues sí, muy buena pregunta. Sin embargo, nunca ha habido una respuesta clara ni para Saar ni para nadie más.

Otros delitos y faltas en Guantánamo

Erik Saar revela muchas otras prácticas engañosas, poco éticas o ilícitas. Él y los otros integrantes de los equipos de interrogación tenían órdenes estrictas de no dirigir ni una palabra a los observadores de Cruz Roja Internacional.

Cuando aparecía por allí algún dignatario «organizaban un montaje» y le acompañaban en una visita guiada para que observara un interrogatorio «típico» y todo pareciera de lo más normal. Esto recuerda al campo de concentración «modelo» que crearon los nazis en Teresienstadt, Checoslovaquia, para engañar a los observadores de organizaciones como Cruz Roja Internacional haciéndoles creer que los internos vivían felices y contentos en su nuevo lugar de residencia. Erik Saar describe cómo se disimulaba todo cuando se organizaban esos «montajes»:

Una de las cosas que aprendí cuando me uní al equipo de inteligencia fue que cuando íbamos a recibir una visita importante, como un general, un alto funcionario del gobierno, puede que alguna agencia de inteligencia o incluso una delegación del Congreso, se intentaba por todos los medios que los interrogadores buscaran algún detenido que ya hubiera cooperado anteriormente y que lo llevaran a la sala de interrogatorios para que las visitas pudieran ver el interrogatorio desde la sala de observación. Básicamente, tenían que hallar a alguien que ya hubiera cooperado, con el que pudieran sentarse y mantener un diálogo normal y que ya hubiera ofrecido alguna información, con el fin de repetir el interrogatorio para que lo vieran las visitas.

Y, la verdad, para un profesional de la inteligencia aquello era insultante. Y, francamente, no creo que fuera el único que pensara así, porque en la comunidad de la inteligencia sólo vives para proporcionar la información a quienes deben tomar las decisiones. Ésa es la razón de existir de la comunidad de inteligencia, ofrecer la información adecuada. Y esos montajes para que Guantánamo pareciera una cosa a los visitantes cuando en realidad era otra que no tenía nada que ver, deshonra todo lo que nosotros, como profesionales de la inteligencia, intentábamos hacer.

«Subcontratar» la tortura

Podemos hallar más pruebas de la extensión de la tortura furtiva como medio para extraer información de sospechosos que se resisten, en unos programas secretos de la CIA para trasladar prisioneros a países extranjeros que han aceptado hacer el trabajo sucio para los Estados Unidos. En un programa conocido con los nombres de «entregas» o «entregas extraordinarias», decenas y hasta puede que centenares de «terroristas de alto valor» han sido trasladados a diversos países extranjeros, con frecuencia en aviones de pasajeros alquilados por la CIA.58 Al parecer, el presidente Bush autorizó a la CIA para que «hiciera desaparecer» o «entregara» a detenidos bajo su custodia a países que se sabe que practican la tortura (como ha documentado Amnistía Internacional).59 Estos prisioneros se mantienen incomunicados en centros de detención secretos situados en «lugares no revelados». En las llamadas «entregas inversas», «sospechosos» detenidos por autoridades de otros países en situaciones ajenas al combate o al campo de batalla son entregados a los Estados Unidos y casi siempre acaban en la prisión de Guantánamo, sin las garantías básicas que ofrece la ley internacional.

El presidente del Center for Constitutional Rights, Michael Ratner, ha dicho lo siguiente de este programa:

Yo lo llamo subcontratar la tortura. Lo que de verdad significa es que, en la llamada guerra contra el terrorismo, la CIA captura personas en cualquier lugar del planeta que desea y, si no quiere verse envuelta en torturas o en interrogatorios, el término que usemos da igual, las envía a otro país con el que nuestras agencias de inteligencia mantienen buenas relaciones. Puede ser Egipto, o Jordania.60

Michael Scheuer, uno de los altos cargos de la CIA encargado de este programa, ha dicho con toda naturalidad:

Trasladábamos a la gente a sus países de origen, en Oriente Medio, si en esos países había pendiente alguna causa contra ellos y si estaban dispuestos a acogerlos. Esa gente era tratada según las leyes de su país, no según las leyes de los Estados Unidos; las leyes de países como Marruecos, Egipto, Jordania... elijan ustedes mismos.61

Estaba claro que los métodos de interrogación usados en esos países iban a incluir técnicas de tortura de las que la CIA no quería saber nada siempre y cuando produjeran alguna «inteligencia» útil. Pero en nuestra época tan tecnificada es difícil ocultar durante mucho tiempo un programa como éste. Algunos aliados de los Estados Unidos han investigado por lo menos treinta vuelos sospechosos de formar parte de este programa de subcontratación de la tortura puesto en marcha por la CIA. Estas investigaciones han revelado que se han trasladado sospechosos clave a centros de la época soviética situados en Europa del Este.62

Mi opinión es que estos programas de subcontratación de la tortura no indican que la CIA y los agentes de la inteligencia no deseen torturar a los detenidos, sino que creen que los agentes de esos países saben torturar mejor. Han estado perfeccionando la práctica del «tercer grado» mucho más tiempo que los Estados Unidos. Y eso que sólo he presentado una muestra muy pequeña de los maltratos mucho más generalizados que han sufrido toda clase de detenidos en prisiones militares estadounidenses, con el objetivo de refutar la afirmación de la administración estadounidense de que estos maltratos y torturas no han sido «sistemáticos».

Las autopsias y las actas de defunción de personas detenidas en centros de Irak y de Afganistán revelan que casi la mitad de las cuarenta y cuatro muertes comunicadas se produjeron durante o después de interrogatorios a cargo de equipos SEAL, de la inteligencia militar o de la CIA. Estos homicidios se debieron a métodos de interrogación que incluían encapuchar, amordazar, estrangular, golpear con objetos contundentes, sumergir, privar de sueño y manipular la temperatura de una manera extrema. El director ejecutivo de la American Civil Liberties Union, Anthony Romero, ha dejado claro que «es evidente que ha habido interrogatorios con resultado de muerte. Los altos cargos militares y civiles que sabían de estas torturas se han lavado las manos y quienes han creado e impulsado estas políticas deberán dar cuenta de sus actos».63

LLEGAR HASTA LA CIMA: LA RESPONSABILIDAD DE DICK CHENEY
Y DEL PRESIDENTE BUSH

Como fue quedando cada vez más claro en los meses que siguieron a la publicación de las fotografías de Abu Ghraib, todos aquellos maltratos no eran obra de unos cuantos soldados que habían incumplido las normas. Eran el resultado de unas decisiones tomadas por la administración Bush con el propósito de desvirtuar, pasar por alto o dejar de lado aquellas normas. Las políticas de la administración Bush crearon el clima para los maltratos de Abu Ghraib y para las diversas formas de maltratos a detenidos que se han practicado en todo el mundo.

Esta declaración sumaria de Human Rights Watch incluida en su informe «United States: Getting Away with Torture?», dirige nuestra atención a la mismísima cima de la larga cadena de mando: al vicepresidente Dick Cheney y al presidente George W. Bush.

La guerra contra el terrorismo formula el nuevo paradigma de la tortura

Después de los ataques del 11 de septiembre de 2001, y siguiendo la tónica de anteriores fracasos presidenciales en las llamadas «guerras contra nombres» —contra la pobreza, contra la droga—, la administración Bush declaró la «guerra contra el terrorismo». Según la premisa básica de esta nueva guerra, el terrorismo era la principal amenaza a la «seguridad nacional» y a la «patria» y había que oponerse a ella empleando todos los medios necesarios. Esta base ideológica ha sido empleada prácticamente por todos los países para obtener el apoyo popular y militar a campañas de agresión y de represión. Durante las décadas de 1960 y 1970 la utilizaron sin ningún reparo las dictaduras de extrema derecha de Brasil, Grecia y muchos otros países para justificar las torturas y las ejecuciones llevadas a cabo por escuadrones de la muerte de los ciudadanos calificados de «enemigos del Estado».64 La derechista Democracia Cristiana de la Italia de la década de 1970 empleaba la «estrategia de la tensión» para el control político alimentando el miedo al terrorismo de las Brigadas Rojas (comunistas radicales). Y, naturalmente, no debemos olvidar el ejemplo clásico de la Alemania nazi, cuando Hitler hizo que los judíos cargaran con la culpa del colapso económico de la década de 1930. Eran la amenaza interna que justificaba un programa externo de conquista y que exigía su exterminio tanto en Alemania como en todos los países ocupados por los nazis.

El miedo es la mejor arma psicológica de que dispone el Estado para atemorizar a los ciudadanos hasta el punto de que estén dispuestos a sacrificar sus libertades y garantías básicas a cambio de la seguridad que les promete su gobierno omnipotente. Ese miedo provocó el apoyo mayoritario de la ciudadanía estadounidense y del Congreso de los Estados Unidos a iniciar primero una guerra preventiva contra Irak y a mantener después, de una manera totalmente irreflexiva, toda una serie de políticas de la administración Bush. Primero se inculcó el miedo con un estilo orwelliano proclamando que Saddam Hussein, con su arsenal de «armas de destrucción masiva», iba a lanzar un ataque nuclear contra los Estados Unidos y sus aliados. Por ejemplo, en vísperas de la votación de la resolución sobre la guerra contra Irak en el Congreso, el presidente Bush dijo a la nación y al Congreso mismo que Irak era un «país malvado» que amenazaba la seguridad «de Norteamérica». «Conocedores de esta realidad», recalcaba el presidente Bush, «los norteamericanos no debemos pasar por alto la amenaza que se cierne sobre nosotros. Frente a estas pruebas tan evidentes del peligro, no podemos esperar la prueba definitiva que podría adoptar la forma de una nube nuclear.»65 Pero esa nube nuclear que recorrió «Norteamérica» no fue lanzada por Saddam, sino por el equipo del presidente Bush.

Durante los años siguientes, los principales miembros de la administración Bush han ido repitiendo estas advertencias aciagas discurso tras discurso. La Special Investigations Division del Committee on Government Reform preparó un informe para el congresista Henry A. Waxman sobre las declaraciones públicas de la administración Bush en relación con Irak.66 Para ello se basó en una base de datos pública con todas las declaraciones realizadas en este sentido por Bush, Cheney, Rumsfeld, el secretario de Estado Colin Powell, y la entonces consejera de Seguridad Nacional Condoleezza Rice. Según el informe, estos cinco altos cargos realizaron 237 declaraciones «fraudulentas» sobre la amenaza iraquí en 125 comparecencias públicas, con un promedio de unas 50 cada uno. En septiembre de 2002, un año después de los ataques del 11-S, la administración Bush hizo casi 50 declaraciones públicas fraudulentas.67

Ron Suskind, ganador de un premio Pulitzer, ha realizado una investigación en la que llega a la conclusión de que, en gran medida, la formulación de la guerra contra el terrorismo por parte de la administración Bush tiene sus raíces en una declaración de Cheney realizada inmediatamente después del 11-S: «Aunque sólo haya un 1% de probabilidades de que los científicos pakistaníes estén ayudando a Al Qaeda a construir un arma nuclear, nuestra respuesta debe fundarse en tener esto por una certeza. Lo importante no es nuestro análisis [...] Lo importante es nuestra respuesta». Suskind escribe en su libro The One Percent Doctrine: «Esto, una vez dicho, sentó precedente: una norma de actuación que regiría durante años los acontecimientos y las respuestas de la administración». Luego observa que, por desgracia, el gigantesco gobierno federal no sabe actuar con eficacia bajo una forma nueva de tensión, como esta guerra contra el terrorismo, y bajo la disonancia cognitiva provocada por la aparición inesperada de la insurgencia.

Podemos ver una manera diferente de utilizar el miedo en la politización del sistema de alerta terrorista (código de colores) por parte del Departamento de Seguridad Nacional de la Administración Bush. Creo que su propósito original era actuar, como hacen todos los sistemas de alerta, para movilizar a los ciudadanos en previsión de una amenaza. Sin embargo, con el tiempo, las once alertas tan vagas que se comunicaron nunca dieron una orientación realista para que el ciudadano actuara. Si hay alerta de huracán, se le dice a la gente que evacue el lugar; si hay alerta de tornado, sabemos que debemos buscar refugio; pero si se nos avisa de que en algún momento, y en algún lugar, habrá un ataque terrorista, sólo se nos dice que estemos «más atentos» y, naturalmente, que sigamos actuando con normalidad. Ninguna de estas amenazas se ha materializado a pesar de la supuesta credibilidad de las «fuentes», pero nunca ha habido ninguna explicación o declaración pública al respecto. Movilizar las fuerzas nacionales cada vez que se eleva el nivel de alerta cuesta, como mínimo, mil millones de dólares al mes y genera en la población una ansiedad y una tensión innecesarias. Al final, en lugar de ser un sistema de advertencia válido, el sistema de alerta terrorista se ha convertido en un instrumento muy costoso con el que el gobierno ha alimentado el miedo al terrorismo a falta de unos ataques verdaderos.

El autor francés Albert Camus, uno de los exponentes del existencialismo, decía que el miedo es un método; el terror provoca miedo y el miedo hace que la gente no pueda pensar de una manera racional. Hace que la gente conciba de una manera abstracta al enemigo, a los terroristas, a los rebeldes que nos amenazan y que, por ello, deben perecer. Cuando empezamos a concebir a unas personas como una clase de entidades, como abstracciones, todas se fusionan en un «rostro enemigo» y el impulso primitivo de torturarlo y matarlo aflora incluso en personas habitualmente pacíficas.68

He expresado públicamente mis críticas a estas «alertas fantasma» por considerarlas peligrosas y contraproducentes, pero está claro que estaban muy correlacionadas con los aumentos del índice de popularidad de Bush.69 La cuestión es que, suscitando y alimentando el miedo a un enemigo que parecía estar a las puertas, la administración Bush ha podido situar al presidente como jefe supremo de las fuerzas armadas de una nación en guerra.

Al nombrarse a sí mismo «jefe supremo» y conseguir que el Congreso le otorgara muchos más poderes, el presidente Bush, y también sus asesores, acabaron creyendo que estaban por encima de las leyes nacionales e internacionales y que, en consecuencia, cualquiera de sus políticas sería legal por el simple hecho de darle una nueva interpretación oficial. Las semillas del mal que florecieron en la mazmorra oscura de Abu Ghraib fueron sembradas por la administración Bush mediante un triple planteamiento: la amenaza a la seguridad nacional, el miedo y la vulnerabilidad de la ciudadanía, y el empleo de interrogatorios/torturas para vencer en la guerra contra el terrorismo.

El vicepresidente Dick Cheney como «vicepresidente de torturas»

En un editorial del Washington Post se calificaba a Dick Cheney de «vicepresidente de torturas» por sus intentos de rechazar, o como mínimo modificar, la enmienda del senador McCain al proyecto de ley para ampliar el presupuesto del Departamento de Defensa.70 La enmienda de McCain exigía un trato humanitario a los prisioneros que se hallaran bajo la custodia del ejército de los Estados Unidos. Cheney había maniobrado a fondo para que se aprobara que la CIA pudiera hacer uso de cualquier medio que estimara necesario para obtener información de los sospechosos. Según Cheney, aquella enmienda dejaría a los agentes de la CIA con las manos atadas y permitiría que la justicia actuara contra ellos por su labor en la guerra global contra el terrorismo (y ya hemos podido hacernos una idea de lo brutal y mortal que puede ser esta labor).

Es poco probable que la aprobación de esta enmienda atenúe el ferviente apoyo de Cheney al empleo por parte de la CIA de todos los medios a su disposición para obtener información y confesiones de sospechosos de terrorismo detenidos en secreto. Por lo menos, esto es lo que cabe deducir de las firmes creencias que Cheney expresó poco después de los ataques del 11-S. En una entrevista para el programa de la NBC Meet the Press, Cheney dijo unas palabras sorprendentes:

Pero también debemos actuar, por así decirlo, en el lado oscuro. Debemos introducirnos en las tinieblas del mundo de los servicios de inteligencia. Para tener éxito, gran parte de lo que allí se debe hacer tendrá que hacerse con discreción, sin debate ni discusión, usando las fuentes y los métodos disponibles para nuestras agencias de inteligencia. Ése es el mundo en el que actúa esa gente y, para lograr nuestros objetivos, será vital que hagamos uso de todos los medios a nuestra disposición.71

En una entrevista en la radio pública, el coronel Lawrence Wilkerson, jefe de gabinete del entonces secretario de Estado Colin Powell, declaró que el equipo de neoconservadores de Cheney-Bush había dado instrucciones que condujeron a los maltratos a detenidos en Irak y Afganistán. Wilkerson resumía así el camino que habían seguido esas instrucciones:

Para mí estaba claro: había un rastro muy visible que salía del despacho del vicepresidente [Cheney] y pasaba por el secretario de Defensa Rumsfeld hasta llegar a los mandos militares en campaña. En unos términos elegidos con todo cuidado, se enviaba un mensaje que para un soldado en el campo de batalla sólo podía significar dos cosas: no obtenemos información suficiente y debemos obtenerla; ah, y por cierto, aquí proponemos algunos métodos que seguramente podrán ser de utilidad.

Wilkerson también describe a David Addington, el asesor legal de Cheney, diciendo que es «un defensor incondicional de permitir que el presidente, en su calidad de jefe supremo de las fuerzas armadas, incumpla la Convención de Ginebra».72 Esto nos lleva directamente hasta la cúspide del poder.

El presidente George W. Bush como «jefe supremo

en tiempos de guerra»

Como jefe supremo al frente de una guerra indefinida contra el terrorismo mundial, el presidente George W. Bush ha contado con un equipo de asesores jurídicos para dar legitimidad a una guerra preventiva contra Irak, para redefinir la tortura, para crear nuevas normas de combate, para limitar las libertades civiles mediante la ley llamada «Patriot Act» y para autorizar actividades ilegales de espionaje contra los ciudadanos estadounidenses. Como siempre, todo esto se ha hecho con la excusa de proteger la seguridad de la patria sagrada en la guerra global contra «lo que todos sabemos».

Los memorándums de la tortura

Un memorándum del Departamento de Justicia fechado el 1 de agosto de 2002 y al que la prensa llamó «el memorándum de la tortura», ofrecía una definición muy limitada de la «tortura» que, en lugar de estar basada en lo que se entiende por tortura, aludía únicamente a sus consecuencias más extremas. Según el memorándum, el dolor físico debe ser «equivalente en intensidad al dolor que acompaña a una herida grave, como el fallo de un órgano, la pérdida de una función corporal o incluso la muerte». Además, para encausar a alguien por delitos de tortura es necesario que el acusado haya tenido la «intención expresa» de causar «dolor o sufrimiento físico o mental grave». La limitada definición de la «tortura mental» sólo incluía actos que provocaran «daños psicológicos graves con una duración significativa, es decir, de meses o años».

En el memorándum también se afirmaba que la ratificación del tratado contra la tortura en 1994 podría considerarse inconstitucional por interferir en el poder del presidente como jefe supremo. Otras directrices de los asesores del Departamento de Justicia otorgaban al presidente la potestad de reinterpretar la Convención de Ginebra para facilitar los objetivos de la administración en la guerra contra el terrorismo. Los combatientes capturados en Afganistán, los soldados del movimiento talibán, los sospechosos de pertenecer a Al Qaeda, los insurgentes y todos los detenidos en redadas, no se debían considerar prisioneros de guerra y, en consecuencia, no podían gozar de las garantías legales a las que los prisioneros de guerra tienen derecho. Como «enemigos no combatientes» podían permanecer detenidos indefinidamente en cualquier centro del mundo, sin ninguna acusación concreta en su contra y sin recibir asistencia legal. Además, parece ser que el presidente aprobó el programa de la CIA de «hacer desaparecer» a terroristas «de alto valor».

Las pruebas son circunstanciales, pero convincentes. Por ejemplo, en su libro State of War: The Secret History of the C.I.A. and the Bush Administration, James Risen llega a la conclusión de que existe «un acuerdo secreto entre altísimos cargos de la administración para aislar al presidente Bush con el fin de que pueda alegar desconocimiento» del empleo de métodos extremos de interrogación por parte de la CIA.73

El especialista en derecho Anthony Lewis ofrece una descripción menos benévola de la relación entre Bush y su equipo de asesores después de haber examinado minuciosamente todos los memorándums disponibles:

Los memorándums presentan un estilo similar al de los consejos que los abogados de la mafia ofrecen a los capos para que se salten la ley sin acabar entre rejas. Evitar acciones judiciales es un tema que aparece literalmente en muchos memorándums [...] Otro tema que aparece, y que aún es más alarmante, es que el presidente puede ordenar que se torture a prisioneros aunque ello esté prohibido por una ley federal y por la Convención Internacional Contra la Tortura que ha sido ratificada por los Estados Unidos.74

Invito al lector a que examine todos los materiales que he presentado aquí de una manera resumida (los informes de investigación, el informe de Cruz Roja Internacional y tantos más), junto con los veintiocho «memorándums de la tortura» redactados por los asesores legales del presidente y por Rumsfeld, Powell, Bush y otros, que prepararon el terreno para legitimar la tortura en Afganistán, Guantánamo e Irak. En un impresionante volumen de 1.249 páginas compilado por Karen Greenberg y Joshua Dratel, The Torture Papers: The Road to Abu Ghraib, se presentan todos estos memorándums y se pone de manifiesto la perversión del conocimiento de las leyes por parte de los asesores del gobierno,75 «un conocimiento que ha hecho mucho para proteger a los ciudadanos de un país tan judicializado como los Estados Unidos, pero que se puede aprovechar para favorecer el mal».76

El profesor de derecho Jordan Paust (ex capitán del Judge Advocate General’s Corps) dijo lo siguiente de los asesores legales de George W. Bush que habían preparado estas justificaciones para la tortura a detenidos: «Desde la época nazi no había habido tantos juristas implicados con tanta claridad en crímenes internacionales relacionados con el trato y la interrogación de personas detenidas durante una guerra».

Encabezando estos asesores se encuentra el fiscal general Alberto Gonzales, que contribuyó a redactar el memorándum antes citado en el que se reinterpretaba la tortura. Gonzales y el presidente Bush no repudiaron este memorándum hasta que las fotografías de Abu Ghraib salieron a la luz. La dedicación de Gonzales al objetivo de ampliar los poderes presidenciales en el marco de la guerra contra el terrorismo ha sido equiparada a la del influyente jurista nazi Carl Schmitt. Las ideas de Schmitt sobre la necesidad de liberar al poder ejecutivo de los límites marcados por la ley en momentos de emergencia llevaron a la suspensión de la constitución alemana y a que Hitler obtuviera un poder ilimitado. Según su biógrafo, Gonzales es un hombre amable que da la impresión de ser una «persona corriente», sin tendencias sádicas ni psicópatas.77 Sin embargo, en su cargo institucional, los memorándums jurídicos de Gonzales han conducido a la suspensión de libertades civiles y a interrogatorios brutales de sospechosos de terrorismo que violan la ley internacional.78

El grupo de investigación criminal del Departamento de Defensa

se opone a los interrogatorios de Guantánamo

Según una crónica reciente de la MSNBC, varios miembros muy destacados del grupo de investigación criminal del Departamento de Defensa han manifestado que habían advertido reiteradamente a los altos mandos del Pentágono (desde principios de 2002 y en años posteriores) de que el empleo de técnicas inaceptables de interrogación por parte de un equipo independiente de inteligencia no produciría ninguna información fiable, podría constituir un crimen de guerra y llenaría al país de vergüenza si saliera a la luz pública. Las preocupaciones y advertencias de estos investigadores con mucha experiencia a sus espaldas fueron desoídas por los miembros de la cadena de mando que dirigía los interrogatorios en Guantánamo y Abu Ghraib, que prefirieron seguir haciendo uso de sus métodos duros y coactivos de interrogación. Alberto J. Mora, ex asesor jurídico de la Armada estadounidense, ha apoyado públicamente a los miembros de este grupo: «Lo que más me enorgullece de todas estas personas es que dijeran: “No seremos partícipes de esto aunque se nos ordene”. Son unos héroes, no hay mejor forma de describirlos. Han hecho gala de un inmenso coraje y una enorme integridad personal saliendo en defensa de los valores norteamericanos y del sistema para el que todos vivimos». Al final, estos investigadores no pudieron acabar con los maltratos, pero sí reducirlos obligando al secretario de Defensa Rumsfeld a prohibir algunos de los métodos de interrogación más crueles.79

La obsesión por la guerra contra el terrorismo

Podemos ver que la obsesión de Bush por la guerra contra el terrorismo le ha hecho adentrarse cada vez más por la peligrosa senda anunciada en la máxima del difunto senador Barry Goldwater: «El extremismo en defensa de la libertad no es defecto [...] la moderación en la búsqueda de la justicia no es virtud». El presidente Bush ha autorizado a la National Security Agency (NSA) para que espíe sin autorización judicial a ciudadanos estadounidenses. En una operación de obtención de datos a gran escala, la NSA ha interceptado un inmenso volumen de comunicaciones por vía telefónica y por Internet y las ha enviado al FBI para que las analice, aunque lo único que ha conseguido es colapsar los recursos de la agencia ante el procesamiento de tanta información.80

Según un informe detallado publicado en The New York Times en enero de 2006, estas operaciones de «vigilancia» exigen acceder a los grandes centros de telecomunicaciones en suelo estadounidense que se encargan del tráfico de las llamadas internacionales y la cooperación secreta de las empresas de telecomunicaciones más importantes del país.81 Este informe pone de manifiesto los excesos inherentes a otorgar tanto poder al presidente sin las limitaciones o los controles de la ley o del Congreso. Hay quien compara la impresión que tiene Bush de estar por encima de la ley con la del presidente Richard Nixon, que «desató los perros del espionaje interior durante la década de 1970» y que defendía su actuación diciendo: «Si lo hace el presidente, significa que no es ilegal».82 Hoy, Bush dice lo mismo y con la misma sensación de impunidad.

Esta sensación de estar por encima de la ley también se observa en el uso sin precedentes que hace Bush de la facultad presidencial de sancionar leyes «con reservas». Cuando sanciona con su firma una ley aprobada por el Congreso, el presidente de los Estados Unidos tiene la prerrogativa de comentarla, interpretarla o decir que no la va a cumplir. El presidente Bush ha hecho uso de esta facultad más de 750 veces —más que ningún otro presidente en toda la historia de los Estados Unidos— para desobedecer leyes aprobadas por el Congreso que contradicen su interpretación de la constitución. Lo hizo, por ejemplo, para dejar sin efecto la enmienda del senador McCain contra la tortura.83

Sin embargo, una decisión reciente del tribunal supremo ha cuestionado esta reafirmación del poder ejecutivo por parte del presidente Bush y ha limitado su autoridad. El tribunal supremo ha rechazado los planes de la administración Bush de que los detenidos de Guantánamo fueran juzgados por comisiones (tribunales) militares porque no están autorizados por la legislación federal y violan la ley internacional. Según The New York Times, «esta resolución ha supuesto el revés más importante que ha sufrido hasta el momento la gran expansión del poder presidencial por parte de la administración».84

Paradójicamente, en su deseo de liberar al mundo de la maldad del terrorismo, la misma administración Bush se ha convertido en uno de los ejemplos más manifiestos de «maldad administrativa». Es una organización que inflige sufrimiento y dolor hasta la muerte al tiempo que, de buen grado, hace uso de métodos formales, racionales y eficientes para disfrazar la sustancia de lo que hace: no reparar en los medios para lograr lo que, en opinión de sus miembros, son unas metas de orden superior.85

Creo que un sistema está formado por los agentes y las agencias cuyo poder y cuyos valores crean o modifican las normas y las expectativas de «las conductas aceptadas» dentro de su área de influencia. En cierto sentido, el sistema es mucho más que la suma de sus partes y de sus dirigentes, que también caen bajo su poderosa influencia. Sin embargo, en otro sentido, las personas que desempeñan un papel esencial en la creación de un sistema que suponga una conducta ilegal, inmoral y carente de ética deberían ser tenidas por responsables a pesar de las presiones situacionales que puedan recibir o haber recibido.

MIEMBROS DEL JURADO, HA LLEGADO EL MOMENTO DEL VEREDICTO

Hemos leído el testimonio de muchos testigos, además de fragmentos destacados de los informes realizados por los principales investigadores independientes y de los análisis exhaustivos llevados a cabo por Human Rights Watch, Cruz Roja, la American Civil Liberties Union, Amnistía Internacional y el programa Frontline de la PBS sobre la naturaleza de los maltratos y las torturas a prisioneros bajo la custodia del ejército de los Estados Unidos.

¿Creemos ahora que los maltratos a detenidos en la galería 1A de Abu Ghraib por parte del sargento Ivan «Chip» Frederick y de otros policías militares del turno de noche fueron una simple aberración, un incidente aislado del que sólo cabe culpar a unas pocas «manzanas podridas», a unos cuantos «soldados sin escrúpulos»?

Más aún: ¿creemos ahora que aquellos maltratos y torturas formaban parte de un programa «sistemático» de interrogación coactiva? Los interrogatorios con maltratos y torturas, ¿se han limitado únicamente al turno de noche de la galería 1A de Abu Ghraib?

Dado que los policías militares acusados de los maltratos que aparecen en las fotografías han reconocido su culpabilidad, ¿creemos ahora que hubo suficientes fuerzas situacionales (un «cesto podrido») y suficientes presiones del sistema («creadores de ese cesto podrido») como para haber atenuado las penas a las que fueron condenados?

¿Creemos que existen motivos suficientes para acusar de complicidad en los maltratos cometidos en Abu Ghraib, en muchos otros centros militares, y en cárceles secretas dirigidas por la CIA, a todos y cada uno de los siguientes militares de alta graduación: el general de división Geoffrey Miller, el teniente general Ricardo Sánchez, el coronel Thomas Pappas y el teniente coronel Steven Jordan?86

¿Creemos que existen motivos suficientes para acusar de complicidad en los maltratos cometidos en Abu Ghraib, en muchos otros centros militares, y en cárceles secretas dirigidas por la CIA, a todos y cada uno de los siguientes altos cargos políticos: el ex director de la CIA George Tenet y el secretario de Defensa Donald Rumsfeld?

¿Creemos que existen motivos suficientes para acusar de complicidad en los maltratos cometidos en Abu Ghraib, en muchos otros centros militares, y en cárceles secretas dirigidas por la CIA, a todos y cada uno de los siguientes altos cargos políticos: el vicepresidente Dick Cheney y el presidente George W. Bush?

El fiscal ha concluido su alegato

(Quizás el lector desee consultar una nota sobre un tribunal que hace poco ha juzgado a la administración Bush por sus «crímenes contra la humanidad».)87

El lector que lo desee, puede declarar a estos altos cargos militares y civiles culpables o inocentes de complicidad en los maltratos de Abu Ghraib, emitiendo su veredicto virtual en: www.lucifereffect.com, donde Tenet, Rumsfeld, Cheney y Bush están siendo sometidos a juicio. Muchos ciudadanos estadounidenses han emitido ya su veredicto: es hora de que también lo hagan los ciudadanos de otros países.

DEJEMOS QUE ENTRE EL SOL

Pues bien, por fin hemos llegado al final de nuestro largo viaje. Agradezco al lector que me haya seguido hasta aquí a pesar de tener que hacer frente a algunas de las peores facetas de la naturaleza humana. Para mí ha resultado especialmente difícil revivir aquellos maltratos del experimento de la prisión de Stanford. También me ha costado hacer frente a la incapacidad de ayudar a Chip Frederick a lograr un resultado mejor. Aun siendo un optimista contumaz, al ver la maldad de los genocidios, las matanzas, los linchamientos, las torturas y tantas otras atrocidades de las que el ser humano es capaz, mi imagen positiva de la condición humana se está empañando; sin embargo, aún abrigo la esperanza de que, si actuamos en común, podremos combatir el efecto Lucifer.

En la última etapa de nuestro viaje dejaremos que entre el sol para que ilumine estos rincones oscuros de la psique humana. Ya es momento de acentuar lo positivo y eliminar lo negativo. Y lo haré de dos maneras. En primer lugar, ofreceré algunos consejos bien fundados sobre la manera de resistirnos a las influencias sociales que no queremos y que no necesitamos pero que nos bombardean día tras día. Reconozco el poder de las fuerzas situacionales para influir en la mayoría de nosotros hasta el punto de hacer que actuemos mal en muchos contextos, pero también dejo claro que no somos esclavos de su poder. Si entendemos cómo actúan estas fuerzas podremos oponerles resistencia e impedir que nos hagan caer en tentaciones no deseadas. Este conocimiento nos puede liberar del influjo poderoso de la conformidad, la sumisión, la persuasión y otras formas de influencia y coacción social.

Tras haber explorado a lo largo de nuestro viaje las debilidades y flaquezas del carácter humano y la gran facilidad con que se puede transformar, acabaremos con una nota de lo más positiva celebrando el heroísmo y a los héroes. Espero que, a estas alturas, el lector esté dispuesto a aceptar la premisa de que la gente ordinaria, e incluso la gente buena, puede ser seducida, atraída y arrastrada a actuar con maldad bajo el influjo de fuerzas situacionales y sistémicas poderosas. De ser así, también estará dispuesto a aceptar la premisa contraria: que cualquiera de nosotros es un héroe en potencia a la espera de que se plantee una situación que nos permita demostrar que tenemos «lo que hay que tener». Pasemos, pues, a saber cómo podemos resistir la tentación y a celebrar a los héroes.