Nos queda mucho por hacer para desmantelar la prisión en cuestión de horas. Tras un día y una noche de actividad febril, Curt, Jaffe y yo estamos agotados. Además, en plena madrugada tenemos que decidir los detalles de las entrevistas, la evaluación final, el pago de las cantidades que se deben y la devolución de los efectos personales. También debemos anular la visita de unos colegas que tenían pensado venir por la tarde para ayudarnos a entrevistar a todo el mundo, anular los servicios contratados con los comedores de la universidad, devolver los catres y las esposas a la comisaría del campus y muchas cosas más.
Sabemos que tenemos que trabajar el doble de lo normal para supervisar lo que ocurra en el patio, dar alguna cabezada y ultimar los detalles del último día. Anunciaremos el final del estudio inmediatamente después de la visita del abogado de oficio, que ya estaba programada para esta mañana y será un suceso adecuado para poner fin a la experiencia. Optamos por no decir nada a los carceleros hasta que yo haya dado personalmente la buena noticia a los reclusos. Preveo que los carceleros se enfadarán cuando se enteren de que el estudio ha acabado antes de tiempo, y más ahora, cuando creen tener todo el control y piensan que les espera una semana fácil con la novedad añadida de algunos sustitutos. Ya han aprendido a ser «carceleros» y es evidente que su curva de aprendizaje ha alcanzado el punto máximo.
Jaffe llamará a los cinco reclusos que han sido puestos en libertad y les invitará a venir al mediodía para que les entrevistemos y para que cobren la semana completa. Tengo que pedir a los carceleros de todos los turnos que vengan al mediodía o que se queden por allí diciéndoles que habrá un «acto especial». Al saber que el viernes iban a venir otras personas para entrevistar a todo el personal, los carceleros suponen que habrá alguna novedad, pero no se esperan que su trabajo termine de una manera tan repentina.
Si todo va según lo previsto, hacia la una de la tarde habrá una hora de entrevistas con los reclusos, luego otra hora para entrevistar a los carceleros y, al final, haremos una reunión conjunta con todos. Mientras entrevistemos a unos, los otros rellenarán unos cuestionarios, cobrarán lo que se les debe y, si quieren, podrán quedarse los uniformes como recuerdo. Los que quieran podrán quedarse los letreros que colocamos en el patio y en el hoyo. También tenemos que quedar con todos para celebrar un banquete de despedida y para que vuelvan más adelante para ver algunos vídeos seleccionados y hablar de sus reacciones con más distancia y objetividad.
Antes de dar una cabezada en el sofá cama de mi despacho del piso de arriba, donde he estado durmiendo a ratos la mayor parte de la semana, digo a los carceleros del turno de noche que dejen dormir a los reclusos y que procuren no molestarlos. Se encogen de hombros y asienten con la cabeza, como si papá les hubiera dicho que hoy no podrán jugar.
Por primera vez en una semana, los reclusos han podido dormir seis horas seguidas. En todos estos días deben de haber perdido muchísimas horas de sueño. Es difícil determinar qué efectos habrá tenido en su estado de ánimo y en su manera de pensar el hecho de que su sueño se viera interrumpido tantas veces cada noche. Es probable que hayan sido efetos muy profundos. La crisis emocional de los reclusos que salieron antes de hora pudo verse acelerada por estas alteraciones del sueño.
El recuento de las siete y cinco de la mañana sólo dura diez minutos. Los reclusos dicen sus números en voz alta y hacen algún otro ritual inofensivo. Los cinco supervivientes se toman un buen desayuno caliente. Como era de esperar, Clay-416 se niega a comer aunque los otros reclusos le animan a hacerlo.
A pesar de mis instrucciones de que traten bien a los reclusos, los carceleros se ponen furiosos ante la continua insubordinación de Clay. «Si 416 no desayuna haréis todos cincuenta flexiones.» Clay-416 no cede y se queda mirando el plato. Vandy y Ceros intentan hacerle comer a la fuerza llenándole la boca de comida, pero Clay la escupe. Ordenan a 5704 y 2093 que les ayuden, pero no sirve de nada. Vuelven a meter a Clay en su celda y le obligan a «hacer carantoñas» a las salchichas de la cena. Ceros le ordena que las acaricie, que las abrace y las bese. Clay-416 lo hace. Pero mantiene su palabra y no les da ni un mordisco.
El oficial Vandy está enfadado por la actitud desafiante de 416 y por la conducta de su compañero. En su diario nos dice: «Cuando 416 se negó a comer me enfadé porque no había manera de obligarle aunque nos ayudaran otros internos. Andre [Ceros] le hizo abrazar, acariciar y besar una de las salchichas de la cena después de haberle hecho dormir con ella. Creo que eso estaba de más. Yo nunca habría obligado a nadie a hacer algo así».1
¿Qué tiene que decir el oficial Ceros de su conducta? En su diario anotó estas palabras: «He decidido obligarle a comer, pero no ha habido manera. He dejado que la comida le resbalara por la cara. No me creía capaz de hacer algo así. Estaba muy disgustado conmigo mismo por haberle forzado a comer. Pero estaba más disgustado con él porque no comía. En el fondo me disgustaba la realidad de la conducta humana».2
El turno de mañana llega a las diez, como siempre. Le digo al carcelero que llevaba la voz cantante, Arnett, que mantenga las cosas en calma porque va a venir el abogado. En el informe que hizo Arnett del incidente más destacado de ese turno se observa que Clay-416 sufre unos cambios extraños a pesar de su meditación zen y de su calma aparente. Según Arnett:
El interno 416 ha estado muy nervioso. Cuando le he quitado la bolsa de la cabeza en el lavabo ha dado un brinco. He tenido que llevarlo y traerlo del lavabo prácticamente a rastras, aunque le he dicho que no iba a hacerle tropezar con nada [algo que los carceleros solían hacer a los reclusos por pura maldad]. Estaba muy preocupado por si le iban a castigar. Cuando ha entrado en el retrete le he aguantado las salchichas. Pero me ha dicho que se las devolviera porque otro guardia le habían ordenado que las llevara siempre encima.3
Me reúno unos instantes con Tim B., un abogado que trabaja en el turno de oficio. Reacciona ante todo aquello con una mezcla de curiosidad y escepticismo. Ha venido a regañadientes porque su tía le ha pedido como un favor que se encargue de su primo. Le describo las principales características del estudio y le cuento lo serias que se han puesto las cosas. Le pido que aborde la situación tal como haría si hubiera sido enviado para entrevistarse con unos internos de verdad y accede a ello. Primero se entrevista a solas con su primo Hubbie-7258 y luego con los demás reclusos. Nos permite que grabemos las entrevistas con cámara oculta en el laboratorio del primer piso, donde se había reunido la junta de libertad condicional.
La gran formalidad de la entrevista con su primo me sorprende. Hablan como si no se conocieran. Quizás esto sea normal entre personas de origen anglosajón, pero me habría esperado por lo menos un abrazo, no un simple apretón de manos y ese «Me alegro de volver a verte». El abogado va leyendo en voz alta una serie de puntos de una lista con un tono muy seco y formal; después de cada uno se detiene para ver qué le responde el recluso, lo anota —normalmente sin hacer ningún comentario— y pasa al punto siguiente:
¿Le comunicaron sus derechos al detenerle?
¿Ha sido objeto de maltratos por parte de algún oficial de la prisión?
¿Cuál ha sido la naturaleza de esos maltratos?
¿Se siente usted presionado o perturbado mentalmente?
¿Tamaño y estado de la celda?
¿Le ha sido denegada alguna petición?
¿Alguna conducta inaceptable por parte del subdirector?
¿Algún problema con la fianza?
Hubbie-7258 responde a las preguntas con buen humor. Parece suponer que su primo quiere hacerle pasar por toda esta rutina antes de acompañarlo para salir de la prisión. El recluso le dice a su abogado que no pueden salir de la prisión, que no hay forma de rescindir el contrato. El abogado le recuerda que si el contrato original estipulaba una retribución económica a cambio de unos servicios, la renuncia a esa retribución lo dejaría sin efecto. «Eso ya se lo he dicho a la junta de libertad condicional, pero no ha servido de nada, aún sigo aquí.»4 Cuando detalla sus quejas, Hubbie-7258 quiere que conste que la conducta rebelde de 416 les ha perjudicado a todos.
Los carceleros acompañan a la sala de entrevistas a los otros reclusos, que llevan la cabeza cubierta con una bolsa, como siempre. Los carceleros se la quitan haciendo bromas. Luego se van, pero yo sigo sentado al fondo. El abogado les hace las mismas preguntas que a Hubbie y les invita a presentar las quejas que crean oportunas.
El siguiente es Clay-416, que se queja de las presiones de la junta de libertad condicional para que se confesara culpable de los cargos que se le imputan, algo que se ha negado a hacer porque nunca le han acusado oficialmente de nada. En parte, su huelga de hambre es una manera de llamar la atención sobre el hecho de que su detención es ilegal porque le han encarcelado sin cargos.
(De nuevo me confunde la actitud de Clay; es evidente que actúa en múltiples niveles que son incompatibles entre sí. Afronta esta experiencia de una manera puramente legalista, mezclando el contrato para participar en el experimento con los derechos de los internos y otras formalidades penitenciarias, a lo que se añade su tendencia mística al estilo New age.)
Clay parece desesperado por hablar con alguien que le escuche. «Algunos carceleros, cuyos nombres no diré», dice, «se han portado mal conmigo hasta extremos impensables.» Si es necesario, está dispuesto a presentar una reclamación oficial contra ellos. «También han puesto a los otros reclusos en mi contra diciéndoles que mi huelga de hambre haría que les anularan las visitas», dice señalando con la cabeza a Hubbie-7258, que desvía la mirada avergonzado. «Y cuando me han metido en el hoyo han hecho que los otros reclusos aporrearan la puerta, y he pasado mucho miedo. Hay una norma que impide la violencia, pero he llegado a temer que la fueran a romper.»
El siguiente es el chusquero, 2093, que habla de varios intentos de acoso por parte de los carceleros aunque le enorgullece poder decir que todos han fracasado. Luego, con precisión clínica, ofrece una descripción, con demostración incluida, de cuando un carcelero le había obligado a hacer flexiones con dos reclusos sentados en su espalda.
El abogado se sobresalta un poco al oír esto y lo anota debidamente mientras frunce el ceño. El siguiente, que es Paul-5704, se queja de que los carceleros le han manipulado aprovechándose de su hábito de fumar. La queja del bueno de Jerry-5486 es más general y menos personal y se centra en la dieta inadecuada y las comidas perdidas, en el agotamiento causado por los interminables recuentos en plena madrugada, en la conducta sin control de algunos carceleros y en la falta de supervisión por parte de las autoridades de la prisión. Me he estremecido cuando se ha girado y me ha mirado a la cara, pero tiene toda la razón: la culpa es mía.
Cuando el abogado acaba de tomar notas, les da las gracias por la información y les dice que el lunes presentará un informe oficial y tratará de preparar su salida bajo fianza. Cuando se levanta para irse, Hubbie-7258 pierde los nervios: «¡No puedes irte y dejarnos tirados! Queremos irnos ahora mismo. No podremos aguantar una semana más, ni siquiera el fin de semana. Creía que me ibas a sacar bajo fianza hoy mismo, que nos ibas a sacar a todos. ¡Por favor!». Tim B. se queda estupefacto ante este arrebato. Les explica en un tono muy formal en qué consiste su trabajo, cuáles son sus límites y cómo los puede ayudar, y añade que en esos momentos no puede hacer nada. Los cinco reclusos parecen tocar fondo cuando oyen esto; sus esperanzas se han visto truncadas por cuatro tonterías legales.
Poco después, Tim B. me comunicó por carta su reacción ante esta insólita experiencia. Sus palabras son muy reveladoras:
Sobre el hecho de que los internos no hayan pedido asistencia legal
[...] [O]tra posible explicación de que los internos no hayan pedido asistencia legal es que, como ciudadanos de clase media y raza blanca, puede que nunca hayan imaginado la posibilidad de verse implicados en un delito, una situación en la que sus derechos tendrían una importancia fundamental. Al hallarse inmersos en esta situación no han sabido evaluarla objetivamente y no han actuado como sin duda saben que deberían actuar.
Sobre el poder de esta situación para distorsionar la realidad
[...] La clásica devaluación del dinero frente a cosas como la libertad era muy patente (en todo lo que pude presenciar). Recordará usted las enormes expectativas que creó mi explicación de la solicitud de fianza. La realidad de su encarcelamiento parecía haber calado muy hondo en los entrevistados aunque fueran conscientes de que sólo participaban en un experimento. Parece claro que la reclusión por sí sola es una experiencia muy dolorosa con independencia de que se deba a razones legales o de otra clase.5
Las palabras del abogado acaban con la esperanza de los reclusos. Un oscuro velo de pesimismo cubre el rostro de los tristes internos. Uno por uno, el abogado les estrecha la mano y se va de la sala. Le pido que me espere fuera. Luego me acerco a la mesa y pido a los reclusos que presten mucha atención a lo que voy a decir. Apenas les queda motivación para prestar atención a nada ahora que sus esperanzas de salir hoy mismo se han desvanecido ante la estricta postura del abogado.
«Tengo algo muy importante que deciros y os ruego que prestéis mucha atención: el experimento ha terminado. Os podéis ir hoy mismo.»
Al principio ni hay ninguna reacción, ningún cambio en su expresión facial o su lenguaje corporal. Tengo la sensación de que se sienten confundidos, escépticos, puede que hasta recelosos, de que creen que ésta es otra prueba para ver cómo reaccionan. Lo repito lentamente y con la mayor claridad posible: «Yo y el resto del personal de la investigación hemos decidido poner fin al experimento hoy mismo. El estudio ha terminado oficialmente; la prisión de Stanford se cierra. Os agradecemos vuestro importante papel en este estudio y...».
Los gritos de alegría disipan la tristeza. Hay abrazos y palmadas en la espalda, y una amplia sonrisa se adueña de todas aquellas caras. La euforia resuena en Jordan Hall. También es un momento de alegría para mí: puedo liberar a aquellos supervivientes de su encarcelamiento y abandonar de una vez por todas mi papel de director de la prisión.
En pocas ocasiones de mi vida he sentido tanto placer personal como cuando pude decir aquellas palabras y unirme a ese estallido de júbilo. Estaba embargado por el afrodisíaco del poder positivo, el poder de ser capaz de hacer algo, de decir algo, que pudiera provocar aquella alegría desbordante en otras personas. En aquel momento prometí solemnemente dedicar todo el poder que pudiera tener a favor del bien y en contra del mal, impulsar lo mejor que hay en la gente, trabajar para liberarla de sus prisiones autoimpuestas y luchar contra los sistemas que pervierten la promesa de justicia y felicidad para el ser humano.
El poder negativo que se había apoderado de mí la semana pasada como director de esta prisión simulada me había dejado ciego ante la realidad del impacto destructivo del Sistema que había creado y sustentado. La miopía propia de un director de investigación también me había impedido ver la necesidad de poner fin al experimento mucho antes, quizá cuando el segundo participante, antes normal y sano, sufrió una crisis emocional. Mientras yo me centraba en la cuestión abstracta del poder de la situación conductual y el poder de la disposición individual, había pasado por alto el poder mucho mayor del Sistema que yo había ayudado a crear y mantener.
Sí, Christina, tenías razón: era horroroso lo que les había hecho a aquellos chicos inocentes, no maltratándolos directamente, sino dejando que los maltrataran y facilitando esos maltratos mediante un sistema de procedimientos, normas y reglas arbitrarias. No había sido capaz de abrir los ojos a toda aquella inhumanidad.
El Sistema incluye la Situación, pero es más duradero y más amplio, está formado por personas, por sus expectativas, sus normas, sus políticas y, quizá, sus leyes. Con el tiempo, los Sistemas acaban adquiriendo una base histórica y, a veces, una estructura de poder político y económico que gobierna y dirige la conducta de quienes viven en su área de influencia. Los Sistemas son como motores: ponen en marcha situaciones que crean contextos conductuales, unos contextos que influyen en la actuación de quienes se hallan bajo su control. Llega un momento en que el Sistema se convierte en un ente autónomo, independiente de quienes lo han creado o incluso de quienes parecen tener autoridad dentro de su estructura de poder. Cada Sistema acaba creando una cultura propia y, junto con otros Sistemas, contribuye a crear la cultura de la sociedad.
Está claro que la Situación hizo salir lo peor de muchos de aquellos estudiantes, transformando a unos en autores de maldades y a otros en víctimas patológicas; pero ese Sistema de dominación aún me transformó más a mí. Ellos eran unos chavales, unos jóvenes sin mucha experiencia. Pero yo era un investigador veterano, una persona adulta con experiencia de la vida que aún conservaba la visión de aquel niño del Bronx para evaluar situaciones y buscar la manera de sobrevivir en el gueto.
No obstante, en esa primera semana me fui transformando poco a poco en la Autoridad de la Prisión. Andaba y hablaba como si lo fuera. Todos los que me rodeaban me trataban como si lo fuera. En consecuencia, me acabé convirtiendo en ella. Toda mi vida me he opuesto al concepto mismo de la figura de autoridad: el hombre dominante, autoritario, con un estatus elevado. Y ahí estaba yo encarnando esa abstracción. Podía aligerar mi conciencia pensando que una de mis principales actividades como director era impedir que los carceleros con exceso de celo llegaran a la violencia física. Pero lo único que conseguía con ello era que encauzaran sus energías hacia unos maltratos psicológicos cada vez más ingeniosos con los que atormentar a los reclusos.
Sin duda fue un error desempeñar los dos papeles, el de investigador y el de director, porque sus metas diferentes, y en ocasiones opuestas, acabaron alterando mi identidad. Al mismo tiempo, era ese doble papel lo que me daba poder, un poder que, a su vez, influía en las muchas personas ajenas a la situación que entraban en ella sin cuestionar el Sistema: padres, amigos, colegas, policías, sacerdotes, medios de comunicación, abogados. Es evidente que no nos damos cuenta del poder de las Situaciones para transformar nuestra forma de pensar, de sentir y de actuar cuando caemos bajo su influjo. La persona que se encuentra atrapada por el Sistema se deja llevar por la corriente, pensando que actúa de la manera que corresponde a ese lugar y ese momento.
Si nos colocaran en una Situación extraña, nueva y cruel en el seno de un Sistema poderoso, lo más probable es que no saliéramos siendo los mismos. No reconoceríamos nuestra vieja imagen si la viéramos en el espejo junto a la persona en la que nos hemos convertido. Todos queremos creer en nuestro poder interior, en nuestra capacidad de resistirnos a fuerzas situacionales como las que actuaron en la prisión de Stanford. Pero hay pocas personas así. Constituyen una minoría y más adelante dedicaré un capítulo a su heroicidad. Para la mayoría, esta creencia en el poder personal para hacer frente al poder de las fuerzas situacionales y sistémicas es poco más que una ilusión de invulnerabilidad. Lo paradójico es que mantener esa ilusión nos hace aún más vulnerables a la manipulación, hace que no prestemos suficiente atención a las influencias negativas y sutiles que nos rodean.
Era evidente que debíamos destinar a diversos fines la sesión breve pero vital dedicada a las entrevistas. En primer lugar, era necesario que todos los participantes pudieran expresar sin trabas sus emociones y sus reacciones ante esta experiencia insólita en un contexto que no les intimidara.6 Después, era importante dejar claro a los reclusos y a los carceleros que cualquier conducta extrema que hubieran manifestado era un síntoma del poder de la situación, no un síntoma de una patología personal. Tenía que recordarles que todos habían sido elegidos precisamente porque eran personas normales y sanas. No habían traído ningún defecto o fallo personal al contexto de la prisión; había sido el contexto lo que había hecho salir las facetas más extremas que habíamos presenciado. Ellos no eran unas «manzanas podridas»; al contrario, había sido el «cesto podrido» de la prisión de Stanford el causante de las vívidas transformaciones que habían sufrido. Por último, era fundamental aprovechar la oportunidad para llevar a cabo una especie de reeducación moral. Las entrevistas y la posterior puesta en común ofrecían un medio para examinar las opciones morales que cada participante había tenido a su disposición y lo que había hecho con ellas. Hablamos de lo que podrían haber hecho los carceleros para no maltratar a los reclusos y de lo que podrían haber hecho los reclusos para evitar los maltratos. Les dejé muy claro que me sentía personalmente responsable de no haber intervenido en muchos momentos del estudio, cuando los maltratos eran excesivos. Había vedado las agresiones físicas, pero no había actuado para modificar o detener otras formas de humillación cuando debería haberlo hecho. Era culpable del pecado de omisión, de la maldad de la inacción, de no haber actuado cuando tenía que hacerlo.
Los reclusos se desahogan
Los reclusos manifestaban una curiosa mezcla de alivio y de resentimiento. Todos se alegraban de que la pesadilla hubiera terminado. Los que habían aguantado toda la semana no se ufanaban de su hazaña ante los compañeros que habían salido antes. Sabían que a veces habían actuado como zombis al obedecer sin rechistar órdenes absurdas, al avenirse a cantar contra el recluso Stewart-819, al realizar actos hostiles contra Clay-416 y al ridiculizar a Tom-2093, el «chusquero», el recluso con unos principios morales más sólidos. Los cinco reclusos liberados antes que los demás no mostraban ninguna señal negativa por la sobrecarga emocional que habían sufrido. En parte, esto se debía a que tenían un nivel básico de estabilidad y normalidad al que volver, y en parte a que el origen de su sufrimiento era aquel contexto tan atípico, la cárcel del sótano y sus extraños sucesos. Haberse deshecho de su uniforme y de los otros atuendos de la prisión también les había ayudado a distanciarse de la situación. Para los reclusos, lo más importante era hacer frente a la vergüenza inherente al papel sumiso que habían desempeñado. Necesitaban recuperar la sensación de dignidad personal, superar aquella situación de sumisión que les había sido impuesta desde fuera.
Doug-8612, el primero en ser detenido y el primero en salir en libertad por su crisis emocional, seguía estando muy furioso conmigo por haber creado una situación que le había hecho perder el control de su conducta y de su mente. Al final resulta que, efectivamente, había pensado en asaltar la prisión con sus amigos para sacar a los reclusos y había vuelto a Jordan Hall el día después de salir libre para preparar el asalto. Por fortuna, se acabó echando atrás por varias razones. Le hizo gracia que nos hubiéramos tomado tan en serio aquel rumor y aún le hizo más gracia enterarse de todo lo que hicimos —sobre todo yo— para proteger nuestra institución.
Como era de esperar, los reclusos de quejaron mucho de los carceleros y les echaban en cara que se extralimitaran tanto en el desempeño de sus funciones, que los maltrataran con tanto sadismo y que se ensañaran con algunos reclusos. Los que más reproches recibieron fueron Hellmann, Arnett y Burdan; después iban Varnish y Ceros, cuya «maldad» no había sido tan constante.
También quisieron destacar a los carceleros que habían sido «buenos» con ellos, que les habían hecho favores o no se habían metido en su papel hasta el extremo de olvidar que los reclusos eran seres humanos. En esta categoría, los destacados eran Geoff Landry y Markus. Geoff les había hecho pequeños favores, no había participado en los maltratos cometidos por sus compañeros del turno de tarde y hasta había dejado de ponerse las gafas de espejo y la camisa militar. Más adelante, Geoff nos confesó que había llegado a pensar en hacer de recluso porque no quería formar parte de aquel sistema tan opresor.
Markus no estaba tan «conectado» con el sufrimiento de los reclusos, pero nos enteramos de que, al principio, había traído fruta fresca para complementar su pobre dieta. Cuando el subdirector le había reprendido por no meterse en su papel lo suficiente, Markus, que se había mantenido al margen durante la rebelión de los presos, empezó a gritarles y redactó informes desfavorables para impedir su puesta en libertad. Por cierto, Markus tiene una caligrafía muy buena y presumía de ella en esos informes a la junta. Le encanta la vida al aire libre, sale de acampada con frecuencia y practica yoga; en consecuencia, no le gustaba nada sentirse enjaulado en nuestra mazmorra.
Entre los carceleros «malos» y los «buenos» estaban los que, simplemente, habían «cumplido»: se habían limitado a hacer su trabajo y desempeñar su papel, y habían castigado las infracciones, pero raras veces maltrataron personalmente a ningún recluso. En este grupo encontramos a Varnish, a los guardias sustitutos Morison y Peters y, en ocasiones, al pequeño de los Landry. Puede que el distanciamiento inicial de Varnish en relación con lo que sucedía en el patio se debiera, en parte, a su timidez, un rasgo que ya nos había dado a conocer durante la preselección al decirnos que tenía «muy pocas amistades íntimas».
John Landry había desempeñado su papel de carcelero de una manera irregular: a veces secundaba a Arnett con dureza y era el que había atacado a los reclusos con el extintor. Pero en otras ocasiones se limitaba a cumplir y la mayoría de los reclusos decían que les caía bien. John, un chico de dieciocho años de edad pero bastante maduro, con muy buena planta y de facciones duras, aspiraba a ser novelista, a vivir en una playa de California y a salir con muchas chicas.
Una forma de pasividad que había caracterizado a los «carceleros buenos» era su escasa voluntad de poner coto a los abusos de los «carceleros malos» de su turno. Por lo que sabemos, además de no haberse encarado nunca con ellos cuando estaban en el patio, Geoff Landry y Markus tampoco lo hicieron en privado, cuando estaban en la sala de oficiales. Más tarde examinaremos si el hecho de que no intervinieran ante aquellos maltratos es un caso de «maldad por inacción».
Uno de los reclusos más rebeldes, Paul-5704, nos contó su reacción al saber que el experimento había llegado a su fin:
Cuando nos dijeron que el experimento había terminado sentí una oleada de alivio y de melancolía. El final del estudio me llenaba de alegría, aunque habría preferido que durara las dos semanas. El dinero era la única razón de que me hubiera apuntado. De todos modos, la alegría de poder salir pudo más y no dejé de sonreír de oreja a oreja hasta que llegué a Berkeley. Sin embargo, cuando llevaba unas horas allí ya me había olvidado de todo y no hablaba de ello con nadie.7
Recordemos que Paul era el recluso que se enorgullecía de presidir la comisión de quejas de los internos y que tenía pensado publicar un artículo en revistas underground de Berkeley para revelar que el objetivo de este estudio subvencionado por el Gobierno era hallar formas de doblegar a los estudiantes disidentes. Se olvidó por completo de este plan y nunca lo llevó a cabo.
Los carceleros se disgustan
En la segunda ronda de entrevistas la reacción colectiva de los carceleros fue muy distinta. Aunque algunos de ellos, los «carceleros buenos», también se alegraron de que aquel suplicio terminara, a la mayoría les sentó mal este final imprevisto, sobre todo a causa del dinero que tenían pensado ganar por otra semana de trabajo, y más ahora que tenían la situación totalmente bajo control (ya no parecían recordar el problema que planteaba Clay-416 con su huelga de hambre y el hecho de que el chusquero hubiera ganado la partida moral en sus enfrentamientos con Hellmann). Algunos se disculparon con toda franqueza por haber ido demasiado lejos, por haber disfrutado tanto con su poder. Otros justificaban lo que habían hecho y consideraban que sus actos habían sido necesarios para cumplir con lo que se les había encomendado. Mi principal problema con los carceleros fue ayudarlos a reconocer que deberían sentir algo de culpa porque, por mucho que hubieran cumplido con lo que se les pedía, habían hecho sufrir a otras personas. También les dejé clara mi culpabilidad porque no intervine con más frecuencia y, de este modo, les había autorizado implícitamente a actuar como habían actuado. Si les hubiera supervisado como debía, habría evitado aquellos maltratos.
Para la mayoría de los carceleros, la imagen que tenían de los reclusos cambió tras la rebelión del segundo día: de repente les parecieron «peligrosos» y creyeron que había que someterlos con dureza. También les habían ofendido los insultos y los comentarios personales de algunos reclusos durante la rebelión: se sintieron humillados y les pagaron con la misma moneda.
Un momento difícil de esta entrevista fue pedir a los carceleros que explicaran por qué habían actuado así pero sin dar la impresión de que aceptaba sus justificaciones por su comportamiento abusivo, cruel e incluso sádico. Para ellos, el final del experimento también significaba dejar de disfrutar del nuevo poder que habían tenido como carceleros. Como dijo el oficial Burdan en su diario: «Cuando Phil me ha dicho que el estudio iba a terminar me he alegrado mucho, pero me ha sorprendido ver que otros guardias estaban decepcionados, y no sólo porque perdían dinero, sino también porque se lo estaban pasando muy bien».8
Puesta en común
La sala del laboratorio se llenó de risas nerviosas cuando hicimos entrar a los reclusos para que se vieran cara a cara con sus carceleros. Sin uniformes, ni números, ni otros distintivos, todos parecían iguales y hasta a mí me costaba distinguirlos tras haberme acostumbrado a verlos con su atuendo carcelario. (Recordemos que en 1971 había pelo por todas partes: la mayoría de los estudiantes de los dos grupos llevaban el pelo hasta los hombros y unas patillas muy largas; algunos también lucían un buen mostacho.)
Como dijo uno de los reclusos, esta reunión conjunta fue «fría y educada» en contraste con la entrevista relajada y cordial que habíamos mantenido con los reclusos. Mientras unos y otros se estudiaban, un recluso preguntó si algunos estudiantes preseleccionados habían sido elegidos para que hicieran de carceleros por ser más altos. Jerry-5486 dijo: «Durante todo el estudio he tenido la sensación de que los carceleros eran más altos que los reclusos y me preguntaba si su estatura media es superior. No sé si es eso o si los uniformes me han dado esa impresión». Antes de responderle, pedí a los dos grupos que formaran una fila por orden de estatura, del más alto al más bajo. Las alturas de los dos grupos eran prácticamente iguales. Sin embargo, quedó claro que los reclusos habían acabado pensando que los guardias eran más altos de lo que eran, como si su poder les hubiera hecho crecer dos dedos más.
Aunque me esperaba algún enfrentamiento entre algunos de los reclusos maltratados y los carceleros que los habían maltratado, no sucedió nada, quizá porque un enfrentamiento personal habría sido muy embarazoso frente a más de veinte personas. Sin embargo, es probable que algunos reclusos tuvieran que reprimir conscientemente lo que quedara de las fuertes emociones que habían sentido ahora que la estructura de poder se había desmantelado. Además, algunos carceleros se disculparon con sinceridad por haberse metido tanto en su papel y habérselo tomado demasiado en serio. Estas disculpas aliviaron la tensión, pero dejaron más en evidencia a los carceleros que no se disculparon, como Hellmann.
En esta puesta en común, uno de los carceleros más duros, Arnett, que estudiaba un posgrado de sociología, dijo que había dos cosas que le habían impresionado:
Una ha sido la observación que ha hecho Zimbardo sobre la inmersión de los «reclusos» en su papel de internos [...] que se manifestaba en el hecho de que siguieran en la prisión aunque se les dijera que podían salir [en libertad] si renunciaban a cobrar. La otra cosa que me ha impresionado es que, en esta reunión, los anteriores «reclusos» parecen no dar crédito a que «John Wayne» y yo, y puede que otros carceleros (aunque creo que nosotros dos somos los peor vistos) nos hemos limitado a cumplir nuestro papel. Algunos «reclusos», o puede que muchos, parecen creer que somos personas realmente sádicas o autoritarias y que si decimos que actuábamos es para ocultarles a ellos, a nosotros mismos, o a todos, la verdadera naturaleza de nuestra conducta. Por lo menos en mi caso, puedo decir con toda seguridad que no es así.9
Desde un punto de vista psicológico les comenté la falta de humor en nuestra prisión y la incapacidad de utilizar el humor para aliviar la tensión o aportar algo de realidad a esa situación tan irreal. Por ejemplo, los carceleros que no estaban de acuerdo con la conducta extrema de sus compañeros de turno podrían haber hecho alguna broma en privado a su costa, diciéndoles, por ejemplo, que deberían pedir paga doble por sobreactuar tanto. O los reclusos mismos podrían haber echado mano del humor para distanciarse un poco de la prisión irreal de aquel sótano preguntando a los carceleros qué había en ese lugar antes de convertirse en prisión: ¿una pocilga? ¿Quizás un colegio mayor? El humor puede vencer los corsés de la persona y del lugar. Pero en toda la semana no hubo ni una muestra de humor en aquel lugar tan triste.
Antes de dar por terminada la reunión les pedí que procuraran realizar la evaluación final de la experiencia por la que habían pasado y que rellenaran otros formularios que les iba a facilitar Curt Banks. También les invité a escribir un breve diario con los sucesos que más recordaran durante el mes siguiente. Los que lo hicieran cobrarían una pequeña suma adicional. Por último, todos serían invitados a volver al cabo de unas semanas para celebrar una reunión dedicada a revisar los datos que habíamos reunido. También les pasaríamos diapositivas y algunos fragmentos de vídeo.
Debo añadir que mantuve el contacto con muchos de los participantes durante varios años, casi siempre por carta, y sobre todo cuando había alguna publicación o algún programa que hablara del estudio. Algunos de ellos han participado en diversos programas de televisión que se han dedicado al estudio durante todos estos años. Más adelante examinaremos las repercusiones que esta experiencia ha tenido en ellos.
El significado de ser recluso o carcelero
Antes de pasar al siguiente capítulo para examinar algunos datos objetivos que reunimos durante los seis días del estudio y reflexionar sobre las serias cuestiones éticas que planteó el experimento, creo conveniente presentar una breve selección de las impresiones de algunos participantes.
Hacer de recluso
Clay-416: «El buen preso es el que sabe unirse estratégicamente a otros presos sin quedar él mismo fuera de juego. Mi compañero de celda, Jerry [5486], es un buen preso. Siempre habrá unos presos que luchen por salir y otros que no lo hagan. Los que no lo hagan en un momento dado deberían proteger sus intereses sin ser un obstáculo para los que luchan. El mal preso es el que no puede hacerlo y sólo va a la suya».10
Jerry-5486: «Lo que observé con más claridad en este estudio fue que la mayoría de los participantes obtenían su sensación de identidad y de bienestar de su entorno más inmediato, no de su propio interior, y éstos fueron los que se vinieron abajo porque no pudieron soportar la presión: en su interior no había nada que les permitiera hacer frente a todo aquello».11
Paul-5704: «Tener que rebajarnos de aquella manera es lo que me acabó hundiendo y creo que por eso éramos tan dóciles hacia el final del experimento. Dejé de ser un contestatario porque veía que mi actitud y mi conducta no cambiaban nada. Cuando Stew y Rich [819 y 1037] se fueron, vi claramente que yo solo no podía cambiar todo lo que había que cambiar [...] ésa es otra razón de que me calmara después de que se fueran, porque para lograr lo que quería necesitaba que otros colaboraran conmigo. Intenté hablar con los demás para hacer una huelga o algo parecido, pero no quisieron saber nada por el castigo que habían recibido la primera vez».12
Oficial Arnett: «Me quedé muy impresionado y sorprendido por las reacciones de la mayoría de los internos ante la situación experimental [...] sobre todo los que se derrumbaron y los que seguramente se habrían acabado derrumbando si el experimento no hubiera terminado antes de tiempo».13
Doug-8612: «Las condiciones de la prisión, como los carceleros, las celdas y todo lo demás, no me importaban, y tampoco me molestaba estar desnudo o encadenado. Lo peor fue lo del coco, la parte psicológica. Saber que no podía irme cuando quisiera... no poder ir al baño cuando quería... Lo que te destrozaba era no poder elegir».14
El recluso suplente Dave «8612», nuestro espía, que sabía que sólo iba a estar en la prisión un día para enterarse de los planes de fuga, nos cuenta la rapidez y la fuerza con que se puede meter una persona en el papel de recluso: «Los roles se habían apoderado de todo el mundo, desde el preso más humilde hasta el subdirector». Él mismo se identificó de inmediato con los reclusos y, en un solo día, su falso encarcelamiento tuvo un impacto enorme en él:
A veces me sentía culpable por haber entrado allí para chivarme de aquellos tíos tan majos, y me quedé bastante aliviado cuando vi que no había nada que contar [...] Cuando tuve oportunidad de chivarme —porque me enteré de dónde habían escondido la llave de las esposas— no dije nada [...] Aquella noche me dormí sintiéndome avergonzado, culpable, asustado. Cuando nos llevaron al trastero de arriba (en previsión del supuesto asalto) me había quitado la cadena del tobillo y pensé muy en serio en fugarme (yo solo, debo añadir), pero no lo hice por miedo a que me pillaran [...] La experiencia de ser un recluso todo un día me había causado la angustia suficiente para no acercarme a la prisión el resto de la semana. Y cuando regresé para las entrevistas finales aún no lo había superado: no comía bien, sentía náuseas constantemente y no recuerdo haber estado nunca más nervioso. Aquella experiencia me afectó tanto que fui incapaz de hablar de ella con nadie, ni siquiera con mi mujer.15
Más tarde supimos que un recluso había hurtado la llave de las esposas a uno de los carceleros. Después del traslado de todos los reclusos al trastero de la quinta planta el miércoles por la noche, los reclusos fueron devueltos al patio hacia las doce y media de la madrugada y dos de ellos habían sido esposados juntos para que no escaparan. Al no tener las llaves para abrir las esposas tuve que llamar a la policía del campus para que se las quitaran, algo que me dio bastante vergüenza, por no decir más. Uno de los reclusos había echado la llave por un conducto de ventilación. David lo sabía pero no se lo dijo a nadie del personal.
El poder de los carceleros
Oficial Geoff Landry: «Lo que te creas tú mismo es casi como una prisión: te metes tanto en ello que prácticamente se convierte en una manera de definirte, se convierte en un muro, y quieres escaparte, y poder decirle a todo el mundo que ése no eres tú, que eres una persona que se quiere ir, demostrar que eres libre y que tienes tu propia voluntad, que no eres un sádico que disfruta con todo aquello».16
Oficial Varnish: «Esta experiencia ha sido muy valiosa para mí, mucho. La idea de que dos grupos de estudiantes prácticamente idénticos hayan cambiado en sólo una semana hasta formar dos grupos sociales totalmente diferentes, con un grupo que posee y aplica un poder total en perjuicio del otro grupo, es algo escalofriante.
»Mi propia actuación me sorprendió [...] Hacía que se insultaran unos a otros, les hacía limpiar los retretes con las manos. Prácticamente llegué a ver a los internos como si fueran “ganado” y no dejaba de pensar: “No debo quitarles el ojo de encima por si están tramando algo”».17
Oficial Vandy: «Para mí, el hecho de disfrutar acosando y castigando a los internos era del todo antinatural porque tiendo a verme como alguien compasivo con quienes sufren, sobre todo con los animales. Creo que empecé a abusar de mi autoridad como consecuencia de mi total libertad para mandar sobre ellos».18
(En su diario, el subdirector Jaffe nos revela una secuela interesante de este nuevo poder de los carceleros. Vandy dijo una vez a sus compañeros de turno que «sin darme cuenta, me encontré dándole órdenes a mi madre en casa».)
Oficial Arnett: «Hacerme el duro me fue fácil. En primer lugar, soy una persona autoritaria en ciertos aspectos (aunque es un rasgo que me disgusta tanto en mí como en los demás). Además, consideraba que el experimento era importante y que el hecho de actuar “como un carcelero” formaba parte de averiguar cómo reacciona la gente ante la verdadera opresión [...] La principal influencia en mi conducta fue la impresión, bastante vaga, de que la brutalidad de las prisiones de verdad reside en su deshumanización. Intenté atenerme a ello dentro de los límites de mi objetividad [...] Primero procuré evitar cualquier trato personal o amable [...] Intenté ser neutral y eficiente. Además, por lo que he podido leer, el aburrimiento y otros aspectos de la vida en prisión se pueden aprovechar para hacer que la gente se sienta desorientada. Para ello actúas de una manera impersonal, ordenas realizar trabajos aburridos, castigas a todos los reclusos cuando hay alguno que se porta mal, les exiges que hagan a la perfección cosas totalmente triviales en las horas de ejercicio. Soy consciente del poder que poseen quienes controlan un entorno social y he intentado agudizar la alienación de los reclusos aplicando estas técnicas. Pero lo he hecho con mesura porque no quiero ser cruel».19
Carceleros buenos y malos
Paul-5704: «John y Geoff [Landry] me caían muy bien. No llegaron a meterse tanto en el papel de carceleros como los demás. Nunca dejaron de ser seres humanos, ni siquiera al castigar a alguien. En general, me sorprendía que los carceleros llegaran a meterse tanto en su papel pudiendo ir a casa cada día o cada noche».20
Oficial John Landry: «Cuando hablé con los reclusos me dijeron que había sido un “carcelero bueno” y me dieron las gracias por haber sido así. Pero en mi interior sabía que eso era una gilipollez. Curt [Banks] me miró y me di cuenta de que él también lo sabía. También era consciente de que, aunque me había portado bien con los reclusos, me había traicionado a mí mismo. Permití que toda aquella crueldad sucediera sin hacer nada salvo sentirme culpable y ser un buen tío. Francamente, no pensaba que pudiera hacer nada. Pero es que ni siquiera lo intenté. Hacía lo que hace la mayoría. Me quedaba sentado en nuestro cuarto intentando olvidarme de los reclusos».21
En una entrevista que grabamos al final del estudio con uno de los carceleros que los reclusos consideraban más justo y comedido, Geoff Landry, el hermano mayor de John Landry, vimos un testimonio aún más sorprendente del poder y el impacto de esta experiencia. Geoff nos dijo que le había pasado por la cabeza cambiar de papel.
Oficial Geoff Landry: «Aquella experiencia se convirtió en algo más que participar en un experimento. En otras palabras, puede que aquello fuera un experimento, pero los resultados y los productos eran demasiado reales. Cuando un interno te mira con los ojos vidriosos y farfulla algo que no se entiende, empiezas a esperar lo peor. Temes que acabe pasando lo peor. Sabes que la menor señal de angustia, de que se viene abajo, puede ser el principio de lo peor. Concretando más, la experiencia se convirtió en algo más que un experimento cuando 1037 empezó a actuar como si estuviera al borde de una crisis nerviosa. En aquel momento sentí miedo y aprensión y pensé en dejarlo. Y también me pasó por la cabeza pedir que me convirtieran en un recluso. No quería formar parte de aquella maquinaria que aplastaba a otras personas, que las obligaba a obedecer y las acosaba sin cesar. En el fondo, deseaba ser el acosado antes que el acosador».22
En este contexto es interesante recordar que el mismo miércoles por la noche el oficial Geoff Landry dio parte al subdirector diciendo que se había quitado la camisa porque le iba muy apretada y le irritaba la piel. Estaba claro que este problema era más mental que otra cosa, porque él mismo la había elegido y se la había probado antes de empezar y la había llevado puesta cuatro días sin quejarse. Al final conseguimos otra más grande, pero se la puso a regañadientes. También se quitaba constantemente las gafas de espejo y decía que no recordaba dónde las había dejado cuando el personal le preguntaba por qué no se atenía al protocolo establecido para los carceleros.
Oficial Ceros: «El experimento ese de los cojones ya me tenía más que harto. En cuanto se acabó me largué. Para mí era demasiado real».23
La furia silente del oficial Sadismo
Doug-8612, en una entrevista que hizo más tarde para una película sobre nuestro estudio hecha por unos estudiantes, comparaba con elocuencia el experimento de la prisión de Stanford con las prisiones de verdad que había llegado a conocer trabajando como funcionario en una prisión de California:
«La prisión de Stanford era una situación carcelaria muy benigna y, aun así, transformó a los carceleros en unos sádicos y a los reclusos en unos histéricos, ¡hasta le produjo una urticaria a uno! Teníamos una situación benigna pero no funcionó. Generó todo lo que genera una prisión de verdad. El papel de carcelero genera sadismo. El papel de recluso genera confusión y vergüenza. Carcelero lo puede ser cualquiera. Pero lo difícil es estar en guardia contra el impulso de caer en el sadismo. Es una furia silente, una malevolencia que puedes contener pero que no tiene por dónde salir; al final sale de refilón en forma de sadismo. Creo que como recluso tienes más control. Todo el mundo debería [pasar por la experiencia de] ser un recluso. En la prisión he conocido a reclusos con una dignidad excepcional, que no desprecian a los guardias, que siempre les tienen respeto, que no generan en ellos ese impulso sádico, que son capaces de superar la vergüenza de su situación. Saben conservar la dignidad».24
La naturaleza de las prisiones
Clay-416: «Los carceleros son tan prisioneros como los presos. Se encargan del bloque de celdas, pero detrás tienen una puerta cerrada que no pueden abrir; estamos todos juntos y lo que se crea allí dentro lo creamos todos juntos. Los presos no tienen una sociedad propia, pero los carceleros tampoco. Son una sola cosa, y es una cosa horrible».25
Oficial Ceros: «[Cuando un recluso reaccionó] con violencia tuve que defenderme, pero no como persona, sino como carcelero. Era al carcelero a quien odiaba, no a mí. Reaccionaba contra el uniforme [...] No me quedó otra opción que defenderme como carcelero. [Me sorprendió darme cuenta] [...] de que estaba tan preso como ellos. Esta idea surgió como reacción a sus sentimientos [...] Todos estábamos atrapados en aquella situación tan opresiva, pero nosotros, los carceleros, teníamos la ilusión de ser libres [...] Todos entramos como esclavos del dinero. Los reclusos se convirtieron muy pronto en esclavos nuestros [...]».26 Como dice Bob Dylan en su canción «George Jackson», a veces el mundo parece un gran patio de prisión:
Algunos somos presos,
Y los demás carceleros.
Al repasar algunas de las afirmaciones hechas antes de que empezara el experimento y al examinar nuestros diversos registros diarios, podemos observar unas transiciones muy importantes en la mentalidad de los carceleros. Podemos ver un ejemplo en las palabras del oficial Chuck Burdan antes, durante y después de esta experiencia.
Antes del experimento: «Como soy una persona pacífica no puedo imaginarme haciendo de carcelero y/o maltratando a otras personas. Espero que me elijan como recluso. Al ser una persona contraria al sistema que rechaza de una manera activa el establishment político y social, existe la posibilidad de que algún día acabe preso y tengo curiosidad por saber cómo me las arreglaría en esa situación».
Después de la reunión de orientación para los carceleros: «Comprar los uniformes al final de la reunión confirma la atmósfera de juego que tiene todo esto. Dudo que muchos de nosotros actuemos con la “seriedad” que parecen desear los experimentadores. Me siento más bien aliviado por ser sólo suplente».
Primer día: «Mi principal temor al principio del experimento era que los internos me vieran como un cabrón de verdad, como uno de esos carceleros, como todas esas cosas que no soy y que no puedo ni imaginarme ser [...] Una de las razones de que lleve el pelo largo es que no quiero que la gente me vea como no soy [...] Como estoy seguro de que los reclusos se burlarán de mi aspecto voy a poner en marcha mi primera estrategia básica: procurar no sonreír por nada que puedan hacer o decir, porque sería como admitir que todo esto no es más que un juego. Me quedo fuera de la jaula (Hellmann y ese guardia alto y rubio sirven la cena y parecen bastante más metidos en su papel que yo). Me preparo para entrar, me pongo bien las gafas de espejo, cojo la porra —que da cierta sensación de poder y seguridad— y entro. Pongo cara de pocos amigos, decidido a mantenerla así oiga lo que oiga. Me paro frente a la celda 3 y con un tono de voz bajo y fuerte le digo al número 5486: “¿Y tú de qué te ríes?”. “De nada, señor oficial de prisiones.” “Pues procura que no te vuelva a pillar riendo”, y me voy, sintiéndome como un idiota».
Segundo día: «Al salir del coche, de repente siento que me gusta que la gente me vea con el uniforme. “Eh, mirad qué chulo voy” [...] El número 5704 me pide un cigarrillo y no le hago caso porque yo no fumo y no me da ninguna pena [...] Mientras, veo que 1037 empieza a caerme bien y decido NO dirigirle la palabra. Más tarde, le encuentro el gusto a golpear las paredes, las sillas y los barrotes [con la porra] para demostrar mi poder [...] Después del recuento y de apagar las luces [el oficial Hellmann] y yo hemos conversado en voz muy alta diciendo que iríamos a ver a nuestras chicas y explicando lo que íbamos a hacer con ellas (para jorobar a los internos)».
Tercer día (preparativos de la primera noche de visita): «Después de advertir a los internos de que no queremos oír ni una queja si no quieren que las visitas se acaben antes de hora, hacemos entrar a los primeros padres. He procurado ser uno de los oficiales presentes en el patio porque ésta era la primera oportunidad de ejercer el poder manipulador que más me gusta: ser una figura que se hace notar, con un control casi total sobre lo que se dice o se deja de decir. Mientras los padres y los internos se sientan en unas sillas, yo me siento sobre el extremo de la mesa con los pies colgando y contradiciendo todo lo que me viene en gana. Es el primer momento del experimento en el que he disfrutado de verdad. El recluso 819 está muy cabrón y habrá que vigilarle [...] [Hellmann] me provoca admiración y disgusto al mismo tiempo. Como carcelero (actor) es fantástico, ha captado muy bien el sadismo de todo esto, pero al mismo tiempo me disgusta».
Cuarto día: «El psicólogo [Craig Haney] me regaña por haber esposado y vendado los ojos a un interno antes de salir de su despacho y yo le respondo enfadado que es una medida de seguridad necesaria y que, de todos modos, es cosa mía [...] En casa cada vez me cuesta más describir la realidad de la situación».
Quinto día: «Me meto otra vez con el chusquero, que sigue obedeciendo de una manera exagerada todas las órdenes que le damos. Le he separado de los demás para pasarme con él, porque se lo está buscando y porque simplemente no me cae bien. Los problemas de verdad empiezan durante la cena. El interno nuevo [416] se niega a comerse las salchichas. Lo metemos en el hoyo y le ordenamos que sujete una salchicha en cada mano. Tenemos una crisis de autoridad; esta conducta rebelde puede socavar el control total que tenemos sobre los demás. Decidimos atacar la solidaridad de los internos y le decimos al nuevo que los demás no tendrán visitas si no se come las salchichas. Me acerco al hoyo y le doy un porrazo a la puerta [...] Estoy muy enfadado con él porque causa molestias y problemas a los demás. He decidido obligarle a comer, pero no ha habido manera. He dejado que la comida le resbalara por la cara. No me creía capaz de hacer algo así. Estaba muy disgustado conmigo mismo por haberle forzado a comer. Pero estaba más disgustado con él porque no comía».
Sexto Día: «El experimento se acaba. Me he alegrado mucho, pero me ha sorprendido ver que otros guardias estaban decepcionados, y no sólo porque perdían dinero, sino también porque se lo estaban pasando muy bien [...] Hablar durante la sesión de “desintoxicación” ha sido muy difícil; había mucha tensión y mucha incomodidad. Me monto en mi bicicleta y me voy a casa paseando bajo el sol. Aquí fuera se está de puta madre».
Semanas más tarde: «No he sido plenamente consciente de la crueldad de aquel suceso (la decisión de Hellmann de dejar a 416 dentro del hoyo toda la noche) hasta que han pasado unas semanas. Estoy seguro de que, además de otras cosas, a Phil [Zimbardo] aquello le debió de afectar mucho [porque decidió poner fin al estudio].27
En el apartado de «otras anécdotas» del diario del subdirector Jaffe podemos ver la curiosa transformación del carácter de alguien que sólo había tenido que ver con el estudio de una manera muy indirecta. Recordemos a mi colega, el psicólogo que me preguntó: «¿Cuál es la variable independiente?», cuando lo único que quería yo era evitar el supuesto asalto a la prisión haciendo ver que el experimento había terminado.
Según las notas de Jaffe, «el doctor B. vino de visita el martes por la noche, cuando los reclusos habían sido trasladados al trastero de la quinta planta. Él y su esposa subieron a verlos. La señora B. les trajo unas pastas y el doctor B. hizo al menos dos comentarios burlándose de los reclusos, uno sobre su manera de vestir y otro sobre el hedor de aquel lugar. Esta pauta de “meter cuchara” se pudo observar prácticamente en todos los visitantes».
Mientras su esposa daba a los reclusos un poco de «té y simpatía», mi colega, que suele ser un hombre reservado, trató a los estudiantes de una manera deshumanizadora que, con toda seguridad, les hizo pasar mucha vergüenza.
Los «pequeños experimentos» de Hellmann28
Para hacernos una idea de cómo era Hellmann antes de convertirse en carcelero, echaremos un vistazo a los datos personales que nos dio una semana antes de que empezara el estudio. Me sorprendió saber que tenía dieciocho años y que era unos de los participantes más jóvenes. Otro carcelero, Arnett, era el mayor. Hellmann venía de una familia con estudios de clase media y era el menor de cuatro hijas y dos hijos. Con su metro ochenta y siete, sus ochenta kilos de peso, sus ojos de color verde y su pelo rubio, tenía una estampa imponente. Se nos presentó como un músico que tenía «espíritu de científico». Según su descripción, «llevo una vida natural y me encanta la música, la comida y la gente». También añadía: «Siento el afecto más profundo por todos mis congéneres humanos».
En su respuesta a la pregunta «¿Qué es lo que más aprecia la gente de usted?», Hellmann responde con absoluta confianza: «Al principio la gente me admira por mi talento y mi carácter extrovertido. Pero pocos conocen mis verdaderas aptitudes en el ámbito de las relaciones humanas».
En su respuesta a la versión opuesta de la pregunta anterior, «¿Qué es lo que menos aprecia la gente de usted?», Hellmann nos revela su complejo carácter y nos ofrece un indicio de lo que podría hacer si se le diera un poder absoluto. Escribió: «Mi poca paciencia ante la estupidez, mi total desprecio por las personas cuyo estilo de vida no apruebo. Que me aproveche de algunas personas, mi franqueza, mi confianza». Por último, añadamos a todo esto que Hellmann manifestó su preferencia por hacer de recluso en lugar de carcelero «porque a la gente le caen mal los carceleros».
Teniendo presentes estos datos, será instructivo conocer sus reflexiones después del experimento en torno a lo que él creía que había sido su papel.
Oficial Hellmann: «Sin ningún género de duda, fue más que un experimento. En mi papel de oficial de prisiones tuve la oportunidad de llevar hasta el límite la capacidad de aguante de la gente. No fue agradable, pero me vi obligado a hacerlo por la fascinación que me provocaba comprobar sus reacciones. En muchas ocasiones hacía experimentos por mi cuenta».29
«Lo mejor del experimento fue que yo parecía haber sido el catalizador de muchos resultados sorprendentes que captaron el interés de la televisión y de la prensa [...] Siento haber podido causar más problemas de los que querían ustedes, pero yo hacía mis propios experimentos.»30
«Lo peor del experimento fue que hubiera tanta gente que me tomara tan en serio y que acabara siendo mi enemiga. Mis palabras les afectaban y [los reclusos] parecieron perder de vista que sólo era un experimento.»31
Un mes después de que el estudio hubiera finalizado, Hellmann fue entrevistado junto con el recluso Clay-416, su archienemigo. Se reunieron para un reportaje de televisión sobre nuestro estudio que se iba a emitir en el programa de la NBC Chronolog, un precursor de 60 Minutes. Su título era: «819 se portó mal».
Después de que Hellmann describiera su transformación en carcelero, Clay pasó a la ofensiva, finalmente capaz de hacer suyo el dicho popular de «donde las dan, las toman».
Hellmann: «Cuando te pones un uniforme y te dan un papel, quiero decir, un trabajo, y te dicen: “Tu trabajo es mantener a esas personas a raya”, es evidente que no eres la misma persona que si llevaras ropa de calle y tuvieras un papel diferente. Te acabas convirtiendo en esa persona en cuanto te pones el uniforme caqui y las gafas, agarras la porra y te metes en tu papel. Ése es tu disfraz y, cuando te lo pones, tienes que actuar en consecuencia».
Clay: «Eso duele, me hace daño, y lo digo en presente, eso me hace daño».
Hellmann: «¿Qué es lo que te hace daño? ¿Pensar que la gente pueda ser así?».
Clay: «Claro. Pude ver con mis ojos algo que nunca había visto. Había leído mucho sobre ello. Pero nunca lo había visto. Nunca había visto a nadie cambiar así. Y sé que eres un buen tío, ¿sabes? ¿Me entiendes?».
Hellmann (Sonríe y niega con la cabeza): «Eso no lo sabes».
Clay: «Claro que lo sé; eres un buen tío. No tengo malos...».
Hellmann: «Entonces, ¿por qué me odias?».
Clay: «Porque sé en qué te puedes convertir. Sé de qué eres capaz cuando te dices a ti mismo: “Bueno, tampoco voy a hacer daño a nadie”. “Total, es una situación controlada, y sólo serán dos semanas”».
Hellmann: «Pues imagina que estás tú en esa posición, ¿qué harías?».
Clay (pronunciando cada palabra lentamente y con mucha claridad): «No lo sé. No puedo decirte que sé lo que haría».
Hellmann: «Pues harías...».
Clay (interrumpiendo a Hellmann): «Ni hablar, no creo que pudiera tener tanta inventiva como tú. No creo que le pudiera echar tanta imaginación. ¿Entiendes?».
Hellmann: «Sí, pero...».
Clay (interrumpiéndole otra vez y pareciendo disfrutar de su nueva sensación de poder): «¡Creo que sólo habría sido un carcelero, no creo que lo llevara hasta ese nivel de obra maestra!».
Hellmann: «La verdad es que no veo que hiciera tanto daño. Degradante sí que era, pero eso formaba parte de mi pequeño experimento particular para ver cómo...».
Clay (con incredulidad): «¿Tu pequeño experimento particular? ¿Por qué no me explicas eso?».
Hellmann: «Pues nada, que hacía unos experimentos por mi cuenta».
Clay: «Cuenta un poco más, que siento curiosidad».
Hellmann: «Pues mira, quería ver cuánto maltrato verbal podía aguantar la gente antes de empezar a protestar, antes de empezar a plantar cara. Y me sorprendió que nadie me dijera “basta”. Nadie me dijo: “Oye, para ya de decirme todo eso, que te estás pasando de rosca”. Nadie dijo nada y todo el mundo aceptaba lo que decía. Les decía: “Ve y dile a aquél que es una mierda pinchada en un palo”, y lo hacían sin rechistar. Hacían flexiones sin rechistar, se quedaban en el hoyo, se insultaban unos a otros, y eso que, en principio, tendrían que estar muy unidos; pues no: ahí los tenías a todos insultándose porque yo se lo había dicho y sin que nadie pusiera en duda mi autoridad. Y la verdad es que me sorprendió mucho [tiene los ojos llorosos]. ¿Por qué nadie dijo nada cuando empecé a maltratar a la gente? Cada vez me pasaba más, pero nadie decía nada. ¿Por qué?».
Buena pregunta: ¿por qué?