El primer avance del alma toma algo que solía ser difícil y lo vuelve fácil. Conectarte con tu alma es tan sencillo como respirar e igual de natural. Cuando en las encuestas se pregunta “¿Usted cree tener alma?”, cerca del 90 por ciento de las personas responde que sí. Pero esa estadística resulta errática, porque son muy pocas las personas que en realidad han tenido la experiencia del alma. La mayoría se aleja del camino espiritual porque supone que esté es arduo y está lleno de sacrificios. Pero, ¿eso no describe a la vida cotidiana? (Uno de los bestsellers más importantes de los ochenta fue The Road Less Traveled de Scott Peck, que atrapó a miles de lectores con sólo cuatro palabras: “La vida es difícil”).
Conectarse con el alma es en realidad mucho más sencillo que cualquier otra cosa que estés haciendo en este momento. Lo difícil es mantener el alma a distancia. En cuanto dejas de luchar, el camino hacia el alma resulta automático. Todo lo que quieres lograr se desplegará de manera natural. Eso es lo que quiso decir Jesús cuando expresó: “Pidan y recibirán. Llamen y la puerta se abrirá”.
Cuando te enfrentas a obstáculos cotidianos, se debe a que primero pusiste obstáculos internos. Estos obstáculos bloquean el flujo de la vida desde el alma hacia la mente y el cuerpo. Si el flujo no estuviera bloqueado, nos llegaría todo lo que el alma puede ofrecer. El alma constituye un canal abierto. Si preguntamos sobre la verdad acerca de algo, la verdad surge. Si preguntamos por la solución de un problema, la solución aparece. Por eso el budismo nos enseña que toda pregunta está unida a su respuesta desde el momento en que nace la pregunta.
Si un canal de la consciencia se encuentra cerrado, es producto de un bloqueo temporal. Lo extraño es que gran parte de estos bloqueos sucede sin que nos demos cuenta. Todos nos hemos adaptado a que “la vida es difícil” por carecer de alternativas. Al igual que el bloqueo que va obstruyendo las arterias hasta llegar a tapar todo el conducto sanguíneo, el bloqueo que generan la lucha y la tensión crece poco a poco. Me acordé de esto hace unos años cuando estaba en un aeropuerto esperando abordar otro vuelo. Mi hija Mallika tenía una niña de dos años, Tara, mi primera nieta. Con frecuencia para pasar la aburrida espera en los aeropuertos llamaba a Tara desde mi celular. Se volvió un ritual delicioso para ambos, para mí porque Tara reconocía mi voz y para ella porque el teléfono para una niña de dos años es un juguete mágico.
En esta ocasión, al colgar el teléfono me di cuenta de que una joven agitada se dirigía de prisa hacia donde estaba yo para tomar el vuelo. Llevaba arrastrando a dos niños pequeños y entre su llegada tarde, el equipaje y el movimiento de los niños, la madre se veía abrumada. Eso causaba también que los niños fueran llorando. Vi que se acercaba al mostrador jalándolos. Pero la joven no tuvo suerte, el vuelo estaba cerrado. Insistió en que tenía que llegar a casa; su familia la esperaba. Se notaba que no podía más después de un largo día.
Pero la empleada del mostrador fue terminante. Las reglas son las reglas. Los pasajeros tienen que llegar a la sala por lo menos quince minutos antes del vuelo. Frustrada, con los niños llorando todavía, la joven mamá se retiró. Cuando ya no podía escuchar, la empleada le dijo a su asistente: “¿Qué podía hacer? Tengo las manos atadas”. La asistente seguía con la mirada fija sobre la joven mamá. “Yo creo que las cosas siempre son difíciles”, dijo moviendo la cabeza de un lado a otro.
La vida es una mezcla incomprensible de la alegría inocente de Tara (y la alegría que inspira en mí) y la lucha constante como la que experimentó la joven mamá. No nos vemos a nosotros mismos eligiendo una alternativa o la otra, pero lo hacemos. Para cada uno de nosotros las cosas eran como para Tara cuando empezó la vida. La tragedia es que aprendemos a luchar desde muy jóvenes, demasiado jóvenes para darnos cuenta de que nunca debimos abandonar la inocencia y la simplicidad. Sólo en la inocencia se pueden recibir los dones del alma. Una vez que aceptas que supuestamente hay que luchar para sobrevivir, esa suposición se convierte en tu realidad, que cuenta con su propia energía e impulso. Tu cerebro aprende rápidamente a conformarse, y en cuanto se condiciona, el aspecto, los sentimientos y los sonidos del mundo quedan fijos (hasta que escapamos del condicionamiento).
Ya sabemos que el cuerpo tiene consciencia y al sintonizarnos con ella puede aumentar nuestra consciencia. Sintonizarse es también la manera de abrir un canal hacia el alma. Nos sintonizamos con el alma cuando decidimos crecer y expandirnos. Por otro lado, al perder la sintonía, se bloquea la conexión con el alma. Siempre que elijamos retraer nuestra consciencia, el canal hacia el alma quedará bien cerrado. A pesar del tono místico que usamos al referirnos al alma, conectarse con ella constituye una experiencia cotidiana.
Sintonizado
Las cosas me salen bien.
Tengo paz.
La respuesta es clara.
Todo cuadra.
Me siento en armonía con la situación.
No hay obstáculos exteriores.
Los extremos opuestos son compatibles.
Estoy abierto a cualquier posibilidad.
No juzgo, ni a mí mismo ni a los demás.
Soy un ser completo.
Cuando te encuentres fuera de la armonía de este estado, carecerás de conexión con tu alma. Esta condición se presenta también en la experiencia cotidiana.
Desintonizado
Las cosas no me salen bien.
Estoy confundido e inseguro.
La respuesta no es clara. Avanzo y retrocedo.
Todo está en desorden.
Me siento fuera de sincronía.
Hay muchos obstáculos.
Tengo un conflicto interno.
Me parece difícil encontrar la salida.
Sigo culpándome y culpando a otros.
Me siento incompleto. Debe faltarme algo.
Por favor no tomen estos extremos opuestos como parámetro absoluto o permanente. Todos nos sintonizamos y resintonizamos a diario. Nuestra consciencia se retrae ante el estrés, como sucede con el cuerpo ante el estrés. Nuestro objetivo aquí es lograr una conexión permanente que no se rompa y seguir avanzando, ya que hay personas que alcanzan momentos de conexión muy profunda que cambian su vida.
Hace poco un amigo me contó un incidente de su pasado que ilustra este punto. Fue un momento en el que su consciencia se expandió de pronto.
“Andaba con mi mochila viajando por Europa. Tenía veintiséis años y vivía de vacaciones. Tomaba trabajos temporarios únicamente para poder cubrir los gastos de mis viajes.
“En esta ocasión fui el último pasajero de la lista de espera que se subió al avión. Me senté al lado de un hombre que estaba leyendo un libro. Ninguno de los dos volvió a mirar al otro. El avión despegó y yo seguí sentado allí. Por alguna razón en esa época experimentaba una sensación de vacío, acompañada de cierta insatisfacción. Me sorprendió, porque en general esa época de viajes por Europa había sido la más feliz de mi vida. Pero en ese momento oí que yo mismo me preguntaba: ¿Qué estás haciendo? Esto es un desperdicio.
“De pronto me percaté de que el hombre justo había cerrado su libro y me estaba mirando. ‘¿Le pasa algo?’, me dijo. Me asusté, pero por algún motivo no desprecié la pregunta. Me pareció una persona comprensiva y le conté lo que me pasaba. Me preguntó si quería su opinión y le respondí que desde luego. ‘Has llegado a un momento de decisión’, me dijo.
“Jamás lo hubiera esperado. ‘¿Qué tipo de decisión?’, pregunté.
“ ‘Estás pensando en dejar atrás tu infancia’.
“Sonrió levemente, pero yo sabía que hablaba en serio. ‘¿Cómo lo sabe?’, le pregunté.
“ ‘Porque a mí ya me pasó’, dijo. ‘Un día pensé: Ya soy adulto. Acababa de cruzar una frontera sin regreso y creo que es lo que acaba de sucederte’ ”.
Mi amigo sacudió la cabeza. “Tuvo razón. Ni siquiera me resistí a la idea. Mi adolescencia había terminado. Regresé a casa. Guardé mi mochila en el ático. Me olvidé de los trabajos temporarios y me integré a la fuerza de trabajo”.
“Esas cosas no son raras”, señalé.
“Lo sé. Todos tenemos que crecer en algún momento. Pero, ¿no es muy raro que me pasara de pronto y que estuviera sentado junto a alguien que sabía lo que me estaba sucediendo y que había tenido una experiencia idéntica?”
Éste es un ejemplo de la manera en que la consciencia superior llega a la vida cotidiana. A nivel superficial la mente está totalmente ocupada pensando y sintiendo. Hay un caudal de sensaciones y de ideas que nos llena la cabeza desde que despertamos. Pero la vida tiene patrones ocultos que se despiertan de manera muy parecida a la que se activa de pronto un gen latente. Nos cae del cielo una realidad y, de un momento a otro, la vida puede cambiar por completo.
Sin embargo, por lo general, el cambio de trayectoria en la vida es menos dramático. Es un proceso que se despliega según su propio ritmo y tiempo. Ya sean lentas o rápidas las revelaciones son sucesos misteriosos. Uno descubre que sabe algo que antes no sabía. Una vieja perspectiva de pronto le abre paso a otra nueva. Los psicólogos nos han dado extensos mapas de grandes cambios en la vida como las “crisis de identidad” que vuelven adultos a los adolescentes en algún momento entre los veinte y los veinticinco años. Existen también las “crisis de la edad media”, cuando el final de la juventud adulta crea pánico y genera un poderoso impulso de volver a ser joven por segunda vez.
El rasgo importante de cualquier punto de giro es que cambia el significado de la vida. Cuando esto sucede, el cambio puede ser sorprendentemente drástico, como en el caso de Scrooge, que va del absoluto egoísmo a un gran altruismo el día de Navidad. Un gran cambio de consciencia sucede cuando de pronto uno se enamora o se desenamora, cuando encuentra de repente una religión luego de décadas sin credo alguno o cuando en camino al trabajo uno descubre que, de la noche a la mañana, una carrera satisfactoria se ha vuelto vacía. Si el significado de la vida se modifica intensamente, la consciencia superior llega a nuestra vida desde el nivel del alma.
Tomemos la experiencia del amor. El amor es sumamente apabullante como estado físico y emocional, que es la manera en que lo experimentamos en el mundo visible. Estar enamorado es sentirse motivado por una emoción sexual y romántica hacia otra persona: el ser amado. El corazón se agita, el pulso se eleva. Las actividades mundanas de la vida cotidiana palidecen ante la intoxicación del enamoramiento. Resulta imposible tratar de detener esta avalancha mientras nos cae encima. Pero en momentos de mayor calma, el amor es más estable y puro, como el amor entre madre e hijo. Si continuamos refinándolo, ordenándolo, surge el amor por la humanidad (que se conoce como compasión). Todavía más puro es el amor que se basa en la abstracción, como el amor por la belleza o el amor por la verdad. Por último, para aquellos pocos que llegan a la esencia más sublime, el amor se convierte en un aspecto de Dios. No todo amor alcanza esta meta excelsa. Lo importante es el proceso, el refinamiento de la consciencia hasta que se hace más delicada, sutil y pura. Seguirás enamorado de tu objeto amoroso (el aspecto físico de la vida no desaparece), pero al mismo tiempo sentirás los aspectos más elevados del amor. Es como vivir en el cuerpo y al mismo tiempo ver a través de él.
Para sintonizarse con el alma, hay que participar en este proceso de purificación. Como muchos de nosotros hemos perdido la capacidad de hacerlo, parece natural sentir el alma como algo abstracto, remoto y tenue. La gente empezó a hablar de ella como “el fantasma de la máquina”, expresión que describe dos nociones falsas, dado que ni el alma es un fantasma ni el cuerpo es una máquina. Esta desconexión no tiene que ver con el pecado ni con la desobediencia. Nadie comete un gran delito que le haga merecer el castigo de un alma perdida (me di cuenta de que los cristianos devotos defendían intensamente este punto, pero queda claro que la mayoría de los integrantes de la sociedad secular no siente haber heredado el pecado mortal de Adán y Eva).
Incluso, para el cristiano devoto es fascinante observar que en el Antiguo Testamento Dios promete enviar a la Tierra a un mensajero, que traerá al Señor al templo, con estas palabras: “¿Quién podrá entonces permanecer en pie?, pues llegará como un fuego, para purificarnos, será como un jabón que quitará nuestras manchas. Como quien refina y purifica la plata y el oro” (Malaquías 3: 2-3). En otras palabras, la gente tiene que pasar por un proceso de refinación antes de que Dios sea real en su vida.
Lo ideal sería que la mente tuviera total claridad y presencia en ese momento, sin obstáculos ni bloqueos. Para lograrlo, el cerebro debe cambiar. Como parte del cuerpo el cerebro tiene sus propios mecanismos de curación. Pero los viejos condicionamientos, una vez que se establecen en nuestro cerebro, se vuelven parte de sus redes neuronales. Desde el punto de vista del alma, todas estas huellas están sujetas a cambios. Los momentos de revelación se presentan y el cerebro se adapta, independientemente de la configuración de su cableado. Por desgracia, el conocimiento científico actual del cerebro acepta sin lugar a dudas que los cambios del cerebro son físicos. ¿Podemos demostrar que el cerebro realmente es inalámbrico? Si lo logramos, se abre el camino para que la consciencia sea la clave de la transformación personal.
Esta posibilidad dio un gran paso cuando un grupo de investigadores italianos estudió el cerebro de los monos macacos en la década de 1980. Al monitorear una sola neurona de la corteza inferior del mono, región responsable de la actuación de la mano, esa neurona se encendía cuando el animal alcanzaba una fruta, digamos un plátano. Este descubrimiento, en sí, resultó rutinario. Los músculos se mueven porque el cerebro lo ordena. Pero cuando el mono veía que otro mono tomaba un plátano, la misma neurona se volvía a encender. En otras palabras, el acto de ver provocaba que el cerebro del primer mono se encendiera como si él mismo hubiera realizado la acción. Nació así el concepto de “neuronas espejo”, que se refiere a cualquier neurona que imita la acción que ocurre en otro cerebro diferente. El espejeo no tiene que darse entre dos animales similares. Un mono que observe al técnico de laboratorio tomando un plátano activará sus neuronas espejo de la misma manera que si otro mono realizara la acción. Esta respuesta no es únicamente mecánica. Una neurona espejo puede distinguir la diferencia entre una acción que le resulta interesante y otra que le es indiferente. Por ejemplo, cuando un mono macaco observa al científico poniéndole un pedazo de fruta en la boca, se encienden una gran cantidad de neuronas espejo, pero si el pedazo de fruta se coloca en un plato (acción que le interesa poco al mono) las neuronas espejo apenas llegan a encenderse.
Lo anterior significa que los senderos del cerebro no tienen que esculpirse por medio de la experiencia física directa. Pueden tomar forma de manera indirecta. ¿Es ésa la manera en que aprendemos en primera instancia? Por ejemplo, parece algo intuitivo que un mono macaco bebé aprenda a tomar las cosas tratando de alcanzarlas. Pero en este caso la intuición falla, porque el cerebro del mono bebé no cuenta con los senderos neuronales para llevar a cabo esta acción por primera vez. El objetivo de las neuronas espejo es construir estos senderos a través de la simple observación (o, de manera más precisa, prestando atención y sintiendo interés). Estas palabras deben sonarnos conocidas, dado que los monjes tibetanos cuyo cerebro cuenta con redes neuronales de compasión, construyeron estas redes de la misma manera.
El cerebro ni siquiera necesita instrucciones para construir senderos nuevos. Los monos bebés lactantes observarán a su madre comiendo alimentos sólidos, y las neuronas espejo del interior de su cerebro se activarán como si ellos mismos estuvieran comiendo alimentos sólidos. Cuando llegue el momento de destetarlos, su cerebro estará preparado. Un mundo desconocido se vuelve conocido sencillamente por medio de la observación. El aprendizaje humano puede darse de la misma manera, aunque todavía no se sabe. Por razones éticas, no pueden conectarse cables a las células del cerebro para hacer estudios en bebés humanos. Pero al observar el movimiento de los ojos, parece que en el primer año de vida los bebés desarrollan un sistema de espejeo con sólo prestar atención a los sucesos importantes de su entorno.
¿Es ésta también la manera en que aprende el alma? Contamos con una clave importante de que así es. Pensemos de nuevo en el fenómeno del darshan (la transmisión de una bendición cuando alguien se encuentra en presencia de un santo). Los sabios creen que con sólo poner la vista en una persona santa se adquieren bendiciones, y ahora ya sabemos cómo: el cerebro del devoto se modifica mediante el acto de observar. “Bendición” es un término demasiado suave, puesto que en su más alta expresión, conocida como atman darshan, existe una transmisión directa entre un alma (o atman) y otra. A nadie se le hubiera ocurrido que las neuronas espejo estuvieran funcionando. Yo desconocía esta noción cuando visitaba de niño a los santos locales. Pero los efectos que sentía (optimismo, euforia, paz interior) no requerían de ningún entendimiento de mi parte. El alma de otra persona, sin el menor esfuerzo, había cambiado mi cerebro.
Entonces, ¿por qué no puede hacer lo mismo mi propia alma?
Lo único que tiene que hacer el alma es irradiar su influencia. Si la sola cercanía a un santo basta, ¿cuán cerca está cada uno de nosotros de su propia alma? La consciencia superior es un campo, como la electricidad o el magnetismo, y cuando una persona entra en contacto con ese campo, el cerebro lo refleja. La palabra darshan deriva del verbo “ver”, pero no es necesario tener los ojos abiertos; es la cercanía al campo la que causa el efecto.
Al ir más profundo, uno descubre que la consciencia superior no es estática. Un santo puede transmitir una energía específica, como la sanación, y el objetivo puede ser una persona. Recordemos los pasajes del Nuevo Testamento en los que a Jesús le imploran que cure a un enfermo. A veces se mostraba reacio, porque quería que los que lo escuchaban se metieran en su interior para descubrir el Reino de los Cielos (en esencia, les estaba diciendo que el campo era parte de ellos). Los milagros externos llaman la atención en sentido equivocado. Cuando Jesús cura al cojo, al paralítico y al ciego, le atribuye el milagro al que queda curado y no a sí mismo.
En Marcos 10: 46-52 aparece un ejemplo dramático, centrado en un pordiosero ciego que está sentado a la orilla del camino cuando pasa Jesús:
Llegaron a Jericó. Y cuando Jesús ya salía de la ciudad, seguido de sus discípulos y de mucha gente, un mendigo ciego llamado Bartimeo, hijo de Timeo, estaba sentado junto al camino. Al oír que era Jesús de Nazareth, el ciego comenzó a gritar: “¡Hijo de David, ten compasión de mí!”. Entonces Jesús se detuvo y dijo: “Llámenlo”. Llamaron al ciego diciéndole: “Ánimo, levántate, te está llamando”. El ciego arrojó su capa y dando un salto se acercó a Jesús, que le preguntó: “¿Qué quieres que haga por ti?”. El ciego le contestó: “Maestro, quiero recuperar la vista”. Jesús le dijo: “Puedes irte, por tu fe has sido sanado”. En aquel momento el ciego recuperó la vista y siguió a Jesús por el camino.
Nos impresiona que el ciego parezca más insistente que creyente, pero en la tradición del darshan el incidente tiene sentido. La curación depende de conectar la consciencia superior con la inferior, un alma perfecta le manda energía a un cuerpo imperfecto. (La intervención de Jesús no hubiera sido necesaria, excepto por lo que dice con pesar a sus discípulos: “El espíritu está dispuesto, pero la carne es débil”. En otras palabras, el cuerpo de los discípulos no está perfectamente sintonizado con el alma, en tanto que el de Jesús sí). El cuerpo no tiene más opción que cambiar, al igual que un imán no tiene otra opción que apuntar al norte. ¿Hay algo que requiera menor esfuerzo?
“Todos los que me conocen dicen que llevo una vida soñada”, dijo Pauline, una mujer profesional de cuarenta años. “Algunos sacuden la cabeza y lo dicen con envidia o con incredulidad. Pero casi nadie sabe la verdad. Hay una razón por la que todo me sale bien”.
Levantando las cejas, pregunté: “¿Todo?”.
Pauline asintió. “No he tenido un solo revés en veinte años. Pasan cosas que a otros les parecen problemas, pero al final siempre salen bien. No importa lo que sea”. No se mostraba petulante, ni sonreía como si estuviera guardando un secreto malicioso. Pauline tenía algo serio en la mente.
“Todo se remonta a una época de mucho estrés en mi vida. Salí de la universidad sin tener ningún destino. A los veinticinco años había caído en un trabajo de burócrata que lo único que me ofrecía era seguridad. Salía con algunos jóvenes, pero con nadie en serio. Estas pueden parecer quejas normales, pero es difícil entender lo inquieta e insatisfecha que me sentía. Despertaba a media noche con dificultad para respirar, como alguien que se está ahogando.
“Nadie supo cómo me sentía. ¿Qué podía decir yo? Nadie podía decirme qué era lo que sucedía en realidad, por lo menos nadie que yo conociera”.
“¿Ahora sí lo sabes?”, le pregunté.
Pauline asintió con la cabeza. “Me estaba desmoronando por dentro. No, eso es demasiado dramático. Me estaba remodelando. El proceso entero seguramente se había iniciado hacía tiempo, quizá en mi infancia; a los diez años era intensamente religiosa, me vestía de negro y me subía al ático para leer la Biblia. Pero de todos modos no sabía cómo manejar mi estado de inquietud, que llegó a su máximo un sábado por la tarde.
“Estaba sentada cerca de la ventana en un viejo sillón, con la mente funcionando a toda velocidad. No recuerdo lo que pensaba, pero sí me acuerdo que me preguntaba si de esa manera se volvía loca la gente”.
“¿Creías haber enloquecido?”, le pregunté.
Negó con la cabeza. “Eso es lo curioso. No sentía agitación emocional. Se había apoderado de mí una rara especie de calma. Era como si estuviera observando a la mente de otra persona funcionar cada vez a mayor velocidad. De pronto todo se detuvo. Vi afuera el sol radiante del verano y entonces supe: Todo lo que deseas va en camino hacia ti. No tienes que hacer nada. Así de fácil, no podía creerlo”.
“¿Oíste una voz dentro de tu cabeza?”, pregunté.
“No. Pero sentí como si alguien se comunicara conmigo. ¿Dios? ¿Mi yo superior? No quise ponerle nombre a esa voz interior, pero mi cuerpo empezó a sentirse muy relajado. Pensé que iba a llorar, pero suspiré profundamente. Me había liberado de un peso gigantesco que ni siquiera sabía que estaba cargando”.
“¿Con una revelación lograste una vida de ensueño?”, dije.
“Sí”. Pauline no parpadeaba.
“¿De inmediato?”
“No exactamente. Al principio quedé en un estado de euforia. Tenía una confianza total en lo que me había dicho la voz. Veía todo a través de un cristal color de rosa. Como ves, dejé de tener miedo. La gente no se da cuenta, pero el miedo acecha siempre escondido en algún lugar, como las termitas en la madera. Cuando el miedo se va, el mundo entero se ilumina.
“Esa fase duró sólo unas cuantas semanas. Bajé de mi nube. Volví a ser yo misma. No creas que ahí terminó, porque el hecho es que el cambio fue real. Dejaron de pasarme cosas malas. Empecé a tomar decisiones que resultaron correctas. Mi existencia dejó de estar llena de crisis y de dramas. La gente empezó a darse cuenta de que yo llevaba una vida soñada”.
Se puede notar por la certeza de la paz de Pauline que no le importaba que los demás le creyeran. La felicité, conversamos un rato más sobre las cosas buenas que seguían ocurriéndole y luego se fue. No he conocido a nadie que constituya un mejor ejemplo del campo del alma. La voz que escuchó no vino de fuera de ella. Podríamos decir que lo que oyó fue la voz de su alma, pero el alma es silenciosa. Más bien, oyó que su propia mente puso en palabras la modificación de su consciencia. Esas modificaciones son impredecibles; nunca sabemos de antemano que daremos el santo cuántico (aunque al pasar por un periodo de turbulencia, como le sucedió a Pauline, es bastante común). Hay muchos tipos de revelaciones, y es erróneo darle a todas la categoría de religiosas. Sin embargo, lo que tienen en común todas las revelaciones es que la consciencia se expande más allá de sus límites normales.
A esto yo le llamaría una revelación de rendición. Imagínate atrapado entre dos fuerzas. Una, la fuerza del condicionamiento, que te jala hacia una vida llena de esfuerzos y lucha. La otra, la fuerza del alma, que te jala hacia una vida en la que no hay esfuerzos. La competencia parece a todas luces injusta, porque la primera lleva tras de sí el apoyo de muchos aliados. Todas las personas que conoces aceptan que la vida es difícil, por lo que la sociedad exige que sigas ese camino, no sólo de palabra y de hecho, sino también con los pensamientos que corren por tu cabeza. Porque tus pensamientos no son tuyos. Has asimilado cientos de voces de un ambiente muy amplio (familia, amigos, medios masivos y sociedad en general) que ahora te hablan desde el interior de tu propia mente.
Comparada con esta alianza masiva, el alma carece de fuerza visible. No tiene una voz dentro de tu cabeza. Es demasiado íntima para que otra persona te la explique. Hemos visto que la consciencia puede movilizar energía, pero la consciencia del alma es tan refinada que la energía que moviliza resulta increíblemente sutil. Con tantos factores en contra, ¿cómo puede el alma ejercer cualquier tipo de fuerza? La respuesta sorprende por su sencillez. Tu alma eres tú. Las fuerzas externas ejercen presión constante y, en el corto plazo, las señales de tu alma quedan bloqueadas. Pero al final no puedes ignorarte a ti mismo. Por haber estado siempre presente, el alma puede esperar lo que sea necesario.
Puedes llevar a cabo un experimento sencillo para demostrártelo a ti mismo. Piensa en otro factor presente siempre: la respiración. Pasas horas ignorando tu respiración. Su curso sigue sin cesar, sin que le prestes atención. Siéntate ahora en silencio y trata de ignorar que estás respirando. Has un esfuerzo deliberado por dejar de respirar. Imposible. Una vez que tu atención se concentra en la respiración sucede un cambio. Puede ser, naturalmente, que tu mente divague. Volverás a olvidar a tu respiración. Pero eso no marcará ninguna diferencia. Igual que el alma, la respiración puede permitirse esperar, porque estará presente siempre mientras vivas.
En el caso de Pauline, lo que sucedió no fue realmente una revelación en el sentido normal. Dios no la detectó de pronto desde el cielo y le mandó un telegrama, sino que ella se percató de su alma del mismo modo en que una persona se percata de su respiración. En sí, no se trata de un caso singular. Todos nosotros pasamos por momentos en los que nos deslizamos inadvertidamente a estados de consciencia superiores. El truco radica en evitar que nuestra mente abandone ese estado. Pauline logró algo raro: se percató de su alma y, de ahí en adelante, siguió prestándole atención. La presencia del alma permaneció con ella, y ésa es la razón por la que su vida se convirtió en “soñada”.
Esto puede parecer un caso especial, pero el principio general se aplica a todos. Si puedes centrar tu atención en el nivel del alma, la lucha se acaba. Lo primero que hay que cambiar es la perspectiva, pero existen también cambios en la manera en la que te trata la vida. Esos resultan más misteriosos. Nuestra sociedad no acepta que el alma (invisible, eterna, separada, inmóvil e inmortal) tenga poder para transformar a un mundo necio de objetos concretos y asuntos materiales. Pero para que la vida se facilite, el alma debe tener ese poder. Hay niveles misteriosos que necesitan exploración.
Es una lástima que la palabra revelación se limite al contexto religioso. La gente supone que las revelaciones se relacionan con Dios y les ocurren sólo a los santos. En realidad una revelación constituye un pequeño avance. Una parte del condicionamiento se rompe en pedazos. Dejas de ser víctima de una creencia rígida, te sientes relajado. ¿Qué es lo que provoca este pequeño avance? Desviar la atención hacia el alma, porque ése es el aspecto nuestro que no está condicionado. El alma representa la consciencia superior en ese sentido (es libre de todo condicionamiento). O, para ponerlo de una manera más sencilla, el alma nunca dice no. Todo es posible. Cualquier cosa imaginable se vuelve realidad. Quien pueda mantener su atención en el alma experimentará una revelación a diario. En vez de no, experimentarás innumerables sí.
Superar el poder del no tiene una importancia crucial. El no es muy convincente. La gente rechaza todo tipo de experiencias porque cree que rechazar está bien. Se opone porque no puede evitarlo. El hechizo del no ejerce un dominio tan fuerte que lo demás poco importa. A continuación detallo algunos ejemplos completos; luego veremos cómo revertir cada uno de ellos.
Superar el no
Debes romper el hechizo cuando tu mente:
Se necesitan pequeños avances para poder superar el poder del no, porque hay muchísima negatividad que debemos superar en un gran número de áreas. Pero en cada área debes aplicar el mismo principio: para que la vida sea más fácil necesitas dejar de hacer lo que estás haciendo. Entiendo que esto suena demasiado general, pero en realidad si estuvieras haciendo lo correcto ya estarías en contacto con tu alma y tu vida se estaría desplegando día a día, bajo el principio del sí. De manera que tienes que dejar de hacer lo que estás haciendo y reestructurar radicalmente las cosas.
Veamos ahora las áreas específicas en las que es necesario desalojar el poder del no.
Creencia negativa #1: La gente no cambia. Esta conocida afirmación parece razonable en momentos de desaliento y frustración, pero si se observa con más cuidado, tiene el efecto de impedir el cambio dentro de ti mismo. Esencialmente, si otras personas no pueden cambiar o no cambiarán, estamos destinados a vivir en el status quo. Cuando aceptas que nadie va a cambiar, cierras la caja y se quedan adentro. Al mismo tiempo, tú también te quedas adentro. Es fácil pasar por alto esa implicación, porque en lo más profundo de nuestro corazón pensamos que nosotros podemos cambiar; son los demás los que no pueden. En realidad, ellos sienten lo mismo en cuanto a ti, por lo que existe un sistema de desaliento mutuo. En breve cualquiera que levanta la voz y dice “necesitamos cambiar” se está enfrentando al status quo. Y cualquiera que lo ignore y cambie de hecho será visto con sospecha o con hostilidad.
Sin embargo, desde la perspectiva del alma, nada de esto es real. Es obvio que la gente cambia constantemente. Vivimos desesperados por saber las noticias; plagamos nuestra vida diaria de crisis, mayores o menores. Cambiamos de humor, al igual que todas las células de nuestro cuerpo. Decir que la gente no cambia es algo arbitrario, un punto de vista que parece seguro. Es una forma de resignación, de rendirse ante lo inevitable. Tenemos que dejar de reforzar el poder del no si queremos llegar al alma.
Creencia negativa #2: Los hábitos nos mantienen atrapados. Todos sabemos lo que significa estar atrapado en una conducta habitual. La lucha diaria en la vida se debe a nuestra incapacidad de pensar y comportarnos de una forma nueva. Los hábitos mantienen a los matrimonios atrapados en la misma discusión durante años. Hacen que nos tiremos en el sillón, en vez de trabajar en función del cambio. Refuerzan la mala alimentación y la falta de ejercicio. En general, los hábitos hacen que la inercia sea más fácil que el cambio. En este ámbito la fuerza del no es bastante obvia, ¿verdad? Si lo consideramos lejos de juicios negativos, el hábito no es otra cosa que un atajo útil, un sendero automático grabado en el cerebro. Un pianista competente tiene grabado el hábito de mover los dedos de un modo determinado; no se le ocurriría reinventar su técnica cada vez que se sienta ante el teclado. Un cocinero de servicio rápido que puede preparar seis omelets simultáneos se apoya en el hecho de que en su cerebro se haya grabada una serie de movimientos dentro de un tiempo preciso.
Desde la perspectiva del alma, un hábito constituye una decisión que se asume únicamente por razones prácticas. No se trata de bien o de mal, de correcto o equivocado. Siempre existe la posibilidad de borrar la grabación y crear una nueva. Un pianista que decide ser violinista no tiene problemas por la forma grabada en la que antes movía los dedos. El cocinero de servicio rápido que llega a casa a preparar un omelet en vez de seis no está obligado a trabajar a la velocidad de la luz. Lo que nos mantiene atrapados es el hechizo del no. Constreñidos por ese hechizo, encontramos razones para seguir estancados en el pensamiento habitual y en comportamientos que ya no nos sirven. Renunciamos voluntariamente al poder del cambio y, al mismo tiempo, culpamos a nuestros malos hábitos como si tuvieran voluntad independiente (actualmente está de moda culpar al cerebro, como si lo que lleva grabado fuera permanente y todopoderoso). Para deshacernos de un hábito necesitamos recuperar nuestro poder de elegir.
Tu objetivo es romper el hechizo que dice que no tienes alternativas. Siempre existen alternativas.
Creencia negativa #3: Los pensamientos obsesivos tienen el control. Mucha gente piensa que no es obsesiva. Identifican la obsesión con desórdenes mentales, cuando de hecho un desorden obseso-compulsivo no es más que una variación extrema de una condición universal. Las obsesiones son otra manera en que el poder del no anula nuestra capacidad de decidir. En cualquier momento nos puede atacar la obsesión de la seguridad, de salvarnos de los gérmenes, de enojarnos en el tráfico, de gastar dinero, de disciplinar a nuestros hijos, de derrotar al terrorismo (las posibilidades son infinitas y en constante cambio). Los pensamientos obsesivos no se relacionan únicamente con lo inmoral, lo indebido o lo irracional. Uno puede obsesionarse por factores que la sociedad aprueba y recompensa. Todos conocemos a personas obsesionadas con ganar, con vengarse de los que le hicieron daño, con el dinero o la ambición. Por definición, un pensamiento obsesivo es el que tiene más fuerza que tú. Es aquí donde el poder del no causa daño.
Desde la perspectiva del alma, pensar es una expresión de libertad. La mente no tiene obligación de preferir un pensamiento u otro. Mucho menos constituye una máquina programada para repetir una y otra vez el mismo mensaje. Lo que nos mantiene atrapados dentro de la repetición es el “debo pensar de este modo”. Se descartan otras alternativas por el miedo, los prejuicios, el interés personal y la culpa. Para romper este pensamiento obsesivo hay que examinar el nivel más profundo donde el “debo” prevalece.
Creencia negativa #4: Las ansiedades nunca pueden acallarse. Cuando la ansiedad regresa una y otra vez, nos obliga o bien a rendirnos o a resistir (lo inútil de esta lucha se mencionó antes). El poder del no insiste en que no existe otra alternativa. Una vez más, un patrón repetitivo grabado en el cerebro domina al libre albedrío. Tu ansiedad cobra vida propia y, si llega al extremo, se convierte en adicción. La diferencia reside solamente en las limitaciones que sufres. Quien siente ansiedad por el chocolate no puede resistirse a comerlo, pero si es adicto, sólo comerá chocolate. No obstante, incluso en sus formas más benévolas, la ansiedad puede hacerte sentir que no existe ninguna otra opción.
Desde la perspectiva del alma, la ansiedad es otro ejemplo de un atajo grabado en el cerebro. La persona que siempre come chocolate ha tomado la decisión ilícita de que el chocolate es el mejor dulce que existe y, por tanto, en vez de molestarse en considerar la variedad de dulces, siempre elije automáticamente el chocolate. Pero que la mente esté activada en piloto automático no significa que no podamos cambiarla. Siempre existe la opción de reprogramar las reacciones. Bajo el efecto del hechizo o no, renunciaste voluntariamente a esa opción, pero también puedes rescatar cualquier cosa a la que renuncies.
Creencia negativa #5: El miedo te impide ser libre. El poder del no usa el miedo como refuerzo. Como el pistolero a sueldo, amenaza con ser despiadado e indiferente. Bajo el hechizo o no, la mente siempre encuentra alguna razón para tener miedo. Las cosas más sencillas se convierten en objetos de ansiedad. Los riesgos más improbables se aproximan como peligros que pueden abatirnos en cualquier momento. Al encontrarte en posición defensiva, te estás negando a ti mismo la más básica de las libertades, la de sentirte seguro en el mundo. No es la amenaza externa lo que genera esta situación. Somos nosotros los que proyectamos nuestras creencias fijas sobre todas las situaciones, de modo que sentirse seguro o no se constituye una decisión personal.
Desde la perspectiva del alma, siempre estás a salvo. El universo aprecia tu existencia. La naturaleza está diseñada para mantener tu bienestar. Si te encuentras amenazado, puede ser bastante realista a evaluar el peligro y escapar. Pero si estás paralizado por la ansiedad, la amenaza se hace ineludible. A alguien con miedo a las alturas, por ejemplo, le resulta imposible subir por una escalera de mano. El peligro de caer no impide que otras personas suban la escalera, porque tienen la capacidad de determinar que el riesgo es pequeño. Pero una fobia te quita la habilidad de evaluar el peligro de manera realista; el miedo adquiere el poder absoluto, el poder del no. Para sobreponerse a una fobia, tienes que desafiarla y reafirmar que estás a salvo.
Creencia negativa #6: Los “malos” pensamientos están prohibidos y son peligrosos. La gente desperdicia gran cantidad de energía sutil haciendo a un lado los pensamientos que no quiere afrontar. La negación y la represión parecen funcionar como soluciones a corto plazo. Es posible que desaparezca aquello en lo que no piensas, pero los malos pensamientos (los que te hacen sentir culpable, avergonzado, humillado o desolado tienden a adherirse). Y lo único que logra la negación es que el dolor aumente con el tiempo. Aplazar también hace más difícil que se liberen las energías antiguas y estancadas, cuando finalmente se toma la decisión de confrontarlas.
Si decides retirar de tu vista los malos pensamientos, ésa es tu decisión. El peligro surge cuando empiezas a creer que ciertos pensamientos están prohibidos como si así lo indicaran las leyes de una fuerza externa. Cuando eso sucede, el poder del no ha logrado convencerte de que tu propia mente es tu enemiga. Muchas personas, incluso psicoterapeutas especializados, se sienten amenazadas por la “sombra”, nombre que se le da a la zona prohibida por donde merodean los impulsos peligrosos. Bajo el hechizo o no, le temes a tu sombra y piensas que nunca te le debes acercar.
Desde la perspectiva del alma, la mente no tiene límites. Si tú sientes que está prohibido analizar tu furia, miedo, celos, desesperación y sentimientos de venganza, estás recurriendo a un falso sentido del yo. En particular, te estás dividiendo entre tus impulsos buenos y tus impulsos malos. La paradoja es que tu lado bueno jamás ganará, porque el lado malo seguirá luchando siempre por liberarse. Se inicia una guerra interior. Terminas viviendo en un estado de conflicto subyacente. En vez de tratar de ser bueno todo el tiempo, trata de lograr tu libertad. Cuando la mente es libre, los pensamientos van y vienen con espontaneidad. Sean buenos o malos, uno no se aferra a ellos. Mientras que se permita que la mente fluya, ningún pensamiento será peligroso, ni habrá tampoco nada prohibido.
Creencia negativa #7: Los impulsos naturales o son ilícitos o son peligrosos. Dado que no existen los impulsos artificiales, todos son naturales. Surgen ya sea de un deseo o de una necesidad. Cuando interviene la mente, no obstante, cualquier impulso puede convertirse en un peligro. Comer un dulce puede resultar peligroso si uno está obsesionado con el peso. Amar a alguien puede constituir un peligro si le tememos al rechazo. Hay un malabarismo complicado entre lo que sentimos y lo que pensamos que debemos sentir, y todos caemos cautivos de ese malabarismo. Ello explica por qué las discusiones sobre valores sociales lleguen hasta la violencia. La gente tiene una gran capacidad para juzgar lo bueno y lo malo y para invocar a Dios o a una moral superior para justificar su propio sentido de culpa y de vergüenza. El poder del no insiste en que el bien y el mal son absolutos. Bajo este hechizo, se desarrolla un temor hacia lo que realmente sentimos. Ante la imposibilidad de evaluar nuestros sentimientos bajo una luz positiva, permitimos que estos se distorsionen. Como resultado, cada vez gastamos más energía defendiendo lo blanco contra lo negro, sin considerar el hecho de que la violencia incluso para defender es un error.
Desde el punto de vista del alma, todos los impulsos se basan en necesidades legítimas. Cuando la necesidad se ve y se satisface, el impulso se desvanece, así como se desvanece el hambre después de comer. Sin embargo, cuando se niega una necesidad o se emiten juicios en su contra, no tiene otra opción que aumentar su insistencia. Los impulsos presionan contra la resistencia que trata de mantenerlos abatidos. En determinado momento, esta guerra entre el impulso y la resistencia cobra tal dimensión que uno pierde de vista la necesidad original.
Por ejemplo, cuando alguien cae ante un impulso sexual ilícito, no cabe duda de que la necesidad elemental (de amor, gratificación, autoestima o aceptación) ha quedado enterrada a profundidad. Lo único que se ve es el impulso ilícito y la guerra que se suscita entre la vergüenza y la culpa. Si el impulso ilícito es de furia y hostilidad, la necesidad subyacente será casi siempre de seguridad y ausencia de temor. De modo que lo más importante no es la batalla contra sus propios “malos” impulsos, sino poder encontrar la necesidad que los mueve. Cuando se puede satisfacer una necesidad básica, el control de un impulso deja de ser problema.