Un avance puede conducir a la rendición final. Como liberarse es un proceso, llega a su fin poco a poco. Pero este punto final es muy diferente a todo lo que uno imagina, puesto que dejarás de ser la persona que hoy ves en el espejo. Esa persona pasa por la vida con una infinidad de necesidades. En la rendición final, renunciarás a todas tus necesidades. Por primera vez podrás decir: “Yo me basto a mí mismo”. Te encontrarás en un mundo donde todo cuadra como debe ser.
El yo completamente nuevo no se puede imaginar con anticipación. Un niño pequeño no tiene idea de que el futuro le depararán los drásticos cambios que detona la pubertad. Sería muy confuso tratar de entender esta experiencia antes de que se presente (existe ya suficiente confusión cuando llega el momento). Soltar la infancia se da naturalmente, si uno es afortunado. Soltar nuestra identidad de adultos es mucho más difícil. No tenemos mapas que nos guíen, aunque existe un cierto llamado de los grandes maestros espirituales del mundo. San Pablo lo compara con el crecimiento. “Cuando yo era pequeño hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño; cuando me hice adulto terminé con mis costumbres de niño”.
Pasar de la infancia a la edad adulta significa cambiar nuestra identidad, pero San Pablo se refiere a un tipo de transformación mucho mayor. Así, nos dice: “Sigan al amor y luchen por los dones espirituales”, y después nos presenta una visión de lo que sucederá si alguien responde al llamado.
El amor es paciente, el amor es amable, el amor no es envidioso, ni engreído, ni arrogante, ni brusco. No insiste en sus verdades, no se irrita, ni es resentido; no se regocija en el error, sino que se regocija en la verdad. Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, el amor no pasa nunca. (I Corintos 13:4-7)
San Pablo era muy consciente de estar invitando a un cambio sobrenatural en el que toda la naturaleza humana se transformaría y el único poder capaz de lograrlo sería la gracia. La palabra “gracia” no aparece en la Biblia sin sus connotaciones cercanas (abundancia, pureza, amor incondicional, dones concedidos gratuitamente). Hay aquí algo universal que sobrepasa el ámbito judeo-cristiano. Al liberarse por completo, una persona puede lograr una nueva identidad. El fruto de la rendición es la gracia, el poder de Dios que todo lo abarca.
La gracia es la influencia invencible de lo divino. Una vez que llega a la vida de una persona, las herramientas antiguas que hemos usado para manejar nuestra vida (razón, lógica, esfuerzo, planeación, pensamiento por adelantado, disciplina) se descartan como las rueditas auxiliares que se usan para aprender a andar en bicicleta. Pero el proceso real es sombrío y amorfo. La gracia se asocia con la misericordia y el perdón, pero en realidad si se le retiran sus investiduras religiosas la gracia es la consciencia ilimitada.
La gracia puede abolir las limitaciones de la vida. No hay nada que temer, nada por qué sentir culpa. Toda la cuestión de lo bueno contra lo malo desaparece. La paz deja de ser un sueño que perseguimos para convertirse en una condición innata del corazón. Estas cosas no son el resultado de la intervención sobrenatural, sino de acercarse al final del proceso. La palabra gracia aparece casi cien veces en el Antiguo Testamento, pero, curiosamente, Jesús no la usa ni una sola vez. Tal vez esto se explique porque a Jesús lo conocimos cuando terminó el proceso de encontrar su yo ilimitado; en ese sentido él es único.
La gracia, como el alma en sí, le da escala humana al poder infinito de Dios. Constituye más que un toque mágico, puesto que significa una transformación total. La mente humana apenas alcanza a comprender cómo un gusano puede transformarse en mariposa, mucho menos comprende el milagro de cómo se transforman los seres humanos por medio de la gracia. De algún modo, lo único que se necesita es rendirse. Aunque el proceso de nacer de nuevo se registra en todas las culturas, veamos si podemos acercarnos más a su comprensión.
Sin el don de la gracia, la naturaleza humana se encuentra caída, corrupta, pecaminosa, impura, ignorante, culpable y ciega (términos tradicionales de la cultura judeo-cristiana). Estos conceptos son poco útiles porque se basan en lo moral. La palabra barrera es neutral. Se refiere sencillamente a un estado de limitación. Si tomamos a una persona y la forzamos a vivir con severas limitaciones (digamos, en un calabozo) aparecerán todo tipo de problemas, desde paranoia hasta alucinaciones, que no se deben a que el prisionero tenga defectos morales, sino a su confinamiento. La diferencia entre un prisionero cautivo en su celda y tú y yo es que nosotros elegimos voluntariamente vivir detrás de nuestros barrotes. La parte de ti y de mí que toma esta decisión es el ego.
El ego es tu yo conocido, el “yo” que va por el mundo y trata los asuntos cotidianos. Mientras este yo se sienta satisfecho, no hay razón para emprender la búsqueda del alma. Pero, ¿es satisfactoria la vida? Todo gran maestro espiritual parte de la suposición de que no es así. Jesús y Buda se enfrentaron a un mundo donde la gente normal vivía azotada por la enfermedad y la pobreza. Sobrevivir al nacimiento y llegar a los treinta años constituía un reto mayor. No era difícil convencer a la población de entonces de que la vida cotidiana era un mar de sufrimiento. Ese problema es constante, incluso en las sociedades modernas que han hecho grandes avances contra la enfermedad, la pobreza y el hambre.
Buda y Jesús no se interesaban por las causas materiales del sufrimiento. Más bien buscaban la razón en su raíz, en el “yo” que maneja la vida cotidiana. Ese “yo” es una identidad falsa, decían. Enmascara al yo real, que sólo puede encontrarse en el nivel del alma. Pero este diagnóstico no condujo a nada parecido a una cura rápida. El yo no es como un coche que puede desarmarse para después construir un modelo mejor. El “yo” cuenta con una agenda. Piensa que cree saber cómo manejar la vida cotidiana y, cuando amenazan con destruirlo, contraataca (después de todo la supervivencia misma entra en peligro). Por esta razón, el ego se convirtió en el gran enemigo del cambio (más en Oriente que en Occidente; en Occidente el pecado y el mal asumieron ese papel, una vez más por razones morales). Se volvió obvio que el ego era un oponente sutil porque se había vuelto sumamente dominante. La identidad de una persona no es como una túnica que se puede quitar. Transformar nuestra identidad es más bien como el ejercicio de una cirugía en nosotros mismos; tenemos que actuar como doctores y como pacientes. Esta tarea es imposible en el mundo físico, pero totalmente posible en la consciencia.
La consciencia puede mirarse a sí misma, y al hacerlo, puede encontrar fallas y fijarlas. La razón por la que puede enmendarse a sí misma es que tiene que ver únicamente con la consciencia. No hay necesidad de salir del yo, no hay necesidad de dormirse para bloquear el dolor y no hay necesidad de violencia contra el cuerpo.
Antes de que empiece la cirugía, se necesita una enfermedad o un defecto. El ego, por todo lo que afirma al intervenir en la vida cotidiana, tiene un problema notable. Su visión de la vida no funciona. Lo que promete como una vida totalmente satisfactoria es una ilusión, un pez resbaladizo que puedes perseguir toda la vida sin tocarlo jamás. Cuando tomas consciencia de este defecto, el resultado es fatal para el ego. Ya no puede competir con la visión del alma de satisfacción. Todos hemos sido condicionados para creer que el ego es práctico y realista en nuestro enfoque ante la vida, en tanto que el alma es inalcanzable y lejana a los asuntos cotidianos. Pero eso es totalmente opuesto a la verdad. Permítanme ilustrarlo.
Dos visiones de satisfacción
La visión del ego:
Tengo todo lo que necesito para estar cómodo.
Estoy sereno porque las cosas malas no se me pueden acercar.
Por medio del trabajo arduo se puede lograr todo.
Me mido a mí mismo por mis logros.
Gano con más frecuencia que pierdo.
Tengo una fuerte imagen de mi mismo.
Por mi atractivo, me gano la atención del sexo opuesto.
Cuando encuentre el amor perfecto, las cosas se harán como yo digo.
La visión del alma:
Soy todo lo que necesito.
Me siento seguro porque no tengo nada que temer en mí mismo.
El flujo de la abundancia de la vida me trae todo.
No me mido a mí mismo por ningún parámetro externo.
Dar es más importante que ganar.
No tengo una imagen de mi mismo; estoy más allá de las imágenes.
Otra gente se siente atraída hacia mí en términos de alma a alma.
Puedo encontrar el amor perfecto porque ya descubrí que primero existe en mí mismo.
Está bien decir, según pienso, que la segunda postura describe la vida en el estado de gracia. Define a la vida transformada, no a la que preside el ego. Sin embargo, al comparar las dos opciones, la mayoría de la gente encontraría más razonable la versión del ego. Lo cual se debe al factor de que está muy acostumbrada a que así sea. Lo conocido, agregado a la inercia, nos mantiene haciendo lo mismo todos los días. Además, lo que hace que el camino del ego a la satisfacción parezca fácil es que este se basa en mejorar las condiciones de vida paso a paso. Si hoy tienes un trabajo modesto, tendrás uno más importante mañana. Tu primera casa pequeña un día se transformará en una casa más grande. Si surgen problemas en el camino, pueden superarse. El trabajo duro, la actividad constante, la lealtad y la fe en el progreso se combinan para que la vida sea mejor.
Esta es la versión del ego del crecimiento personal: independientemente de lo limitada que sea tu vida llegará el momento en que mejorará. Esta visión, tan enfocada en lo externo, ignora lo que ocurre en realidad dentro de la persona. No hay correlación entre la satisfacción y el progreso externo. Un país tan pobre como Nigeria tiene habitantes más felices que los de otras sociedades, incluso los Estados Unidos (medición que arrojan las encuestas que le preguntan a la gente cuán feliz es). En lo que respecta al dinero, la gente se siente más feliz cuando supera el nivel de pobreza, pero una vez que quedan satisfechas las necesidades básicas de la vida, seguir aumentando la cantidad de dinero en realidad le resta a la gente oportunidades de ser feliz. Los estudios de personas que han ganado la lotería revelan que al cabo de uno o dos años los premiados no sólo atraviesan por su peor momento en términos materiales, sino que la mayoría dice que quisiera nunca haber ganado. (No es necesario decir que las propias instituciones de lotería nunca difunden los resultados de estos estudios).
Pagamos un precio caro por usar elementos exteriores como medida de quiénes somos. Los reveses de la economía crean miedo y pánico generalizados. En una relación personal, el amor desaparece cuando la otra persona deja de ofrecer suficientes manifestaciones emocionales y atención personal (apoyos externos indispensables para el ego). Cuando se presenta el conflicto la gente sufre en silencio o pelea inútilmente para hacer que la otra persona cambie. El ego insiste en que una esposa mejor, una casa más grande y más dinero aportarán la satisfacción que uno anhela. Lo que no se le ocurre a la gente es que la incapacidad de sentir satisfacción probablemente no sea su culpa ni la culpa de sus circunstancias, sino que tal vez se deba simplemente a que por principio eligieron el camino equivocado.
La visión de satisfacción del ego es inalcanzable porque cada “yo” aislado es independiente y está desarraigado de la fuente de la vida. La mejora prometida únicamente puede ser externa, dado que no existe seguridad en el interior. ¿Cómo puede ocurrir? La única manera en que el ego puede manejar el desorden y el descontento de la psique es amurallándola. El “yo” está lleno de compartimientos secretos en donde el miedo y el enojo, el arrepentimiento y los celos, la inseguridad y la impotencia se ven obligados a esconderse. Es por ello que aparecen niveles extraordinarios de ansiedad y depresión en nuestra sociedad, estados que se tratan con medicamentos que sólo fortalecen la muralla que aísla el problema. En cuanto se retira el efecto atenuante del medicamento, la depresión y la ansiedad regresan.
El concepto de satisfacción del alma parece mucho más difícil, aunque se despliega automáticamente en cuanto se alcanza el nivel del alma. La satisfacción no es asunto de mejora personal, sino que tiene que ver con apartarse de la agenda del ego, cambiando lo exterior por el mundo interior. El alma mantiene un tipo de felicidad que no depende de las condiciones externas. El camino del alma conduce a un lugar donde experimentarás satisfacción como derecho de nacimiento, y como parte de lo que tú eres. No es necesario que te esfuerces para lograrlo, basta con que existas.
La gracia proviene de la visión clara de quién eres realmente.
Saber quién eres en realidad es la única forma de ser totalmente feliz. Existe actualmente una concepción popular denominada “tropezarse con la felicidad”, título también del libro publicado en 2006 que escribiera el profesor de Harvard Daniel Gilbert. La idea central es que la felicidad llega casi por casualidad (como si nos tropezáramos con ella en la oscuridad), porque la gente no sabe en realidad lo que la hará feliz. Se trata en gran medida de predicciones equivocadas, nos dice Gilbert. Creemos que un millón de dólares nos hará felices, pero el día que realmente tenemos el millón de dólares en la mano resulta muy diferente a cómo lo imaginamos. El sol no brilla el doble; la vida no deja de tener sus imperfecciones molestas. Como mínimo, el día que tenemos un millón de dólares resulta peor que cualquier otro, porque le faltan muchas cosas para ser un día extraordinario.
No me causa ningún problema la observación de que a la gente le faltan herramientas para lograr su propia felicidad, como tampoco la noción de que muy pocas veces podemos ver por adelantado lo que realmente generará la felicidad. La imagen sentimental del millonario triste es bastante real. Los momentos más memorables de felicidad radiante suceden de manera inesperada. Pero me parece un gran error afirmar que la vida humana tropiece con la felicidad. Una verdad más profunda es que tropezamos con la identidad. Usando los planos imperfectos que traza el ego armamos un yo. Nos motivan los recuerdos de lo que nos lastimó en el pasado y lo que nos pareció bien, por ello adquirimos fuerza para repetir las cosas buenas y evitar las malas. Como resultado, el “yo” es producto de un accidente, de gustos y disgustos al azar, de viejos condicionamientos y de innumerables voces de otras personas que nos dijeron qué hacer y cómo ser. Al final, toda esta estructura es absolutamente indigna de confianza y, de hecho, irreal. Ya que has visto a través del yo tramposo, debes soltarlo por completo. Representa el barco equivocado que no conduce a la lejana orilla de la satisfacción, y siempre ha sido así.
“Durante años tuve problemas con las relaciones que entablaba. Básicamente, nunca sentí que me amaran lo suficiente”, dijo Annette, una mujer exitosa e independiente que es parte de un grupo al que enseño a meditar. “El último novio que tuve estaba conmigo sólo porque la chica con la que quería casarse se comprometió con otra persona. Empecé a sentir que yo nunca le había importado. Y cuando terminamos decidí ver a una terapeuta.
“La terapeuta me preguntó qué era lo que quería lograr en la terapia. No es una pregunta fácil, pero yo sabía que no me sentía amada, de modo que le dije que quería superar ese sentimiento. Luego me preguntó qué significaba para mí ser amada. ¿Quería que me protegieran, me cuidaran, me consintieran? Le dije que no. Para mí ser amada significa que me entiendan. Esas palabras me surgieron espontáneamente, y me sentí bien. En mi infancia, no hubo nadie que me entendiera. Mis padres eran buenas personas e hicieron un gran esfuerzo, pero su amor no incluyó entender quién era yo. Les preocupaba demasiado que encontrara al hombre perfecto, que formáramos un hogar y una familia”.
“De modo que iniciaste un recorrido interior”, le dije.
Annette afirmó con la cabeza “Mi terapeuta resultó espléndida. Descubrimos todos mis puntos ocultos (no me guardé nada). Confié muchísimo en ella. Durante meses reviví todo lo relacionado con mi pasado. Hubo muchas revelaciones y muchas lágrimas”.
“Pero sentías estar logrando algo”, le dije.
“Al soltar asuntos viejos, la sensación de liberación me resultó increíble”, dijo Annette. “Sin darme cuenta, pasaron cinco años y cientos de sensaciones. Una tarde en su consultorio hubo algo que me quedó claro: ‘Me entiendes en todo’, le dije. ‘Ya no tengo secretos qué decirte, ni tampoco pensamientos vergonzosos ni deseos ocultos’. En ese momento no sabía si llorar o reír”.
“¿Por qué sucedió eso?”, le pregunté.
“Cuento con una mujer que me entiende en todo”, dijo Annette. “Tengo lo que siempre deseé, pero, ¿cuál ha sido el resultado? No me sentí súbitamente más feliz ni he estado más contenta. Eso era lo que me provocaba deseos de llorar. Lo que me inclinaba a reírme es más difícil de explicar”.
“Habías llegado a un punto final”, le sugerí. “Eso implica el comienzo de una nueva vida”.
“Creo que sí. Tardó un tiempo en manifestarse. Pero después me di cuenta de que cuando se presentaba una situación que antes me enojaba, en vez de encenderme, una voz en mi interior me decía: ‘¿Por qué haces eso? Si ya sabes de dónde viene’. La voz tenía razón. Ya me conocía tan bien a mí misma, que no era posible que volviera a mis viejas reacciones”.
Esto resultó ser un gran punto de cambio. Annette había logrado el raro privilegio de poder reexaminarse a sí misma desde cero. Le había puesto fin a todo lo que el yo del ego había construido durante años. Una vez que lo vio tal como era (una estructura caprichosa, tambaleante, sin relación con su yo real) pudo dejarlo atrás. Su mente ya no estaba atada al pasado.
La mente puede usarse para muchas cosas, pero la mayoría de la gente la usa principalmente como almacén. La llenan de recuerdos y de experiencias, junto con todas las cosas que les gustan y les disgustan. ¿Qué es lo que nos hace conservar algunas partes del pasado y desechar otras? No es que nos aferremos a las experiencias placenteras y descartemos las dolorosas. Existe un nexo personal con ambas sin el cual el pasado se desvanecería, y no por amnesia. Este nexo es psicológico. Mantiene el dolor que sigue lastimando y el placer que espera repetirse. Sin embargo, por estar en el pasado tu almacén mental está lleno de una mezcla de cosas que ya no te sirven.
Algo así le dije a Annette y estuvo totalmente de acuerdo. “Ya había tenido yo la fantasía de que mi yo real se escondía en algún lugar de mi pasado. Si alguien más sabio y fuerte que yo manejaba todas las piezas, me devolvería una persona completa”.
Superar el yo del ego significa dejar atrás una vieja ilusión y empezar a afrontar una realidad nueva. Todos nos aferramos a imágenes de nosotros mismos que se acumulan año tras año. Algunas de ellas nos hacen vernos bien, otras nos hacen vernos mal. Pero las imágenes no pueden sustituirse por lo real. Tu yo real tiene vitalidad, está vivo, se modifica y cambia a cada momento. Lo que me fascina del caso de Annette es que ella es una de las pocas personas que conozco que terminó con el yo del ego. En el trabajo con su terapeuta, llegó hasta el final de todo lo que tenía que ofrecer. En la vida de todos, el ego extiende sus dominios al decir: “Espera, sigue intentándolo. Yo sé qué hacer”. Pero haz un alto para considerar en qué consiste esta estrategia:
Si tu trabajo arduo no te ha dado lo que deseas, trabaja más.
Si no tienes suficiente, consigue más.
Si tu sueño fracasa, no dejes de perseguirlo.
Si sientes inseguridad, cree más en ti mismo.
Nunca reconozcas el fracaso; el éxito es la única alternativa.
Este tipo de motivación para el ego, en forma de eslogan, se encuentra muy arraigado en la cultura popular. Perseguir un sueño sin jamás darse por vencido se ha convertido en un credo que repiten los ricos, famosos y exitosos. Sin embargo, por cada ganadora de un concurso de belleza, ganador de una carrera de autos, de la Serie Mundial o de una audición de Hollywood, existe una gran cantidad de personas cuyo sueño no se cumplió. Persiguieron ese sueño con la misma intensidad y creyeron en él al igual que los demás. Pero a ellos no les funcionó en ningún sentido la estrategia del ego. Por suerte, existe otro camino exactamente opuesto a la estrategia del ego:
Si tu trabajo arduo no te ha traído lo que quieres, busca nueva inspiración.
Si no tienes suficiente, encuéntralo en ti mismo.
Si tu sueño fracasa y te das cuenta de que era una fantasía, busca un sueño que concuerde con tu realidad.
Si sientes inseguridad, aléjate de la situación hasta que encuentres tu centro de nuevo.
Ni el éxito ni el fracaso te sacuden; el flujo de la vida conlleva ambos, como estados temporarios.
El yo real es un fantasma cambiante y evasivo, que siempre va un paso delante de nosotros. Se disuelve en el instante en que creemos que lo vamos a atrapar. (He oído que a Dios lo describen así, como alguien al que siempre hay que perseguir, para terminar descubriendo que, donde fuera que lo hayan visto por última vez, acaba de irse). Nunca puedes fijar con clavos a tu verdadero yo. Para entenderlo, tienes que seguirle los pasos mientras avanza. El descubrimiento del verdadero yo sucede en el transcurso del camino. Pasa igual con la gracia, ya que es parte del yo real.
Hemos llegado al punto que será incómodo para muchos. Un yo fluido y cambiante representa un cambio radical del yo seguro y fijo que el ego nos promete. Es inquietante sentir que el suelo que pisamos se vuelve inestable. Pero el proceso de liberar conduce a este punto. Hay que cambiar de aliados. La rendición nos hace descender a la gracia, pero no de inmediato. La gracia es una forma de vida que no se apoya en ninguna de las viejas propiedades del ego. Jesús lo resumió así:
No reunáis tesoros para aquí en la Tierra; donde la polilla y el moho los carcomen, donde los ladrones taladran las paredes y se los roban. No, reunid para vosotros tesoros en el Cielo, donde ni la polilla ni el moho los carcomen, ni los ladrones perforan las paredes ni se los roban. (Mateo 6:19-20)
Tu vieja forma de vida centrada en ahorrar, planear, mirar hacia delante, buscar seguridad y confiar en los bienes materiales debe cederle el paso a una forma nueva que se basa en confiar en la Providencia, sin planear ni mirar hacia adelante y obteniendo tesoros no físicos. Este tema se reitera en el sermón de la montaña. Dije antes que San Pablo no nos proporciona el proceso por el que la gracia se apodera de una persona. Ocurre lo mismo con Jesús, como se ve en los evangelios. Se requiere de una transformación profunda, pero los pasos para llevar a una persona de aquí para allá no están trazados. Jesús y San Pablo, por su parte, hacen énfasis principalmente en la fe.
La fe es la seguridad interior de que el cambio radical puede suceder y sucederá. Pero la fe no tiene que ser ciega. Ni tiene que basarse en nada fuera de ti mismo. Al pasar por el proceso de liberar, descubrirás que hay razones para tener fe aquí y ahora.
La fe en tu experiencia. Liberar conlleva la experiencia de sintonizarte con el alma. Como resultado, el alma empieza a desempeñar un mayor papel en nuestra vida. De manera gradual, pero firme, comienzas a vivir algunas de las siguientes experiencias:
Me siento inspirado.
Veo la verdad de la enseñanza espiritual.
Percibo tener un yo superior.
Se está generando una realidad más profunda.
Mi vida interior me da satisfacción.
Entiendo las cosas de una manera nueva.
Saludo cada día con energía fresca.
Mi vida se siente más completa.
A veces les digo a las personas que escriban esto en un papel y que lo lleven consigo. Pueden sacar la lista y conectarse con uno sólo de estos puntos y estarán sintonizadas. Si no, es tiempo de empezar a sintonizarse. El flujo de la vida se renueva por sí mismo. Trae energía fresca todos los días para abordar cambios nuevos. Pero cuando no se ha logrado la conexión con el alma, la energía no surge como debiera.
¿En dónde entra la fe? Cuando estamos alineados con el alma, sentimos que la vida es ilimitada, y la consciencia exuda confianza y gozo serenos. Pero al desintonizarse estas cualidades desaparecen. En esos momentos hay que tener fe en la experiencia personal, que nos dice que es real carecer de límites. Se trata de un estado de consciencia al que se puede regresar. Me parece que el yo del ego es una cabaña pequeña y cómoda, en tanto que lo que ofrece el alma es un extenso paisaje con un horizonte infinito. Nosotros nos refugiamos en nuestra cabaña de vez en cuando. A veces por estrés, a veces sólo por costumbre. La psique es impredecible, hasta el punto en que puedes experimentar inseguridad sin razón aparente.
Afortunadamente, la razón no es importante. Una vez que experimentas la libertad, te sentirás atraído de nuevo hacia ella. Descubrirás que es cómodo expandirte y, con el paso del tiempo, la tentación de volver a tu cabaña menguará. No es necesario presionarte a ti mismo. La libertad habla por sí sola; el impulso de experimentarla ya forma parte de ti y nunca morirá. Esto es lo primero y lo más importante que debemos creer.
La fe en tu conocimiento. La gente que se jacta de ser racional suele rechazar lo espiritual porque no se apoya en hechos concretos. Sin embargo, su argumento tiene un punto débil porque no todos los hechos pueden medirse.
Es un hecho que el Polo Norte se ubica a 90 grados de latitud norte, como también es un hecho que cada uno de nosotros piensa, siente, desea y sueña, y que de esta realidad invisible dependen los factores externos. El Polo Norte carecería de ubicación si no hubiera una mente que lo midiera.
Al recorrer el camino, se adquieren conocimientos en los que uno puede confiar. Estas páginas han comunicado algunos conocimientos cruciales, pero depende de ustedes verificarlos. ¿Qué tipo de hechos tengo en mente?
La consciencia puede cambiar al cuerpo.
La acción sutil puede generar en uno más amor y compasión.
Los patrones de energía distorsionada pueden curarse.
El flujo de la vida ofrece energía, creatividad e inteligencia ilimitadas.
Todo problema contiene una solución oculta.
La consciencia puede contraerse o expandirse.
Hay otra forma de vivir que tu ego no conoce.
A estas alturas, ninguna de estas afirmaciones debe sonar mística. Aunque tengas dudas en cuanto a una o más de ellas, ten fe de que el conocimiento real existe en el ámbito de la consciencia. La consciencia con la que naciste se ha expandido a través de los años. Le has agregado habilidades nuevas y senderos neuronales a tu cerebro. Los neurólogos han confirmado que las prácticas espirituales como la meditación resultan reales en términos físicos; lo mismo sucede con el logro espiritual de compasión.
Por tanto, el proceso de despertar al alma requiere poca fe adicional. Es una extensión natural de los descubrimientos que tienen base científica sólida. Aunque esto no constituye la prueba final. Hace mucho me inspiró una frase del filósofo francés Jean-Jacques Rousseau: “Cada persona nace para probar una ‘hipótesis del alma’ ”. En otras palabras, somos un gran experimento que se lleva a cabo en el interior de cada uno de nosotros para comprobar que existe el alma. El experimento se renueva a sí mismo en cada edad. En otros tiempos se basó en la fe en Dios y en las escrituras. Hoy se basa en la fe en cuanto a que la consciencia puede crecer y evolucionar. Los términos cambiaron, pero no el reto.
Fe en ti mismo. La cultura popular graba constantemente en nosotros que tener fe en ti mismo te conducirá a los más elevados logros. Pero el yo en cuestión realmente significa el ego, con su deseo inalienable de ganar, poseer, consumir y encontrar placer. Eso es lo último en lo que debes tener fe. Sería mejor replantear todo el asunto de la fe y dirigirla hacia un yo que todavía no conoces. Nadie debe tener fe en el yo del ego, pues sus demandas son constantes. Pero el yo que todavía no conoces requiere fe, porque constituye el punto final de la transformación. Mientras no pases por esta transformación, serás un gusano que sueña en volverse mariposa.
¿Cómo se puede tener fe en un yo que todavía no conocemos? Dado que esa pregunta es muy personal, la respuesta será diferente para cada uno. De modo que plantearé la pregunta de una manera diferente: ¿Qué te convencería de que has cambiado en un nivel profundo y permanente? A continuación enumero algunas respuestas que me parece les resultarían válidas a la mayoría de las personas:
Ya no vivo con dolor.
Ya no me siento en conflicto.
He superado la debilidad y me he fortalecido.
La culpa y la vergüenza han desaparecido.
Ya no siento ansiedad.
La depresión se ha retirado.
He descubierto una visión en la que creo.
Experimento claridad en vez de confusión.
Estos cambios están arraigados en el yo, porque las condiciones que requieren el cambio más profundo (depresión, ansiedad, conflicto, confusión) se sienten como parte de “yo”. La gente no las adquiere como si se tratara de un catarro. Puede que sufran distracciones temporarias, pero regresan siempre. Freud llamaba a la ansiedad la visita indeseable que se niega a marcharse. Cada paso que des para sacar a la visita indeseable será un paso de fe en ti mismo. Estarás logrando liberarte. Más aún, se estará revelando poco a poco un nuevo “yo”. Lo que sucede es que el yo transformado no es como un pasajero que espera el tren. El nuevo yo se revela de un aspecto por vez.
La tradición espiritual sostiene que el alma es poseedora de todas las virtudes. Es bella, verdadera, fuerte, amorosa, sabia, comprensiva y está llena de la presencia de Dios. Nadie puede quitarle estas cualidades. Tu ego no puede comprarlas ni adquirirlas, más que de manera provisional. Una persona sumamente amorosa puede cambiar amor por odio. La persona más fuerte puede desplomarse. Pero al revelarse tu yo real, todas estas cualidades se vuelven incondicionales. No serás consciente de que han descendido sobre ti (la gracia no es una lluvia de agua fría o de luz blanca). Más bien, sólo serás tú mismo. Pero cuando se invoque al amor, el amor llegará y estará listo para expresarse. Cuando se invoque a la fuerza, la fuerza se presentará. Por lo demás no sentirás nada especial. La vida continúa igual que para todos. Pero en tu interior, de una manera difícil de describir, sentirás una absoluta seguridad. Sabrás que posees todo lo que necesitas para enfrentarte a las dificultades de la vida.
El maestro moderno de sufismo A. H. Almass expresa esto con una gran belleza en un ensayo que se titula “Hanging Loose” (“Sin ataduras”):
Cuando tu mente es libre sin interesarse, preocuparse o enfocarse en nada en especial, y tu corazón no se aferra a nada ni retiene nada, eres libre … lo que hay es lo que hay. La mente no vive diciendo “Quiero esto”, o “Quiero verme así”, o “Tiene que ser de este modo”. La mente carece de ataduras. La expresión “Sin ataduras” nos habla de lo que significa estar liberado.
El proceso de rendición te lleva al punto en que puedes vivir sin ataduras, sin necesidad de retener cosas que después te preocupen. La agenda del ego se destruye. Lleva tiempo, pero llega poco a poco. Mucho antes de ese momento, tu mente aprende lo que se siente al estar en silencio, cómoda y sin ataduras. Te desplazas disfrutando de este estado y, al ser así, la gracia trae al verdadero yo para llenar el espacio que ocupaban antes los torbellinos de la mente. Para tu sorpresa, entras a una situación en la que se necesita al amor y en la que tienes ese amor. Es parte tuya (como lo habías imaginado en lo más profundo de tu corazón). De la misma inexplicable manera, el valor se ha vuelto parte de ti, como también la verdad. La promesa de los grandes maestros espirituales, que te dijeron que la gracia se te entrega como regalo, se cumple en su totalidad. Entonces sabrás, de una vez por todas, que tener fe en ti mismo tuvo su justificación. Por lo que tener fe también debe justificarse en este momento, sea cual fuere el punto del camino en el que te encuentres.
La gracia hace que surja una transformación personal, pero esto pasa de manera tan silenciosa, que incluso las personas que gozan de más bendiciones quizá no lo reconozcan, e incluso si lo reconocen quizá lo olviden. Resulta benéfico poner a funcionar cualquier bendición, pues se convierte en una parte de ti mismo que sale hacia el mundo. Tú representas la gracia a través de tus acciones y no como una posesión privada que puede admirarse detrás de unas puertas cerradas.
Si quieres mostrar gracia, necesitas manifestar las cualidades de la gracia. Las palabras que el Nuevo Testamento asocia con la gracia constituyen una guía.
Misericordioso
Da gratuitamente
Disponible para todos
Generoso
Que perdona
No presento estas cualidades como virtudes morales ni como un deber. Se trata más bien de una prueba tornasol. Podrás medir cuánta gracia ha llegado a tu vida según la facilidad con la que lleves a cabo estas acciones. Existe una diferencia enorme entre dar desde el ego y dar desde el alma, entre mostrar misericordia y prodigar perdón. La diferencia se siente adentro y no deja lugar a equivocaciones.
Mostrar misericordia. La mayoría de la gente muestra misericordia porque es menos complicado o hace que se sienta magnánima. En todo caso, el ego siempre saca algo. Me viene a la mente el juicio de un hombre condenado. Tiene la cabeza inclinada hacia abajo. En ese momento, el juez posee todo el poder y, sea severo o no, su poder se valida. Pero la misericordia que proviene de la gracia carece de yo. Uno se inclina hacia el malhechor. Lo ve vulnerable y desesperado. Uno comprende que han sucedido más cambios en las personas por un acto de misericordia que con años de castigo. En pocas palabras, vemos en otra persona una condición humana que compartimos, y para eso se requieren los ojos del alma.
Esto no significa que la misericordia deba seguir el modelo de una sala de la corte. Uno muestra misericordia cuando no señala las fallas de los demás, cuando se rehúsa a culpar incluso cuando la culpa sea merecida, cuando evita hacer chismes y difamar a otra persona a sus espaldas. La misericordia nos permite ver lo mejor de una persona, darle el beneficio de la duda, ver la posibilidad de un cambio positivo. En todos estos casos, se asume una postura carente de juicios. Hamlet dice: “Usa a todo hombre después de su deserción y ninguno se librará de los azotes”. Es un don de la gracia no considerar a todo hombre según lo que merece sino según lo indica la misericordia.
Da gratuitamente. El ego vive en un mundo de oferta y demanda, en donde todo tiene un precio y la regla es el ojo por ojo. Esto no se aplica a la gracia, que se recibe gratuitamente, sin pensar qué se entregará a cambio. Por desgracia, el Nuevo Testamento apoya su argumento en la naturaleza pecaminosa del hombre. La postura de San Pablo es que todos somos tan pecadores que merecemos la ira y el castigo de Dios, quien por ser nuestro Padre amoroso perdona a sus hijos imperfectos. Este tipo de esquema moral le sirve a mucha gente. Sienten el peso de sus fallas y sus malas obras. Dios muestra mayor amor pasando por alto sus pecados y borrándolos con el poder de la gracia.
Sin embargo, no se requiere la intervención de la moral. La naturaleza del alma es prodigar gratuitamente, de la misma manera en que un río nos da el agua. Establece un canal y el agua fluirá. El ego se enreda con preguntas de quién merece qué, y con cálculos de cuánto dar y cuánto quitar. La gracia es gratuita junto con sus dones. Cabe recordar que el universo nos brinda todo, y es irrelevante si el ego considera que nos ha dado suficiente o no. Tu cuerpo ha recibido gratuitamente energía, inteligencia y alimento desde el momento de tu inicio. La causa de que los seres humanos padezcan de privaciones somos en última instancia nosotros mismos o nuestras circunstancias. No es una condición fija de la vida de hace miles de millones de años, antes de que aparecieran los seres humanos sobre la Tierra. Con la misma gratuidad con la que respiramos, nosotros podemos actuar desde la gracia dando sin ataduras.
Disponible para todos. La gracia es la gran niveladora. No reconoce diferencias, pero se le entrega a cualquiera que se haya rendido. (Según una metáfora cristiana, la lluvia cae por igual sobre el justo y sobre el injusto). Por otro lado, el ego le otorga suma importancia a ser especial. Queremos que alguien nos ame más que a nadie en el mundo. Anhelamos estatus, reconocimiento, un sentido de singularidad. Pero desde la perspectiva del alma, la singularidad es una condición universal. Tú eres una creación única independientemente de lo que hagas. No es necesario probárselo a nadie.
Cuando le haces sentir a alguien que es igual a ti, estás desplegando una cualidad de la gracia. Da lo mismo que te hagas más o que te hagas menos. Tampoco es una cuestión de “nobleza obliga” o de darle al pobre porque tu tienes más. Ante los ojos del alma, la igualdad es sólo un hecho, y tú lo estás reconociendo. Cuando el ego domina, todos evaluamos nuestra ubicación, alta o baja, en cualquier situación. Nos acercamos a las personas que reflejan la imagen personal que tenemos de nosotros mismos. Sutilmente hacemos a un lado a los demás. Bajo la influencia de la gracia este comportamiento cambia, porque de manera genuina dejamos de sentirnos más altos o bajos los demás. Al darnos cuenta de esto sentimos un gran descanso. Se gasta tanta energía en proteger nuestra dignidad, estatus, orgullo y logros, que cuando pierde sentido defendernos de la caída, sentimos un gran avance hacia la liberación.
Generoso. Ser generoso es permitir que el espíritu se desborde. Se puede ser generoso en todos los niveles de la vida (darle a alguien el beneficio de tu alegría es tan valioso como darle dinero, tiempo o la oportunidad de escucharlos). Siempre que eres generoso derrotas a la carencia. Tu ego teme en secreto la ruina porque cree que le falta algo. Lo anterior puede ser el resultado de escasos recursos, de un Dios injusto, de la mala suerte o de defectos personales. Es raro encontrar a alguien a quien no le preocupen, en un momento u otro, una o todas estas deficiencias. La gracia es testimonio vivo de que no se carece de nada, ni en la vida personal ni en el mundo que nos rodea.
Me imagino que no existe una brecha mayor entre el ego y el alma que ésta. Si uno declara que no hay carencias en el mundo, provocará innumerables discusiones, con muchas posibilidades de que lo califiquen de insensible, ciego, inmoral o cosas peores. ¿Qué no ves la cantidad de pobreza y de hambre que existen en el mundo? Las palabras de Jesús en cuanto a la Providencia que observa la caída del gorrión pueden parecerle poco convincentes a alguien que no sabe de dónde llegará su próximo alimento. Pero la enseñanza se basa en la consciencia, no en el ayuno o la hambruna de este año. La gracia es generosa una vez que desciende, y antes de eso, las fuerzas materiales tienen el poder.
La generosidad del ego es un despliegue de riquezas; concentra su atención en el bienestar material del que da y la necesidad del que recibe. La generosidad del alma no le presta atención a si misma. El impulso es natural y carece de yo, igual que un árbol cargado de fruta cuyas ramas cuelgan hasta el suelo. Si puedes ser generoso a partir de un desborde del espíritu, estarás actuando desde la gracia.
Perdona. Esta es la prueba más clara. El perdón incondicional es una característica de la gracia. El ego no puede copiar esta cualidad del alma. Si no hay gracia, el perdón siempre queda condicionado. Nos esperamos hasta que pase el enojo. Ponemos en una balanza lo justo y lo injusto. Alimentamos quejas e imaginamos represalias (o los llevamos a cabo antes de perdonar). Existen condiciones claras. Cuando puedes perdonar haciendo a un lado estas condiciones, estás actuando a partir de la gracia.
Algunos maestros espirituales dirían que el ego, por principio, es incapaz de perdonar. La cristiandad le otorga al perdón calidad de atributo divino. La humanidad caída, con imperiosa necesidad de perdón, no puede abolir el pecado sin la salvación. El budismo cree que el dolor y el sufrimiento son inherentes a la naturaleza humana hasta que se supera la ilusión del yo separado. No se trata de que estas tradiciones sean pesimistas o de que los malos comportamientos sean una maldición constante. Es más bien que Jesús y Buda tuvieron un panorama realista de la psique, que está enredada en una compleja telaraña del bien y el mal. No podemos dejar de sentir que el dolor es injusto (es decir, nuestro propio dolor) y, con esa idea en mente, todas las heridas son una prueba de injusticia. El dolor nos hace sentirnos víctimas. Ello significa que la tendencia de la vida a brindarnos dolor hace que todo y todos sean culpables. Si tuvieras que perdonar todo por lo que culpas a alguien, el proceso te llevaría toda la vida.
Poder perdonar significa que has encontrado la manera de salir de la trampa. El perdón parece fácil cuando te liberas de la imposibilidad de perdonar. Termina el juego de la culpa. También la idea de ser víctima. En presencia de la gracia, el perdón es un reconocimiento de que toda herida tiene su sanación. Para empezar, si uno se ve sanado de antemano ya no hay nada que perdonar.