Tener alma quizá sea lo mas útil de tu vida. Hasta hoy, sin embargo, la utilidad no ha sido el mayor atributo del alma. Nos han enseñado que el alma es nuestro nexo con Dios pero, al igual que Dios, es invisible y lejana de los asuntos cotidianos. ¿Tu alma te mantiene saludable? ¿Te ayuda a tomar decisiones o a resolver una crisis? Durante toda la vida nos hemos referido al alma con reverencia, en un tono de voz que no usaríamos, por ejemplo, para hablar de coches. Sin embargo, la realidad es que la mayoría de las personas llega más lejos con el coche que con el alma.
El alma no tiene función porque ella no se ha definido con éxito. Nadie espera que las religiones del mundo concuerden entre sí. Parecería correcto que el budismo asuma un panorama completamente práctico (prescindiendo por completo del alma) con el argumento de que no se puede definir, de que el alma no tiene realidad. Pero esa postura no satisface a los millones de personas que creen tener alma. (Después de todo, sabemos que tenemos mente aunque no hay dos filósofos que coincidan en su definición). Podemos resucitar el alma de su estado latente dando vuelta el concepto: En lugar de empezar por definir el alma y luego preguntar qué hace, ¿por qué no concentrarse en la necesidad que satisface el alma y después preocuparse por su definición?
Lo primero que hace el alma ya se mencionó: conectarnos con Dios. En cierto sentido el alma es como un transformador eléctrico. La electricidad que viaja por los cables de alta tensión tiene una potencia cientos de veces mayor que la que entra directamente a nuestra casa; su fuerza quemaría todos los circuitos de inmediato. De igual manera, el poder espiritual sublime no puede entrar directamente en nosotros sin dañarnos. Tiene que pasar por un transformador y adaptarse a la vida humana. El alma existe para llevar a cabo esa función.
Sé que esta descripción parece depender de la existencia de Dios, pero no necesariamente es así. Sin recurrir a ninguna creencia religiosa, sabemos que el universo contiene cantidades casi infinitas de energía, pero la naturaleza encontró la manera de transformar el calor de la estrella más cercana, encendida a millones de grados Celsius, para fomentar la vida en nuestro planeta. La fuerza de gravedad, de tan alta concentración en el núcleo de un hoyo negro que el tiempo y el espacio se absorben fuera de la existencia, pasó también por un transformador para que tenga sólo la fuerza suficiente para que el cuerpo humano mantenga su forma. Por último, el electromagnetismo que estalla en la descarga de un rayo (explosiones que azotaban la superficie de la Tierra millones de veces al día durante la infancia del planeta) pasó también por un transformador para dar como resultado los minúsculos destellos eléctricos de las células cerebrales, tan débiles que se requieren instrumentos de extrema precisión para lograr detectarlos. (El potencial eléctrico del cerebro es más o menos equivalente al de un foco de 60 vatios, pero su carga se subdivide entre 100.000 millones de neuronas, otorgándole una porción infinitesimal a cada célula, que se mide en microvoltios).
Si las fuerzas físicas del universo pasan por un transformador para reducirse de manera dramática y funcionar a escala humana, parece posible que Dios pueda concebirse como una fuerza universal que también pasa por un transformador. Pero fuerza es un término materialista. Cuando pensamos en Dios usamos palabras como amor, compasión, verdad, inteligencia y creatividad. Independientemente de sus desacuerdos, toda tradición espiritual ve las cualidades anteriores en una escala de cero al infinito. Los objetos inertes no muestran amor ni compasión; no tienen inteligencia visible. Ése es el extremo cero de la escala. Los seres humanos están llenos de amor, compasión e inteligencia y cuando miramos a nuestro alrededor creemos que estas cualidades son visibles en otras criaturas vivas. Ése es el punto medio de la escala. Después proyectamos una realidad más elevada donde el amor y la compasión se vuelven incondicionales, donde la inteligencia es tan basta que puede regir al universo y donde la creatividad puede hacer que el universo exista. Ése es el punto más elevado de la escala y el más polémico.
La ciencia no reconoce realidad superior, porque más allá del cerebro humano se inicia el terreno de lo invisible. Las neuronas se pueden ver y, por tanto, se afirma que en ellas empieza la inteligencia, pero dado que la neurona está constituida únicamente por átomos, ¿de qué manera exactamente adquirió inteligencia un átomo? Lo mismo con los aspectos de la mente que más apreciamos: amor, compasión, verdad y todas las demás cualidades que le dan sentido a la vida.
El alma sirve para ayudarnos a pasar las barreras levantadas por el materialismo, pero, de manera sorprendente, al mismo tiempo nos ayuda a superar la fe que plantea la religión. El obstáculo que interpone la ciencia es que todo debe ser material; el obstáculo que interpone la religión es que debemos creer en fuerzas invisibles sin que haya siempre pruebas directas de que existen. Como veremos, a pesar de su condición invisible, se puede trazar un mapa del alma. El cuerpo humano es un sistema complejo de energía y consciencia, y el alma puede definirse como una versión más sutil de estos dos ingredientes. Al funcionar como nuestro cuerpo espiritual, el alma genera y organiza la energía del amor, la energía de la compasión, la consciencia de la verdad, la consciencia de la creatividad y de la inteligencia. De esa manera satisface necesidades físicas tan básicas como la necesidad de alimento y de oxígeno. Un mapa completo del alma resultaría por lo menos tan complejo como el cerebro humano. No obstante aquí aparece un mapa sencillo que será de gran utilidad.
DIOS = energía, amor, creatividad, inteligencia infinita
ALMA = transformador de energía, amor, creatividad, inteligencia
MENTE/CUERPO = nivel humano de energía, amor, creatividad, inteligencia
Una revisión rápida de este diagrama sugiere una posibilidad emocionante: que el alma puede traer todavía más de Dios al ámbito humano. Para millones de personas, el amor infinito de Dios ha perdido demasiada intensidad en el transformador. Esas personas experimentan sólo una fracción del amor que deberían y ese amor incluso va y viene; a veces se debilita tanto que su vida parece carecer por completo de amor. Lo mismo sucede con la inteligencia y la creatividad. Millones de personas funcionan día a día con la misma rutina, los mismos condicionamientos del pasado, las mismas reacciones fijas. Y no hay razón para creer que las cualidades infinitas de Dios disminuyan tanto que alcancen el nivel humano. Mirando nuestro entorno vemos numerosos ejemplos de personas que poseen enormes reservas de amor, creatividad e inteligencia. La existencia de un San Francisco, de un Einstein o un Leonardo da Vinci indica que el potencial humano puede alcanzar alturas sorprendentes. ¿Por qué y cómo pasaron sus almas por el transformador de modo que todavía salió tal potencial (genialidad a borbotones) en tanto que a otras personas el transformador les brinda apenas algunas gotas?
La respuesta radica en el nivel del alma. Así como la enfermedad física puede rastrearse hasta llegar a los patrones de energía distorsionados en un nivel sutil del cuerpo, toda limitación de la mente también puede rastrearse hasta las distorsiones de energía, pero en un nivel aún más sutil: el nivel del alma. No es que se intente aislar la mente. La energía del cuerpo depende de la mente, y cuando descubrimos por qué nuestros pensamientos, creencias, deseos y aspiraciones no son satisfechas, retirar los obstáculos ayudará a liberar más al cuerpo.
En términos personales, encuentro un gran alivio emocional cuando el alma se convierte en un aspecto práctico de la vida. “¿Quién soy y por qué estoy aquí?”. Las dos preguntas van de la mano. Para responderlas, la religión dice: “Eres hijo de Dios y estás aquí para reflejar la gloria de Dios”. La ciencia dice: “Eres una acumulación compleja de moléculas y estás aquí para hacer lo que dicten esas moléculas”. Ambas respuestas han producido y aliviado gran cantidad de problemas y sufrimiento. La religión es inquietante porque se muestra optimista en la superficie pero muy pesimista por debajo. ¿Qué hay más optimista que vernos como hijos de Dios? Formamos parte de un plan divino que se extiende hasta los albores de la creación. Al desplegarse este plan (por lo menos en el occidente cristiano), cada alma que ame a Dios será redimida. Bajo este esquema, sin embargo, existe un oscuro pesimismo, porque Dios puede odiarnos por nuestros pecados, y aún cuando nos esforcemos por obedecer los divinos mandamientos, involuntariamente cometeremos errores. Peor aún, parece que el plan divino permite inmensos dolores y sufrimientos que Dios no puede evitar o no evitará. Nuestro objetivo en la vida se resume a adivinar y abrigar la esperanza desesperada de no caer en desgracia. ¿Quién puede encontrar la luz si el sendero se encuentra en la oscuridad? Quizá sólo Dios conoce el plan.
La otra respuesta, que propone la ciencia, resulta inquietante por la razón contraria. Es pesimista a nivel superficial y por debajo muestra apenas el suficiente optimismo para evitar que perdamos toda esperanza. La ciencia niega que la vida tenga algún propósito. La existencia se encuentra atrapada entre leyes inflexibles (gravedad, entropía, las fuerzas débiles) por un lado y el azar por el otro. Los aspectos de la vida que más atesoramos, como el amor y la belleza, se reducen a disparos químicos del cerebro al azar. Las conductas más valiosas, como el autosacrificio y el altruismo, se reducen a mutaciones genéticas sin más propósito que la supervivencia. Tomándolo por su valor aparente, nadie decidiría vivir bajo un panorama del mundo tan fijo y carente de significado, pero la ciencia ofrece una capa mitigante de optimismo al creer en el progreso. Si cada día aprendemos más y la tecnología nos facilita la vida con cada nuevo invento, se puede ignorar el pesimismo de la ciencia. Si el vacío empieza a volverse intolerable podemos recurrir al iPod.
Tu alma dispone de un camino abierto, pero, como sucede con el cuerpo, se requiere de una renovación drástica del pensamiento. Necesitamos una serie nueva de avances, en la que cada uno partirá de una realidad nueva independiente de los errores del materialismo de la ciencia y de los errores del idealismo de la religión. ¿Deberías ser más amoroso, creativo, feliz y sabio? Algunas personas se vuelven más amorosas a medida que transcurre su vida, pero otras toman la dirección opuesta. Algunas se vuelven más sabias, mientras que otras se aferran a sus creencias ignorantes. Los extremos opuestos siguen chocando. Nosotros aceptamos lo amargo con lo dulce porque así tiene que ser. Esto indica que existen tantos colapsos en la parte no física de la vida como en la parte física. Cada avance nos permitirá superar estos colapsos. Al mismo tiempo, adquiriremos un conocimiento verdadero del alma que sustituirá nuestras quimeras. Llegar al alma significa satisfacer las más profundas aspiraciones del corazón humano.
La religión cometió un gran error relegando el cuerpo al mundo físico “inferior” mientras elevaba el alma al ámbito espiritual “superior”. Un alma funcional no difiere mucho de un espíritu funcional. Ambos se relacionan con lo mismo (la consciencia y la energía) que hizo posible la vida. “Yo soy mi cuerpo” y “yo soy mi alma” son dos aspectos de la misma verdad. El problema es que hemos perdido contacto con el alma, que no fue creada para ser inútil, sino que nosotros la hicimos así.
Imagínate que estás en la sala de espera de un consultorio médico, nervioso, esperando a que te reciban. Un jardín de rosas o un árbol solitario que se ven por la ventana distraen tu mirada. Piensa cómo viven estas plantas. La semilla empieza a crecer y dentro de ella se encuentra toda la vida de la planta. Al ir creciendo, ni la rosa ni el árbol caen en la tentación de desviarse de su existencia programada. En armonía con su ambiente, la rosa expresa sin esfuerzo su belleza y el árbol su fuerza. Sin embargo, los seres humanos no estamos atados a un plan preestablecido. Tenemos más libertad para conformar nuestro destino.
En algún punto del camino nos valimos de este libre albedrío para separarar al cuerpo del alma. El cuerpo quedó identificado con el pecado y el alma con Dios; el cuerpo con la Tierra y el alma con el Cielo. Pero si asumimos un enfoque funcional, no hay razón para que esa separación exista. Nadie dice que las rosas tengan cuerpo y alma. La vida se desdobla en todo su ser, desde la información más sutil de sus genes hasta la punta de sus espinas. La perfección de una rosa (tan rica, aterciopelada, aromática e intensamente colorida) está presente hoy y aquí. Lo mismo sucede con nosotros, si superamos la división que aparta al alma de la vida cotidiana.
No hay razón para que nadie sueñe con el paraíso perdido, el jardín del que fueron expulsados el primer hombre y la primera mujer. El paraíso se desplazó hacia nuestro interior, para convertirse en un panorama de infinitas posibilidades. Aquí es donde se encuentra tu oportunidad para evolucionar, justo en este momento, exactamente en este cuerpo. Tu alma puede atraer mucho más de la perfección de Dios de lo que jamás hayas imaginado. El nivel limitado de amor, inteligencia y creatividad que experimentas en tu vida apenas sugiere las posibilidades sin explorar.
Para resucitar tu alma, necesitas hacer lo contrario de lo que te dicen tus condicionamientos del pasado. En vez de recurrir a un poder superior, recurre a ti mismo. En lugar de dejar atrás tu cuerpo, llévalo contigo al viaje espiritual. En vez de condenar el deseo físico y la tentación, sigue al deseo hacia la región desconocida donde habita el alma.
Es raro decirlo, pero aunque tú hayas perdido el contacto con tu alma, tu cuerpo no lo perdió. Las células mantienen la fe. Se han valido de la consciencia “superior” desde el momento en que naciste. He aquí un ejemplo práctico: Se ha vuelto algo común en la medicina sostener que sólo usamos el 10 por ciento de nuestro cerebro. En cierto sentido esta afirmación es una trampa, porque el 90 por ciento restante no se hizo para pensar. Existen miles de millones de células que se conocen como glia (“pegamento” en griego), que rodean a las células del cerebro para mantenerlas en su lugar. Por cada neurona hay cerca de diez glia. Durante mucho tiempo se les consideró ciudadanas de segunda clase dentro del cerebro, que servían casi sólo de refuerzo estructural, como las barras de acero en el cemento. Nadie imaginaba el papel secreto de las glia, que resultó ofrecernos un espectáculo fascinante. Las glia son como las estrellas en formación o como los erizos, con docenas de filamentos que emanan de su centro.
Cuando un embrión dentro del útero está listo para que se desarrolle su cerebro, se presenta un gran reto. ¿Cómo pueden unos cientos o miles de células madre convertirse en los miles de millones de células cerebrales que se necesitan? No basta que las células madre se dividan con locura hasta alcanzar el número correcto (aunque también lo hacen). El cerebro tiene muchas partes y, por ejemplo, las neuronas responsables de la vista y el oído deben llegar al lugar que les corresponde, en tanto que otras neuronas, responsables de las emociones y del pensamiento superior, también tienen que llegar a su propio destino.
Para lograrlo, cada célula madre emprende una migración. Considerando sus dimensiones, este viaje suele ser tan largo como el del charrán ártico, que vuela cada año de un polo al otro. En el caso de la célula madre, su migración cubre aproximadamente desde un extremo del embrión hasta el otro. Las células madre migrantes forman una fila de millones, una tras otra, y viajan a lo largo de los filamentos de las glia. Con un microscopio muy potente se puede observar su recorrido y presenciar la maravilla de cómo las células madre que necesitan ir hacia una región abandonan el camino principal para seguir exactamente el filamento glial que las conduce a su destino final, en tanto que el siguiente grupo de células madre se mueve en otra dirección. Cada movimiento tiene un sentido y una conducción. El cerebro crece del interior hacia afuera, de modo que las recién llegadas viajan a través de campos de células cerebrales más antiguas, para formar el tejido, capa por capa. Cuando los investigadores descubrieron que las glia dirigían este proceso tan increíble y complejo, su reputación subió enormemente, y lo hizo más todavía cuando se enteraron de que luego de servir como guías, las propias glia se convierten en células cerebrales.
¿Qué es esto si no es un viaje espiritual? Una inteligencia superior guía a su destino a las células madre, que en su camino van adquiriendo sabiduría. Nuestra vida ha seguido los mismos patrones ocultos, pero en vez de ir tras el destello de los filamentos gliales, su guía la constituye el alma. Los planos del proyecto de Dios son iguales a los planos del proyecto de un arquitecto impresos en papel. Todo lo que hace una célula tiene que provenir de algún lugar. Carecería de sentido pensar que las células cerebrales proceden al azar; si así fuera, las células madre flotarían de un lado a otro sin destino fijo. Nuestra mejor prueba de que las células cerebrales tienen consciencia e inteligencia es que actúan con consciencia y con inteligencia.
Pero el alma no está limitada a los trayectos de las células madre que ocurren bajo la oscura cubierta del cráneo. El alma nos guía tanto desde afuera como desde adentro. Podemos estar sentados en una silla y llegar a una reflexión que cambie nuestra vida, o puede que entre al cuarto un gran maestro que nos la brinde. El primer caso se da desde el interior; el segundo desde el exterior, pero ambos modifican nuestra consciencia. En cuanto nos reconectamos con el alma, ya nada se restringe a unos pocos niveles de existencia, puesto que todos se abren a la misma consciencia en continua expansión y todos los niveles cuentan con una guía.
La manera más práctica de pensar en el alma es que es un conector. Si esa es la función que desempeña el alma, conectarnos con los niveles sutiles invisibles de la vida, debe haber puntos de unión con nuestro cuerpo. Se requieren, en especial, conexiones con el cerebro. En la actualidad el cerebro representa el gran obstáculo del alma. Los neurólogos no necesitan explicaciones invisibles para el amor. Pueden mostrar imágenes del cerebro donde aparecen iluminadas diversas zonas de la corteza y el sistema límbico de los enamorados, que no se iluminan en los demás. Estar enamorado se reduce a ciertos estallidos eléctricos y químicos, de igual manera que para los estudiosos de la genética éste se limita al gen del amor (que todavía no descubren, pero siguen en su búsqueda).
De tal modo, depende de nosotros probar que el amor viene de una instancia superior. Si no queremos aceptar que el cerebro crea amor a partir de una mezcolanza electroquímica dentro del cráneo, ¿dónde está la prueba de que proviene de otro lugar? Volvamos al ejemplo de los monjes budistas tibetanos que desarrollaron “cerebros compasivos” practicando la compasión al meditar. Una cualidad espiritual se convirtió en manifestación física. Se borró la grieta entre cuerpo y alma. En sánscrito se usa la misma palabra, daya, para describir a la compasión (amor por todos los seres vivos) y la condolencia. Resulta que el cerebro es sumamente variable cuando se trata de sentir empatía. En estudios de resonancia magnética llevados a cabo en una prisión de Nuevo México (único programa de este tipo) se vio que los reclusos con un índice alto de tendencias psicopáticas presentan también distorsión de las funciones cerebrales. Los psicópatas poseen el menor grado imaginable de condolencia innata. Carecen de consciencia; pueden cometer actos de extrema crueldad sin sentir un ápice del dolor que causan. Ver que la sangre emana al herir con un cuchillo les resulta indiferente, como si vieran que un filete suelta su jugo.
¿El cerebro de un psicópata puede convertirse en un cerebro compasivo? Nadie lo sabe; la psiquiatría se ha dado por vencida en cuanto a “curar” a los psicópatas, ya sea por medio de medicamentos o de terapia. Pero nosotros sabemos que el cerebro es lo suficientemente maleable como para albergar todos los estados morales, y que todo estado de consciencia requiere de un cambio en el cerebro. Pensar que somos compasivos no cumple con la tarea, lo cual me lleva a concluir que la compasión no es un estado de ánimo, ni una enseñanza moral, obligación ética o ideal social. Se trata de una actividad sutil del cerebro que requiere de un nivel sutil para que exista. El cerebro no puede producir cambios por sí solo, lo único que hace es adaptarse a nuestras intenciones. Esto nos muestra un mapa más especializado del desempeño del alma al hacer que la energía sutil baje hasta la escala humana. Tomemos cualquier cosa que deseemos en la vida. Nuestra alma cuenta con el potencial para hacerla realidad. Nuestra mente lleva el potencial al nivel de deseo, sueño y anhelo. Nuestro cerebro produce después el resultado; aprendemos cómo lograr lo que deseamos.
A continuación aparece el esquema reducido a una fórmula sencilla:
Alma: portadora del potencial
Mente: portadora de la intención
Cerebro: productor del resultado
Éste es el diagrama de flujo básico de la vida. Invierte la propuesta de la ciencia, que dice que todo debe empezar en el cerebro. No hay razón para que el nivel físico constituya la base. El cerebro aprende habilidades nuevas formando redes neuronales, pero el deseo de cambiar, en sí, debe proceder de algún otro lugar. Si pensamos que la compasión es una habilidad, como aprender a tocar el violín, a esa habilidad debe motivarla ante todo el deseo de aprender a ser compasivo. Esto nos permite comprender el papel más útil del alma: nos motiva a llegar más alto.
Un alma útil nos da la visión, el deseo y la voluntad de evolucionar. La mente contiene la visión en el ámbito del pensamiento y el deseo. El cerebro recibe el mensaje y empieza a darle forma física. Cualquiera que haya aprendido una nueva habilidad conoce este proceso. Pero cuando aprendemos a hacer algo, sólo somos conscientes del pensamiento y el deseo. En ese momento no tenemos acceso al cerebro, puesto que no nos sumergimos en él para empezar a cambiar los cables a mano. El nivel físico se arregla por sí solo en cuanto empezamos a pensar. El nivel del alma también es inaccesible. No le pedimos a Dios aprender a andar en bicicleta, porque únicamente en el espacio aislado al que llamamos espíritu, donde se dan las oraciones, decimos qué se le pide a Dios. Toda habilidad, desde la más mundana hasta la más sublime, como la compasión, sigue el mismo proceso. Se trata de un proceso mental con reverberación simultánea en el cuerpo y el alma.
Estos son los pasos necesarios:
Por sencillos que parezcan estos pasos, requieren de alimentación por parte de la consciencia; el cerebro por sí solo no puede poner en marcha el proceso completo. El primer paso, tener un interés genuino, requiere inspiración. Interesarse por la compasión no sucede de manera ordinaria dentro de una sociedad acostumbrada a la autogratificación, ni siquiera entre las personas maduras y psicológicamente desarrolladas. Pero si leen las tradiciones en cuanto a la compasión que predican el budismo y el cristianismo, la inspiración surge de manera natural. Puede surgir también cuando nos conmueven los actos de compasión que se llevan a cabo en rescates arriesgados o en misiones de ayuda a lugares donde la gente sufre.
El segundo paso, seguir ese interés de manera espontánea, requiere mirar nuestro interior, porque el paisaje interior es la tierra de la compasión. Una vez que encontremos el lugar de la empatía en nuestro interior, deseará expresarse. La empatía puede acarrear incomodidad (la palabra compasión en sí significa “sufrir con”), así que debemos superar nuestra prisa natural a darle la espalda a las desgracias de los demás. En algunas personas la compasión desencadena un tipo de gozo excepcional que desean seguir experimentando.
El tercer paso, practicar hasta que se vea la mejora, requiere disciplina, porque necesitamos renovar continuamente nuestra dedicación ante los viejos condicionamientos que nos tientan a retirarnos de la compasión para seguir las demandas constantes del ego. El placer es egoísta de nacimiento, por tanto, nadie alcanza la compasión sin esfuerzo.
El cuarto paso, seguir prácticando hasta que se domine la nueva habilidad, requiere paciencia, puesto que hay varias fuerzas internas (y también externas) que se oponen a la compasión. La consciencia superior no fuerza el cambio, sino que disuelve los viejos patrones para sustituirlos con los nuevos, lo cual lleva tiempo. (Pregunten a quienes han aterrizado en una zona de desastre de algún país en vías de desarrollo para prestar ayuda. Su idealismo desaparece ante el impacto de ver personalmente la devastación. Pasan por etapas de desesperación, frustración y aletargamiento. Pero bajo la superficie se desarrolla una fuerza nueva, que no sólo se ajusta al espectáculo exterior de sufrimiento, sino que florece en una empatía mucho más fuerte).
Este esquema nos permite comprender mejor lo que designo como “acción sutil”, que empieza en la consciencia para llegar después al cuerpo. La acción sutil destruye la barrera entre una persona compasiva y un cerebro compasivo. Ambos se necesitan entre sí; ninguno basta por sí solo. Lamentablemente, puede parecer una herejía, pero se necesitó acción sutil para que existieran Buda y Cristo. Ellos crearon dentro de sí una compasión inamovible siguiendo los mismos pasos que requiere una persona normal. Tal vez Buda y Cristo no sabían que tenían que transformar su cerebro, pero lo que sabían era que la consciencia superior se encontraba en acción. Como mínimo expresión, ser compasivo sin cambiar el cerebro constituye un logro pasajero, sujeto a los vientos del cambio. Dado que todos nacimos con la capacidad de condolernos, nuestro cerebro está a la espera de la siguiente instrucción para expandir su capacidad al nivel del alma.
El nivel sutil de la mente, que se conecta con el alma, está en sintonía con señales, augurios, presagios, sugerencias, consejos, predicciones (indicadores de la guía intrínseca que corresponde a la vida). No necesita participación del pensamiento consciente. Pero estamos tan acostumbrados a considerar que pensar es la función máxima del cerebro, que con facilidad pasamos por alto los aspectos silenciosos y ocultos de la mente, hasta que de pronto se nos revelan. Entonces ya no se puede seguir ignorándolos.
“Mi enfermedad se agravó al derrumbarse de pronto mi carrera”, recuerda Garry, de cuarenta y cinco años, a quien le habían diagnosticado graves problemas en una válvula del corazón poco después de cumplir los treinta. “Me sometí a una cirugía difícil que me causó complicaciones. Tardé mucho en recuperarme. Los que habían sido mis amigos en la carrera ascendente al salir de la universidad se olvidaron de mí; era como si mis problemas me hubieran hecho diferente a ellos de algún modo. Y tenían razón. Ya no me parecía a ellos. Las cosas estaban cambiando en mi interior.
“Se me dio por recorrer las calles en espera de algo, sin saber qué. Un día, al subirme a un autobús, llegó a mi mente la pregunta: ¿Estoy haciendo lo correcto con mi vida? Un hombre totalmente desconocido que iba adelante de mí giró y me dijo: ‘Ten confianza’. Luego, como si no hubiera dicho nada, se subió tranquilamente al autobús. Ahí empezó una serie de incidentes extraños. En el momento en que pensaba volver a mi antiguo trabajo pasé caminando al lado de un joven que llevaba un aparato de música. Subió de pronto el volumen y la canción que se escuchó con estruendo fue ‘No, no, no, Delilah’.
“Me reí, pero no me pareció muy divertido. Sentía una conexión espeluznante con algo lejano a mí. Poco después decidí que me leyeran el tarot, y cuando pregunté si debía seguir un camino espiritual, surgió la mejor carta de la baraja (aparecían diez copas de oro con un arco iris arriba y una multitud jubilosa que bailaba abajo). Muy pronto la situación era tal que podía hacerme una pregunta y prender la televisión, sabiendo que las primeras palabras que escuchara me darían la respuesta”.
“¿Y eso nunca falló?”, le pregunté.
Garry sonrió. “Sólo cuando trataba de ejercer control. El fenómeno contaba con una cierta inocencia y un factor sorpresa, de modo que la mayoría de las veces me pescaba con la guardia baja. Cuando trataba de forzar la situación o manipular el resultado, no pasaba nada”.
“¿Recibiste respuestas profundas?”, pregunté.
Negó con la cabeza. “No siempre, pero todas correspondían a ese momento. Eran muy personales y se referían directamente a mi situación”.
Garry tenía más ejemplos para contar, como todos los que descubren que hay una guía en su vida. Nadie en especial es elegido para ser guiado. Es un aspecto de la vida que penetra en todos los niveles, para todos nosotros. Sin duda los instintos de las criaturas que llamamos inferiores son una forma profunda de guía. Por ejemplo, el salmón, que vive durante años en mar abierto y regresa a desovar exactamente al mismo lugar donde nació. Su guía inequívoca se explica por el olfato (se supone que incluso a cientos de kilómetros este pez puede detectar moléculas de agua de su lugar de nacimiento en agua dulce). Pero también hay algo más holístico en funcionamiento, porque los salmones sólo responden a su olfato a partir de cierta edad, en la que encuentran la dirección correcta, cambian de color, dejan de comer y empiezan a secretar grandes cantidades de cortisol, hormona que aumentará hasta el punto de matarlos un poco después del desove. Tiempo, química, instinto sexual y expectativa de vida se coordinan con toda precisión por medio de una guía interior que sigue siendo un misterio.
En sánscrito la guía interior que le da forma a la vida humana se conoce como upaguru, “el maestro que está cerca”. En las últimas décadas, la palabra gurú se ha manejado en Occidente para describir a un maestro espiritual (la raíz de la palabra significa “el que disipa la oscuridad”). En otras palabras, quien sea que nos guíe a ver lo que necesitamos nos servirá de gurú. No hay trayecto espiritual que sea igual a otro.
Todos se constituyen de momentos individuales que suceden sólo una vez en toda la historia del universo. Nuestra alma debe tener una flexibilidad infinita para entender lo que necesitamos en un momento determinado. Pero todas las almas están preparadas para el reto, dado que cada instante diario contiene, escondido en su interior, una pequeña y única revelación. Los budistas zen sostienen que cada pregunta contiene ya su respuesta. Lo mismo sucede con el alma.
La consciencia cuenta con la habilidad mágica de presentarnos preguntas y respuestas. En el caso de Garry, en cuanto planteaba su dilema, un evento fortuito o una frase en apariencia no dirigida a él, le daban la solución. Sin tener consciencia, jamás hubiera asociado las dos partes (hay que percatarse de la conexión antes de que una coincidencia se convierta en sincronía). Quien carece de consciencia no percibirá que se le está guiando. Podemos sorprendernos o actuar escépticos cuando un perfecto desconocido nos dice exactamente lo que necesitamos saber. ¿Quién no ha abierto un libro al azar, para descubrir que la información que requería se encuentra justo en esa página? (Conozco a un letrado legalmente ciego que me dijo en tono triunfal que un buen día dejó de depender del catálogo microfilmado de la biblioteca. Con sólo dirigirse a los estantes era guiado exactamente al libro que necesitaba, hasta el punto de poder sacar un volumen al azar y descubrir que se trataba del indicado).
El upaguru constituye un fenómeno místico sólo si asumimos que la consciencia se limita al cerebro. Plantear la pregunta “aquí dentro” no puede generar la respuesta “allá afuera”. Pero el muro entre adentro y afuera es artificial. La consciencia se encuentra en todo el ámbito de la naturaleza. Cuando vemos cómo son guiados los animales resulta difícil persistir en el escepticismo. Las ballenas migratorias captan los llamados de su especie a cientos de kilómetros de distancia. Las mariposas monarca migran hacia la misma zona montañosa de México sin el menor error, aunque se trate de su primer vuelta a casa después de su nacimiento. El avance puede suceder cuando uno acepta que nuestra guía es la consciencia. Si nos sintonizamos con esa posibilidad, nos estaremos reconectando con el alma, que no es más que la consciencia en su forma más extensa.
La consciencia proviene del alma, aunque haya muchos que digan que jamás los han guiado y mucho menos se han transformado. Durante muchos siglos, los seres humanos han orado para recibir señales de que existe un poder superior. En realidad estas señales se encuentran en todas partes, pero hay una diferencia sutil entre la guía interna y la externa. Lo que para una persona es introspección, para otra puede resultar un mensaje de Dios. La percepción de una persona de su luz interior puede constituir el ángel de otra. El ámbito del alma tiene espacio para ambos.
La guía externa les llega a las personas para quienes la mayor prueba del espíritu es física. Existe un enorme acervo de tradiciones en cuanto a un escuadrón de rescate de ángeles y protectores que llegan a la Tierra en momentos de peligro. Muchas de ellas las narran testigos presenciales contemporáneos. Hay viajeros que se han visto atrapados en medio de un camino desierto, bajo una tormenta implacable, y que de pronto ven luces de faros. Un gentil desconocido se baja y les cambia la llanta, les arregla el carburador o les pasa corriente con sus cables, para desaparecer en el siguiente entronque. Agradecido, el afortunado dice haberse encontrado con un ángel.
Me impresionó mucho un programa que vi en televisión en el que una mujer contó su historia de intervenciones angélicas. Se encontraba sola cerca de Navidad, sin dinero y con dos niños. Había perdido la esperanza de que ese año sus hijos tuvieran festejos, regalos bajo el árbol y cena con pavo. El día de Navidad alguien tocó su puerta. Un vecino invitó a toda la familia a su departamento, donde los agasajó con una cena espléndida y regalos para los niños. La joven madre, que jamás había visto a este vecino, se sentía abrumada por tanta amabilidad. Unos días después, fue a buscar a su vecino para agradecerle, pero encontró el departamento vacío. Cuando preguntó en la administración a dónde se había mudado el desconocido, le informaron que el departamento no se había alquilado desde hacía meses. El administrador nunca había visto a la persona que ella buscaba.
Me parece que en los relatos en primera persona de este tipo ni la credulidad ni el escepticismo vienen al caso. No contamos con pruebas fehacientes en ningún sentido. Los escépticos están obligados a probar su negativa: los ángeles no existen. Los creyentes están obligados a presentar un ángel para las cámaras, lo cual, hasta hoy, no ha sucedido de manera convincente. No obstante, nada detendrá el flujo de este tipo de historias. Lo importante es que el mundo espiritual no está al alcance de la mano cuando de ángeles se trata. ¿Qué ocurre cuando no aparecen los ángeles? Es entonces cuando nuestra guía interna resulta muy valiosa, puesto que el mundo interior jamás queda lejos.
Sin el apoyo interno que parte de nuestra propia consciencia quedamos en posición vulnerable. En un caso de estudio psiquiátrico, una mujer de edad mediana llegó a terapia en estado de gran agitación, sin poder dormir ni rezar, dominada por pensamientos de miedo. Pocos meses atrás vivía feliz y sin problemas. Pero una noche, al salir sola de un restaurante, un ladrón pasó corriendo y le arrebató la cartera. Prácticamente no la tocó, de manera que no resultó herida. No llevaba nada importante en la cartera así que sólo perdió un poco de dinero.
La mujer se sintió afortunada de no haber sufrido un asalto violento, pero al cabo de unas semanas sus afirmaciones racionales se derrumbaron. Empezó a sentirse insegura por primera vez en la vida. Recordaba el incidente constantemente y las imágenes le hacían sentir cada vez más miedo. La mayoría de las víctimas de asaltos sufre de angustia residual y ya no se siente con la seguridad de antes. Pero esta mujer cayó en una ansiedad más profunda. Durante la terapia descubrió que hacía tiempo que encubría un intenso temor a la muerte. Se había convencido de que su vida era una maravilla para sentirse bien. Para esta mujer, por la que los años pasaban sin que nunca hubiera analizado sus concepciones juveniles de inmortalidad, un shock bastó para que se resquebrajara su supuesta vida maravillosa. Quedó así abierto el camino para que, en tropel, salieran de su escondite las energías oscuras.
Lo irónico de esta historia para mí radica en que la gente es inmortal. La fantasía de la inmortalidad encubre una verdad absoluta. El alma hace que Dios baje al nivel humano, con lo cual adquirimos la apariencia de ser mortales. Pero el alma eres tú. El hecho de que el alma exista nos da un aspecto del yo que trasciende el ciclo de la vida y la muerte. No tenemos que separar la tradición de los ángeles de la tradición del alma, pero tenemos que romper el hechizo sobrenatural que las religiones tejen alrededor de la obediencia, la fe y el dogma teológico. Bajo ese hechizo, la gente pierde la habilidad de encontrar su guía interior propia, que nunca duerme y está siempre al alcance.
Para romper este hechizo, debemos confiar en la experiencia personal. El alma puede someterse a pruebas. Cada uno de nosotros puede pedirle a su alma que le ofrezca resultados haciendo un experimento con su propia alma. De hecho, todos los avances de esta parte del libro son experimentos personales para comprobar que se puede confiar en la consciencia superior. Quien tenga resultados positivos en el primer experimento puede pasar al siguiente y después a otro. Ésta es la manera más práctica de resucitar el alma. Mientras más útil sea el alma, más real será, no como dogma religioso sino como parte de uno mismo.
Si tu guía interna está siempre contigo, ¿por qué no eres consciente de que así es? De hecho, sí lo eres. Cada uno de tus deseos te impulsa en una cierta dirección. Cada pensamiento mira hacia adelante o hacia atrás. Cada persona con un propósito en la vida, incluso si ese propósito se limita a pasar el día, sigue a su guía interior. Lo importante es cuán sabia resulta esa guía. Tu alma tiene el potencial de ser una guía perfecta; sintonízala primero en un nivel más sutil, para que tu cerebro después se adapte (éste es el flujo de la vida que gobierna todo cambio). Ser guiado constituye un proceso, y en este momento te encuentras en algún punto (principio, mitad o final) de ese proceso.
Al principio tendrás apenas algunas percepciones de la guía sutil. En general se presentan como sucesos fortuitos o coincidencias afortunadas. Descubres que has tomado una decisión que te beneficia, pero a diferencia de tus decisiones cotidianas, ésta tiene un cierto sentido de rectitud, como si estuviera destinada a ser así. Todos hemos sentido algo parecido en algún momento. Tienes entonces la posibilidad de decir: “Tuve una sensación muy extraña de que esto es lo que tenía que suceder”, y después retirar todo el asunto de tu mente, o detenerte a pensar con más cuidado en qué sucedió. La manera en que tomes la decisión determinará si empezarás a escuchar a tu guía o no.
En medio del proceso, tu cuestionamiento se vuelve más urgente e importante. Has visto muchas veces que diversas situaciones se resuelven a tu favor. En vez de creer en la difusa idea de que Dios estaba de tu parte o de que el destino te sonrió por un instante, te involucraste de manera más activa. Te haces preguntas más personales: ¿Por qué me sucedió esto a mí? ¿Quién o qué me está cuidando? ¿Soy yo quien hace esto? No hay garantía de que tus respuestas coincidirán con las de los rishis, los sabios de la India. Ellos llegaron a la conclusión de que el yo superior, al que hemos llamado alma, es la fuente de todo, incluso de Dios y del destino.
Actualmente muchas personas se mantienen al margen. Mientras que algunas desarrollan una clara convicción de que Dios las está premiando y por tanto hay que adorarlo, otras consideran a Dios una creencia lejana que no interviene en la vida diaria. Pero la recompensa divina, después de todo, aumenta la posibilidad del castigo divino. En un mundo secular, causa y efecto no funcionan sobre esas bases tan sobrenaturales. Quien se mantiene al margen puede temer que Dios le mande algo malo, mientras que a la vez recurre a medios prácticos para alcanzar el éxito y evitar el fracaso.
El fin del proceso llega cuando dejamos de mantenernos al margen. Uno deja de creer a medias en Dios y en el destino, para tomar las riendas. En este punto, la guía se convierte en una parte que reconocemos en nosotros y en el camino que emprendemos con plena consciencia. Comprendes la verdad de upaguru: se cuenta con guía en todo momento, puesto que el gurú se encuentra adentro de cada uno. El maestro está igual de cerca que nuestro próximo aliento. Cuando digo que esto es el final del proceso, no me refiero a que se detenga, sino a que madura. El proceso de ser guiados se revela en su totalidad y entonces aprovechamos todas las ventajas que esto nos brinda.
¿Cómo se llega a ese punto?
El último punto es sumamente importante y también delicado. Todos nosotros hemos reaccionado después de un suceso adverso diciendo: “Ya sabía que eso iba a pasar. Presentí algo malo”. Ésa no es la guía. Es la voz de la angustia que pasa por un momento de “te-lo-dije”. La diferencia es que la verdadera guía nunca tiene miedo. El alma no dice: “Cuidado, esta por suceder algo malo”. Te retira de la situación antes de que las cosas se pongan feas. A veces te retira del peligro incluso sin que haya el menor indicio de riesgo. La voz del miedo jamás procede así, puesto que reacciona a la amenaza inmediata, real o imaginaria. Es importante dejar atrás la voz del miedo porque forma parte del escudo que te aparta de tu yo interior. Al igual que la fantasía de contar con protección, el miedo es la fantasía de estar siempre en peligro. La verdadera guía elimina estas fantasías y las sustituye con la realidad: hay una guía dentro de ti; puedes confiar en ella. Para activar esta realidad, profundizaremos sobre la manera en que el alma se conecta con el yo cotidiano.
El nexo conector es la mente, y mucho depende de si tu mente está abierta o cerrada a tu alma. En un estado de apertura total, la mente puede captar infinitas posibilidades, más allá de la guía y la protección. No obstante, en su estado cerrado, la mente malinterpreta la realidad. Crea un mundo al azar, impersonal e inseguro. Dado que todos iniciamos nuestra existencia en este mundo sin pensarlo, nuestra tarea más urgente es romper el cascarón de la ilusión. La consciencia superior está lista para entregarte los regalos prometidos en toda tradición espiritual: la gracia y la Providencia. En el flujo de la vida, estos dones están destinados a ser tuyos, sin esfuerzo y de manera constante.