En mi primer semestre de la carrera de medicina entré al anfiteatro y me enfrenté a un cuerpo tendido bajo una sábana. Quitarle la sábana fue impresionante (y desde luego que también emocionante). Saqué mi bisturí e hice una incisión fina en la piel que recubría el esternón. El misterio del cuerpo humano estaba a punto de revelarse. En ese momento privé también al cuerpo de su naturaleza sagrada. Crucé una línea que es casi imposible volver a cruzar. Gracias a la ciencia, se ha adquirido una enorme cantidad de conocimiento, pero al mismo tiempo se ha perdido la riqueza de la sabiduría espiritual.
¿Por qué no tener los dos?
Para ello se necesitaría saltar hacia el pensamiento creativo, avanzar. A estos avances los llamo la reinvención del cuerpo. Quizá no te des cuenta, pero por principio tu cuerpo es un invento. Si tomas cualquier revista médica vas a acabar preso de los conceptos creados únicamente por el hombre. Un día me senté a hacer una lista de los artículos de fe que me habían enseñado en la carrera de medicina. El resultado fue la siguiente larga lista de propuestas dudosas:
El cuerpo es una máquina armada con piezas móviles que, al igual que toda máquina, se desgasta con el paso del tiempo.
El cuerpo se encuentra siempre en riesgo de contaminación y enfermedad; el ambiente hostil se une a los gérmenes invasores y a los virus que están esperando acabar con las defensas que inmunizan al cuerpo.
Las células y los órganos están separados entre sí y deben estudiarse por separado.
Las reacciones químicas al azar determinan todo lo que pasa en el cuerpo.
El cerebro crea a la mente por medio de un caudal de impulsos eléctricos combinados con respuestas químicas que pueden manipularse para alterar la mente.
Los recuerdos se almacenan en las células cerebrales, aunque nadie haya llegado a descubrir de qué manera ni en dónde.
Los genes determinan nuestra conducta; al igual que los microchips, están programados para decirle al cuerpo lo que debe hacer.
Todo lo relacionado con el cuerpo evolucionó por cuestión de supervivencia, con la meta final de encontrar pareja y reproducirse.
Antes me parecía que esta lista era muy convincente. Los cuerpos que examiné y traté en el ejercicio de la medicina lo comprobaban. Mis pacientes llegaban con piezas que se estaban desgastando. Yo podía reducir sus síntomas a problemas tratables. Les recetaba antibióticos para rechazar la invasión de las bacterias y otras cosas. Pero cada una de estas personas llevaba una vida que nada tenía que ver con las máquinas que se descomponen y necesitan repararse. Su vida estaba llena de esperanza, de emociones y aspiraciones, de amor y sufrimiento. Las máquinas no viven así. Tampoco sucede eso con los conjuntos de órganos. No tardé mucho en darme cuenta que ver al cuerpo a través de la lente de la ciencia resultaba inadecuado y artificial.
Sin duda, es necesario reinventar el cuerpo. Para tener una vida llena de sentido tienes que usar el cuerpo (nada puede experimentarse sin él), por lo cual también tu cuerpo debe tener un sentido. ¿Qué es lo que le daría a tu cuerpo su sentido principal, su objetivo, inteligencia y creatividad? Sólo el lado sagrado de la naturaleza. Esto me condujo a la expresión “resucita tu alma”. Trato de evitar usar términos religiosos porque llevan una fuerte carga emocional, pero la palabra alma es inevitable. El 90 por ciento de la gente cree que tiene alma y que a través de ella su vida adquiere un significado profundo. El alma es divina; nos conecta con Dios. En la medida en que en nuestra vida haya amor, verdad y belleza, consideramos a nuestra alma como fuente de esas cualidades; no es accidental que se le llame alma gemela a la persona que amamos.
Existe una retroalimentación constante entre el alma y el cuerpo. Nosotros inventamos la separación entre los dos y llegamos a creer que esa separación es real.
Alguien podría objetar que jamás ha sentido el éxtasis o la percepción de la presencia de Dios, lo cual refleja nuestra estrecha concepción del alma, que la limita a la religión. Si estudiamos la sabiduría de las tradiciones de otras culturas, descubriremos que el alma tiene otros significados. Es la fuente de la vida, la chispa que anima a la materia muerta. Ella crea a la mente y a las emociones. En otras palabras, el alma es la base misma de la experiencia. Sirve como canal de la creación al desplegarse segundo a segundo. Lo que le confiere importancia a estas elevadas ideas es que todo lo que hace el alma se traduce en un proceso del cuerpo. Literalmente, no se puede tener cuerpo sin alma. Éste es el milagro olvidado. Cada uno de nosotros es un alma hecha carne.
Quiero probarles que el cuerpo necesita reinventarse y que cada uno tiene el poder de lograrlo. Todas las generaciones han jugueteado con el cuerpo, por raro que parezca. Durante la era precientífica, hubo una profunda desconfianza hacia el cuerpo, que contaba con ínfimas condiciones de salubridad, mala alimentación y una protección de los elementos casi nula para sobrevivir. De tal modo, era normal tener una vida breve, dura, plagada de dolor y enfermedad.
Y eso fue exactamente lo que produjo el cuerpo. Las personas vivían un promedio de treinta años y quedaban aterrorizadas de por vida a causa de las enfermedades de la niñez. Nosotros resultamos sumamente beneficiados al pasar de moda este panorama de la vida. Cuando empezamos a esperar más de nuestro cuerpo, dejamos de maltratarlo. En este momento, nuestro cuerpo está listo para el siguiente avance, que lo conectará con su significado, con los valores profundos del alma. No hay razón para privar al cuerpo de amor, belleza, creatividad e inspiración. Todos estamos proyectados para experimentar el mismo éxtasis que cualquier santo y al hacerlo nuestras células compartirán esta vivencia.
La vida debe ser una experiencia completa. La gente no deja de luchar contra problemas tanto físicos como mentales, y nunca imagina la verdadera causa: el nexo entre el alma y el cuerpo está roto. Escribí este libro con la esperanza de restaurar esa unión. Tengo el mismo entusiasmo y el mismo optimismo que el primer día que usé mi bisturí para descubrir los misterios que aguardaban debajo de la piel, sólo que ahora mi optimismo abarca también al espíritu. El mundo necesita sanarse. En la medida en que cada uno despierte a su alma, la humanidad estará despertando el alma del mundo. Bien podría suceder que una ola de sanación nos cubriera, pequeña al principio, pero con la posibilidad de superar todas las expectativas imaginables en una sola generación.