Para elaborar cualquier crema, en primer lugar es necesario hervir la leche, pero conviene hervir una cantidad superior a la indicada y dejarla reducir hasta conseguir la necesaria. Las leches que se adquieren en el mercado rara vez son puras, casi todas llevan agua añadida en mayor o menor cantidad; si se dejan hervir, se elimina el exceso de agua y resultan más mantecosas.
En ocasiones se suele añadir a las cremas un poco de maicena, que no las mejora, pero evita que se corten al hervir.
Cuando la leche está hirviendo se incorporan los demás ingredientes para que la mezcla sea perfecta.
Si las cremas se aromatizan con limón o naranja, solamente se usa la parte exterior de la cáscara, sin llegar a la parte blanca, ya que amarga; la cáscara se retira cuando la crema está hecha.
Cuando está en su punto, la crema se traslada a una fuente o bol de cristal o porcelana, previamente pasada por el tamiz. Para que no se forme una tela en la superficie se removerá a menudo con una cuchara, que se dejará metida en la crema.
Las cremas se pueden servir tanto frías como calientes; si se usan para rellenar pasteles, se emplearán frías, pues la crema caliente reblandece el postre y le da un mal aspecto.