Trino recordó la última vez que se quedó muy quieto, cuando salió una víbora negra arrastrándose lentamente del remolque del señor Cummins. Se había quedado tieso de miedo. ¿Por qué pensaba en eso ahora? No tenía miedo, únicamente estaba nervioso a causa del nuevo trabajo que tenía.
Trino miró a Nick, cuya cara se veía relajada. Se fijó en las gotitas de sudor en la frente del hombre. Tal vez Nick estaba un poco nervioso por su nuevo trabajo, también. El hombre no sólo conseguía una esposa, además ganaba cuatro hijos. ¿Estaba realmente listo para el cambio? ¿Y, Trino lo estaba?
Le caía bien Nick, claro, pero Nick podía ser mandón, particularmente cuando se trataba de lavar los platos después de la cena y de hacer la tarea. También tenía una cosa con la lectura de los periódicos, que esperaba que lo escucharan cuando leía los artículos. Trino pensaba que eran aburridos y cuando se lo dijo a Nick, él le contestó:
–Entonces tú debes de ser una persona aburrida porque nunca aprendes una cosa nueva.
A Nick no le gustaba que nadie se metiera con su herramienta, y hacía que Trino se quedara en la casa los viernes para que él y la mamá de Trino pudieran salir. Trino tuvo que perderse alguna diversión con sus amigos porque era “La noche de mamá”, como la llamaba Nick.
Y cuando Trino estaba atrás de Nick en la pequeña capilla, esperando como el padrino que era, tuvo que admitir que tener a Nick cerca tenía sus puntos buenos. A pesar de que el señor Epifaño no necesitaba a Trino, Nick lo mantuvo trabajando. Durante los pasados ocho meses, Nick le había enseñado cómo arreglar máquinas cuando la camioneta se había descompuesto en el camino de la ciudad al basurero. Nick había dejado que Trino manejara la camioneta cinco millas, cuando habían ido a Perales a recoger un sofá y sillas a la casa del hermano de Nick. Y cuando su mamá se ponía difícil e irrazonable, Nick se ponía la mayor parte de las veces del lado de Trino. Gracias a Nick, Trino siempre traía un par de dólares en su bolsa, usaba zapatos que no tenían hoyos, y ahora ya no tendría que compartir su recámara con sus hermanos. Nick y Trino habían remodelado el ático en la casa de Nick para que él pudiera tener su propio cuarto. Lo mejor de todo fue que cuando se mudaron a la casa de Nick, Trino no tuvo que cambiarse de escuela.
–Qué afortunado eres –le dijo Lisana, cerca de la Navidad, cuando caminaban a la casa juntos. Iban solos porque Jimmy tenía práctica de básquetbol y las amigas de Lisana se iban en autobús ese día. Él le había tomado la mano, y ella se la había apretado suavemente mientras caminaban.
–Cuando mi mamá murió, y tuvimos que vivir con Abby y con Earl, tuve que cambiar de escuela y dejar a todos mis amigos –luego volteó a verlo. Le ofreció una sonrisa que le mandó una oleada de buenas vibraciones a él–. Pero si todavía estuviera en mi escuela vieja no te hubiera conocido, ¿verdad? Yo creo que también soy una persona afortunada.
Ella dejó de caminar. Su cara se tornó muy seria. –Sabes, Trino, yo pienso en ti como mi mejor amigo. Tú sabes cosas de mí que nadie más sabe. ¿Por qué te digo tantas cosas?
–No lo sé, Lisana. –Él miró sus ojos café y pensó, eres muy bonita. Ella era muy lista en la escuela y era una de esas personas que a todos cae bien. Se habían conocido por casualidad, pero nunca dejó de ser amigable con él. ¿Por qué?
–¿Sabes por qué somos tan buenos amigos? –Parecía que ella leía su mente–. Tú sabes escuchar. Me dejas hablar. No eres como Jimmy, que piensa que todo lo que digo es tonto. Tú no te ríes de mí como Héctor y Alberto. Janie y Amanda hablan mucho y creo que nunca escuchan. Pero tú sí. Lo puedo ver en tus ojos. Cada vez que hablo, veo tus ojos atentos en mí, y yo sé que estás escuchando.
Trino tragó saliva. Él sí escuchaba, pero mantenía sus ojos encima de ella porque le encantaba ver su cara bonita. Bien, así que también le importaba ella. Era diferente a lo que sentía por su mamá, sus hermanos, y hasta por Nick. Él sabía que Héctor, Jimmy y Alberto eran sus buenos amigos, lo habían ayudado mucho cuando tuvieron que limpiar el remolque y se habían divertido mucho juntos con los videojuegos. Se había acostumbrado a Janie, y Amanda se portaba bien la mayoría de las veces. Pero Lisana era muy especial, sólo porque era Lisana.
–Yo sé lo que quieres decir. Tú eres mi mejor amiga también –dijo Trino.
Mientras estaban en la acera, agarrados de las manos y diciéndose la verdad, Trino recordó la noche anterior, cuando Nick y su mamá hablaban cerca de la camioneta. Nick la tomaba de la mano, igual que Trino tomaba a Lisana ahora. Nick se había inclinado y besado a la mamá de Trino, y ella le había sonreído. Él nunca había visto la cara de su mamá tan feliz. Debido a Nick, su mamá estaba menos enojada y se reía más seguido.
Lisana había hecho lo mismo por Trino. Él quería mostrarle a ella cuánto le importaba. Fue entonces cuando la besó por primera vez. Lo recordaba cada segundo, desde la exclamación de sorpresa de Lisana al principio, hasta el sabor a cereza del colorete en sus labios, al final.
Un piquete suave en las costillas trajo a Trino de regreso del pasado. Este recuerdo siempre dejaba una sonrisa en su cara. Su sonrisa fue mayor cuando vio a Tía Reenie caminar por el pasillo de en medio hacia el altar, donde Trino y Nick estaban de pie. Su corto vestido amarillo la hacía verse como un pato gigante en tacones dorados.
Pero la mamá de Trino se veía como una paloma blanca con su vestido de encaje. Flotaba alrededor de sus piernas cuando caminaba por el pasillo de la pequeña iglesia de Perales. Sus hermanitos se sentaron en la fila de enfrente con Tía Sofía y Tío Felipe. Otras tías y otros tíos, primos, y algunos de la familia de Nick se sentaron en los bancos de madera a observarlo todo. Trino vio un saludo de Lisana, que se sentó como a cinco filas de ahí con Jimmy, su hermana mayor Abby, y su esposo Earl, que tenía en los brazos a Nelda. Parecía que la niñita también quería caminar en medio del pasillo.
Trino vio a su mamá encontrarse con Nick. Los dos tomaron su lugar frente a un sacerdote de pelo corto y gris, llamado señor Sánchez, que conocía a Nick desde que era un muchacho.
Sentía que los dedos de los pies se le movían adentro de las botas negras que le había prestado Nick. En un año más le quedarían mejor. Probablemente se veía como un chico de escuela vestido con camisa blanca, pero al menos nadie le pidió que usara corbata. Le acababan de comprar pantalones nuevos, y usaba una de las camisas de vestir de su tío. Nick vestía una guayabera blanca porque quería hacer las cosas muy simples. Pero cuando se trató de la mamá de Trino, él insistió en comprar un vestido blanco nuevo “tan bonito como tú quieras porque quiero que mi novia sea la mujer más bonita en la iglesia”.
Sus ojos iban de su mamá a Nick, luego empezó a oír al sacerdote hablar sobre buenos y malos tiempos, tiempos de enfermedad y tiempos de salud. Tiempos sin dinero y tiempos con mucha comida.
Trino pensó que se parecía a su vida. Pero ya no tuvo tiempo para pensar más acerca de eso porque el sacerdote pidió el anillo de bodas. Nick extendió la mano hacia Trino. Nick elevó una ceja y su mamá se mordió el labio cuando vieron al padrino.
Trino hurgaba en la bolsa de la camisa porque las manos le temblaban. El material de la camisa era resbaladizo y sus dedos resbalaban adentro de la bolsa. Estaba sudando cuando le entregó al sacerdote el anillo de oro con dos diamantes pequeños.
Trino se lamió los labios y se secó las manos sudadas en las piernas del pantalón. Luego se relajó porque la parte más importante de su tarea ya se había terminado. Ahora podría pararse a un lado de su mamá y de Nick, y sólo pensar en la fiesta y en toda la rica comida que esperaba en la casa del hermano de Nick. Estaba ansioso por cambiar su vestimenta a los jeans y la camiseta, y sentirse él otra vez.
Escuchó al sacerdote llamarlos esposo y esposa. Vio a Nick girar y besar a su mamá como si realmente significara algo. Todos en la capilla rieron, inclusive Trino. Y en ese momento fue cuando decidió que si Nick estaba listo para un cambio, también él lo estaba.